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miércoles, 21 de diciembre de 2011

SANTORAL 21 DE DICIEMBRE


21 de diciembre


SANTO TOMÁS,
Apóstol



Tú has creído porque me has visto, Tomás:
bienaventurados aquellos que sin haber
visto han creído.
(Juan, 20, 28).

   Santo Tomás, oscuro galileo, siguió a Jesús desde el primer año de su ministerio público; pero huyó en el momento de su Pasión. No quiso creer que Jesús hubiese resucitado antes de verlo con sus propios ojos. Así uno de los hombres que debían anunciar al Salvador al universo defeccionó primero y, en seguida, fue difícil de convencer: fue preciso que el Salvador le hiciese meter la mano en sus adorables llagas. Se dice que después se trasladó a la India a predicar el Evangelio y recibió allí la corona del martirio en edad muy avanzada.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA DE SANTO TOMÁS

   I. Primero Santo Tomás fue incrédulo: no quiso prestar fe a la resurrección a no ser viendo con sus propios ojos al Salvador. "Bienaventurados, le dijo Jesucristo, aquellos que sin haber visto han creído". ¿Soy yo uno de éstos? ¡Ah! si creyese firmemente que Jesús ha muerto por mí, que existe un infierno y un cielo, ¿acaso no viviría más santamente? ¡Desventurados aquellos que esperan los castigos de Dios para creer! (San Eusebio).

   II. La fe de este santo Apóstol se despertó una vez que Jesús le hubo hablado y que tocó sus sagradas llagas. También tú en estas fuentes del Salvador debes, alma mía, refugiarte para reanimar tu fe, fortificar tu esperanza y aumentar tu caridad. ¿Estoy yo enteramente convencido de que Jesús ha sufrido por mí en todo su cuerpo? Si lo creo, ¿cómo puedo amar los placeres, sabiendo que Jesús no amó sino los sufrimientos?

   III. Santo Tomás probó su fe mediante sus buenas obras. Llevó el Evangelio a los países más lejanos, y selló con su propia sangre la verdad de su enseñanza. En vano tus palabras dan fe de que crees en Jesucristo, si tus acciones desmienten a tu lenguaje. ¿Estás pronto a morir por confirmar tu fe? Tú, que pierdes el cielo y la gracia de Dios antes que privarte de un ligero placer, ¿eres cristiano? Si ni siquiera puedo en ti reconocer a un hombre razonable, ¿cómo habría de darte el nombre de cristiano? (San Juan Crisóstomo).

La fe
 Orad por la India.

ORACIÓN

   Señor, concedednos la gracia de celebrar con gozo la fiesta de vuestro apóstol Santo Tomás, a fin de que su protección nos ayude e imitemos su fe con una piedad digna de ella. Por J. C. N. S. Amén.

PENSAMIENTOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ

NEGATIO
III


De la manera que  pararían los rasgos de un tizne a un rostro muy hermoso y acabado, de esa misma manera afean y ensucian los apetitos desordenados del alma que los tiene, la cual en si es una hermosísima acabada imagen de Dios.

El que tocare a la pez, dice el Espíritu Santo, ensuciarse ha de ella; entonces toca uno la pez, cuando en alguna criatura cumple el apetito de su voluntad.

Si hubiésemos de hablar de propósito de la fea y sucia figura que pueden poner los apetitos del alma, no hallaríamos cosa, por llena de telarañas y sabandijas que esté, ni fealdad a que la pudiésemos comparar.

Los apetitos son como los renuevos que nacen en derredor del árbol y le quitan virtud para que no lleve tanto fruto.

No hay mal humor que tan pesado ponga a un enfermo para caminar, ni tan lleno de hastío para comer, cuando el apetito de criaturas hace al alma pesada y triste para seguir la virtud.

Muchas almas  no tienen ganas de obrar virtudes, porque tienen apetitos no puros y fuera de Dios.

Como los hijuelos de la víbora, cuando van creciendo en el vientre, comen a la madre y la matan, quedándose ellos vivos a costa de  ella, así los apetitos no mortificados llegan a enflaquecer tanto, que matan al alma en Dios, y sólo lo que en ella vive son ellos, porque ella primero  no los mató.

El apetito y asimiento del alma tiene la propiedad que dicen que tiene la rémora con la nave, que con ser un pez  muy pequeño, si acierta a pegarse a la nave, la tiene tan quieta que no la deja caminar.

Al codicioso todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que esta asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se puede librar por poco tiempo de este lazo del pensamiento a que esta asido el corazón.

Es nuestra vana codicia de tal suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento, y es como la carcoma que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas  hace su oficio.

El principal cuidado que han de tener los maestros espirituales es mortificar a los discípulos  de cualquier apetito, haciéndolos quedar en vacío de lo que apetecían, por dejarlos libres de tanta miseria.

Así como es necesario a la tierra la labor para que lleve fruto, y sin ella no lleva sino malas yerbas, así es necesaria la mortificación de los apetitos para que haya pureza en el alma.

Eso que pretendes y lo que más deseas no lo hallarás por esa vía tuya, ni por la alta contemplación, sino en la mucha humildad y rendimiento de corazón.

No te canses, que no entrarás en el sabor y suavidad de espíritu sino te dieres a la mortificación de todo eso que  quieres.