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domingo, 30 de octubre de 2011

SERMÓN EN LA FIESTA DE CRISTO REY

FIESTA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY

Extractado en su mayor parte
del Cardenal Primado de España,
Don Isidro Gomá y Tomás





Visto en: Radio Cristiandad


De la Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses: Hermanos: gracias damos al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su dilección, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados. Él es la imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él. Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud, y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos, en Cristo Jesús Nuestro Señor.
Por el hecho de la unión hipostática, Jesucristo quedó ungido Rey, Sacerdote y Maestro, sobre todos los reyes, sacerdotes y maestros de la humanidad.
Al tratar el tema de Jesucristo Rey, por ser hoy su Solemnidad, sean nuestras primeras palabras para proclamar su realeza a la faz del mundo: ¡Viva Jesucristo Rey!
Sí; Jesucristo es Rey, reconocido tal por todos los siglos cristianos desde su Encarnación. Desde el momento en que se le reconoció como Mesías, Jesucristo ha sido confesado Rey sobre todos los reyes.
Rey magnífico y poderoso, descrito por los antiguos Profetas, que debía someterlo todo al imperio de su cetro.
Sobre las sagradas rodillas de su Madre le adoraron como Rey los Magos de Oriente, y como tal le ofrecieron oro.
A los tres siglos de su nacimiento reyes y emperadores le rendían vasallaje, y su trono, la Cruz, era el símbolo de la realeza de Cristo que coronaba las mismas coronas reales.
Clavado en Cruz, en las primeras representaciones plásticas de su afrentoso suplicio, nos le ofrece el arte cristiano en la forma clásica de las antiguas majestades, cubierto de púrpura y ceñida la frente con real corona.
El Renacimiento lo reproduce ora sentado en rico trono con todos los atributos de la dignidad real, ora sosteniendo sobre sus rodillas el globo terráqueo, símbolo de su dominación universal.
El siglo XVI ve levantarse en Roma, en el centro de la plaza de San Pedro, un famoso monolito con la inscripción: Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.
Sobre las colinas, montes y montañas, las generaciones le levantaron a Cristo Rey cruces monumentales, reproducción de su trono; y en los dinteles de los templos le pusieron lápidas conmemorativas de su reinado con la inscripción: Christus regnat.
Invitadas por el Sumo Pontífice Pío XI, las multitudes cristianas aclaman y adorar al gran Rey Jesús.
Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! derramaron su sangre los mártires del siglo XX, sea en México, sea en España, sea en los gulags soviéticos o en las mazmorras castristas…
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Pero este Rey, si bien no vacila en su trono, que tiene la firmeza de las cosas eternas, es discutido por los hombres que quieren sustraerse al poder de su cetro.
La falsa teología, la filosofía quimérica, la imaginaria ciencia, la política corrupta, el desviado derecho y las horribles artes de los tiempos modernos enfrentan la Realeza de Cristo y desean sacudir su autoridad e imperio.
Mientras Cristo Rey es discutido y falseado por hombres de voluntad perversa, es preciso que digamos a los hombres del laicismo político, filosófico o teológico, que quieren substraer las cosas humanas de la influencia del cetro dulcísimo y santísimo de nuestro Rey, que Jesucristo es el Rey universal y absoluto que tiene sobre todas las cosas creadas supremo y absolutísimo imperio, y que el ejercicio de su realeza es absolutamente necesario para el buen régimen del mundo, en todos los órdenes.
Y esto debe proclamarse, no sólo a la faz de los pueblos y de los que los gobiernan, sino que también debe confesarse paladinamente ante aquellos que ocupan indignamente los más altos cargos en la Iglesia, comenzando por Benedicto XVI.
En esta Fiesta de Cristo Rey debemos hacer nuestras las palabras que Monseñor Lefebvre dirigiera al Cardenal Ratzinger en julio de 1987: No podemos colaborar con ustedes, es imposible, porque trabajamos en dirección diametralmente opuesta: ustedes trabajan en favor de la descristianización de la sociedad, de la persona humana y de la Iglesia, mientras que nuestros esfuerzos están dirigidos hacia la cristianización; no podemos, por tanto, entendernos.
Para nosotros N.S.J.C. lo representa todo. Es nuestra vida; la Iglesia es N.S.J.C., es su Esposa Mística; el sacerdote es otro Cristo; su Misa es el sacrificio de Jesucristo y el triunfo de Jesucristo por la Cruz.
En nuestros seminarios se enseña a amar a Cristo y todo se haya dirigido hacia el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que somos, y ustedes se dedican a hacer lo contrario.
Usted acaba de decirme que la sociedad no debe ni puede ser cristiana, que eso sería ir contra su naturaleza.
Usted acaba de intentar demostrarme que Nuestro Señor Jesucristo no puede reinar en las sociedades.
