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PEQUEÑO COMPENDIO DE MEDITACIONES


MEDITACIÓN
 NUESTRA VIDA ES UNA
PEREGRINACIÓN

   I. El cielo es nuestra patria; el mundo, el lugar de nuestra peregrinación o, más bien, de nuestro destierro. No hacemos sino pasar por este mundo, como un viajero por una posada; después de nuestra muerte en él ya no se piensa en nosotros. ¿Por qué, pues, amamos tanto este exilio? ¿Por qué tenemos tan poco amor por nuestra patria? ¿Piensas con frecuencia en el cielo, donde Dios, que es tu Padre, te espera? Cada día prepárate para la muerte, que es donde acaba el camino de esta vida.

   II. Un viajero no se recarga de cosas inútiles, no levanta casa en los lugares por donde pasa, no se afana por ser en ellos tenido por liberal y magnífico. Las riquezas y los honores te embarazan y te retrasan. ¿Por qué te esfuerzas en brillar en esta vida? En el cielo es donde debes edificar morada y juntar tesoros, porque allí es donde habitarás eternamente. El hombre es tanto más feliz en esta vida cuanto más se aliviana por la pobreza y no gime bajo la carga de las riquezas. (Minucio Félix).

   III. Ni los lugares más agradables retienen al viajero; su patria lo atrae con tal encanto que todo lo demás no hace sino aumentar su nostalgia. ¿Por qué te detienes en los placeres de esta vida? Piensa en los del cielo. Si Dios te envía aflicciones, es para que el mundo no te seduzca con sus encantos falaces. Sírvete del mundo, pero no te dejes encadenar por él. La vida es un hospedaje: entraste en él sólo por un momento y para partir. (San Agustín).



MEDITACIÓN
CÓMO DEBEN USARSE
LAS GRACIAS DE DIOS

   I. Dios da a todos los hombres gracias suficientes para salvarse, si ellos quieren aprovecharlas; pero los cristianos reciben muchas más que los otros. Agradece a Dios estas gracias, sobre todo la de tu vocación al cristianismo, que es la fuente de gran número de otras, Y sabe que serás castigado más severamente que los paganos, si no sacas provecho de las gracias que Dios te concede tan generosamente. Tanto más graves son nuestros pecados cuanto mds abundantes fueron en nosotros las gracias. (San Cesáreo).

   II. Abúsase de la gracia cuando se resiste a sus inspiraciones, se aplaza el obedecerla, o se rehúsa escuchar lo que nos dice en el fondo del corazón. Escucha la voz de Dios que te habla; para oírla, huye del ruido del mundo, calma las tempestades que las pasiones excitan en tu alma, obedece sin tardanza. Camina mientras tienes luz y no remitas tu conversión a la hora de la muerte.

   III. Recompensa de los que aprovechan las gracias de Dios es recibir otras mayores, como castigo de los que de ellas abusan es ser privados de las que les estaban destinadas. ¡Ten cuidado!, la gracia que desprecias será, acaso, causa de tu reprobación. No has querido trabajar por tu salvación cuando lo podías; vendrá la muerte y te quitará la posibilidad de hacer algo por tu alma. Justo castigo del pecado es no poder ya practicar la virtud después que se ha rehusado hacerlo cuando se podía. (San Agustín).



MEDITACIÓN SOBRE
 EL AMOR SENSUAL

   I. Debemos todos temer las tentaciones del demonio de la carne, pues toda edad, todo sexo, toda condición, ha experimentado sus ataques. ¿Eres más sabio que Salomón, más piadoso que David, más santo que el Apóstol de los gentiles? Fue San Pablo sometido a esta tentación, los otros dos sucumbieron en ella. Mantente, pues, en guardia. De todos los combates los más rudos son los de la castidad, la lucha es de todos los días, y la victoria rara. (San Agustín)

   II. Cierra la puerta de tu corazón a ese cruel tirano. Tus ojos, tus oídos son los traidores que le dan entrada en tu alma. Si te tomas la libertad de oír todo, de mirar todo, de leer toda clase de libros, muy pronto será asaltado por pensamientos deshonestos, y acaso, vencido. Haz un pacto con tus ojos, siguiendo el ejemplo del santo varón Job; no mires nada que te esté prohibido desear.

   III. Si eres atacado por el demonio de la impureza, recuerda que Jesucristo ha declarado que esta clase de demonio no puede ser ahuyentado sino por el ayuno y la oración. Castiga tu cuerpo con cilicio, ayuno y disciplina; invoca a Jesús y a su Santísima Madre. La castidad es un don de Dios, pídela al Señor; reconoce que sin Él no puedes adquirir esta virtud. Sobre todo, resiste a esta pasión en sus comienzos y huye de las ocasiones conforme al ejemplo de Santa Dimfne.



  MEDITACIÓN SOBRE 
EL FIN DEL HOMBRE

   I. No estamos en este mundo sino para amar a Dios, para honrarlo, y para alcanzar nuestra salvación. Examina con atención esta verdad; he ahí en lo que debes trabajar durante este año y durante toda tu vida; todos tus otros proyectos son inútiles, peligrosos o criminales. ¿Hasta ahora has empleado tu vida en buscar, honrar y amar a Dios? Examínate, humíllate, corrígete. Busquemos a Dios sincera y únicamente. El alma racional está creada a imagen de Dios: todas las creaturas pueden ocupar nuestra alma, pero sólo Dios es capaz de llenarla. (San Bernardo).

   II. Todas las creaturas son medios que Dios te ha dado para alcanzar tu fin. Las ha creado para que te sirvan, como te ha creado para que Le ames; sin embargo, consideras esas creaturas como tu último fin. ¿Acaso no parece que piensas que el oro y la plata, los placeres y los honores son los que deben darte la felicidad? Dejas a Dios por la creatura; te sirves de sus dones para ofenderlo; los medios que te había proporcionado para ir a Él, de Él te alejan.

   III. Debo, pues, en adelante, amar lo que me puede conducir a mi último fin. La observancia de los mandamientos de Dios y la práctica de las virtudes son los medios por los cuales lo alcanzaré. El pecado y el mal uso de las creaturas me alejarán de él. No es necesario que sea rico o dichoso en este mundo, siempre que gane el cielo. Preguntémonos, a menudo, a ejemplo de San Bernardo: ¿Para qué he venido a este mundo?


MEDITACIÓN SOBRE 
EL JUICIO PARTICULAR   

   I. Después de tu muerte darás cuenta de toda tu vida. Es lo que enseña el Evangelio. No lo dudas, puesto que eres cristiano. Pero, ¿comprendes bien que entraña esta verdad? Dios sabe todo lo que has hecho, lo que has dicho y lo que has pensado, aun lo más secreto: te pedirá cuenta sobre ello. ¡Ay! el momento de mi muerte, conoceré el estado en que ya debo permanecer eternamente. ¡Oh momento terrible! Pensemos en él, preparémonos para ese juicio.

   II. Es Dios quien nos juzga; es tan clarividente que nada escapa a su conocimiento; tan justo, que castigará severamente todas nuestras faltas; tan poderoso, que nadie puede sustraerse del rigor de su justicia. Toma medidas. ¿Qué le responderás? ¿Cómo excusarás tus pecados? ¡Ah, Señor, olvidaos de los desórdenes de mi vida pasada, para no acordaros ya sino de vuestra infinita misericordia!

   III. La sentencia que pronunciará este juez es inapelable; será ejecutada de inmediato. Ni las lágrimas, ni las dádivas, ni la privanza tienen poder ante Dios, para hacerlo revocar este funesto decreto, o para impedir su ejecución. Depende de mi única mente el prepararme la sentencia tal como la deseo; es preciso que sea mi acusador y mi juez, y que me castigue a mi mismo. Debo mantenerme preparado a dar cuenta de mi vida en cualquier momento. ¿Qué haré yo cuando Dios me juzgue? ¿Qué responderé cuando me interrogue? (Job).




MEDITACIÓN SOBRE 
LA GLORIA DEL PARAÍSO    

   I. En el cielo se posee a Dios, y, poseyéndolo, gózase de todos los bienes. Jamás estamos contentos en este valle de lágrimas; lo estaremos en la mansión de los Bienaventurados. Privémonos, pues, de estos placeres tan fugaces, tan poco capaces de satisfacernos, a fin de que gocemos de las delicias del cielo. Placeres, honores, riquezas, ¡cuán despreciables aparecéis para quien considera el cielo! ¡Ah, Señor, yo puedo conseguir esta dicha, pero no puedo concebir su inmensidad!

    II. En el cielo, encontrarás todo lo que deseas, y ya no volverás a hallar nada de lo que te disgusta. No más lágrimas, ni suspiros, ni dolores, ni tristezas. En esta vida no hay placer que no esté mezclado con amargura; allí habrá toda clase de bienes sin mezcla de mal alguno. ¡Es, pues, muy razonable que sufra algo para gozar de tantas delicias!

   III. ¿Cuánto durará ese estado de gloria? Toda una eternidad; y los santos tendrán la seguridad de que su felicidad es eterna. ¡Oh eternidad bienaventurada! ¡Qué no harían los cristianos para poseerte si te comprendiesen! Todo lo que es eterno es gran de, lo demás pequeño. Trabajemos para la eternidad y despreciaremos todos los bienes de esta vida. ¿Quién no sentirá que se desvanece su tristeza al pensar que, por un momento de prueba..., tendremos una eternidad de dicha? (San Gregario).


  MEDITACIÓN SOBRE 
LOS PRESENTES
DE LOS MAGOS 

   I. Los Magos ofrendaron mirra a Nuestro Señor, para honrar su humanidad. Jesús es Hombre, y lo es por amor nuestro, porque por amor nuestro tomó un cuerpo semejante al nuestro. Amémoslo, pues, y ofrendémosle nuestro cuerpo. Este cuerpo es vuestro, ¡oh Jesús mío!, disponed de él como os plazca, sano o enfermo, vivo o muerto. ¡Qué feliz sería si pudiese sufrir con Vos, para reinar un día también con Vos! Me habéis rescatado todo entero, a fin de poseerme todo entero. (San Agustín).

   II. Jesús es hombre, mas también es Rey. Por eso se le ofrenda oro. Es el dueño de nuestros bie nes, Él nos los dio; debemos servirnos de ellos para honrarlo, para engalanar sus altares, para socorrer a los pobres. Ve a Jesús en sus pobres, con la fe de los Magos que, contemplando en el pesebre a un niño pobre y abandonado, lo reconocieron como a su Rey y a su Dios. Si eres pobre, ofrece a Jesús tu pobreza; esta ofrenda le será más agradable que todos los tesoros de la tierra.

   III. Los Magos ofrecieron incienso a Jesús, y reconocieron así su Divinidad. El incienso que tú le debes presentar, es la oración que eleva a tu alma hasta Dios. Humíllate ante este Soberano, ofrécele todas las potencias de tu alma, adóralo, témelo. Acuérdate sobre todo que los Magos volvieron por otro camino; cambia de vida a ejemplo suyo, y después de haberte dado a Jesucristo, no te des más al mundo. Por el cambio de ruta, entendemos el cambio de vida. (Eusebio).





MEDITACIÓN SOBRE 
EL INFIERNO   

   I. El infierno es el lugar destinado para el castigo de los réprobos. Su mayor suplicio será no ver a Dios, lo que constituye la felicidad de los elegidos. Conocerán las perfecciones de Dios, desearán gozar de ellas, pero no podrán; y como Dios es la fuente de todo bien, ellos también serán privados de toda clase de bienes. No habrá ya para ellos ni alegría ni contento. Infeliz estado, ¿quién podría concebirte? La pérdida de un amigo, de un pariente, de un bien que amas, te hace gemir: ¿qué no producirá conocer el valor de Dios, y ser separado de Él para siempre?

