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martes, 11 de octubre de 2011

LA GESTA DE LOS MÁRTIRES VIII.a


BAJO EL PODER DE SEPTIMIO SEVERO

En el año 203, en Cartago

DAMA Y ESCLAVA

PERPETUA Y FELÍCITAS
(primera parte)


El lector se convencerá personalmente de la sinceridad de la narración, de la que gran parte es escrita por la misma Perpetua o por alguno de sus compañeros. En el prólogo y en el epílogo, así como en algunas reflexiones, se ocultaría, a los ojos de varios críticos, la pluma de Tertuliano.
Por su amplitud y su patético, que hacen de ella una obra maestra, esta «Acta» ha adquirido una celebridad aún floreciente en nuestros días.

***

Los ejemplos de fe de nuestros padres, que manifiestan la gracia de Dios y edifican a los hombres, han sido conservados cuidadosamente por escrito. Con esa lectura en que están evocados esos hechos notables, se quería dar gloria a Dios y confortación al hombre. ¿Por qué no consignar también las hazañas de hoy? ¿Por ventura, no se podría sacar de éstas las mismas ventajas? Esos ejemplos nuevos se volverán a su vez antiguos; serán necesarios a la posteridad aún, si, por ahora, poco agradan a causa de la manía por la antigüedad.

¡Abran pues los ojos aquellos que aprecian según la antigüedad el poder del Espíritu Santo! ¿No es siempre el mismo Espíritu y por ventura cambió su poder? Mucho mejor, si habríamos de hacer más caso de los prodigios recientes, ya que son los últimos y que la gracia debe derramarse creciendo siempre hasta el fin de los tiempos. «En los últimos días −dice el Señor− derramaré mi espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán. Sí, derramaré mi espíritu sobre mis siervos y mis siervas y los jóvenes tendrán visiones y los ancianos sueños».

Por eso, aceptamos las profecías y las visiones nuevas. Dios las había prometido, y nosotros, para servir a la Iglesia, las honramos, así como a las demás manifestaciones del Espíritu Santo. Pues es el mismo Espíritu que ha sido enviado a la Iglesia para ser allí el dispensador de todos los dones en la medida que el Señor los distribuye a cada uno de nosotros.

Debemos pues anotar por escrito esas maravillas y difundir su lectura para gloria de Dios. De ese modo no seremos pusilánimes ni desconfiados frente a la gracia, y no nos imaginaremos que sólo los antiguos han recibido la gracia de arriba, ya para morir mártires, ya para profetizar. Dios cumple siempre sus promesas, para confundir a los impíos y sostener a sus fieles.

Por eso os anunciamos, queridos hermanos e hijos, lo que hemos oído, lo que hemos tocado. Vos que estabais allí, os acordaréis de la gloria del Señor, vosotros que os enteráis de ellos leyendo esta narración, os asociaréis con los santos mártires, y por ellos con el Señor Jesucristo a quien sean glorias y honra en los siglos de los siglos. Amén.

Habían detenido a catecúmenos muy jóvenes aún: Revocato y Felícitas, su compañero de esclavitud, a Saturnino y a Secúndulus. Junto con ellos se hallaba también Vibia Perpetua. Era una joven dama de noble alcurnia que había recibido brillante educación y contraído un lindo matrimonio. Tenía padre y madre, dos hermanos −uno de ellos era de igual modo catecúmeno−, y un niño de pecho. Tenía unos veintidós años de edad. Ella misma ha narrado toda la historia de su martirio. Hela aquí; escrita de su mano a su manera.


Narración de Perpetua

Estábamos aún con los guardias que nos habían detenido, escribe y ya mi padre las emprendía conmigo. En su ternura, se encarnizaba en trastornar mi fe.

