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sábado, 3 de diciembre de 2011

2o. DOMINGO DE ADVIENTO -REFLEXIONES, MEDITACIÓN Y PROPÓSITOS-


REFLEXIONES
 

Todas las cosas que han sido escritas lo han sido para nuestra instrucción. Pero ¿se saca hoy mucho fruto de tantas instrucciones saludables que se contienen en las santas Escrituras? Nada hay más marcado en los Libros santos que el vacío de los bienes criados, el falso brillo de los honores, el veneno de los placeres engañosos, seguidos siempre de un cruel arrepentimiento, siempre perniciosos al alma. Nada hay que esté más declarado en la Escritura que las ventajas y el mérito de los sufrimientos y de las humillaciones; nada está proscrito en términos más imponentes que la vida regalona. Dios no se ha contentado con que todo esto se nos dijese por los Profetas y por los Apóstoles; el mismo Hijo de Dios ha venido a darnos estas importantes lecciones, y ha comenzado a instruirnos por sus ejemplos, erudiens nos. Y ¿es muy grande el número de los que se aprovechan de sus instrucciones siguiendo sus máximas? Nunca ha habido tantos libros de piedad; el ejemplo de tantos santos de la misma condición y de la misma edad que nosotros es una bella lección; los castigos mismos con que Dios corrige todos los días nuestra indocilidad por medio de tantos azotes, son, en los designios de este Padre de misericordias, otros tantos avisos saludables con que deben llamar nuestra atención: y ¿qué impresión hace todo esto en el día de hoy sobre el entendimiento y sobre el corazón de la mayor parte de las gentes del mundo? Y las personas religiosas, los discípulos de Jesucristo; esta porción escogida y privilegiada del rebaño ¿es más dócil a su voz? ¿Sigue siempre sus consejos? Los fieles ¿adoptan constantemente sus máximas? ¿Anima hoy a todos los cristianos el espíritu del Evangelio? ¿No se deslizará nunca en el claustro y hasta en el santuario el espíritu del mundo? En todo el curso del año no hay tiempo más santo que el del Adviento; todo nos predica en él la penitencia, la oración y el recogimiento. En todas partes se anuncia la palabra de Dios; la Iglesia en todas partes solicita a todos sus hijos para que se dispongan con todo género de ejercicios de piedad a la celebración de una fiesta tan grande. Las almas inocentes, las almas santas, entran perfectamente en estas piadosas disposiciones; pero las personas a quienes conduce el espíritu del mundo, las gentes dadas a los placeres, las almas que envejecen en la iniquidad, ¿se fatigan mucho, hacen grandes esfuerzos para reconciliarse con Dios y para disponerse a celebrar dignamente su nacimiento? ¡Ah! Que el Apóstol tenía razón para decirnos que es tiempo de salir de nuestro sueño profundo y despertarnos; mas si no nos aprovechamos de este santo tiempo, ¿a cuando esperamos? Es muy triste el no despertarse hasta la muerte.

MEDITACIÓN
De la vida blanda.


