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viernes, 6 de abril de 2012

VIERNES SANTO



VIERNES SANTO



La Iglesia llora hoy al Salvador. Los ornamentos son negros. La Liturgia, impresionante, tétrica.

Podemos dividirla en cuatro partes. En la primera escuchamos el relato de la Pasión; en la segunda suplicamos desciendan los frutos del Sacrificio sobre la humanidad; en la tercera se nos da a contemplar el dulce leño de la Cruz, para adorar al Salvador Crucificado; en la cuarta se consume la Hostia inmolada ayer.

En su conjunto ofrece, pues, la Liturgia algo así como tres cuadros que resumen la historia del Calvario: la crucifixión, el levantamiento del Madero de la salud y el descendimiento y sepultura de la adorable Víctima.

No separemos hoy nuestra mente de estos tres cuadros.

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I) La Crucifixión.

Los deseos de la muchedumbre blasfema van a cumplirse; el mansísimo Cordero ha llegado al patíbulo. Mándanle acostarse sobre el duro lecho. Jesús, en un acto de oblación, cuya intensidad no podemos medir los mortales, obedece y entrega su Cuerpo a los esbirros. Alarga sus pies; presenta sus manos a la indicación del verdugo. Como no llegan brazos ni piernas a las hendiduras abiertas para los clavos, el pacientísimo Jesús tiene que sufrir la dislocación más cruel de sus miembros…

Mas un dolor más agudo todavía viene a despertar de nuevo su sensibilidad. Levántase el martillo en el aire, y al descargar sobre el primer clavo, el duro hierro penetrando en sus carnes, corta tendones, venas, arterias, que hallan salida por aquella mano augusta, como alumbrando un manantial de Sangre purísima.

Y así se les van abriendo cuatro llagas de manos y pies. Y su Madre Inmaculada estaba cerquita de la Cruz, presenciando tun duro suplicio…

Alma que has acompañado a Jesús hasta el Gólgota, no te detengas ni vuelvas atrás. Ofrécete a tu Redentor en momentos tan angustiosos; mira que necesita no sólo almas que le consuelen, le alivien y le ayuden, sino también almas que, juntando sus pequeños sacrificios al Sacrificio de la Cruz, a modo de diminutas partículas que van a incorporarse a la Hostia infinita del Calvario, se entreguen al Padre cual víctimas expiatorias.

Hasta aquí has representado en la Pasión actual de Jesús el papel de las piadosas mujeres, del Cirineo, de la Verónica; ahora resta algo mejor, imitar a María que, de pie junto a la Cruz, ofrece su dolor al Padre en unión con la Sangre Preciosísima de Aquél que es su propio Hijo.

Sé, pues, generosa, y proporciona a Jesús este último consuelo. No le dejes solo en la Cruz. Ofrécete a ser crucificada con Él. Preséntale tus manos, a fin de que ya no se empleen más que en cosas santas; tus pies, para que no caminen por la senda de la iniquidad; en fin, tu cuerpo entero, de modo que realices así el ideal que te expresó San Pablo con aquellas palabras: Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí..

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II) Jesús, levantado en la Cruz, expira.

Jesús, pendiendo entre el Cielo y la tierra, reconcilia al Padre con la humanidad pecadora, rasgando el decreto que nos condenaba a muerte.

Contémplale. Sus ojos buscan un alma que atienda a las quejas de su amor. Escucha sus gemidos: Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, o ¿en qué té he contristado?… ¡Respóndeme!…

Porque te saqué de la tierra de Egipto, preparaste una cruz a tu Salvador. ¿Qué más debí hacer por ti, que no hiciese?…

Yo te di cetro real, y tú con una caña heriste mi cabeza y pusiste en ella una corona de espinas…

Yo te exalté con gran poder, y tú me levantaste en el patíbulo de la cruz…

Pueblo mío, ¿qué te he hecho o en qué te he contristado? ¡Respóndeme!…

Alma devota, si puedes escuchar sin inmutarte quejas tan amargas, de piedra eres y no de carne.

Ruméalas y promete a Jesús serle fiel de hoy en adelante.

Mas luego, sigue con la vista puesta en Jesús. Son sus últimos momentos, y no conviene perder ningún gesto, ninguna palabra.

Los enemigos de Cristo han triunfado y le echan en cara su abatimiento. El Señor, en cambio, no tiene para ellos más que sentimientos de perdón: Padre, perdónales, porque no saben lo que se hacen…

Hasta uno de los ladrones le increpa. El otro sale en defensa de Jesús. El Redentor recompensa tan noble gesto: Hoy estarás conmigo en el paraíso.

En medio de aquella tempestad de odios e imprecaciones, Jesús fija los ojos en su Madre, que al pie de la Cruz ofrecía su dolor al Padre. Mujer, le dice mirando a Juan, ahí tienes a tu hijo; y luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu Madre.

Testamento divino, que nos regaló a una Madre celestial…

Sigue la tempestad de injurias. Los elementos insensibles se ven como constreñidos a protestar contra el atrevimiento loco de los malvados judíos; el sol se oscurece, densas tinieblas invaden el mundo; la tierra tiembla; se quiebran las rocas; se abren las tumbas, y rugen las fuerzas celestes.