—Padre −le dije−, ¿ves ese vaso que está tirado allí? ¿Esa taza u otra cosa?
—Lo veo −dijo mi padre.
— ¿Puede llamársele con otro nombre que el que lleva? −le argumenté.
— No −respondió mi padre.
— ¡Pues bien! Yo de igual modo, no puedo llamarme otra cosa de lo que soy: cristiana.


La prisión pagana

Esta palabra puso a mi padre fuera de sí. Se abalanzó sobre mí para arrancarme los ojos, mas se contentó con maltratarme y se marchó, con sus argumentos del Diablo.

Durante varios días no volví a ver a mi padre. Por ello bendigo a Dios, y su ausencia fue un gran consuelo para mí. Fue precisamente cuando nos bautizaron. El Espíritu Santo me inspiró no le pidiera nada al agua del bautismo, sino la resistencia de la carne.

Algunos días más tarde, nos encarcelaron. Esto me atemorizó: ¡jamás había conocido semejantes tinieblas! ¡Oh día penoso! Un calor sofocante se desprendía de la muchedumbre de los detenidos, y los soldados nos maltrataban para conseguir dinero. Finalmente, estaba atormentada por la inquietud a causa de mi hijo. Entonces Tercio y Pomponio, los diáconos dedicados a nuestro servicio, obtuvieron a fuerza de dinero que nos dejaran descansar durante unas horas cada día en un lugar de la cárcel más agradable. Una vez fuera del calabozo, cada uno hacía lo que quería. Yo, amamantaba a mi hijito, completamente debilitado por el hambre. Inquieta acerca de su suerte, hablé de ello a mi madre. Confortaba a mi hermano y le recomendaba mi hijo. Padecía al ver que los míos sufrían a causa de mí. Durante largos días me carcomió de ese modo la inquietud. Conseguí por fin que el niño quedara conmigo en la cárcel. Al instante recobró fuerzas y fui librada de mi pena y de mis cuidados. La prisión en seguida se transformó para mí en un palacio y prefería estar allí antes que en cualquiera otra parte.

Un día mi hermano me dijo: «Hermana mía, ya tienes mucho mérito ante Dios. Tienes bastante poder para pedirle una visión. Ruégale te manifieste la suerte de los cautivos: ¿seréis ajusticiados o libertados?»

Sabíame en comunicación con el Señor, cuyos beneficios tan grandes había conocido. Llena de confianza, prometí a mi hermano que le preguntaría a Dios y le dije: «Mañana te daré la respuesta».

«Oré y he aquí mi visión».


La visión de Perpetua

«Vi una escalera de hierro de una altura asombrosa; se alzaba hasta el cielo y era tan angosta que no se podía subir a ella sino uno por uno. En los banzos estaban clavados hierros viejos de todas las especies: espadas, lanzas, uñas encorvadas, cuchillas. Si uno hubiera trepado sin precaución y sin mirar arriba, hubiera sido destrozado y hubiera dejado jirones de carne enganchados en los hierros viejos. Al pie de la escalera estaba acostado un enorme dragón. Armaba lazos a los que subían y los asustaba para impedirles subir.

Saturo subió el primero. Se había entregado a sí mismo a causa de nosotros después de nuestro arresto. Él era quien nos había convertido. Cuando habían venido a detenernos, él no estaba con nosotros.

Llegado a la punta de la escalera, se dio vuelta y me dijo: «Perpetua, te ayudaré. Mas ten cuidado que no te muerda ese dragón».

Contesté: «Por la virtud de Jesucristo, no me hará daño alguno».

Como si se asustara de mí, el dragón irguió lentamente la cabeza de debajo de la escalera. Me adelanté como para poner el pie en el primer peldaño y le aplasté la cabeza.

Luego subí. Y vi un inmenso jardín. En el medio se hallaba un hombre de elevada estatura, con canas, vestido como un pastor. Estaba sentado y ocupado en ordeñar ovejas. En torno a él, estaban personas con vestidos blancos. Eran millares. El hombre levantó la cabeza, me vio y me dijo: «Bienvenida seas, niña». Y me llamó y me dio un bocado del queso que hacía. Lo recibí juntas las manos y comí, mientras que todos los asistentes decían: «Amén». Al sonido de las voces, me desperté, saboreando aún no sé qué de dulce.

