TIEMPO DE ADVIENTO
El primer domingo de Adviento es el
primer día del año eclesiástico, y el principio de un tiempo privilegiado que
precede a la fiesta de Navidad, y que en la intención de la Iglesia no es otra
cosa que una preparación para esta gran fiesta. Algunos creyeron que el
Adviento era de institución apostólica, pero por lo menos es tan antiguo en la
Iglesia como la fiesta de Navidad. Desde que se ha celebrado el día del
nacimiento del Salvador, ha exhortado la Iglesia a los fieles a que se preparen
para la celebración de este día venturoso, y ella misma les ha dado ejemplo por
las oraciones que ha multiplicado en este santo tiempo y por los ejercicios de
penitencia que les ha dictado.
San Perpetuo |
Como el Adviento no es otra cosa, según
el espíritu de la Iglesia, que un tiempo destinado antes de la fiesta de
Navidad para prepararse por medio de la oración, el ayuno y los ejercicios de
piedad a celebrar y hacerse favorable el advenimiento, esto es, la venida de
Jesucristo, designada por la palabra Adviento;
no hay prácticas de penitencia y devoción que los fieles no hayan puesto en uso
durante este santo tiempo. San Perpetuo, obispo de Tours, que vivía hacia la
mitad del siglo V, viendo que el fervor de sus diocesanos se resfriaba de día
en día en los ejercicios piadosos de este santo tiempo, y sobre todo que se
habían relajado mucho en cuanto al ayuno, ordenó que se ayunase por lo menos
tres días en la semana durante el Adviento, que era entonces de seis semanas
como la Cuaresma. El primer concilio de Macon, celebrado el año de 581, ordenó
lo mismo, y añadió que se celebrase la misa y el oficio divino según el orden y
la regla que se observaba en la Cuaresma.
Este canon del concilio de Macon,
que dispone que durante el Adviento se celebre la misa como en Cuaresma, nos da
bastante a conocer que el Adviento se ha mirado siempre como la Cuaresma de
Navidad; esto es, que así como la Cuaresma de cuarten días había sido instituida
en la Iglesia para que sirviese de preparación a la fiesta de Pascua, del mismo
modo fue establecido el Adviento para disponernos a la celebración de la de
Navidad. Los ayunos del Adviento tenían bastante relación con los de Cuaresma
en las iglesias donde se ayunaba todos los días desde el siguiente a la fiesta
de san Martín; y esto es lo que dio ocasión a los regocijos que se han
acostumbrado en esta festividad, igualmente que se hacía en la víspera de
Cuaresma, en cuyo día era permitido comer carne, no comenzándose hasta el otro
día la abstinencia y el ayuno. En algunas iglesias el Adviento comenzaba en el
mes de septiembre; pero como no se ayunaba más que tres veces en la semana,
resultaban siempre solos cuarenta días de ayuno hasta Navidad. El segundo
concilio de Tours, año de 567, obligaba a todos los religiosos a ayunar
solamente tres días en la semana durante los meses de septiembre, octubre y
noviembre; pero el mes de diciembre debían ayunarle todo hasta Navidad. Todo
esto manifiesta que el Adviento no ha sido en todas partes igual en cuanto al
número de días; ha sido más largo ó más corto, más seguido ó más interrumpido,
en tiempos y lugares diferentes; esta diferencia de tiempos y de costumbre se
halla en los antiguos Sacramentarios: la práctica de observar un Adviento de
cuarenta días ó de seis semanas subsistía aun en el siglo XIII, al menos en
algunas iglesias y entre los monjes; y aun después que la Iglesia ha reducido
el tiempo de Adviento a cuatro semanas, la abstinencia y el ayuno son de regla
indispensable en muchas Órdenes religiosas.
San Pedro Damiano |
Los Capitulares de Carlomagno hacen
el Adviento de cuarenta días, dándole también el nombre de Cuaresma. Este pasaje
de los Capitulares atribuye solo a la costumbre los ejercicios piadosos del
Adviento; sin embargo, no deja de declarar que es un tiempo de oración, de
ayuno y de penitencia. Y aunque todos los días del año -añadieron- deben ser
días de oración y penitencia, los días del Adviento deben ser singularmente
consagrados a estos santos ejercicios de religión. San Pedro Damiano da también
al Adviento el nombre de Cuaresma. El papa Nicolao I, exponiendo a los búlgaros
recién convertidos a la fe las costumbres de la Iglesia católica, no olvida la
cuaresma del Adviento como muy antigua en la Iglesia romana. Rodulfo, dean de
Tongrés, dice que el Adviento era de seis semanas en Milán y en Roma, y que en
Roma se ayunaba todavía entero en su tiempo. El papa Bonifacio VIII en la bula
de la canonización de san Luis declara que este gran Príncipe pasaba en ayunos
y oraciones los cuarenta días antes de la fiesta de Navidad. San Carlos no
hacía más que renovar los antiguos cánones de la Iglesia cuando quería que se
exhortase vivamente a todos los fieles a que comulgasen por lo menos todos los
domingos del Adviento, mandando a los curas que inclinasen sus parroquianos a
observar religiosamente el antiguo estatuto del papa Silverio, que dice, que
aquellos que no comulguen muy a menudo, comulguen al menos los domingos de
Adviento y de Cuaresma. Estas palabras son muy notables: Ut qui sæpius non communicant, singulis saltem dominicis diebus in
Quadragesima corpus Domini sumant, ac præterea diebus dominicis Adventus.
