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domingo, 27 de noviembre de 2011

NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA

27 de noviembre



NUESTRA SEÑORA
DE LA 
MEDALLA MILAGROSA




¡Oh María concebida sin pecado!, 
rogad por nosotros que recurrimos a Vos

   En 1830 la Santísima Virgen se apareció a una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con esta plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos".

   Las curaciones y milagros de todo orden obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las mismas.

   He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

   "Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

   Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oír! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido, venid, yo os aguardo.

   Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho. Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien, yo le seguí a él en todos sus pasos. Las luces de todos los lugares por donde pasábamos estaban encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando, al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No veía, sin embargo, a la Santísima Virgen.

   El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela.

   Al fin llegó la hora. El niño me lo previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen no era como el de aquella Santa.

   Dudaba yo si sería la Santísima Virgen, pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a 1a Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía. Entonces el niño habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen, me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora...

   "En ese instante experimenté la emoción más dulce de mi vida y que me es absolutamente imposible describir, La Santísima Virgen me explicó la manera como debía haberme en medio de mis penas y, señalándome con la mano izquierda las gradas del altar, me dijo que viniera siempre, en semejantes ocasiones, a postrarme allí, y abrir allí mi corazón para desahogar lo y recibir todos los consuelos de que tenía necesidad. Y agregó: Hija mía, quiero confiarte una misión. Tendrás grandes amarguras para llevarlas a cabo, pero las sobrellevarás con el pensamiento de que todo irá encaminado a la mayor gloria de Dios. Padecerás contradicción, pero no temas porque no te faltará la gracia que necesitas; y no dejes de manifestar ingenua y sen cillamente todo lo que pase. Has de ver algunas cosas, y has de recibir particulares inspiraciones en la oración. Pero, mira, da cuenta dé todo a tu padre espiritual.

   "Entonces supliqué a la Santísima Virgen que me explicara las cosas que había visto, Hija mía -me respondió-, los tiempos que corren son malos y van a traer grandes calamidades sobre Francia. El trono va a ser echado por tierra. El mundo entero será azotado por toda suerte de males. La Santísima Virgen mostraba un aire tristísimo diciendo esto: Pero, mira, en aquellos tiempos de tribulación, venid, venid al pie de este santo altar. Aquí, mis gracias serán derramadas sobre todos. ..todas las personas que las pidieren, grandes y pequeñas.

   Llegarán a tal extremo las cosas que parecerá que ya no habrá remedio; todo se creerá perdido; pero tened buen ánimo, no desconfiéis un momento; yo estaré con vosotros; experimentaréis sensiblemente mi presencia, y la protección de Dios y de San Vicente descenderá sobre sus dos Familias. (La de los Sacerdotes de la Misión y la de las Hijas de la Caridad).

   Después, los ojos arrasados en lágrimas, añadió: En otras comunidades igual que en el clero de París, habrá víctimas. El Ilustrísimo Señor Arzobispo morirá. Al proferir estas palabras, sus lágrimas rodaron, Hija mía, la Cruz será vilipendiada y arrojada al suelo. Será abierto de nuevo el costado de mi Divino Hijo. Las calles se inundarán de sangre; el mundo entero que dará sumido en la tristeza. Aquí la Santísima Virgen ya no pudo hablar, y un dolor profundo dibujóse en su semblante, Entonces Sor Labouré púsose a pensar: "Cuándo sucederán todas estas cosas?" y una lumbre interior claramente le indicó que dentro de cuarenta años, vaticinando así los luctuosos acontecimientos que se desarrollaron entre los años 1870 y 1871.

   La Santísima Virgen le encargó además que trasmitiera a su Director varias recomendaciones referentes a las Hijas de la Caridad y le anunció que un día se vería investida de una autoridad que le permitiría poner en ejecución lo que ella le pedía. Luego concluyó:

   Grandes calamidades, pues, habrán de sobrevenir. Máximo será el peligro. Con todo, no temáis vosotras; la protección de Dios, particularmente, os acompañará siempre, y San Vicente os protegerá también. Yo misma permaneceré con vosotras y en vosotras siempre tendré puestos mis ojos para concederos gracias en abundancia.

