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lunes, 31 de octubre de 2011

NI DULCE NI TRUCO....

 Halloween: fiesta pagana, fiesta satánica






Resulta hasta gracioso ver a los niños, y otros no tan niños, disfrazarse en esta fecha e ir de puerta en puerta pidiendo “¿dulces o truco?”. Pues bien, nos hemos acostumbrado tanto a esta “celebración” que hay incluso quienes piensan que es un “Día de Muertos” al estilo estadounidense. Pues no, no es así.

La palabra

Para comprender esta tradición que poco a poco se va arraigando en nuestra sociedad, es importante destacar el origen del Halloween. Empezaremos diciendo que la palabra “Halloween” tiene un origen católico, pues es una deformación lingüística de la frase "All Hallow's Eve" (Vigilia de todos los Santos) que conmemoraba la fiesta de Todos los Santos, que desde el siglo IX se conmemora universalmente en la Iglesia Católica en los días 1º de noviembre, por instrucción del Papa Gregorio IV.

 Esta fiesta de víspera católica, a causa de las enfermedades, como la peste bubónica que mató casi a la mitad de la población europea en el siglo XIV, se fue deformando en una sátira de la muerte misma, de ahí que los franceses representaban figuras decorativas alusivas a nuestra propia mortalidad, ya sea mediante cuadro o caracterizaciones, dando lugar al hecho de que hoy los niños se disfrazan para salir a pedir dulces a las calles. En aquellas épocas no se disfrazaban de momias o brujas, sino de personajes famosos en cada sociedad.

 ¿Dulce o truco?

La costumbre de pedir dulces conlleva un origen aún más perverso. Durante el siglo XVI, Inglaterra había adoptado el Anglicanismo a causa de la lujuria del rey Enrique VIII, a quien el Papa Clemente VII le negó una nulidad matrimonial con Catalina de Aragón, generando la ruptura de la fidelidad religiosa.


A causa de esta ruptura y el surgimiento del anglicanismo, el pueblo católico fue perseguido por casi 200 años, incluso estaba prohibida, bajo pena de muerte, toda celebración religiosa católica. No sobra decir que durante esta época, muchos católicos, sacerdotes, religiosos y laicos encontraron el martirio.


Siendo el Rey de Inglaterra Jaime I, se descubrió un intento de asesinato en su contra por parte de católicos cansados de la opresión legal y religiosa. Para conmemorar este hecho, se fue haciendo costumbre en los primeros días del mes de noviembre, que jóvenes anglicanos, con máscaras, salieran a las calles a exigir a los católicos que les entregaran cerveza y comida para celebrar el fallido intento de asesinato.



Estas costumbres emigraron y se arraigaron en las comunidades de colonos en América, pero no fue hasta el surgimiento del mercantilismo que el Halloween tomó fuerza. Es a partir de la década de los 20’s del siglo pasado que se conmemoró por primera vez un desfile al estilo Halloween en los Estados Unidos. Así que la fiesta, como la conocemos hoy, tiene un origen reciente.




Satanismo

Comprendiendo el sentido anticatólico de la fiesta del Halloween, siendo una deformación de la víspera de la Fiesta de Todos los Santos, aunado con el abuso de grupos religiosos contra los católicos, es que la Iglesia Católica siempre se ha pronunciado en contra de esta celebración, no solo por su contenido histórico, sino por las corrientes de pensamiento que en ella se ven involucradas.

 La correspondencia entre el Halloween y el satanismo no solo obedece al tipo de disfraces, sino a un verdadero sentido de adoración satánica. El sumo sacerdote satanista Anton LaVey, quien además escribió "La biblia satánica” decía que esa era la fiesta más importante del satanismo. Como dato curioso, Anton Lavey murió en el hospital St. Mary de Londres, un hospital católico, y su registro de fallecimiento es de fecha 31 de Octubre de 1997, aunque se especula con la veracidad de esta fecha.

 Otras fiestas ocultistas y espiritistas tienen lugar en todo el mundo en esta fecha, y ha sido adoptada como fecha principal en el surgimiento de los cultos nuevos, como son la Wicca y la New Age.  Y como ya sabemos, eso solo es por simple superstición.


 El culto a lo grotesco

La lógica nos lleva a pensar que entre más grotesco sea algo, menos atractivo debería ser para el ser humano, pues en este caso, resulta lo contrario. La sociedad actual se ve fuertemente atacada por el “culto a lo grotesco”. Entre más repulsivo sea, mejor.

 Los efectos del mercantilismo, del consumismo y, por qué no decirlo, de la estupidez humana, nos llevan a dar un culto absurdo a lo grotesco. Y eso incluye muchos aspectos de nuestras vidas, no solo en el Halloween. Cada día nos vamos haciendo inmunes a lo repulsivo. Aspectos de la vida cotidiana como la sexualidad, la vestimenta, la cultura urbana, los espectáculos, la música se van vaciando de la belleza, sustituyéndose por lo grotesco, por la fealdad.

 Y Halloween es el ejemplo perfecto de esta falsa cultura. Pues entre más feo te veas, mejor; entre más repulsivo seas, mejor; entre más violento luzcas, mejor. Celebramos a la maldad y la representamos en nuestros propios hijos, como si de verdad quisiéramos que fueran zombies, brujas, momias, asesinos o monstruos. Muchos dirán que es solo un disfraz y solo piden dulces, sin embargo, les vamos inculcando una ideología de que lo malo es permitido, es válido ser malo, aunque sea por un día. Eso es relativismo puro, un relajamiento en la vida de la virtud, una nube en la formación de la conciencia de nuestros hijos.



 Padres de familia

Independientemente del origen y sentido de la fiesta del Halloween, deben considerar algo más próximo en riesgo. Deben tomar en cuenta que no es prudente que los niños anden por las calles tocando de casa en casa pidiendo dulces. Están al alcance de la mano de cualquiera que quiera lastimarlos, o incluso introducirlos al mundo de las drogas.  Aún si los acompaña un adulto, es una ocasión de riesgo que debe considerarse seriamente.

 Para los adolescentes y jóvenes resulta en una atractiva ocasión para divertirse y no pocas veces, termina en excesos de alcohol u otras sustancias, lo que puede ser otro factor de riesgo. La recomendación es simple, no celebren Halloween, no tenemos motivo alguno para hacerlo. Ni siquiera es fiesta nuestra, es importada de comunidades con un pasado anticatólico y no ofrece un mensaje válido, es solo celebrar lo grotesco.

No celebres el Halloween, celebra el All Hallow’s Eve, como la iglesia lo ha venido haciendo desde hace 12 siglos. Vive y conoce tu fe.

Extraido de: Católicosfirmesensufe.org

AMOR Y FELICIDAD

Pablo Eugenio Charbonneau

Noviazgo
y
Felicidad


III
Tu novia


(continación de parte anterior. Ver aquí.)