   II. Padecerán todos los tormentos, imaginables e inimaginables: el hambre, la sed, las tinieblas, los espectros pavorosos, el fuego... El condenado será atormentado en todas las partes de su cuerpo, en todas las potencias de su alma. Cristiano afeminado, un dolor de muelas te hace gritar, no podrías mantener un dedo ni siquiera un momento en el fuego, ¿cómo soportarás esos suplicios que han merecido tus crímenes?

   III. Esos tormentos durarán toda la eternidad, sin consuelo, sin interrupción, sin esperanza. ¡Oh Dios! Cuán amargos resultarían los placeres de esta vida, y cuán agradables sus sufrimientos para quien comprendiese estas palabras: ¡sufrir eternamente! Eternidad, ¿se puede pensar en ti sin temblar, sin temer a Dios, sin despreciar al mundo ni desapegar se de él? ¡Eternidad! ¡Por un placer de un momento, una eternidad de suplicios! Somos insensatos o paganos, si el pensamiento de la eternidad no nos con mueve y nos convierte. ¿Quién de vosotros podrá habitar en las llamas eternas? (Isaías).



MEDITACIÓN SOBRE 
LOS DEBERES DEL CRISTIANO  

   I. Para ser cristiano, es preciso creer todo lo que la fe nos enseña. ¡Cuán pocos cristianos hay en el mundo! Nunca se cometería pecado mortal si firmemente se creyese que hay un Dios, un infierno y un paraíso. Ejercita, a menudo, tu fe acerca de estas grandes verdades. Acuérdate de ellas sobre todo cuan do el mundo te ofrezca sus placeres seductores, y nunca sucumbirás a sus tentaciones.

   II. Tus palabras deben ser fieles intérpretes de tu corazón, y nada debe salir de tu boca que no sea digno de un cristiano. ¿Sostienes la causa de Jesucristo contra los ataques de los impíos y de los libertinos? ¿Al oírte hablar, no se te tomaría más bien por un discípulo de Epicuro, por un orgulloso, por un avaro, que por un discípulo de Jesucristo? Pesa todas tus palabras antes de pronunciarlas. Rendirás cuenta a Dios aun de la menor palabra inútil. Ninguna digas que sea indigna de un cristiano, imitador de Jesucristo. 

    III. ¿Tus acciones están de acuerdo con la santidad de tu fe? Ser cristiano es vivir como Jesucristo, obrar como Él, sufrir como Él. Vana es tu fe si las buenas obras no la acompañan. Sin embargo, vives como un pagano y un infiel. ¿Se diría que Crees en el infierno, que esperas el paraíso, viendo la facilidad con que ofendes a Dios, y el amor que tienes a la tierra? Recuerda el hermoso pensamiento de San Malaquías: En vano soy cristiano si no imito a Jesucristo.



 MEDITACIÓN SOBRE LA NECESIDAD
DE TRABAJAR PARA SALVARSE

   I. Dios quiere que seas un predestinado. Es tan grande su amor por los hombres, que quiere salvar a todos. Para esto les ha dado a su Hijo, para enseñarles el camino del cielo; para esto les ha dado sus mandamientos, ha establecido los sacramentos y les acuerda tantas gracias. ¡Cuán obligados estamos para con Vos, oh Bondad infinita, por tantos me dios de salvación como habéis puesto a nuestro alcance! ¿Has agradecido a Dios estos favores, los has aprovechado? ¿Cómo has trabajado hasta el presente en el negocio de tu salvación?

   II. Te puedes salvar, tienes entre manos la vida y la muerte, el paraíso y el infierno; tienes libertad; la gracia nunca te falta. ¡No depende sino de mí el ser eternamente feliz; mi salvación depende de mis esfuerzos durante esta vida, y dejo yo correr inútil mente el tiempo que Dios me ha dado para que trabaje por ella! Puesto que mi salvación está en mi poder, y puesto que puedo, si quiero, ser amigo de Dios, ¿por qué no lo seré desde ahora?

    III. No quieres conseguir tu salvación, ahora que lo puedes; tal vez llegue el dia en que querrás hacerlo, pero, ¡ay!, ya no será tiempo. No, no quieres salvarte, pues desprecias los medios que se te dan para salvarte, y rehúsas renunciar a tus placeres. Servir al mismo tiempo a Dios y al mundo es algo imposible. Trabaja pues en tu salvación, mientras tienes tiempo todavía; camina mientras tienes luz, no sea que te sorprendan las tinieblas (Jesucristo).




  MEDITACIÓN SOBRE 
EL PECADO    

   I. El pecado es el mayor mal del hombre, por que lo priva de la posesión de Dios, que es su soberano Bien; le arrebata la gracia que lo hacía hijo de Dios y lo hace objeto de su venganza por toda la eternidad. ¿Pensamos en estas verdades cuando tenemos tentación de cometer un pecado mortal, que ha causado todos esos males a los demonios y a los condenados? ¿Dónde estaría yo. oh Dios mío, si me hubieseis sacado de este mundo después de pecar? ¡Cuántas veces me habríais justamente condenado, si lo hubieseis querido! No lo habéis querido, porque amáis a las almas y olvidáis los pecados cuando se hace penitencia por ellos.

   II. El único pecado de Adán ha causado todos los males que padecemos en esta vida. Las enfermedades, el trastorno de las estaciones, la ignorancia, el dolor y la muerte son los tristes efectos del pecado. ¡Ah! si Dios ha castigado, si castiga todavía hoy tan severamente un pecado tan leve en apariencia, ¿qué suplicios no reservará a mis faltas, en el otro mundo? Si en el tiempo de su misericordia es tan riguroso, ¿qué no hará cuando llegue el tiempo de su cólera y de su justicia?

   III. ¿Qué pecados has cometido durante tu vida? Repásalos en la memoria, pide perdón a Dios por ellos y haz rigurosa penitencia. Estás seguro de que tus pe cados te han merecido el infierno, pero no sabes si tu penitencia los ha borrado. Este pensamiento es capaz de hacerte temblar, seas quien seas. Toma la resolución de morir antes que pecar.  



MEDITACIÓN
LOS PECADORES CRUCIFICAN
DE NUEVO A JESUCRISTO   

   I. Jesús ha sufrido una vez en el Calvario por nuestros pecados. No acusemos ni a Judas ni a Caifás ni al pueblo judío ni a Pilatos de haberlo hecho morir, sin pensar que también nosotros somos los autores de su muerte; nuestros crímenes son los que lo clavaron en la cruz. ¡Ah, Jesús!, ¿cómo podré verte morir en un cadalso para expiar mis pecados, sin amarre y sin llorar mis prolongados extravíos?

   II. No sólo una vez he sido la causa de tu muerte en el Calvario, sino que renuevo esta causa cada vez que cometo pecado mortal. Alma mía, ¿no son ya bastantes los dolores que Jesús ha soportado? ¿debo renovar su causa para quedar bien con un amigo, para satisfacer una pasión, para gozar de un placer transitorio?

   III. Jesús fue crucificado en el Calvario una vez y por los judíos que no lo conocían; todos los días, en todo el mundo, hay cristianos, a quienes ha rescatado al precio de su sangre, que renuevan la causa de su suplicio. Nada escatima Jesús para apartarnos del pecado; ¡y nosotros continuamos ofendiéndolo! Escucha, pecador, los reproches que te dirige el divino Salvador: ¿Por qué, con tus pecados, me clavas a una cruz más cruel que aquélla a la que se me clavó hace tiempo? (San Agustín).



MEDITACIÓN
SOBRE LOS SUFRIMIENTOS

   I. Pecador, es preciso sufrir en esta vida para no sufrir en la otra; es menester que borres tus delitos con tus trabajos, tus lágrimas y tu sangre: no hay otro medio para que vuelvas a gozar del favor de Dios. Él te envía sufrimientos: recíbelos como remedios para las enfermedades de tu alma. Siempre quieres pecar, y no quieres hacer penitencia: ten cuidado, te encuentras en un estado peligroso. Es necesario satisfacer a Dios en este mundo o en el otro. Elige.

   II. Pecadores convertidos, que habéis tenido la felicidad de reconciliaros con Dios, no os creáis que ya podéis dejar de llorar vuestros pecados y cesar de sufrir para borrarlos. Aun cuando se os hubiera re velado, como a Magdalena, que vuestros pecados han sido perdonados, menester sería, sin embargo, hacer como ella penitencia, todo el resto de vuestros días. Temblad, llorad siempre, pues no sabéis si sois dig nos de odio o de amor de Dios. Aunque no hubierais cometido sino un solo pecado, sería suficiente como para obligaros a llorar eternamente.

   III. Almas santas que aspiráis a la perfección, aun cuando fueseis arrebatadas todos los días hasta el tercer cielo, como San Pablo, no os creáis por eso dispensadas de hacer penitencia. Vuestras contemplaciones haríanse sospechosas, si no van acompaña das del amor a los sufrimientos. Si amáis sólida mente a Jesús, querréis asemejaras a Él sufriendo con Él. Tendréis motivo para esperar la gloria de Jesucristo, si participáis en los dolores de su pasión.



  MEDITACIÓN
SOBRE LA SANTIDAD
QUE DIOS NOS PIDE

   I. Dios quiere que todos los hombres sean san tos. Para eso los ha creado; para eso Jesucristo se encarnó. Todos poseen los medios y las gracias ne cesarias para alcanzar este fin, y, cuando somos fieles a las gracias que recibimos, Dios nos prepara otras más grandes. Pero, ¡ay! en vano será que Dios pro digue todas sus gracias para que seamos santos, si nosotros, por nuestra parte, no trabajamos para con quistar la santidad. ¿Quieres en verdad ser santo? Si lo quieres, lo serás. Nada gana Dios con tu san tificación, ello no lo hace más feliz; es asunto nuestro: de él depende nuestra eternidad feliz. ¿Qué has hecho hasta aquí, y qué has resuelto hacer en lo porvenir, para llegar a ser santo?

   II. Dios no pide que todos los hombres traba jen en su santificación de la misma manera: Él tiene mil caminos diferentes para conducir a sus elegidos a la gloria. Hay santos de todas las condiciones; consiaera el estado de vida en el que estás colocado, cumple dignamente todos sus deberes: es la santidad a la que Dios te llama. El anacoreta no debe, para santificarse, vivir como el hombre de mundo, ni éste como el anacoreta. Mira si imitas a los santos que han vivido en un estado de vida semejante al tuyo.

   III. El que busca y aprovecha todas las ocasio nes para santificarse en el género de vida que ha elegido, ése ha dado con el camino más corto que lleva a la perfección. ¿Aprovechas esas ocasiones? ¿Cuántas vehementes inspiraciones no deja Dios de enviarte para atraerte? ¿Qué no hace para desapegar tu corazón del amor a las creaturas? ¿Qué te impide elevarte a Él? ¡Ah! ¡Los primeros cristianos han vencido a los tiranos, y, a pesar de los suplicios, han obtenido la corona de la santidad; y a nosotros el apego que tenemos a los placeres de esta vida nos impide llegar a ser santos! Ellos han luchado contra la atrocidad de los tormentos: luchemos, nosotros, contra las dulzuras de los placeres. (San Eusebio de Émeso).


  MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA HUMANA   

   I. ¿Qué cosa es la vida humana? Es, dice el apóstol Santiago, un vapor que, casi al mismo tiem po, aparece y desaparece. ¡Qué corta es esta vida! Apenas comenzamos a vivir es menester, ya, pensar en morir. ¡Qué insegura es! No sabemos cuándo concluirá. Mas, ¡cuán llena está de miserias! ¿Puedes decir con verdad que has vivido un día siquiera sin disgusto? Sin embargo, amamos esta vida tan miserable, y tememos la muerte que debe abrirnos el paraíso: es que nuestra fe no es lo bastante viva.