Usted ha intentado demostrar que la conciencia humana se halla libre de responsabilidad con respecto a N.S.J.C., que hay que dejarle en libertad y concederle, usando sus mismas palabras, un espacio autónomo: eso es la descristianización.
Pues bien, nosotros somos partidarios de la cristianización, no podemos, por tanto, entendernos.
Y a los descreídos y a los ilusos hay que decirles que las vicisitudes de las cosas humanas, que los cálculos de la política humana, no son capaces de cambiar la naturaleza de las cosas; y que Jesucristo es Rey, y lo será eternamente, por su misma naturaleza, pese a todas las democracias, de cualquier matiz que sean; pese a toda tendencia igualitaria; pese a toda fuerza ideológica que se empeñara en disminuir su realeza o aniquilarla.
Y está escrito que toda raza y nación que no sirva a este Rey perecerá, y tales pueblos serán destruidos y asolados.
Ningún pueblo podrá invocar jamás título alguno, ni en nombre de la democracia, ni de la moda política, ni de la religión o de la irreligión, que pueda ser atentatorio a los derechos sustantivos e imprescriptibles del Rey Jesús, cuyas divinas credenciales, cuyos títulos hereditarios, cuya posesión histórica y cuyos derechos personales están a una distancia infinita de las pequeñeces humanas.
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Cuanto más reinan el laicismo, la apostasía y el ateísmo, tanto más hemos de proclamar la Soberana Realeza de Jesucristo.
Contemplemos, pues, a Cristo Rey, para nuestra edificación espiritual; para aumentar nuestra fe en esta verdad tan consoladora como magnífica; para que sepamos dar la razón de nuestra creencia a nuestros enemigos; para intensificar en nosotros y en nuestros prójimos el Reino de Jesucristo.
La Misa de Cristo Rey es rica en enseñanzas y matices: la Epístola nos presenta los Títulos que Jesucristo tiene a la Realeza; el Evangelio nos instruye sobre la Naturaleza del Reino de Jesucristo; y el Prefacio proporciona las principales Características del dicho Reino.
Hoy nos detendremos solamente en la Epístola de la Fiesta, es decir en los Títulos de la Realeza de Jesucristo
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Es rey el que tiene derecho a regir; y este derecho se funda en títulos legítimos: la herencia, la conquista, la elección, que dan al sujeto que los posee el carácter y las atribuciones de rey.
Jesucristo ostenta diversos títulos para ejercer la realeza universal y absoluta sobre todo el mundo visible e invisible.
La divina Escritura está llena de pasajes en que se afirma paladinamente la realeza del Mesías.
Pero sobre todos los pasajes que nos representan al futuro Mesías como Rey, Dominador, con amplia potestad legislativa y judicial sobre todo el mundo, está el magnífico texto de la epístola de San Pablo a los fieles de Colosa que se lee en la Misa de esta Fiesta de Jesucristo Rey.
El fragmento no es ya profético, sino histórico. Es una apología de la Persona histórica de Jesucristo Rey, contra el que se han levantado ya las primeras herejías.
Y San Pablo, enamorado como está de la Persona de Jesús, resume en este bellísimo trozo los principales títulos de la Realeza de Jesucristo. Es un tratado de Cristología lleno, breve, pero sintético, en que cada una de las palabras parece gravitar sobre la cabeza del Redentor para formarle una magnífica corona de Rey de cielos y tierra.
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La argumentación de San Pablo contra los enemigos de la fe, que han sembrado la cizaña del error en la ciudad de Colosa, se reduce a vindicar la soberanía universal y absoluta de Jesucristo sobre todo.
Los falsos doctores habían enseñado a aquellos cristianos que sobre Jesús están algunos ángeles; y contra esta afirmación vindica la supremacía de Jesucristo sobre todos ellos por su igualdad de naturaleza con Dios: es el primer argumento del Apóstol.
Los ángeles, decían aquellos predicadores de la mentira, son intermediarios de los hombres con Dios, con ventaja sobre Jesucristo: San Pablo demuestra la unidad de la mediación soberana de Cristo, y ello le da lugar a desarrollar el argumento de la unión hipostática, que constituye a Jesucristo sobre toda criatura, y el de la redención de la humanidad, que le da el título de Rey por conquista del Reino de Dios en el mundo por su victoria sobre Satanás: son dos razones más, poderosísimas, de la Realeza de Jesucristo.
De aquí deriva un cuarto argumento: la capitalidad de Jesucristo sobre toda la Iglesia, lo que le constituye Rey sobre toda Humana criatura.
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Jesucristo, dice el Apóstol, es la imagen de Dios invisible, y con ello inicia el argumento profundo que da de la divinidad de Jesucristo.
Dios es el Rey soberano e invisible del mundo. El título de Creador de todas las cosas le da el derecho inalienable de propiedad, de señorío, de dominio, de autoridad y régimen sobra toda la creación, visible e invisible.
Luego tiene sobre ellos potestad absoluta.