3. El fundamento de la psicología femenina: el papel de madre


Si el hombre tiene empeño en comprender el universo psicológico de su esposa, deberá fijarse primeramente en la maternidad, clave del alma femenina. Así como la estructura del alma masculina corresponde a su función de jefe responsable del hogar, así la estructura del alma femenina corresponde a la función que el creador ha querido asignar a la mujer. Ahora bien, el análisis de la personalidad femenina —ya se trate de un análisis biológico o fisiológico— muestra con toda evidencia cómo en el ser de la mujer todo va dirigido a la maternidad. Es ésta «una función que la absorbe enteramente, que pone su marca en los menores detalles de su vida física, intelectual y sentimental» [1]. En este sentido se ha dicho que el hijo es lo que constituye la razón de ser de la mujer como tal mujer [2].

Esto no significa que la función maternal sea la típica orientación susceptible de ser adoptada por la mujer. Como ser humano, puede llegar a ser lo que todo ser humano: filósofo, mecánico… o boxeador, si se lo pide el cuerpo. Pero eso no irá ligado a su feminidad, como tal. No encontrará su eclosión completa, no desarrollará totalmente las tendencias profundas inconscientes de su ser, más que por la maternidad [3]. Tal es, en efecto, la voluntad manifiesta de Dios de quien san Pablo se hacía eco en un texto harto olvidado: «[La mujer], empero, se salvará engendrando hijos» [4]. De este modo, nos mostraba dónde se sitúa la mujer en el plan providencial, y nos recordaba que no había que disminuirla nunca bajo pena de no comprender ya nada en ella. Porque, como observaba Daniel Rops en un comentario que debe tenerse presente: «La maternidad es el secreto profundo de la mujer, el que la hace para nosotros, hombres, sagrada e incomunicable a la vez» [5]. Por ello se explica todo lo que en la compañera del hombre, en todo tiempo y en todas las circunstancias, la hace más cercana de los datos elementales de la vida, más sumisa a los instintos, más dependiente incluso de las fuerzas vivas del universo.

4. Rasgos característicos de la psicología femenina


Quizá sea esta proximidad con el universo y con los seres lo que explique el asombroso modo de conocimiento que es la intuición femenina. Porque no bien se habla de psicología femenina, se habla de intuición femenina. Es un lugar común del más bello tipo. La impotencia en que se encuentra uno después de decir lo que es esta intuición tal vez pueda atribuirse a ese hecho, porque el famoso exegeta de los lugares comunes lo observó ya: «Es demasiado fácil decir lo que parece ser un lugar común. Pero lo que es, en realidad, quién podrá decirlo?» [6].
La intuición de la mujer
Sin intentar describir aquí el funcionamiento de la intuición femenina, digamos simplemente que, por ella, la mujer llega directamente al corazón de las cosas: las percibe, las… «siente». Esta última expresión subraya perfectamente el aspecto cordial que interviene en esta manera de pensar. Porque piensa, reflexiona, razona «con su corazón» es por lo que la mujer puede poseer esa intuición.

Ante esta manera espontánea y compendiada, ante ese camino que él suele desconocer, el hombre debe tener cuidado de no dejarse desconcertar. Su propio modo de reflexionar conforme a un ritmo «racional», apartado en lo posible de las interferencias del corazón, corre el riesgo de ser completamente superado por la intuición femenina. Esta, viva, variable, inasible en las razones profundas que podrían justificarla, inexpresable también —en una parte al menos— puede no estar acorde nunca con los «por qués» sistemáticos que alimentan la inteligencia masculina. A menudo el hombre se obstinará en hallar la armazón lógica que, según él, debe acompañar todo razonamiento, y como no lo encontrará, se imaginará que los juicios emitidos por su compañera, carecen de todo valor. De aquí a no tener nunca en cuenta lo que dice su mujer, no hay más que un paso que dan muchos hombres, franqueado con tanta mayor rapidez cuanto que la lógica particular de la intuición lleva a la mujer a adaptar su mecanismo de pensamiento a una multitud de circunstancias; al cambiar éstas y al tomar los hechos un nuevo sesgo, el juicio de la esposa cambiará también, haciendo creer n una inestabilidad un poco pueril a los ojos del hombre. Este piensa en «sistema», y para él el pensamiento o el juicio sólo valen en la medida en que van unidos a un conjunto de principios constantes. Ante la versatilidad de la inteligencia femenina, él se siente inclinado a sentir una especie de desprecio. Por eso más de un marido no se toma siquiera la molestia de discutir cosas serias con su esposa.

¿Debe condenarse semejante actitud? ¡Evidentemente! Porque si una pareja, a causa de la dificultad que existe en hacer concordar la intuición femenina y el razonamiento masculino, decide no cambiar, la comunión interior necesaria para el mantenimiento del amor no se realizará ya. Y desde ese momento, después de unos meses de fogosidad superficial en los que se contentarán con vibrar al descubrir uno el cuerpo del otro, volverán a encontrarse en el vacío. No necesitan mucho tiempo los cónyuges para alcanzar ese punto en que vuelven a ser adultos y deben, para mantener un amor que madura, comulgar en el espíritu.

Cada hombre debe, pues, esforzarse en comprender el modo de pensar de su mujer a fin de estar en condiciones de traducir a su lenguaje racional las intuiciones que ella tiene y que no puede, a menudo, formular más que con dificultad. Este esfuerzo, laborioso al principio, es absolutamente indispensable en el hogar. Sin él, en muy breve plazo, se acumularán los equívocos; los malentendidos, insignificantes al comienzo y graves después, se multiplicarán; entonces se habrá cultivado una semilla de desacuerdo que preparará la cosecha de tristeza y de amargura de la que tantas parejas se quejan. Todo esto porque no se habrá hablado el mismo lenguaje.

Para llegar a este intercambio, es preciso que el hombre se libere de un complejo de superioridad muy difundido entre el sexo masculino: que no se confiera un título de buen sentido absoluto, y que sepa aguzar la fuerza de su razonamiento en la agudeza de la intuición femenina. Ganará con ello mucho, entre otras cosas, cierto sentido de la adaptación que le evitará el inmovilizarse en unas ideas adoptadas demasiado definitivamente. La maleabilidad no es precisamente la cualidad predominante del hombre. Si él accede a enriquecer con su estabilidad la movilidad de la mujer, ésta le aportará a cambio, esta arma indispensable que es la adaptación. Para conseguir esta feliz manera de complementarse en inteligencia con la mujer cuya vida entera debe compartir, y no solamente el cuerpo, el hombre deberá armarse, sobre todo en los comienzos, de una suave paciencia. No se trata para él de echar abajo una puerta, sino más bien de encontrar la llave que le permita abrir definitivamente el alma de su mujer.
La sensibilidad
¡Suavidad, paciencia! Suave, porque él deberá aprender a controlar sus violencias, sus arrebatos, sus excitaciones. Abandonarse a éstos significaría, para él, ofender, con palabras hirientes o con actitudes despreciativas mal reprimidas, la delicadeza de la esposa. Delicadeza basada en una sensibilidad fácilmente vulnerable. Como ya se ha dicho muchas veces: la mujer es «esencialmente» sensibilidad. Y, sin embargo ¿cuántos novios saben prepararse a entrar en una vida que compartirán con un ser al que los menores golpes, las menores durezas, pueden destrozar?

