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domingo, 20 de noviembre de 2011

SANTORAL 20 DE NOVIEMBRE


20 de noviembre



SAN FÉLIX 
DE VALOIS,
Confesor

Aquellos a quienes Dios tiene previstos, también
los predestinó para ser conformes
a la imagen de su Hijo.
(Romanos, 8, 29).

   Según las tradiciones de la Orden de la Merced, San Félix de Valois, nacido en 1127 y educado por San Bernardo, dio muestras desde su más tierna infancia de una gran caridad para con los pobres, hasta el extremo de despojarse de sus vestiduras para vestirlos con ellas. Ordenóse de sacerdote y, después de su primera misa, se retiró a la soledad. Allí fue donde San Juan de Mata fue a buscarlo por inspiración divina, para trabajar con él en la fundación de la Orden de la Redención de los cautivos. La Santísima Virgen lo honró a menudo con sus visitas; un ángel le advirtió sobre la hora de su muerte, que acaeció el año 1212, a edad muy avanzada.

MEDITACIÓN
SOBRE LA IMITACIÓN
DE JESUCRISTO

   I. Jesús llevó una vida humilde y escondida en la casa de San José. La obediencia, la humildad y el amor a la soledad, tales fueron las virtudes con las cuales se preparó para la predicación del Evangelio;
tales son también las virtudes que debemos practicar siguiendo su ejemplo. Oh mi divino Maestro, ¿cómo amaría yo el retiro, la humildad y la obediencia? ¡Quisiera aparecer siempre con brillo, mandar siempre y nunca obedecer! ¿Es esto imitaros?

   II. Jesús salió de esta vida oculta para trabajar en la salvación de los hombres; pero los hombres le devolvieron mal por bien y lo cargaron de oprobios. Si quieres caminar por las huellas de Jesús, prepárate a recibir ultrajes de aquellos mismos por cuya salvación trabajes. No te quejes; no eres mejor que Jesucristo, ¡Él fue llevado a la muerte por aquéllos a quienes quería conducir al cielo! Cuando sufras, di con San Ignacio, mártir, cuando se vio encadenado: Ahora comienzo a convertirme en discípulo de Jesucristo.

   III. Mira, en fin, a Jesús en el Calvario: allí nos ha dado el último y más útil ejemplo de paciencia. Yo quiero contemplarte todo el resto de mi vida, oh Amor mío crucificado; ¿de qué habría de afligirme viéndote en la cruz? ¿qué habría de temer considerando que has muerto por mí? Si rehúsas los sufrimientos, ¿por qué desear el cielo? Dios castiga a todo hijo que destina a su reino; ¡ni siquiera ha perdonado a su Unigénito! (San Agustín).

La meditación de la Pasión 
por la conversión de los infieles.

ORACIÓN

   Oh Dios, que os habéis dignado llamar milagrosamente a San Félix, vuestro confesor, en su soledad para el santo empleo del rescate de los cautivos, haced benignamente que, libres por vuestra gracia de la servidumbre de nuestros pecados, lleguemos a la patria celestial.  Por J. C. N. S. Amén.

SERMÓN PARA LA DOMÍNICA 24 POST PENTECOSTÉS

VIGESIMOCUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Por tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue dicha por el profeta Daniel, está en el lugar santo, el que lee entienda. Entonces los que estén en la Judea, huyan a los montes. Y el que en el tejado, no descienda a tomar alguna cosa de su casa. Y el que en el campo, no vuelva a tomar su túnica. ¡Mas ay de las preñadas y de las que crían en aquellos días! Rogad, pues, que vuestra huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por los escogidos aquellos días serían abreviados.

Entonces si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí o allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y prodigios, de modo que, si puede ser, caigan en error aun los escogidos. Ved que os lo he dicho de antemano. Por lo cual si os dijeren: He aquí que está en el desierto, no salgáis; mirad que está en lo más retirado de la casa, no lo creáis. Porque como el relámpago sale del Oriente, y se deja ver hasta el Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre. Donde quiera que estuviese el cuerpo, allí se juntarán también las águilas.

Y luego después de la tribulación de aquellos días el sol se oscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán del cielo y las virtudes del cielo serán conmovidas:

Y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, y entonces plañirán todas las tribus de la tierra.

Y verán al Hijo del hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran poder y majestad.

Y enviará sus ángeles con trompetas y con grande voz: y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos, desde lo sumo de los cielos hasta los términos de ellos.

Aprended de la higuera una comparación: cuando sus ramos están ya tiernos, y las hojas han brotado, sabéis que está cerca el estío: pues del mismo modo, cuando vosotros viereis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas.

En verdad os digo, que no pasará esta generación, que no sucedan todas estas cosas: el cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.