Los reyes en tanto tienen autoridad sobre sus reinos en cuanto participan de la suprema autoridad de Dios sobre todo.
Pues bien, dice San Pablo, Jesucristo es Dios, porque es la Imagen de Dios invisible, imagen sustancial, viva, real de la divina esencia, que constituye a Jesucristo en Persona divina, con todos los derechos anejos a la divinidad.
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Señalada la cumbre de la argumentación, San Pablo indica las características de la Persona divina de Jesucristo. Es el primogénito de toda criatura Ninguna criatura es, por lo mismo, anterior ni superior a Jesucristo. Al engendrarle, el Padre ha vaciado en Él la plenitud de su naturaleza y le ha hecho partícipe con Él del derecho de primada sobre todo el mundo.
Y sigue el Apóstol dando una razón, bella y profunda, de estos derechos primaciales de Jesucristo sobre todo.
Porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él Es decir, todo es inferior a Él; porque es la causa ejemplar, según la cual se han hecho las cosas visibles e invisibles.
No sólo es tipo y ejemplar, sino que es Creador con el Padre.
El tipo o ejemplar, sigue el Apóstol, es no sólo superior, sino anterior a lo que según él se hace. Por lo mismo, Jesucristo es anterior a todas las cosas, porque preexiste antes que todas ellas en cuanto es eterno como el Padre, del cual es imagen eterna.
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Más aún, como el rey es el vigor y sostén de la sociedad que gobierna, porque la autoridad es la forma y el aglutinante de la comunidad, así Dios, Rey inmortal e invisible de todas las cosas, es el vigor tenaz que las sostiene en esta maravillosa cohesión, que hace del mundo un todo armónico.
Este atributo de Dios, sigue el Apóstol, es también propio de Jesucristo: Todas las cosas persisten o subsisten en Él. Por lo mismo, Jesucristo no sólo es el Creador de todo, superior y anterior a todo, sino que sigue siendo el principio de cohesión del universo y la razón de su existencia y armonía.
Un acto de la voluntad divina de Jesucristo reduciría el mundo de la materia y del espíritu a la nada de donde todo salió.
Jesucristo es Dios; es el Unigénito, la Idea única del Padre, Creador con el Padre, que todo lo sostiene y gobierna con el Padre. Por esto es Rey universal y absoluto como el Padre.
Nosotros, pobres seres de la creación, somos vasallos de Jesucristo, siervos de Jesucristo, por título de creación: Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes.
Y ponderad la profunda aberración de los hombres al negarse a servir a Jesucristo, o avergonzarse de ello, o al intentar, insensatos, echarle de la sociedad…
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Hay otros, títulos en que se funda la Realeza de Cristo, no en cuanto, es Dios sino en cuanto hombre; porque también como hombre tiene, absoluta soberanía sobre todo.
El Verbo de Dios, eterna Imagen del Altísimo, se hizo carne en las entrañas purísimas de una Virgen Inmaculada, es decir, tomó una naturaleza humana y la unió a su Persona divina, resultando un Hombre-Dios. Dios, porque en Jesucristo hay una Persona y una Naturaleza divina como en el Padre y el Espíritu Santo; Hombre, porque tiene alma y cuerpo como todo hombre; Hombre-Dios, porque la naturaleza humana está substancialmente unida a la Persona divina del Verbo, no formando más que un solo sujeto.
Pues bien, Jesucristo tiene la absoluta preeminencia sobra todas las cosas, es decir, tiene absoluta realeza sobre todo, porque Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud de la divinidad, no en una forma accidental y pasajera, sino substancialmente, según toda su plenitud personal.
Más abajo, en la misma Carta, dice el Apóstol, concretando más su pensamiento, que en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, esto es, substancialmente, o mejor, por contraposición al estado del Verbo antes de la Encarnación, conviviendo en un cuerpo humano, con una naturaleza humana.
Pero esta unión substancial con Dios, dice Pío XI siguiendo a San Cirilo de Alejandría, implica en Jesucristo, hasta en cuanto es hombre, el principado sobre todas las cosas.
Ángeles y hombres deben adorar a Cristo como Dios, pero deben estar sujetos a su imperio en cuanto hombre. La unión hipostática importa en Jesucristo-hombre una triple unción de la divinidad: unción de Rey, de Sacerdote y de Maestro.
La jerarquía divina del poder, de la santidad y de la doctrina elevan la naturaleza humana de Jesús sobre todo poder, sobre toda santidad, sobre toda inteligencia creada, porque Dios es el Sumo Poder, la Suma Santidad, la Suma Sabiduría.
¡Qué grande aparece Jesucristo a la luz de estas palabras de San Pablo: En Él habita toda la plenitud de la divinidad!
No nos extraña, pues, que David lo viera en el Salmo sacerdotal y real y dijera de Él: Dijo el Señor a mi Señor, es decir, dijo el Padre al Hijo hecho hombre: Siéntate a mi derecha, mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies.