   II. Nuestra vida no debe ser considerada en sí misma solamente; debe, además, considerarse como un tránsito a la eternidad. No vivimos para siempre, sino para morir un día, y para merecer el cielo. En lo único en que debemos emplear el tiempo de nuestra vida es, pues, en trabajar para merecer, después de ella, una eternidad feliz. Examinemos en particular todas nuestras acciones. ¡Ay! ¡Trabajamos en hacer fortuna, en consolidar nuestra reputación en esta tierra, como si debiéramos vivir en ella eterna mente!

   III. Pronto terminará esta vida, y comenzará la eternidad, para ser recompensados o castigados, según el buen o mal uso que hayamos hecho de ella. ¡Tan poco tiempo tenemos para merecer una eternidad de dicha, y lo empleamos en otras cosas! No sabemos cuánto durará este tiempo; trabajemos, pues, seriamente. ¿Qué no se sufre para prolongar algunos instantes una vida miserable? ¡Y nada se quiere soportar para merecer una vida eterna y bienaventurada!


  MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA DE SAN PABLO

   I. San Pablo, al ver a los perseguidores atacar la fe y la virtud de los cristianos mediante el cebo de los placeres, buscó en la soledad un abrigo contra la tentación. ¿Amas la pureza? ¿Quieres, a imitación de San Pablo, conservar esta bella virtud? Huye de las ocasiones. En esta clase de combates la huida asegura la victoria.

   II. Aunque no fuese designio de Pablo el permanecer en la soledad, fue el de Dios el mantenerlo en ella. Tantas dulzuras hízole gustar en ese desierto, que desde entonces despreció el mundo y sus placeres. Alma tímida, ¿qué temes tú? Dios te llama, quiere desasirte del mundo; prueba, ensaya cuán suave es pertenecerle totalmente. Las dificultades se desvanecerán desde que pongas manos a la obra. No perderás tus placeres, sino que los trocarás en una alegría más sólida y más santa.

   III. San Pablo permaneció en esta terrible soledad durante ochenta años, sin ver a nadie, excepto a San Antonio, que, inspirado de lo alto, lo fue a visitar. Tú comienzas con fervor, pero este fervor es sola mente fuego de paja que se extingue en un instante. Ánimo, continúa; la eternidad bienaventurada que esperas, el Dios a quien sirves, valen la pena de que perseveres en la virtud durante los pocos años que te quedan de vida.


MEDITACIÓN
SOBRE LA CORRUPCIÓN
DEL MUNDO   

   I. La vanidad reina en el mundo; se quiere figurar o elevarse por sobre los demás. Esta vanidad se manifiesta en las palabras, en los actos, en las casas, en el vestir, y muy a menudo se la encuentra aun en las prácticas más santas de la religión. ¡Oh mundo, cuán henchido estás de orgullo! Se ve claramente que Satanás es tu señor, y que Jesucristo está ausente de tus máximas y de tus acciones. ¿Se pueden amar los vanos honores considerando a Dios que nace desconocido y que muere oprobiosamente en una cruz?

   II. La voluptuosidad es un vicio tan común en el mundo, que parece que la mayoría de las profesiones que se ejercen en él, no tienen otro objeto que el de satisfacerla. Inficiona todas las edades, todos los sexos, todas las condiciones. ¿Cómo resistir a esta corrupción universal? ¡Ah! más bien huye lo antes posible; retírate de Sodoma, no suceda que te veas envuelto en su ruina. Si no puedes abandonar el mundo, declara sin embargo que eres enemigo del mundo y de sus placeres.

   III. La sed de riquezas es el tirano del mundo; por él trabájase noche y día, sacrificase la tranquilidad, el honor, la salud, la vida, la salvación. En una palabra, el oro es el dios del mundo; empero, para entrar al cielo es menester ser pobre, si no de hecho por lo menos por el desasimiento de las riquezas. ¿Qué amor tienes por la pobreza, que Jesucristo amó tanto? Considera como cruz lo que el mundo ama, y adhiérete con toda la fuerza de tu amor a lo que el mundo considera como cruz. (San Bernardo).



MEDITACIÓN
SOBRE LA CONSTANCIA
EN NUESTRAS SANTAS EMPRESAS  

   I. El que quiera obtener recompensa por sus trabajos debe perseverar hasta el fin. Es preciso domeñar la inconstancia de nuestra alma respecto de Dios, y observar religiosamente todo lo que le hemos prometido. Dios es inmutable, sus servidores no deben ser inconstantes. Él quiere darse a nosotros durante toda la eternidad, ¿no es justo, pues, que nosotros permanezcamos constantemente dedicados a su servicio durante el tiempo tan corto de nuestra vida? Después de todo, no podemos pretender agradar a Dios con nuestra virtud, si sólo somos virtuosos por arranques, por capricho, y cuando nos plazca.

   II. Nada debemos emprender, ni siquiera por la gloria de Dios, sin haber previsto todas sus consecuencias; pero, una vez tomada la resolución nada debe impedimos que ejecutemos lo que nos propusimos para su gloria. Ni el temor a los sufrimientos, ni el amor a los placeres, ni las burlas de los hombres deben desanimarnos. Los mártires persistieron en la confesión de Jesucristo a pesar de las amenazas de los tiranos; los santos penitentes perseveraron en sus austeridades no obstante la rebeldía de la carne y las tentaciones del demonio.

   III. Cuando se trata de hacer fortuna o de adquirir renombre no retrocedemos ante sacrificio alguno; ¡flaquea nuestro corazón, oh Dios mío, sólo cuando se trata de serviros a vos! Los herejes y los impíos perseveran tan obstinadamente ultrajándoos, ¿no es justo que nosotros seamos constantes sirviéndoos? Jamás nos cansaremos de trabajar para el cielo si consideramos la brevedad de nuestra vida, la in certidumbre del momento de nuestra muerte, la grandeza de los suplicios del infierno y de las recompensas del paraíso. Mantengamos nuestro valor con es tos grandes pensamientos, como se incita el servidor a soportar la fatiga pensando en la retribución que se le ha prometido. El pensamiento de la recompensa hace ligero al hombre el peso del trabajo. (San Gregorio).




MEDITACIÓN
SOBRE LA CONSTANCIA
EN NUESTRAS SANTAS EMPRESAS  

   I. El que quiera obtener recompensa por sus trabajos debe perseverar hasta el fin. Es preciso domeñar la inconstancia de nuestra alma respecto de Dios, y observar religiosamente todo lo que le hemos prometido. Dios es inmutable, sus servidores no deben ser inconstantes. Él quiere darse a nosotros durante toda la eternidad, ¿no es justo, pues, que nosotros permanezcamos constantemente dedicados a su servicio durante el tiempo tan corto de nuestra vida? Después de todo, no podemos pretender agradar a Dios con nuestra virtud, si sólo somos virtuosos por arranques, por capricho, y cuando nos plazca.

   II. Nada debemos emprender, ni siquiera por la gloria de Dios, sin haber previsto todas sus consecuencias; pero, una vez tomada la resolución nada debe impedimos que ejecutemos lo que nos propusimos para su gloria. Ni el temor a los sufrimientos, ni el amor a los placeres, ni las burlas de los hombres deben desanimarnos. Los mártires persistieron en la confesión de Jesucristo a pesar de las amenazas de los tiranos; los santos penitentes perseveraron en sus austeridades no obstante la rebeldía de la carne y las tentaciones del demonio.

   III. Cuando se trata de hacer fortuna o de adquirir renombre no retrocedemos ante sacrificio alguno; ¡flaquea nuestro corazón, oh Dios mío, sólo cuando se trata de serviros a vos! Los herejes y los impíos perseveran tan obstinadamente ultrajándoos, ¿no es justo que nosotros seamos constantes sirviéndoos? Jamás nos cansaremos de trabajar para el cielo si consideramos la brevedad de nuestra vida, la in certidumbre del momento de nuestra muerte, la grandeza de los suplicios del infierno y de las recompensas del paraíso. Mantengamos nuestro valor con es tos grandes pensamientos, como se incita el servidor a soportar la fatiga pensando en la retribución que se le ha prometido. El pensamiento de la recompensa hace ligero al hombre el peso del trabajo. (San Gregorio).



  


MEDITACIÓN
SOBRE LOS TRES MOTIVOS  
QUE DEBEN MOVERNOS A PACIENCIA   

   I. Es menester sufrir en este mundo, porque el sufrimiento es inevitable en esta vida. Somos hombres es decir, tenemos un cuerpo y un alma que nos proporcionarán una infinidad de ocasiones de ejercer la paciencia: nuestro cuerpo por sus flaquezas, nuestra alma por su ignorancia y sus pasiones. ¿Cómo sufres tú las incomodidades de esta vida? ¿No te impacientas? Recuerda que eres hombre, y que no está en tu poder el escapar a las tribulaciones.

   II. Somos pecadores y en calidad de tales debemos soportar pacientemente los sufrimientos, que son, por lo común, efectos de la justicia y de la cólera de Dios. ¡Ah! ¡cuán agradable te resultarán las cruces si consideras que has merecido el infierno! ¡Dios mío, hiéreme, castígame en esta vida, con tal que me perdones en la otra! (San Agustín).

   III. Eres cristiano y debes vivir la vida de Jesucristo, vale decir, continuar su pasión en tu cuerpo. He ahí a lo que te obliga tu bautismo. ¿Has reflexionado en las distintas razones que tienes para soportar pacientemente tus penas? ¿Habría algo capaz de afligirte si estuvieras realmente persuadido de estas verdades? Puesto que es preciso sufrir necesariamente en este mundo, suframos con paciencia, suframos con alegría, para hacernos dignos de nuestro título de cristiano.



MEDITACIÓN
NUESTRA VIDA
ES UNA NAVEGAClÓN   

   I. El mundo es como un dilatado mar, nuestra vida es su travesía. Para arribar felizmente al puerto, es menester imitar a los pilotos, que ni miran el mar, ni la tierra, sino solamente el cielo. Así, durante todo el curso de tu vida, dirige tus miradas hacia lo alto: no consideres sino el cielo. Que tu amor y tu esperanza estén en el cielo: pídele valor, espera de él tu recompensa; que tu esperanza toda provenga de lo alto. (San Agustín).

   II. Se está expuesto en el mar a las calmas y las tempestades, a los escollos, a los piratas y a otros mil peligros; pero se los evita, ora por la pe ricia del piloto, ora por los socorros del cielo. Nuestra vida es una mezcla de bienes y de males, de alegrías y de tristezas; tiene sus momentos de calma y sus días de tempestad; el demonio, nuestros enemigos, la carne, las pasiones, son para nuestra alma como rocas y escollos; los evitaremos sin embargo si imploramos el auxilio de Dios, y si seguimos los consejos de un director espiritual prudente y sabio.

   III. La muerte es el puerto a que debemos arribar. A veces la nave naufraga en el puerto, otras da con playas cuyos habitantes son más peligrosos que los escollos y tempestades. ¡Ay! estamos en esta mar sin saber a ciencia cierta a qué puerto arribaremos; sin embargo, vivamos bien y no temeremos la muerte. Aquél que no quiere ir a Jesús, ése sólo debe temer la muerte. (San Cipriano).





MEDITACIÓN
SOBRE LOS TRES EFECTOS
DEL CELO POR LAS ALMAS   

   I. Aunque no todos los cristianos sean apóstoles, deben con todo tener celo por la salvación del prójimo(1). Pero a fin de que ese celo esté bien ordenado, cada uno debe comenzar por convertirse a sí mismo. Tú tienes celo por la conversión de tus parientes, de tus amigos, de tus servidores; les adviertes caritativamente sus faltas; este celo es digno de alabanza, pero, si no te adviertes a ti mismo, es in discreto; mira si no tienes los defectos que reprochas a los demás.