Las turbas huyen asustadas, heladas de espanto. Y mientras tanto, arreciaba más y más la tormenta de dolor en el Corazón de Cristo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?, exclama.

Y para que quedara realizado un oráculo sagrado, abre de nuevo sus secos labios con aquella doliente queja: Tengo sed. Un soldado le presenta una esponja empapada en vinagre, y el Salvador añade: Todo está consumado.

Fue entonces cuando, dando un fuerte grito, exclamó: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!; e inclinando la cabeza, expiró.

Eran las tres de la tarde.

Alma cristiana, no te apartes de la Cruz. Báñate en la Sangre que mana del Cuerpo Sagrado…

Que no se pierda para ti Redención tan copiosa…

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Para ayudarnos a recoger tantos frutos, la Santa Liturgia introdujo la Ceremonia de la Adoración de la Cruz.

Una vez terminadas las Oraciones Universales; después de haber rogado a Dios por la conversión de los Paganos, la Iglesia visita con su caridad a todos los habitantes de la tierra y les aplica toda la efusión de la Sangre divina.

Ahora se vuelve hacia sus hijos, y emocionada por la humillación de su celestial Esposo, Ella los invita a disminuirla, aplicando a esta Cruz sus adoraciones.

Para Israel, la Cruz es un objeto de escándalo; para el gentil, un monumento a la locura; nosotros, los cristianos, la veneramos como el trofeo de la victoria del Hijo de Dios y el instrumento de la salvación de los hombres.

Por lo tanto, ha llegado el instante donde debe recibir nuestra adoración, por el honor que se ha dignado atribuirle el Hijo de Dios al regarla con su Sangre y al asociarla a la obra de nuestra redención.

Ningún día, ninguna hora en el año, está más indicado para presentarle nuestros deberes humildes de adoración.

En el altar, el celebrante se despoja de la Casulla, que es la prenda sacerdotal, para aparecer con mayor humildad.

Desprende la parte del velo que cubre la parte superior de la Cruz y la descubre hasta el transepto. La eleva un poco y canta en un tono bajo estas palabras: Ecce lignum Crucis; in quo salus mundi pependit.

Entonces toda la asistencia cae de rodillas, y adora mientras canta: Venite adoremus.

Esta primera exposición, en voz baja y como aparte, representa la primera predicación de la Cruz, que los Apóstoles hicieron entre ellos, no habiendo recibido aún el Espíritu Santo, y no pudiendo hablar del misterio de la redención sino con los discípulos de Jesús, por temor de excitar la atención de los judíos.

Es por eso que el sacerdote eleva mediocremente la Cruz.

Este primer homenaje que recibe es ofrecido en reparación de los ultrajes que el Salvador recibió en la casa de Caifás.

El sacerdote sube sobre el primer escalón del altar y desvela el brazo derecho de la Cruz; y muestra el signo de la salvación, elevándolo un poco más que la primera vez, y canta con más fuerza: Ecce lignum Crucis; in quo salus mundi pependit.

Entonces toda la asistencia cae de rodillas, y adora mientras canta: Venite adoremus.

Esta segunda ostentación, que se desarrolla con más brillo que la primera, es la predicación del misterio de la Cruz a los judíos, cuando los Apóstoles, después de la venida del Espíritu Santo, sentaron las bases de la Iglesia frente a la Sinagoga y condujeron las primicias de Israel a los pies del Redentor.

Esta segunda revelación de la Cruz es ofrecida por la Santa Iglesia, en reparación de las humillaciones del Salvador recibidas en la corte de Pilato.

Finalmente, el sacerdote sube al tercer escalón y en el centro del altar descubre el brazo izquierdo de la Cruz; luego la eleva aún más y termina de quitar el velo. Enseguida canta con triunfo y con un tono más brillante: Ecce lignum Crucis; in quo salus mundi pependit.

Entonces toda la asistencia cae de rodillas, y adora mientras canta: Venite adoremus.

Esta última revelación tan solemne simboliza la predicación del misterio de la Cruz en el mundo entero, cuando los Apóstoles, rechazados por la nación judía, convierten a los Gentiles y anuncian al Dios crucificado hasta más allá de los límites del Imperio Romano.

Este tercer homenaje se ofrece a la Cruz en reparación de los ultrajes que recibió el Salvador en el Calvario.

De ahora en más, la Cruz, que acaba de ser adorada solemnemente, no será velada; esperará sin velo sobre el Altar la hora de la Resurrección gloriosa del Mesías.

Pero la Iglesia no se limita a exponer la Cruz, sino que invita a sus hijos a venir a imprimir sus labios sobre este leño sagrado.

El celebrante les debe preceder y vendrán todos después de él. No contento con haberse despojado la Casulla, deja también su calzado; y después de hacer tres genuflexiones se acerca a la Cruz para adorarla con un beso.

Los cantos que acompañan la adoración de la Cruz son de gran belleza. En primer lugar están los Improperios o reproches que el Mesías hace a los judíos.