Esta formación puede parecer exagerada. Y no es así. Por haber obrado sin tener en cuenta este hecho, algunos jóvenes han visto —a veces incluso sin comprenderlo— que su esposa se apartaba de ellos de un nodo irrevocable.

El hombre no se repetirá nunca lo suficiente esta verdad: «La clave de la psicología femenina es el corazón, ni la voluntad, ni los sentidos dominan en la mujer, sino el sentimiento. No es que carezca de razón, de voluntad, de sensualidad, sino que en ella la nota predominante es el corazón» [7]. En ningún momento, en ninguna circunstancia, el marido debe perder de vista la siguiente regla: juzgarse siempre con respecto a la sensibilidad de su mujer. Los gestos, las palabras, las contrariedades, los olvidos, todo puede tener una repercusión cuyo alcance no se ve, si no se juzga bajo esa luz.

Y es sin duda la cosa que el hombre pierde de vista con más facilidad. El sale de su trabajo y vuelve a su casa adonde entra conservando los reflejos que ha tenido con los compañeros. Ahora bien, los compañeros eran hombres… mientras que en el hogar es una mujer la que le recibe. Por eso él debe cambiar de modo de ser, pudiera decirse, y cultivar la delicadeza como una segunda naturaleza. Para muchos, será al principio un duro aprendizaje. Pero este aprendizaje será preciado entre todos, porque será el que permita al hombre estrechar de una manera inquebrantable los lazos que le unen a su mujer. No creo, además, que haya una forma más concreta que ésa de demostrar a su esposa hasta qué punto se la ama. El amor, que no es una palabra sino una realidad, no podría aceptar el hacer sufrir inútilmente al ser amado. Pues bien, a ese sufrimiento inútil e indignante para la mujer, por ser cotidiano, conduciría la falta de delicadeza del esposo.

Aquí, conviene poner a los hombres en guardia contra una simplificación un tanto grosera a la que algunos acostumbran a entregarse… tal vez para tranquilizar su conciencia. Ante las penas de su mujer, ante el dolor que pueda ella sentir a causa de ciertas torpezas o indelicadezas, muchos dirán: «¡Te preocupas siempre por nada!». «Esas no son más que fruslerías». Repitiendo esos estribillos, de los que está bien provisto el arsenal masculino, se mofarán de sus mujeres a quien reprocharán su sensibilidad excesiva. Ciertamente, es un hecho que la mujer debe intentar controlar su emotividad para no incurrir en una hipersensibilidad que acabaría por ser enfermiza. Pero aun entonces, aunque muestre ella la mejor voluntad del mundo, la mujer seguirá siendo fundamentalmente vulnerable, a causa de su sensibilidad natural. Contra esto no puede ella hacer nada, ni tampoco el hombre. Este debe, pues, colocarse ante esa sensibilidad como ante un hecho que no puede eliminar. En estas condiciones, no le queda más que aceptarlo de buena gana, y hacer el aprendizaje de su delicadeza. Si un hombre no quiere obligarse a ese trabajo, si no quiere aceptar los sacrificios que eso entraña, que no se case. Indudablemente haría desgraciada a su mujer y, al mismo tiempo, arruinaría su propia felicidad. En efecto, una actitud inatenta por su parte o una repulsa casi sistemática adoptada por el marido ante la sensibilidad natural de su esposa llevará a ésta, tarde o temprano, pero con toda seguridad, a una inquietud constante, a una intranquilidad perpetua, a unas crisis nerviosas más o menos frecuentes, y finalmente a esa dolorosa angustia generadora de las múltiples neurosis que consumen a tantas esposas [8].

Ante la perspectiva de las dificultades que se le presentarán a causa de esa sensibilidad de la mujer, el hombre no debe protestar. Que piense más bien que sin ella, sin dicha sensibilidad, sería poco menos que imposible a la mujer realizar las tareas que la vida conyugal le reserva. La sensibilidad de la mujer es en cierto modo el maravilloso instrumento que le permite evolucionar en medio de los seres a quienes ama consagrándose totalmente a ellos. Gracias a esa sensibilidad llegan a ser posibles, en la alegría, esos sacrificios que se escalonan a lo largo del día, como límites que marcan el camino de las abnegaciones obscuras e interminables que lleva a cabo una mujer a la vez esposa y madre.

Esta sensibilidad es, por tanto, una riqueza que beneficia a todo el hogar y en la cual cada uno —desde el padre hasta el benjamín de la familia— irá a recoger la parte de ternura que necesita de modo apremiante, aunque inconfesado, la mayoría de las veces.

Sin embargo, el hombre deberá aprender a soportar los inconvenientes de esa sensibilidad. Es más, deberá aprender a adaptarse a ella a fin de tratar a su esposa con arreglo a lo que ella es, en realidad, y no como él desearía que fuese. Ahora bien, hay un elemento de la psicología femenina que el hombre tiende a olvidar: ese estado de espíritu por el cual la mujer desea lo «gratuito». ¿Qué debe entenderse por esto? Recordaremos, para expresarlo, una página reveladora de Gina Lombroso que define con toda exactitud la actitud de la mujer, revelando al hombre cómo debe éste comportarse para responder a los anhelos del alma femenina. «La mujer —escribe ella— no quiere de su marido más que una cosa muy sencilla, muy modesta. Quiere ser amada, moral e intelectualmente, o, mejor dicho, quiere ser comprendida, lo que, para ella, es lo mismo, o, mejor aún, quiere ser adivinada; quiere que el hombre la consuele cuando esté triste, la aconseje cuando se sienta indecisa, demuestre por un signo visible de reconocimiento que le agradece los sacrificios que ella hace voluntariamente por él, pero quiere, sobre todo, que él haga todo esto sin que ella se lo pida. Un gesto, un elogio, una palabra, una flor, que dan a la mujer la ilusión de ese reconocimiento, son para ella motivo de una alegría inmensa. Por el contrario, el consuelo, el consejo, el elogio, el regalo que responden a una petición directa pierden todo valor para la mujer» [9].

Todo esto puede parecer muy complicado. Quizá sí. Pero nada lo cambiará, porque así es la naturaleza profunda de la mujer. No le queda al marido más que tomar su decisión. Ningún esposo puede elegir: tiene, hasta cierto punto, que hacerse adivino y aprender a leer en el alma de su esposa sin que a ésta le sea preciso deletrearse ante él. Este sentido de la gratuidad debe, por decirlo así, llegar a ser en el marido una segunda naturaleza que le permita iniciar, en el momento deseado y sin que se le haya pedido, el gesto necesario. Será para la esposa, la prueba tangible de su fervor, y nada podrá nunca producir un gozo mayor a la mujer que ese fervor adivinador. La mujer verá en ello la certeza del amor de que es objeto y al mismo tiempo hallará la felicidad.


