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sábado, 24 de marzo de 2012

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE PASIÓN




DOMINGO DE PASIÓN


Visto en:  Radio Cristiandad

Decía Jesús a los judíos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios.
Los judíos respondieron, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano, y que estás endemoniado?
Jesús respondió: Yo no tengo demonio, mas honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado. Y yo no busco mi gloria, hay quien la busque y juzgue. En verdad, en verdad os digo, que el que guardare mi palabra no verá la muerte para siempre.
Los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes al demonio. Abraham murió y los profetas: y tú dices: el que guardare mi palabra, no gustará la muerte para siempre. ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y los profetas, que también murieron? ¿Quién te haces a ti mismo?
Jesús les respondió: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios, y no le conocéis, mas yo le conozco; y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros. Mas le conozco y guardo su palabra. Abraham, vuestro Padre, deseó con ansia ver mi día: le vio y se gozó.
Y los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?
Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy.
Tomaron entonces piedras para tirárselas; mas Jesús se escondió y salió del templo.

Ningún día del año recibe el cristiano impresión más profunda, al entrar en el templo, que el Domingo de Pasión.

El altar aparece cubierto con velos morados, la Cruz y las imágenes de los Santos esconden sus rostros a las miradas del público… La Iglesia viste de luto; se dispone a llorar la muerte del Amado…

El fiel conocedor de la Liturgia advierte aún algo más: nota que se suprime el Gloria Patri… Es que el luto es tan riguroso, que prohíbe cualquier muestra de regocijo.

La Santa Iglesia dedica las dos semanas que nos separan de Pascua a la conmemoración de los dolores del Redentor.

Ella no quiere que sus hijos lleguen al día de la inmolación del Cordero divino, sin haber preparado sus almas por la compasión por el sufrimiento que tuvo que soportar en su lugar.

El tono de las oraciones, la elección de las lecturas, el significado de todas las santas fórmulas nos advierten que la Pasión de Cristo constituye, a partir de hoy, el pensamiento único de la Iglesia.

Desde hace tiempo el alegre Aleluya fue desterrado de sus canciones, y se elimina desde ahora la exclamación del Gloria dedicada a la adorable Trinidad. A menos que se celebre la memoria de algún Santo, ya no se dice en la primera parte de la Misa, y pronto se suprimirá por completo.

Cuando llegue el Viernes Santo, se cubrirá de color negro, como los que lloran la muerte de un ser querido, pues su Esposo murió realmente ese día. Los pecados de los hombres y los rigores de la justicia divina han caído sobre Él, y entregó su alma a su Padre, en los horrores de la agonía.

En la expectativa de esta hora terrible, la Santa Iglesia manifiesta sus dolorosos presagios velando por anticipación la imagen de su divino Esposo. La Cruz deja de estar a la vista de los fieles. Las imágenes de los Santos ya no son visibles; es lógico que la imagen del siervo se esfume cuando la gloria del Señor se eclipsa…

Los intérpretes de la Sagrada Liturgia nos enseñan que esta costumbre austera de velar la Cruz en el momento de la Pasión expresa la humillación del Redentor, reducido a la clandestinidad para evitar ser apedreado por los judíos, como leemos en el Evangelio: mas Jesús se escondió y salió del templo…

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La Sagrada Liturgia está llena de misterios en estos días en que la Iglesia celebra acontecimientos tan maravillosos.

Tres temas eran de interés especial para la Iglesia durante la Cuaresma: la Pasión del Redentor; la preparación de los catecúmenos para el Bautismo que debe conferirse en la Vigilia de Pascua; la reconciliación de los penitentes públicos, a los cuales la Iglesia volvía a abrir su seno el Jueves de la Cena del Señor.

Cada día que pasaba, hacía más vivos estas tres preocupaciones de la Santa Iglesia. Pero, una vez que lloró por los pecados de sus hijos, ahora llora enlutada por la muerte de su Esposo celestial.