Narré al instante esta visión a mi hermano y que lo que nos esperaba era el martirio. Desde entonces, ya no tuvimos esperanza alguna en las cosas de esta tierra.


El padre ruega a su hija

Presto se difundió el rumor de que íbamos a comparecer. Mi padre llegó de prisa desde su villa de Tiburba, agobiado de dolor. Vino hasta mí para conmoverme.

«Hija mía −dijo− apiádate de mis canas. Apiádate de tu padre, si soy aún digno de que me llames padre. Si es cierto que estas manos son las que te han criado hasta la juventud, si entre todos mis hijos, eres tú mi preferida, no me entregues a la burla del mundo. Piensa en tus hermanos, en tu madre, en tu tía, piensa en tu hijo que no podrá vivir sin ti. Vuelve sobre tu decisión, no arruines a toda tu familia. Pues ninguno de nosotros tendrá aún el derecho de hablar como hombre libre, si eres condenada».

He allí lo que decía mi padre en su afecto. A un mismo tiempo, me besaba las manos, se echaba a mis pies y ya no me llamaba «hija mía», sino «señora». Y yo sufría al ver a mi padre en ese estado. Único de toda la familia, no había de alegrarse de mi pasión. Traté de consolarle, diciéndole: «En ese estrado del tribunal, sucederá lo que Dios quiera. Sépalo. Ya no somos dueños de nosotros; pertenecemos a Dios». Entonces desconsolado me dejó.

Otro día, durante la comida de medio día, nos sacaron de repente de la mesa para conducirnos ante el juez. Llegamos al foro: la noticia de esto se difundió rápidamente en las barriadas vecinas. Se reunió pronto una muchedumbre. Subimos al estrado. Interrogaron a los demás que proclamaban su fe. Llegó mi turno. Y bruscamente apareció mi padre con mi hijo en sus brazos.

Me sacó de mi lugar y me suplicó: «¡Apiádate del niño! −dijo».

El procurador Hilariano, que reemplazaba al difunto procónsul Minucius Triminanus, y tenía el derecho de perdonar, me dijo: «Compadécete de las canas de tu padre y de la juventud de tu hijito. Sacrifica por la salvación de los emperadores».

Yo contesté: «No sacrifico».

Hilariano: «¿Tú eres cristiana? −dijo».

Le respondí: «Soy cristiana».

Mi padre permanecía a mi lado para conmoverme. Hilariano dio una orden: echaron a mi padre y le pegaron con una vara. Ese golpe que recibió mi padre me apenó como si me hubiesen golpeado, hasta tal punto sufría por ese padre ya anciano y muy desdichado.

Dictaron entonces sentencia: todos éramos condenados a las fieras. Y bajamos enteramente alegres hacia la cárcel.

Como mi hijo mamaba aún y estaba conmigo en la prisión, mandé al instante al diácono Pomponio a casa de mi padre a que reclamara a mi hijo. Mas mi padre se negó a dárselo. Desde entonces, por voluntad de Dios, el niño no pidió más de mamar y la leche ya no me incomodó. De ese modo cesaron las inquietudes acerca de mi hijo y de mis propios dolores.

Pocos días después estábamos todos en la cárcel cuando de repente hablé a pesar mío, y se me escapó este nombre:

«¡Dinócrata!» Me admiré de no haber pensado en él hasta entonces y me entristecí del todo al recordar su desdicha. Supe en ese momento que era digna de rogar por él y que era mi deber hacerlo. Me puse en oración y rogué mucho por él, gimiendo hacia el Señor.


