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sábado, 28 de julio de 2012

LA MUJER ETERNA III


Gertrud Von Le Fort
La mujer eterna



Ediciones Rialp, S. A.
Madrid – 1957

Título original alemán:
Die ewige frau

(Im Kösel- Verlag zu München)
Traducción de
María Cleofé Aguilera



(Continuación de post anterior)

Si se ha reconocido la importancia religiosa de la virgen, se llega también a su significado temporal para el ser humano. La misma virgen que sacrifica el matrimonio y la maternidad para representar el valor solitario de la persona, con su sacrificio asegura también el matrimonio y la maternidad. De la misma manera que ella no permanecería virgen si no alzara ante su persona la idea del matrimonio, así defiende también el matrimonio de sus hermanas. En el exceso de mujeres es fatal la disolución del matrimonio tan pronto como la soltera menosprecia la virginidad. Sin la virgen no hay matrimonio, y por tanto tampoco maternidad protegida. La virgen que cierra la  generación para asegurar el valor de la persona, por otra parte también asegura a la generación, la asegura precisamente por el  aprecio del valor de la persona. De la misma manera  que el matrimonio y la virginidad están anclados en el mysterium caritatis, también lo están en la persona. El matrimonio en lo más íntimo está fundado en su valor. Así el valor supremo de la persona no redunda sólo para la persona sino también para la generación. Significa otra vez tan solo el velo en el cual queda envuelto todo acontecimiento femenino cuando estas circunstancias son, por así decirlo, desconocidas para los demás. Pero por cierto, sin este velo carecerían de su supremo atestado y por tanto de su fuerza más profunda: ¡es de los manantiales ocultos de donde fluyen los efectos decisivos! Con esto nos encontramos frente a la idea de la virgen como fuerza.

Ya vimos como el hombre conoce la importancia de la virginidad para sí mismo como elevación para el máximo rendimiento. Todo ahorro de fuerza en un punto significa la posibilidad de su intervención reforzada en otro. O sea, que la virginidad, en  esta interpretación, no es exclusión sino conmutación de la capacidad. Esto quiere decir con referencia a la mujer que su capacidad de amor, que no encuentra posibilidad de expansión en una familia propia, se transfiere en la familia de la colectividad. Es, pues, el mismo proceso de entrega que la biología nos muestra en la madre natural, cuando la mujer virgen que no puede hacer fecundas sus dotes en la generación ejerce estas dotes en una obra objetiva. Aquí la idea de virginidad roza la maternidad espiritual. De ella se hablará en otro lugar, aquí tratamos de la mujer en el tiempo; perola madre, también la madre espiritual, no está ligada al tiempo, sino que es una figura intemporal. En este lugar no se trata de la mujer maternal en sentido metafórico, sino de la obra espiritual objetiva de la mujer.

Virginidad significa, pues, en amplia medida, capacidad y libertad para la acción. Así se ve claro que la literatura dramática, o sea la construida puramente  sobre la acción, prefiera tan decididamente la figura virginal de la mujer esposa y madre. La misma ley vale tanto para la figura literaria como para la producción literaria. No sólo una Antígona o una Ifigenia, sino también una Roswitha von Candersheim y una Annette Droste-Hülshoff son esencialmente vírgenes. Así, pues, adquiere una profunda justificación el que la fuerza de la mujer libre de la generación se sienta impulsada a colaborar en la vida histórico- popular de su pueblo; adquiere una más profunda justificación por cuanto el carácter de ésta colaboración determinado por la experiencia es de que siempre “entra en acción” cuando es necesario. La colaboración histórico-cultural de la mujer repite igualmente en el campo de la obra subjetiva lo que ocurre en el de la generación. Cuando falla la línea masculina, la hija representa la línea hereditaria. “La mujer entra en acción” significa, pues, que la mujer señala, pues, que existe alguna irregularidad en el hombre o un vacio en sus filas. Una verdad que encontró su inolvidable confirmación en el frente de retaguardia femenino durante la guerra mundial. O sea que la aparición independiente de la mujer en el terreno cultural es siempre un signo. Aquí otra vez por unos instantes aparece el rostro de la Mujer Eterna sobre la mujer en el tiempo. La mujer “entra en acción” quiere decir que su actividad en sentido estricto no es actividad de por sí, sino entrega; es sólo una forma del femenino fiat mihi. Con esto se ha dicho que la actividad de la mujer se repliega otra vez cuando ya no existe una situación que la requiera. En esta condición se encuentra el extraordinario mérito objetivo femenino, la mayoría de las veces desagradecido, o sea, un título de gloria profundamente velado. El significado de la mujer para la vida histórico- cultural no puede depender en el fondo de su colaboración objetiva; es mucho más profundo.

