LA VIRTUD DE LA CASTIDAD(PARTE 3)
Capítulo anterior: II. ¿Hay algo malo en el placer?
III. ¿Una obsesión inducida?
"El amor casto
engrandece a las almas." Víctor Hugo
- La omnipresencia del sexo
- Un daño para la afectividad
- ¿Y cómo Dios nos lo ha puesto tan difícil?
- Arte y pornografía
La omnipresencia del sexo
Es cierto que, desde que el mundo es mundo, el sexo ha tenido siempre una gran presencia en todas las civilizaciones. El instinto de conservación y el instinto sexual (que es como el instinto de conservación de la especie) son los impulsos más fuertes a los que el hombre, desde siempre, ha estado sometido.
Sin embargo, estamos quizá ahora en una época un tanto especial. Como afirma Julián Marías, “el sexo ocupa un espacio absolutamente incomparable con el que le correspondía en cualquier otra época”. Es un reclamo comercial que se difunde masivamente, y la presencia de imágenes y estímulos sexuales en la vida del hombre de hoy no tiene comparación con ningún otro tiempo ni cultura.
Un alto porcentaje de los impulsos eróticos del hombre o la mujer de hoy son consecuencia directa de alguna incitación artificial, casi siempre mediante imágenes en los medios de comunicación o de entretenimiento, o bien del recuerdo de esas imágenes que permanece en la memoria y alimenta la imaginación. Y casi todas proceden de imágenes de televisión, vídeo, cine, internet, videojuegos, ilustraciones de revistas..., que son medios que hace no muchas décadas no existían, o al menos se tenía a ellos un acceso muy limitado. Y son imágenes que se presentan, por lo general, de modo incitante o provocador.
No quiero con esto caer en esa queja un tanto simple, que se ha repetido en todos los tiempos, acerca de la inmoralidad dominante en comparación con épocas anteriores. No estoy a favor de ese tópico que hace a tantos a agrandar los males presentes e idealizar lo pasado, entre otras cosas porque no sería serio pensar que nuestra época es mucho peor que otras en las que se dijo exactamente lo mismo. Pienso que unas cosas habrán mejorado respecto a épocas pasadas, y otras no. Pero es un hecho que en la actualidad el estímulo sexual está hipertrofiado en muchos ambientes y muchas personas, porque ese aluvión de imágenes incitantes conduce con facilidad a una cierta obsesión, en buena parte inducida y, desde luego, poco favorable para el sano desarrollo de la psicología y la moralidad de cualquiera. Cuando se ve que para muchos el sexo se convierte en tema recurrente de sus conversaciones, objeto constante de sus deseos y ansiedad enfermiza de sus pensamientos, no sería muy aventurado decir que la genitalidad ha invadido sus mentes y ha dejado baldías grandes áreas de sus potencialidades humanas.
—Bueno, es que ha habido una etapa de represión sexual, y es lógico que ahora venga un poco de obsesión por el sexo.
Me parece que hay que ser comprensivos con los efectos pendulares, que llevan a veces a extremos erróneos como reacción a otras etapas en el error contrario. Pero no puede decirse que sea conducta propia de mentes esclarecidas.
La obsesión sexual no es
el tratamiento más adecuado
para curar a nadie
de unos años de represión.
La sobreexposición a lo erótico supone un perjuicio notable para la afectividad y la moralidad del hombre, y quizá hasta ahora la sociedad no lo ha valorado suficientemente. Por eso es tan grave el daño que producen quienes hacen negocio explotando las pasiones más bajas de los demás, pues se enriquecen a costa de atropellar la moral de las personas y del ambiente social.
Un daño para la afectividad
Muchas personas se encuentran con que la imagen que en su interior tienen del sexo está distorsionada. Notan que sus ojos se han enturbiado. Que se ha dañado su afectividad, y su imagen del sexo no es precisamente la de un modo de expresar amor tierno y profundo a la persona amada. Que su imaginación y su memoria están artificial y enfermizamente polarizadas hacia el deseo sexual.
