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EL SANTÍSIMO ROSARIO


EL SANTÍSIMO ROSARIO
LA VICTORIOSA ARMA
DE LOS CRISTIANOS *
Sermón de Nuestra Señora del Rosario Pbro. Cebada, Predicador de S.M. la Reina Madrid, 1877





   


Qué os parece, cristianos, ¿hizo más maravillas la prodigiosa vara de Moisés para hundir al Faraón, que el Santísimo Rosario para defensa de la Iglesia y confusión de sus enemigos? Yo bien sé que me diréis que aquella prodigiosa vara abrió paso franco a los hijos de Israel entre las olas del mar, sepultando en ellas todo el poderío de Egipto. Mas que, ¿acaso no son más plausibles las victorias que ha conseguido la fe cristiana por el Rosario de María? Díganlo sino aquellas famosas cruzadas en que coaligados tantas veces los Príncipes católicos, han derrotado y enteramente destruido a sus fuertes enemigos, más por la virtud del Rosario que por la fuerza de sus armas. Díganlo los Monarcas de España, Francia, Italia, Bretaña, y demás Príncipes de Europa, en cuyos ejércitos al mismo tiempo de la pelea se vieron escuadrones de ángeles y a veces la Soberana Reina por ser el Santísimo Rosario la insignia de los que se habían salvado. Un Simón de Montfort, aquel insigne conde, capitán de las milicias de la Iglesia, ¿qué victorias no consiguió en la guerra contra los herejes Albigenses por la práctica de esta santa devoción? y ¿qué diré de un Alfonso de Aragón, príncipe tan desgraciado en los principios de su reinado, pero feliz desde que se alistó en la cofradía del Rosario? ¿Qué de aquel Príncipe Británico, que se asoció a la cruzada contra la Provenza, contra Albi y demás pueblos de su distrito? ¿Qué finalmente de aquel invicto capitán D. Juan de Austria en la victoria que consiguió en el Golfo de Lepanto en el año 1571, la cual dio motivo para que todos los años se solemnizase la fiesta del Santísimo Rosario por todo el orbe cristiano con plausibles demostraciones de júbilo y regocijo?

   Al Rosario han recurrido en todo tiempo los cristianos como al remedio más seguro de todas sus necesidades. Al Rosario han recurrido los enfermos y han recobrado la salud. Al Rosario los paralíticos y han logrado movimiento. Al Rosario los cautivos y han conseguido libertad. Al Rosario los pecadores y han alcanzado el perdón de sus pecados. Al Rosario acudió aquel cautivo que gemía entre grillos y cadenas y habiéndose dormido en una oscura mazmorra despertó libre a las puertas de su casa. Al Rosario aquel pecador a quien la imagen de Jesús negaba el perdón de sus enormes culpas volviéndole el rostro cuando se arrodillaba en su presencia, y por rezar el Rosario mereció que bajando María Santísima de su altar se arrodillase a su lado y le ayudase a implorar la divina misericordia, la que por último consiguió por intercesión de tan poderosa medianera.

   Réstame sólo exhortaros a que no dejéis pasar un solo día sin dirigiros a la Virgen Santísima, rezando su Rosario. Las ventajas que conseguiréis quedan demostradas. Cuando había más piedad, cuando no era moda hacer alarde de un estúpido despreocupamiento, raro era encontrar una familia que se entregase al descanso sin rezar antes el Santo Rosario. Hoy el espíritu del siglo lo ha arreglado de otro modo, y las costumbres piadosas de nuestros mayores van desapareciendo. No nos dejemos arrastrar por la incredulidad moderna; hijos de María, demos oído a sus enseñanzas y conseguiremos labrar nuestra felicidad eterna. Si somos verdaderos devotos y amantes de María; si a las plegarias de nuestros labios unimos los afectos de nuestro corazón, por ella conseguiremos no solamente la felicidad del tiempo sino lo que es más importante, la felicidad de la eternidad.

   Sí, Virgen Purísima, sea tu Rosario el escudo que nos defienda de todos nuestros enemigos, y el fuerte baluarte donde nos libremos de los tiros de la incredulidad. Cuando el mundo con sus encantos, el demonio con sus tentaciones y nuestra carne rebelde traten de hacernos caer de la altura de la virtud al abismo del pecado, sed Vos la que nos alcancéis fortaleza para alcanzar el triunfo en los combates. De este modo atravesaremos el proceloso mar de las pasiones mundanales, y cuando abordemos al puerto de la eternidad, tendremos la inestimable dicha de morir en el ósculo del Señor, y por vuestra mediación conseguiremos la posesión de la Gloria.