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sábado, 10 de septiembre de 2011

La dictadura castrista detiene a quienes pedían libertad durante la procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre


LA PROCESIÓN IBA POR LA BARRIADA CENTRO HABANA


La policía cubana detuvo hoy en La Habana a varias personas después de que gritaran consignas a favor de la libertad de los presos políticos durante la procesión por la festividad de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla, dijeron testigos. La policía arrestó a los presuntos disidentes, que portaban unos carteles con la inscripción «Libertad» y otros con la imagen de la Virgen, y los introdujo en un coche patrulla, según testigos presenciales.

(Efe) La procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, que hoy celebra su día, recorrió varias calles adyacentes a su parroquia enclavada en la popular barriada de Centro Habana, acompañada por miles de personas.
Entre los participantes en la ceremonia también se encontraban algunas integrantes del movimiento disidente “Damas de Blanco” y la bloguera Yoani Sánchez.
Berta Soler, una de las portavoces del colectivo femenino, dijo a Efe que asistieron a la procesión y “no tuvimos problemas porque los evitamos, aunque tuvimos acoso, pero entendemos ese es un marco religioso y no respondimos”.
Pero denunció que la líder del grupo, Laura Pollán, fue interceptada ayer por la policía cuando salía junto con una veintena de mujeres de una misa en el santuario de la Caridad, en el poblado oriental de El Cobre, y obligada a subir a un autobús.
El acto religioso no estuvo presidido esta vez por el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, como es habitual, y el oficio fue conducido por el párroco de la iglesia habanera, Roberto Betancourt, quien tuvo a su cargo la misa de cierre de este festejo.
Al paso de la procesión, los fieles y vecinos del lugar vitorearon a la Virgen que fue aplaudida por las personas que se agolpaban en las aceras, balcones y azoteas de las casas del barrio de Centro Habana para ver pasar el cortejo religioso.
Numerosos devotos iban vestidos con prendas o llevaban algún accesorio amarillo, el color que identifica a la patrona, y muchos portaban velas y flores que entregaron en ofrenda en el templo durante este acto incluido en las celebraciones por los 400 años del hallazgo de la Virgen que se cumplirán el próximo año.
Esta fiesta ha coincidido con el itinerario de una imagen de la Virgen de la Caridad por toda la isla iniciado el 8 de agosto del año pasado en Santiago de Cuba, en el extremo oriental de la isla, y que hasta ahora ha recorrido unos 25.000 kilómetros, según los organizadores.
El próximo 30 de diciembre está previsto que la imagen termine el trayecto cuando llegue a La Habana, que rememora al realizado en 1952, con motivo del cincuentenario de la Independencia.
Fuente: InfoCatólica