San Carlos Borromeo |
Dirigió además san Carlos a sus diocesanos
una carta pastoral en lengua vulgar, en la que les enseña, que si el Adviento
era de seis semanas en la iglesia de Milán, era para prepararse a recibir el
Hijo de Dios, que del seno de su Padre viene a la tierra para conversar con
nosotros; que era por tanto necesario en todos los días del Adviento quitar
algún tiempo a las demás ocupaciones para meditar en secreto quien es el que
viene, de dónde viene, cómo viene, quiénes son los hombres por quien viene, y
por fin, cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida: añade
que era necesario prepararse a recibirle, deseando su venida tan ardientemente
como la han deseado los Profetas y los justos del Antiguo Testamento, purificándose
por la confesión, por los ayuno es y por la comunión sacramental. Les dice que
en otro tiempo se había ayunado todo el Adviento, como si todo este tiempo no
hubiese sido más que la vigilia de Navidad; la excelencia, la santidad y la
celebridad de esta fiesta piden con razón, les dice, una preparación tan
grande, y una vigilia tan larga; les exhorta a que ayunen algún día de la
semana durante el Adviento, ó muchos días según la devoción de cada uno, y a
distribuir con abundancia socorros y limosnas entre los pobres; en este tiempo,
dice, en que la caridad del Padre eterno nos dio y nos da aun todos los años su
propio Hijo, como un tesoro infinito de todos los bienes, y como una fuente de gracias
y de misericordias; que era precisos aplicarse más que nunca a las buenas
obras, y a la lectura de los libros de piedad; en fin, que era necesario
disponerse de tal manera para este primer advenimiento del Hijo de Dios, que pudiésemos
esperar su segundo advenimiento, no solo sin temor, sino con aquella confianza
y aquella alegría que acompaña siempre a la buena conciencia. He aquí el
resumen de aquella admirable instrucción de san Carlos, por la que, instruyendo
a los pueblos tanto por su ejemplo como por sus palabras, había obligado a
todos los eclesiásticos de su casa a comer al menos de pescado durante el
Adviento, conforme a la costumbre antigua de los adscritos a la Iglesia, dicen
las actas de la iglesia de Milán.
Tal ha sido en todo tiempo la persuasión
de que el Adviento era un tiempo de penitencia, de oración y de recogimiento,
que los obispos de Francia se tomaron la libertad de representar al rey Carlos
el Calvo, en 846, que no era conveniente que los obispos permaneciesen en la
corte en el santo tiempo del Adviento, ni en la Cuaresma, bajo cualquier
pretexto que fuese, y que por lo tanto suplicaban a S.M. les permitiese
retirarse a sus diócesis para instruir los pueblos, y prepararlos para las
fiestas de Pascua y de Navidad.
He aquí la idea que en todo tiempo
ha formado la Iglesia del santo tiempo del Adviento, al cual ha mirado siempre
casi al par con el santo tiempo de Cuaresma. Y si todos los domingos del año,
como se ha dicho, deben santificarse con tanta religión, ¿con qué ejercicios de
devoción, y con qué pureza no deben santificarse todos los domingos del
Adviento, tan privilegiados sobre todos los demás del año? El oficio empezaba
antiguamente con este invitatorio: Ecce
venit Rex, ocurramus obviam Salvatori nostro: He aquí nuestro Rey que
viene, salgamos al encuentro a nuestro Salvador. En otras partes se decía también,
como se dice hoy: Regem venturum Dominum:
venite, adoremus. Venid, hermanos míos, adoremos a nuestro divino Señor,
nuestro soberano Rey que debe venir de aquí a pocos días. En algunas iglesias,
como en Auxerre, se decía por invitatorio: Ecce
lux vera: He aquí que viene la verdadera luz; y durante este tiempo venía
un niño desde detrás del altar hasta la silla de los cantores con un cirio
encendido. En Marsella durante el Adviento, después de Maitines, y antes de
comenzar Laudes, se interrumpía por algún tiempo el oficio para suspirar por la
venida del Salvador, y la expectación de la salud: se arrodillaba todo el coro,
y se cantaba solemnemente: Emitte Agnum
Domine, Dominatorem terræ: Enviad, Señor, el Cordero divino, Señor de toda
la tierra; lo cual se continuaba hasta la vigilia de Navidad. De aquí aparece
que en todo tiempo nada se ha omitido para reanimar durante el Adviento la religión
y la devoción de los fieles.
Fuente: P. Jean Croisset, "Año Cristiano ó Ejercicios devotos para todos los Domingos, días de Cuaresma y Fiestas Móviles" TOMO I. Librería Religiosa, Barcelona 1863.
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