   La Santa añade: "Las gracias serán derramadas particularmente sobre las personas que las pidieren; pero, es preciso orar, ..orar mucho. , ."

   "No podría decir -continúa la confidente de María- cuánto tiempo permanecí con la Santísima Virgen. Todo lo que puedo afirmar es que, después de haberme hablado largo tiempo, desapareció de mi vista como una sombra que se desvanece".

   Habiéndose levantado, la Santa volvió a hallar al niño en el mismo sitio en que lo había dejado, Entonces él le dijo: La Virgen ya se fue. y otra vez, colocándose a la izquierda, la llevó lo mismo que la había traído, derramando claridades celestiales en tomo suyo.

   "Creo -concluye el relato de la Santa Hermana- que este niño era el Ángel de mi Guarda, porque yo le había rogado encarecidamente que me alcanzase el favor de ver a la Santísima Virgen. Vuelta a mi cama, oí sonar las dos, y no volví a dormir,.."

LA APARICIÓN DEL 27 DE NOVIEMBRE

   Lo que acaba de ser referido no es más que una parte de la misión confiada a Sor Labouré, o más bien, una preparación de la entrega del preciosísimo legado que iba a depositar en sus manos, como prenda de su amor a la humanidad, la bondadosa Reina de los cielos.

   A fines de noviembre de este mismo año de 1830, nuestra Santa dio cuenta a su Director de una nueva visión. Esta vez no es ya la madre afligida que llora sobre los males que amenazan a sus hijos; es la mirífica Reina de los cielos que baja trayendo la promesa de las bendiciones, de la salud eterna y de la paz.

   He aquí su relación, escrita de la propia mano de Sor Labouré:

   "El 27 de noviembre de 1830, víspera del primer Domingo de Adviento, a las cinco y media de la tarde, en medio profundo silencio de la meditación, oí del lado derecho altar, un ruido de sedas que se rozan, e inmediatamente vi a la Santísima Virgen junto al cuadro de San José. De estatura mediana, su rostro era tan hermoso que me sería impo describir, aún pálidamente, su belleza. Estaba de pie, vestida con una túnica blanca, nacarada, color de aurora, sin escote y mangas lisas, a la moda que hoy se llama de la Virgen. Tenía cubierta la cabeza con un velo blanco que le caía a cada lado hasta los pies; los cabellos recogidos y por encima una especie de manteleta, guarnecida de un corto encaje, ajustada a la cabeza. El rostro quedaba bastante descubierto y los pies descansaban sobre un globo terráqueo, del cual sólo veíase la mitad. Las manos, levantadas a la altura del pecho, sostenían, naturalmente, otro globo, que también representaba el mundo. Su mirada se elevaba dulcemente al cielo en actitud de ofrecer a Dios la esfera representativa del Universo.

    "De repente sus dedos cubriéronse de anillos adornados piedras preciosísimas de sin igual belleza. Los haces de rayos que despedían, iluminaban a la Virgen de tal suerte que su claridad deslumbradora ya no dejaba ver ni su vestido ni sus pies. Las gemas eran de diferentes tamaños y asimismo los rayos que lanzaban eran proporcionalmente de diversa claridad.

   "No podré decir lo que entonces experimenté ni todo lo que aprendí de ello en tan poco tiempo.

   "Como estuviese yo completamente embebida en su contemplación, la Santísima Virgen inclinó sus ojos sobre mí y una voz me dijo en el fondo del corazón: Este globo que aquí ves representa al mundo entero, pero especialmente a Francia y aun a cada persona en particular.

   "Aquí ya no sé describir de ningún modo la espléndida belleza ni el brillo que cobraron los rayos luminosos, cuando la Santísima Virgen añadió: Estos rayos son figura de las gracias que derramo sobre las personas que imploran mis favores, haciéndome comprender así cuán generosa es con las persornas que a ella se dirigen. ¡Cuántas gracias concede a quienes se las piden! En estos instantes inefables, ¿existía yo o no existía? No lo sé. ¡Yo gozaba... gozaba inmensamente!