SERMÓN PARA LA DOMÍNICA XIII POST PENTECOSTÉS


DECIMOTERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Y aconteció que yendo Jesús a Jerusalén, pasaba por medio de Samaria y de Galilea. Y entrando en una aldea, salieron a Él diez hombres leprosos, que se pararon de lejos. Y alzaron la voz diciendo: Jesús, maestro, ten misericordia de nosotros. Y cuando los vio, dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. Y aconteció, que mientras iban quedaron limpios. Y uno de ellos cuando vio que había quedado limpio volvió glorificando a Dios a grandes voces. Y se postró en tierra a los pies de Jesús, dándole gracias; y éste era samaritano. Y respondió Jesús, y dijo: ¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete, que tu fe te ha hecho salvo.
Hoy asistimos a uno de los milagros obrados por Jesús en su postrer viaje a Jerusalén: la curación de los diez leprosos.
Representémonos al vivo la escena, y tratemos de sacar de ella enseñanzas prácticas.
Los leprosos constituían entre los judíos una clase despreciable. La Ley les declaraba impuros y les obligaba a vivir fuera de todo comercio humano. Erraban a lo largo de los caminos, implorando un mendrugo de pan de los transeúntes. Cuando algún hombre se acercaba a ellos, quedaban obligados a proferir el grito desgarrador de ¡Impuro!
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Junto al camino de Jerusalén yacían los diez leprosos del Evangelio de hoy, cuando el rumor de las gentes que pasaban les anuncia que el Profeta, cuya fama se había extendido ya por toda Palestina, se acercaba. Levantan los ojos, le divisan, y al punto se disponen a salirle al encuentro.
Llegados ya a una distancia conveniente, se detienen y exclaman todos a una voz: ¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros!
¡Qué profunda humildad la suya! Conscientes de su indignidad, no se atreven a llegarse cerca de Jesús.
Y ¡cuál no es su fervor y confianza! No sé detienen en largas exposiciones, sino que apelan llanamente a la bondad y misericordia del Señor: ¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros!
Aprendamos de estos desgraciados cómo debe ser nuestra oración, si queremos que sea escuchada.
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Id y mostraos a los sacerdotes… El Antiguo Testamento nos enseñó con figuras lo que el Nuevo nos ha mostrado a las claras. Las prescripciones de Moisés sobre los leprosos no eran tan sólo medidas higiénicas; tenían una finalidad más elevada.
La lepra era una imagen significativa de los estragos del pecado, particularmente contra la fe; de ahí el carácter de inmundicia legal que adquirió en los libros de Moisés.
El leproso era apartado de la Comunión de sus hermanos con un rito especial, y no podía ser devuelto a ella mientras no le reconociese el sacerdote por limpio de la inmundicia de la lepra.
Con estos antecedentes llegamos a entender el sentido de la respuesta de Cristo al clamor de los desgraciados: ¡Id y mostraos a los sacerdotes!
Apenas escucharon los leprosos la intimación del Salvador, partieron con presteza a cumplir el divino mandato, dándonos con ello un ejemplo de confianza a toda prueba. En efecto, se ven todavía cubiertos de asquerosas escamas, y se apresuran, no obstante, a correr a la presencia de los sacerdotes, para que éstos constaten su curación.
Confianza tan grande en la palabra del Señor mereció el milagro que pedían, y así en el camino quedaron curados.
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También a cada uno de nosotros nos dice Jesús cuando nos presentamos a Él cubiertos de la lepra del pecado: ¡Ve, muéstrate al sacerdote! Con la diferencia de que el sacerdote de la Antigua Ley no tenía más facultad que la de declarar que el leproso estaba curado, mientras que el sacerdote de la Ley Nueva posee la plena potestad de limpiar al enfermo de la lepra de la iniquidad.
¡Cuántas gracias debiéramos dar al Cielo por beneficio tan insigne!
Recordemos hoy las veces que hemos sido objeto de la misericordia divina en el tribunal de la Penitencia, y, reconociendo tanta bondad, agradezcamos al Señor la multitud de consuelos que desde el confesonario ha prodigado a nuestra alma.
Aprendamos asimismo de los leprosos a acudir con presteza al sacerdote cuantas veces manchemos nuestras almas con la inmundicia del pecado.
Pero procuremos eludir el reproche del Divino Maestro por medio de una conducta noble para con Dios. Egoísmo puro e ingratitud feísima es recurrir a su misericordia cuando le necesitamos, y, después de socorridos, volverle las espaldas. No cometamos tal ingratitud. No olvidemos nunca el ejercicio de la acción de gracias.
Este pasaje evangélico nos impone un ejercicio especial de acción de gracias, la acción de gracias después de la confesión.
La curación de los leprosos simboliza los efectos del Sacramento de la Penitencia. En el fervoroso reconocimiento del Samaritano vienen figurados todos aquéllos que saben agradecer a la Bondad divina el beneficio incomparable de la absolución; en la ingratitud de los nueve restantes, el olvido de los que no se acuerdan de dirigir a Dios una palabra de gratitud por el perdón alcanzado.
Esta acción de gracias es un deber. Es verdaderamente doloroso considerar cómo tantos cristianos, al momento de levantarse de los pies del confesor, se hallan ya en disposición de darse a las conversaciones y negocios del mundo, como nada de particular acabara de realizarse en sus almas.
Con ello, además de mostrar una fe muy lánguida, declaramos cuán lejos estamos de apreciar el beneficio de la absolución. Acaba de derramarse la Sangre de Jesús sobre el alma, purificándola y blanqueándola, y nosotros desentendiéndonos de la asombrosa dignación de un Dios todo Misericordia, nos apartamos de la Cruz redentora, sin dirigir una mirada de gratitud al Crucificado en ella…
