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jueves, 17 de noviembre de 2011

LOS PADRES DE LA IGLESIA Y LA TELEVISION


Los Padres de la Iglesia y la Televisión



por el R.P. Abad Dom Fernando Rivas, O.S.B.

Indudablemente los Padres de la Iglesia no conocieron la televisión, sin embargo, como instrumento portador de imágenes que llegan al ojo del hombre y se introducen en su corazón, la televisión queda comprendida dentro de las reflexiones que estos profundos psicólogos nos dejaron acerca de la conducta humana. Por otra parte, de haber conocido la televisión seguramente se hubiesen ocupado del tema, pues lo hicieron con otros equivalentes de su época, como fueron el teatro y los espectáculos a que estaban acostumbrados los pueblos paganos de la época. Vamos a tratar de señalar algunas de esas reflexiones que se desprenden de sus escritos y que son de gran utilidad y actualidad. 

1. La "visión" como acto totalizante.
La primera observación es que todo lo que corresponde al mundo de la "visión" ocupa el primer rango dentro del conjunto de las experiencias sensibles que puede tener el hombre. Y por ello mismo la visión lleva a una experiencia que es totalizante, en cuanto que absorbe tras de sí todas las demás facultades del hombre, que quedan subyugadas y atraídas por lo que el ojo está viendo. Y en este sentido para los Padres de la Iglesia no sería ninguna novedad o sorpresa que alguien sufriera la imposibilidad de despegarse del televisor cuando éste ha sido encendido. Simplemente le dirían que reflexione, antes de encenderlo, si está en condiciones de hacerlo, es decir, si tiene algo en concreto de interés a que dirigirse, porque de lo contrario quedará atrapado por lo que aparezca, aunque no sea de su interés. Y, por otra parte, le aconsejarían que, como con todas las cosas que satisfacen los sentidos, es más fácil cortar una sensación cuando recién está comenzando que cuando ya ha crecido y atrapado la atención de sus potencias. La plena libertad la tiene antes de haber recibido los primeros estímulos e imágenes. Pero cuando ya ha pasado media hora recibiendo imágenes esa libertad está totalmente reducida y condicionada por la atracción ya desencadenada de los sentidos. 

Según los Padres de la Iglesia el hombre fue creado en un estado de 'contemplación', es decir, de "visión" de Dios y del mundo de lo divino. Después de la caída del hombre esa visión continuó, pero se encontró con que estaba dirigida a otras realidades, inferiores, pero que ocupan el lugar de aquello que se ha perdido. Y esta importancia del mundo de la visión queda confirmada con la obra redentora de Cristo ya que tiene por fin devolver al hombre al mundo de la contemplación de Dios, que se ha hecho visible en Jesús de Nazaret. De este modo todo lo que en el hombre puede ingresar por los ojos tiene de por sí la característica de atrapar en su totalidad, con todos sus sentidos y con toda su atención. El hombre fue hecho para la contemplación y todo lo que ocupe ese lugar tendrá, entonces, la característica de llenar la facultad más alta del hombre. 

2. La "visión" del cuerpo y la "visión" del alma.
Lo dicho arriba corresponde, según los Padres de la Iglesia, a la visión como facultad integral del hombre. Pero, para ellos, el hombre fue creado en la unidad de su ser, donde las experiencias sensibles se corresponden con las espirituales. Y por eso la visión, que hoy se refiere exclusivamente a la capacidad de los ojos corporales, en los Padres de la Iglesia se refiere también a la visión que tienen los ojos del alma, y que ha sido dañada casi enceguecida, según el vocabulario de los evangelios, hasta el punto de no creer siquiera en la existencia de un ojo del alma. Toda la filosofía griega siempre revalidó esa visión del alma, aunque en un plano intelectivo. La inteligencia "lee" dentro (intus-legere) de las cosas. Y hasta el día de hoy, los filósofos consideran que el hombre es, ante todo, un "espectador" de las cosas. 

Sin embargo la filosofía, tratando de la visión del intelecto, no hizo referencia a su integración con la visión que tiene el cuerpo, como si fueran dos fenómenos distintos. 