Por caer tan tardíamente este año la Pascua, los Domingos después de Pentecostés se ven reducidos a veintitrés; pero como siempre el postrimero ha de ser el Vigesimocuarto, los textos de la Misa de hoy se toman de este último, y la Misa del Vigesimotercero ha sido anticipada el día de ayer.

Después del episodio del óbolo de la viuda, y saliendo ya del Templo para no volver más a él, los discípulos dirigen al Señor unas palabras para llamar su atención sobre la magnífica mole del templo herodiano. Jesús contesta afirmando solemnemente la destrucción de aquella maravillosa obra.

Fíjase la respuesta del Maestro en la mente de los discípulos; atraviesan todos la ciudad y el torrente Cedrón, ascienden por la ladera del Monte de los Olivos, camino de Betania, cuando al llegar a un punto en que se domina la ciudad y el Templo, siéntase Jesús, mientras sus discípulos aprovechan la oportunidad para escudriñar su pensamiento sobre la gran catástrofe que ha anunciado.

Entonces es cuando Jesús pronuncia el importantísimo Discurso o Sermón que vamos a comentar, el último de su vida, y que porque contiene la última palabra o la predicción de los últimos hechos, se llama escatológico.

Jesús pronunció en este Discurso una serie de oráculos relativos a la destrucción de la ciudad y del Templo de Jerusalén, a su segundo advenimiento y al fin del mundo; pero dejó en la penumbra la relación concreta entre los signos precursores y el hecho que deberán anunciar.

Una parte del contenido de este Discurso está oculta aún en los arcanos de la ciencia de Dios: no quiso revelárnoslo por su Hijo, para que también nosotros estemos en continua vigilancia; sólo quiso levantar el Señor una punta del velo que oculta los grandes acontecimientos de los últimos días de la humana historia.

Pero la parte de los vaticinios que se ha cumplido ya fidelísimamente, es garantía de que se cumplirán también los demás, con la fidelidad con que responden los hechos a la palabra de Dios: el cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán…

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El significado primero de Parusía es presencia, en contraposición de ausencia. De este significado se deriva el de presencia del que viene, venida, vuelta.

En los Papiros, desde el siglo III antes de Cristo, expresa un término técnico para designar la llegada de un Rey o Emperador a una ciudad con su recibimiento triunfal.

Este sentido último es el que estaba en uso en tiempo de Jesucristo y del Cristianismo naciente y nada tiene de extraño que los primeros cristianos se sirvieran de esta palabra como de la más indicada para designar la Segunda y Última Venida de Cristo, en poder y majestad.

Los Apóstoles no creían que la manifestación gloriosa de Cristo tendría lugar como el acto final de la historia del mundo.

Por eso, su pregunta versa directa y principalmente sobre la manifestación gloriosa de Cristo, en la que pensaban se originaría una profunda renovación religiosa y un comienzo de nuevos tiempos…

La respuesta de Jesús a la pregunta de los Apóstoles constituye el gran Discurso o Sermón escatológico.

La idea central es la misma que la parte principal de la pregunta: La Parusía.

En torno a ella gira todo el Discurso, que no viene a ser otra cosa que una historia del Reino de Dios en la tierra hasta la Parusía de Cristo Nuestro Señor, para su congregación definitiva y la entrega al Padre.

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A la terribilidad de los signos precursores del Advenimiento del Hijo del hombre seguirá la magnificencia de su Parusía.

En medio del universal terror y expectación, verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad y gloria. Es ello una alusión a la profecía de Daniel: Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.

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Y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, y entonces plañirán todas las tribus de la tierra. Y verán al Hijo del hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran poder y majestad.

La descripción de la Venida del Hijo del hombre, es igual en los tres Evangelistas. Nuestro Señor Jesucristo vendrá sobre las nubes, como Dios, Rey y Señor del Universo; con gran poder y majestad; no como en su vida mortal.

San Mateo nos ha conservado en esta parte referente a la Manifestación gloriosa del Hijo del hombre, dos rasgos propios: La aparición de la señal del Hijo del hombre en el cielo y la compunción de las tribus de la tierra.

Mucho han discutido los intérpretes sobre qué será y a qué se referirá la señal del Hijo del hombre en el cielo.

Aparecerá la Santa Cruz, señal de Cristo por antonomasia, instrumento de la redención, que así será glorificada para gozo de los justos y terror de los réprobos, apareciendo luminosa en las regiones superiores, substituyendo su luz a la de los astros en tinieblas.