 De la misma  manera que la virgen, como tal, está al borde de los misterios de  todo lo aparentemente desperdiciado e irrealizado, así también siendo capaz de obrar se encuentra al borde de los mismos misterios. Otra vez  vemos relacionado con el motivo del velo el que la actuación femenina en la inmensa mayoría no llega a ocupar el primer lugar, sino todo lo más, el segundo, o sea que muy pocas veces agota la plena profundidad y fuerza del alma femenina y la convierte en factor cultural femenino independiente; en la mayoría de los casos  se acomoda a la pretensión masculina y ya por esta simple acomodación queda postergada frente a la obra original masculina. De todas maneras también se relaciona con el mismo  motivo del velo el que allí en donde la actuación de la mujer alcanza realmente una originalidad y elevación supremas, surja con más fuerza que en el hombre la impresión de una vocación carismática. El carácter carismático de una vocación o de una acción no significa únicamente el carácter extraordinario, sino sobre todo el religioso. Por eso no es casual si la real genialidad femenina aparece siempre sólo en la esfera religiosa. La grandeza de una Hidelgarda de Bingen, una Juana de Órleans, una Catalina de Siena es imposible paragonarla con la de ninguna mujer en el mundo profano. Así, se comprende que precisamente la Iglesia, aunque hace al hombre portador exclusivo de la jerarquía, reconoce el carisma femenino.

Otra vez nos viene de lo religioso la dilucidación del problema. Al igual que se comprende el sentido de la virgen considerando el concepto de sponsa Christi, igualmente comprendemos la obra genial femenina por el carisma. Sólo Dios puede levantar el velo bajo el cual Él mismo oculto a la mujer; pero esta revelación es sólo un velamiento más profundo. Lo carismático no significa la fuerza de la elaboración de la propia obra, sino la extinción de la persona para ser instrumento del Altísimo. Si antes se trataba del valor de la persona desprendido de cada obra, en la vocación carismática se trata de la obra desprendida de la persona; el mismo carisma se convierte en velo. Al hecho de “ la mujer entra en acción” corresponde en un grado más elevado el hecho de “la mujer está destinada” y sólo lo está en casos extremos, incluso diría desesperados. La más elevada vocación de la mujer es siempre un último recurso. Se comprende la asombrosa importancia de Santa Catalina de Siena o de Sata Juana cuando se sabe quién había fracasado antes en la empresa.

De la misma manera que el valor supremo de la persona sólo puede ser producido por la existencia fútil en cuanto a la actuación, así el carácter autentico de la vocación es producido por lo en apariencia incompetente. Sólo en esto se manifiesta con toda la pureza el carácter del enviado. Desde aquí queda deslucidado por qué las más grandes figuras de la Historia universal parecieron insignificantes o ineptas a sus contemporáneos al principio de su carrera y por qué su importancia se vió más tarde contra todo  lo que se esperaba. Lo valioso en el hombre está siempre en peligro, de manera que finalmente presenta sólo el valor de algún esfuerzo y no el valor de la persona; así lo elegido en primera línea está siempre el peligro de exponer, no la vocación, sino el grado de aptitud, es decir, de no realizar la misión, sino de prevalecer ellos mismos. Pero en toda gran realización hay un factor positivo que no sólo atañe a  las posibilidades del realizador, sino incluso a sus intenciones; con otras palabras: la voluntad divina y del acto creador es la autentica característica de toda gran obra humana y de todo gran acto humano.