Para los Padres, en cambio, la visión de los sentidos está ordenada a la visión del alma. Y, como todas las cosas dañadas por el pecado de Adán, para restaurar la visión del corazón es necesario un trabajo ascético que normalmente implica un "ayuno" de los sentidos: ayuno del estómago, ayuno de los ojos, ayuno de todos aquellos placeres que se imponen al hombre. Los autores del siglo de oro español hablan de un modo más cercano al vocabulario que estamos tratando: los sentidos deben pasar por una "noche", una oscuridad, donde no haya luz ni imágenes, para que se restauren los sentidos del alma, y entonces el hombre pueda "ver" más allá de las imágenes sensibles, la figura de Cristo presente en sus hermanos y la de Dios presente en todas las criaturas. Mientras no se dé ese trabajo ascético, los sentidos impondrán al alma lo puramente sensible y sólo verá en las cosas que contempla instrumentos para seguir satisfaciendo sus apetitos sensibles: en sus semejantes sólo verá sus cuerpos, y en las demás criaturas sólo contemplará una belleza efímera, que no dice nada más allá de lo que las apariencias presentan. 

San Agustín enseñaba cerca del año 400:

Cuando el alma se embellece y ordena a sí misma, haciéndose armoniosa y bella, ya puede contemplar a Dios, como la misma fuente de donde mana todo lo verdadero y como Padre de la misma verdad. ¡Oh gran Dios, cómo serán aquellos ojos! ¡Cuán sanos, bellos, fuertes, constantes; seremos bienaventurados!... Nada más diré sino que se nos promete la contemplación de la Belleza, por cuya imitación las cosas son bellas, por cuya comparación todas las demás cosas son deformes...[1]

La visión del alma tiene como característica la búsqueda de lo bello y sólo en él se sacia. No se trata de multiplicar esa experiencia en cantidad, sino en profundidad.

La visión del ojo del cuerpo, en cambio, es atraída por lo impactante, por el movimiento y el color. Sin embargo, nunca se sacia y por eso mismo se multiplica en cantidad. La publicidad televisiva sabe aprovechar estos recursos y trata de condensar en pocos segundos un conjunto de elementos -imagen, mensaje, invitación a la compra- que, si bien el hombre es capaz de soportar, sin embargo no es el modo más conveniente a la visión natural del hombre.

Para la educación de esa visión integral del hombre son más provechosos los medios naturales de contemplación, es decir, la naturaleza, la belleza de un paisaje, la inmensidad de la noche. Esa contemplación, como veremos más adelante, es la única que respeta al hombre y no lo enajena de sí. Le permite conservar su identidad, dejando que su respuesta sea libre y no forzada o semi-forzada como cuando se recurre a los mensajes subliminales.

Un ejemplo de esta visión integral es la que nos trasmite el salmo VIII al decir:

Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!... Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.... Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser el humano, para darle poder? (Sal 8,2-4)
La visión integral del hombre se caracteriza por ser contemplación de las cosas, por transparentar a Dios, y por integrar al hombre en ella, haciéndole tomar conciencia de su lugar y de su propio ser. La contemplación de la naturaleza es sanadora y reconstituyente de las facultades del hombre. La televisión y su publicidad busca acumular y condensar medios y mensajes que, tal como se ha hecho la experiencia hace poco tiempo, puede llegar incluso a enfermar y dañar las potencias del hombre.

3. La visión del ojo y el corazón.
Dentro del lenguaje bíblico que siguen los Padres de la Iglesia, los ojos son un reflejo del corazón. Hay una línea de conexión entre ellos que hace que lo que los ojos ven vaya directo al corazón del hombre y lo que el corazón siente dirija y oriente la mirada de los ojos. Para estos Padres tampoco sería una sorpresa ver a alguien llorando ante el espectáculo trágico de los protagonistas de una telenovela, o bien sentir una emoción profunda cuando sus ojos contemplan un paisaje jamás visto en un televisor color.

Y, en ese mismo sentido, el niño que durante la programación de Semana Santa ha visto una película de contenido religioso, como el "Moisés" o bien una "Vida de Cristo", va a estar impregnado en su sensibilidad de un clima religioso que nunca hubiese podido lograr el mejor predicador de niños.

El mundo de la visión se dirige directamente al corazón del televidente y sólo después lo deja en condiciones de elaborar lo que primeramente ha sentido.