   "De pronto la aparición tomó la forma de óvalo, en cuya parte superior se dibujó esta inscripción en caracteres de oro: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!

   Este vivo cuadro que Sor Catalina tenía: delante de sus ojos, de pronto se cambió sensiblemente. Las manos de María como abrumadas por el peso de las gracias de que eran símbolo las radiantes sortijas y sus piedras preciosísimas, se bajaron y extendieron en el ademán gracioso que hoy ostenta la medalla. Luego, la Virgen dejó oír estas palabras: Haz acuñar, una medalla según este modelo. Cuantos piadosamente la llevaren, recibirán gracias particularísimas, sobre todo si la llevaren suspendida al cuello. Las gracias serán muy abundantes para cuantas la llevaren animados de confianza.

   Un instante después -dice la Santa- el retablo se volvió, dejando ver en el reverso la letra M; sobre la. que se levantaba una Cruz que descansaba en una barra horizontal, y debajo, los Sagrados Corazones de Jesús y María; el primero rodeado de una Corona de Espinas y el segundo atravesado por una espada".

   Aunque los apuntes de la vidente nada dicen de las doce estrellas que circundan el monograma de María y los dos Sagrados Corazones, sin embargo, siempre han figurado en el reverso de la Medalla, pues es moralmente seguro que este detalle lo manifestó de viva voz la Santa en tiempo de las apariciones.

   En otras notas, escritas igualmente por la misma Hermana, que completan esta relación, se añade que algunas de las piedras de los anillos no despedían rayo ninguno, y, admirándose de esto la Vidente, se le respondió que las piedras que quedaban en la sombra representaban las gracias que los hombres no piden a María.

TERCERA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

   E1 Padre Aladel acogió con indiferencia, casi pudiera decirse  con severidad, las comunicaciones de su penitente, llegando hasta prohibirle el darles crédito alguno. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tuvo la eficacia para borrar de su memoria el dulce recuerdo de lo visto. Postrarse a los pies de María, constituía para ella toda su felicidad.

   A María iba continuamente el giro de sus pensamientos, y estaba íntimamente persuadida de que volvería a ver a la Reina de los cielos.

   Y en efecto, no quedaron frustradas sus esperanzas. En el mes de Diciembre fue favorecida con una nueva aparición, exactamente igual a la del 27 de Noviembre, y a la misma hora, con la única diferencia, sin embargo por otra parte notable, que la Santísima Virgen no se colocó junto al cuadro de San José, como la vez anterior, sino sobre el sagrario, un tanto hacia atrás, en el mismo lugar en que hoy está su imagen.

   La mensajera escogida por la Inmaculada recibió de nuevo la orden de hacer acuñar una medalla, según este modelo. Sor Catalina termina su relación con estas palabras: "Deciros lo que sentí en el momento en que la Santísima Virgen ofreció a Nuestro Señor el globo que representaba el universo, es imposible, como también lo que experimenté en los instantes en que la contemplaba. Una voz que se dejó oir en el fondo de mi corazón, me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen obtiene a las personas que se las piden.

   Después, contra su costumbre, se le escapa una exclamación de júbilo al pensar en los homenajes que le serían tributados a María: "Oh, qué hermoso será oír decir un día: María es la Reina del Universo. Y cuando los niños exclamen: ¡María es la Reina de cada persona en particular! ¡Será llevada en triunfo y dará la vuelta al mundo!"

   Cuando la Venerable Hermana refirió esta nueva aparición de la Medalla al Padre Aladel, éste le preguntó si en el reverso había alguna inscripción, así como la había alrededor de la Inmaculada. La Hermana contestó que no había inscripción ninguna. "Pero, entonces -replicó su Director-, pregunte usted a la Virgen qué es lo que allí se ha de poner".

   La Hermana obedeció y después de haber orado largo tiempo, un día, estando en oración, le pareció oír una voz que le decía: Bastante dicen la letra M y los Sagrados Corazones.