La común opinión de los Padres de la Iglesia creyó siempre que esta señal de Cristo es la Cruz, que vendrá en el aire precediéndolo, porque es su estandarte, el símbolo de su victoria: Vexilla regis prodeunt, fulget crucis mysterium…

La Iglesia hace suya esta interpretación, que tiene en su favor el gran peso de la Tradición, en la fiesta de la Invención de la Santa Cruz.

La Liturgia canta en el Oficio de la Santa Cruz: Hoc signum Crucis erit in cælo, cum Dominus ad judicandum venerit… Este signo de la Cruz estará en el cielo, cuando el Señor venga para juzgar…

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En estas palabras del Señor se encierra una manifiesta alusión al signum de cælo a que Escribas, Fariseos y Saduceos apelaban en son de triunfo e imposición durante la vida pública del Maestro: Se acercaron los fariseos y saduceos y, para ponerle a prueba, le pidieron que les mostrase una señal del cielo. (Mt 12, 38-42; 16, 1-2; 16, 4; Mc 8, 11-12; Lc 11, 16; 11, 29-32).

No deja de ser verosímil que para mayor confusión de los enemigos de Cristo, se convierta ésta en la señal del cielo por ellos exigida.

Jesús no había de someterse a sus ridículas pretensiones. Era El Hijo del hombre, El Siervo de Yahvé, cuya misión y modo de llevarla a cabo estaba profetizado en el Antiguo Testamento. Sus milagros no habían de ser otros que los vaticinados o figurados en la Ley y los Profetas.

Dios ha escogido un plan divino de libertad y de mérito en que es necesario el homenaje del hombre a la Fe.

Llegará empero un día en que, puesto por el Padre fin a la obra de la Redención, aparecerá Cristo en el cielo, ya no como humilde Siervo de Yahvé, cuya misión habrá terminado, sino como Dios; como quien ha sido constituido por el Padre, en premio a su humillación redentora, Señor del Universo y Juez Supremo del mundo, ante cuyo acatamiento han de doblar la rodilla el cielo, la tierra y los infiernos, y toda lengua ha de confesarle por Rey, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Al verle aparecer con tal poder y majestad imponente, se compungirán todas las tribus de la tierra.

Es el Señor que, recibido su Reino, viene a pedir cuentas a sus súbditos.

Quienes principalmente se verán confundidos, serán sus enemigos: los que le odiaban y no quisieron que reinara sobre ellos; los que al prometerles la señal del cielo tuvieron su profecía por blasfema bravata, digna de muerte.

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Descrita en los versículos anteriores la Parusía del Hijo del hombre, pasa San Mateo a describirnos la finalidad de la Segunda Venida de Cristo: La reunión de los elegidos o La congregación del Reino de Dios, que manifiesta claramente la divina Realeza del Hijo del hombre.

Aparece rodeado de su corte, sus ministros, los Ángeles; a quienes envía a congregar a sus elegidos, los hijos del Reino, a toque de trompeta de clamoroso y penetrante sonido.

Este detalle de la trompeta es una imagen que debe su origen a la costumbre de convocar a reunión a son de tubas; y es aptísima para este lugar, puesto que trae a la memoria la gran congregación figurativa del pueblo de Israel; la convocación militar para las batallas; y la majestad de Dios, aparecida en el Sinaí.

La reunión del último día será la más solemne de cuantas jamás han existido, en la que aparecerá la majestad divina a convocar a los justos para el eterno jubileo, decretando a la vez el castigo sin fin de los malvados.

La trompeta se dice que será de sonido estruendoso, porque ha de convocar a todos los elegidos, aun a aquellos que duermen el sueño de la muerte.

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Del mismo modo, cuando vosotros viereis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas.

¿A qué se refiere el Señor cuando dice todo esto? ¿Qué es lo que estará entonces cerca, a las puertas?

Obviamente, parece que ha de ser todo lo profetizado anteriormente, y lo cercano es el fin, la Venida del Hijo del hombre, su Parusía, y el Reino de Dios, como lo indica San Lucas.

Así lo entendieron generalmente los Santos Padres y Comentaristas antiguos.

La expresión Reino de Dios, que trae San Lucas, ha de entenderse aquí en su fase definitiva, es decir, la congregación de los elegidos, finalidad de la Parusía.

Si se tratase de la dilatación del Reino de Dios, ¿a qué vendría el decir el Reino de Dios estará cerca, cuando el mismo San Lucas había dicho ya que el Reino de Dios había llegado y se anunciaba ya como presente desde la predicación del Bautista?

No hay que perder nunca de vista que el tema principal del Discurso escatológico, alrededor del cual gira todo él, es la Parusía en sus relaciones con el Reino de Dios.

No se trata de dos temas independientes y de parecido valor, la ruina de Jerusalén y el fin del mundo, sino de uno central solamente.