Pero en esta doble direccionalidad ojos-corazón corazón-ojos los Padres, como profundos observadores del interior del hombre no veían en los objetos contemplados, o bien en los instrumentos que acercan el mundo a los ojos del hombre, como la televisión, ninguna maldad ni deshonestidad intrínseca. La maldad o impureza está primero en el corazón del hombre, y ese corazón impuro hace impúdica la mirada de los ojos, que salen a la búsqueda de lo que satisface su impureza.

Pero no por eso eran ingenuos para relegar el trabajo al puro interior del corazón, y por eso San Agustín escribía en su Regla para monjes que, ante cualquier síntoma de excitación por lo que ve, el monje baje su mirada y la mantenga fija en tierra, para que su corazón no se vea golpeado donde ya posee una herida. 

Bajar los ojos, no mirar, era una recomendación muy común de los Padres de la Iglesia, por lo que también hoy dirían, que ante ciertas programaciones lo mejor sería apagar el televisor. Este consejo no es otra cosa que lo que el mismo Cristo había dicho en el Sermón de la Montaña:

Habéis oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, Sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehenna. (Mt 5,27-29). Esta afirmación tan tajante de Cristo se debe a que, un poco antes, acababa de decir: Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos "verán" a Dios (Mt 5,8). El corazón puro ve cosas puras, y por ello ve a Dios en todas las cosas. Pero la tarea de purificar el corazón, según Juan Casiano, puede llevar toda una vida y es la meta final que tiene todo cristiano y todo monje que ingresa en un monasterio.[2]

Todo esto se traduce en una recomendación muy sencilla que darían estos Padres de la Iglesia a los hombres que están a punto de encender su televisor: ¿Qué estás buscando satisfacer encendiendo el televisor? ¡Trata de ver qué es lo que está latente en lo oculto de tu corazón cuando vas camino a encenderlo! Porque las intenciones del corazón no son fruto de lo que ve, sino que anteceden y condicionan lo que se ve. Ellos sabían que, por un misterio que se esconde en el primer libro de la Biblia, el Génesis, el hombre nace con una herida en su corazón por la cual es capaz de salir a la búsqueda de lo impuro aún antes de haberlo encontrado.

LOS TEMPERAMENTOS

LOS TEMPERAMENTOS


EL TEMPERAMENTO COLÉRICO 





(Capitulo anterior, ver aqui)

I. Esencia del temperamento colérico. 

   El alma del colérico por las influencias que recibe, se excita de inmediato y con vehemencia. La reacción sigue al instante. La impresión queda en el alma por mucho tiempo

II. Distintivo del colérico así del bueno como del malo. 

   El colérico siente y se entusiasma por lo grande - no busca lo ordinario, sino aspira a lo grandioso y sobresaliente. Tiende a lo alto, sea en las cosas temporales ambicionando una fortuna grande, un comercio muy extenso, una casa magnífica, un nombre prestigioso, un puesto destacado, - o sea en las cosas de su alma sintiendo en sí un deseo vehemente de santificarse, de hacer grandes sacrificios por Dios y por el prójimo y de salvar muchas almas para la eternidad. La virtud innata del colérico es la generosidad, que desprecia lo bajo y vil y suspira por lo noble, grande y heroico. 

   En estas sus aspiraciones a lo grande le apoyan: 

   1º  Un entendimiento agudo. Las más de las veces, si bien no siempre, el colérico es un buen talento; es un hombre intelectual, al paso que su fantasía y especialmente su vida interior no se hallan desarrolladas, sino han quedado un tanto raquíticas. 

   2º  Una voluntad fuerte, que no se amilana ante las dificultades, sino, por el contrario, emplea toda su vitalidad, y persevera a costa de grandes sacrificios hasta llegar a su meta. No conoce lo que es pusilanimidad y desaliento. 

   3º  Un gran apasionamiento. El colérico es el hombre de las grandes pasiones; rebosa de violento apasionamiento máxime cuando encuentra resistencia o persigue sus altos proyectos. 

   4º  Un instinto a menudo inconsciente de dominar y sujetar a los demás. El colérico ha nacido para mandar; está en su elemento, cuando puede ordenar y organizar las grandes masas del pueblo.