— ¿Y qué crees que deben hacer?
Para descubrir la riqueza del amor pleno, para llegar a conocer y a enamorarse de verdad, y no simplemente desear a otro para saciar el afán de sexo, necesitarán un notable esfuerzo para que su atención no quede absorbida por los aspectos externos y meramente sexuales de la otra persona.
De entrada, conviene no asombrarse demasiado al ver lo intenso que puede llegar a ser el instinto sexual sobrealimentado por esa omnipresencia de lo erótico. Ese tirón puede ser en efecto muy fuerte, y por momentos presentarse incluso de modo agobiante. Encauzarlo rectamente será indudablemente costoso, pero no un esfuerzo permanente, pues se presenta sólo en algunos momentos puntuales.
Para quien aprende a mantenerse
a una prudente distancia
de las ocasiones más claras,
puede decirse que es sólo
un pequeño conjunto de esfuerzos aislados
que no cuestan tanto.
Además, abandonarse al mal uso del sexo suele resultar aún más fatigoso, y con facilidad lleva a angustias y conflictos psicológicos que no compensan en absoluto. Basta pensar, por ejemplo, en la ansiedad del chico que, en vez de disfrutar de la amistad o del noviazgo, pasa la noche probando estrategias diversas, con todo su cortejo de tensiones y frustraciones, hasta conseguir seducir a su presa..., para comprobar después que aquel placer tan anhelado... no era para tanto.
En cambio, la lucha por vivir la castidad brinda al hombre una oportunidad de ganar mucho precisamente en su dignidad como persona, pues una de las cosas que nos distinguen de los animales es que somos capaces de educar nuestros impulsos.
¿Y cómo Dios nos lo ha puesto tan difícil?
— ¿Y por qué Dios ha puesto en el hombre ese deseo tan intenso, si luego resulta que es malo?
Ya hemos dicho que el deseo sexual no es malo de por sí, ni mucho menos. La lujuria –el mal uso del sexo– es una deformación de la legítima apetencia sexual humana, igual que el cáncer de hígado es una alteración del hígado, órgano que nada tiene de innoble.
Confundir el deseo sexual
con la lujuria
sería como confundir un órgano
con el tumor que lo está destruyendo.
De la misma manera que un tumor destruye un órgano cuando sus propias células tienen un desarrollo ajeno a su función natural, puede decirse que la búsqueda del placer sexual fuera de sus leyes naturales produce una alteración en la función sexual natural del hombre.
Las grandes energías (como el impulso sexual, sin el que la persona no puede madurar como tal), si se desconectan de su unidad humana originaria, pueden desplegar un gran poder de destrucción. La sexualidad bien vivida en el matrimonio es algo estupendo, pero fuera de sus límites naturales es algo realmente peligroso: igual que es estupendo hacer fuego un día de invierno en la chimenea, pero es peligroso encenderlo encima de la moqueta o del sofá.
Arte y pornografía
— ¿Y no se exagera un poco a veces con lo que supone el desnudo? No siempre tiene que considerarse pornográfico, puede ser una expresión artística.
En todas las épocas, y sobre todo desde el arte clásico griego, existen obras cuyo tema es el cuerpo humano desnudo. Y si son verdadero arte, esas obras ayudan a comprender el misterio personal del hombre, y no incitan a rebajar al hombre o la mujer a un mero objeto de placer. El arte verdadero ennoblece todo lo que es humano, mientras que la pornografía convierte la intimidad humana en un objeto de deseo público.
La enseñanza de la Iglesia católica no está en contra del desnudo artístico, sino en contra de la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas degradan la dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas. Hay multitud de obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez, y su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación, que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras –que por su contenido no inducen a la lujuria–, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la medida de la pureza del corazón.