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Uno de ellos volvió glorificando a Dios Causa admiración la actitud de los nueve leprosos que, luego de curados, no se dignaron volver a reconocer tamaño beneficio.
Aquí hay mucho más que ese egoísmo tan arraigado en nuestra naturaleza, que nos hace acordar de Dios cuando la necesidad nos acucia; pero para olvidarlo al momento que nos vemos satisfechos…
Se trata de una falta contra la fe; tan fea y abominable a los ojos de Dios, que al propio Jesús arráncale frases de amarga queja: ¿Por ventura no son diez los que fueron limpios? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero?
Los nueve faltantes tuvieron confianza en Jesús, pero no creyeron en su divinidad. El agradecido era, en efecto, samaritano, que no profesaba la fe verdadera… Y, sin embargo, termina profesando la divinidad de Nuestro Señor por medio de un acto de adoración: Y se postró en tierra a los pies de Jesús…, mientras los otros nueve están junto al sacerdote de la Antigua Ley…
Por esta razón, como particular gracia de esta semana pide la Iglesia en la colecta un aumento de fe, esperanza y caridad.
Detengamos nuestra atención en tema de tanta trascendencia para la vida del alma, como son las virtudes teologales.
Toda virtud es un hábito que nos dispone a obrar el bien; las teologales se llama así porque miran inmediatamente a Dios, a diferencia de las morales, que tienen por objeto inmediato la honestidad de las acciones.
Han sido gratuitamente infundidas en nuestra alma por medio del Bautismo. En aquel momento augusto recibimos, con la gracia santificante, este tripea tesoro: la fe, que nos inclina a creer cuanto Dios ha revelado; la esperanza, que abre nuestra alma a la confianza en la Misericordia divina; la caridad, por la cual amamos al Señor sobre todas las cosas y al prójimo por Dios.
La misma experiencia nos enseña la importancia de estos tres hábitos infusos, pues mientras al pagano le resulta tan difícil inclinar su cerviz a la revelación, aun cuando su entendimiento percibe claramente los motivos de credibilidad, el cristiano dobla con facilidad el espíritu a la palabra revelada.
¡Cuántas gracias debemos dar al Cielo por este triple don tan inmerecido! ¿Qué hicimos nosotros para obligar a Dios a ser tan generoso para con sus pobres criaturas? Nada absolutamente; porque antes del Bautismo es el hombre incapaz de mérito alguno, mucho más los qué fuimos conducidos a las fuentes de la vida antes de poseer el uso de razón.
Agradezcamos, por tanto, a la Suma Bondad merced tan gratuita. La fe, porque por medio de ella se nos hace posible la salvación; sin fe es imposible agradar a Dios, dice San Pablo. La esperanza, porque con ella es iluminado nuestro destierro con la claridad que se desprende de la patria. Y, en fin, la caridad, la mayor de las tres, y la que da vida a las demás virtudes.
Ya que no merecimos, estas tres virtudes antes de poseerlas, merezcámoslas al menos a posteriori por nuestra gratitud. La acción de gracias obliga casi a nuestro Sumo Bienhechor a derramar sus favores sobre su criatura agradecida.
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Si bien las virtudes teologales son infusas, no dejan por eso de depender en cierto modo de nosotros. Existen en el cristiano en virtud del Bautismo, pero como en germen. Ese germen pide desarrollo y crecimiento, y aquí comienza la parte que a nosotros toca en el terreno de las virtudes infusas.
La virtud da aptitud para el acto, pero no es el acto mismo. Si a un niño bautizado se le coloca en un ambiente impío, a pesar de la aptitud e inclinación que en sí lleva al ejercicio de la fe, esperanza y caridad, quedarán estas virtudes en germen, sin conseguir su desarrollo; el hábito no llegará a demostrarse en actos.
De ahí la obligación inherente a los padres y pedagogos, de dar desarrollo a las virtudes teologales por medio de una educación cristiana; y la obligación del propio bautizado de ejercitarse en los actos de las tres virtudes.
A este deber elemental sigue el de perfeccionar los hábitos infusos de fe, esperanza y caridad. Todo, hábito se perfecciona con la repetición de actos y se pierde con la falta de ejercicio.
El que pretende adquirir destreza en un arte, no debe cansarse en los ejercicios que exige su consecución. Otro tanto sucede en el orden moral y religioso. De ahí que con actos de fe, esperanza y caridad, se aumenten dichas virtudes.
La obligación de hacer actos de las tres virtudes es grave, y, aunque se satisface a dicha obligación por medio de cualquier acto religioso, ya que por él confesamos, implícitamente, a Dios por Supremo Señor, esperamos en su Bondad y le amamos como a nuestro Padre; no obstante, aconsejan los autores ascéticos, que nos ejercitemos en actos explícitos las virtudes teologales, sobre todo cuando urge una tentación contra ellas.
Si el hábito se fortifica con la repetición de actos, no hay medio más apto para desvanecer las dudas religiosas, que hacer con frecuencia actos de fe. Y lo mismo habrá que decirse de la esperanza y de la caridad.
Abundante es, en verdad, la doctrina que este punto nos proporciona, y debemos procurar aprovecharnos intensamente de ella.
Pidamos con la Santa Liturgia:
Omnipotente y sempiterno Dios, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; y a fin de que merezcamos obtener tus promesas, haz que amemos lo que nos mandas.
¿No hubo quien volviese, y diera gloria a Dios, sino este extranjero?…
Y le dijo: Levántate, vete, que tu fe te ha hecho salvo.
P. Ceriani