El título de este Domingo expresa ya que hemos entrado en un nuevo estadio en el período de preparación a la Pascua.

Este domingo se llama Domingo de Pasión, porque la Iglesia comienza a centrarse específicamente en los sufrimientos del Redentor.

También es llamado Judica me, por las primeras palabras del Introito de la Misa, palabras del Salmo que se suprime en las oraciones al pie del altar.

Finalmente, se le da el nombre de Domingo de la Nueva Luna o Novilunio, por caer siempre después de la Luna Nueva que servirá para determinar la Fiesta de Pascua, primer Domingo después de la Luna Llena posterior al 21 de marzo.

Tiempo de Pasión se llama, y comprende dos semanas.

La primera está dedicada a meditar la Pasión interna de Jesús, que tiene por verdugo principal la inquina de los judíos; por eso todas las Misas de esta semana, menos la del jueves, nos hablan del odio del judaísmo oficial contra el Redentor.

Al entrar en la segunda semana de Pasión, Semana Santa, la Liturgia expondrá a nuestra consideración el cuadro de la Pasión externa del Divino Maestro.

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Para abrir la serie de meditaciones de este Santo Tiempo, la Iglesia nos presenta en el Evangelio un cuadro de dolor, una imagen del divino Paciente.

Contemplemos atentamente. Veamos a Jesús insultado por la canalla judía como samaritano y endemoniado; considerémosle, además, hecho objeto de la ira popular, la cual estalla en un tumulto, que hubiera acabado con la vida del Salvador, de no haberle amparado su divinidad.

Leemos en el Evangelio que el Hijo de Dios estaba a punto de ser lapidado como blasfemo, pero su hora no había llegado todavía. Tuvo que huir y esconderse…

Es para tratar de expresarnos esta humillación sin precedentes del Hijo de Dios que la Iglesia ha cubierto la Cruz. ¡Un Dios que se oculta para evitar la ira de los hombres! ¡Qué cambio terrible!

Jesús se esconde… ¿Es debilidad… miedo a la muerte…? Pensarlo sería una blasfemia. Y pronto lo veremos salir al cruce de sus enemigos y enfrentarlos.

En este momento, evade la rabia de los judíos porque todo lo que se predijo de Él aún no se ha cumplido todavía.

Además, no será bajo los golpes de las piedras que debe expirar, sino sobre el Árbol de la maldición, que luego se convertirá en el Árbol de la Vida.

Humillémonos viendo al Creador del Cielo y de la tierra obligado a evadir la mirada de los hombres, para escapar de su furia.

Pensemos en aquel día triste del primer crimen, cuando Adán y Eva, culpables, se ocultaron también, porque se sentían desnudos…

Jesús vino para asegurar el perdón; y ahora se esconde, no porque esté desnudo, sino porque se ha hecho débil para darnos fortaleza.

Nuestros primeros padres estaban tratando de escapar de la mirada de Dios…

Jesús se oculta a los ojos humanos, pero no siempre será así. El día llegará en que los pecadores, a los que parece hoy velarse, implorarán a las rocas y a las montañas, pidiendo que caigan sobre ellos y los escondan de la vista del Juez; pero su deseo será estéril, y ellos verán al Hijo del hombre sentado sobre las nubes del cielo, en majestad poderosa y soberana.

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La historia de la Pasión del Hijo de Dios nos dará más de una lección sobre los tristes secretos del corazón humano y sus bajas pasiones. No podía ser de otra manera, porque lo que sucede en Jerusalén, se renueva en el corazón del hombre pecador.

Este corazón es un Calvario en el que, según las palabras del Apóstol, Jesucristo es crucificado con renovada frecuencia. Incluso la ingratitud, incluso la ceguera, incluso la rabia…, con la diferencia de que el pecador, cuando es iluminado por la luz de la fe, sabe que lo crucifica nuevamente…

Enfervorizado nuestro espíritu con estas consideraciones, despertemos ante todo vivos sentimientos de tierna compasión hacia Jesús, nuestro Dios, que se dispone ya a cargar con la cruz de nuestros pecados.