PUNTO PRIMERO. –Considera que la vida blanda es una vida floja, afeminada, perezosa, sensual, voluptuosa, esto es lo que se llama comúnmente una vida placentera; y ¿puede semejante vida llamarse cristiana? Es una vida dependiente de los sentidos, que tiene las pasiones por guía, el propio humor por regla; vida a la que el amor propio mantiene, y que a su vez mantiene ella al amor propio, cuyo ejercicios es la ociosidad, cuyos días son todos vacíos: juzgad, pues, cuál debe ser su término y su suerte. El alma relajada por su pereza y por su incuria en el servicio de Dios, enflaquecida por un número infinito de infidelidades y de recaídas, no tiene más que una fe lánguida y medio extinguida, y ya no hay nada que la mueva más que el placer. Disgustada de las prácticas más ordinarias de piedad, y casi de todos los ejercicios de religión, apenas se presta a ellos sino por bien parecer. El yugo del Señor le parece amargo, y su ley una carga insoportable; ella no gusta más que de las máximas del mundo; las alegrías, las diversiones y las fiestas mundanas despiertan toda su vivacidad, y no se pone en movimiento más que para procurarse el placer: fuera de esto, ella se consume en una lastimosa inacción y en un sueño letárgico. Representaos una persona que lleva una vida blanda; esclava de los sentidos y de sus pasiones, se dispensa sin dificultad de casi todas las leyes de la Iglesia. Está demasiado delicada para observar los ayunos más sagrados. ¡Qué de pretextos para dispensarse de la abstinencia! Enferma hasta mover a compasión cuando se la habla de penitencia, de mortificación, de regularidad; robusta hasta sobrepujar al más vigoroso cuando se trata de un festín mundano. La más corta lectura de un libro de piedad cansa sus ojos y los fatiga; lo que no la incomoda, lo que la conviene, lo que la recrea es la lectura de algunas historietas, algunas poesías chistosas, y todo lo que se llama vanos entretenimientos, frivolidades, pérdida de tiempo. En este infeliz estado nada la interesa más que su placer. Insensible a las verdades más terribles y más espantosas de la Religión, vive fuertemente apoltronada en una especie de letargo. A la ceguedad del entendimiento sigue de cerca la insensibilidad del corazón. A la indolente ociosidad sucede una ignorancia crasa; en fin, llega a desconocer sus deberes más esenciales a fuerza de descuidarlos. ¿Puede darse un estado más infeliz ni más lamentable que el de una persona que lleva una vida blanda? Y lo que hace todavía más funesto este estado es la extrema dificultad que ofrece para la conversión. A los más malvados, a los pecadores más endurecidos, a los más insignes libertinos, se les ve alguna vez rendirse a las ejecutivas solicitudes de la gracia; ¿se ve acaso que se conviertan muchos de los que llevan una vida blanda?


PUNTO SEGUNDO. –Considera que donde ciertamente reina la vida blanda es en las casas de los grandes y de los dichosos del siglo, en la corte, y entre las gentes acomodadas. Y ¿no se deja ver también alguna vez al través de los vestidos groseros y modestos? ¿No penetra hasta en las comunidades más santas? ¿No se familiariza con una aparente virtud de que se hace ostentación? ¿No se encuentra bajo un aire devoto y recogido? Como la sensualidad y el amor propio saben deslizarse con destreza en todas partes, la vida blanda, que es su obra y su primer fruto, se hace lugar en todas partes. ¡Cuántas gentes se ven que bajo una máscara de piedad llevan una vida blanda, sensual, ociosa, y a las que parece que su pretendida devoción les da derecho para vivir en la molicie y en la ociosidad! Devotos de reputación, solo aprecian las alabanzas que se dan a la mortificación y a la penitencia. Su afición no es más que a la vida dulce y tranquila, y pretenden no haber nacido más que para el reposo. La palabra sensualidad les escandaliza; pero son sensuales frecuentemente hasta la demasía: el pretexto de una salud necesaria, en su concepto, para la gloria de Dios, les asegura, y el artificio de su amor propio es tan ingenioso, que muchas veces se lisonjean de que lo dan todo a Dios, cuando nada se niegan a sí mismos. De aquí aquella continua atención sobre todo lo que puede acomodarles ó desagradarles. De aquí aquella delicadeza extremada sobre todo lo que imaginan que se les debe; aquella reserva estudiada para moderar el trabajo, midiéndolo siempre por su amor propio; de aquí, en fin, aquella vida del todo sensual, holgazana, inmortificada, y aun enfadosa, que tanto agravio hace a la verdadera devoción, y que sirve de pretexto a los libertinos para decir que los devotos son los más delicados, los más orgullosos, los más ociosos, los más molestos, los menos tratables. Jamás fue cristiana la vida blanda. ¿Cómo, pues, se atrevería nadie a llamar devotos a los que viven en la molicie y en una sensualidad disfrazada? La ilusión es todavía mucho menos perdonable cuando la molicie se encubre con la austeridad de la vida, y cuando penetra hasta en el desierto. El estado religioso no pone al abrigo del contagio. El amor propio nos acompaña hasta el claustro, y a pesar del rigor del instituto, sin embargo de la santidad de la profesión, no obstante la severidad de las reglas, posee el secreto de indemnizarse de la sujeción forzada y de la regularidad. Se sirve de la delicadeza del temperamento, de la prerrogativa de los empleos, del rango, del nombre, de la edad misma, para insinuar la molicie; y alguna vez, ya por celo fingido, ya por destreza, en lugar de una vida laboriosa, mortificada y penitente, forma una vida blanda y ociosa que una indulgencia forzada tolera, pero que Dios condena y castigará seguramente. ¡Buen Dios, qué muerte tan triste, qué fin tan duro espera a una vida blanda!

