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martes, 3 de julio de 2012

AMOR Y CASTIDAD


LA VIRTUD DE LA CASTIDAD(PARTE 3)




III. ¿Una obsesión inducida?

"El amor casto
engrandece a las almas." Víctor Hugo


- La omnipresencia del sexo
- Un daño para la afectividad
- ¿Y cómo Dios nos lo ha puesto tan difícil?
- Arte y pornografía


La omnipresencia del sexo

Es cierto que, desde que el mundo es mundo, el sexo ha tenido siempre una gran presencia en todas las civilizaciones. El instinto de conservación y el instinto sexual (que es como el instinto de conservación de la especie) son los impulsos más fuertes a los que el hombre, desde siempre, ha estado sometido. 

Sin embargo, estamos quizá ahora en una época un tanto especial. Como afirma Julián Marías, “el sexo ocupa un espacio absolutamente incomparable con el que le correspondía en cualquier otra época”. Es un reclamo comercial que se difunde masivamente, y la presencia de imágenes y estímulos sexuales en la vida del hombre de hoy no tiene comparación con ningún otro tiempo ni cultura. 

Un alto porcentaje de los impulsos eróticos del hombre o la mujer de hoy son consecuencia directa de alguna incitación artificial, casi siempre mediante imágenes en los medios de comunicación o de entretenimiento, o bien del recuerdo de esas imágenes que permanece en la memoria y alimenta la imaginación. Y casi todas proceden de imágenes de televisión, vídeo, cine, internet, videojuegos, ilustraciones de revistas..., que son medios que hace no muchas décadas no existían, o al menos se tenía a ellos un acceso muy limitado. Y son imágenes que se presentan, por lo general, de modo incitante o provocador.

No quiero con esto caer en esa queja un tanto simple, que se ha repetido en todos los tiempos, acerca de la inmoralidad dominante en comparación con épocas anteriores. No estoy a favor de ese tópico que hace a tantos a agrandar los males presentes e idealizar lo pasado, entre otras cosas porque no sería serio pensar que nuestra época es mucho peor que otras en las que se dijo exactamente lo mismo. Pienso que unas cosas habrán mejorado respecto a épocas pasadas, y otras no. Pero es un hecho que en la actualidad el estímulo sexual está hipertrofiado en muchos ambientes y muchas personas, porque ese aluvión de imágenes incitantes conduce con facilidad a una cierta obsesión, en buena parte inducida y, desde luego, poco favorable para el sano desarrollo de la psicología y la moralidad de cualquiera. Cuando se ve que para muchos el sexo se convierte en tema recurrente de sus conversaciones, objeto constante de sus deseos y ansiedad enfermiza de sus pensamientos, no sería muy aventurado decir que la genitalidad ha invadido sus mentes y ha dejado baldías grandes áreas de sus potencialidades humanas.

—Bueno, es que ha habido una etapa de represión sexual, y es lógico que ahora venga un poco de obsesión por el sexo.

Me parece que hay que ser comprensivos con los efectos pendulares, que llevan a veces a extremos erróneos como reacción a otras etapas en el error contrario. Pero no puede decirse que sea conducta propia de mentes esclarecidas. 

La obsesión sexual no es
el tratamiento más adecuado
para curar a nadie
de unos años de represión.

La sobreexposición a lo erótico supone un perjuicio notable para la afectividad y la moralidad del hombre, y quizá hasta ahora la sociedad no lo ha valorado suficientemente. Por eso es tan grave el daño que producen quienes hacen negocio explotando las pasiones más bajas de los demás, pues se enriquecen a costa de atropellar la moral de las personas y del ambiente social.


Un daño para la afectividad



Muchas personas se encuentran con que la imagen que en su interior tienen del sexo está distorsionada. Notan que sus ojos se han enturbiado. Que se ha dañado su afectividad, y su imagen del sexo no es precisamente la de un modo de expresar amor tierno y profundo a la persona amada. Que su imaginación y su memoria están artificial y enfermizamente polarizadas hacia el deseo sexual. 


— ¿Y qué crees que deben hacer?

Para descubrir la riqueza del amor pleno, para llegar a conocer y a enamorarse de verdad, y no simplemente desear a otro para saciar el afán de sexo, necesitarán un notable esfuerzo para que su atención no quede absorbida por los aspectos externos y meramente sexuales de la otra persona. 

De entrada, conviene no asombrarse demasiado al ver lo intenso que puede llegar a ser el instinto sexual sobrealimentado por esa omnipresencia de lo erótico. Ese tirón puede ser en efecto muy fuerte, y por momentos presentarse incluso de modo agobiante. Encauzarlo rectamente será indudablemente costoso, pero no un esfuerzo permanente, pues se presenta sólo en algunos momentos puntuales.

Para quien aprende a mantenerse
a una prudente distancia
de las ocasiones más claras,
puede decirse que es sólo
un pequeño conjunto de esfuerzos aislados
que no cuestan tanto.

Además, abandonarse al mal uso del sexo suele resultar aún más fatigoso, y con facilidad lleva a angustias y conflictos psicológicos que no compensan en absoluto. Basta pensar, por ejemplo, en la ansiedad del chico que, en vez de disfrutar de la amistad o del noviazgo, pasa la noche probando estrategias diversas, con todo su cortejo de tensiones y frustraciones, hasta conseguir seducir a su presa..., para comprobar después que aquel placer tan anhelado... no era para tanto.

En cambio, la lucha por vivir la castidad brinda al hombre una oportunidad de ganar mucho precisamente en su dignidad como persona, pues una de las cosas que nos distinguen de los animales es que somos capaces de educar nuestros impulsos.


¿Y cómo Dios nos lo ha puesto tan difícil?

— ¿Y por qué Dios ha puesto en el hombre ese deseo tan intenso, si luego resulta que es malo?
Ya hemos dicho que el deseo sexual no es malo de por sí, ni mucho menos. La lujuria –el mal uso del sexo– es una deformación de la legítima apetencia sexual humana, igual que el cáncer de hígado es una alteración del hígado, órgano que nada tiene de innoble. 

Confundir el deseo sexual
con la lujuria
sería como confundir un órgano
con el tumor que lo está destruyendo.

De la misma manera que un tumor destruye un órgano cuando sus propias células tienen un desarrollo ajeno a su función natural, puede decirse que la búsqueda del placer sexual fuera de sus leyes naturales produce una alteración en la función sexual natural del hombre.