DIFUSIÓN DE LA MEDALLA

   Con verdad, puede decirse que desde el momento en que se acuñó la primera medalla, ésta comenzó a recorrer el mundo, convirtiendo una cantidad innumerable de almas, volviendo la paz a infinidad de familias, restaurando la sólida piedad cristiana en todos lados, abriendo el camino a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y luego confirmando esta verdad de nuestra fe en los corazones de todos los bautizados.

   El mundo se escandaliza como siempre, del modo de proceder de Dios, el cual, al decir de San Pablo, se complace en realizar sus más grandes maravillas; con los medios más humildes y hasta, despreciables.

   ¿Cómo es posible -murmuran engreídos- que un trocito de metal, más o menos precioso, pueda tener la tan decantada virtud que se le atribuye? ..; esto es simplemente ridículo.

   Esta arma, la Medalla con la imagen de.la Santísima Virgen, en efecto, es insignificante en sí misma, mas no lo es ciertamente, con la virtud que María Santísima ha puesto en ella.

   El naturalismo y el sensualismo serán heridos de muerte en muchos creyentes con este piadoso procedimiento Nuestra Inmaculada Madre quiere combatirlos valiéndose de su Medalla.

   Llevemos, pues, nuestra Medalla al cuello, rezando confiadamente la oración que lleva inscripta y recordando las palabras que Nuestra Señora en su aparición a Santa Catalina Labouré:

   Y sólo, cuando Yo, bajo este emblema sea reconocida como Reina del Mundo, llegarán los días de Paz, de Alegría y de Felicidad, que han de ser muy largos...

CONSAGRACIÓN 
  A NUESTRA SEÑORA 
   DE LA 
    MEDALLA MILAGROSA

   Postrado ante vuestro acatamiento, ¡Virgen de la Medalla Milagrosa!, y después de saludaros en el augusto misterio de vuestra Concepción sin mancha, os elijo, desde ahora y para siempre, por mi Madre, abogada, Reina y Señora de todas mis acciones, y protectora ante la majestad de Dios. Yo os prometo, Virgen purísima, no olvidaros jamás, ni vuestro culto, ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo también promover en los que me rodean, vuestro amor.

   Recibidme, Madre tierna, desde este momento, y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la muerte. Amén.

SANTORAL 27 DE NOVIEMBRE



SANTOS BARLAAM y JOSAFAT,
Confesores



Granjeaos amigos con las riquezas de iniquidad,
para que, cuando falleciereis, seáis recibidos
en las moradas eternas.
(Lucas, 16, 9).

   San Barlaam dejó su desierto y se disfrazó de joyero para ir a buscar a Josafat, hijo de Abener, rey de las Indias. El joven príncipe abrazó la fe cristiana y, ni las súplicas de su padre ni las seducciones de las voluptuosidades ni los artificios de los magos pudieron hacer vacilar su constancia. Tuvo la dicha de convertir a la fe a su padre y a casi todo su reino. Después de esto se retiró a la soledad con su maestro.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA
DE LOS SANTOS BARLAAM y JOSAFAT

   San Barlaam deja la soledad y entra disfrazado a la corte de Josafat para instruirlo en los misterios de nuestra santa fe. ¡Cuán ingenioso es el amor divino! ¡qué no hace por la gloria de Dios y la salvación del prójimo! ¡Ah! cuán activo eres tú cuando se trata de tu honor o de tu interés; nada hay que no emprendas entonces, nada que no lleves a cabo. Si tuvieses un poco de amor de Dios, ¿qué no harías por Él? El amor nada encuentra difícil ni penoso. (San Jerónimo).

   II. Josafat escucha de inmediato la voz del Señor que le habla por boca de San Barlaam. Se convierte, viste cilicio, ayuna, ora a Dios incesantemente y, provisto de estas armas, resiste a los halagos, a las amenazas, a las violencias y a todos los ardides del demonio. Tú estás expuesto a las mismas tentaciones; no resistirás a ellas a no ser que emplees las mismas armas. Ayuna, vela, ora, mortifícate, el paraíso bien vale la pena de esto y mucho más.