   II. Contribuye todo lo que puedas, con tus pa labras, a la salvación de los demás. Jesucristo no tuvo a menos conversar con los niñitos, ni con la Samaritana, para mostrarles el camino del cielo. Una buena palabra que digas a ese pariente, a ese amigo, a ese servidor, ganará su alma para Dios. Jesucristo ha derramado toda su sangre para rescatar esa alma, ¿y tú no quieres decir una palabra para impedir que se condene? ¿Dónde está tu caridad?

   III. ¿Quieres ser un verdadero apóstol? Predica con tus actos. Lleva una vida ejemplar, más con moverás cuando te vean, que oyendo al más famoso de los predicadores; tu modestia detendrá aun a los más libertinos. ¿Cuántas ocasiones de trabajar por el prójimo dejas escapar? Es seguro, dice San Gregorio, que Dios te pedirá cuenta del alma de tu prójimo, si descuidas trabajar en su salvación en la medida en que lo puedas.



MEDITACIÓN
SOBRE LA CONVERSIÓN
DE SAN PABLO   

   I. Dios llama a San Pablo derribándolo por tierra y elevándolo hasta el tercer cielo. Ya no ve a las creaturas pues ha visto a Dios. ¿Quieres convertirte? Escucha la voz de Dios que te habla; cuando te arrebata tus placeres, tus parientes, tus amigos, son rayos que recibes que te advierten cierres los ojos a las cosas de este mundo y eleves tu mirada hacia los cielos. Cuántas veces ha dicho Jesucristo en el fondo de tu corazón: "¡Desventurado! ¿por qué me persigues?"

   II. San Pablo escucha la voz de Dios, y le responde: Señor, ¿quién eres tú? Examina las inspiraciones que sientes. ¿Son de Dios? ¿Es la voz de la vanidad o la de Jesucristo la que te llama a esta obra al parecer tan santa? Desde que hayas reconocido la voz de Jesucristo, dile con San Pablo: "Señor, ¿qué quieres que haga?"

   III. San Pablo ejecuta con prontitud aquello que se le manda. Escucha Ananías, recibe el bautismo e, inmediatamente, da testimonio de Aquél que lo ha llamado de las tinieblas a la luz. ¿Quieres tener éxito en tu conversión? No te demores, vete a buscar un prudente y sabio director espiritual; él será el intérprete de la voluntad de Dios. No tardes, alma mía, en convertirte al Señor, ni lo difieras de día en día. (Eclesiástico).






MEDITACIÓN
SOBRE LA JUSTICIA  

   I. Da a Dios lo que le debes: obediencia como a tu soberano, amor y reconocimiento como a tu padre y bienhechor. ¿De quién has recibido más y de quién esperas más? Es pues muy justo que lo ames sobre todas las cosas, y que pierdas tus riquezas, tus honores y tu vida antes que ofenderlo. ¿Cómo te conduces con Dios? Si no le tributas los deberes que la justicia te impone, un día experimentarás los terribles efectos de su cólera. ¡Ah! Señor, no entres a juicio con tu siervo (Salmo 142).

   II. Debes respeto y obediencia a tus superiores como a Jesucristo; debes amar a tus iguales como a hermanos; debes tener caridad para tus inferiores, pues son miembros de Jesucristo. Interpreta para bien todos los actos de tu prójimo, y no te inquietes por lo que se piense de ti. Piensa de Agustín lo que quieras, con tal que mi conciencia nada me reproche delante de Dios. (San Agustín).

   III. Hazte justicia a ti mismo, poniéndote debajo de todos los demás; condena tus faltas; cuando te acusen, rara vez toma la palabra para defenderte. Sujeta tu cuerpo a tu alma, tu alma a la razón y tu razón a Dios: he aquí el orden establecido por Dios y que debes observar. Júzgate tú mismo con tanta severidad cuanta empleas en criticar los actos de los de más, y nada tendrán los hombres que reprenderte.



MEDITACIÓN
SOBRE EL BUEN EJEMPLO   

   I. San Juan Crisóstomo predicaba tanto con sus ejemplos como con sus discursos. El buen ejemplo produce tres diferentes impresiones en nuestro espíritu. Nos hace amar lo que admiramos, pues la virtud tiene encantos que arrebatan nuestro corazón; en segundo lugar, nos hace falta desear llegar a ser semejantes a los que admiramos; en fin, facilita la práctica de la virtud. Cada uno de nosotros querría ser virtuoso si no existieran las dificultades que imaginamos que encontraremos en el camino de la virtud. El buen ejemplo derriba este obstáculo al mostrar que no es difícil hacer lo que tantos jóvenes y tantas personas delicadas hacen sin pena, y aun con placer. Ánimo, alma mía, nada han hecho los santos que no puedas llevar a cabo con la gracia de Dios.

   II. Nada podemos hacer que sea más agradable a Dios, más útil al prójimo y a la salvación de nuestra a1ma, que predicar la virtud con nuestro ejemplo. Los justos, dice San Juan Crisóstomo, son cielos que narran la gloria de Dios y dan a conocer su poder y su bondad. Acaban la obra de la Redención, convirtiendo al prójimo mediante su vida santa. ¡Qué felicidad para ti, poder contribuir con tus buenos ejemplos a la conversión de un alma por la cual ha muerto Jesucristo, y que sin ti no hubiera aprovechado la sangre derramada por el Salvador! ¿Dejará Dios de recompensar tu celo?

   III. Realiza todas tus acciones por el doble motivo de agradar a Dios y edificar al prójimo. Suprime  tus acciones, aun las indiferentes, que puedan escandalizar a tu hermano. ¡Jesucristo murió por él, y tú no te quieres privar de un pequeño placer para con tribuir a su santificación! Señor, si no puedo predicar la modestia y la humildad desde el púlpito, las predicaré mediante una vida humilde, mediante un exterior modesto y recatado. Es el medio con que cuento para imitaros, oh Señor Jesús, a Vos que du rante treinta años nos habéis enseñado con vuestro ejemplo, y que sólo durante los tres últimos años de vuestra vida predicasteis. El testimonio de la vida es más eficaz que el de la lengua: cuando la lengua calla, hablan los actos. (San Cipriano).



MEDITACIÓN
SOBRE LA CASTIDAD
REPRESENTADA POR LA ROSA

I. Considera las rosas que trae el ángel a Dorotea; descubrirás en ellas tres cualidades que debe poseer una virgen para conservar la pureza. El color de la rosa es el pudor, y el pudor es el compañero de la virtud. ¿Quieres ser casto? Ten pudor; él guarda las murallas de tu corazón. Huye de los lugares donde se ven o se oyen cosas capaces de herir la pureza y de avergonzar a la virtud.

II. Tiene la rosa sus espinas, que punzan a to dos los que se le aproximan, nobles o ricos, rústicos o pobres. ¡Qué gran lección para una virgen! Siempre debe conservar una circunspección y una severidad que aparten de ella a las personas de vida desordenada; nunca debe complacerse en palabras, ni en actos, por mínimamente deshonestos que sean. Además, las espinas son emblema de la mortificación, y la mortificación es la salvaguardia de la pureza del cuerpo y del alma. Sin ella, imposible conservarse puro.

III. La rosa se eleva hacia el cielo, como para decir que só1o tiene belleza y amor para Dios, y que de Él espera el rocío y la luz necesarios para su conservación. Almas castas, pedid a Dios la pureza, no os fiéis de vosotras mismas; si Dios no os la concede, inútiles son vuestros cuidados y austeridades. Aprended de esta flor, vírgenes consagradas a Dios, que no debéis tener belleza sino para agradar a Dios, ni amor sino para Él. Que las vírgenes no busquen otra cosa que agradar a Dios, porque de Él solo esperan la recompensa de su virginidad. (San Cipriano)


MEDITACIÓN
SOBRE LOS TRES MOTIVOS
QUE DEBEN MOVERNOS
A HUMILDAD

I. La verdadera humildad está basada sobre el conocimiento de sí mismo. ¿Qué eras antes de que Dios te creara? ¿Dónde estabas? ¿Qué hacías? Eras nada; Dios, por su bondad, hizo que fueses. Sin embargo, te glorías de ello; te crees necesario para la gloria de Dios y para la salvación de las almas, te crees indispensable para la familia o para la sociedad de que formas parte. Sin ti muy bien se las arreglaron Dios y los hombres antes de tu nacimiento; igualmente sucederá después de tu muerte.

II. ¿Y qué eres al presente? Tu cuerpo no es sino corrupción; tu alma, ignorancia y malicia. Tu vida es una llama que el menor soplo apaga. Cuida cuanto quieras tu salud, es preciso que, por fin, tu vida acabe, y que tus grandes proyectos se disipen en humo. ¡Oh hombre! si conocieses tu nada, conocerías la grandeza de tu Dios y serías humilde en su presencia. Para conocer a Dios, aprende a conocerte a ti mismo (San Cipriano).

III. ¿Qué serás durante toda la eternidad? ¿Quién lo sabe? Ignoras si serás víctima del infierno o heredero del paraíso. Puedes tener vanidad cuando te dices a ti mismo: Yo no sé adónde iré después de mi muerte; mi cuerpo descenderá a la tumba, pero, mi alma, ¿a dónde irá? Humíllate delante de los hombres. Ése que ahora te parece despreciable y malo, acaso un día esté más elevado que tú en el cielo. ¡Señor Jesús, haced que os conozca y que me conozca a mí mismo! (San Agustín).




MEDITACIÓN
SOBRE LAS ENFERMEDADES

I. Si padeces alguna enfermedad, recuerda que Dios te la envía para ejercitar tu paciencia; convierte en mérito el sufrir con resignación lo que no puedes evitar, hagas lo que hagas. Tus murmuraciones, tus impaciencias, no harán sino irritar tu mal y volverte desagradable a los demás y a ti mismo. ¿Cómo te conduces en tus enfermedades?

II. Sufre por amor a Jesucristo los dolores que te envía; son los dones y presentes que hace a sus amigos. Ofrécele todo lo que sufres; dile: “Señor, aumenta mi dolor, pero aumenta mi paciencia”. Piensa en lo que han sufrido los santos por Jesús; piensa en lo que Jesús ha sufrido por ti; pon tus ojos en su cruz, muy liviana te parecerá la tuya, y dirás: ¿Qué son estos sufrimientos en comparación de los de mi Dios?

III. Piensa en los suplicios del infierno que has merecido por tus faltas; este pensamiento te hará encontrar agradables tus dolores y te impedirá recaer en tus pecados. ¡Dios mío, soportaré tormentos mucho más crueles, si me prolongáis la vida para darme tiempo de hacer penitencia! Si no puedo soportar sin gemir un dolor tan breve, acompañado de todo el alivio posible, ¿cómo podría aguantar las penas del infierno? Los dolores sin fin de la otra vida pueden ser redimidos en ésta (San Euquerio).




MEDITACIÓN
SOBRE LAS TENTACIONES

I. Estarás expuesto a las tentaciones durante todo el curso de tu vida; las encontrarás en todas partes, tengas la edad que tengas y cualquiera sea tu condición; deberás siempre luchar contra los deseos de la carne. Humíllate, pues, viéndote sujeto a tantas flaquezas; teme, y vela sobre ti incesantemente; evita las ocasiones peligrosas, si puedes, o por lo menos prevelas y apercíbete, para no ser sorprendido cuando te veas en ellas.