El desnudo, cuando es artístico, puede ser hermoso, muy hermoso, e incluso tirar de las personas “hacia arriba”: es un elemento de sublimación. Sin embargo, hay otras ocasiones en que suscita objeciones en la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su inalienable dignidad–, sino por la cualidad o modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. Si la intencionalidad fundamental que subyace supone una reducción del cuerpo humano a rango de objeto de goce, destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma, esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte.
Si la cultura ha mostrado a lo largo de la historia una tendencia clara a cubrir la desnudez del cuerpo, no es sólo por exigencias climáticas, sino también como fruto de un proceso de crecimiento de la sensibilidad personal: el hombre no quiere convertirse en objeto para los demás, y la necesidad de velar por la intimidad del propio cuerpo refuerza la profundidad misma del sujeto como persona. Conviene recordar cómo, por ejemplo, en los campos de exterminio la violación del pudor era un método usado conscientemente para destruir la sensibilidad personal y el sentido de la dignidad humana. No es una cuestión de mentalidad puritana ni de moralismo estrecho. Es una cuestión que afecta a la misma dignidad de la persona.
La pornografía influye negativamente en la vida real de las personas. Son imágenes que se fijan en la memoria, y no porque se trate de personas de sensibilidad enfermiza, obsesiva o deteriorada, sino que sucede en personas sanas y normales, y para ello basta con pensar en la experiencia personal de cada uno y en las imágenes que almacena en su memoria.
El negocio pornográfico –explica Jaime Nubiola– es una brutal explotación del impulso sexual de los machos, pero, quizá casi a partes iguales, vive también de la curiosidad natural. Lo extraordinario es llamativo, atrae nuestra atención. Se trata de lo que Laumann ha denominado el “gaper phenomenon”, el fenómeno del asombro que nos deja boquiabiertos: “Hay curiosidad por cosas que son extraordinarias y fuera de lo corriente. Es como pasar en coche junto a un horrible accidente.
Nadie querría estar envuelto en él, pero todos reducimos la velocidad para mirar”. Esta poderosa tendencia humana en pos de lo novedoso, de emociones nuevas y de “sabores fuertes” explica nuestra atención privilegiada a lo extraordinario, a lo anormal y a lo desviado que cautiva nuestra atención. También ayuda a comprender el fenómeno de la producción cinematográfica que hemos denominado “pornografía de lujo”, en la que la excitación sexual se dosifica “prudentemente” junto con los sentimientos, la aventura o incluso el lirismo.
Es preciso empeñarse en educar la imaginación y el corazón de uno mismo y de los demás. Es preciso que nos empeñemos en un proceso de purificación del clima social, que pasa no sólo por la eliminación o contención de los productos contaminantes, sino también y sobre todo por la difusión de estilos de vida creativos y solidarios, capaces de hacer más felices a los seres humanos. Un mundo sin pornografía sería un mundo mucho mejor que el actual. Si hay pornografía es –además de una consecuencia del pecado original– porque la vida cotidiana no llena su imaginación. Simone Weil expresa bien esta paradoja de la imaginación humana: “El mal imaginario es romántico, variado; el mal real, triste, monótono, desértico, tedioso. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagante”. Así es la imaginación humana y por eso hace falta educar la propia imaginación purificándola y desarrollándola de manera creativa.
En este sentido, la literatura y el cine tienen un papel decisivo en el cultivo de la imaginación. Su misión no es simplemente el entretenimiento, sino la educación más plena del ser humano, la educación del corazón: son el mejor invento para ensanchar nuestra experiencia humana, para cultivar nuestro corazón, para educar nuestra imaginación. A través de algunas películas o novelas nuestra experiencia personal, tantas veces inexplicable, se ilumina hasta llegar a formar parte de la experiencia universal humana. En particular estoy persuadido de que el cine y la literatura pueden ser el medio más eficaz para que los varones aprendamos de la experiencia de las mujeres y las mujeres aprendan de la de los varones, y sobre todo para que unas y otros aprendamos a tratarnos mutuamente como personas.
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