   III. San Josafat, después de haber convertido a su reino para Dios, se retira a la soledad para pasar el resto de sus días con su querido padre, San Barlaam, y para disponerse a la muerte. Cristianos, habéis trabajado para el mundo, para la gloria y el placer, para las riquezas y la ciencia: emplead el resto de vuestros días en la salvación de vuestra alma. Habéis vivido entre las tempestades, es menester morir
 en el puerto. (Séneca).

El desprecio del mundo 
 Orad por los Prelados.

ORACIÓN

   Haced, os lo suplicamos, Señor, que esta solemnidad sea una protección para nosotros, y que la intercesión de vuestros bienaventurados confesores nos haga agradables a vuestros ojos. Por J. C. N. S. Amén.

SERMÓN PARA LA DOMÍNICA PRIMERA DE ADVIENTO

Visto en:  Radio Cristiandad
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO



En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y se abatirán las gentes en la tierra, por la confusión del rugido del mar y de las olas; quedando los hombres yertos por el temor y expectación de lo que sobrevendrá a todo el universo; porque las virtudes de los cielos se conmoverán, y entonces verán al Hijo del hombre que vendrá sobre una nube con gran poder y majestad.

Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

Y les dijo una semejanza: Mirad la higuera y todos los árboles: Cuando ya producen de sí el fruto, entendéis que está cerca el estío.

Así también vosotros, cuando viereis hacerse estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.

En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.

Comenzamos un nuevo Ciclo o Año Litúrgico. Y la Santa Iglesia, por medio de su Liturgia, nos presenta los acontecimientos postreros. Al prepararnos para conmemorar la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo, nos hace meditar en la Segunda o Parusía…

En este Primer Domingo de Adviento deseo detenerme solamente a considerar estas palabras del Sermón Escatológico: Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

San Gregorio Magno nos dice que Jesucristo habla para consuelo de sus escogidos. Como diciendo: Cuando las plagas abrumen al mundo, levantad vuestras cabezas, esto es, alegrad vuestros corazones, porque mientras el mundo (de quien en realidad no sois amigos) se acaba, se aproxima vuestra redención, que tanto habéis buscado.

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Termina, pues, Jesús las terribles predicciones con unas palabras de consuelo y aliento para los suyos: cuando veáis que empieza a trastornarse en forma insólita la máquina del mundo, mirad, alzad los ojos y tras ellos los ánimos… Después de la universal conmoción y del juicio, llega el premio indefectible y eterno que Dios os tiene preparado.

Cuando veáis todas estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas… ¿Qué cosa? Algo bueno, sin duda: El Reino de Dios.

San Lucas, Evangelista de la misericordia divina, nos ha conservado aquí las palabras de aliento de Jesús a sus Discípulos…

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Contemplemos este magnífico cuadro tal como nos lo pinta San Juan en su Apocalipsis. Iremos contemplando y meditando las escenas apocalípticas que, lejos de inspirar terror, consuela, animan, reconfortan…

Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra. A Aquel que nos ama, y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para el Dios y Padre suyo, a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. Mirad, viene acompañado de nubes: todo ojo le verá, incluso los que le traspasaron, y por Él harán duelo todas las razas de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso.

San Juan describe los títulos de Cristo Mesías, que Viene con las nubes. Esta ratificación fue la presentada a Caifás, y aquí agrega que verán al que han traspasado…

Así lo vemos también en el capítulo 14, 14, a diferencia del 19, 11, donde le veremos montado en el caballo blanco para el juicio de las naciones.

Es magnífica la definición que el Salvador da de sí mismo en el versículo 8°: Yo soy el alfa y la omega. Algunos manuscritos agregan: El Principio y el Fin; y es porque después de Cristo no habrá otro; Él es el mismo, ayer, hoy y por siempre, como dice San Pablo…, el que es, y que era, y que viene, el Todopoderoso…

La denominación de Cristo Pantocrátor
se vulgarizó como apelativo de Cristo en la Iglesia Oriental; y significa El que todo la manda, El Omnipotente.

San Juan designa a Cristo con tres palabras griegas intraducibles exactamente en castellano (un verbo y dos participios activos sustantivados) y que designan:

su Divinidad = “Aquel que es” (el Siendo).

su Humanidad = “que era” (el Era).

su futura Venida = “que viene” (el Viniéndose).