Los tres primeros versos de este himno quejumbroso son entrecortados por el canto del Trisagio, o rezo al Dios tres veces Santo, para glorificar su inmortalidad en este momento donde Él se digna como un hombre sufrir la muerte por nosotros.

El resto de este hermoso canto tiene un profundo sentido dramático. Cristo recuerda todos los ultrajes de que ha sido objeto por parte de los judíos y compara los beneficios ha derramado sobre esta nación ingrata.

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III) Descendimiento y sepultura.

La agitación en torno a la Cruz de Cristo ha cesado. Todo es calma y silencio en el Calvario.

Tú, alma piadosa, permanecerás junto a la Madre Dolorosa en aquella tétrica colina, para ser testigo de lo que allí sucede.

Llega al Gólgota un grupo de soldados. Quiebran las piernas de los ladrones. Al tocar su turno a Jesús, un soldado le abre el costado con una lanza. Y salió de él sangre y agua.

Luego se ven subir dos amigos del Maestro, José de Arimatea y Nicodemo. Traen licencia para sepultar el Cuerpo del Redentor. Se da comienzo al descendimiento; y momentos después destácase sobre el sereno firmamento una augusta figura femenina, que sostiene en sus brazos, cual preciosa patena, el precio del rescate de la humanidad.

Es la Madre del Redentor, la Corredentora de la humanidad que eleva al Cielo el Sagrado tesoro que dio al mundo, a fin de apaciguar en esta hora suprema a la Justicia eterna de Dios.

Asistimos, por fin, a un fúnebre cortejo. El Cuerpo de Jesús es llevado a la sepultura. Después de ungirlo, según costumbre de los judíos, se deposita en el sepulcro de José. La losa que cierra su entrada cubre también con su sombra de soledad las últimas horas del Viernes Santo.

¡Redentor divino!, lava con tu Sangre mi alma, y no permitas que se pierda en mí el fruto de Redención tan copiosa…

Te rogamos, Señor, te dignes mirar a esta tu familia; por la cual Nuestro Señor Jesucristo no dudó en entregarse en manos de los malvados y sufrir el tormento de la Cruz.

P. CERIANI

VIERNES SANTO


Viernes Santo



Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Jn. 19, 19



Para hablar de la Pasión, mediante la cual fuimos rescatados todos, tomaré como tema las palabras del título que Pilatos hizo escribir sobre la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.



Jesús quiere decir Salvador, así que ha muerto porque es salvador y para salvar hacía falta morir.



Rey de los judíos, o sea que es Salvador y Rey al mismo tiempo. Judío significa “confesar”; por tanto es Rey pero de solo aquellos que le confiesen, y ha muerto para rescatar a los confesores; si, realmente ha muerto y con muerte de cruz.



Ahí tenemos pues, las causas de la muerte de Jesucristo: la primera, que era Salvador, santo y Rey; la segunda, que deseaba rescatar a aquellos que le confiesen.



Pero, ¿no podía Dios dar al mundo otro remedio sino la muerte de su Hijo? Ciertamente podía hacerlo; ¿es que su omnipotencia no podía perdonar a la naturaleza humana con un poder absoluto y por pura misericordia, sin hacer intervenir a la justicia y sin que interviniese criatura alguna?



Sin duda que podía. Y nadie se atrevería a hablar ni censurarle. Nadie, porque es el Maestro y Dueño soberano y puede hacer todo lo que le place.



Ciertamente pudo rescatarnos por otros medios, pero no quiso, porque lo que era suficiente para nuestra salvación no era suficiente para satisfacer su Amor.



Y que consecuencia podríamos sacar sino que, ya que ha muerto por nuestro Amor, deberíamos morir también por ÉI, y si no podemos morir de amor, al menos que no vivamos sino sólo para ÉI.



Sermón de San Francisco de Sales. Viernes Santo, 25 de marzo de 1622. X, 360.



SANTORAL 6 DE ABRIL




6 de abril


SAN GUILLERMO,
Abad



Examinad todo, y ateneos a lo bueno.
(1 Tesalonicenses, 5, 21).

   San Guillermo nació en París y fue educado en el monasterio de San Germán del Prado. La regularidad de su conducta y la inocencia de sus costumbres lo constituyeron en ejemplo vivo para toda la comunidad. Entró en la orden de los Canónigos Regulares y mereció que lo eligieran subprior. El obispo de Roskilda, en Dinamarca, sabedor de sus virtudes, lo llamó a su diócesis y le encargó la dirección de los Canónigos Regulares de Eskilso, a quienes gobernó durante treinta años en calidad de abad. Lleno de virtudes y de méritos murió el 6 de abril de 1203.

  MEDITACIÓN
SOBRE NUESTRA VOCACIÓN

   I. Debes elegir un género de vida. A fin de que no te arrepientas de la elección que hagas, ruega insistentemente a Dios que te haga conocer su santa voluntad, y mantente presto a ejecutar sus órdenes desde que te sean conocidas. Consulta en seguida a tu director espiritual, quien, con relación a ti, hace las veces del mismo Dios, y dile lo que te haya inspirado el Señor. La acertada elección del camino para seguir, depende de Dios; Él te ayudará, si de- muestras entera sumisión a su voluntad.