II. ¿Quieres resistir valientemente a todas las tentaciones? Anda en la presencia de Dios. Este pensamiento: Dios me ve, impidió a San Martiniano sucumbir; producirá en ti el mismo efecto. ¡Dios me ve! Dios, que me castigará si lo ofendo, que me recompensará si salgo victorioso de esta prueba. Jesucristo, que ha derramado toda su sangre para salvarme, tiene puestos los ojos sobre mí, ¿y vacilaré yo en privarme de un placer, por Él? Si meditas cualquiera de estos pensamientos, no hay tentación que no puedas superar.

III. Imita al Apóstol San Pablo: castiga tu cuerpo, redúcelo a servidumbre, y las tentaciones de la carne se disiparán. Dite a ti mismo, a ejemplo de San Martiniano: Quieres cometer un pecado que te condenará, considera si podrás soportar el fuego del infierno, los azotes y el hambre. Es preciso que el pensamiento del infierno trueque en amargura todos los placeres criminales del mundo. Todo lo que sonríe en el siglo presente, debe hacerse amargo mediante la consideración del fuego eterno (San Gregorio).


MEDITACIÓN
EL MUNDO ES UN GRAN LIBRO

I. El mundo es un gran libro en el cual San Antonio aprendió a amar a Dios y Santa Juliana a conocerlo. En este libro hay creaturas que nos representan la bondad de Dios. El sol y la luna nos alumbran, la tierra nos da frutos y flores para nuestro alimento y nuestro recreo. Consideremos estas creaturas, y demos gracias a Dios que nos las dio como otras tantas prendas de su amor. ¡Ah! si la tierra nos ofrece a la vista tantas cosas admirables, ¿qué delicias no nos reservará el cielo? Si el destierro es tan hermoso, ¿cuánto no la será la patria? (San Agustín).

II. Al lado de esas creaturas tan admirables, hay otras, en el mundo, que nos molestan y nos incomodan. Si en ocasiones ponen a prueba tu paciencia, agradece a Dios que te recuerda, por este medio, que estás en un lugar de destierro y no en tu patria. Sufre con paciencia, diciéndote a ti mismo: Si tanto hay que sufrir en este mundo, ¡cuáles no serán los tormentos de los condenados en el infierno!

III. Considera que en la tierra todo es pasajero, que en el cielo todo es eterno. Los hombres mueren, cambian las estaciones, sucédense los imperios, el mundo pasa, y tú también como él: tu vida y tus placeres huyen, lo que ves no es sino belleza fugitiva o, mejor dicho, un ligero rayo de la belleza permanente y eterna de Dios (Tertuliano).



MEDITACIÓN
SOBRE LA SALVACIÓN

I. Las palabras del santo Evangelio, que hemos citado al comienzo, bastan por sí solas, según San Francisco Javier, para hacer que mejore su vida el alma que las medite. Piensa, pues, en ello: es preciso que te salves, he aquí tu única preocupación; para ello estás en este mundo, y no para adquirir riquezas, honores, o procurarte los gozos de la vida. Sin embargo, no pensamos en eso y, día y noche, pensamos en amontonar bienes perecederos.

II. Es menester trabajar en nuestra salvación de manera seria y eficaz. ¿Qué haces para esto? ¡Desdichado! sacrificas tu salud para adquirir ciencia, honores, riquezas, y apenas si piensas en santificarte! Dime, por favor: ¿para qué servirán, en la hora de la muerte, esas riquezas, esa alta reputación, esa ciencia? Has perdido todo si pierdes tu alma. Allí donde se pierde el alma, no hay ganancia posible (San Cipriano).

III. Es menester que sin tardar trabajes en tu salvación, pues el que difiere su conversión para el día de mañana corre gran riesgo de perderse. Distribuye tu tiempo de modo que el mundo no absorba toda tu vida. Comienza desde ahora a determinar lo que debes dar a Dios, llora el tiempo que sacrificaste a tus placeres, prepárate a dar cuenta de él. Demos a Dios algunos instantes de nuestra vida, no sea que la vanidad y las inquietudes miserables la consuman enteramente (San Pedro Crisólogo).



MEDITACIÓN SOBRE
LAS SEÑALES DE NUESTRA
PREDESTINACIÓN

   I. Nadie sabe en este mundo si es un predestinado o un réprobo. Con todo, hay señales de predestinación que son casi infalibles. Si Dios te envía aflicciones, y tú las recibes con sumisión y paciencia, es una señal de que irás al cielo con Jesucristo, pues llevas su cruz y te conformas con este modelo de predestinados. Tiembla pues, tú, dichoso en este mundo, que gozas de los placeres y que todo tienes a medida de tu deseo: sigues las huellas del rico epulón; vas por camino contrario al que Jesucristo te dijo que siguieras para llegar al cielo. Es menester entrar en el reino de los cielos por muchas tribulaciones. (Hechos de los Apóstoles).

   II. Otra señal de predestinación es el buen uso del sacramento de la Penitencia. Pecar es flaqueza común a todos los hombres, pero sólo es de los elegidos el hacer buena penitencia. ¿Te confiesas a menudo? ¿No te expones a morir en pecado difiriendo tu conversión? ¿No recaes en los pecados graves que confesaste? ¿Los remordimientos de tu conciencia te dan a entender que tu vida es mala? ¿Los escuchas? ¿Los apaciguas descargándote lo antes posible del peso de tus culpas?

   III. También son señales de predestinación el celo por la limosna y las obras de misericordia corporal y espiritual, la piedad para con Jesucristo moribundo en la cruz u oculto en la Santa Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen; mira si hay en ti estas señales de predestinación, todas o algunas por lo menos. Examínate. Si las hallas en ti, alégrate y ten confianza en la misericordia de Dios. Me parece que reconozco algunas señales de tu vocaci6n y de tu predestinación. (San Bernardo).



MEDITACIÓN SOBRE
EL PECADO

   I. El pecado mortal es el mal supremo del hombre; es preciso evitarlo a cualquier precio. Mantente firmemente resuelto a perder tus bienes, tu honra, tu salud, tu vida, antes que cometer un solo pecado mortal. ¿Estás dispuesto a ello? ¿Cuántas veces ofendes a Dios por un puntillo de honra, por un leve interés, por un placer transitorio?

   II. La misma actitud debemos observar respecto al pecado venial, pues el pecado disgusta a Dios, y lo ofende. Sí, sería mejor dejar que perezca el mundo entero antes que proferir una mínima mentira. Es el sentir de todos los santos; ¿es también el tuyo? ¿Cuántos pecados veniales cometes por día? Ten cuidado, esas pequeñas enfermedades te predisponen insensiblemente para una enfermedad mortal. Nunca cometas ni siquiera un solo pecado venial deliberado.

   III. No basta alejarse del pecado mortal y del pecado venial, es preciso, en la medida en que lo puedas, evitar hasta las menores imperfecciones, y seguir los consejos que Jesús nos da en el Evangelio. San Casimiro prefirió morir antes que abandonar el consejo evangélico de la castidad. ¡Cuán alejado estás tú de la guardia de los consejos, tú que apenas observas los mandamientos! Pon mucho cuidado en esto: el que no hace la que manda el Señor, en vano espera la que Él promete. (San Pedro Crisólogo).



MEDITACIÓN
LOS RICOS SON DESGRACIADOS
EN ESTE y EN EL OTRO MUNDO

   I. No obstante que los hombres miren a los ricos como dichosos en este mundo, en realidad son desgraciados. Preciso es que sin descansar trabajen para adquirir y conservar sus riquezas; el deseo de aumentarlas y el temor de perderlas los atormentan sin cesar. Hasta son tan ciegos que no pocas veces no se sirven de sus riquezas, por miedo de verlas disminuir. No gozan los bienes de la tierra, y no gozarán los del cielo.

   II. Considera al rico en la hora de 18 muerte. Dime por favor, ¿en cuánto estima ahora las riqueza que debe abandonar? ¡Ay! ¡con qué dolor conoce que ha de morir pronto, para ir a dar cuenta de su vida a ese Dios que tanto amó la pobreza y que despreció las riquezas! ¡Muerte cruel!, exclamaba un rey en sus últimos momentos, ¿así es cómo me separas de lo que tanto amé? (Libro de los Reyes).

   III. ¿Los ricos serán felices por lo menos después de su muerte? ¿Lo podrían esperar, si no redimieron sus pecados mediante sus limosnas? Sus riquezas les proporcionaron los medios para cometer impunemente toda clase de crímenes; porque raro es dar con un hombre que solamente haga lo que debe, cuando tiene el poder de hacer todo lo que quiere. No sin razón Jesús dice a menudo que es difícil que un rico entre en el cielo. Él no quiso discípulos ricos en la tierra; ¡cuán para temer es que no reciba a muchos ricos en el cielo! Cristo, que es pobre, desprecia a los discípulos ricos. (San Cipriano). 


MEDITACIÓN 
ACERCA DE LA ORACIÓN

   I. En este mundo siempre se ha de orar, porque siempre tenemos necesidad del socorro divino para ser consolados en nuestras aflicciones y para ser asistidos en nuestras necesidades temporales y espirituales frente a nuestros enemigos visibles e invisibles. Dices tú que no puedes rezar continuamente: reza lo más a menudo que puedas, al comenzar tus, principales acciones y, sobre todo, en las tentaciones que contra ti suscite el enemigo de la salvación.

   II. Reza con respeto y modestia que edifiquen al prójimo. Dios reclama de ti, mientras rezas, la atención del espíritu y la modestia del cuerpo. Ese recogimiento y esa modestia mucho te ayudarán para la modestia interior. ¿Te atreverías a hablar aun personaje importante en la forma con que a menudo lo haces con Dios? ¡Con qué precipitación recitas tus oraciones vocales! Piensa, al comenzarlas, en la majestad de Dios ante quien tiemblan los querubines, y le hablarás con más respeto, humildad y modestia. La oraci6n misma puede convertirse en pecado. (San Agustín).

   III. La atención debe acompañar siempre a tus oraciones. Dios es espíritu, y quiere que lo adores en espíritu. Tu boca habla a Dios y tu corazón está lejos de Él, está ocupado en las riquezas, absorto en el amor de las creaturas. Es el corazón lo que Dios te pide, y no la punta de tus labios. ¿Cómo quieres que te escuche, si tú no te escuchas a ti mismo? (San Cipriano).


MEDITACIÓN
SOBRE LA ANUNCIACIÓN

   I. Hoy, María es hecha Madre de Dios; su humildad y su pureza le han valido este inefable honor . ¡Qué alegría me da, oh divina María, veros elevada a tan alto rango de gloria! Mas, puesto que sois Madre de Jesucristo, también lo sois de los cristianos. ¡Ah, cuán consolador es este pensamiento! Sois todopoderosa para socorrerme, porque sois la Madre de Dios; poseéis un corazón henchido de amor por mí, porque sois mi Madre. También yo, si quiero, mediante la fe y la caridad puedo poseer a Jesús en mi corazón. Si sólo María ha engendrado a Cristo según la carne, todos los cristianos pueden engendrarle en sus corazones por la fe (San Ambrosio).

   II. Desde hoy, Jesús es nuestro hermano; el amor que nos tiene lo hace semejante a nosotros, a fin de hacernos semejantes a Él. Viene a la tierra para que vayamos al cielo. ¡Os adoro, Verbo encarnado en el seno virginal de María! ¡Quien me diera el poder de haceros una merced tan preciosa como Vos me hicisteis! Oh Hermano amabilísimo, os ofrezco todas mis acciones, todo mi ser.

   III. María es nuestra Madre, Jesús nuestro Hermano: ¿somos dignos hijos de María, dignos hermanos de Jesucristo? María es totalmente pura, humilde y obediente: ¿posees tu esas virtudes? Jesús en todo busca la gloria de su Padre y la salvación de las almas: ¿estás animado tú del mismo celo? ¿No tendría motivo Jesús para quejarse, y decir a su Madre: Los hijos de mi Madre han combatido contra mí? (Cantar de los Cantares).