Otras visiones de Perpetua

La noche siguiente tuve una visión. Dinócrata se me apareció. Salía de una región sombría en la que había mucha gente. Tenía mucho calor y se moría de sed. Estaba sucio, su tez era lívida y su rostro llevaba aún la llaga que tenía en el momento de morir. Ese Dinócrata era hermano mío según la carne. Tenía siete años de edad cuando falleció miserablemente de un cáncer en el rostro y su muerte había causado horror a todos. Era pues por él que yo había orado. En mi visión, había una gran distancia entre nosotros dos y no hubiésemos podido reunirnos. En el lugar donde estaba Dinócrata había una piscina llena de agua rodeada de un brocal más alto que la estatura de un niño. Dinócrata se alzaba en vano para beber en la piscina. Y yo me afligía al ver esa piscina llena de agua y ese brocal demasiado alto para que el niño pudiese beber en ella.

Me desperté y comprendí que mi hermano sufría. Mas confiaba poder ayudarle en sus sufrimientos. Me puse a orar por él todos los días hasta el momento en que nos trasladaron a la cárcel militar. En efecto debíamos combatir durante las fiestas militares celebradas para el aniversario del César Geta. Seguí orando noche y día por mi hermano y lloraba y gemía para obtener su perdón.

Un día en que estábamos allí, con grillos en los pies, tuve una nueva visión. Era nuevamente el mismo lugar que viera la primera vez. Dinócrata estaba aún allí, más sano esta vez, bien vestido y completamente alegre. En el sitio de la llaga, vi una cicatriz. Habían rebajado el brocal de la piscina y aquel alcanzaba a la cintura del niño y el niño sacaba el agua sin esfuerzo. En el brocal había una copa de oro llena de agua. Dinócrata se acercaba, bebía de esa copa y esa copa quedaba siempre llena. Cuando ya no tuvo sed, se puso a jugar con el agua como hacen los niños y se divertía mucho. Me desperté y comprendí que su castigo le era perdonado.

Algunos días después, Pudens, suboficial, guardián de la cárcel, se volvió muy bondadoso para con nosotros. Comprendía que la fuerza de Dios estaba en nosotros. Por eso dejó llegar hasta nosotros un sinnúmero de visitadores, lo que nos permitía animarnos los unos a los otros.

Sin embargo se aproximaba el día de los juegos. Mi padre vino a visitarme entonces. El pesar lo consumía, se arrancaba la barba, se tiraba al suelo, se prosternaba el rostro pegado al suelo. Maldecía sus años y hablaba palabras que hubiesen podido conmover a cualquiera. ¡Yo lloraba por las desdichas de la vejez!

CONTINUARÁ....


Fuente: "La Gesta de los Mártires". Pierre Hanozin, S.J. Editorial Éxodo. 1era Edición.
Próximo Viernes: SEGUNDA PARTE

LA DIVINA MATERNIDAD DE LA VIRGEN MARÍA






11 de Octubre

LA DIVINA MATERNIDAD DE LA VIRGEN MARÍA
Doble de Segunda Clase - Ornamentos blancos


   Entre los dogmas marianos, ninguno tan inculcado y tan venerado por la Liturgia sagrada como el de la Maternidad de la Bienaventurada Virgen María, por ser el principal y la raíz de todas las prerrogativas que la distinguen y la encumbran sobre las demás criaturas. Pero, como «de María numquam satis», ha querido la Iglesia afirmarlo aún con mayor explicitud y dejar un monumento vivo del XVº Centenario del Concilio efesino, en que los Padres, reunidos en la ciudad mariana por excelencia, bajo la presidencia de San Cirilo de Alejandría, legado al efecto del Papa San Celestino, anatematizaron al patriarca Nestorio y definieron la divina Maternidad de la Virgen María, proclamándola Teotócos, Delpara o Madre de Dios, por ser Madre de Cristo, el cual es Dios al par que hombre.