Las grandes energías (como el impulso sexual, sin el que la persona no puede madurar como tal), si se desconectan de su unidad humana originaria, pueden desplegar un gran poder de destrucción. La sexualidad bien vivida en el matrimonio es algo estupendo, pero fuera de sus límites naturales es algo realmente peligroso: igual que es estupendo hacer fuego un día de invierno en la chimenea, pero es peligroso encenderlo encima de la moqueta o del sofá.


Arte y pornografía

— ¿Y no se exagera un poco a veces con lo que supone el desnudo? No siempre tiene que considerarse pornográfico, puede ser una expresión artística.

En todas las épocas, y sobre todo desde el arte clásico griego, existen obras cuyo tema es el cuerpo humano desnudo. Y si son verdadero arte, esas obras ayudan a comprender el misterio personal del hombre, y no incitan a rebajar al hombre o la mujer a un mero objeto de placer. El arte verdadero ennoblece todo lo que es humano, mientras que la pornografía convierte la intimidad humana en un objeto de deseo público.

La enseñanza de la Iglesia católica no está en contra del desnudo artístico, sino en contra de la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas degradan la dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas. Hay multitud de obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez, y su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad total del hombre, en la dignidad y belleza de la masculinidad y feminidad. Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación, que conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del hombre. En contacto con estas obras –que por su contenido no inducen a la lujuria–, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que corresponde y es la medida de la pureza del corazón.

El desnudo, cuando es artístico, puede ser hermoso, muy hermoso, e incluso tirar de las personas “hacia arriba”: es un elemento de sublimación. Sin embargo, hay otras ocasiones en que suscita objeciones en la sensibilidad personal del hombre, no por causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo, tiene siempre su inalienable dignidad–, sino por la cualidad o modo en que se reproduce artísticamente, se plasma, o se representa. Si la intencionalidad fundamental que subyace supone una reducción del cuerpo humano a rango de objeto de goce, destinado a la satisfacción de la concupiscencia misma, esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional del arte.

Si la cultura ha mostrado a lo largo de la historia una tendencia clara a cubrir la desnudez del cuerpo, no es sólo por exigencias climáticas, sino también como fruto de un proceso de crecimiento de la sensibilidad personal: el hombre no quiere convertirse en objeto para los demás, y la necesidad de velar por la intimidad del propio cuerpo refuerza la profundidad misma del sujeto como persona. Conviene recordar cómo, por ejemplo, en los campos de exterminio la violación del pudor era un método usado conscientemente para destruir la sensibilidad personal y el sentido de la dignidad humana. No es una cuestión de mentalidad puritana ni de moralismo estrecho. Es una cuestión que afecta a la misma dignidad de la persona.

La pornografía influye negativamente en la vida real de las personas. Son imágenes que se fijan en la memoria, y no porque se trate de personas de sensibilidad enfermiza, obsesiva o deteriorada, sino que sucede en personas sanas y normales, y para ello basta con pensar en la experiencia personal de cada uno y en las imágenes que almacena en su memoria. 

El negocio pornográfico –explica Jaime Nubiola– es una brutal explotación del impulso sexual de los machos, pero, quizá casi a partes iguales, vive también de la curiosidad natural. Lo extraordinario es llamativo, atrae nuestra atención. Se trata de lo que Laumann ha denominado el “gaper phenomenon”, el fenómeno del asombro que nos deja boquiabiertos: “Hay curiosidad por cosas que son extraordinarias y fuera de lo corriente. Es como pasar en coche junto a un horrible accidente. 

Nadie querría estar envuelto en él, pero todos reducimos la velocidad para mirar”. Esta poderosa tendencia humana en pos de lo novedoso, de emociones nuevas y de “sabores fuertes” explica nuestra atención privilegiada a lo extraordinario, a lo anormal y a lo desviado que cautiva nuestra atención. También ayuda a comprender el fenómeno de la producción cinematográfica que hemos denominado “pornografía de lujo”, en la que la excitación sexual se dosifica “prudentemente” junto con los sentimientos, la aventura o incluso el lirismo.

Es preciso empeñarse en educar la imaginación y el corazón de uno mismo y de los demás. Es preciso que nos empeñemos en un proceso de purificación del clima social, que pasa no sólo por la eliminación o contención de los productos contaminantes, sino también y sobre todo por la difusión de estilos de vida creativos y solidarios, capaces de hacer más felices a los seres humanos. Un mundo sin pornografía sería un mundo mucho mejor que el actual. Si hay pornografía es –además de una consecuencia del pecado original– porque la vida cotidiana no llena su imaginación. Simone Weil expresa bien esta paradoja de la imaginación humana: “El mal imaginario es romántico, variado; el mal real, triste, monótono, desértico, tedioso. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagante”. Así es la imaginación humana y por eso hace falta educar la propia imaginación purificándola y desarrollándola de manera creativa.

En este sentido, la literatura y el cine tienen un papel decisivo en el cultivo de la imaginación. Su misión no es simplemente el entretenimiento, sino la educación más plena del ser humano, la educación del corazón: son el mejor invento para ensanchar nuestra experiencia humana, para cultivar nuestro corazón, para educar nuestra imaginación. A través de algunas películas o novelas nuestra experiencia personal, tantas veces inexplicable, se ilumina hasta llegar a formar parte de la experiencia universal humana. En particular estoy persuadido de que el cine y la literatura pueden ser el medio más eficaz para que los varones aprendamos de la experiencia de las mujeres y las mujeres aprendan de la de los varones, y sobre todo para que unas y otros aprendamos a tratarnos mutuamente como personas.

AMOR Y FELICIDAD



Pablo Eugenio Charbonneau


Noviazgo
y
Felicidad



VIII

Novios hoy, padres mañana


Capítulo anterior, ver aquí

Entre la serie de problemas que deben abordar unos novios no se puede omitir el que plantea ante ellos su futuro estado de padre y de madre. Novios hoy, serán mañana esposos, y, como tales, llegarán en breve plazo a ser padres. En efecto, el amor y él matrimonio desembocan en el hijo. Tienden a él como a su finalidad, y no encuentran su plena eclosión y su sentido completo hasta que han conocido esa madurez que es la fecundidad. Jacques Leclercq ha escrito admirablemente: «El árbol tiende al fruto, el hombre tiende a la obra; el hijo es el fruto y la obra del amar» [1]. Amor y matrimonio se encuentran, pues, en esta unidad de orientación que los centra sobre el hijo.