Luego, admiremos la mansedumbre sin nombre del Señor. Parece insensible a los insultos.

Lo motejan de Samaritano, agravio el más injurioso que podía dirigirse a un judío, y ni siquiera se da por aludido.

Sólo vuelve por su honra frente a los que le decían endemoniado, porque este insulto iba directamente contra la obra mesiánica que el Padre le encomendara.

Bien pudo decir sin escrúpulo: Yo no busco mi gloria.

¡Cuán diferente es nuestra conducta de la del Salvador! Aprendamos a perdonar las injurias.

En tercer lugar, consideremos que las blasfemias que brotaron este día de los labios judíos, son muy contadas en comparación de las que el mundo arroja hoy al rostro de Cristo a todas horas.

¿Acaso no hemos contribuido con nuestros pecados a esa cruz de agravios, que vienen a estallar en el Corazón de Jesús? Por ellos quiso purgar ya el Señor entonces.

Doblemos, pues, las rodillas en desagravio de nuestras ofensas, y con verdaderas muestras de contrición, pronunciemos con humildad las palabras del publicano: Apiádate, Señor, de mí, que soy un pobre pecador.

Finalmente, dirijamos a nosotros la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera hecho yo de estar presente en aquella terrible escena? ¿No hubiese salido al momento en defensa del Señor? El corazón salta de puro contento y emoción al imaginarnos entre los que escucharon las palabras del Salvador, y le asegura mil veces que ciertamente hubiera salido por sus derechos.

Pues bien, eso que tanto anhelamos, nos es dado hacer aún ahora. Podemos reparar con nuestros sacrificios las ofensas dirigidas a nuestro Salvador.

Por medio de fervientes actos de amor podemos detener dichos insultos, evitando a Jesús tamaño dolor.

Siendo, pues, esto así, ¿dejarás a Jesús solo en medio de tanto enemigo? No espera seguramente tu amable Salvador tamaña inconsideración del que se llama su amigo. Acredita este título, y consuela al Divino paciente con un fervoroso coloquio y la práctica de las virtudes.

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Ambientémonos debidamente. Vivamos estos días de las serias y profundas realidades que la Liturgia nos ofrece.

No perdamos de vista a Jesús paciente. Tratemos de penetrar en el secreto de su Alma, de adivinar sus sufrimientos. Formemos el cortejo de sus íntimos.

Vayamos también nosotros y muramos con Él. Estas palabras del Apóstol Santo Tomás pueden y deben servirnos de lema para las dos semanas que comenzamos.

La Iglesia se ha cubierto con el velo de la viudez, ¿y tú te atreverás a reír con el mundo?

La Iglesia tiene el pensamiento puesto en el martirio de su Esposo, ¿y tú andarás distraído y ocupado en cosas vanas?

La Iglesia sube con Jesús la penosa cuesta del Calvario, ¿y tú mirarás con indiferencia esa escena de dolor, sin dignarte tomar la cruz con tu Señor?

Que no se diga de ti tal bajeza.

Agota más bien las posibilidades de santificación que te ofrece la Liturgia.

Examina cómo andan los ejercicios de piedad y penitencia con que comenzaste la Cuaresma.

No te canses de escuchar este consejo: el espíritu está pronto, mas la carne es tan flaca...

Si te hubieses entibiado, cuida de renovar tu primitivo fervor, conforme a la invitación que te dirige la Iglesia en los Maitines: Hoy, si oyereis la voz de Dios, no queráis endurecer vuestros corazones.

Esta buena Madre, a fin de animarnos más y más a llevar a buen término la ascensión del monte santo, nos recuerda además con toda solemnidad, que no quedan más que catorce días hasta la gran fiesta ida Pascua.

¡Qué contentos recibiremos ese día, si hemos sido fieles en acompañar a Jesús hasta la cumbre del Calvario!

Si así lo haces, te será concedido participar de la alegría de la Resurrección de Cristo, y podrás entonar de hecho y con derecho el Aleluya pascual.