MEDITACIÓN
SOBRE LAS PALABRAS

   I. Un cristiano jamás debe pronunciar una mala palabra; debe evitar con el mayor esmero las palabras deshonestas, las conversaciones demasiado libres, las blasfemias y las detracciones. Nada más fácil que pecar con palabras; difícil es, a menudo imposible, curar las heridas que se infieren con la lengua y reparar el perjuicio que se causa al prójimo con ella, ¿Te gustaría que se hablase de ti como hablas tú de los demás?

   II. Evita aun las chanzas y las palabras inútiles. Si te habitúas a las burlas, muy pronto se deslizarán en tus conversaciones las palabras de doble sentido y las contrarias a la caridad; y, no pocas veces, preferirás herir la caridad o la modestia antes que callar una agudeza. Rendirás cuenta, en el día del juicio, hasta de la menor palabra inútil que hayas dicho. Concededme, Señor, la gracia de gobernar mi lengua; guardad mis labios, (Salmo).

   III. Para evitar todos estos defectos no has de hablar a menudo ni mucho, Si hablas mucho llegarás a ofender a Dios o al prójimo. Sabio te manifestarás si te callas; hombre de poco juicio si hablas mucho, Muy frecuentemente te arrepentirás de haber hablado, nunca de haber guardado silencio. Habla cuando tengas que decir algo bueno preferible al silencio; mas, cuando sea mejor callar que hablar, cállate (San Gregorio).

MEDITACIÓN
SOBRE LAS BUENAS OBRAS   

   l. Haz tantas obras buenas cuantas puedas mien tras vivas; lo demás carece de valor después de la muerte. No dejes pasar ni un solo día sin que lo señales con alguna acción buena. La vida presente es breve, la futura es eterna. Hay que expiar los pe cados cometidos: redímelos haciendo limosna a los pobres. ¿Por qué respetas la efigie del príncipe esculpida en el mármol o acuñada en el oro, y desprecias la imagen de Dios en la persona del pobre? (San Agustín)

   II. Que sean buenas tus acciones delante de Dios y no sólo delante de los hombres; para ello realízalas para agradar a Dios, y tal como quiere Él que las hagas. Cuídate de que no estén viciadas por la vanidad y el amor propio; si así no lo hicieres, no tendrás otra recompensa que la que el mundo te dé. ¡Qué!, mi corazón es tan pequeño, mi vida tan corta. ¿y querré yo partirlos entre Dios y el mundo?

   III. También tienes la obligación de hacer el bien delante de los hombres, les debes el buen ejemplo. Sin vacilar declárate a favor de Dios, y nadie se atreverá, en tu presencia, a realizar un acto que le ofenda. No te avergüences cuando llegue la ocasión de salir en defensa del Evangelio, y el momento de comportarte como verdadero cristiano; acaso rían a costa tuya: regocíjate entonces. ¿El mundo no aprue ba tus actos? Señal es que tienes el espíritu de Jesu cristo. El cristiano es amado por Dios cuando es maltratado por el mundo. (San Ignacio).


MEDITACIÓN
SOBRE LA PREPARACIÓN
A LA MUERTE

   I. Toda nuestra vida debe ser una preparación para la muerte, pues nuestra muerte, de todos nuestros negocios, es el más importante, ¿qué digo?, los demás nada son comparados con éste. ¿Cómo te preparas tú? ¿Vives como un hombre que en breve ha de morir? ¿Acaso miras la muerte como algo muy alejado de ti ? En adelante mi principal afán será pensar en este gran viaje a la eternidad, no sea que me sorprenda la muerte. La muerte, que sor prende a los que no están preparados, debe encontrarnos siempre prestos. (San Euquerio).

   II. Morirás, no lo ignoras. Morirás sólo una vez, y de esta muerte única dependerá una eternidad de dicha o de desventura. No se trata aquí de una pérdida sin importancia, sino de la pérdida del mayor de todos los bienes y, no debes olvidarlo, de una pérdida irreparable.¡Oh muerte, cuán temible eres! ¿Se puede pensar en ti sin despreciar al mundo, y sin darse a Dios?

   III. Una vida santa es la mejor de todas las preparaciones para la muerte. No te duermas con un pecado mortal en la conciencia. Por la mañana, al levantarte, piensa: Acaso no alcance a vivir hasta la noche; y por la noche, al acostarte: Acaso no me levante ya, y estas sábanas sean mi sudario. De vez en cuando pregúntate si estás preparado para morir . Nada hay que los hombres vean con más frecuencia que la muerte y nada que olviden con mayor facilidad. (San Euquerio).





MEDITACIÓN
SOBRE LOS TRES GRADOS
DE LA SUBIDA HACIA DIOS

I. El primer grado de la perfección es el des precio del mundo y de todo aquello que ama el mundo: honores, placeres y riquezas. Vanos son los honores del mundo; criminales sus placeres; peligrosas sus riquezas. ¡Qué difícil es llegar a este grado! ¡Cuánta virtud se necesita para pisotear lo que adoran los hombres! Pero, lo que es difícil no es imposible. sobre todo si consideran que el mundo pasa con su concupiscencia, y que es preferible abandonarlo a él antes que ser por él abandonados.

   II. El segundo grado es la abnegaci6n de uno mismo. Has de renunciar a tus placeres, a tus más, caras inclinaciones, a tu propia voluntad, has de triunfar de ti mismo en todo. Fácil es decirlo, pero difícil hacerlo. Es necesario, sin embargo, porque nada harías abandonando el mundo, si no renuncias a ti mismo. Es pues menester que, en adelante, sea mi propio enemigo, que me declare la guerra, que luche contra todas las inclinaciones de la naturaleza corrompida.

   III. El tercer grado es la conformidad con la voluntad de Dios en todo y en cualquier parte. Si llegaste ya a este estado, di que has encontrado un paraíso en este mundo; serás feliz y habrás encontrado todas las virtudes. Dios mío, enseñadme a hacer vuestra santa voluntad. Si Vos no me enseñáis este secreto, haré yo mi propia voluntad y Vos me abandonaréis; no seréis mi Dios mientras sea yo mi señor. (San Agustín).


MEDITACIÓN
SOBRE LA MEZCLA
DE BUENOS y MALOS

   I. En este mundo, los buenos están mezclados con los malos. Así lo ha permitido Dios para que los malos puedan aprovechar los ejemplos de los buenos, y para que los justos tengan ocasión de ejercitar su celo y su paciencia soportando a los pecadores y trabajando en su conversión. No imites a los malos, pero tampoco los desprecies: acaso lleguen a ser más grandes que tú en el paraíso; acaso tú cometas faltas más graves que ellos, puesto que no existe pecado que no puedas cometer, si Dios te abandona a tu propia flaqueza.

   II. En esta vida el bien está mezclado con el mal, y el mal con el bien. No existe hombre tan desgraciado que de tanto en tanto no tenga consuelos, ya de parte de Dios, ya de los hombres; como tampoco hombre tan dichoso que no tenga alguna pena. Por lo tanto, no esperemos felicidad completa en este mundo. Nuestra única felicidad consiste en conformarnos con la voluntad de Dios. Es el secreto para vivir felices. Los santos lo han sido en medio de la pobreza, de las lágrimas y de las enfermedades, por que sabían que tal era el beneplácito de Dios. Son pobres y aman la pobreza, lloran y aman sus lágrimas, son débiles y se regocijan en su debilidad. (San Salviano).

   III. En el día del juicio, los malos serán separa dos de entre los buenos, éstos serán colocados a la derecha y destinados para la gloria; aquellos, pos puestos a la izquierda y condenados al infierno. Se verán entonces los crímenes de los réprobos y las virtudes de los santos. Hipócrita, ¿qué dirás, qué harás tú? ¡Todo lo bueno estará en el cielo, todo lo malo en el infierno, y así quedará por toda la eternidad! Piensa en esto y sé precavido mientras tengas tiempo todavía. Pluguiese a Dios que fuesen sabios e inteligentes, así pensarían en sus postrimerías. (Deuteronomio).




MEDITACIÓN
ACERCA DEL MODO
DE GOBERNAR LOS OJOS 

   I. Pon los ojos en las miserias de esta vida: mira cuántos pobres, cuántos enfermos, cuántas personas afligidas; a la vista de tantos sufrimientos, te conmoverás y exclamarás: ¿Qué hice yo, oh Dios amabilísimo, para ser preservado de estas aflicciones? Agradece a Dios esta merced; humíllate viendo que no puedes o que no quieres soportar nada, mientras tantas otras personas sufren tan crueles dolores.

   II. Mira a los que el mundo llama dichosos, a los que, reuniendo en sí los bienes de la naturaleza y de la fortuna, parece estuvieran a cubierto de toda miseria común al resto de los mortales. Cuando hayas considerado a estos favoritos del mundo, pregúntate a ti mismo: ¿Cuánto durará esta aparente felicidad? ¿Cuántas penas, deseos, remordimientos de conciencia, aprensiones terribles, acompañan a estas riquezas y a estos placeres? ¡Ah! ¡cuántas miserias y tristezas se esconden bajo el oro y la púrpura! Brillan por afuera, por adentro no son sino miseria.
(Séneca).

   III. Cuando te tiente el espíritu de orgullo, mira la tierra, y di en ti mismo: ¿De qué te enorgulleces tú, que pronto estarás encerrado en una tumba y serás pisado por los transeúntes? Si estás afligido, mira el cielo, anímate y di: ¡Ah! esta vida no durará siempre, iré al cielo, donde Dios enjugará mis lágrimas y calmará mis penas. Busquemos, amemos ardientemente los bienes que permanecen para los que los hallaron, que no pueden ser arrebatados a los que los adquirieron. (San Gregorio).



MEDITACIÓN
HEMOS DE AMAR AL PRÓJIMO
COMO JESUCRISTO
NOS AMÓ A NOSOTROS

   I. Jesús nos ama más que a todas las otras creaturas, porque para salvarnos hizo lo que no hubiera hecho para impedir la ruina del cielo y de la tierra. Del mismo modo, ama a tu prójimo más que a tus riquezas, más que a tus placeres, más que a tus intereses; sacrifica todo lo que poseas para aliviar sus penas y proveer a sus necesidades. ¿Es esto lo que  has hecho hasta ahora?

   II. Jesucristo nos ha amado aun cuando más cruelmente lo ultrajábamos: sigamos su ejemplo y amemos a los que nos aborrecen y nos hacen mal. Fácil es amar a los que nos hacen bien; nos inclina a ello la naturaleza, nos invita el interés, en fin, los mismos paganos nos dan ejemplo. Pero es patrimonio sólo del cristiano amar a los enemigos, amarlos porque Jesucristo lo manda. Examina el fondo de tu corazón: ¿amas sinceramente a los que te han disgustado?

   III. Jesucristo nos amó a fin de salvar nuestras almas; nos testimonió su amor enseñándonos el camino de la salvación y andando por él antes que nosotros. Haz lo mismo con tu prójimo según tus fuerzas. Es el mayor servicio que puedes prestarle, y el mayor gusto que puedes dar a Jesucristo. Saca a ese pecador de las ocasiones peligrosas, instrúyelo, aconséjalo, ruega a Dios por él. ¡Qué feliz serías si, a costa de todos tus bienes y de tu vida misma, pudieses ganar para Jesucristo un alma redimida por el precio de su sangre! Se obró esta redención a precio tan elevado, que parece que el hombre vale tanto como Dios. (San Hilario de Arlés).