Para comprobar esto a veces tiene que ser invocado  lo incompetente, debe hacerse visible el invisible de los acontecimientos. Este es el significado simbólico de la mujer carismática. El fundamento esencial de su elección frente al hombre reside en el hecho de su mayor facilidad para extinguir su personalidad, convirtiéndose en simple instrumento y receptáculo. Ser portadora del carisma significa se ancilla Domini.

Así la obra  asombrosa de la mujer, la carismática, permanece también en los límites  de lo femenino, en la línea de la simple colaboración, o sea, en la línea de María. Precisamente con esto  eleva el esfuerzo menor de sus  hermanas  insignificantes. Sobre ella cae un rayo del misterio  de la Mujer Eterna, y a través de ella el mismo rayo cae sobre aquéllas.  Otra vez aparece la idea de la representación. El coloquio fraternal entre la sponsa Christi y la mujer  que ha quedado incompleta en el mundo  continúa. Partiendo del carácter de la simple colaboración, también de la mujer carismática se deslucida el misterio de por qué el esfuerzo femenino fuera del carisma siempre permanece en segundo o tercer lugar. El motivo no consiste en una menos capacidad, sino en la esencia y misión de lo femenino. Lo que se dijo antes del valor de  la persona se dice también aquí. En una agudización suprema del pensamiento precisamente la obra modesta testimonia el de la mujer o como puntal visible sino invisible de la vida histórica. La virgen representa el supremo valor del éxito, reconocimiento, logro, no ya de toda capacidad, sino también de toda obra; representa así mismo la más elevada realidad de lo desconocido, aparentemente ineficaz y oculto en Dios. Pero con ello, como las solitarias tumbas de una guerra perdida, responde al sentido supremo de la Historia: sobre el mundo visible ella responde al mundo invisible.

SANTORAL 28 DE JULO




28 de julio



 SAN INOCENCIO,
Papa y Confesor



   San Inocencio estaba en Ravena cuando Alarico, rey de los godos, saqueó la ciudad de Roma. Después de la partida de los bárbaros, volvió a Roma a consolar a su afligido pueblo. La paciencia que inspiró a los cristianos en esas tristes circunstancias impresionó vivamente a los paganos y convirtió a gran número de ellos. Condenó los errores de los pelagianos y excomulgó al emperador Arcadio y a la emperatriz Eudocia, por haber desterrado a San Juan Crisóstomo. Murió en el año 417, después de 15 años de pontificado.

MEDITACIÓN SOBRE LA INOCENCIA

   I. Hay que ser inocente para entrar en el cielo; nada sucio penetra en él. Si perdiste la inocencia bautismal, será menester no sólo recurrir al sacramento " de la penitencia, sino también expiar con lágrimas, oraciones y buenas obras, la pena debida por tus pe- cados mortales, aunque estén perdonados; si aquí abajo no pagas esa deuda, forzoso será que la pagues en las llamas del Purgatorio. Elige. Solamente hay dos caminos para llegar al cielo: la inocencia y la penitencia. El primer grado de la felicidad es no pecar; el segundo, reconocer las faltas. (San Cipriano).

   II. Vela por la pureza de tus manos, de tu corazón, de tu lengua, es decir, de tus acciones, de tus pensamientos y de tus palabras. Tus palabras son el intérprete de tus pensamientos; serán puras si tus pensamientos son puros, porque de la abundancia del corazón habla la boca. La bondad como la malicia de nuestras acciones viene de nuestra voluntad: de ella proceden la vida y la muerte. Cuida, pues, con todo esmero, la pureza de tu corazón.

   III. Si injustamente se te acusa de alguna maldad, regocíjate al verte tratado como lo fue Jesucristo. Consuélate con el testimonio de tu conciencia y con el pensamiento de que Dios conoce tu inocencia. Quéjate a Jesús crucificado, como un amigo a su amigo, de la injuria que se te hace. Dile: Señor, soy inocente de la maldad que se me imputa, pero he cometido muchas otras que merecen mayor castigo. Menos sufrimos de la que en realidad merecemos. (Salviano).

La santidad

Orad por la Jerarquía

ORACIÓN

   Señor, que la generosa confesión de vuestros santos Nazario, Celso, Víctor e Inocencio reanime nuestro valor y nos obtenga el socorro que reclama nuestra flaqueza. Por J. C. N. S. Amén.