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Ahora bien, el Pantocrátor hace escribir a la Iglesia de Filadelfia:

Por cuanto has guardado la palabra de la paciencia mía también, Yo también te guardaré de la hora de la prueba, esa hora que ha de venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra.

Vengo pronto; guarda con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate la corona.

Del vencedor haré una columna en el templo de mi Dios, del cual no saldrá jamás; y sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la Ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo.

Por cuanto has guardado la palabra de la paciencia mía, es decir, mi consigna de paciencia, la paciente esperanza en la venida de Cristo… Este versículo abre las perspectivas de la vasta persecución de las dos Bestias de que trata el capítulo 13 del Apocalipsis.

Según Monseñor Straubinger, este período es semejante al nuestro y a él se refieren las grandes promesas hechas a los que guardan la Palabra de Dios en medio del olvido general de ella.

Vengo pronto, la palabra que abre y cierra el Apocalipsis.

Guarda firmemente lo que tienes para que nadie te arrebate la corona… Mantén lo que tienes, otra vez, al igual que a las Iglesias de Tiatira y Sardes, la consigna del Tradicionalismo. No es tiempo ya de progreso, cambio o evolución… pero tampoco de diálogos ni fornicación con los poderes de la tierra, sean políticos o religiosos, porque son terrenales, precisamente.

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Después de esto tuve una visión. Vi un trono erigido en el cielo, y Uno sentado en el trono. El que estaba sentado era de aspecto semejante al jaspe y al sardónico; y un arco iris alrededor del trono, de aspecto semejante a la esmeralda.

Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas.

Del trono salían relámpagos, voces y truenos; delante del trono había siete lámparas de fuego encendidas, que son los siete Espíritus de Dios.

Delante del trono como un mar de vidrio, semejante al cristal.

En medio del trono, y en torno al trono, cuatro Vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer Viviente era semejante a un león; el segundo Viviente, semejante a un becerro; el tercer Viviente con rostro como de hombre; el cuarto viviente semejante a un águila que vuela.

Los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: “Santo, Santo, Santo, el Señor Dios, el Todopoderoso, Aquel que era, y que es y que viene”.

Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y deponen sus coronas delante del trono diciendo: “Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad tuvieron ser y fueron creadas.

Esta visión se abre con lo que llamaban los judíos “La gloria de Dios”, o sea el Trono de la Deidad, rodeado de símbolos mayestáticos.

Esta visión permanece como trasfondo durante todo el curso de la Profecía, marcando su carácter: son los sucesos del mundo a la luz del gobierno divino. Y es de este modo que nosotros debemos consideran todo lo que acontece en el mundo, especialmente las postrimerías.

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Después del majestuoso escenario, San Juan pone en dramático movimiento su visión, y el León triunfante de la tribu de Judá abrirá el Libro sellado:

Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados en misión por toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.

El Libro contiene los planes de Dios sobre el mundo. El Ángel que tantas veces intervendrá es el espíritu de profecía.

El Cordero y el Libro Sellado significan el dominio profetal de Cristo sobre los acontecimientos históricos, y su triunfo y Reino final.

San Juan describe a continuación la ceremonia de adoración:

Cuando hubo tomado el libro, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo diciendo: “Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste inmolado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinarán sobre la tierra.” Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: “Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.” Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y el imperio por los siglos de los siglos.” Y los cuatro Vivientes decían: “Amén”; y los Ancianos se postraron para adorar.

Con esta ceremonia latréutica, inaugura San Juan la lectura del Libro, la Revelación. El Apocalipsis.

Un cántico nuevo… ¡Y tan nuevo!, como que celebra no ya solamente la obra de la Redención, sino también la plena glorificación del Redentor en la tierra, vanamente esperada desde que Él retornó al seno del Padre.

El Cordero abre los Sellos, y revela el futuro. Los Siete Sellos significan la ascensión de la Iglesia desde los Apóstoles, y su brusca caída en los tiempos parusíacos. Ellos representan la Iglesia Escatológica, explicada por sus causas próximas, que son la Institución, la Propagación, la Crisis, la Persecución y el Desenlace.