MEDITACIÓN
SOBRE CUÁL DEBE SER EL MOTIVO 
DE NUESTRAS LÁGRIMAS

   I. Llora tus miserias: el mundo es un valle de lágrimas, lleno de innúmeras calamidades, donde los placeres mismos son fuente de mucho llanto; nuestros cuerpos son la prisión de nuestras almas; nuestras enfermedades son los verdugos de nuestro cuerpo; no es nuestra vida sino una serie continua de dolores y aflicciones. Nacemos y vivimos en lágrimas, morimos en dolores, suspiros y sollozos. Con todo amamos esta vida, y huimos de la muerte que debe poner término a nuestros dolores y a nuestras lágrimas.

   II. Llora tus pecados como David, que bañaba el lecho con sus lágrimas, que mojaba su pan en llanto. ¡Si lloras la pérdida de un amigo, de un pariente, de un pleito, qué lágrimas no deberá arrancarte la pérdida del paraíso, que tus pecados te arrebataron! Llora también los pecados de los demás si amas a Nuestro Señor Jesucristo, porque esos pe cados de nuevo lo crucifican.

   III. Consuélate, tú, que lloras por tus miserias y tus pecados. Pasa el tiempo de tu exilio, inadvertidamente te acercas a la patria. Dios enjugará todas tus lágrimas en el cielo; ya desde esta vida calma tu llanto, si mana del dolor de tus pecados. ¿Qué gozo puede compararse, en este mundo, al gozo de llorar nuestros pecados? Si es tan deleitoso llorar por Jesús, ¿qué no será regocijarse con Él? (San Agustín).



MEDITACIÓN
SOBRE LAS CONVERSACIONES

   I. Se ha de desterrar de las conversaciones toda palabra que pueda herir a la caridad, a la pureza o a la cortesía. Estos puntos abarcan todas las faltas que puedes cometer en tus conversaciones. Nunca hagas tu propio elogio, no censures a los demás; nada digas que pueda avergonzar a los que te escuchan o afligir a tu ángel custodio. Reflexiona sobre estas tres clases de defectos: ¿ninguno tienes?

   II. Conversa con entera franqueza de las cosas de Dios con tu director espiritual o con alguna otra persona piadosa y sabia. A veces estas conversaciones te inspirarán más tiernos sentimientos de devoción que los que experimentas en tus oraciones. Tanto gustas de hablar de tus negocios, y ya que el de tu salvación es el mayor de todos, ¿por qué no hablas de él alguna vez, para comunicar a los otros los buenos sentimientos que Dios te inspira y para aprovecharte de sus luces?

   III. Debes ponerte de parte de Jesucristo si, en la conversación, alguien habla mal de las cosas san tas, o en chiste, o pone en duda algún artículo de la fe o murmura de un ausente. No te avergüences entonces de declararte abogado de Jesucristo; habla valientemente, pero siempre con discreción: Dios te inspirará lo que debas decir. Si alguien habla mal de algún amigo tuyo, asumes su defensa; si se trata de Jesucristo o de alguno de sus servidores, te que das mudo. Seríamos más felices si pusiéramos tanto esmero en agradar a Dios como a los hombres, y si temiéramos tanto desagradar al Creador como a la creatura. (San Paulino).




MEDITACIÓN
SOBRE  LA NECESIDAD
DE LOS SUFRIMIENTOS

   I. La palabra del Salvador: Renúnciate a ti mismo y lleva tu cruz, no ha sido dicha para los religiosos solamente; se dirige a todos los cristianos en general. La vida cristiana es un trabajo sin descanso, porque hemos de combatir sin cesar nuestros deseos, apartarnos de lo que nos place y hacer lo que nos desagrada. Pero consolémonos: si llevamos nuestra carga con amor, Dios la hará ligera. Para los que aman a Dios es más fácil cercenar siempre sus apetitos, que para los que aman al mundo contenerlos algunas veces. (San Agustín).

   II. Además de la violencia que debemos hacer nos a nosotros mismos para mortificar nuestras pasiones, Dios nos enviará pruebas de toda clase. Aceptémoslas, no solamente con resignación, sino con fe y gratitud: es una prueba del amor de Dios hacia nosotros. ¿Cuál es el hijo, dice San Pablo, a quien Dios no corrige? pues el Señor castiga misericordiosamente a los hijos que ama. Así, pues, persevera en la sumisión, prosigue el gran Apóstol; si Dios no te castiga, es porque no te tiene por hijo legítimo, sino por bastardo. El que no sufre en el exilio no se regocijará en la patria. (San Agustín).

   III. San Sabas ve a los ángeles que lo llaman des de la otra orilla del río al que lo van a precipitar, y conjura a sus verdugos a que apresuren su suplicio. En tus pruebas vuelve los ojos al Cielo. Considera lo que se te ha prometido, para quien tiene en vista la recompensa nada hay que no le parezca leve y fácil, y la esperanza del salario suaviza la fatiga del obrero. (San Jerónimo).  


 MEDITACIÓN
EL PECADO MORTAL
MERECE PENA ETERNA

   I. Es artículo de fe que todo hombre que muere en pecado mortal es condenado al fuego del infierno. Después de millones y millones de años, esas míseras víctimas de la cólera de Dios estarán apenas comenzando recién su suplicio. Implorarán la muerte, mas ella no acudirá en su auxilio. Eternidad, ¡qué espantoso es tu recuerdo! No nos pide Dios sino muy poco para que evitemos esta muerte eterna, y no que remos obedecerle. (San Agustín).

   II. Es justo que los pecadores sufran suplicios eternos, puesto que ofendieron a una Majestad infinita. Es preciso que los condenados sufran tormento mientras perduren en estado de culpa; ahora bien, en él permanecerán durante toda la eternidad, porque han muerto en su crimen y en el infierno no hay perdón que esperar. Los condenados conocieron cuan do vivían a qué desgracia se precipitaban pecando, Dios los amenazó con ella para apartarlos del pecado; no obstante, ellos prefirieron ofenderle. ¿No es justo, acaso, que el impío viva siempre para sufrir siempre, puesto que hubiera querido vivir siempre a fin de poder pecar siempre?

   III. Los condenados no podrán, mediante ningún sufrimiento, purificarse ni siquiera de un solo pecado mortal. Tanta es la malicia del pecado que si Dios lo castigara según el rigor de su justicia, ni la suma de satisfacciones de todos los hombres, aun cuando sufriesen penas infinitas durante toda la eternidad, podría expiar una sola falta mortal: es un Dios el ofendido, y es un hombre el que satisface. En fin, Dios es justo, y si castiga un solo pecado mortal con una eternidad de penas, es porque el pecado merece este espantoso castigo.  




MEDITACIÓN SOBRE
EL PERFECTO SOLDADO 
DE JESUCRISTO

   I. San Jorge fue fiel a Jesucristo. El emperador no escatimó promesas, ni amenazas, ni tormentos para relajar su fidelidad; con todo, nada fue capaz de hacerla vacilar. ¿Cómo soportas tú los sufrimientos? ¿Si se pusiese a prueba tu fidelidad, preferirías antes perder bienes, honores y vida, que la fe? ¡Ay! una palabra te espanta, la prosperidad de un día te hace olvidar a Dios. ¿C6mo resistirías la cólera de los tiranos, tú que no puedes resistir las burlas de un amigo? (San Jerónimo) .

   II. El santo fue tan valiente como fiel, pues no retrocedió ante los más crueles suplicios cuando se trató de defender la causa de Jesucristo. A ti la menor dificultad te espanta, quieres ser santo, pero a condición de sustraerte a las dificultades que se encuentran en el camino de la santidad. Mucho ardor pones en hacer triunfar tus proyectos y empresas; ¿acaso hay un proyecto, una empresa más importante que la de tu salvación?

   III. La perseverancia es la virtud que debe asegurar tu salvación. Olvídate, pues, de las obras pasadas; considera lo que te falta para hacer; piensa en la corona que te espera, en Dios que es testigo de tus trabajos, en la eternidad que es la recompensa de és tos, y no te costará tanto sufrir. ¿Cuál es el santo que ha sido coronado sin pasar por la tribulación? Indaga, y verás que todos han sufrido adversidad. (San Ambrosio).



MEDITACIÓN
SOBRE LAS BUENAS
Y MALAS COMPAÑÍAS

   I. Huye de las malas compañías; insensible mente se insinúa el vicio e insensiblemente desaparece el amor a la virtud. Acaso resistas en un principio, pero terminarás siendo arrastrado. Te familia rizarás con el vicio y no te avergonzarás ni de decir, ni di hacer lo que dicen o hacen los demás. ¡Desdichado! ¿Acaso tu misma experiencia no te ha demostrado ya cuán peligrosas son las malas compañías? Mira las faltas ajenas como una vergüenza, nunca como un ejemplo. (San Euquerio). 

   II. El demonio no tiene instrumento más poderoso para perder un alma que un mal compañero; es el intérprete de su voluntad y el ejecutor de sus órdenes. Inficiona el entendimiento con sus máximas dañinas; arrastra la voluntad con sus ejemplos perniciosos. Es como un pájaro, a quien el demonio mantiene en su trampa, que busca atraer otros a ella. Opón tú a sus máximas y a sus ejemplos las máximas del Evangelio y los ejemplos de los santos. 

   III. Abandona lo antes posible esa mala compañía; huye de los habitantes de Sodoma, o, de lo contrario, prepárate a perecer con ellos. Rompe con esa amistad peligrosa; por más santo que te creas, te asemejarás a quien frecuentas. Conversa con las almas santas: insensiblemente te inspirarán el amor a la virtud y el horror al vicio.   





MEDITACIÓN SOBRE  LAS
LAS MÁXIMAS DEL EVANGELIO 
y LAS MÁXIMAS DEL MUNDO

   I. El Evangelio es el testamento de Jesucristo, el documento auténtico en el que nos manifiesta su voluntad. Nos instituye sus herederos, a condición de que cumplamos fielmente sus mandamientos. Leamos, pues, el Evangelio, no sea que los olvidemos. Meditemos las verdades eternas que contiene; una sola, bien comprendida, bastaría para nuestra santificación.

   II. El mundo también tiene su evangelio, completamente opuesto al de Jesucristo. El Señor nos ordena despreciar las riquezas y llevar nuestra cruz, y perdonar a nuestros enemigos; el mundo aconseja buscar las riquezas, huir de la cruz, y vengarse de los enemigos. Cristo recomienda la humildad y la mortificación; el mundo, buscar los honores y los placeres. Examina qué espíritu te guía: ¿es el de Jesucristo o el del mundo?

   III. No trates de convencerte de que los preceptos del Evangelio son para religiosos y no para laicos. No hay dos Evangelios como no hay dos paraísos, uno de los cuales estaría destinado para los religiosos que hacen penitencia, y el otro para los seglares que no hacen nada para salvarse. Dios en su Evangelio habla para todos los cristianos; cuando manda algo, todos están obligados a obedecerle. Aun debieras observar todos sus consejos, en la medida en que te sea posible, porque sería despreciar a Dios no seguir sus advertencias. Mas, ¡ay! los cristianos de nuestro tiempo se contentan con creer en el Evangelio, sin tomarse el trabajo de practicarlo. Siempre tienen el Evangelio en los labios, y su vida está en completo desacuerdo con el Evangelio. (San Cipriano).



MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA Y  
MUERTE DEL PECADOR  

   I. El pecador vive en tinieblas y en ceguera. Las pasiones oscurecen en él las luces de la razón y de la fe. No consulta como a regla de su conducta, sino su placer, su interés y los deseos de su corazón desordenado. Si siguiese las luces de la razón, ¿se expondría acaso a suplicios eternos por placeres tan breves y tan vanos? ¿Si se comportase según las luces de la fe, buscaría por ventura con tanto afán las riquezas, que son tan grande obstáculo para la salvación de muchos?