No permitáis, Señor, que todas estas reflexiones sean inútiles para mí. Yo sé que la vida de un cristiano debe ser una vida humilde, penitente, laboriosa; estoy, pues, resuelto a llevar una vida cristiana; concededme, Señor, la gracia de que también lo sea mi muerte.

JACULATORIAS.Enseñadme, Señor, el camino de vuestros mandamientos, y yo me aplicaré siempre a seguirlos. (Ps. CXVIII).

Detesto, Dios mío, con todo mi corazón la vida blanda y ociosa, y he resuelto trabajar toda mi vida en mi salud, guardando todos vuestros mandamientos. (Ibid).



PROPÓSITOS

 
1)      La vida blanda es tanto más temible, cuanto que adormece la conciencia y la fe, y que a favor de este adormecimiento, sin ruido ni tumulto, corrompe el corazón y el entendimiento. Estad alerta contra un estado tan peligroso. Si tenéis la desgracia de hallaros en él, salid sin dilación, y no escuchéis ni los pretextos especiosos de una razón seducida por el amor propio, ni las quejas importunas del amor propio que tan bien se acomoda con la vida blanda y que se nutre con la ociosidad. El santo tiempo de Adviento es muy a propósito para la reforma; trabajad desde hoy en ella. Arreglad vuestros ejercicios de piedad, después de una confesión en la cual debéis sobre todo acusaros con una gran contrición de haber pasado y perdido la mayor parte de vuestros días en una vida blanda, y de ninguna manera cristiana. Es extraño que haya tan pocos que piensen en acusarse en sus confesiones de una ociosidad y una molicie de vida que condena a tantos.

2)      Comenzad por hacer todos los días a la tarde una corta visita al santísimo Sacramento, y no dejéis día alguno de oír misa. Rezad todos los días el Rosario: esta oración tan santa, tan familiar a todos los Santos y a todas las personas verdaderamente cristianas, está casi abolida en el día de hoy en el gran mundo: un hombre poco devoto, una mujer mundana creerían, a lo que parece, envilecerse si rezasen el Rosario, no obstante que haya pocas oraciones que estén más autorizadas en la Iglesia.
¡Cosa extraña! Se diría hoy que la mayor parte de las gentes del mundo se avergüenzan de llevar esta señal del Catolicismo. No dejéis, pues, de hacer diariamente alguna lectura edificante en cualquier libro de piedad, y emprender con eficacia una vida cristiana. Uno de vuestros primeros deberes es el cuidado de vuestros hijos, de vuestros domésticos, y de toda vuestra familia. De este deber tan esencial se disgusta muy pronto el que vive con molicie. Condenad vuestra negligencia sobre un punto tan importante, y que sea este uno de los primeros frutos de vuestra reforma.

Fuente: R. P. Jean Croisset SJ, "Año Cristiano ó Ejercicios devotos para todos los Domingos, días de Cuaresma y Fiestas Móviles" TOMO I. Librería Religiosa, Barcelona 1863.

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