Pues bien, si el fin te entusiasma, pon en práctica los medios que al mismo conducen; forma serios propósitos para estas dos semanas.

¡Adelante! ¡Emprende con nuevos bríos la ascensión al collado de la mirra!

Vayamos también nosotros con Jesús y muramos con Él, si es que con Él queremos resucitar…

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Pensamiento para la Comunión:

Este es el Cuerpo que por vosotros será entregado…

Con gran tino presenta hoy la Iglesia la Eucaristía como memorial de la Pasión. Cuantas veces recibas este Sacramento en estos días, recuerda, alma cristiana, que se renueva aquel acto augusto de la noche del Jueves Santo, y que la Hostia que se te ofrece, es un despojo divino del Sacrificio de la Cruz perpetuado en los altares.

¡Qué sentimientos tan tiernos despertará en ti esta consideración!

Atiéndenos y defiéndenos con perpetuos auxilios, oh Señor Santísimo, Padre Todopoderoso, Dios eterno; Tú que pusiste la salvación del género humano en el Árbol de la Cruz, para que de donde salió la muerte, de ahí renaciese la vida, y el que en un árbol venció, en un árbol fuese vencido, por Cristo nuestro Señor. Amén.


P. CERIANI

SANTORAL 24 DE MARZO




SAN PIGMENO, 
Mártir

Caminad, pues, mientras tenéis luz, para que las
tinieblas no os sorprendan, que quien anda en tinieblas,
no sabe adonde va.
(Juan, 12, 35).

   Este santo, que había enseñado la Religión verdadera a Juliano el Apóstata, fue desterrado por este emperador por dar sepultura a los mártires. Durante su estada en Persia, quedó ciego y, por orden del cielo, volvió a Roma. Habiéndolo encontrado Juliano le dijo: Agradezco a los dioses por la felicidad que me conceden de ver a Pigmeno. -Y yo, replicó1e el Santo, doy gracias al Dios del cielo por ahorrarme la vista de un emperador idólatra. Irritado el apóstata con esta respuesta, lo hizo arrojar al Tíber

MEDITACIÓN
SOBRE LAS TRES CLASES
DE CEGUERA

   I. Es preciso ser ciego en este mundo sometiendo la razón a la fe, creyendo lo que no se ve, y lo que no se puede comprender. De este modo debes creer en los misterios de la Santísima Trinidad, de la Eucaristía y tantos otros que nos propone Dios por medio de su Iglesia. ¿Puedo acaso sorprenderme si no comprendo misterios tan elevados, si ni siquiera comprendo lo que soy, lo que tengo ante mis ojos, lo que pasa en mi interior? Dios no sería Dios si pudiésemos comprenderlo. Yo creo porque Dios lo ha dicho. La palabra divina es, para mí, prueba suficiente. (Salviano).

   II. Debes ser ciego para no ver lo que sea capaz de conducirte al mal. Vigila tus ojos: ellos son los que introducen en tu alma la turbación, el fuego y el desorden. Jamás mires lo que no puedes desear ni poseer sin pecado. Los ojos son las puertas del corazón; por ellas penetran en él la mayoría de los vicios; y por ellas salen la devoción, la humildad y la pureza. Aparta mis ojos, Señor, a fin de que no vean la vanidad. (Salmo).

   III. No mires las faltas ajenas, si a ello no te obligan los deberes de tu estado; no tengas ojos sino para sus buenas cualidades y para las gracias que Dios les hizo. Si sigues este consejo no te tentará el orgullo comparándote con los demás, y no los menospreciarás viendo sus defectos. Piensa en ti, examínate a ti mismo: no se te pedirá cuenta de la vida de los demás, sino de la tuya.

La fe 
Orad por los ciegos.

ORACIÓN

   Dios omnipotente, haced, os lo suplicamos, que la intercesión del bienaventurado Pigmeno, vuestro mártir, cuyo feliz nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro Santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.