[1] A. Sertillanges, Féminisme et Christianisme, Lecoffre, París 1930, p. 91.
[2] Gina Lombroso, La femme aux prises avec la vie (trad. Le Hénaff), Payot, París 1927, p. 217-218.
[3] Como confirmación de esta tesis, se observará que la mayoría de los casos de psicopatología femenina se pueden atribuir a la carencia de maternidad, ya sea una realización imperfecta o fallida de ésta.
[4] I Tim. 2, 15.
[5] Daniel Rops, Préface de Anne-Marie Corot, Journal d’une grossesse, Amiot-Dumont, París 1951, p. 12.
[6] Léon Bloy, Exégèse des lieux communs, Mercure de France, París 1953, p. 10-11.
[7] Pierre Dufoyer, L’intimité conjugale (Le livre du jeune mari), Action familiale-Casterman, París-Bruselas 1951, p. 39.
[8] Goust, o.c., p. 70.
[9] Lombroso, o.c., p. 150-151.

SANTORAL 31 DE OCTUBRE



31 de octubre



SAN QUINTÍN,
Mártir



Vosotros afectáis ser justos ante los hombres,
pero Dios conoce vuestros corazones;
porque la que es grande ante el mundo
es abominación ante Dios.
(Lucas, 16, 15).

   San Quintín, hijo del senador Zenón de Roma, fue aprehendido por el prefecto Rictio Varo mientras predicaba el Evangelio en Picardía. Después de haber sido azotado, fue cargado de cadenas y echado en una prisión; mas, un ángel lo sanó de sus heridas, lo libró de sus cadenas y le abrió las puertas de la cárcel. Predicó en medio de la calle y convirtió a seiscientas personas. El tirano lo hizo atormentar de diversas maneras y, viéndolo invencible lo hizo decapitar, en el año 287, después de cuatro años de maravilloso apostolado.

MEDITACIÓN
SOBRE LA HIPOCRESÍA

   I. La mayor parte de los hombres se esfuerzan más por parecer cristianos y virtuosos que por serlo en realidad. Se salvan las apariencias, se quiere contentar a los hombres, pero uno no se toma mucho trabajo por contentar a Dios y la propia conciencia. Se ordena el exterior y el alma está en desorden. ¡Desventurados! Dios nos ve tales cuales somos y no tales cuales queremos aparecer. Dios es quien nos juzgará y no los hombres; no podemos engañarlo, nos engafiamos a  nosotros mismos.

   II. ¿Qué pretendes con esa devoción de apariencia? ¿De qué te servirá la estima de los hombres, si Dios te desprecia? Gratuitamente te condenas, tienes toda la pena que los santos encontraron en el servicio de Dios, no tienes sus consuelos en esta vida y no tendrás su recompensa en la otra. ¿Qué haréis, vosotros hipócritas, el día del juicio, cuando Dios dé a conocer vuestros crímenes a todos los hombres y a todos los ángeles?

   III. A nadie juzgues por las apariencias, el rostro engaña a menudo. Tal parece orgulloso y es muy humilde. A Dios sólo pertenece el penetrar los secretos del corazón humano; interpreta las acciones de los demás como desearías que se interpretaran las tuyas. Examina tus propios defectos y mira si no eres del número de aquellos de que habla San Cipriano, que condenan en lo exterior aquello que hacen en lo interior, acusadores en público y pecadores en secreto.

La huida de la hipocresía
Orad por la conversión de los hipócritas.

ORACIÓN

   Haced, os lo suplicamos, Dios omnipotente, que la intercesión del bienaventurado Quintín, vuestro mártir, cuyo nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.

domingo, 30 de octubre de 2011

SERMÓN EN LA FIESTA DE CRISTO REY

FIESTA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY

Extractado en su mayor parte
del Cardenal Primado de España,
Don Isidro Gomá y Tomás