Ocurre, sin embargo, que la evolución psicológica suscitada por el amor en el corazón del joven y de la muchacha no desprende habitualmente esa luz hasta que nace el primer hijo. Se descubren entonces él y ella padre y madre, con todo lo que esto entraña de alegría profunda e indecible, y también con todas las inquietudes que implica. Podría decirse, con entera verdad, que no se piensa en ser padre y madre hasta el día en que se ha llegado a serla de hecho.

Antes, han pensado sobre todo en amarse. Todas las preocupaciones de los novios, ¿no se desarrollan a ese nivel? Se inquietan el uno por el otro, están atentos el uno al otro, alerta a todo cuanto pueda complacer al otro. Se vive entonces en un universo cerrado, podría decirse, un universo en donde todo gravita alrededor del novio y de la novia. Se piensa: tú y yo, y si por casualidad se dice nosotros, esta significa nosotros dos. Está uno tan absorbido por el amor, éste proyecta sobre el uno y el otro una luz tan cruda que el resto del mundo se esfuma y parece retroceder muy a lo lejos. Así es cómo durante los meses en que preparan las bases de su hogar, el joven y la muchacha se aíslan, en cierto modo, para entregar su corazón entero a la llamarada del amor.

De aquí se infiere que su vida futura se entrevé, casi siempre, can esa sola perspectiva. Novios, saben que van a ser futuros esposos, y cuando piensan en el mañana, lo hacen repitiéndose que serán marido y mujer, y anticipando en su espíritu el universo de delicadeza, de ternura, de amor que en él se contiene. Que llegarán a ser padres, muy pocos lo piensan; y a la mayoría les parece esto un fenómeno accesorio, una consecuencia secundaria de su amor. Todo esto ¡se halla además tan lejos! Lo que está cerca, lo que es inmediato, y por tanto lo que fascina, es el amor que va a tomar cuerpo en el matrimonio, del que se repite en todos los tonos, que será la puerta abierta a la felicidad.

Que tal fenómeno se produzca, es cosa que no debe sorprender. Que el entusiasmo del amor sumerja entonces el tiempo y falsee un tanto las perspectivas, esto no es ni anormal ni alarmante. A condición, sin embargo, de que se sepa no entregarse a este arrebato, y no se deje uno arrastrar tan lejos que se llegue a olvidar el tomar la medida de las responsabilidades futuras. Ciertamente, como dice Boris Pasternak: «El hombre ha nacido para vivir, no para prepararse a vivir» [2]. Pero aun conservando plena conciencia del presente y agotando la riqueza de éste, debe, sin embargo, entrever el porvenir y empezar a prepararla desde hoy. De otro modo, se precipita en el desastre. Y una pareja que quisiera limitarse a los placeres del noviazgo, conocería quizá un mañana muy decepcionante.

Tal como implica la voluntad providencial cuya expresión se señala a través de la voluntad providencial cuya expresión se señala a través de la naturaleza misma de la pareja, el amor invoca la fecundidad, y el hogar no adquiere su sentido definitivo más que en el momento en que la pareja se ha multiplicado, conforme al designio explícito del Creador. El dinamismo peculiar del amor establece, en efecto, la fecundidad de los esposos como ley fundamental; hasta el punto que la unidad de la pareja tiene su razón de ser en ese hecho. Para consumarse perfectamente, para ocupar en la tierra el lugar que debe, el amor humano ha de orientarse claramente hacia el hijo. Pertenece a su esencia el no poder desarrollarse hasta estar ampliamente abierto, y no alcanzar los límites del infinito hasta haber encarnado en hijos nacidos de él.

Quien intenta captar el sentido del amor no puede llegar más que a esta conclusión, que toma entonces valor de principio. Toda pareja debe, pues, orientar su amor y su vida a la luz de ese principio, al cual es preciso conformarse, bajo pena de que el amor humano se disipe como una quimera y muera por haber perdido su razón de vivir.

Digamos, más simplemente, que es un principio que debe insertarse en plena vida amorosa, y que jóvenes y muchachas que se disponen a casarse deben recordar que su vida no tendrá nada de un dúo. En esta, los hechos confirman además este principio de una manera definitiva.

1. No sólo esposos, sino padres

En este sentido creemos esencial que los novios vean la verdadera dimensión de su vida matrimonial. Sería falso imaginarse que siempre serán dos. Porque ¿cuánto tiempo estarán los jóvenes esposos solos en su pequeño universo doméstico? Muy poco. ¿Unos nueve meses?
Algunos años, todo lo más? El hijo vendrá pronto, por decisión o por «sorpresa» (lo cual es, sin duda alguna, claramente deplorable); y hasta su vejez, los novios que han llegado a ser padres compartirán su existencia con otros seres nacidos de su amor. La «soledad de dos» será muy pronto un recuerdo del pasado, y el nosotros de la realidad no será el equivalente del nosotros dos sino la expresión numerable de los miembros de la familia.

PENSAMIENTOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ


NEGATIO
X

No apacientes el espíritu en otra cosa que en Dios, desecha las advertencias de las cosas, y traerás paz y recogimiento en el corazón.

El que de los apetitos no se deje llevar, volará ligero según el espíritu, como  el ave  a que no falta pluma.

Grande mal es tener más ojo a los bienes de Dios que al mismo Dios. Oración y desapropio.

Más quiere Dios que el alma se goce con él  que con criatura alguna, por más aventajada que sea y por más al caso que le haga.

Acuérdate cuán vana cosa es gozarse de otra cosa que de servir a Dios, y cuán peligrosa y perniciosa, considerando cuánto daño fue para los ángeles gozarse y complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por eso cayeron feo en los abismos.

Cualquier gusto que se te ofreciere a los sentidos, como no sea puramente para honra y gloria de Dios, renúncialo y quédate vacío de él por amor de Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto, ni lo quiso, que  hacer la voluntad de su Padre, lo cual llamaba él su comida y manjar.


No te hagas presente a las criaturas si quieres guardar el rostro de Dios claro y sencillo en tu alma; mas vacía y enajena mucho tu espíritu de ellas, y andarás en divinas luces, porque Dios no es semejante a ellas.