   La imprudencia es para el colérico un obstáculo sumamente peligroso en su aspiración hacia lo grande. El es al punto absorbido por lo que una vez ha deseado y se lanza apasionada y ciegamente hacia la meta concebida sin reflexionar siquiera, si el camino adoptado realmente conduce al fin. Ve este único camino elegido en un momento de pasión y de poca reflexión sin darse cuenta de que por otro camino pudiera llegar a su fin con mucha más facilidad y seguridad. Encontrándose ante grandes obstáculos en un camino errado puede, cegado por la soberbia, resolverse con dificultad a desandar lo andado, y prueba aún lo imposible por conseguir su fin. Llega, por decirlo así, a perforar la pared con la cabeza, teniendo al lado una puerta que le franquea la entrada. De este modo, malgasta sus energías, se ve alejado poco a poco de sus mejores amigos y acaba por estar aislado y mal visto en todas partes. Después de echarse a perder sus más bellos éxitos, todavía niega que él mismo es la causa principal de sus fracasos. Esta imprudencia en la elección de medios la pone de manifiesto también en sus aspiraciones a la perfección, de modo que a pesar de todos sus grandes esfuerzos no llegará a la perfección. El colérico puede prevenir este peligro sometiéndose dócil y humildemente a las normas del director espiritual. 

III. Cualidades malas del colérico. 

I. Orgullo: 

que se manifiesta sobre todo en los siguientes puntos: 

   a)  El colérico es muy pagado de sí mismo. Tiene en alta estima sus cualidades personales y sus éxitos y se tiene por algo excepcional y llamado a altos destinos. Hasta sus mismas faltas, por ejemplo, su orgullo, testarudez y cólera, las considera como justificables y aún dignas de toda aprobación. 

   b) El colérico es muy caprichoso y ergotista. Cree tener siempre razón, quiere tener la última palabra, no sufre contradicción y no quiere ceder en nada. 

   c) El colérico se fía mucho de sí mismo. Es decir, de su ciencia y facultades. Rechaza la ayuda ajena, gusta hacer solo los trabajos ya por creerse más apto que los demás en la plena seguridad de su propia suficiencia para llevar a feliz término la obra emprendida. Difícilmente se convence de que aún en cosas de pequeña monta requiere el auxilio divino; por lo cual, no es de su agrado impetrar la gracia de Dios y quisiera con sus propias fuerzas resistir victoriosamente a grandes tentaciones. Por esta presunción, en la vida espiritual cae el colérico en muchos y graves pecados y es esta también la causa porque tantos coléricos, a pesar de sus grandes sacrificios, no llegan nunca a hacerse santos. En él radica una buena parte del orgullo de Lucifer. Se conduce, como si la perfección y el cielo no debieran atribuirse en primer lugar a la gracia divina, sino a sus personales esfuerzos. 

   d) El colérico desprecia a su prójimo. A los demás los tiene por tontos, débiles, torpes y lerdos, por lo menos en comparación suya. Este menosprecio por el prójimo lo pone de manifiesto en sus palabras despreciativas, burlonas e inconsideradas y en su proceder altanero con los que le rodean, sobre todo con sus súbditos. 

   e) El colérico es ambicioso y mandón. Siempre quiere figurar en primer término, ser aplaudido y suplantar a los demás. Su ambición le hace empequeñecer, combatir, y perseguir a aquellos que se le cruzan en el camino, y esto no raras veces con medios poco nobles. 

   f) El colérico se siente hondamente herido cuando es avergonzado y humillado. No sin mal humor recuerda sus pecados, pues le obligan a tenerse en menos y no pocas veces llega hasta desafiar a Dios. 

II. Cólera 

   El colérico se excita profundamente por la contradicción, resistencia u ofensas personales. Este estado de ánimo se exterioriza por palabras duras, que si bien pronunciadas en forma cortés y correcta hieren, no obstante, hondamente por el tono en que las profiere. No hay nadie que pueda herir tan dolorosamente con menos palabras que un colérico. Pero lo más agravante es que el colérico, en la vehemencia de su ira, hace recriminaciones falsas y exageradas, y en su apasionamiento llega a interpretar mal y tergiversar las mejores intenciones del que se cree ofendido, y estas falsamente supuestas ofensas las reprocha con las expresiones más amargas. La justicia con que trata a sus semejantes hace que se enfríen sus mejores amistades.