   II. Examina después las razones que puedan inclinarte a talo cual género de vida, y las que puedan apartarte de él. Deducirás estas razones del fin para el cual estás en este mundo. No estás aquí sino para salvarte; que tu salvación sea, pues, la regla de tu elección: mira en qué estado puedes trabajar en esto más fácilmente. Haz lo que aconseja rías a un amigo que se encontrase en tu situación, y considera aquello que, en la hora de tu muerte, querrías haber hecho.

   III. Cuando hayas conocido la voluntad de Dios, ejecútala prontamente; porque es burlarse de Dios consultarlo y, después, despreciar sus inspiraciones. No temas las dificultades, Dios te dará las gracias necesarias para superarlas. Contigo trabajará, pues trabajas con Él. Que tu salvación sea la regla única de tu conducta. ¿De qué le sirve al hombre amontonar todo lo que está fuera de él, y perderse él mismo? (San Gregorío).

El examen de conciencia 
Orad por las congregaciones religiosas.

ORACIÓN

   Señor, haced, os lo suplicamos, que la intercesión del bienaventurado Guillermo, abad, nos haga agradables a vuestra Majestad, a fin de que obtengamos por sus oraciones lo que no podemos esperar de nuestros méritos. Por J. C. N. S.

EL VÍA CRUCIS


VIA CRUCIS



Via Crucis significa camino de la cruz, y consiste en recorrer con el pensamiento el camino que recorrió Jesucristo, desde que le cargaron la cruz en el pretorio de Pilatos, hasta la cumbre del monte calvario. Según las revelaciones a Santa Brígida, tras la muerte de Jesucristo, el mayor consuelo de la Virgen era recorrer los pasos de aquel sagrado camino, regado con la Sangre de Jesucristo. Es una de las devociones más útiles, más agradables a Dios, enriquecida con una indulgencia plenaria por cada vez que se la practique. Lo esencial para ganar las indulgencias del Via Crucis es:



1° Estar en estado de gracia.

2° Recorrer las estaciones; mas, si fuese grande el concurso, bastaría volverse a cada estación, sin  moverse  de un lugar a otro.

3° Meditar la Pasión.

4° No interrumpir el ejercicio.

5° Hacerlo donde está canónicamente erigido el Vía crucis. Los impedidos física o moralmente de hacer esta devoción en tales lugares, pueden rezar con corazón contrito veinte padrenuestros, Avemarías y Glorias, teniendo en la mano un crucifijo bendecido para este fin, y ganarán las mismas indulgencias.



Los que hicieren devotamente el Vía Crucis pueden conseguir:

1) Indulgencia Plenaria cuantas veces lo hicieren.

2) Otra Plenaria si en el mismo día, en que lo hicieron o bien dentro del mes,

realizado 10 veces el Via Crucis, se acercaren a la Sagrada Comunión.

3) Indulgencia de 10 años por cada una de las Estaciones si comenzando el ejercicio, se hubiere de interrumpir por cualquier causa razonable.

Para ganar estas indulgencias se requiere como condición indispensable la meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y el trasladarse de una estación a otra, salvo el caso de que se haga en común por todos los fieles que están en la iglesia, pues entonces basta ponerse en pie y arrodillarse en cada estación

Conviene advertir que el rezar en cada una de las Estaciones el Adoramus te Christe, etc. los Padrenuestros y Avemarías con el Miserere nostri, Domine, etc., es tan sólo piadosa y laudable costumbre, pero no es necesario para ganar las Indulgencias, para lo cual basta meditar en la Pasión de Jesús.

Los que, por enfermedad u otra causa, se hallaren impedidos de recorrer las estaciones del Via Crucis, pueden ganar las indulgencias rezando 14 Padrenuestros, Avemarías y Gloria, junto con la meditación de la Pasión; además, otros 5 Padrenuestros, Avemarías y Gloria, a las LLagas de Jesús; y uno según la intención del Sumo Pontífice, teniendo entre las manos un Crucifijo bendecido por un sacerdote que tenga la facultad de aplicar dichas Indulgencias.

Si no pudieren rezar todos los Pater-Ave y Gloria prescriptos para la Ind. plenaria ganarán una parcial de 10 años por cada Pater-Ave y Gloria. Los enfermos que no puedan hacer el Via Crucis en la forma ordinaria ni en la arriba indicada lucran las mismas indulgencias con tal que con afecto y ánimo contrito besen o contemplen el Crucifijo bendecido para este fin, que les fuera mostrado por el sacerdote u otra persona y recen si pueden alguna breve oración o jaculatoria en memoria de la Pasión y Muerte de J. C. Nuestro Señor. (Clemente XIV, Audiencia 26 Enero 1773; S.C: Indulg. 16 Sept. 1859; S. Penit. Apost. 25 Marzo 1931; 20 Oct. 1931 y 18 Marzo 1932)


PRACTICA DEL VÍA CRUCIS



Ejercicio preparatorio

V) Adoramus te, Christe, et benedícimus tibi.

R) Quia per sanctam crucem et mortem tuam redemisti mundum.