HOY ULTRAFEMINISTAS DECIDIERON AGREDIR LA CATEDRAL DE SAN MIGUEL A LAS 18 HS







A las 18 hs de hoy un grupo de mujeres ultrafeministas decidieron dirigirse a la Catedral de San Miguel, Provincia de Buenos Aires, para hacer pintadas y escraches en la misma, según informaron a nuestro medio fuentes propias.
El motivo de tal decisión es que en una escuela provincial pública de San Miguel hoy se realizó un encuentro regional de mujeres autoconvocadas previo al Encuentro Nacional en Bariloche.
Estas mujeres han sido ideologizadas, particularmente con odio a la Iglesia Católica y al Orden Natural. 
En particular, son ideologizadas contra su propia maternidad, contra tener hijos (porque les dicen que debe ser considerado como una enfermedad, o como un daño al cuerpo femenino), contra el matrimonio y la familia para considerarlos como instituciones esclavizantes, así como responsabilizan de todo mal social al varón, como si la mujer fuese excenta de defectos, aun y cuando la misma Presidente de nuestro país es una mujer.
Se estima que la acción es un entrenamiento de lo que realizarán en el encuentro del mes de octubre próximo en Bariloche 2011, donde se realizarán mayores desmanes de todo tipo y sin freno alguno, que potenciará los daños de Paraná 2010.

De los sermones de San Bernardo de Claraval : EN LA NATIVIDAD DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARIA. SERMON LLAMADO "DEL ACUEDUCTO" (8 de septiembre)


1. Cuando el cielo goza ya de la presencia de la Virgen fecunda, la tierra venera su memoria. Allí se halla la posesión de todo bien, aquí el recuerdo; allí la saciedad, aquí una tenue prueba de las primicias; allí la realidad, aquí el nombre. Señor, dice el salmista, tu nombre permanece para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación. Esta generación y generación no es de ángeles, a la verdad, sino de hombres. ¿Queréis saber cómo su nombre y su memoria está en nosotros y su presencia en las alturas? Oíd al Salvador cuando dice: Habéis de orar así: Padre nuestro.que estás en los cielos, santificado sea el tu nornbre. Fiel oración, cuyos principios nos avisan de la divina adopción y de la terrena peregrinacion, a fin de que, sabiendo que mientras no estamos en el cielo vivimos alejados del Señor y fuera de nuestra patria, gimamos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción de tus hijos o sea, la presencia del Padre. Por tanto, expresa,mente habla de Cristo el profeta cuando dice: Cual espíritu que anda delante de nosotros es Cristo nuestro Señor; bajo de su sombra viviremos entre las gentes , porque entre las celestiales bienaventuranzas no se vive en la sombra, sino más bien en el esplendor. En los esplendores de los santos, dice, de mi seno te engendré antes del lucero . Pero esto, sin duda, el Padre.

2. Mas la madre no le engendró al mismo en el esplendor, sino en la sombra; pero no en otra sombra que con la que el Altísimo la cubrió. Justamente por eso canta la Iglesia, no aquella Iglesia de los santos, que está en las alturas y en el esplendor, sino la que peregrina todavía en la tierra: A la sombra de aquel que había deseado me senté, y su fruto es dulce al paladar mío. había pedido que se le mostrase la luz del mediodía, en donde el Esposo apacienta su rebaño, pero fue contrariada en su deseo, y en lugar de la plenitud de la luz recibió la sombra, en lugar de la saciedad, el gusto. Finalmente, no dice: A la sombra que yo había deseado, sino: A la sombra de aquel a quien yo había deseado me senté, pues no había deseado la sombra, sino el resplandor del mediodía, la luz llena de quien es luz llena. Y su fruto, añade, dulce a mi paladar. ¿Hasta cuándo me has de negar tu compasión, sin permitirme el respirar y tragar siquiera mi saliva? ¿Cuándo llegará el día en que se cumpla esta sentencia: Gustad y ved cuán suave es el Señor? Sin duda es suave al gusto y dulce al paladar, por lo cual se comprende perfectamente que, en vista de ello, prorrumpiera la esposa en voces de acción de gracias y de alabanza.