   Su ira culmina no pocas veces en el paroxismo de la rabia y del furor; de aquí hay un solo paso al odio reconcentrado. Los grandes insultos jamás los olvida. El colérico en su ira y orgullo se deja llevar de acciones que el sabe muy bien que le serán perjudiciales, por ejemplo, a su salud, trabajo, fortuna; acciones por las cuales se verá obligado no solo a abandonar su empleo, sino también a romper con viejas amistades. El colérico es capaz de abandonar proyectos acariciados durante largos años, solamente por no ceder a un capricho. Dice el P. Schram en su "Teol. mist.",II.66: "El colérico prefiere la muerte a la humillación". 

III. Hipocresía y disimulo. 

   La soberbia y terquedad conducen al colérico no pocas veces a medios tan ruines como el disimulo e hipocresía, pudiendo ser, por otra parte, muy noble y sincero por naturaleza. No queriendo confesar una debilidad o derrota, disimula. Al ver que sus proyectos no salen a pedir de boca, a pesar de su empeño, no le resta más que fingir y valerse de fraudes y mentiras. El P. Schram dice en otro lugar: "Si es castigado, no corrige sus vicios, antes bien, los oculta".

IV. Insensibilidad y dureza. 

   El colérico es, ante todo, un hombre intelectual; tiene, por decirlo así, dos inteligencias, pero un solo corazón. Esta deficiencia en la vida sentimental le trae no pocas ventajas. No se apesadumbra al verse privado de consolaciones sensibles en medio de la oración y puede soportar por largo tiempo el estado de aridez espiritual. Es ajeno a sentimientos tiernos y afectuosos y aborrece las manifestaciones delicadas de amor y cariño que suelen nacer de las amistades particulares. Tampoco una mal entendida compasión es capaz de hacerle abandonar el camino del deber y de obligarle a renunciar a sus principios. Mas esta frialdad de sentimientos tiene también sus grandes desventajas. El colérico puede permanecer indiferente e insensible frente al dolor ajeno y si su propio encumbramiento lo reclama, no vacila en pisotear despiadadamente la felicidad que otros disfrutan. Sería de desear que los superiores de índole colérica se examinaran diariamente, si no han sido tal vez duros y exigentes con sus súbditos, particularmente con los enfermizos, débiles de talento y remisos. 

IV. Cualidades buenas del colérico 

   Cuando el colérico pone su vitalidad característica al servicio del bien, llega a ser un instrumento sumamente apto para la gloria de Dios y la salvación de las almas redundando todo ello en su propio aprovechamiento espiritual y temporal. A todo ello contribu­ye sobremanera la agudeza de su entendimiento, su aspiración a lo noble y grande, el vigor y decisión de su varonil voluntad y esa maravillosa amplitud y claridad de miras con que concibe sus pensamientos y proyectos.

   Con relativa facilidad puede llegar el colérico a la santidad. Los santos canonizados por la Iglesia, son, en su gran mayoría, coléricos o melancólicos Un colérico sólidamente formado no siente mayores dificultades para mantenerse recogido en la oración; pues, con la energía de su voluntad desecha fácilmente las distracciones; y ello se explica ante todo tomando en cuenta que por naturaleza sabe reconcentrar con gran prontitud e intensidad toda su atención en un determinado asunto. Y esta es probablemente también la razón por que los coléricos llegan tan fácilmente a la contemplación, o, como la llama Santa Teresa, a la oración de la quietud. En ningún otro temperamento podrá hallarse la contemplación propiamente dicha con tanta frecuencia como en el colérico. El colérico bien desarrollado, es muy paciente y fuerte en sobrellevar dolores corporales, sacrificado en los sufrimientos, constante en penitencias y mortificaciones interiores, magnánimo y noble para con los menesterosos y débiles, lleno de repugnancia contra todo lo vil y bajo. Y aunque la soberbia penetre el alma del colérico, por decirlo así, en todas sus fibras hasta las últimas ramificaciones, de modo que parezca no tener otra pasión más que la soberbia, sabe no obstante sobrellevar y aun buscar voluntariamente las más vergonzosas humillaciones, si seriamente aspira a la perfección. Por su naturaleza insensible y dura tiene pocas tentaciones de concupiscencia y con gran facilidad puede llevar una vida casta. Sin embargo, entregándose el colérico voluntariamente al vicio de la impureza y buscando en él su satisfacción, resultan atroces y horrendas en él las erupciones de esta pasión. 