Los bienes inmensos de Dios no caben sino en corazón vacío y solitario.

Cuanto Dios más quiere dar, tanto más hace desear, hasta dejarnos vacíos, para llenarnos de bienes.

No podrá llegar a la perfección el que no procura satisfacerse connonada, de manera que la concupiscencia natural y espiritual estén contentas en vacío, que para llegar a la suma tranquilidad y paz de espíritu esto se requiere; y de esta manera el amor de Dios en el alma pura y sencilla casi frecuentemente está en acto.

Mandaba Dios en su ley que el altar donde se habían de ofrecer los sacrificios estuviese dentro vacío, para que entienda el alma cuán vacía la quiere Dios de todas las cosas, para que sea digno altar donde esté su Majestad.

Al pobre que está desnudo lo vestirán, y a al alma que se desnudare de sus apetitos, quereres y no quereres la vestirá Dios de su pureza, gusto y voluntad.

Quien no quiere otra cosa sino Dios, no anda en tinieblas, aunque más oscuro y pobre se vea en su estimación.

Si quieres ser perfecto vende tu voluntad y dala a los pobres de espíritu, y ven a Cristo por mansedumbre y humildad, y síguele hasta el calvario y sepulcro.

Oh almas criadas para tantas grandezas, y para ellas llamadas ¿Qué hacéis, en qué os entretenéis? Oh miserable ceguera de los hijos de Adán, pues en tanta luz están ciegos y a tan grandes voces sordos, pues en tanto que buscan grandeza y gloria, se quedan miserables y bajos y de tantos bienes indignos.



LA MUJER ETERNA


Gertrud Von Le Fort
La mujer eterna



Ediciones Rialp, S. A.
Madrid – 1957

Título original alemán:
Die ewige frau

(Im Kösel- Verlag zu München)
Traducción de
María Cleofé Aguilera

PROLOGO

Este libro se propone exponer la importancia de la mujer,  no partiendo de su posición psicológica o biológica, histórica o social, sino simbólica. Esto representa cierta dificultad para el lector. El lenguaje simbólico, expresión comprensible para todos de un pensamiento palpitante, ha sido sustituido en gran parte por el lenguaje del pensamiento conceptual abstracto. De ahí que este libro sienta la necesidad de exponer al lector la esencia del símbolo.

Los símbolos son signos o imágenes en los cuales las supremas realidades y determinaciones metafísicas no se reconocen en abstracto, sino que se hacen gráficas alegóricamente; los símbolos son, pues, la expresión perceptible de una realidad invisible. Tienen  por base el convencimiento de que existe una ordenación racional de todos los seres y de todas las cosas, la cual muestra su origen divino a  través de los mismos seres y cosas,  y precisamente por este medio del lenguaje  de sus símbolos. Por ello  éstos obligan al individuo que los acoge, pero aún en el caso de  que ya no reconozca su significado o de que incluso los rechace, se encuentran intactos e intangibles sobre él. El símbolo no expresa por tanto, el carácter empírico o el estado de cada portador, sino su significado metafísico. El portador del símbolo puede no estar a su nivel, pero  por ello no decae su símbolo.

De la misma manera que el significado del símbolo no coincide sin más ni más con el carácter empírico de su portador individual, tampoco se limita al portador del símbolo lo esencial que con el se designa. Este libro afirma para la mujer una orientación hacia lo religioso partiendo de su símbolo. Pero no afirmar  una religiosidad especial  de la mujer ni mucho menos  su  primacía religiosa frente al hombre; esto sería la total incomprensión de éste libro. Por el contrario, se trata de plasticidad de lo religioso, de su exposición alegórica, que indudablemente- y esto se da en el símbolo- está encomendada y confiada a la mujer en particular.

 Lo que cabe decir de la importancia nuclear de lo femenino puede decirse también de la importancia de sus distintas irradiaciones. En este libro se hace referencia a la manifestación de lo real por medio de la mujer; esta manifestación misma, en cuanto esencia metafísica, nunca deberá ser usurpada por la mujer. Todo ser se manifiesta en la tierra siempre bajo dos aspectos. Esto lo demuestran precisamente las dos formas de vida masculina, que son las más elevadas por su significado simbólico. Así en el aspecto realmente heroico del hombre aparece el gran rasgo de caridad propio de la mujer, pero precisamente como manifestación femenina. Al hombre caballeroso le corresponde la protección de los pequeños y  los débiles. Tenemos, pues, que San Vicente de Paúl, siendo sacerdote, adopta en su corazón a los niños abandonados como lo haría una madre; en San Luis Gonzaga y en las figura de la órdenes religiosas el significado de la virginidad se nos presenta también como una virtud masculina. Cuando Santa Catalina de Siena exige precisamente las virtudes masculinas considerándolas como las verdaderamente cristianas, se tata del reconocimiento de esta doble manifestación, pero  vista del otro lado; igualmente e tarta de esta doble manifestación cuando la  oración dogmática de las Letanías Lauretanas invoca a maría como mater amabilis y como virgo potens, y cuando equipara a la imagen femenina de la rosa mystica las imágenes masculinas  de speculum justitiae y turris Davidica. Al igual que toda la verdad sobre la mujer, aquí, partiendo de la imagen de la Mujer Eterna, se llega también a la comprensión del significado simbólico de lo femenino. María, como representante  de toda la creación, representa igualmente al hombre y a la mujer.

I.                    LA MUJER ETERNA

En donde quiera que aparece  la criatura bajo la idea de lo eterno, no se manifiesta ya la criatura misma, sino la eternidad de dios, como único eterno. Sólo una época profundamente desorientada o mal dirigidas en sus instintos metafísicos puede atribuir a un ser creado la idea de la eternidad – ya se comprenda como valor absoluto, ya como continuidad absoluta-, sin percatarse de que, con ello, en vez de elevarla más bien la aniquila instantáneamente. La criatura reconoce su propia relatividad en la idea de la eternidad y sólo en esta confesión se le manifiesta también a ella la eternidad. La criatura en su limitación temporal se abandona por completo, sometiéndose a lo intemporal absoluto,  y dentro de ésta idea  no aparece ya con su propio valor, sino como idea y reflejo de lo eterno; o sea, como  su  símil o receptáculo. Este es el sentido de toda purificación y de toda devoción; es tanto el sentido  en el que puede uno arriesgarse a hablar de la “Mujer Eterna”. En manera alguna se trata  de revelar  ni aun cambiar de tono ciertos rasgos relativamente invariables de la imagen femenina empírica, o sea “eternos” en el sentido limitado terrenal, sino que se tata del aspecto cósmico metafísico de la mujer, de lo femenino como misterio, de su categoría religiosa, y en  último término de su imagen ideal  y final en Dios.