3. Pero ¿cuándo se dirá: Comed, amigos, y bebed y embriagaros, amadísimos? Los justos, dice el profeta, coman en convite, pero delante de Dios, no en la sombra. Y de sí mismo dice: Seré saciado cuando aparezca tu gloria. También el Señor dice a los apóstoles: Vosotros sois los que permanecisteis conmigo en mis tentaciones y yo dispongo para vosotros, así como mi Padre le dispuso para mí el reino, para que comáis y bebáis sobre mi mesa». ¿En dónde? En mi reino, dice. Dichoso aquel que coma el pan en el reino de Dios. Sea, pues, tu nombre santificado, por el cual de algún modo ahora estás, Señor, en nosotros, habitando por la fe en nuestros corazones, puesto que ya ha sido invocado sobre nosotros tu nombre. Vénganos tu reino. Venga, ciertamente, lo que es perfecto y sea acabado lo que es en parte. Tenéis, dice el Apóstol, por fruto de vuestras obras la santificación, pero será su fin la vida eterna. La vida eterna es fuente indeficiente que riega toda la superficie del paraíso. No sólo la riega, sino que la embriaga, como fuente de los huertos, pozo de aguas vivas que corren con ímpetu desde el Líbano, y el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios". Pero ¿quién es la fuente de la vida, sino Cristo Señor? Cuando aparezca Cristo, que es vuestra vida, entonces también apareceréis vosotros con El en la gloria . A la verdad, la misma plenitud se anonadó a sí misma para hacerse para nosotros justicia, santificación y remisión, no apareciendo todavía vida o gloria o bienaventuranza. Corrió la fuente hasta nosotros y se difundieron las aguas en las plazas, aunque no beba el ajeno de ellas. Descendió por un acueducto aquella vena celestial, no ofreciendo, con todo ello, la copia de una fuente, sino infundiendo en nuestros áridos corazones las gotas de la gracia, a unos, ciertamente, más, a otros, menos. El acueducto, sin duda, lleno está para que los demás reciban de la plenitud, pero no la misma plenitud.

4. Ya habéis advertido, si no me engaño, quién quiero decir que es este acueducto que, recibiendo la plenitud de la misma fuente del corazón del Padre, nos la franqueó a nosotros, si no del modo que es en sí misma, a lo menos según podíamos nosotros participar de ella. Sabéis, pues, a quién se dijo: Dios te salve, llena de. gracia. Mas ¿acaso admiraremos que se pu. diese encontrar de que se formase tal y tan grande acueducto, cuya cumbre, al modo de aquella escala que vió el patriarca Jacob, tocase en los cielos, más bien, sobrepasase también los cielos y pudiese llegar a aquella vivísima fuente de las aguas que están sobre los cielos? Se admiraba también Salomón y, al modo del que desespera, decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? . A la verdad, por eso faltaron durante tanto tiempo al género humano las corrientes de la gracia, porque todavía no estaba interpuesto este deseable acueducto de que hablamos ahora. Ni nos admiraremos de que fuese aguardado largo tiempo, si recordamos cuántos años trabajó Noé, varón justo, en la fábrica de] arca, en la cual sólo unas pocas almas, esto es, ocho, se salvaron, y esto para un tiempo bastante corto.

5. Pero ¿cómo llegó este nuestro acueducto a aquella fuente tan sublime? ¿Cómo? Con la vehemencia del deseo, con el fervor de la devoción y con la pureza de la oración, según está escrito: La oración del justo penetra los cielos. A la verdad, ¿quién será justo, si no lo es María, de quien nació para nosotros el Sol de justicia? ¿Y cómo hubiera podido llegar hasta tocar aquella majestad inaccesible, sino llamando, pidiendo y buscando? Sí, halló lo que buscaba aquella a quien se dijo: Has hallado gracia a los ojos de Dios. ¿Qué? ¿Está llena de gracia y todavía halla más gracia? Digna es, por cierto, de hallar lo que busca, pues no la satisface la propia plenitud, ni está contenta aún con el bien que posee, sino que, así como está escrito: El que de mí bebe, tendrá sed todavía, pide el poder rebosar para la salvación del universo. El Espíritu Santo, le dice el ángel, descenderá sobre ti, y en tanta copia, en tanta plenitud difundirá en ti aquel bálsamo precioso, que se derramará copiosaniente por todas partes. Así es, ya lo sentimos, ya se alegran nuestros rostros en el óleo. Mas esto, ciertamente, no es en vano; y si el aceite se derrama, no por eso perece. Por esto, sin duda, también las vírgenes, esto es, las almas todavía párvulas, aman al Esposo y no poco. Y no sólo recibió la barba aquel ungüento que descendía de la cabeza, sino también las mismas fimbrias del vestido le recibieron.


