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lunes, 13 de septiembre de 2010

13 de septiembre


  • San Amado o Amé de Ramiremont, Abad
  • San Amado, Amé o Amato, Obispo de Sion
  • San Eulogio, Patriarca de Alejandría
  • San Maurilio, Obispo de Angers
  • San Felipe, Mártir
  • Santos Macrobio y Juliano, Mártires
  • San Venerio, Solitario
  • San Colombino, Abad de Lure
  •  Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes. R. Deo Gratias.

SAN AMÉ o AMATO
DE REMIREMONT
Abad


n. hacia el año 567 en Grenoble, Francia;
† hacia el año 630
SAN AMÉ O AMATO DE REMIREMONT, Abad

Quien es fiel en lo poco,
también lo es en lo mucho.
(Lucas 16, 10)


San Amé nació en Grenoble, a mediados del siglo VI, y fue educado en el monasterio de Agaune, donde vistió el hábito religioso. Después de haber vivido algunos años en ese monasterio, se retiró, con el consentimiento de su abad, a una caverna situada en lo alto de una roca. Pasó mucho tiempo en esa soledad, ayunando a pan y agua y obrando numerosos milagros. A pedido de San Eustasio, abad de Luxeuil, se asoció a sus trabajos apostólicos y realizó numerosas conversiones. Persuadió a un señor de Austrasia, San Romarico, a que dejara el siglo y juntos fundaron un monasterio que más tarde se llamó Remiremont. Severo para consigo mismo, indulgente para con el prójimo, San Amé supo, por su dulzura y caridad, conciliar el amor de Dios y de los hombres. Murió sobre la ceniza, revestido de un cilicio, hacia el año 630.



MEDITACIÓN
SOBRE TRES MOTIVOS PARA EVITAR EL PECADO VENIAL


I. Hay que evitar con esmero las faltas veniales, porque ellas conducen insensiblemente al pecado mortal. Nadie se hace malo de golpe; un pequeño pecado atrae otro más grande. Así como nada dejas de hacer para prevenir las menores enfermedades del cuerpo, esfuérzate también para prevenir las del alma. No hay excusa ni pretexto que pueda justificar ni el menor de los pecados veniales. No se puede excusar lo que Dios condena (Tertuliano).


II. El pecado venial, por pequeño que te parezca, es un grandísimo mal, puesto que ofende a Dios. ¿Has reflexionado alguna vez en el sentido de estas palabras: Me inquieto poco por faltas veniales, siempre que no cometa las mortales? Acaso no equivalen a éstas: yo no quiero crucificar y dar muerte a Jesucristo, solamente quiero coronarlo de espinas, azotarlo, escupirlo y abofetearlo; y si el temor del infierno no me retuviese, ¿no acabaría así por crucificarlo y darle muerte? ¿Podría concebirse que un cristiano tenga semejante lenguaje?


III. Todos tus pecados veniales serán expiados en las llamas del purgatorio, si las lágrimas de la penitencia no los borran en esta vida. ¡Oh! ¡qué crueles son esas llamas! ¡qué espantoso ese lugar! ¿Quisieras pagar la satisfacción que te procura un pecado venial, al precio de los suplicios del purgatorio? Este fuego pasajero es un tormento más intolerable que todas las tribulaciones de la vida presente (San Gregorio).



La caridad.
Orad por vuestros amigos.


ORACIÓN

Señor, escuchad favorablemente las humildes súplicas que os dirigimos en la solemnidad de vuestro confesor San Nicolás de Tolentino, a fin de que, no poniendo nuestra confianza en nuestra justicia, seamos socorridos por los ruegos de aquél que os fue agradable. Por J. C. N. S.

Nuestro Señor del Milagro de Salta


  • Nuestro Señor del Milagro de Salta
  • San Amado o Amé de Ramiremont, Abad
  • San Amado, Amé o Amato, Obispo de Sion
  • San Eulogio, Patriarca de Alejandría
  • San Maurilio, Obispo de Angers
  • San Felipe, Mártir
  • Santos Macrobio y Juliano, Mártires
  • San Venerio, Solitario
  • San Colombino, Abad de Lure
  •  Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes. R. Deo Gratias.
SEÑOR
DEL MILAGRO
Salta, Argentina

Corría el año de 1582; cuando llegaban flotando al puerto del Callao (Perú), dos cajones que con letras marcadas tenían inscriptas: “UN SEÑOR CRUCIFICADO PARA LA IGLESIA MATRIZ DE LA CIUDAD DE SALTA, PROVINCIA DEL TUCUMÁN, REMITIDO POR FRAY FRANCISCO VICTORIA, OBISPO DEL TUCUMÁN”, y el otro: “UNA SEÑORA DEL ROSARIO, PARA EL CONVENTO DE PREDICADORES DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA, PROVINCIA DEL TUCUMÁN, REMITIDO POR FRAY FRANCISCO VICTORIA, OBISPO DEL TUCUMÁN”. El Santo Cristo sería llamado más tarde, por la piedad del pueblo salteño, con el nombre de Señor del Milagro; mientras que la imagen de la Virgen del Rosario recibiría el nombre de Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba, a cuya protección colocaría el Virrey Santiago de Liniers la ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de los Buenos Ayres, con motivo de la segunda invasión inglesa, derrotada bajo tan poderoso amparo.