   El colérico logra hacer grandes cosas también en su labor profesional. Por ser su temperamento activo, se siente incitado continuamente a la actividad y al trabajo. No puede estar desocupado y sus trabajos los hace con rapidez y aplicación; todo le va muy bien. En sus empresas es persistente y no se amedrenta ante dificultades. Puede colocárselo sin cuidado en puestos difíciles y confiarle grandes cosas. En el hablar el colérico es breve y conciso; ni es amigo de inútiles repeticiones. Esa forma breve, concisa y firme en su hablar y presentarse da a los coléricos, que trabajan en la educación, mucha autoridad. Las educadoras coléricas tienen algo de varonil y no dan a sus alumnos el brazo a torcer como les pasa muchas veces a las melancólicas indecisas. Los coléricos además saben callarse como un sepulcro. 

V. De lo que el colérico tiene que observar particularmente en su propia educación. 

   1.  El colérico debe sacar grandes pensamientos de la palabra de Dios (meditación, lectura, sermón), o de la experiencia de su propia vida. Ellos han de arraigarse bien en su alma y entusiasmarle siempre de nuevo hacia el bien y las cosas de Dios. No hace falta que sean muchos esos pensamientos. Al colérico San Ignacio de Loyola, le bastaba el de: "Todo para la mayor gloria de Dios"; al colérico San Francisco Javier: "¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero si con ello daña su alma?". Un buen pensamiento, que cautiva al colérico le servirá de norte y guía para conducirlo, a pesar de todas las dificultades a los pies de Jesucristo. 

   2.  Un colérico debe aprender a pedir diariamente a Dios con constancia y humildad su ayuda divina. Mientras no haya aprendido esto, no adelantará mucho en el camino a la perfección. Pues también para el colérico vale la palabra de Cristo: "pedid y recibi­réis". Y si además se venciera para pedir un consejo y apoyo a su prójimo, aunque no fuera sino a su superior o confesor, adelantaría aún más. 

   3.  Un colérico debe dejarse llevar en todo por este buen propósito: No quiero buscar nunca mi propia persona, sino he de considerarme siempre: a) como instrumento de Dios que El puede usar a discreción, y b) como siervo de mi prójimo, que diariamente se sacrifica por los demás. Debe obrar según la palabra de Cristo: "Quien entre vosotros quiera ser el primero, sea el siervo de todos". 

   4.  Un colérico tiene que luchar continuamente contra el orgullo y la ira. El orgullo es su desgracia, la humildad su salvación. Por lo tanto: a) ¡haz sobre este punto tu examen particular por mucho años! b) ¡humíllate por propia iniciativa ante los superiores, el prójimo y la confesión! ¡Pide por una parte a Dios y a los que más de cerca te rodean, humillaciones, y por otra acepta con generosidad las que te sobrevengan! Vale más para un colérico ser humillado por otros que humillarse a sí mismo. 

VI. De lo que hay que observar en la educación de un colérico.

   El colérico puede con sus facultades ser de grande utilidad a la familia, a los que le rodean, a la comunidad y al estado. Pues ha nacido para ser jefe e incansable organizador. El colérico bien educado va en pos de las almas extraviadas sin descanso ni respeto humano. Propaga con constancia la buena prensa y trabaja de buena gana a pesar de malos éxitos en el florecimiento de las asociaciones católicas, siendo así una bendición para la Iglesia. Mas, por otra parte, si el colérico no combate las malas cualidades de su temperamento, la ambición y la obstinación le podrán llevar al extremo de causar como la pólvora, grandes estragos y confusión en las asociaciones públicas y privadas. Por lo cual, el colérico merece una esmerada educación, sin escatimar trabajos y sacrificios, ya que son grandes los bienes que ella aporta. 

   1.  Al colérico hay que perfeccionarlo bien en cuanto sea posible, a fin de que aprenda realmente algo, siendo sus aptitudes excelentes. De lo contrario, querrá el mismo perfeccionarse más tarde, descuidando su labor profesional o, lo que es mucho peor, envaneciéndose sobremanera de sus habilidades aunque en realidad no haya cultivado sus aptitudes, ni en rigor haya aprendido algo. 