OREMUS

Respice, quaesumus Domine super hanc familiam tuam, pro qua Dominus noster Jesus Christus non dubitavit manibus tradi nocentium et Crucis subíre tormentum. Qui tecum vivit et regnat in saecula saeculorum.

R) Amen.

Acto de contrición

¡Oh Dios y Redentor mío! vedme a vuestros pies arrepentido de todo corazón de mis pecados, porque con ellos he ofendido a vuestra infinita bondad. Quiero morir antes que volver a ofenderos, porque os amo sobre todas las cosas.

V) Miserere nostri, Domine.

R) Miserere nostri.

Madre llena de aflicción,

de Jesucristo las llagas grabad en mi corazón.

Stabat Mater dolorosa,

juxta crucem lacrymosa,

dum pendébat Fílius.

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Oración preparatoria

Por la señal de la santa cruz, etc.

Señor mío Jesucristo, etc.

Oh amabilísimo Jesús mío, heme aquí postrado ante tu acatamiento divino, implorando tu misericordia en favor de tantos pecadores infelices, de las benditas Ánimas del Purgatorio y de la Iglesia universal.

Aplícame, te ruego, los merecimientos infinitos de tu sagrada Pasión, y concédeme los tesoros de indulgencias con que tus Vicarios en la tierra enriquecieron la devoción del Via Crucis.

Acéptalos en satisfacción de mis pecados y en sufragio de los difuntos a quienes tengo más obligación.

Y tú, afligidísima Madre mía, por aquella amargura que inundó tu corazón cuando acompañaste a tu santísimo Hijo al Calvario, haz se penetre mi alma de los sentimientos de que estabas entonces animada.

Alcánzame del Señor vivo dolor y detestación del pecado, y valor para que abrazando la cruz, siga las huellas de tu amable Jesús.

No me niegues esta gracia, oh Madre mía; haz que tomando ahora parte en tu dolor logre un día acompañar a tu Hijo en el triunfo de la gloria. Amén.

Al ir de una estación a otra, unos cantan el Jesu, Rex mitis, o las preces de la Pasión, otros una estrofa del Stabat Mater; pero nada mueve ni entusiasma tanto al pueblo como el Perdon, oh Dios mío, o estas estrofas cantadas con pausa y devoción.

Su autor fue el P. Ramón García, de la Compañía de Jesús; y el estribillo común a todas las estaciones es el siguiente:

Llevemos animosos

Las cruces abrasadas;

Sigamos sus pisadas

Con llanto y compasión.

*****



PRIMERA ESTACIÓN

Jesús condenado a muerte

V) Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

V) Te adoramos, Señor, y bendecimos.

R) Quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum.

R) Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

¿Lo ves, alma cristiana? Está el inicuo juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como un fascineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia.

¡Oh Jesús mío amantísimo! ¡Vos, Autor de la vida condenado a muerte!

¡Vos, la inocencia y santidad infinitas, condenado a morir en un infame patíbulo, como el más insigne malhechor!

¡Qué amor tan grande el vuestro, y qué ingratitud tan monstruosa la mía, pues os condeno de nuevo a la muerte cada día!

¿Y por qué? ¡Por un sucio deleite… por un mezquino interés … por un qué dirán!

Perdonadme dulcísimo Jesús mío; y por esa inícua sentencia, no permitáis que sea yo un día condenado a la muerte eterna, que merecerían mis pecados.

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri

Miserere nostri, Domine.

Ten, Señor, piedad de nosotros.

Miserere nostri.

Piedad, Señor, piedad.

Fidelium animae per misericordiam Dei requiescant in pace.

Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.

Amen.

Por mi, Señor, inclinas

El cuello a la sentencia;

Que a tanto la clemencia

Pudo llegar de Dios.

Oye el pregón, oh Madre,

Llevado por el viento

Y al doloroso acento

Ven del Amado en pos.

LLevemos, etc.

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SEGUNDA ESTACIÓN

Sale Jesús con la cruz a cuestas

Adoramus te, Christe, etc, como en la primera estación.

¡Y queréis, inocentísimo Jesús mío, llevar Vos mismo, cual otro Isaac, el instrumento del suplicio!

¡Estáis exhausto de fuerzas!

¡Vuestras espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes!
¡La cruz es larga y pesada!

¡Y cuanto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo el mundo! …

Sin embargo, la aceptáis, y besándola la abrazáis y lleváis con inefable ternura por mi amor.

¿Y aborrecerás tú, pecador, la ligera cruz que Dios te envía?

¿Querrás tú ir al cielo por los deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dolorosísimo camino de la cruz? …

Reconozco mi engaño, Salvador mío, enviadme penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Miserere nostri, etc. como en la primera estación.

Esconde, justo Padre,

La espada de tu ira.

Y al monte humilde mira

Subir el dulce Bien.

Y tú, Señora, gime

Cual tórtola inocente;

Que tu gemir clemente

Le amansará también.

Llevemos, etc.

****



TERCERA ESTACIÓN

Jesús cae por primera vez

Adoramus te, Christe, etc.

No extraño, dulce Jesús mío, que sucumbáis rendido al enorme peso de la cruz.

Lo que me pasma y hace llorar a los Angeles de paz es la bárbara fiereza con que os tratan esos sayones inhumanos.