Visto en: Radio Cristiandad


De la Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses: Hermanos: gracias damos al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su dilección, en quien tenemos la redención, el perdón de los pecados. Él es la imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él. Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud, y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos, en Cristo Jesús Nuestro Señor.
Por el hecho de la unión hipostática, Jesucristo quedó ungido Rey, Sacerdote y Maestro, sobre todos los reyes, sacerdotes y maestros de la humanidad.
Al tratar el tema de Jesucristo Rey, por ser hoy su Solemnidad, sean nuestras primeras palabras para proclamar su realeza a la faz del mundo: ¡Viva Jesucristo Rey!
Sí; Jesucristo es Rey, reconocido tal por todos los siglos cristianos desde su Encarnación. Desde el momento en que se le reconoció como Mesías, Jesucristo ha sido confesado Rey sobre todos los reyes.
Rey magnífico y poderoso, descrito por los antiguos Profetas, que debía someterlo todo al imperio de su cetro.
Sobre las sagradas rodillas de su Madre le adoraron como Rey los Magos de Oriente, y como tal le ofrecieron oro.
A los tres siglos de su nacimiento reyes y emperadores le rendían vasallaje, y su trono, la Cruz, era el símbolo de la realeza de Cristo que coronaba las mismas coronas reales.
Clavado en Cruz, en las primeras representaciones plásticas de su afrentoso suplicio, nos le ofrece el arte cristiano en la forma clásica de las antiguas majestades, cubierto de púrpura y ceñida la frente con real corona.
El Renacimiento lo reproduce ora sentado en rico trono con todos los atributos de la dignidad real, ora sosteniendo sobre sus rodillas el globo terráqueo, símbolo de su dominación universal.
El siglo XVI ve levantarse en Roma, en el centro de la plaza de San Pedro, un famoso monolito con la inscripción: Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.
Sobre las colinas, montes y montañas, las generaciones le levantaron a Cristo Rey cruces monumentales, reproducción de su trono; y en los dinteles de los templos le pusieron lápidas conmemorativas de su reinado con la inscripción: Christus regnat.
Invitadas por el Sumo Pontífice Pío XI, las multitudes cristianas aclaman y adorar al gran Rey Jesús.
Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! derramaron su sangre los mártires del siglo XX, sea en México, sea en España, sea en los gulags soviéticos o en las mazmorras castristas…
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Pero este Rey, si bien no vacila en su trono, que tiene la firmeza de las cosas eternas, es discutido por los hombres que quieren sustraerse al poder de su cetro.
La falsa teología, la filosofía quimérica, la imaginaria ciencia, la política corrupta, el desviado derecho y las horribles artes de los tiempos modernos enfrentan la Realeza de Cristo y desean sacudir su autoridad e imperio.
Mientras Cristo Rey es discutido y falseado por hombres de voluntad perversa, es preciso que digamos a los hombres del laicismo político, filosófico o teológico, que quieren substraer las cosas humanas de la influencia del cetro dulcísimo y santísimo de nuestro Rey, que Jesucristo es el Rey universal y absoluto que tiene sobre todas las cosas creadas supremo y absolutísimo imperio, y que el ejercicio de su realeza es absolutamente necesario para el buen régimen del mundo, en todos los órdenes.
Y esto debe proclamarse, no sólo a la faz de los pueblos y de los que los gobiernan, sino que también debe confesarse paladinamente ante aquellos que ocupan indignamente los más altos cargos en la Iglesia, comenzando por Benedicto XVI.
En esta Fiesta de Cristo Rey debemos hacer nuestras las palabras que Monseñor Lefebvre dirigiera al Cardenal Ratzinger en julio de 1987: No podemos colaborar con ustedes, es imposible, porque trabajamos en dirección diametralmente opuesta: ustedes trabajan en favor de la descristianización de la sociedad, de la persona humana y de la Iglesia, mientras que nuestros esfuerzos están dirigidos hacia la cristianización; no podemos, por tanto, entendernos.
Para nosotros N.S.J.C. lo representa todo. Es nuestra vida; la Iglesia es N.S.J.C., es su Esposa Mística; el sacerdote es otro Cristo; su Misa es el sacrificio de Jesucristo y el triunfo de Jesucristo por la Cruz.
En nuestros seminarios se enseña a amar a Cristo y todo se haya dirigido hacia el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que somos, y ustedes se dedican a hacer lo contrario.
Usted acaba de decirme que la sociedad no debe ni puede ser cristiana, que eso sería ir contra su naturaleza.
Usted acaba de intentar demostrarme que Nuestro Señor Jesucristo no puede reinar en las sociedades.
Usted ha intentado demostrar que la conciencia humana se halla libre de responsabilidad con respecto a N.S.J.C., que hay que dejarle en libertad y concederle, usando sus mismas palabras, un espacio autónomo: eso es la descristianización.
Pues bien, nosotros somos partidarios de la cristianización, no podemos, por tanto, entendernos.
Y a los descreídos y a los ilusos hay que decirles que las vicisitudes de las cosas humanas, que los cálculos de la política humana, no son capaces de cambiar la naturaleza de las cosas; y que Jesucristo es Rey, y lo será eternamente, por su misma naturaleza, pese a todas las democracias, de cualquier matiz que sean; pese a toda tendencia igualitaria; pese a toda fuerza ideológica que se empeñara en disminuir su realeza o aniquilarla.
Y está escrito que toda raza y nación que no sirva a este Rey perecerá, y tales pueblos serán destruidos y asolados.
Ningún pueblo podrá invocar jamás título alguno, ni en nombre de la democracia, ni de la moda política, ni de la religión o de la irreligión, que pueda ser atentatorio a los derechos sustantivos e imprescriptibles del Rey Jesús, cuyas divinas credenciales, cuyos títulos hereditarios, cuya posesión histórica y cuyos derechos personales están a una distancia infinita de las pequeñeces humanas.
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Cuanto más reinan el laicismo, la apostasía y el ateísmo, tanto más hemos de proclamar la Soberana Realeza de Jesucristo.
Contemplemos, pues, a Cristo Rey, para nuestra edificación espiritual; para aumentar nuestra fe en esta verdad tan consoladora como magnífica; para que sepamos dar la razón de nuestra creencia a nuestros enemigos; para intensificar en nosotros y en nuestros prójimos el Reino de Jesucristo.
La Misa de Cristo Rey es rica en enseñanzas y matices: la Epístola nos presenta los Títulos que Jesucristo tiene a la Realeza; el Evangelio nos instruye sobre la Naturaleza del Reino de Jesucristo; y el Prefacio proporciona las principales Características del dicho Reino.
Hoy nos detendremos solamente en la Epístola de la Fiesta, es decir en los Títulos de la Realeza de Jesucristo
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Es rey el que tiene derecho a regir; y este derecho se funda en títulos legítimos: la herencia, la conquista, la elección, que dan al sujeto que los posee el carácter y las atribuciones de rey.
Jesucristo ostenta diversos títulos para ejercer la realeza universal y absoluta sobre todo el mundo visible e invisible.
La divina Escritura está llena de pasajes en que se afirma paladinamente la realeza del Mesías.
Pero sobre todos los pasajes que nos representan al futuro Mesías como Rey, Dominador, con amplia potestad legislativa y judicial sobre todo el mundo, está el magnífico texto de la epístola de San Pablo a los fieles de Colosa que se lee en la Misa de esta Fiesta de Jesucristo Rey.
El fragmento no es ya profético, sino histórico. Es una apología de la Persona histórica de Jesucristo Rey, contra el que se han levantado ya las primeras herejías.
Y San Pablo, enamorado como está de la Persona de Jesús, resume en este bellísimo trozo los principales títulos de la Realeza de Jesucristo. Es un tratado de Cristología lleno, breve, pero sintético, en que cada una de las palabras parece gravitar sobre la cabeza del Redentor para formarle una magnífica corona de Rey de cielos y tierra.
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La argumentación de San Pablo contra los enemigos de la fe, que han sembrado la cizaña del error en la ciudad de Colosa, se reduce a vindicar la soberanía universal y absoluta de Jesucristo sobre todo.
Los falsos doctores habían enseñado a aquellos cristianos que sobre Jesús están algunos ángeles; y contra esta afirmación vindica la supremacía de Jesucristo sobre todos ellos por su igualdad de naturaleza con Dios: es el primer argumento del Apóstol.
Los ángeles, decían aquellos predicadores de la mentira, son intermediarios de los hombres con Dios, con ventaja sobre Jesucristo: San Pablo demuestra la unidad de la mediación soberana de Cristo, y ello le da lugar a desarrollar el argumento de la unión hipostática, que constituye a Jesucristo sobre toda criatura, y el de la redención de la humanidad, que le da el título de Rey por conquista del Reino de Dios en el mundo por su victoria sobre Satanás: son dos razones más, poderosísimas, de la Realeza de Jesucristo.
De aquí deriva un cuarto argumento: la capitalidad de Jesucristo sobre toda la Iglesia, lo que le constituye Rey sobre toda Humana criatura.
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Jesucristo, dice el Apóstol, es la imagen de Dios invisible, y con ello inicia el argumento profundo que da de la divinidad de Jesucristo.
Dios es el Rey soberano e invisible del mundo. El título de Creador de todas las cosas le da el derecho inalienable de propiedad, de señorío, de dominio, de autoridad y régimen sobra toda la creación, visible e invisible.
Luego tiene sobre ellos potestad absoluta.
Los reyes en tanto tienen autoridad sobre sus reinos en cuanto participan de la suprema autoridad de Dios sobre todo.