LA ESPIRITUALIDAD DE LOS ICONOS


El icono es un camino, una flecha disparada al infinito, por el que el alma orante y mística se encontrara con el Amado.
Entre las riquezas de profundo contenido teológico y catequético que el oriente cristiano ha ofrecido a todo el pensamiento cristiano, son los iconos los que mayor interés han despertado. Por medio de este símbolo sagrado, Dios mismo habla al hombre: lo que hace por la belleza. Se ha sabido, magistralmente, combinar en un trozo de madera noble, aquello que los santos Padres hicieron en sus escritos: unir la predicación y la alabanza.
La Divina Liturgia no es otra cosa que celebrar al Dios Uno y Trino, santa, consubstancial e individual Trinidad; es producir en la Tierra una imagen, un icono, una semejanza a la eterna y perenne Liturgia celeste.
El icono es un símbolo sagrado, y como tal guarda profunda conexión con otro gran signo: la Divina Liturgia (Santa Misa); modernos, podríamos decir que la Liturgia oriental es catequética por excelencia con “métodos” audiovisuales, esto es, las oraciones acompañadas o envueltas en todo ese ropaje de belleza y armonía recóndita que muestran los iconos.
“Dejad en este momento toda terrena preocupación”: así nos amonesta san Juan Crisóstomo desde la Liturgia. Es imposible acercarnos a encontrar algo en un icono, si primero no nos “despojamos” de nuestra mentalidad occidental. Será difícil, pues, pretender contemplar el misterio que surge de cada icono, que surge de cada Palabra, que surge de cada rito.
“Nosotros, los hombres, hemos embrutecido, no sabemos nada de muchas cosas profundas y delicadas. Las Palabras o la Palabra es una de ellas. Creemos que es algo superficial porque no sentimos más su fuerza.” El icono es una Palabra, es una manifestación del Verbo, es un continuo “nombramiento”. Y si a la Palabra de Dios nada se resiste, es por tanto una continua presencia creadora.

Camino
El icono es un camino, una flecha disparada al infinito, por el que el alma orante y mística se encontrara con el Amado. No tiene pues, existencia propia, es un símbolo, y como tal hace relación a lo simbolizado de quien es presencia y de quien recibe existencia.
Todo icono es un receptáculo, como un continente de una presencia mística, escondida, de una realidad profunda que trasciende los mismos colores y las mismas figuras que lo plasman en la madera. Es una presencia, es una Palabra continuamente pronunciada a los oídos del alma atenta.
No es un dibujo, no es un cuadro, es una imagen (en griego, eikon), representa la presencia, es una visión litúrgica del misterio. Teofanía de una Palabra, es una escritura sagrada; por eso su estudio es iconografía.
Hemos entrelazado, no al azar, tres conceptos: Palabra, presencia, visión. De la conjunción de los tres surge el icono. Es, pues, el depositario de esas tres realidades. Es una presencia, puesto que, en tanto unido a lo significado, hace presente al mismo como signo. Es Palabra en cuanto comunica el mensaje salvador, la Revelación, de un modo particular. La pintura es visión en tanto que da vida mística y nos revela “como en un espejo” lo que luego veremos “cara a cara”.
En el distinguimos dos aspectos: lo inmanente y lo transeúnte.
Por lo primero entendemos aquello que el icono es ó significa en sí mismo, y allí es donde nos encontramos con esa presencia-Palabra-visión. Con respecto a lo segundo, entendemos lo que ese mismo icono, en tanto símbolo, produce en aquel que lo contempla.
En sí mismo posee la magnificencia de quien dice (Palabra) todo en silencio. Nos muestra teofánicamente algo de Dios en la tierra.
Podemos recorrerlo en toda su longitud, pero siempre nuestra mirada buscará su mirada. Y es aquí donde, a nuestro entender, el icono recobra toda su fuerza, todo su misterio, toda su Palabra, toda su vida.