Si cae un vil jumento se le tiene compasión, lo ayudan a levantarse.

Pero cae el Rey de los cielos y tierra, el que sostiene la admirable fábrica del universo, y lejos de moverse a compasión, le insultan con horribles blasfemias, le maltratan y acocean con diabólico furor…

¿Y qué hacíais, en qué, pensábais entonces, dulce Jesús mío? … En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría.

Tú habías merecido los oprobios y tormentos más horribles; y yo para librarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio.

¿No estás todavía satisfecho?…

¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas?

Aquí me tienes; descarga tú también fieros golpes sobre mí.

No, Jesús mío, no; antes morir que volver a ofenderos.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Miserere nostri, etc.

Oh pecador ingrato

Ante tu Dios maltratado,

Ven a llorar herido

De contrición aquí.

Levántame a tus brazos,

¡Oh bondadoso Padre!

Ve de la tierna Madre

Llanto correr por mí

Llevemos, etc.

****



CUARTA ESTACIÓN

Jesús encuentra a su Sma. Madre

Adoramus te, Christe, etc.

¡Qué sentiste, oh angustiada Señora, al ver aquel trágico espectáculo!

¡El pregonero publicando con lúgubre trompeta la sentencia fatal! ¡Una multitud inmensa que se agrupa, profiriendo injurias y blasfemias contra Jesús!

¡Los soldados y sayones en dos filas y en medio de dos malhechores! …

¿Le conoces, oh Madre amantísima? ¿es ese el más hermoso de los hijos de los hombres, la beldad de los cielos y la alegría de los Ángeles?

¿Aquel Hijo de Dios que con tanto regocijo nació en Belén?

¿Dónde están ahora los Reyes y Pastores que entonces le adoraban?

¿Qué se han hecho los Espíritus celestiales que entonces entonaban himnos de alabanza?

¡Qué trocado está! ¡Sus ojos inundados de lágrimas y sangre, coronada de espinas su cabeza; todo Él hecho una llaga!

¡Oh, María, afligida entre todas las mujeres! ¡Oh Madre la más desolada de todas las madres! ¡Oh Hijo, maltratado sobre todos los hijos de Adán! ¡Oh Jesús! ¡Oh María! perdonad a este ingrato, a este pecador a este monstruo, causa de tanta amargura.

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.

Miserere nostri, etc.

Cercadla, Serafines,

No acabe en desaliento,

No muera en el tormento

La Rosa virginal.

¡Oh acero riguroso!

Deja su pecho amante

Vuélvete a mi cortante,

Que soy el criminal.

Llevemos, etc.

*****


QUINTA ESTACIÓN

Jesús ayudado por el Cirineo

Adoramus te, Christe, etc.

Temiendo los judíos no se les muera Jesús antes de llegar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tienen de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran.

Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres y sólo Simón Cireneo acepta este favor y aún por fuerza.

¡Y así te desamparan, oh Jesús mío! ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son innumerables los ciegos, los paralíticos y enfermos que sanaste?

¡Y nadie quiere llevar tu cruz!

¡Y ella, no obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu justicia, la sublimidad de tu poder y lo profundo de tu sabiduría infinita!

¡Oh misterio incomprensible!

Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina; mas pocos gustan de padecer contigo.

Teman, pues, los enemigos de la cruz, oyendo a Cristo que dice: El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.

Miserere nostri, etc.

Toma la cruz preciosa,

Me está el deber clamando;

Tan generoso, cuando

Delante va el Señor.

Voy a seguir constante

Las huellas de mi Dueño;

Manténgame el empeño,

Señora, tu favor.

Llevemos, etc.

*****



SEXTA ESTACIÓN

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Adoramus te, Christe, etc.

¡Qué valor el de esta piadosa mujer! Ve aquel rostro divino a quien desean contemplar los Ángeles, cubierto de polvo, afeado con salivas, denegrido con sangre; y movida de compasión, quítase la toca, atropella por todo, y acercándose al Salvador, le enjuga su rostro desfigurado.

¡Ay! ¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos que por vano temor del qué dirán, no se atreven a obrar bien! ¡Oh dichosa Verónica, y cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su rostro Santísimo estampado en tres pliegues de esa afortunada toca!

¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en tu alma una perfecta imagen de sus virtudes?

Huella, pues, generoso el respeto humano, como la Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Via Crucis; y no dudes que Jesús grabará en tu alma un fiel traslado de sus virtudes; y viéndote el Eterno Padre semejante al divino Modelo de predestinados, te admitirá en el cielo.

Padre Nuestro, Ave María, y Gloria Patri.

Miserere nostri, etc.

Tu imagen, Padre mío,

Ensangrentada y viva,

Mi corazón reciba,

Sellada con la fe.

¡Oh Reina! de tu mano

Imprímela en mi alma,

Y a la gloriosa palma

Contigo subiré.

Llevemos, etc.

****



SÉPTIMA ESTACIÓN

Jesús cae por segunda vez

Adoramus te, Christe, etc.

Sí, Jesús cae por segunda vez con la cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús.

Parece que el infierno desahogará contra Él todo su furor: mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradición abandonamos el camino de la virtud?