Con ello queda claro que aquí se rechaza la hipótesis personal arbitraria. Ya vimos que lo religioso comienza donde termina lo subjetivo doctrinario. ¿Pero en qué lenguaje debe hablarse más allá de este final? Nosotros sólo podemos captar lo metafísico bajo el velo de la forma; o sea, sólo allí donde nos vemos  otra vez empujados hacia el terreno de lo relativo temporal. Sólo el arte sublime, en sus momentos más excelsos de gracia, puede pregonar lo imperecedero dentro de la forma efímera. Pero tan pronto como lo examinamos detenidamente nos enfrentamos con otra afirmación. El gran arte occidental nunca podrá desligarse del dogma cristiano católico; en sus manifestaciones supratemporales se convierte en su representante sacerdotal. De la misma manera que la grandiosas Missa Solemnis de Beethoven reúne bajo el credo de la Iglesia que la Iglesia misma no logra reunir hoy, así las artes plásticas y la pintura, a través de los siglos, pregonan aún las figuras del drama de redención cristiano a los modernos paganos. Considerar estas artes no sólo estéticamente, sino religiosamente, significa entrar en plena conciencia en el terreno del dogma católico, que el fundamento supratemporal que rebasa el carácter personal sobre el que se funda toda la cultura de Occidente y al cual permanece adherida inevitablemente, aún en su negación.

En primer lugar debe observarse que el dogma católico ha hecho las más vigorosas afirmaciones que jamás se hayan hecho sobre la mujer. Junto con estas afirmaciones se desvaneces todos los ensayos de interpretación metafísica de lo femenino como simple eco de la Teología o como carentes de contenido e importancia religiosos. La Iglesia no sólo ha comparado a la mujer, a toda mujer, consigo misma en la doctrina del Sacramento del matrimonio, sino que también ha proclamado como Reina del Cielo a una mujer y la ha llamado la “Madre del Redentor”, “Madre de la Divina Gracia. Es cierto que con estas afirmaciones no se ha querido señalar en sí la encarnación de lo femenino y hemos de insistir sobre ello, sino que ha querido señalar a la Única de la cual se dice: “ bendita Tú eres entre todas las mujeres” Sólo la Única, aunque es infinitamente mucho más que  el símbolo de lo femenino,  es también símbolo de lo femenino;  solo  en Ella y por Ella que se ha hecho concebible el misterio metafísico de la figura de la mujer.

Intentaremos  resumir aquí brevemente el contenido del Dogma. Si traemos a colación a los grandes maestros que representaron la vida de María, como por ejemplo Fra Angélico, deberemos comenzar con la última imagen, que es el fondo de la primera. El arte religioso del pasado refleja en la ordenación de las imágenes, como un presentimiento, el desarrollo de la constitución del Dogma. En la última imagen, María  coronada, se vislumbra a la Inmaculada. Considerado históricamente, su dogma fue proclamado  muy tarde; considerado metafísicamente, se encuentra al principio del misterio, completamente al principio. Por así decir, se remonta a la aurora de la Creación. El Dogma de la Inmaculada significa la proclamación de lo que era el hombre antes de su caída; significa el semblante puro de la criatura, la viva imagen divina en el hombre. De aquí irradia una luz extraordinaria sobre la época de su proclamación. Según el concepto temporal de la Iglesia, esta época se encuentra pues, pocos decenios inmediatamente antes del instante que el filósofo de la historia cristiano Berdiaeff designa como caída de la “imagen humana”, relación que hoy podemos reconocer en su pleno significado.

Ya se ve aquí claramente la enorme importancia, en general, del Dogma de María. Si la Inmaculada es la viva imagen divina de la humanidad, la Virgen de la escena de la Anunciación es su representante. En el humilde fiat con que responde al Ángel, vemos que el misterio de la Redención depende de la criatura. Pues para su Redención el hombre no tiene más que ofrecer a Dios la disposición a la entrega incondicional. La receptividad pasiva de la mujer, en la cual la  filosofía antigua veía lo puramente negativo, a parece en el orden de la gracia cristiana como  lo positivamente decisivo. Formulado brevemente, el dogma mariano significa la doctrina de la colaboración de la criatura en la obra de la Redención. El fiat de la Virgen es, pues, la manifestación de lo auténticamente femenino, se convierte en manifestación del espíritu religioso en el hombre. María es, pues, no solamente objeto de la veneración religiosa, sino que Ella misma es lo religioso por medio de lo cual se adora a Dios; es la fuerza de entrega del cosmos en la figura de la mujer virginal. Esto es a lo que alude la Letanía Lauretana cuando alaba en María en una de sus invocaciones tan altamente poéticas como dogmáticas, llamándola stella matutina. La estrella matutina precede al Sol para sumirse en él. El Hijo de Dios en el pecho de maría significa, referido a Ella misma, que el Hijo resplandece sobre ella. Sólo en ésta excelencia es  “madre de la Gracia”, pero también sólo en éste sentido es  “Madre de la Cruz y de los Dolores”. De la misma manera que la gloria del Hijo resplandece sobre Ella, en las angustias de la muerte la cubre con su sombra.