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El Sexto Sello es la Parusía comenzada. Es el Advenimiento:

Y vi cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto; y el sol se puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como la higuera suelta sus brevas al ser sacudida por un viento fuerte; y el cielo fue cediendo como un rollo que se envuelve, y todas las montañas y las islas fueron removidas de sus lugares; y los reyes de la tierra y los magnates y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo esclavo o libre se ocultaron en las cuevas y en los peñascos de las montañas. Y decían a las montañas y los peñascos: “Caed sobre nosotros y ocultadnos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de la ira de ellos y ¿quién podrá estar en pie?”

Todos los Profetas, incluyendo al máximo de ellos, Nuestro Señor Jesucristo, usan esa simbología meteorológica para designar la Parusía.

El sol ennegrecido significa la doctrina ofuscada por la herejía y la apostasía. La luna sangrienta son las falsas doctrinas. Las estrellas del cielo designan los doctores de la Iglesia, muchos de los cuales aquí caen. Los montes e ínsulas son los reinos y naciones sacudidos y desplazados.

Nada impide que esas señales se den también literalmente en el fin del mundo.

Añádase a esto el término técnico de la Escritura el Día Magno del Señor, usado muchas veces por los Profetas para significar la Parusía; no menos que la expresión la ira de Dios.

San Juan recapitula, interpone dos visiones celestes de consuelo (signación de los elegidos y el silencio de media hora), y cuando retoma el séptimo sello es para abrirlo en la nueva visión de las Siete Trompetas.

Las Siete Tubas representan el curso de las cosas temporales y las mutaciones de la historia humana: son como siete grandes catástrofes que determinan cada una un nuevo evo, una época nueva en la historia. Y esas catástrofes son de índole religiosa: son grandes herejías.

La tierra existe por causa de los justos: la verdadera historia es la historia de la Iglesia. Por eso, las mutaciones grandes de la historia humana vienen por causa de las herejías; porque son las ideas las que gobiernan los sucesos; y las ideas más hondas, o la raíz de todas nuestras ideas, son las afirmaciones religiosas, las creencias. Las herejías cambian las creencias.

Toda la historia del mundo se desenvuelve en función de Cristo. Después de su Primera Venida, todo gira en torno de su Iglesia y de su Segunda Venida.

Las Tubas significan, pues, siete grandes hitos heréticos con todas sus calamidades y matanzas, que terminan en la última, el Anticristo.

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Luego de la sexta trompeta, hay una interrupción y San Juan asiste al anuncio del término de la presente dispensación y el comienzo de la consumación, del cumplimiento de los anuncios escatológicos:

Entonces el Ángel que yo había visto de pie sobre el mar y sobre la tierra, alzó su mano derecha hacia el cielo, y juró por Aquel que vive por los siglos de los siglos que ya no habrá más tiempo, sino que en los días de la voz del séptimo Ángel, cuando él vaya a tocar la trompeta, el misterio de Dios quedará consumado según la buena nueva que Él anunció a sus siervos los profetas.

El misterio de Dios es la Parusía, el último Trueno. El tiempo mortal ha de tener fin así como tuvo principio.

El misterio de Dios quedará consumado; el momento de la consumación será marcado por la séptima trompeta, que introduce todo el período final.

Este período verá el advenimiento efectivo y reconocido de la soberanía divina. Satanás y sus agentes serán destruidos.

Plan grandioso llamado, en razón de su carácter secreto, el misterio de Dios.

El plan divino comporta la unificación de todas las cosas bajo el Cristo que las reúne; es la recapitulación.

El término de la historia será una catástrofe, pero el objetivo divino de la historia será alcanzado en una metahistoria, que no será una nueva creación, sino una transposición; pues “nuevos cielos y nueva tierra” significa renovadas todas las cosas de acuerdo a su prístino patrón divino.

El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un triunfo extrahistórico; o sea una transposición de la vida del mundo en un trasmundo, y del tiempo en un supertiempo; en el cual nuestras vidas van a ser transfiguradas por entero.