No, no; bien podrán decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la Cruz; por lo mismo que lo es, allí permanecerá hasta morir.

¿Y cuándo, Señor, imitaré vuestra heroica constancia?

No siendo coronado, si no el que peleando legítamente persevere hasta el fin, ¿de qué me serviría abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algún día?

Cueste, pues, lo que cueste, quiero, con vuestra gracia divina, amaros y serviros hasta morir.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.

Miserere nostri, etc.

Yace el divino Dueño

Segunda vez postrado:

Detesta ya el pecado,

Deshecha en contrición.

Oh Virgen, pide amante

Que borre tanta ofensa

Misericordia inmensa,

Pródiga de perdón.

Llevemos, etc.

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OCTAVA ESTACIÓN

Jesús consuela a las mujeres

Adoramus te, Christe, etc.

¡Qué caridad tan ardiente! ¡Olvidando sus atrocísimos dolores, sólo se acuerda de nuestras penas el amante Jesús!

Hijas de Jerusalén, dice a las piadosas mujeres que le seguían llorando; no lloréis mi suerte; llorad más bien sobre vosotras y sobre vuestros hijos.

Pero ¿puede haber objeto más digno de llanto que la pasión y muerte del Hijo de Dios? … Sí, cristiano; hay cosa más digna de lágrimas, y de lágrimas eternas; y es el pecado.

Pues el pecado es la única causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos los males; mal terrible, el único mal, mal infinito de Dios, y de la criatura.

¡Y no obstante tú pecas con tanta facilidad! ¡Y te confiesas con tanta frialdad! ¡Y recaes tan a menudo en el pecado! ¡Y pasas tranquilo días, meses, años, y hasta la vida entera en el pecado!

Padre nuestro Ave María y Gloria.

Miserere nostri, etc.

Matronas doloridas

Que al Justo lamentáis.

¿Por qué, si os lamentaís,

La causa no llorar?

Y pues la cruz le dimos

Todos los delincuentes,

Broten los ojos fuentes

De angustia y de pesar

Llevemos, etc

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NOVENA ESTACIÓN

Jesús cae por tercera vez

Adoramus te Christe, etc.

¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Vos resplandor de la gloria del Padre, consuelo de los Mártires, hermosura y alegría del cielo, Vos caído en tierra, primera, segunda y tercera vez! ¿No sois Vos la fortaleza de Dios? …

¿Y qué, hijo mío, no has pecado tú más de dos o tres veces? ¿No recaes cada día innumerables veces en el pecado? ¿Por qué esa perpetua inconstancia en mi servicio? Hoy formas generosos propósitos, y mañana están ya olvidados: ahora me entregas el corazón, y un instante después ya no suspiras sino por pasatiempos y liviandades.

¡Ay! yo caigo por segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas: caigo para alzarte a ti de la tibieza; caigo para que temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo en fin, para que no caigas tú jamás en el abismo del infierno”

Gracias Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa caída, dadme fuerza, os suplico, para que me levante por fin del pecado y camine firme y constante en vuestro santo servicio.

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.

Miserere nostri, etc.

Al suelo derribado

Tercera vez el Fuerte,

Nos alza de la muerte

A la inmortal salud.

Mortales, ¿Qué otro exceso

Pedimos de clemencia?

No más indiferencia,

No más ingratitud.

Llevemos, etc.

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DÉCIMA ESTACIÓN

Jesús despojado de sus vestiduras.

Adoramus te Christe, etc.

Cuando te curan una herida, por fino que sea el lienzo que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¿qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva?

¿Cuál sería, pues, el tormento de Jesús al quitarle las vestiduras?

Como había derramado tanta sangre, estaban pegadas a su cuerpo llagado: vienen los verdugos y las arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…

¿Y en qué pensabais, oh purísimo Jesús, al veros desnudo delante de tanta muchedumbre?

“En ti, pensaba, pecador; en los pecados impuros que sin escrúpulo cometes; por ellos ofrecía yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz.

Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito, privarte de aquel placer, romper con aquella amistad criminal; por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible carnicería”

¡Oh inmensa caridad la tuya! ¡Oh negra ingratitud la mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con desenfrenada licencia: nunca más pecar.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Miserere nostri, etc.

Tú bañas, Rey de gloria,

Los cielos en dulzura;

¿Quién te afligió, Hermosura,

Dañandote amarga hiel?

Retorno a tal fineza

La gratitud pedía;

Cesó ya, Madre mía,

De ser mi pecho infiel.

Llevemos, etc.

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UNDÉCIMA ESTACIÓN

Jesús clavado en la cruz

Adoramus te Christe, etc.

¿Quién de nosotros tendría valor para sufrir que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver así atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece Jesús por nuestro amor.

Ya le tienden sobre el lecho del dolor; ya enclavan aquella mano omnipotente que había formado los cielos y la tierra; ya brota un raudal de sangre: más esto es poco.

Encogido el cuerpo con el frío y los tormentos, no llegaban la otra mano ni los pies a los agujeros hechos de antemano en la cruz: los atan, pues, con cordeles, y tiran con inhumana crueldad, desencajando de su lugar aquellos huesos santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento!