Tampoco en el sufrimiento es Ella misma, sino la abnegada, la que sufre con su Hijo. Pero al mismo tiempo que es Copaciente es  “Corredentora”. Esta palabra, que a menudo ha sido mal interpretada, en el fondo sólo significa la madre, la Madre del Redentor, la Madre de la Redención. Partiendo de aquí se comprende también la posición de María en la historia del Cristianismo. Sus elevados dogmas, mencionados sólo pocas veces por los evangelistas, pasados por altos en largos pasajes de la Historia de la Iglesia, urgen siempre en los momentos de máximo  peligro para la fe cristiana; su dogma fundamental fue proclamado en el concilio de Éfeso y constituye una parte de la impugnación de la doctrina herética nestoriana con referencia a la Cristología[1]. María  en su propio dogma no se eleva  por Ella misma, sino por el Hijo. Su imagen humana temporal en sus particularidades psicológicas no es accesible a ningún método histórico crítico, ni a ningún ensayo, por muy sutil e ingenioso que sea, ni a ningún amor por profundo que sea. Se halla velada, por decirlo así, en el misterio de Dios para  mostrarse precisamente por ello en su significado religioso. El velo es el símbolo de lo metafísico en el mundo. Pero también es el símbolo de lo femenino. Todas las formas elevadas de la vida femenina presentan la figura de la mujer velada. Así se ve claro por qué los grandes misterios del Cristianismo se introdujeron en el mundo creado, no por medio del hombre, sino de la mujer. La Anunciación del mensaje de la Natividad a María se repite en el mensaje de Pascua a Magdalena; el misterio del Pentecostés presenta al hombre en la posición femenina de recibir. La misma Iglesia expresa esta relación señalando a la mujer en los oficios divinos- y también en la ceremonia del Matrimonio- al lado del Evangelio.

Entrega como misterio metafísico, entrega como misterio de Redención según el dogma católico, es el misterio de la mujer en una perfección infinitamente superior a toda criatura, plasmado en la imagen de la Bienaventurada Virgen y Madre, pero refractado como en una jerarquía de entrega, capaz de ser pre vivido o post vivido en múltiple figura. Igual que la Sibila precede a María, el misterio cósmico antecede al misterio de la Redención profetizado de la misma manera.

“Naturaleza, animales,
Aguas, plantas y piedras.
Vuestros sencillos trabajos
Son humildes plegarias.
Obedecéis.
Para Dios esto es suficiente.”

El motivo de lo femenino resuena a través de toda la creación. Flota como un delicado y lejano preludio sobre el abierto regazo de la tierra virginal. Flota sobre el tierno animal madre de la espesura, que en su maternidad casi rompe los límites de su animalidad. Flota sobre la amante novia y esposa, y en gran manera sobre toda madre humana. Todas son iluminadas por el hijo. Pero también puede reconocerse en la amante que se prodiga sensualmente. Flota sobre la mínima, la más fugaz donación, sobre la más pequeña, la más cándida bondad; incluso sobre su simple intuición. Brota de la  esfera natural hacia la esfera espiritual y sobrenatural: allí donde la mujer es ella misma en toda su profundidad no es ya  ella misma, sino un ser que se entrega; pero siempre que se ha entregado es también novia y madre. La religiosa consagrada a la adoración, a la caridad, a las misiones, leva el titulo de madre; lo lleva como virgo mater. También la Sibila, que  con la  “boca espumante” anuncia el nuevo eón,  es “madre del futuro”; toda profecía es sólo una forma de maternidad. De la misma manera que la Sibila precede a María, le sigue a ésta la Santa.  En ella vuelve el misterio primario a su origen. Por ello es profundamente  comprensible que las más asombrosas obras realizadas por  la mujer estuvieran ligadas a la esfera de lo religioso. Santa Catalina de Siena recibió la misión de hacer regresar al Papa de Aviñón a Roma y la llevó a cabo; Santa Juana, incluso  recibió la bandera de la batalla. Pero precisamente podemos decir de estas misiones extraordinarias que la mujer solo las recibe virginalmente como la prueba de toda gran misión femenina. Por ello Santa Catalina está presente a la entrada del Papa en Roma; pero Santa Juana recibió su velo en las llamas de la hoguera.

Partiendo del motivo del velo resulta que a la mujer le es propia sobre todo la sencillez. Todo lo que pertenece a la jurisdicción del amor, la bondad, la compasión, el cuidado y la protección, o sea, lo realmente escondido y casi siempre traicionado en el mundo. Por eso también aquellas épocas que rechazan a la mujer de la vida pública no son perjudiciales a su significado metafísico; incluso  es probable que, como suele ocurrir muchas veces, sean  precisamente éstas las que ponen en el platillo de la balanza del mundo el inmenso peso de lo femenino.

En todas las partes en donde hay entrega encontramos también un rayo  del misterio de la Mujer Eterna;  pero en dónde la mujer se quiere a sí misma, ahí se esfuma el misterio metafísico. Elevando su propia imagen, destruye la imagen eterna.  Partiendo de esto  se comprende la caída de Eva. No atañe a la  esencia de esta caída  el examinarla en la contraposición de espiritual y sensual. La caída de la mujer no es en realidad la caída de la criatura  a la tierra, por cuanto ésta también significa lo femenino, la disposición humilde. La caída en escena del Paraíso. La caída  en la escena del  Paraíso no está motivada por la tentación del dulce fruto, ni tampoco  por una curiosidad intelectual, sino por el  “seréis iguales a Dios”, en contra posición al fiat de la Virgen. Por ello el autentico pecado cae dentro de la esfera de lo religioso, por ello significa hasta lo más profundo la caída de la mujer;  y la significa, no porque Eva fuera la primera en tomar la manzana, sino porque siendo mujer la tomó. La creación cayó en su sustancia femenina, pues cayó en lo religioso; por eso la Biblia atribuye con razón la mayor culpa a Eva y no a Adán.

Pero es falso decir que Eva cayó por ser  la más débil. La historia de la tentación de la Biblia muestra claramente que era la más fuerte y aventajaba al hombre. El hombre es considerado en sentido cósmico entra en primer término en cuanto a fuerza, la mujer reposa en su profundidad. Siempre que la mujer fue oprimida, no ocurrió porque  era débil, sino porque habiéndola reconocido como fuerte se la temió; y con razón, pues en el instante en que el poder más fuerte no quiere ser la abnegación, sino la soberanía, surge naturalmente la catástrofe. En  la oscura noticia de la lucha por el declinante matriarcado aún vibra el miedo ante el poder de la mujer; a la más profunda entrega responde la posibilidad de la máxima negación. En ésta dirección el misterio metafísico de la mujer se inclina hacia el lado negativo. Por todo su sentido y ser no sólo se halla determinada para la abnegación, sino que es la misma fuerza de entrega del cosmos; por ello su negación significa algo demoniaco y es sentida como tal. Nunca es ella lo malo en sí – el ángel caído le precede en la caída, el demonio es masculino-, pero comparte con él  la fuerza de la tentación. Tentación es la propia voluntad, lo contrario de entrega. El ángel caído es más terrible que el hombre caído, e igualmente  la mujer caída es más horrible que el hombre. Se halla  plasmado en  forma arrebatadora y maravillosa en la  Pentesilea de Kleist.  También en la imagen de la Medusa y en las Erinnias refleja la leyenda antigua el horror ante la mujer caída; incluso las creencias en las brujas de los siglos cristianos, aunque erró terriblemente en este caso particular, en su fondo significa la autenticidad de aquel horror ante la mujer infiel a su determinación metafísica. Sólo la tremenda trivialidad en la que hoy se expone empíricamente la caída de la mujer ya no desprende un horror semejante. Pues la historia del pecado original se repite continuamente, como es natural. En un sentido profundo la mujer es culpable de toda caída y no porque es  la madre en cuyo regazo crecen los que caen, sino porque toda caída, también la del hombre,  tiene lugar dentro de la esfera confiada a la mujer en sentido especial.