Los ojos
Fuente de vida y de luminosidad, los ojos son el elemento central de todo icono. Los colores oscuros van dejando espacio a los claros, desde los bordes al centro. Así es como el rostro, con valores de blanco intenso, recobra brillo y luz.
Es menester detenerse frente a ellos y encontrarnos con la mirada, con esos ojos profundos de donde parece manar toda la luminosidad que invade al icono. Mirada que nos sigue… “Tú, Señor, conoces mis entradas y salidas.” El Salmista pareciera haber escrito esto arrebatado en éxtasis y contemplando, no en imagen, no en espejo, no en icono, sino cara a cara la solicitud de Dios para con los hombres.
Si intentáramos tapar la mirada de algún cuadro. Nos encontraríamos como si los personajes del mismo estuvieran muertos. En los iconos esto es inmediatamente perceptible. Al tapar los grandes ojos que coronan el rostro, nos encontramos frente a una imagen muerta. Podemos decir que, en toda pintura, son los ojos quienes dan la vida.
Podemos concluir, pues, que el icono es presencia-palabra en cuanto y por sobre todo, es visión-vida.
La mirada es lo que proporciona luminosidad, brillo, armonía, vida al icono. La mirada, profunda y dulce, majestuosa y misericordiosa. Mirada que sigue con su fuerza impenetrable a quien se arrima a venerarlo.
En la misma tradición oriental, es muy común colocar lámparas frente a los iconos. Misteriosa coincidencia, pareciera que por todos los medios quisiera remarcarse mas y mas el brillo y la profundidad de la mirada, a tal punto confundidas que no sabríamos determinar quien da luz a quien, si la lámpara a los ojos o estos a la lámpara y todo su entorno.

La mirada
La mirada está cargada de todas las pasiones del alma y está dotada de una terrible eficacia. La mirada es el instrumento de las órdenes interiores: mata, fascina, habla, fulmina, seduce.
La mirada aparece como el símbolo, el instrumento de una revelación. Pero, más aun, es un reactivo y un revelador recíproco del que mira y del mirado. La mirada del otro es un espejo que refleja dos almas.
La mirada que centra la atención del fiel será la del Pantocrator. Ubicada en la altura, el Señor-Dominador, se convierte como en el eje, la clave de bóveda del edificio. Mirada que, desde la altura magnífica y toda santa, ilumina el recinto dando vida a los demás iconos que de Él, que es el Santo, reciben su santidad y por ende la capacidad de mirar con sus ojos.
“Junto al trono había cuatro vivientes que tenían ojos por delante y por detrás.” El apocalipsis nos muestra estos cuatro vivientes a quienes, para identificarlos como tales (vivientes) les da gran cantidad de ojos… ojos grandes. ¿Pero en virtud de que poseen esos ojos que todo lo escrutan? En virtud de su cercanía al trono del Cordero, el cual tenía ojos “como llamas de fuego”.
El tema de la mirada y del ver ha estado siempre presente y en relación con Dios. Así como el ver se relaciona con el color, del mismo modo Dios se relaciona con todo lo creado.
El ver de Dios se sustrae al conocimiento humano, que accede solo conjeturalmente por medio del esquema implicatio-explicatio, imagen con la que expresará luego el Ser Divino.
Este estar con la mirada en la mirada, hará crear; vis entificativa, para Dios, vis assimilativa, para el hombre. Dos polos distantes pero unidos en el mismo acto de ver.
Sin comulgar con todas las “ideas” del Cusano, las vemos convenientes, al menos las anteriores, para interpretar un poco más el tema de la mirada. Pero esto se lo dejamos a los filósofos.

La Palabra
“En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Esta Palabra (Verbo) se identifica desde el Antiguo Testamento con Dios y con la Sabiduría, y es necesario contemplarla y oírla.
Esta Palabra de Dios, por quien todo fue creado, es enviada a la Tierra a la que empapa “como la lluvia el césped”, y no regresa a Él sin fecundar la Tierra que la ha recibido.
Será Juan quien, con el Logos, ha significado no solamente el vocablo, la frase, el discurso, sino también la razón y la inteligencia, el propio pensamiento divino.
Sean cuales sean las creencias y los dogmas, la Palabra simboliza de modo general la manifestación de la inteligencia en el lenguaje, en la naturaleza de los seres y en la creación continua del universo; es la verdad y la luz del ser. Esta interpretación general y simbólica no excluye para nada una fe precisa en la realidad del Verbo divino y del Verbo encarnado.
La Palabra es el símbolo más puro de la manifestación del ser que piensa y se expresa a sí mismo, o del ser conocido y comunicado a otros.
¿Qué significa contemplar la Palabra? Será, en definitiva, mirar-escuchar-atender-responder. Esta misma Palabra no siempre es perceptible o audible; la mas de las veces se convierte en un religioso, reverente silencio, al cual también es debido “escuchar”.
La fe llega por el oído, pero si la fe se nos transmite desde el silencio o en un acto sin sonido, el cual es sumamente “predicador”, como por ejemplo el llanto y la presencia silenciosa de María al pie de la cruz, la fe puede llegar por otro medio, el cual también utilizará la Palabra, la mirada, el silencio, el decir todo sin pronunciar sino el silencio: “Lo miró y lo amó.”
El icono es una presencia, y toda presencia tiene algo que manifestar, algo que decir. De allí que el icono hable, increpe, enseñe. Habla desde su belleza, pronuncia el eterno Logos, es constante nombramiento, transmite el Logos, el Mensaje, la Vida.
Palabra silenciosa, pero Palabra majestuosa. Dios mismo es el que habla, por eso no es lícito firmar el icono. Cada icono recuerda aquello de Juan: “Y puso su morada entre nosotros.”
Toda obra iconográfica nace y se realiza buscando el sentido estético como algo secundario. No se persigue la ornamentación del lugar sagrado, no es lo estético lo que más ocupa a su autor humano. El icono tiene como misión primera mostrar, “como en un espejo”, la realidad divina. Así es catequético, adoctrinante; todo lo demás es añadidura.
Una vez realizada la tarea, que comprende una ardua preparación espiritual del iconógrafo auténtico, el icono debe ser presentado a un sacerdote, el cual lo examinará y, posteriormente, con una celebración especial, lo bendecirá y lo admitirá para ser expuesto a la veneración de los fieles.
Cada icono será una teofanía, una Palabra constantemente pronunciada, una mirada dadora de paz de la vida, una presencia real y viva del Dios Todo Santo. Desde ese plano “pronunciante”, el alma del orante podrá percibir las palabras de Yahveh dichas a Moisés: “Descálzate, estas frente a un lugar sagrado”; pues, en cada icono, Dios, el Verbo ha puesto su morada.