No hay más tiempo… Es, en suma, el final de un ciclo humano, y el comienzo de otro, tras el cual no hay más ciclos, es el Reino de mil años… Y su Reino no tendrá fin…

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Tocó la trompeta el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: “El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos.” Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, porque has asumido tu inmenso poder y has empezado a reinar. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu Nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyeron la tierra.”

Después que suena la Trompeta sigue la descripción de la Parusía vista desde el Cielo: como triunfo de Dios sobre el mal, más que como catástrofe de la tierra.

El Profeta llama aquí a Cristo Aquel que es y que era, y no ya El que viene, puesto que aquí es ya venido: el Pantocrátor o Todopoderoso, Jesucristo, cuya divinidad San Juan no se cansa de enunciar, y nosotros no debemos dejar de glorificar y adorar.

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Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; la cual, hallándose encinta, gritaba con dolores de parto y en las angustias del alumbramiento.

La Visión de la Gloriosa Parturienta pertenece a la Séptima Trompeta. El Hijo Varón, levantado al Trono de Dios, es sin duda Jesucristo; y por cierto, no el Cristo del Calvario, sino el de la Parusía, que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro.

La Visión designa, indudablemente, los tiempos parusíacos: la cifra típica de 1260 días, 42 meses, 3 años y medio, tanto en San Juan repetidamente, como en Daniel, marca el período del Anticristo.

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Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: “Ahora ya ha llegado la salvación, el poderío y el reinado de nuestro Dios y el imperio de su Cristo, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos. Por eso, regocijaos, oh cielos, y los que en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo”.

Se trata de la Parusía: la lucha misteriosa de los últimos tiempos, a la cual alude San Luis María Grignon de Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción.

El Acusador redobla su poder en la tierra y en el mar, o sea en el mundo mundano; porque le queda poco tiempo.

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Después de la visión de las dos Bestias, la del mar y la de la tierra, el poder político y el poder religioso a su servicio, San Juan contempla una portentosa señal:

Luego vi en el cielo otra señal grande y sorprendente: siete Ángeles, que llevaban siete plagas, las postreras, porque en ellas se consuma el furor de Dios. Y vi también como un mar de cristal mezclado con fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie sobre el mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! ¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque han quedado de manifiesto tus justos designios.”

En el cántico del Cordero señalan los expositores un verdadero mosaico bíblico, inspirado en los Salmos, los Profetas y los libros históricos del Antiguo Testamento.

Comenta Monseñor Straubinger que el Apocalipsis tiene, en sus 404 versículos, 518 citas del Antiguo Testamento, y que llama la atención de los comentadores el hecho de que, no obstante la coincidencia de la escatología apocalíptica con la del Evangelio y las Epístolas, y haber escrito San Juan 30 años más tarde, no haya referencia expresa al Nuevo Testamento, ni a las instituciones eclesiásticas nacidas de él, ni a los diáconos, presbíteros u obispos de la Iglesia. Esto confirma, sin duda, su carácter estrictamente escatológico.

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Finalmente, San Juan asiste a la venida del Reyes de reyes en persona y contempla su triunfo, anunciado desde las primeras páginas del Libro Sagrado:

Entonces vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco: el que lo monta es el que se llama Fiel y Veraz; que juzga y combate con justicia. Sus ojos son llama de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas; lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo él mismo; viste un manto empapado en sangre, y su nombre es: el Verbo de Dios. Y los ejércitos del cielo, vestidos de finísimo lino blanco y puro, le siguen sobre caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones; él las regirá con cetro de hierro; él pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores.

Fiel y veraz, el mismo Jesucristo, representación y poderío de Cristo Rey.

Cristo, Juez del mundo, vendrá como Rey a derrotar a sus enemigos. Su triunfo va a manifestarse ante todo contra el Anticristo, tal como nos lo anunciara San Pablo en el capítulo segundo de su segunda Carta a los Tesalonicenses.

La batalla final es el advenimiento triunfante de Jesucristo para juzgar al mundo, y representa la resolución definitiva de la secular lucha del Bien y del Mal en este mundo.

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Por lo tanto: Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

P. Ceriani