Tras largo camino, en carro, en carreta, a lomo de mulas y a hombro, llegó a la ciudad de Salta, el día 15 de setiembre de 1592 la imagen del Señor Crucificado, siendo recibida por el pueblo salteño con grandes homenajes.

Según una tradición muy antigua, ya estaría en esa ciudad una imagen de la Purísima e Inmaculada Madre de Dios, que la habría enviado el mismo obispo fray Francisco Victoria, de regreso de Lima, después de asistir al Concilio convocado por Santo Toribio de Mogrovejo.

El terremoto de septiembre de 1692

La tierra comenzó a temblar, el cielo se tornó color plomo, los montes temblaron y los ríos amenazaban salir de su cauce. Era el 10 de septiembre cuando un espantoso terremoto arrasó la ciudad de Esteco, pereciendo sus familias bajo los escombros, sumergidas las ruinas por el torrentoso río Piedras que formó, en el lugar donde estuviera una de las más comerciales ciudades de Tucumán, un lago que duró más de ocho años.

Las familias sobrevivientes comenzaron la huida hacia el Norte, pasando por Salta, pero no se detuvieron allí; la hermosa ciudad era víctima también de la furia de la naturaleza, mano de Dios que castiga a sus hijos para que hagan penitencia y no se hundan en el fango del pecado.

En la mañana del 13 de septiembre, cuando todo anunciaba paz y calma en la ciudad de Salta, tembló de repente la tierra, comenzó a sacudirse el suelo, se movieron los edificios y con ellos el pueblo entero, que trataba de encontrar un lugar seguro para no ser aplastado o tragado por la tierra. Los edificios se desplomaron y el polvo de las ruinas y los gritos de espanto de la gente formaban una escena dantesca llena de terror.

Todos a una, dejando de lado los medios humanos —que no los habían— recurrieron a Dios Nuestro Señor y abrieron sus corazones a los llamados de la Fe.

La Inmaculada Virgen del Milagro

Luego de pasados los primeros momentos de espanto, muchas personas acudieron a la Iglesia Matriz para salvar el Santísimo Sacramento, encabezados por el sacristán Juan Ángel Peredo, que abrió las puertas de la Sacristía, por donde entraron al templo. Estando allí dentro, lo primero que vieron fue la imagen de la Virgen Inmaculada echada “al pie del altar” con la cara hacia arriba, como si mirase al Sagrario, adorando a Su Divino Hijo, implorando misericordia. Es de notar que Su rostro estaba pálido y demacrado, y que no había sufrido ninguna rotura, ni allí ni en las manos, mientras que el dragón, que estaba a sus pies, tenía destrozada un ala, una oreja y deformada la nariz, y la media luna colocada también a los pies, estaba rota.

La Virgen Inmaculada fue sacada fuera y colocada junto a un altar puesto a las puertas de la Iglesia y, a los ojos de los innumerables fieles que, contritos y apesadumbrados, rezaban fervorosamente pidiendo la misericordia de Dios. Su rostro mudaba de colores manifestando los sentimientos de dolor y angustia por sus hijos que estaban pasando una dura prueba por haber apartado sus corazones de Nuestro Divino Redentor y Su Santa Ley.

El pueblo salteño postrado a los pies de la Santísima Reina de los Cielos, rogaba su poderosísima intercesión ante Su Divino Hijo, para que tuviera misericordia de la ciudad y de sus habitantes, reconociendo las faltas cometidas y convirtiendo sus corazones a Dios.

El Señor del Milagro

Era el 15 de septiembre, a tres días desde el comienzo del terremoto, y la tierra continuaba oscilando; la gente descansaba a la intemperie por temor a perecer aplastada dentro de los edificios totalmente agrietados. Esos han sido días de oración y penitencia, pero la furia de la naturaleza vengadora, a pesar de las rogativas y procesiones aún con el Santísimo Sacramento, no se ha calmado todavía. Es en esos momentos que un sacerdote jesuita, el R. P. José Carrión, indudablemente inspirado por Dios, comienza a exhortar a que “se sacase en procesión pública al Señor Crucificado que se tenía olvidado, y cesarán los temblores”. En privado y en público, una, dos y tres veces, insiste el P. Carrión para que se saque al Santo Cristo Crucificado, amenazando con despojarse de sus ornamentos, en señal de duelo, si no se le hace caso.

Así, en las primeras horas de la tarde, llevada en hombros de las principales autoridades, sale la Imagen del Santo Cristo Crucificado y recorre en imponente procesión, las principales calles de la ciudad, acompañada del pueblo, clero y milicia.

Ante Su presencia se realiza el milagro: la tierra hasta ese momento enfurecida contra los ingratos hijos de Eva, se calma inmediatamente a la vista del Divino Crucificado. Salta entona un himno de júbilo y de acción de gracias para quienes desde ese momento son bautizados definitivamente con los nombres de el Señor y la Virgen del Milagro. La procesión del 15 de setiembre fue jurada que se repetiría todos los años, lo cual se ha venido haciendo con vivas muestras de piedad y amor filial por parte del fiel pueblo salteño.