   De donde resulta para la Virgen Madre «una dignidad casi infinita» (S. Tomás), pudiéndola llamar de algún modo los Santos Padres como el complemento de la Trinidad, su instrumento cooperadora en la magna obra de la Encarnación y de la Redención. Pero, al ser María Madre del Hijo de Dios por naturaleza, es también Madre de los hijos de Dios por adopción y por gracia. Este aspecto tenía menor relieve en la Liturgia; de ahí que ahora insista en él la Iglesia, por ser uno de los mayores consuelos que caben al hombre huérfano y pecador. María es Madre de todos los cristianos en el orden sobrenatural, por serlo de Cristo, el cual se declaró a boca llena nuestrohermano mayor, dispuesto a compartir su herencia con nosotros y su divina filiación. Esto por su cooperación en nuestro rescate, y mejor que Eva merece se r llamada «Madre de todos los vivientes». Eslo también por su amor y maternal solicitud, y finalmente, a titulo de donación, por habérsela dado Jesús agonizante al Discípulo amado, y en él a todos los señalados con el sello de Cristo. «Celebremos, pues, con regocijo la Maternidad de la bienaventurada Virgen María» (Invitatorio). ¡Oh María! monstra te esse Matrem y muéstrense los redimidos hijos tuyos carísimos, hijos dignos de tan santa y excelsa Madre, para que merezcan disfrutar un día de tu vista d el calor de tu regazo.  
   Introito

    INTROITUS Exe Virgo concípiet, et páriet filium et vocábitur nomen ejus Emmánuel. - Ps. 97, 1. Cantáte Dómino cánticum novum, quia mirabília fecit. V. Gloria Patri.   Introito - Sabed que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel. Ps. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha obrado maravillas. V. Gloria al Padre.
Oración-Colecta

   ORATIO - Deus, qui de beátae Mariae Vírginis útero Verbum tuum, Angelo nuntiánte, carnem suscípere voluísti: praesta supplícibus tuis; ut, qui vere eam Genitrícem Dei crédimus, ejus apud te intercesiónibus adjuvémur. Per eúmdem Dóminum nostrum.   R. Amen    Oh Dios, que quisiste que tu Verbo tomase nuestra carne de las entrañas de la Bienaventurada Virgen María al anunciarle el Ángel el misterio: concede a tus siervos que, pues la creemos verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante Ti por su intercesión.  Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor, etc.   RAmen.
   Epístola

EPISTOLA    Lectio Libri Eccli. (XXIV, 23-31)  - Ego quasi vitis fructificavi suavitatem odoris et flores mei fructus honoris et honestatis. Ego mater pulchrae dilectionis et timoris et agnitionis et sanctae spei in me gratia omnis vitae et veritatis in me omnis spes vitae et virtutis. Transite ad me omnes qui concupiscitis me et a generationibus meis implemini spiritus enim meus super melle dulcis et hereditas mea super mel et favum memoria mea in generatione saeculorum. Qui edunt me adhuc esurient et qui bibunt me adhuc sitient. Qui audit me non confundetur et qui operantur in me non peccabunt. Qui elucidant me vitam aeternam habebunt   Como la vid di pimpollos de suave olor, y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del bello amor, y del temor, y de la ciencia, 'j y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino ! y de la verdad; en mi toda esperanza de vida y de virtud. Venid a mí todos los que os halláis presos de mí amor, y saciaos de mis frutos; porque mi espíritu es más dulce que la miel, y más suave que el panal de miel, mi herencia. Se hará memoria de mi en toda la serie de los siglos. Los que de mi comen, tienen siempre hambre de mi, y tienen siempre sed los que de mi beben. El que me escucha, jamás tendrá de qué avergonzarse; y los que se guían por mi, no pecarán. Los que me esclarecen, obtendrán la vida eterna.