Así como la mujer caída se encuentra al principio de la historia humana, de la misma manera se encuentra al final de la historia. No es el hombre la autentica figura apocalíptica de la humanidad, sino que la esencia  de los “últimos tiempos” es precisamente el decaimiento de la figura  del hombre, porque ella no puede dominar varonilmente las fuerzas desnudas  de la destrucción. Por ello la Revelación apocalíptica no designa al Anticristo como ser humano, sino  como “fiera del Averno”. Como figura apocalíptica de la humanidad se encuentra en el Apocalipsis a la mujer; sólo la mujer infiel en su determinación puede representar la infecundidad  del mundo que le traerá su muerte y u destrucción.

Si el signo de la mujer es el  “hágase en mí”, es decir, el querer concebir, o expresado en sentido religioso “el querer ser bendita”, la desgracia siempre se hallará donde la mujer no quiera concebir, no quiera ser bendita. Esto no sólo cabe decirlo en el sentido biológico. A la línea ascendente de la jerarquía de entrega responde la línea descendente de la negación egoísta. Entre la negación heroico-trágica de la amazona y la negación apocalíptica de la mujer se abre un mundo. Al igual que el hombre pierde su humanidad en el imperio de las fuerzas desencadenadas que debería dominar, la mujer se pierde como prostituta. La  “gran prostituta” es la imagen apocalíptica de la época final. La prostituta significa la terminación radical de la línea del fiat. En lugar de la entrega, aparece la forma última del anegación interior, la prostitución. Esta palabra no significa un juicio sobre la más desgraciada de las mujeres, sino que la misma prostituta ya expone este juicio. La prostituta ya no sirve como “colaboradora” en el espíritu del amor y la sumisión, sino que sirve como puro instrumento; el instrumento se venga dominando. Sobre el hombre caído en el imperio de las fuerzas se eleva triunfante la esclavizadora de sus instintos. De la misma forma que la prostituta como infecundidad absoluta significa la imagen de la muerte, como dominadora significa el dominio de la perdición.

Los apocalipsis de las diferentes edades y culturas preceden al apocalipsis final. Esto significa para el presente que la caída religiosa de nuestros días, inaudita en sus dimensiones, se percibe ya claramente en la aparición empírica de lo femenino. Como el velo, también la caída del velo es un profundo simbolismo. Hemos dicho de todas las formas de la vida de la mujer la presentan velada; la novia, la viuda, la monja. Todas llevan el mismo símbolo. El porte exterior nunca es vano, sino que tal como sobresale el objeto, representa a éste. Visto así, muchas modas se convierten en terribles traidores, en sentido autentico de la palabra, comprometen a la mujer. El quitar el velo a la mujer significa la caída de su misterio. Sin duda la mujer que ni tan siquiera se entrega en la esfera sensual, sino que se da al más desgraciado de todos los cultos, esto es, al de su propio cuerpo – y esto en medo  de una inaudita miseria entre sus semejantes- representa una degeneración que  ha roto hasta la última unión con su determinación metafísica. Aquí ya no nos contempla el rostro infantil ingenuo, de la vanidad  femenina, sino que aquí se eleva, banal y fantasmagórico, el rostro que representa la plena oposición a la imagen divina. La máscara sin rostro de lo femenino. Ésta y no el rostro desfigurado por el hambre y el odio del proletariado bolchevique, es la autentica expresión del ateísmo moderno. Con ello vuelve nuestra consideración al punto de partida, a la proclamación de la sagrada imagen divina en el dogma de la Inmaculada.

La proclamación de un dogma responde siempre a un determinado peligro religioso. El dogma mariano llevado a su formulación más general indica – ya lo vimos- la cooperación de la criatura en la obra de la Redención. Partiendo de aquí se nos enclarece su inmenso significado en relación con nuestros tiempos, pues la Gracia  divina no se transforma; pero lo que hoy aparece transformado en medida creciente es la cooperación de la criatura.
Reside en la consecuencia de la doctrina de la cooperación el que María  aparezca como la más poderosa ayuda cuando peligra la fe, y como triunfadora sobre la caída religiosa; no es casual el que los sanos de nuestros días se perfeccionen tan a menudo dentro de una unión especial con maría; no es casual si hoy la Teología va ahondando para poner  más profundamente en relieve su invocación de “Mediadora de todas las Gracias”. Esto es o que significa la Letanía Lauretana cuando ensalza a María diciendo Regina Angelorum, o sea, Reina del invicto San Miguel. Es lo que señala cuando la eleva como Regina apostolorum. Es aquella sin la cual tampoco puede obrara la predicación apostólica. Es lo que quiere decir con la invocación  Regina Sacratissimi Rosarii. Tampoco surgiría la oración sin la buena voluntad y disposición del corazón humano: el dogma de María no apela sólo al concurso de la criatura en María, sino en Ella al mismo tiempo reconoce la cooperación de todas las criaturas.

Pero toda precaria situación religiosa es siempre sólo la antesala de otra más general. La profunda relación entre ateísmo y juicio, es decir, la sencilla razón de que un disturbio en el centro debe desequilibrar todos los ámbitos de la vida externa se  ha perdido en nuestra época como convencimiento general; pero en cambio posee la interpretación más maravillosa y provechosa de esta verdad que jamás se dio en ninguna época. Por ello la fe en maría como triunfadora sobre la caída religiosa es el comienzo de la fe en Maria como  “Perpetuo Socorro”.