18 de octubre de 1844. El terremoto y el Pacto

En la noche del 18 de octubre de 1844, la ciudad de Salta fue sacudida por un espantoso temblor. Nuevamente, los salteños acudieron a la poderosa intercesión de la Virgen del Milagro, buscando la protección del Señor Crucificado. Se sacaron las Santas Imágenes y se organizó inmediatamente una procesión que recorría las calles de la ciudad hasta llegar nuevamente a la plaza frente a la Catedral; allí se colocó la imagen de la Santísima Virgen frente a la del Santo Cristo, como intercediendo por su pueblo, el cual prorrumpió en exclamaciones de ¡misericordia!, ¡perdón! y en llantos y lamentos.

Esa misma noche, el P. Cayetano González exhortó al pueblo a penitencia, a abandonar la senda del pecado, a convertir sus costumbres, a abandonar el lujo, la riqueza y el bienestar que originaron la mengua de su religiosidad, para corresponder a los favores que esperaba obtener del Señor del Milagro.

También propuso al pueblo que se celebrara un solemne pacto de alianza con el Cristo del Milagro, ratificando a la vez el voto hecho en 1692. Luego del sermón, se celebró el pacto con la lacónica fórmula: “Tu noster es et nos tui”, Tú eres nuestro y nosotros somos tuyos. En memoria de este pacto, se labró una cinta de plata con las letras de la fórmula inscriptas en oro, y se la colocó al pie del Cristo. Algunos años más tarde, el obispo Linares, luego de rehacerla y mejorarla en todo lo posible, la hizo colocar en el reverso de los brazos de la cruz.


23 de agosto de 1948

En la noche del 23 de agosto de 1948, Salta fue sacudida nuevamente por temblores de tierra. Inmediatamente, autoridades y pueblo, unidos en la misma fe, sacaron en procesión las Milagrosas Imágenes, pidiendo Su protección; pronto fue todo quietud.

Por tercera vez en la historia, el Santo Cristo del Milagro había manifestado Su misericordia para con los salteños, a instancias de los ruegos de Su Santísima Madre, la Inmaculada Virgen del Milagro, protectora particularísima de la Ciudad de Salta, que vela sobre ella para que no desfallezca la Santa Fe Católica en sus hijos.

ORACIÓN AL SEÑOR DEL MILAGRO

Señor, abre tus ojos y mírame con piedad y misericordia; hazme ver las cosas de este mundo con tal indiferencia que solamente contemple las tuyas para que te pertenezca del todo y me salve; guía mi memoria, entendimiento y mis pasos por el buen camino, a fin de poder llegar un día a tu santa gloria.

Escúchame, Señor nuestro, Cristo Crucificado.

Abre, Señor, tus labios y dime que me perdonas, que me ayudarás a obrar siempre el bien y a saber perdonar las ofensas que me hagan. Líbrame, Señor, del mal uso de la palabra y de las murmuraciones.

Acércame, Señor, a tu Corazón Santísimo, con aquel amor divino con que abrazaste tu Santa Cruz para salvarnos, y haz que yo también abrace resignadamente mi cruz, dándome humildad, paciencia y fortaleza para todos los trabajos de esta vida.

Se pide lo que se desea conseguir.

Y tú, Madre amada del Milagro, pide también a tu Santísimo Hijo, que nada puede negarte, todo lo que acabo de suplicarle; acógeme bajo tu amparo y protección todos los días de mi vida y especialmente en la hora de mi muerte. Amén.

 

RENOVACIÓN DEL PACTO DE FIDELIDAD
AL SEÑOR DEL MILAGRO

Divino Jesús Crucificado y Señor Nuestro del Milagro, el pueblo de Salta hoy postrado en vuestra presencia, viene a renovar los votos de sus mayores, cuando acudiera a Vos, encontrando remedio en su aflicción. Sí, ante esa cruz que nos enviasteis a través de los mares, para ser nuestro escudo y defensa, juramos lo que juraron nuestros padres: teneros siempre por Padre, Abogado y Patrono, y reconocer vuestra real soberanía sobre todos los pueblos, y especialmente sobre el nuestro.

Confesamos que sois el camino, la verdad y la vida, así de los individuos como las familias, pueblos y naciones; y que lejos de Vos y de los esplendores de vuestra Cruz sólo se encuentran engaños y amargura.

Hacemos nuestro pacto de fidelidad celebrado por nuestros antepasados, prometiendo que Vos, dulce Jesús, serás siempre nuestro y nosotros seremos siempre tuyos.

Extiéndanse vuestros brazos sobre este pueblo y la Nación Argentina, para protegernos y defendernos; y haced que las verdades de nuestra fe y enseñanzas de la Iglesia, sean siempre el norte de nuestras acciones y el fundamento inconmovible de nuestras Instituciones. ¡Señor del Milagro, salvad y bendecid nuestro pueblo! Amén.