   GRADUALE (Is. 11, 1-2) Egrediétur virga de radíce Jesse, et flos de radice ejus ascéndet. V. Et requiéscet super eum Spíritus Dómini.     Alleluia, alleluia. V. Virgo Dei Génitrix, quem totus non capit orbis, in tua se clausit víscera factus homo. Alleluia.   Gradual - Brotará un tallo de la raíz de Jesé, y ascenderá una flor de su raíz. V. Y se posará sobre Él el Espíritu del Señor.
   Aleluya, aleluya - V. Virgen Madre de Dios, El que  todo el orbe no puede contener se ha encerrado en tus entrañas hecho hombre. Aleluya. 
Evangelio

 USequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam ( 2, 43-51)
   In illo témpore: cum redirent remansit puer Iesus in Hierusalem et non cognoverunt parentes eius. Existimantes autem illum esse in comitatu venerunt iter diei et requirebant eum inter cognatos et notos. Et non invenientes regressi sunt in Hierusalem requirentes eum. Et factum est post triduum invenerunt illum in templo sedentem in medio doctorum audientem illos et interrogantem. Stupebant autem omnes qui eum audiebant super prudentia et responsis eius. Et videntes admirati sunt. Et dixit mater eius ad illum: fili quid fecisti nobis sic? ecce pater tuus, et ego dolentes quaerebamus te. Et ait ad illos: Quid est quod me quaerebatis? Nesciebatis quia in his quae Patris mei sunt oportet me esse? Et ipsi non intellexerunt verbum, quod locutus est ad eos. Et descendit cum eis, et venit Nazareth et erat subditus illis 
Credo.
 UContinuación del Santo Evangelio según San Marcos   En aquel tiempo: Cuando regresaban a Nazaret, quedóse el Niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen. Antes, pensando que estaba en la comitiva, anduvieron camino de un día, y le buscaban entre los parientes y conocidos. Mas no hallándole, volvieron a Jerusalén buscándole. y acaeció que, al cabo de tres días, le hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles; y cuantos le oían, se pasmaban de su prudencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se maravillaron, y díjole su Madre: Hijo, ¿por qué lo has hecho así con nosotros? Sabe que tu padre y yo te hemos buscado con dolor. El les replicó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme en los negocios de mi Padre? Ellos no entendieron la respuesta que les dió. Bajó con ellos, y fue a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Credo

   OFFERTORIUM Matth. 1, 18 - Cum esset desposáta mater ejus María Joseph, invénta est in útero habens de Spíritu Sancto.   Ofertorio -  Estando desposada María la Madre de Jesús con José, se halló haber concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. 
Oración-Secreta

   Tua, Dómine, propitiatióne, et beátae Mariae semper Virginis Unigéniti tui matris intercessióne, ad perpétuam atque praeséntem haec oblátio nobis profíciat prosperitátem et pacem.  Per eúndem Dom.    Por tu propiciación, Señor, y por la intercesión de la Madre de tu Unigénito, la Bienaventurada siempre Virgen María, aprovéchenos esta oblación para conseguir la prosperidad y paz presente y perdurable. por el mismo Jesucristo.
   Prefacio de la Sma. Virgen   

  Vere dignum et justum est, aequum et salutare, nos tibi semper, et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus: Et te in     beátae Maríae semper Virginis collaudárae, benedícere et praedicáre. Quae et Unigénitum tuum Sancti Spíritus obumbratióne concépit: et virginitátis glória permanénte, lumen aeternum mundo effúdit, Jesum Christum Dóminum nostrum. Per quem Majestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes, Caeli, caelorúnque Virtútes, ac beáta Séraphim, sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admítti júbeas deprecámur, súpplici confessióne dicéntes:    Sanctus, Sanctus, Sanctus...   Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios. Y el alabarte, bendecirte y glorificarte en la fiesta de  la Maternidad de la bienaventurada siempre Virgen María, que, habiendo concebido a tu único Hijo por virtud del Espíritu Santo, dio a luz, conservando siempre la gloria de su virginidad, a la Luz eterna, Jesucristo nuestro Señor. Por quien los Ángeles alaban a tu Majestad, las Dominaciones la adoran, y las Potestades la temen. Los Cielos y las Virtudes de los cielos, y los bienaventurados Serafines celebran juntos tu gloria transportados de mutuo regocijo. Haz, Señor, que unamos nuestras voces con las suyas diciéndote con humilde confesión: Santo, Santo, Santo, etc.