Porque el hombre Jesucristo, que es una misma cosa con Dios, tiene que estar investido de la suprema magistratura, del supremo poder legislativo, judicial y ejecutivo, sobre toda la creación.
No debe extrañarnos que el mismo Apóstol dijera que ante el Nombre de Jesús doblan la rodilla el cielo, la tierra y los abismos.
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Jesucristo es Dios; Jesucristo es el Hombre-Dios; por estos dos títulos ciñe la corona de Rey, sobre todos los reyes.
Pero dejando estas alturas de la divinidad y de la unión hipostática, se detiene San Pablo en una de las funciones de Jesucristo que le hacen acreedor por otro título a la corona real: es el título de Redentor de los hombres: reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos
¡Reconciliar con Dios los cielos y la tierra! Esta es la obra capital de Jesucristo; para esto vino al mundo; por esto está clavado en la cruz, para reconciliarnos por la muerte en el cuerpo de su carne, dice gráficamente el texto, y hacernos santos, inmaculados, irreprensibles ante Dios…
Todo está ya reconciliado con Dios por la Sangre del Hombre-Dios. La Sangre de Jesucristo ha hecho la paz entre los cielos y la tierra.
Este Hombre-Dios, por este hecho, ha comprado el mundo de la humanidad pecadora; lo ha recomprado, que este es el sentido de la palabra redención. Y hemos sido comprados con un gran precio, dice San Pablo: la Sangre del Hombre-Dios.
Ya no nos extrañe que en la misma Carta el Apóstol presente a Jesucristo como un conquistador que, arrebatando a los poderes infernales todo el botín, y haciéndolos prisioneros, levanta sobre el derrotado ejército que nos tenía esclavizados la bandera del triunfo…
No nos extrañe que la Iglesia, en los días de la Pasión de Jesucristo, que son los días de su victoria, entone, con voces agudas de clarín guerrero, el himno regio de Cristo vencedor en la Cruz: Vexila Regis prodeunt
¡Viva el Rey!, clamemos ante este incomprensible trono de su Realeza que es la Cruz.
Aquí tenéis a Jesucristo, que en la cumbre del Calvario se levanta sobre todos los hombres, porque es Dios, y es ungido Rey de todos ellos con el óleo divino de su Sangre: ¡Viva el Rey!
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Pero Jesús muere, y de su costado abierto nace la Iglesia; y en este misterio de la formación de la sociedad sobrenatural de los redimidos ve el Apóstol otro título de la realeza de Jesucristo.
Oíd sus palabras, que también son de la Epístola de esta fiesta: Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia.
La Iglesia, a la que por gracia de Dios y dicha nuestra pertenecemos, es un Cuerpo Místico, y es un Reino: es el Reino de los Cielos en la tierra, dice san Gregorio. Y Jesucristo es el Rey de este Reino.
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Por todos estos títulos, concluye el Apóstol, tiene Jesucristo la suprema Realeza, el supremo dominio sobre todas las cosas.
Después de todo ello, y dejando ya el magnífico texto de la Epístola de la Misa de hoy, repitamos con la santa Iglesia: Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes… Dios, infinito como el Padre; Hombre-Dios, en quien mora la plenitud de la divinidad que le encumbra sobre los espíritus celestiales, cuanto más sobre la creación visible; Redentor de los hombres, a quienes rescató triunfando de su antiguo dominador; Autor de la Iglesia, que es el reino de Dios en la tierra…
Jesucristo debe tener, por derecho propio fundado sobre todos estos títulos, un trono en el pensamiento y en el corazón de todos los hombres, como lo tiene sobre toda la creación visible, que no es más que el escabel de sus pies.
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Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes
Toda la creación doblega sus rodillas ante el gran Rey; sólo el hombre, insensato, por debilidad, por cobardía o por perversidad, es capaz de negarle pleitesía a Jesucristo Rey.
Que no sea así jamás; y para ello, digámosle a Jesucristo Rey aquellas palabras de la Liturgia, que parecen un grito contra la libertad del hombre, pero que de hecho son la salvación del hombre si las hace eficaces: Señor Rey, ¡Subyuga a tu imperio hasta nuestras voluntades rebeldes!
¡Rey nuestro, Jesús, Salvador nuestro! Al celebrar tu realeza, no queremos contentarnos con rendirte los efímeros tributos de nuestra devoción, sino que queremos que tomes posesión de nuestra libertad.
Usa de ella, Rey nuestro, como te plazca, que mejor que en nuestras manos pecadoras, está en las tuyas santísimas, que pueden hacer de ella la obradora de nuestra salvación, temporal y eterna.
¡Rey nuestro, Jesús! Somos rebeldes a tu cetro, lo hemos sido mil veces: recibe nuestra libertad, véncela, subyúgala, para que jamás pueda levantarse contra Ti.
Venga a nos el tu Reino, Jesús Rey…
Venga tu Reino en los individuos, en las familias, en la sociedad, para que después de haber sido dignos súbditos de tu cetro, podamos formar parte del Reino eterno de la gloria, donde con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén


P. Ceriani

CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


CRISTO REY
CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO 
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

CONSAGRACIÓN
A
CRISTO REY
Ordenada por S. S. Pío XI para el día de Cristo Rey (último domingo de octubre)



   Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.

   Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Sacratísimo.  


   Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve, se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.


   Mirad, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumnidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no suene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud, a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos! Amén.

FIESTA DE CRISTO REY


FIESTA DE
N. S. JESUCRISTO REY
(Último Domingo de Octubre)
Doble de Primera Clase - Ornamentos blancos

   "Sí, Yo soy Rey -dijo Jesús a Pilatos-, para eso precisamente he nacido y venido a este mundo: para dar testimonio de la Verdad". Su reino no es de este mundo, es decir, no es un reino temporal; "es el reino de la Verdad y de la vida, el reino de la gracia y de la santidad, el reino de la justicia, del amor y de la paz". (Prefacio). Es el reino divino de la Santa Iglesia, en el que se proporciona la salud a los enfermos, la luz a los ciegos, la libertad a los cautivos. Sus habitantes tienen poder para hacerse hijos de Dios, para vivir una vida divina, para gozar de la libertad; aparta del yugo de Satanás y nos comunica los bienes divinos. Todo ello, en virtud de nuestra unión vital, de nuestra unidad de ser con Cristo, que es nuestra Cabeza, el Fundador de este reino, el que lo constituyó con sus enseñanzas, con sus ejemplos y, sobre todo, con su muerte de cruz. "Adquirió la Iglesia con su sangre". "Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir poder y riqueza, y sabiduría y fortaleza, y honor. A Él la gloria y el imperio por todos los siglos de los siglos amén."