   Los coléricos menos aprovechados de talento o con sus facultades poco desarrolladas (en las fuerzas de sus facultades), pueden llegar, una vez independientes o con el cargo del superior en las manos a grandes desaciertos y amargar la vida, de los que les rodean, obstinándose en sus ordenanzas, aunque no entiendan mucho ni tengan claros conceptos de lo que se trata. Tales coléricos obran a menudo según aquel famoso axioma: "Sic volo, sic jubeo; stat pro ratione voluntas". Así lo quiero, así lo ordeno; baste mi voluntad por razón. 

   2.  Hay que inducir al colérico a que se deje educar voluntariamente, es decir, a que acepte voluntaria y alegremente todo lo que se le ordena para humillar su orgullo y refrenar su cólera. No se corregirá el colérico con un tratamiento duro y orgulloso, antes bien, se agriará y endurecerá más; en cambio, proponiéndole razones y motivos sobrenaturales se le podrá llevar fácilmente a lo bueno. En la educación del colérico no hay que dejarse llevar por la ira diciendo: "A ver si llego a romper la terquedad de este hombre". Al contrario, hay que quedarse tranquilo y esperar a que también se tranquilice el educando; luego, se le podrá hablar en estos términos: "Sea sensato y déjese conducir de manera que puedan subsanarse sus faltas y ennoblecerse lo bueno en usted". 

   También en la educación del niño colérico lo principal será el sugerirle buenos pensamientos, ponerle ante los ojos su buena voluntad, su pundonor, su repugnancia a lo bajo, insinuarle su felicidad temporal y eterna e inducirle a corregir bajo la dirección del educador, sus faltas y perfeccionar sus buenas cualidades, por iniciativa propia. No conviene agriar al niño colérico con castigos vergonzosos, sino más bien hay que persuadirlo de la necesidad y justos motivos del castigo impuesto. 

SANTORAL 17 DE NOVIEMBRE


17 de noviembre



SAN GREGORIO TAUMATURGO,
Obispo y Confesor

Quien cree en mí, ése hará también las obras
que yo hago, y las hará todavía mayores. 
(Juan, 14, 12).

   San Gregorio, pagano rico del Ponto, descollaba ya en el foro cuando encontró a Orígenes. Bautizado cinco años después, desprendióse de todo y se hizo ermitaño. Consagrado, a pesar de haber huido, obispo de Neocesárea, su patria, no fue su episcopado sino una larga serie de prodigios; de ahí su apodo de Taumaturgo u obrador de milagros. Un sacerdote pagano se convirtió al ver a una roca retroceder para dar lugar para una iglesia. En el año 240 no había encontrado más que 17 cristianos en su provincia; al morir dejó en ella, en el año 270, sólo 17 paganos.

MEDITACIÓN
SOBRE TRES EFECTOS DE NUESTRA FE

    I. La fe de los santos ha sido admirable: ha transportado montañas, curado enfermos, resucitado muertos, desafiado tormentos. ¿Tienes fe tú? ¿Crees que existe Dios, paraíso e infierno? En verdad, la mayor parte de los cristianos no lo creen. Reanina la virtud de la fe en tu alma produciendo actos de fe sobre los principales misterios del cristianismo. Si tu fe estuviese bien viva, veríanse sus frutos en tus obras.

   II. Si tuvieses fe, no sólo harías los prodigios que han hecho los santos, sino que, primeramente imitarías sus virtudes y las de Jesucristo. Si creyeses firmemente que una eternidad de gloria espera a los que imitan a Jesucristo, ¿acaso no despreciarías la riquezas y los placeres para abrazar la Cruz? No es verdadero cristiano aquél que no imita a Jesucristo, por lo menos en la medida en que la permite la fragilidad de nuestra naturaleza. (San Cipriano).

   III. La fe, que debía salvarnos, nos condenará en el día del juicio si nuestros actos no responden a nuestras creencias. Los infieles nos reprocharán haber abusado de las luces y de las gracias que hemos recibido en la Iglesia católica. ¿Qué responderás entonces? ¿cuál será tu excusa? Si se exige más al que más ha recibido, si es pecado conocer el bien y no practicarlo, terrible será la cuenta que habremos de dar en el último día. De nada sirve llevar el nombre de un santo si no imitamos sus virtudes. (Salviano).

Espíritu de fe -Orad
por la conversión de los idólatras.

ORACIÓN

   Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Gregorio, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.