Pues bien, dice San Pablo, Jesucristo es Dios, porque es la Imagen de Dios invisible, imagen sustancial, viva, real de la divina esencia, que constituye a Jesucristo en Persona divina, con todos los derechos anejos a la divinidad.
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Señalada la cumbre de la argumentación, San Pablo indica las características de la Persona divina de Jesucristo. Es el primogénito de toda criatura Ninguna criatura es, por lo mismo, anterior ni superior a Jesucristo. Al engendrarle, el Padre ha vaciado en Él la plenitud de su naturaleza y le ha hecho partícipe con Él del derecho de primada sobre todo el mundo.
Y sigue el Apóstol dando una razón, bella y profunda, de estos derechos primaciales de Jesucristo sobre todo.
Porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él Es decir, todo es inferior a Él; porque es la causa ejemplar, según la cual se han hecho las cosas visibles e invisibles.
No sólo es tipo y ejemplar, sino que es Creador con el Padre.
El tipo o ejemplar, sigue el Apóstol, es no sólo superior, sino anterior a lo que según él se hace. Por lo mismo, Jesucristo es anterior a todas las cosas, porque preexiste antes que todas ellas en cuanto es eterno como el Padre, del cual es imagen eterna.
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Más aún, como el rey es el vigor y sostén de la sociedad que gobierna, porque la autoridad es la forma y el aglutinante de la comunidad, así Dios, Rey inmortal e invisible de todas las cosas, es el vigor tenaz que las sostiene en esta maravillosa cohesión, que hace del mundo un todo armónico.
Este atributo de Dios, sigue el Apóstol, es también propio de Jesucristo: Todas las cosas persisten o subsisten en Él. Por lo mismo, Jesucristo no sólo es el Creador de todo, superior y anterior a todo, sino que sigue siendo el principio de cohesión del universo y la razón de su existencia y armonía.
Un acto de la voluntad divina de Jesucristo reduciría el mundo de la materia y del espíritu a la nada de donde todo salió.
Jesucristo es Dios; es el Unigénito, la Idea única del Padre, Creador con el Padre, que todo lo sostiene y gobierna con el Padre. Por esto es Rey universal y absoluto como el Padre.
Nosotros, pobres seres de la creación, somos vasallos de Jesucristo, siervos de Jesucristo, por título de creación: Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes.
Y ponderad la profunda aberración de los hombres al negarse a servir a Jesucristo, o avergonzarse de ello, o al intentar, insensatos, echarle de la sociedad…
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Hay otros, títulos en que se funda la Realeza de Cristo, no en cuanto, es Dios sino en cuanto hombre; porque también como hombre tiene, absoluta soberanía sobre todo.
El Verbo de Dios, eterna Imagen del Altísimo, se hizo carne en las entrañas purísimas de una Virgen Inmaculada, es decir, tomó una naturaleza humana y la unió a su Persona divina, resultando un Hombre-Dios. Dios, porque en Jesucristo hay una Persona y una Naturaleza divina como en el Padre y el Espíritu Santo; Hombre, porque tiene alma y cuerpo como todo hombre; Hombre-Dios, porque la naturaleza humana está substancialmente unida a la Persona divina del Verbo, no formando más que un solo sujeto.
Pues bien, Jesucristo tiene la absoluta preeminencia sobra todas las cosas, es decir, tiene absoluta realeza sobre todo, porque Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud de la divinidad, no en una forma accidental y pasajera, sino substancialmente, según toda su plenitud personal.
Más abajo, en la misma Carta, dice el Apóstol, concretando más su pensamiento, que en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, esto es, substancialmente, o mejor, por contraposición al estado del Verbo antes de la Encarnación, conviviendo en un cuerpo humano, con una naturaleza humana.
Pero esta unión substancial con Dios, dice Pío XI siguiendo a San Cirilo de Alejandría, implica en Jesucristo, hasta en cuanto es hombre, el principado sobre todas las cosas.
Ángeles y hombres deben adorar a Cristo como Dios, pero deben estar sujetos a su imperio en cuanto hombre. La unión hipostática importa en Jesucristo-hombre una triple unción de la divinidad: unción de Rey, de Sacerdote y de Maestro.
La jerarquía divina del poder, de la santidad y de la doctrina elevan la naturaleza humana de Jesús sobre todo poder, sobre toda santidad, sobre toda inteligencia creada, porque Dios es el Sumo Poder, la Suma Santidad, la Suma Sabiduría.
¡Qué grande aparece Jesucristo a la luz de estas palabras de San Pablo: En Él habita toda la plenitud de la divinidad!
No nos extraña, pues, que David lo viera en el Salmo sacerdotal y real y dijera de Él: Dijo el Señor a mi Señor, es decir, dijo el Padre al Hijo hecho hombre: Siéntate a mi derecha, mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies.
Porque el hombre Jesucristo, que es una misma cosa con Dios, tiene que estar investido de la suprema magistratura, del supremo poder legislativo, judicial y ejecutivo, sobre toda la creación.
No debe extrañarnos que el mismo Apóstol dijera que ante el Nombre de Jesús doblan la rodilla el cielo, la tierra y los abismos.
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Jesucristo es Dios; Jesucristo es el Hombre-Dios; por estos dos títulos ciñe la corona de Rey, sobre todos los reyes.
Pero dejando estas alturas de la divinidad y de la unión hipostática, se detiene San Pablo en una de las funciones de Jesucristo que le hacen acreedor por otro título a la corona real: es el título de Redentor de los hombres: reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos
¡Reconciliar con Dios los cielos y la tierra! Esta es la obra capital de Jesucristo; para esto vino al mundo; por esto está clavado en la cruz, para reconciliarnos por la muerte en el cuerpo de su carne, dice gráficamente el texto, y hacernos santos, inmaculados, irreprensibles ante Dios…
Todo está ya reconciliado con Dios por la Sangre del Hombre-Dios. La Sangre de Jesucristo ha hecho la paz entre los cielos y la tierra.
Este Hombre-Dios, por este hecho, ha comprado el mundo de la humanidad pecadora; lo ha recomprado, que este es el sentido de la palabra redención. Y hemos sido comprados con un gran precio, dice San Pablo: la Sangre del Hombre-Dios.
Ya no nos extrañe que en la misma Carta el Apóstol presente a Jesucristo como un conquistador que, arrebatando a los poderes infernales todo el botín, y haciéndolos prisioneros, levanta sobre el derrotado ejército que nos tenía esclavizados la bandera del triunfo…
No nos extrañe que la Iglesia, en los días de la Pasión de Jesucristo, que son los días de su victoria, entone, con voces agudas de clarín guerrero, el himno regio de Cristo vencedor en la Cruz: Vexila Regis prodeunt
¡Viva el Rey!, clamemos ante este incomprensible trono de su Realeza que es la Cruz.
Aquí tenéis a Jesucristo, que en la cumbre del Calvario se levanta sobre todos los hombres, porque es Dios, y es ungido Rey de todos ellos con el óleo divino de su Sangre: ¡Viva el Rey!
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Pero Jesús muere, y de su costado abierto nace la Iglesia; y en este misterio de la formación de la sociedad sobrenatural de los redimidos ve el Apóstol otro título de la realeza de Jesucristo.
Oíd sus palabras, que también son de la Epístola de esta fiesta: Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia.
La Iglesia, a la que por gracia de Dios y dicha nuestra pertenecemos, es un Cuerpo Místico, y es un Reino: es el Reino de los Cielos en la tierra, dice san Gregorio. Y Jesucristo es el Rey de este Reino.
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Por todos estos títulos, concluye el Apóstol, tiene Jesucristo la suprema Realeza, el supremo dominio sobre todas las cosas.
Después de todo ello, y dejando ya el magnífico texto de la Epístola de la Misa de hoy, repitamos con la santa Iglesia: Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes… Dios, infinito como el Padre; Hombre-Dios, en quien mora la plenitud de la divinidad que le encumbra sobre los espíritus celestiales, cuanto más sobre la creación visible; Redentor de los hombres, a quienes rescató triunfando de su antiguo dominador; Autor de la Iglesia, que es el reino de Dios en la tierra…
Jesucristo debe tener, por derecho propio fundado sobre todos estos títulos, un trono en el pensamiento y en el corazón de todos los hombres, como lo tiene sobre toda la creación visible, que no es más que el escabel de sus pies.
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Venid, adoremos a Jesucristo, Rey de reyes
Toda la creación doblega sus rodillas ante el gran Rey; sólo el hombre, insensato, por debilidad, por cobardía o por perversidad, es capaz de negarle pleitesía a Jesucristo Rey.
Que no sea así jamás; y para ello, digámosle a Jesucristo Rey aquellas palabras de la Liturgia, que parecen un grito contra la libertad del hombre, pero que de hecho son la salvación del hombre si las hace eficaces: Señor Rey, ¡Subyuga a tu imperio hasta nuestras voluntades rebeldes!
¡Rey nuestro, Jesús, Salvador nuestro! Al celebrar tu realeza, no queremos contentarnos con rendirte los efímeros tributos de nuestra devoción, sino que queremos que tomes posesión de nuestra libertad.
Usa de ella, Rey nuestro, como te plazca, que mejor que en nuestras manos pecadoras, está en las tuyas santísimas, que pueden hacer de ella la obradora de nuestra salvación, temporal y eterna.
¡Rey nuestro, Jesús! Somos rebeldes a tu cetro, lo hemos sido mil veces: recibe nuestra libertad, véncela, subyúgala, para que jamás pueda levantarse contra Ti.
Venga a nos el tu Reino, Jesús Rey…
Venga tu Reino en los individuos, en las familias, en la sociedad, para que después de haber sido dignos súbditos de tu cetro, podamos formar parte del Reino eterno de la gloria, donde con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén


P. Ceriani

CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


CRISTO REY
CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO 
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

CONSAGRACIÓN
A
CRISTO REY
Ordenada por S. S. Pío XI para el día de Cristo Rey (último domingo de octubre)



   Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.

   Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Sacratísimo.  


   Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve, se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.


   Mirad, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumnidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no suene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud, a Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos! Amén.

FIESTA DE CRISTO REY


FIESTA DE
N. S. JESUCRISTO REY
(Último Domingo de Octubre)
Doble de Primera Clase - Ornamentos blancos

   "Sí, Yo soy Rey -dijo Jesús a Pilatos-, para eso precisamente he nacido y venido a este mundo: para dar testimonio de la Verdad". Su reino no es de este mundo, es decir, no es un reino temporal; "es el reino de la Verdad y de la vida, el reino de la gracia y de la santidad, el reino de la justicia, del amor y de la paz". (Prefacio). Es el reino divino de la Santa Iglesia, en el que se proporciona la salud a los enfermos, la luz a los ciegos, la libertad a los cautivos. Sus habitantes tienen poder para hacerse hijos de Dios, para vivir una vida divina, para gozar de la libertad; aparta del yugo de Satanás y nos comunica los bienes divinos. Todo ello, en virtud de nuestra unión vital, de nuestra unidad de ser con Cristo, que es nuestra Cabeza, el Fundador de este reino, el que lo constituyó con sus enseñanzas, con sus ejemplos y, sobre todo, con su muerte de cruz. "Adquirió la Iglesia con su sangre". "Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir poder y riqueza, y sabiduría y fortaleza, y honor. A Él la gloria y el imperio por todos los siglos de los siglos amén."