   Este debe ser un día de acción de gracia al Padre, por haber constituido Rey y Señor de todo a su divino Hijo; un día de homenaje y acatamiento y de acción de gracias al Hombre-Dios, que se dignó trasladarnos a su reino. Y, con la Redención, con la liberación del dominio del pecado, poseemos también la vida de la gracia, la filiación divina, el poderío sobre el mundo, sobre la carne, y sobre el poder de las malas pasiones y, con todo esto, la esperanza de ser admitidos un día en el futuro reino de la bienaventuranza eterna. Debemos, por tanto, decir con San Pablo: "Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar  de la herencia de los santos en la luz. Él nos arrancó de la potestad de las tinieblas, y nos trasladó el reino de su amado Hijo".    
   Introito Apoc. 5, 12; 1, 6
    INTROITUS Dignus est Agnus, qui occísus est, accípere virtútem, et divinitátem, et sapiéntiam, et fortitúdinem, et honórem. Ipsi glória, et impérium in sæcula sæculorum. Ps. 71, 1. Deus, judícium tuum Regi da: et justítiam tuam Filio Regis V. Gloria Patri.   Introito - Digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir la virtud, y divinidad, y sabiduría y fortaleza, y honor. A Él gloria y poder por los siglos de los siglos. - Ps. ¡Oh Dios Padre! da tu poder de juzgar al Rey Cristo; Y tu cetro de justicia al Hijo del Rey (Cristo). V. Gloria al Padre.
Oración-Colecta
   ORATIO - Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Filio tuo, universórum Rege, ómnia instauráre voluísti: concéde propítius; ut cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, ejus suavíssimo subdántur império: Qui tecum vivit et regnat in unitáte. Per Dóminum.    R. Amen    Omnipotente y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal quisiste restaurarlo todo: concédenos propicio que todos los pueblos, disgregados por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.   RAmen.
   Conmemoracióndel domingo correspondiente 
Epístola
   Jesucristo, nos rescató con su sangre, nos sacó del poder de las tinieblas, nos reconcilió con su Padre celestial, fundó la Iglesia Católica de cuyo cuerpo es Él Cabeza, y nos conquistó el reino de los cielos. 
EPISTOLA   Lectio Epistolae beati Pauli Apostoli ad Colossénses. (Col. 1, 12-20)  -Fratres: Grátias ágimus Deo Patri, qui dígnos nos fecit in pártem sortis sanctórum in lúmine, qui erípuit nos de potestáte tenebrárum, et tránstulit in regnum Fílii dilectiónis suæ, in quo habémus redemptiónem per sánguinem ejus remissiónem peccatórum: qui est imágo Dei invisíbilis, primogénitus ómnis creaturæ: quóniam in ipso cóndita sunt univérsa in cælis, et in terra, visibília et invisibília, sive thróni, sive dominatiónes, sive principátus, sive potestátes: ómnia per ipsum, et in ipso creáta sunt: et ipse est ante omnes, et ómnia in ipso cónstant. Et ipse est caput córporis Ecclésiæ, qui est princípium, primogénitus ex mórtuis: ut sit in ómnibus ipse primátum tenens: quia in ipso complácuit ómnem plenitúdinem inhabitáre: et eum reconciliáreómnia in ipsum, pacificans per sánguinem crúcis ejus, sive quæ in terris, sive quæ in cælis sunt, in Christo Jesu Dómino nostro.    Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Colosenses -Hermanos: Gracias damos a Dios Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la suerte de los Santos, iluminándonos con la luz (del Evangelio); que nos ha arrebatado del poder de las tinieblas, trasladándonos al reino de su Hijo muy amado; por cuya sangre hemos sido nosotros rescatados y recibido la remisión de los pecados; el cual es imagen (perfecta) del Dos invisible, engendrado ante toda criatura; pues por Él fueron criadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean Tronos, o Dominaciones, o Principados, o Potestades: todas las cosas fueron criadas por Él y en atención a Él. Y así tiene ser ante todas las cosas, y todas subsisten en Él. Y Él es la Cabeza del Cuerpo (místico) de la Iglesia y el principio de la resurrección, el primero que renació de entre los muertos, para que en todo tenga Él la primacía; pues plugo al Padre poner en Él la plenitud de todo ser y reconciliar por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz, en Jesucristo, nuestro Señor.
   GRADUALE (Ps. 71, 8 et 11Dominábitur a mari úsque ad mare: et a flúmine usque ad términos órbis terrárum. V. Et adorábunt eum ómnes reges terræ: ómnes gentes sérvient ei.    Alleluia, alleluia. V.(Dan. 7, 14)  . Potéstas ejus, potéstas ætérna, quæ non auferétur: et regnum éjus quod non corrumpétur.Alleluia.   Gradual - Dominará de uno a otro mar, y desde el río (Éufrates) hasta los confines del globo de la tierra. V. Y adorarle han todos los pueblos de la tierra; todas las gentes le servirán.
   Aleluya, aleluya - V. Su poder es poder eterno, que no le será arrebatado; y su reino un reino que no se deshará. Aleluya. 
Evangelio