Todo lo contempla su Madre amantísima; ningún alivio, ni una gota de agua puede dar a Su Hijo: ¿y vive todavía?

¿Y no muero yo de dolor, siendo mis pecados la causa de tanto tormento?

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri

Miserere nostri, etc.

El manantial divino

De sangre está corriendo;

Ven, pecador, gimiendo,

Ven a lavarte aquí.

Misericordia imploro

Al pie del leño santo:

Virgen, mi ruego y llanto

Acepte Dios por ti

Llevemos, etc.

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DUODÉCIMA ESTACIÓN

Jesús muere en la cruz

Adoramus te, Christe, etc

Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón!

Sin embargo, dice a Jesús: Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino; y al instante oye: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Qué bondad la de Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina, si quisieses arrepentirte de veras!

Pero si dejas tu conversión para la muerte, ¡ay!, teme no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su Sangre por él: tenía a sus pies a la abogada de pecadores, María Santísima: a su lado estaba Jesucristo, el sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación de su compañero: ve toda la naturaleza estremecida; y sin embargo, muere como ha vivido; continúa blasfemando, y se condena eternamente.

No permitas, Jesús mío, que sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para la muerte.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Miserere nostri, etc

Muere la vida nuestra

Pendiente del madero

¿Y yo, como no muero

De amor, o de dolor?

Casi no respira

La triste Madre yerta

Del cielo abrir la puerta

Bien puedes ya, Señor.

Llevemos, etc

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DECIMATERCERA ESTACIÓN

Jesús muerto en brazos de su Madre

Adoramus te, Christe, etc

¡Adonde iré, oh afligida Madre mía! Tu Hijo ha muerto y mis pecados son los verdugos que le enclavaron en cruz y le dieron muerte inhumana.

¡Ay infeliz de mí! Yo he apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu corazón.

Sí, yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies y manos que sostienen el firmamento, yo traspasé esta augusta cabeza, y abrí esas llagas: yo descoyunté y despedacé ese inocentísimo cuerpo, que tienes en tus brazos.

Reo de tan horrendo deicidio ¿adónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que sea mi ingratitud, tú eres mi Madre y yo soy tu hijo.

Jesús acaba de transferir en mí los derechos que tenía a tu amor.

Me arrojo, pues, en tus brazos con la más viva confianza.

No me desprecies, oh dulce refugio de pecadores arrepentidos; mírame con ojos de bondad y ampárame ahora en el trance de la muerte.

Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.

Miserere nostri, etc

Dispón Señora el pecho

Para mayor tormenta

La víctima sangrienta

Viene a tus brazos ya

Con su preciosa Sangre

Juntas materno llanto

¿Quién Madre, tu quebranto

Sin lágrimas verá?

Llevemos, etc.

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DECIMACUARTA ESTACIÓN

Jesús puesto en el sepulcro

Adoramus te Christe, etc

Contempla, alma cristiana, cómo José de Arimatea y Nicodemo, postrados a los pies de María, le piden el dulce objeto de sus caricias y ungiéndole con preciosos aromas le amortajan y ponen en un nuevo sepulcro de piedra.

¡Cuál sería el dolor de la Virgen!

Sin duda: grande era como el mar su amargura cuando vio a su Hijo ensangrentado, enclavado y expirado en un patíbulo infame; pero a lo menos le veía, tal vez le abrazaba y lavaba con sus lágrimas.

Mas ahora, oh angustiada Señora, una losa te priva de este último consuelo.
¡Oh sepulcro afortunado! ya que encierras el adorado cuerpo del Hijo y el purísimo corazón de la Madre, guarda también con esas prendas riquísimas mi pobre corazón.

Sea este, Dios mío, el sepulcro donde descanséis; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que os envuelvan y los aromas que os recreen.

En fin, muera yo al mundo, a sus pompas y vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús, resucite y triunfe glorioso con Él por siglos infinitos.

Amén.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri

Miserere nostri, etc

Al Rey de las virtudes

Pesada loza encierra

Pero feliz la tierra

Ya canta salvación.

Sufre un momento, Madre,

La ausencia del Amado:

Pronto, de ti abrazado

Tendrásle al corazón

Llevemos, etc.





Perdón, Oh Dios mío

Coro:

Perdón, oh Dios mío,
perdón e indulgencia,
perdón y clemencia,
perdón y piedad.

Pequé, ya mi alma su culpa confiesa:
Mil veces me pesa de tanta maldad.

(Coro)

Mil veces me pesa de haber, obstinado
tu pecho rasgado, oh Sumo Bondad.

(Coro)

Yo fui quien del duro madero inclemente
te puso pendiente con vil impiedad.

(Coro)

Por mí en el tormento tu sangre vertiste
y prenda me diste de amor y humildad.

(Coro)

Y yo en recompensa, pecado a pecado,
la copa he llenado de iniquidad.

(Coro)

Mas ya arrepentido, te busco lloroso,
¡oh Padre amoroso, oh Dios de bondad!

(Coro)

Extraído de devocionarios varios, de los blogs Crux et Gladius y Radio Cristiandad