   Este debe ser un día de acción de gracia al Padre, por haber constituido Rey y Señor de todo a su divino Hijo; un día de homenaje y acatamiento y de acción de gracias al Hombre-Dios, que se dignó trasladarnos a su reino. Y, con la Redención, con la liberación del dominio del pecado, poseemos también la vida de la gracia, la filiación divina, el poderío sobre el mundo, sobre la carne, y sobre el poder de las malas pasiones y, con todo esto, la esperanza de ser admitidos un día en el futuro reino de la bienaventuranza eterna. Debemos, por tanto, decir con San Pablo: "Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar  de la herencia de los santos en la luz. Él nos arrancó de la potestad de las tinieblas, y nos trasladó el reino de su amado Hijo".    
   Introito Apoc. 5, 12; 1, 6
    INTROITUS Dignus est Agnus, qui occísus est, accípere virtútem, et divinitátem, et sapiéntiam, et fortitúdinem, et honórem. Ipsi glória, et impérium in sæcula sæculorum. Ps. 71, 1. Deus, judícium tuum Regi da: et justítiam tuam Filio Regis V. Gloria Patri.   Introito - Digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir la virtud, y divinidad, y sabiduría y fortaleza, y honor. A Él gloria y poder por los siglos de los siglos. - Ps. ¡Oh Dios Padre! da tu poder de juzgar al Rey Cristo; Y tu cetro de justicia al Hijo del Rey (Cristo). V. Gloria al Padre.
Oración-Colecta
   ORATIO - Omnípotens sempitérne Deus, qui in dilécto Filio tuo, universórum Rege, ómnia instauráre voluísti: concéde propítius; ut cunctæ famíliæ géntium, peccáti vúlnere disgregátæ, ejus suavíssimo subdántur império: Qui tecum vivit et regnat in unitáte. Per Dóminum.    R. Amen    Omnipotente y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal quisiste restaurarlo todo: concédenos propicio que todos los pueblos, disgregados por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.   RAmen.
   Conmemoracióndel domingo correspondiente 
Epístola
   Jesucristo, nos rescató con su sangre, nos sacó del poder de las tinieblas, nos reconcilió con su Padre celestial, fundó la Iglesia Católica de cuyo cuerpo es Él Cabeza, y nos conquistó el reino de los cielos. 
EPISTOLA   Lectio Epistolae beati Pauli Apostoli ad Colossénses. (Col. 1, 12-20)  -Fratres: Grátias ágimus Deo Patri, qui dígnos nos fecit in pártem sortis sanctórum in lúmine, qui erípuit nos de potestáte tenebrárum, et tránstulit in regnum Fílii dilectiónis suæ, in quo habémus redemptiónem per sánguinem ejus remissiónem peccatórum: qui est imágo Dei invisíbilis, primogénitus ómnis creaturæ: quóniam in ipso cóndita sunt univérsa in cælis, et in terra, visibília et invisibília, sive thróni, sive dominatiónes, sive principátus, sive potestátes: ómnia per ipsum, et in ipso creáta sunt: et ipse est ante omnes, et ómnia in ipso cónstant. Et ipse est caput córporis Ecclésiæ, qui est princípium, primogénitus ex mórtuis: ut sit in ómnibus ipse primátum tenens: quia in ipso complácuit ómnem plenitúdinem inhabitáre: et eum reconciliáreómnia in ipsum, pacificans per sánguinem crúcis ejus, sive quæ in terris, sive quæ in cælis sunt, in Christo Jesu Dómino nostro.    Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Colosenses -Hermanos: Gracias damos a Dios Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la suerte de los Santos, iluminándonos con la luz (del Evangelio); que nos ha arrebatado del poder de las tinieblas, trasladándonos al reino de su Hijo muy amado; por cuya sangre hemos sido nosotros rescatados y recibido la remisión de los pecados; el cual es imagen (perfecta) del Dos invisible, engendrado ante toda criatura; pues por Él fueron criadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean Tronos, o Dominaciones, o Principados, o Potestades: todas las cosas fueron criadas por Él y en atención a Él. Y así tiene ser ante todas las cosas, y todas subsisten en Él. Y Él es la Cabeza del Cuerpo (místico) de la Iglesia y el principio de la resurrección, el primero que renació de entre los muertos, para que en todo tenga Él la primacía; pues plugo al Padre poner en Él la plenitud de todo ser y reconciliar por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz, en Jesucristo, nuestro Señor.
   GRADUALE (Ps. 71, 8 et 11Dominábitur a mari úsque ad mare: et a flúmine usque ad términos órbis terrárum. V. Et adorábunt eum ómnes reges terræ: ómnes gentes sérvient ei.    Alleluia, alleluia. V.(Dan. 7, 14)  . Potéstas ejus, potéstas ætérna, quæ non auferétur: et regnum éjus quod non corrumpétur.Alleluia.   Gradual - Dominará de uno a otro mar, y desde el río (Éufrates) hasta los confines del globo de la tierra. V. Y adorarle han todos los pueblos de la tierra; todas las gentes le servirán.
   Aleluya, aleluya - V. Su poder es poder eterno, que no le será arrebatado; y su reino un reino que no se deshará. Aleluya. 
Evangelio
   Jeauxriato declara ante el tribunal de Pilatos que Él es Rey, pero Rey espiritual, no temporal y político de este mundo. En lo temporal y político Jesucristo y su Iglesia reconocen y respetan a los reyes y mandatarios de este mundo; pero exigen de ellos, en lo espiritual y divino, ese mismo respetuoso acatamiento.
 USequéntia sancti Evangélii secúndum Marcum ( 7, 31-37)
   In illo témpore: Dixit Pilátus ad Jesum: Tu es Rex Judæórum?Respóndit Jesus: A temetípso hoc dicis, an alii dixérunt tibi de me? Respóndit Pilatus: Númquid ego Judæus sum? Gens tua, et pontífices tradidérunt te mihi: quid fecísti? Respóndit Jesus: Regnum meum non est de hoc múndo. Si ex hoc múndo esset regnum meum, minístri mei útique decertárent, ut non tráderer Judæis: nunc autem regnum meum non est hinc. Díxit ítaque ei Pilatus: Ergo Rex es tu? Respóndit Jesus: Tu dícis, quia Rex sum ego. Ego in hoc natus sum, et ad hoc veni in múndum, ut testimónium perhíbeam veritáti: ómnis qui est ex veritáte, áudit vócem meam.
Credo.
 UContinuación del Santo Evangelio según San Marcos   En aquel tiempo: Dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres Tú el Rey de los Judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto tú por cuenta propia, o te lo han dicho otros de Mí? Replicó Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo(1); si de este mundo fuese mi reino, mis vasallos me defenderían para que no cayese en manos de los judíos; mi reino, pues, no es de aquí. Díjole, pues, Pilatos: ¿Luego Tú eres Rey? Respondió Jesús: Así es: Yo soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad; todo aquel que es amigo d la Verdad, escucha mi voz.   Credo
   OFFERTORIUM Ps. 2, 8 - Póstula a me, et dabo tibi gentes hereditátem tuam, et possessiónem tuam términos terræ   Ofertorio -  Pídeme, y te daré a los gentiles por herencia, y posesión tuya hasta los confines de la tierra. 
Oración-Secreta
   Hóstias tibi, Domine, humánæ reconciliatiónis offérimus; ut, quem sacrifíciis præséntibus immolámus, ipse cunctis géntibus unitátis et pacis dona concédat, Jesus Christus Fílius tuus Dóminus noster: Qui tecum vívit et regnat in unitáte. Per Dominum.   Ofrecémoste, Señor, la Hostia con que la humanidad fue reconciliada con su Dios, para que Aquel a quien inmolamos en este presente Sacrificio, Él Mismo conceda a todos los pueblos los dones de la unidad y de la paz, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Que contigo vive y reina.
   Conmemoracióndel domingo correspondiente 
   Prefacio de Cristo Rey
   La Iglesia fundamenta aquí concisamente las razones por las que Jesucristo es Rey del universo, y describe en frases lapidarias la naturaleza de su reino.
   Vere dignum et justum est, aequum et salutare, nos tibi semper, et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus: Qui Unigenitum  Filium tuum  Dominum nostrum Jesum Christum, Sacerdótem aetérnum nostrum et universórum regem óleo exsultationis unxiísti; ut, seípsum in ara crucis hóstiam immaculátam et pacificam ófferens, redémptiónis humánae sacraménta parágeret: et suo subjéctis império ómnibus creatúris, aeternum et universale regnum imménsae tuae tráderet Majestáti: regnum veritátis et vitae, regnum sanctitátis et grátiae, regnum justitiae, amóris et pacis. Et ídeo cum Angelis et Arcangelis, cum Thronis et Dominationibus cumque omni militia caelestis exércitus hymnum gl´riae tuae cánimus sine fine dicéntes:    Sanctus, Sanctus, Sanctus...   Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios! Que a  tu Unigénito Hijo y Señor nuestro Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey del universo, le ungiste con óleo de júbilo, para que, ofreciéndose a Sí mismo en el ara de la Cruz, como Hostia inmaculada y pacífica, consumase el misterio de la humana redención; y sometidas a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad su Reino eterno y universal: Reino de verdad y de vida; Reino de santidad y de gracia; Reino de justicia, de amor y de paz. Y por tanto, con los Ángeles y los Arcángeles, los Tronos y Dominaciones, y con toda la millicia del ejército celestial, entonamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.
   COMMUNIO  Immortalitátis alimóniam consecúti, quæsumus, Dómine: ut, qui sub Christi Regis vexíllis militáre gloriámur, cum ipso, in cælésti sede, júgiter regnáre possímus: Qui tecum vivit et regnat in unitáte.   Comunión. - Se sentará el Señor Rey para siempre; el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.
Oración-Postcomunión (Ps. 28, 10 et 11)
   Immortalitátis alimóniam consecúti, quæsumus, Dómine: ut, qui sub Christi Regis vexíllis militáre gloriámur, cum ipso, in cælésti sede, júgiter regnáre possímus: Qui tecum vivit et regnat in unitáte   Habiendo conseguido el Alimento de inmortalidad, pedímoste, Señor, que cuantos nos gloriamos de militar bajo las banderas de Cristo Rey, podamos perpetuamente reinar en la patria celestial con Él. Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
    Conmemoracióndel domingo correspondiente 
   Último Evangeliodel domingo correspondiente