La mujer “trajo” la salvación en el sentido supremo de la palabra; esto  no sólo puede deducirse de la esfera religiosa, sino que al atribuirlo a ésta tiene validez absoluta. La idea de que los pueblos y los estados necesitan madres buenas para prosperar, junto con una verdad biológica inmediata expresa, a  la vez, la verdad más profunda de que también el mundo espiritual no sólo necesita al hombre que debe dirigirlo, sino también a la madre. Aquí se cruzan las líneas. Si la criatura por un lado niega su concurso a la Redención, por otro lado resulta que ha usurpado  la Redención. La fe en la Redención por los  propios medios, como fe creadora, es la locura masculina de nuestro tiempo secularizado y al mismo tiempo la explicación de todos sus fracasos. La criatura no es redentora  en parte alguna sino que debe ser corredentora. Lo realmente creador puede sólo ser recibido. También el hombre recibe el genio creador en el signo de María con humildad y entrega, o no lo recibe en absoluto sino que sólo recibe  el espíritu “que el comprende” y al que en el fondo no es capaz de comprender. Pues si bien el mundo puede ser movido por la fuerza del hombre, en el verdadero sentido de la palabra sólo es bendito en el signo de la mujer. La entrega a Dios es el único poder absoluto que posee la criatura: sólo la Ancilla Domini es la Regina coeli. Siempre que coopera la criatura con pureza aparece también la mater Creatoris, la mater consilii; siempre que la criatura se desprende de sí misma, allí se encuentra con el mundo torturado la mater amabilis, la “ Madre del Amor Hermoso”; siempre que los pueblos son de buena voluntad, ruega por ellos la Regina pacis.

Perola redención interna de este mundo es sólo una imagen del más allá. Otra vez la naturaleza constituye el preludio de lo sobrenatural, otra vez resuena este preludio por todas las esferas de la existencia. La tierra que recibe  virginalmente la semilla, recibe también a lo que muere para darle su último reposo. De la misma manera que toda vida surge de la entrega, también encuentra su fin en ella.  Pero la tierra que recibe a lo que muere no es la Eternidad, sino lo que devuelve a la Eternidad; pero lo mismo que muere es ya germen de resurrección. María es la protectora de los que mueren, la  mater misericordiae. Su figura es doble; como patrona del que muere individualmente representa también a la protectora de los que morirán cuando desaparezca el mundo; es decir, es también  Madonna apocalíptica; la Asunción representa sólo su anticipación.

El Greco ha representado a la Madonna apocalíptica bajo la imagen  de la Inmaculada. La característica belleza amenazada e inquietante del paisaje que pone a sus pies refleja el ambiente del mundo antes de la aparición de Jesucristo y predica al mismo tiempo el ambiente del fin del mundo antes de su vuelta; expresa aquel suspirar y aquella expectación de la criatura que , según las palabras de San Pablo, está “en dolores de parto”. Apocalipsis no es sólo el fin, sino también principio. Jesucristo, que vuelve a juzgar al mundo, viene con la fuerza del creador del mundo; la Madonna apocalíptica como Inmaculada Concepción significa la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra. María, protectora de los que mueren, la mater misericordiae, es la mater divinae gratiae. Aquí surge otra vez el motivo de la Estrella Matutina, la estrella que anuncia al Sol pero que palidece ante él. Al igual que la Letanía Lauretana de pronto irrumpe sus invocaciones ante el Agnus Dei, así el “eterno femenino”, después de “elevarlo”, se arrodilla ante el  “eterno divino”. El misterio supremo de la Inmaculada es el Creador, el misterio supremo de la Corredentora es el Redentor. La gloria del Espíritu Santo, del mismo Amor increado, es la corona y el velo eterno sobre la frente de la virgo mater.


(continuará..)


[1] Nestorio negaba la unidad  de persona en Jesucristo.

SANTORAL 3 DE JULIO




3 de julio


SAN BELTRÁN, 
Obispo y Confesor



Vivid con temor durante el 
tiempo de vuestra peregrinación.
(1 Pedro, 1, 17).

   Formado en la virtud por San Germán, obispo de París, que lo hizo su arcediano, San Beltrán llegó a ser obispo de Mans en el año 587. Condujo a su pueblo a las buenas obras y, por prudencia, logró se evitara una guerra con los bretones. Fundó el primer hospicio para ciegos conocido en Occidente y asistió al primer concilio plenario de Francia, en París, el año 614. Murió el 30 de junio del año 623, según se cree, después de haber legado grandes bienes a las iglesias y a los monasterios.

MEDITACIÓN SOBRE LOS MISTERIOS
DE LA VIDA HUMANA

   I. Estamos en este mundo como en lugar de destierro. Si pensásemos en esta verdad despreciaríamos la tierra que debemos abandonar un día; suspiraríamos por el cielo al que pronto debemos ir. ¡Ah! ¡cuán largo es el tiempo de mi exilio! -exclamaba David- y San Pablo decía: Deseo la muerte para estar con Jesucristo. y nosotros amamos este exilio en el que tantos enemigos nos persiguen, en el que tantas penas nos acosan. Amontonamos tesoros, pero para nuestros herederos. Piensan en lo que dejan detrás de ellos y no en lo que envían delante. (San Pedro Crisólogo).

   II. Los peligros continuos que nos rodean en este lugar de destierro deben hacernos temblar. Durante toda nuestra vida, siempre estamos expuestos a ofender a Dios; por virtuoso que seas, puedes hacerte el más malo de todos los hombres. Ni siquiera sabes, al presente, si eres digno de odio o de amor por parte de Dios. Humíllate, pues, y trabaja en tu salvación con temor y temblor.

   III. Ignoras cuál será tu fin, no sabes ni la hora, ni el lugar, ni el género de tu muerte, y, lo que es más tremendo, no sabes si eres del número de los predestinados; no lo sabrás hasta después de haber oído la sentencia de la boca del Juez soberano. ¿Cómo meditar estas verdades sin sobrecogerse de espanto? Lloremos y reguemos con nuestras lágrimas esta triste morada pasajera, a fin de terminar con una muerte santa una vida llena de buenas obras. ¡Infortunados! ¡nuestra vida es un exilio, nuestra salvación un peligro, nuestro fin una incertidumbre!

La limosna 
Orad por los pobres.

ORACIÓN

   Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Beltrán, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de devoción y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.