   Jeauxriato declara ante el tribunal de Pilatos que Él es Rey, pero Rey espiritual, no temporal y político de este mundo. En lo temporal y político Jesucristo y su Iglesia reconocen y respetan a los reyes y mandatarios de este mundo; pero exigen de ellos, en lo espiritual y divino, ese mismo respetuoso acatamiento.
 USequéntia sancti Evangélii secúndum Marcum ( 7, 31-37)
   In illo témpore: Dixit Pilátus ad Jesum: Tu es Rex Judæórum?Respóndit Jesus: A temetípso hoc dicis, an alii dixérunt tibi de me? Respóndit Pilatus: Númquid ego Judæus sum? Gens tua, et pontífices tradidérunt te mihi: quid fecísti? Respóndit Jesus: Regnum meum non est de hoc múndo. Si ex hoc múndo esset regnum meum, minístri mei útique decertárent, ut non tráderer Judæis: nunc autem regnum meum non est hinc. Díxit ítaque ei Pilatus: Ergo Rex es tu? Respóndit Jesus: Tu dícis, quia Rex sum ego. Ego in hoc natus sum, et ad hoc veni in múndum, ut testimónium perhíbeam veritáti: ómnis qui est ex veritáte, áudit vócem meam.
Credo.
 UContinuación del Santo Evangelio según San Marcos   En aquel tiempo: Dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres Tú el Rey de los Judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto tú por cuenta propia, o te lo han dicho otros de Mí? Replicó Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo(1); si de este mundo fuese mi reino, mis vasallos me defenderían para que no cayese en manos de los judíos; mi reino, pues, no es de aquí. Díjole, pues, Pilatos: ¿Luego Tú eres Rey? Respondió Jesús: Así es: Yo soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad; todo aquel que es amigo d la Verdad, escucha mi voz.   Credo
   OFFERTORIUM Ps. 2, 8 - Póstula a me, et dabo tibi gentes hereditátem tuam, et possessiónem tuam términos terræ   Ofertorio -  Pídeme, y te daré a los gentiles por herencia, y posesión tuya hasta los confines de la tierra. 
Oración-Secreta
   Hóstias tibi, Domine, humánæ reconciliatiónis offérimus; ut, quem sacrifíciis præséntibus immolámus, ipse cunctis géntibus unitátis et pacis dona concédat, Jesus Christus Fílius tuus Dóminus noster: Qui tecum vívit et regnat in unitáte. Per Dominum.   Ofrecémoste, Señor, la Hostia con que la humanidad fue reconciliada con su Dios, para que Aquel a quien inmolamos en este presente Sacrificio, Él Mismo conceda a todos los pueblos los dones de la unidad y de la paz, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Que contigo vive y reina.
   Conmemoracióndel domingo correspondiente 
   Prefacio de Cristo Rey
   La Iglesia fundamenta aquí concisamente las razones por las que Jesucristo es Rey del universo, y describe en frases lapidarias la naturaleza de su reino.
   Vere dignum et justum est, aequum et salutare, nos tibi semper, et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus: Qui Unigenitum  Filium tuum  Dominum nostrum Jesum Christum, Sacerdótem aetérnum nostrum et universórum regem óleo exsultationis unxiísti; ut, seípsum in ara crucis hóstiam immaculátam et pacificam ófferens, redémptiónis humánae sacraménta parágeret: et suo subjéctis império ómnibus creatúris, aeternum et universale regnum imménsae tuae tráderet Majestáti: regnum veritátis et vitae, regnum sanctitátis et grátiae, regnum justitiae, amóris et pacis. Et ídeo cum Angelis et Arcangelis, cum Thronis et Dominationibus cumque omni militia caelestis exércitus hymnum gl´riae tuae cánimus sine fine dicéntes:    Sanctus, Sanctus, Sanctus...   Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios! Que a  tu Unigénito Hijo y Señor nuestro Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey del universo, le ungiste con óleo de júbilo, para que, ofreciéndose a Sí mismo en el ara de la Cruz, como Hostia inmaculada y pacífica, consumase el misterio de la humana redención; y sometidas a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad su Reino eterno y universal: Reino de verdad y de vida; Reino de santidad y de gracia; Reino de justicia, de amor y de paz. Y por tanto, con los Ángeles y los Arcángeles, los Tronos y Dominaciones, y con toda la millicia del ejército celestial, entonamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.
   COMMUNIO  Immortalitátis alimóniam consecúti, quæsumus, Dómine: ut, qui sub Christi Regis vexíllis militáre gloriámur, cum ipso, in cælésti sede, júgiter regnáre possímus: Qui tecum vivit et regnat in unitáte.   Comunión. - Se sentará el Señor Rey para siempre; el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.
Oración-Postcomunión (Ps. 28, 10 et 11)
   Immortalitátis alimóniam consecúti, quæsumus, Dómine: ut, qui sub Christi Regis vexíllis militáre gloriámur, cum ipso, in cælésti sede, júgiter regnáre possímus: Qui tecum vivit et regnat in unitáte   Habiendo conseguido el Alimento de inmortalidad, pedímoste, Señor, que cuantos nos gloriamos de militar bajo las banderas de Cristo Rey, podamos perpetuamente reinar en la patria celestial con Él. Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
    Conmemoracióndel domingo correspondiente 
   Último Evangeliodel domingo correspondiente 

