LA CRUZ
***
Jesús llene
vuestro corazón de su divino amor. Os transforme en Él.
Anímate
también tú con este pensamiento: tus penas, espirituales y físicas, son pruebas
que te envía el Señor.
Las
almas que aman a Jesús deben tratar de asemejarse a su eterno y divino modelo.
Jesús llegó a sentirse solo. En su humanidad quiso experimentar la
incomprensible pena de sentirse abandonado hasta de Su Padre Celestial.
A
veces el Señor permite que experimente el peso de la Cruz.
El
peso te parece intolerable, pero lo sobrellevas, porque el Señor, por amor y
misericordia, te ayuda con su fuerza.
No
te aplaste la Cruz. Si su peso te hace tambalear, su potencia te sostiene.
Subamos
al Calvario con la Cruz a cuestas. No dudemos. Nuestra ascensión terminará con
la visión celeste del dulcísimo Salvador.
Si
Jesús se manifiesta, agradéceselo. Si se esconde, agradéceselo también. Son
juegos del amor. ¡Que la Virgen, clemente y piadosa, continúe obteniéndoos, de
la inefable bondad del Señor, fuerza para afrontar hasta el final las pruebas
de amor que os sobrevengan!
Mi
deseo es que lleguéis a expirar en la Cruz con Jesús y con Él podáis dulcemente
exclamar: “Consummatum est!” (Todo está cumplido).
La
vida es un calvario. Conviene subirlo alegremente.
Las
cruces son regalos del Esposo. Soy celoso. Mis sufrimientos son agradables.
Sólo sufro cuando no sufro.
¡Ánimo!
No esperéis llegar al Tabor para contemplar a Dios. Ya lo veis y contempláis en el Sinaí.
La
Cruz es la bandera de los elegidos. No nos separemos de ella y cantaremos
victoria en toda batalla.
Apóyate,
como la Virgen, en la Cruz de Cristo, y hallarás alivio.
María
sufrió atrozmente ante su Hijo Crucificado; sin embargo, no puedes decir que
Ella se hallase abandonada. Más aún, jamás había amado tanto a su Hijo como
entonces que ni siquiera podía llorar.
En
la vida, cada uno tiene su cruz. Tenemos que conseguir ser el buen ladrón, no
el malo.
Cuanto
más dura sea la prueba que Dios envía a sus elegidos, tanto más abundantemente
los conforta durante la opresión y los exalta después de la lucha.
Los
fuertes y los generosos no se quejan si no es por graves motivos, e incluso en
ese caso, éstos no llegan a inquietar su interior.
El
Corazón buen oes siempre fuerte, sufre, no llora y se consuela sacrificándose
por Dios y por el prójimo.
Nos
anime el pensar que después de subir al Calvario, ascenderemos todavía más
arriba sin esfuerzo, hasta el monte santo de Dios.
No
temáis, Jesús es más poderoso que el infierno. Al solo recuerdo de su nombre,
todos, en el Cielo y la tierra, caen de rodillas ante Jesús, consuelo de los
buenos y terror de los impíos.
El
Señor, por Su Piedad, añade a otras pruebas la de los miedos y temores
espirituales, hechos de desolación y tinieblas, pero dichas tinieblas son luz
en el cielo de nuestras almas.
De
hecho, cuando la zarza arde, en su derredor se forma una aureola. El espíritu
desconcertado, teme no ver, no comprende absolutamente nada.
Es
entonces cuando se presenta Dios y habla al alma que oye, entiende, ama y
tiembla…
“No
esperéis llegar al Tabor para contemplar a Dios, ya lo habéis contemplado en el
Sinaí”.
El
que comienza a mar ha de estar preparado para sufrir.
Acaricia
y besa dulcemente la mano de Dios que te castiga. Es siempre la mano de un
Padre que te pega porque te quiere.
Para
consolar al afligido, no hay como recordarle el bien que todavía puede
realizar.
Cuando
os sobrevenga alguna prueba, física o moral, el mejor remedio es pensar en
Aquél que es nuestra vida. Jamás pensar en la prueba sin pensar
contemporáneamente en el Otro.
Es
necesario que os familiaricéis con los sufrimientos que Jesús os envíe, debéis
vivir siempre con ellos.
Comportándoos
de esta manera, cuando menos lo esperéis, Jesús, que sufre viéndoos largo
tiempo afligidos, os reconfortará e infundirá nuevo valor en vuestro espíritu.
La
vida del cristiano no es más que una lucha continua contra sí mismo. No se
consigue la felicidad sino por medio del dolor.
Se
hace día y el alma se recrea al sol.
S
e hace noche y vienen las tinieblas. Se pierde la memoria. El Señor, para
lograr un obscurecimiento total, nos hace olvidar hasta las consolaciones
recibidas. ¡Calma! Y convéncete de que estas tinieblas y tentaciones no son un
castigo por tu iniquidad; no eres ni una impía ni una obstinada maliciosa, eres
una entre las elegidas, probada como el oro al fuego. Esta es la verdad; si
dijese otra cosa, mentiría. No hallo en tu alma pecado alguno que justifique
tus temores, por tanto tus ansiedades e inquietudes son simplemente una cruz.
¿Qué son, hija mía, los anhelos que sientes incesantemente de Dios? El
resultado del amor que atrae y empuja. ¿Huye el amor? Para amar y agudizar el
amor. Bien sabes, hija mía, que María sufrió atrozmente ante su Hijo
Crucificado, sin embargo, no puedes decir que se hallase abandonada. Más aún,
¡Jamás había amado tanto a su Hijo como entonces que ni siquiera podía llorar!
Consuélate… defiéndete como mejor puedas y, si no lo logras, resígnate y no
temas ante la noche que cae… mientras tanto haz lo que dice David: Elevad en la
noche vuestras manos hacia el santuario y bendecid al Señor. Sí, bendigamos de
todo corazón al Señor, bendigámoslo sin cesar y pidámosle que sea nuestro guía,
nuestra nave, nuestro puerto.
Las
pruebas que os envía y os enviará el Señor son signos palpables del aprecio
divino y joyas del alma. Pasará, hijas mías, el invierno y llegará una
interminable primavera cuyas bellezas superarán en mucho las duras tempestades.
Padre Pío. ¡RUEGA POR NOSOTROS! |
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