   COMMUNIO Beáta viscera Mariae Vírginis, quae portavñérunt aetérni Patris Filium.   Comunión. - Bienaventuradas sean las entrañas de la Virgen María, que llevaron al Hijo del Eterno Padre.
Oración-Postcomunión 

   Haec nos commúnio, Dómine, purget a crímine: et, intercedénte beáta Vírgine Dei Genitríce María, caelestis remédii fáciat esse consórtes. Qui vivis et regnat in unitáte   Purifíquenos, Señor, esta comunión de toda mancha de pecado, y por intercesión de la bienaventurada Virgen y Madre de Dios, María, nos haga participantes del remedio celestial. Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.

SANTORAL 11 DE OCTUBRE







11 de octubre


SAN GOMARIO,
Confesor


El Señor castiga a los que ama;
y a cualquiera que recibe por hijo suyo, lo azota.
(Hebreos, 12,




   San Gomario nació en Brabante, de padres ricos y adictos a Pipino. Cuando éste subió al trono de Francia lo llamó a su corte y le procuró un partido ventajoso desde el doble punto de vista del nacimiento y de la fortuna en la persona de Gwinmaría. Gomarío debió sufrir mucho por el carácter vano e intratable de su mujer, pero soportó sus caprichos sin quejarse, esperando de Dios sólo fuerza y consuelo. Terminó por retirarse, con su consentimiento, a una celda próxima a su morada; finalmente, pasó los últimos años de su vida en una ermita, y murió hacia el año 774. 

MEDITACIÓN
CÓMO DEBEMOS PORTARNOS
EN LAS AFLICCIONES

   I. Siempre tendremos aflicciones en esta vida; nuestro cuerpo es tan débil y está tan expuesto a innumerables enfermedades; nuestra alma está sujeta a tantas pasiones y la malicia de los hombres es tan grande, que siempre tendremos ocasión de ejercer nuestra paciencia. Esperemos esas ocasiones con valor y sin temblar. Preparémonos a soportar todas las tempestades que vemos se precipitan sobre los demás, y digamos a Dios: Señor, heme aquí; estoy dispuesto a llevar mi cruz y a sufrir todo lo que ordenéis opermitáis me suceda. Meditemos sobre los sufrimientos y no los sentiremos. (Tertuliano).

   II. Cuando Dios nos envía una prueba, hay que recibirla con humildad como un castigo merecido por nuestros pecados. Un niño que se ve castigado por su padre no se enoja contra él: deplora la pena que su desobediencia le ha causado y promete no volver a caer en su falta, Haz lo mismo cuando Dios te castiga.

   III. Hay cristianos a quienes el castigo hace más malos. En lugar de acusar su propia malicia, murmuran contra la divina Providencia y la hacen responsable de los males que sufren. ¡Desventurados! No queréis corregir vuestras faltas en este mundo: vuestras penas no son sino el preludio de los suplicios que os esperan en el infierno. Somos tratados por el hierro y el fuego, pero no nos curamos ni por los cauterios ni por el filo del hierro; y, la que es más grave, el remedio empeora nuestro estado, (Salviano).

La paciencia
Orad por las personas casadas.

ORACIÓN
   Oh Dios, gloria y gozo de los ángeles, que habéis hecho célebre por sus milagros a Gomario, el glorioso confesor de vuestro Nombre, sed propicio a los votos de vuestro pueblo, y haced que celebrando su augusta solemnidad, alcance por su intercesión, el puerto de la salvación eterna. Por J. C. N. S. Amén.