SANTORAL 30 DE OCTUBRE



30 de octubre

SAN MARCELO,*
Mártir
Es preciso pasar por medio de muchas tribulaciones
para entrar en el reino de Dios.
(Hechos, 14,21).

   San Marcelo, centurión del ejército romano, como sus compañeros celebraban mediante sacrificios paganos el aniversario del emperador, exclamó arrojando sus insignias militares: "Yo sirvo a Jesucristo, el Rey eterno. Si es necesario, para ser soldado, sacrificar a los dioses y a los emperadores, me niego a servir"Fue condenado a muerte y decapitado, el 30 de octubre del año 298, en Tánger.

MEDITACIÓN
ES PRECISO TRABAJAR
PARA GANAR EL CIELO

   I. No nos lisonjeemos de ganar el cielo sin que ello nos cueste mucho trabajo. El reino de los cielos sufre violencia, únicamente los animosos pueden conquistarlo. Esta vida no es lugar de descanso, es campo de batalla. Jesucristo nos ha señalado el camino del cielo con las huellas de su sangre; los santos lo han regado con sus sudores, sus lágrimas y su propia sangre. ¡Qué cobardes que somos! ¿Quisiéramos tener sin trabajo lo que tanto ha costado a nuestros antepasados en la fe?

   II. Todo lo que hacemos, todo lo que sufrimos es poco, si lo comparamos con lo que Dios pide, Con lo que vale el cielo y con lo que Jesucristo ha hecho para abrirnos su puerta. Sufro yo un momento para librarme de una eternidad de dolores, para gozar una gloria infinita y eterna. Vuestros sufrimientos duran sólo un momento, la gloria que esperáis es eterna. (San Pedro Damián).

   III. El mundo exige de sus partidarios servicios mucho más penosos de los que pide Jesucristo a sus servidores. Mira lo que hace un soldado para alcanzar gloria, un comerciante para enriquecerse, un cortesano para agradar a su príncipe. ¿Qué no haces tú mismo para contentar tu vanidad o tus placeres? ¿Cuándo, pues, trabajarás tanto por Dios cuanto trabajaste para el mundo? ¿Cuándo harás por tu alma tanto cuanto hiciste por tu cuerpo?
El cuidado de la salvación 
Orad por  los que están en pecado mortal.

ORACIÓN
   Haced, os lo rogamos, oh Dios omnipotente, que la intercesión de vuestro mártir San Marcelo, cuyo nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.