Terminado propiamente el Discurso, el Señor parece como volver sobre sus pasos a dar una respuesta a las preguntas de los Apóstoles, no en lo que pudieran tener de ambición o curiosidad, sino en lo que tienen de útil para regular su conducta y la de los futuros fieles, en espera de la Parusía de su Maestro.

Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas…

¿Qué cosa?

Algo bueno, sin duda…

La Parusía, el Reino de Dios de que nos habla San Lucas, la congregación de los elegidos…

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Del análisis exegético del Sermón escatológico se deduce, pues, que la idea central, que late en todo él, el tema principal, que se va desarrollando en todas sus partes, es el del Reino de Dios.

Si se considera detenidamente la pregunta de los Apóstoles, que origina este discurso, y sobre todo si se la examina a la luz de la respuesta del Señor, se verá que el Reino de Dios es su tema central.

Claro está que el Reino de Dios en la mente de los Apóstoles no tenía su verdadera significación. Imbuidos de falsas ideas mesiánicas, soñaban con una manifestación gloriosa de Cristo, que daría comienzo al Reino de Dios, consistente en un nuevo e inusitado esplendor de la Antigua Teocracia.

Pero allí está el Maestro, que todo lo sabe, para poner las cosas en su punto.

De este modo, vemos cómo la misma Parusía se subordina al Reino de Dios, pues tendrá como fin su congregación definitiva.

El Discurso escatológico no viene a ser sino una página, la más sintética y grandiosa, del Evangelio del Reino: la historia del Reino de Dios vista y expuesta proféticamente.

Los Apóstoles parecían soñar con una gloriosa restauración de la Antigua Teocracia, y el Señor les expone la cruda realidad de este punto: impenitentes y rebeldes a la última gracia, las autoridades y la mayoría del Pueblo, la Antigua Teocracia, vacía ya de sentido desde la Muerte y Resurrección de Cristo, se derrumbaría irremisiblemente.

La Parusía de Cristo no tiene otro fin que la reunión de los elegidos: El Reino Eterno de Dios, para entregarlo en manos del Padre a fin de que sea Él todo en todos.

El Maestro, que ha ido desvaneciendo a través del Discurso las vanas ilusiones de sus Apóstoles respecto de su misión y de los destinos gloriosos del pueblo judío, poniendo ante sus ojos el panorama de la realidad dolorosa de la lucha del Reino de Dios en la tierra, iluminado, es verdad, con el triunfo rotundo de la Parusía, explica por último la intima relación que media entre ambos extremos, respondiendo a las preguntas de sus Discípulos, tomadas en su sentido real y verdadero.

La Parusía (parte gloriosa del Reino) no tendrá otra señal que el cumplimiento de todo lo predicho: el triunfo en medio del sufrimiento, la consumación de la Obra de la Redención en lucha sin cuartel contra los violentos ataques del Enemigo, la victoria de la Cruz…

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El Reino es el plan divino sobre el hombre. El enemigo tendrá fuerza, sí, para oponerse al Reino. Le declarará guerra sin cuartel; procurará sofocarle en su nacimiento, extinguirle, anonadarle, desnaturalizarle o mitificarle…, pero todos sus conatos serán inútiles.

El Señor se ha propuesto derrotarle con sus propias armas; y Satanás está condenado a ir viendo, en lo que creía su triunfo, una contribución al triunfo del Reino y a su irremisible derrota.

Así ha de ser en efecto; porque ¿qué podrán todos los asaltos de Satán contra los designios del Omnipotente? ¿Podría, acaso toda su descendencia hacer desaparecer el cielo y la tierra? Pues mucho más estable es el Reino de la Mujer y de su Descendencia… Enemistades pondré entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y su descendencia…

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En definitiva, el Sermón escatológico ha de ser considerado como el más grandioso y trascendental Discurso del Reino de Dios.

En él se nos describe toda la obra de la Redención: la historia, a rasgos proféticos, del Reino de Dios en el mundo, desde el anuncio del combate en el Génesis, hasta el punto inicial de su existencia ultraterrena, definitiva y eterna.

El Reino de Dios no puede tener otras señales de su consumación que las que indican el cumplimiento de la obra redentora.

El mundo mismo no tiene otro objeto que servir al plan divino de la comunicación de la Vida sobrenatural.

Cuando este Plan llegue a su cumplimiento, el mundo dejará de existir.

¿Cuándo precisamente llegará a su cumplimiento? Sólo Dios lo sabe.

Del Plan divino no se nos ha concedido saber sino lo que toca a nuestro aprovechamiento: la libre colaboración u aposición, y el triunfo seguro, para que el último día seamos inexcusables…

Y entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo… Y verán al Hijo del hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran poder y majestad.