   II. El pecador recobra en el momento de la muerte estas hermosas luces de la razón y de la fe que durante su vida se habían oscurecido. Entonces la razón le hace ver cuán insensato fue en trabajar toda la vida para amontonar riquezas perecederas, para hacerse de amigos que no quieren o no pueden socorrerlo. La fe le representa, en todo su horror, los suplicios del infierno en los cuales no quiso pensar cuando gozaba de perfecta salud. Despabílase entonces del profundo adormecimiento en el que vivió; abre los ojos a esta horrible realidad que no quiso prever.

   III. En esta diferencia que existe entre la muerte y la vida del pecador, hay sin embargo un punto en que concuerdan: ha vivido como impío, muere como impío. Los santos mueren santamente, porque han vivido santamente; los malvados perseveran en el crimen en el momento de la muerte porque en él perseveraron durante la vida. ¿Quieres saber cómo morirás? Mira cómo vives.



MEDITACIÓN SOBRE
 LAS PERSECUCIONES 

   I. Dios permite que sus más fieles servidores sean probados por la persecución, sea para castigar los por alguna falta leve o para volverlos más vigilantes, sea para acrecentar su corona o impedir que la prosperidad los pierda. En las pruebas, Dios siempre busca su gloria y el bien de nuestras almas; no te quejes, pues, sino agradécele. Dios te envía males porque has despreciado bienes. Reconoce en sus golpes al que no reconociste en sus regalos. (San Cipriano).

   II. En todas las acusaciones que se dirijan contra ti, mira si cometiste las faltas que se te reprochan. Si eres culpable, pide perdón a Dios; entristécete, no de haber sido acusado, sino de haber, con tus faltas, dado motivo a la acusación. Agradece a Dios de que se sirva de la mano de tu adversario para punzarte el absceso que tú hubieras ahogado.

   III. Si eres inocente de la falta que se te imputa, si hasta eres perseguido por una acción buena, agradece a Dios, regocíjate de que te haga sufrir por la justicia. No te afanes en justificarte, tarde o temprano lo hará Dios. A menudo un padre hace castigar a sus hijos por intermedio de malos servidores, sin embargo prepara una prisión para éstos y reserva la herencia para aquellos. (San Agustín).   



MEDITACIÓN SOBRE TRES CLASES DE
 PERSONAS QUE ENCUENTRAN LA CRUZ

   I. Algunas personas se empeñan en evitar las cruces, pero sin poder lograrlo: son los pecadores y los voluptuosos. Siempre en busca de placeres, no encuentran en su camino sino tristeza y aflicción de espíritu. ¿Por qué esto? Porque el hombre que no busca a Dios jamás está contento; sus deseos y sus pasiones lo atormentan, Y Dios mismo se complace en enviarle sufrimientos para desasirlo de las creaturas y volverlo a Él. El pecador no puede ser dichoso, porque donde no hay virtud no hay verdadera dicha. (Salviano).

   II. Otros hay que buscan las cruces y las mortificaciones y que, en efecto, las encuentran. Es lo que sucede a los que comienzan a servir a Dios; no tienen todavía bastante valor ni suficiente amor de Dios que les haga encontrar dulces y agradables las aflicciones: sienten aún las asperezas y la amargura ¡dichosos si continúan en este arduo ejercicio de la mortificación sin desanimarse!

   III. Las almas santas buscan las cruces con diligencia, pero no las encuentran. San Francisco Javier las deseó en aumento progresivo; pidió Santa Teresa padecer o morir; y, como San Pablo, superabundaron de gozo en medio de sus aflicciones. Es que el prolongado sufrimiento, su amor a Dios y el consuelo que el Señor difunde en sus almas, los hace felices en este mundo mientras ellos buscan la felicidad del cielo. Persiguen la dicha y ya son dichosos; la buscan y ya la encontraron. (San Euquerio).




MEDITACIÓN ACERCA DE
 DE LA PRIVACIÓN
DE CONSUELOS ESPIRITUALES

   I. Dios permite, algunas veces, que sus elegidos queden privados de consolaciones al punto de no encontrar descanso ni en la oración. No te asombres de este triste estado: Dios lo ve y lo permite, y a me nudo es su autor. ¿Jesucristo no fue, acaso, sumergido en esta tristeza mortal en el Huerto de los Olivos y en la cruz, cuando dulcemente se quejaba de que su Padre lo hubiera abandonado?  Cuando estés en este estado de desolación, resígnate generosamente a la voluntad de Dios, y resuélvete a sufrir por todo el tiempo que a Él le plazca. Reza con humildad, continúa tus ejercicios de piedad: si los haces con menos gusto y consuelo, los harás con más mérito.

   II. Cuando Dios permite que así seas privado de todo consuelo, Él lo hace, ya para castigar tu tibieza, ya para darte a entender que la devoción sensible, que antes tenías, era un don de su pura bondad; o para hacerte estimar las consolaciones, que menos preciarías si fueran continuas; o, en fin, para darte ocasión a que adquieras mayores méritos. Busca, pues, con santa diligencia, al Esposo de las almas. Se oculta cuando se lo busca, a fin de que, no encontrándolo, se redoble el ardor. (San Gregorio).

   III. Para salir cuanto antes de este lastimoso estado, examina seriamente qué motivo diste a Dios para que te abandonara, e implora su perdón. Humíllate ante su adorable Majestad, reconociendo que eres indigno de sus mercedes; y en vez de desanimarte redobla tu fervor, busca a Dios con mayor empeño, y dile de todo corazón: Señor, que sois la alegría de mi alma, ¿por qué volvéis vuestro rostro? ¿Dónde estáis, bien mío, dónde os encontraré? (San Agustín) .



MEDITACIÓN SOBRE
 LA ALEGRÍA ESPIRITUAL

   I. Servid a Dios con alegría y no con tristeza. Esta alegría contribuye a la gloria de Dios, porque los hombres alaban su bondad cuando a sus servidores los ven alegres, aun en medio de sus austeridades. Los incita a la virtud, haciéndoles ver que no es tan difícil de practicar como se lo imaginan. Resúltanos ventajosa también a nosotros y mucho, porque con ella no se siente el peso de una carga, que se lleva con ganas. Alégrate, pues, en Nuestro Señor, a fin de que todos los que te vean conozcan que lo sirves de corazón y no por fuerza.

   II. Para desterrar la tristeza de tu corazón, des tierra de él el pecado, purifica tu conciencia. Por el pecado entraron todos los males en el mundo y la tristeza en nuestra alma. Aun cuando la pureza de conciencia no produjese otro fruto que esta alegría de corazón que la acompaña, estaría ya suficiente mente recompensada, tal como el solo pensar de una mala conciencia es ya un castigo del crimen. Nada, es más triste que la ventura de los malvados. (San Agustín).

   III. Para conversar y aumentar esta alegría, piensa en Dios y en el paraíso. Dios ve tus trabajos. Él te prepara una corona de gloria. Que esta alegría se refleje en tu rostro y en tus palabras. Sabe que la virtud no tiene enemigo mayor que la tristeza, y que no tenemos armas más poderosas para repeler a nuestros enemigos y para sus golpes, que la alegría que se tiene en Dios. (San Juan Crisóstomo).



MEDITACIÓN
SOBRE LA MODESTIA

   I. La modestia es una virtud que regula el exterior del hombre; debes practicarla, porque no conviene a un cristiano, que debe ser la imagen y copia de Jesucristo, ser descompuesto en sus palabras o en sus actos. Dios está en todas partes; tu buen Ángel te ve; los hombres son testigos de tus inmodestias y se escandalizan de ellas. Todos estos motivos deberían persuadirte a amar esta hermosa virtud, que tanta gloria procura a Dios y tanto bien hace al prójimo. ¡Qué hermoso es dar buenos ejemplos! (San Ambrosio).

   II. Para practicar la modestia, es necesario que consideres tu edad, tu condición, tu género de vida, el tiempo, el lugar y las ocasiones en que te encontrares. Tus miradas deben ser modestas, tanto como tus palabras, tus acciones y todo tu exterior; en una palabra, debes comportarte de tal modo que se pueda decir de ti: "Así es como andaba Jesucristo, así es como obraba y conversaba con los hombres". Quien profesa creer en Jesucristo, debe regular su conducta según la de su Maestro. (San Jerónimo).

   III. La modestia exterior depende de la interior; el rostro no es sino el reflejo de los sentimientos del alma. Si tus pasiones están bien mortificadas, si tu corazón está continuamente ocupado con el pensamiento de Dios, no tendrás mucho trabajo en ser modesto. Tu alma, encontrando su contento en el interior de sí misma, no lo buscará en el exterior. Los sentimientos se manifiestan en nuestro continente, y el rostro es el espejo del alma y la expresión de las costumbres. (San Isidoro).



  MEDITACIÓN
CÓMO HAY QUE ORDENAR
LOS DESEOS

   I. Nuestra felicidad en esta vida depende de la regla que impongamos a nuestros deseos. Aprende a limitarte en el deseo de los bienes naturales. Quisieras gozar de mejor salud, poseer más ingenio, más fuerzas, más hermosas cualidades naturales; este deseo es fuente de inquietudes. Conténtate con lo que Dios te ha dado, agradécele; acaso te condenarías si tuvieses los brillantes talentos que de seas. Aunque ahora tuvieras lo que deseas, no por ello estarías más contento. Sólo Dios puede colmar tus anhelos. Dedícate a hacer su voluntad y todos tus deseos serán satisfechos.

   II. Conténtate asimismo con los bienes de fortuna que Dios te ha dado; no son las riquezas, ni los honores, los que te harán feliz. ¡Cuántas personas hay más pobres que tú y sin embargo son más dichosas, porque no desean sino lo que Dios quiere que posean! El pecador es infeliz, tenga o no tenga lo que él desea. (San Próspero).

   III. Un deseo te es permitido, es el llegar a un grado más alto de santidad; hasta debes imitar las heroicas virtudes que admiras en los santos, en la medida en que tu estado y condición te lo permitan. Examínate acerca de los deseos de tu alma; desea con ardor llegar a la santidad. Nada esperes, nada temas, y habrás reducido a la impotencia la cólera de tu enemigo. (Boecio).




MEDITACIÓN SOBRE LA PRESUNCIÓN
DE LA SALVACIÓN

   I. La mayoría de los hombres viven en una vana esperanza del paraíso. Nadie quiere ser condenado, nadie cree serlo un día, pero muchos no hacen lo que hay que hacer para evitar el infierno. Siempre se piensa en la bondad de Dios y raramente en su justicia. La gente se ilusiona con el ejemplo del buen ladrón, y no se da cuenta de que este ilustre penitente se convirtió en un momento en que todo el mundo abandonaba a Jesús, y que obedeció a la primera inspiración de la gracia.

   II. Pero, ¿en qué fincas esa confianza de que te has de salvar? ¿Será en tus buenas obras? ¿Qué haces tú para ganar el cielo? ¿Será por los méritos de Jesucristo? Él te ha redimido sin cooperación alguna de tu parte; pero no te salvará, si no cooperas en tu salvación. Ya se ve, fundas tu esperanza en la bondad de Dios: pero, porque Dios es bueno, ¿habrás tú de ser malvado, y habrás de pecar tantas veces cuantas Él te perdona? (Tertuliano).

   III. Trabaja, pues, en tu salvación con temor. San Pedro y Magdalena lloraron sus faltas todo el resto de su vida, aunque ya estaban seguros de haber obtenido el perdón de ellas. Se ha visto a santos, después de haber vivido en el yermo, temblar de espanto al acercarse su muerte; ¡y tú, nada temes! ¿De dónde procede esta seguridad? ¿No es acaso una señal de tu poca fe, más bien que una prueba de valentía? Temo dejar este mundo y tiemblo a la entrada del puerto, porque ignoro quién debe reco germe al salir de esta vida. (San Bernardo).