Luis Glinka, ofm "Volver a las fuentes. Introduccion al pensamiento de los Padres de la Iglesia" 1 ed. LUMEN págs. 182 - 189

SANTORAL 10 DE SEPTIEMBRE


Santoral 10 de septiembre



10 de septiembre
 

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO,  
Confesor


He aprendido a estar contento con lo que tengo,
sé vivir en pobreza y sé vivir en abundancia:
todo lo he probado y estoy ya hecho a todo.
(Filipenses, 4, 11-12).



   San Nicolás vivió mucho tiempo en Tolentino, ciudad de Italia, y la ilustró con su muerte. A pesar de sus increíbles austeridades en la Orden de los Ermitaños de San Agustín, siempre tenía la sonrisa en los labios. Seis meses antes de su muerte, oía todas las noches los conciertos de los ángeles. Medita tres hermosas palabras de este santo: "El corazón que una vez gustó de Dios, ya nada encuentra en la tierra que le plazca; no hay que amar la vida, sino porque nos conduce a la muerte; en poco tiempo podemos ganar la eternidad". Murió en 1315, a los 70 años de edad.

MEDITACIÓN - TRES CONSEJOS PARA VIVIR
FELIZ CADA CUAL EN SU ESTADO


   I. Vive feliz y contento en la posición en que Dios te ha colocado. No seas de aquellos que se ingenian en hacerse desgraciados, sea exagerando los males que les acaecen, sea comparando sus desventuras imaginarias con la aparente felicidad de los demás. Dios te ha puesto en este estado, permanece en él, vive en él contento y alegre, Dios lo quiere. Salom6n ha dicho con razón: He reconocido que nada mejor había que alegrarse y hacer el bien durante nuestra vida.

   II. Conténtate con la fortuna y talentos naturales que Dios te ha dado, y no desees más. Dios sabe lo que has menester; acaso te habrías condenado si tuvieses más ingenio, más salud o más bienes materiales. La dicha no reside ni en la ciencia, ni en la opulencia ni en los otros bienes de este mundo; existe en la posesión de Dios. No son las riquezas las que hacen feliz, sino Dios, que es la verdadera riqueza de nuestras almas. (San Agustín).

   III. Conténtate también con los bienes que hayas recibido en el orden de la gracia, y no te atormentes inútilmente en desearlos mayores. Emplea como es debido los favores que te acuerda Dios, y los talentos que te ha confiado; no pide otra cosa de ti. Piensa, para suavizar; tus sufrimientos, que has merecido el infierno por tus pecados, y llora continuamente los desórdenes de tu vida pasada. La verdadera compunción atrae la gracia y produce el gozo del alma, y las lágrimas de la penitencia son inmensamente más dulces que los goces de los pecadores.



La conformidad con la voluntad de Dios
 - Orad por los afligidos.

ORACIÓN
   Señor, escuchad favorablemente las humildes súplicas que os dirigimos en la solemnidad de vuestro confesor San Nicolás de Tolentino, a fin de que, no poniendo nuestra confianza en nuestra justicia, seamos socorridos por los ruegos de aquél que os fue agradable. Por J. C. N. S. Amén.