Gertrud
Von Le Fort
La
mujer eterna
Ediciones Rialp, S. A.
Madrid – 1957
Título original alemán:
Die ewige frau
(Im Kösel- Verlag zu München)
Traducción de
María Cleofé Aguilera
(Continuación de post anterior)
Si
se ha reconocido la importancia religiosa de la virgen, se llega también a su
significado temporal para el ser humano. La misma virgen que sacrifica el
matrimonio y la maternidad para representar el valor solitario de la persona,
con su sacrificio asegura también el matrimonio y la maternidad. De la misma
manera que ella no permanecería virgen si no alzara ante su persona la idea del
matrimonio, así defiende también el matrimonio de sus hermanas. En el exceso de
mujeres es fatal la disolución del matrimonio tan pronto como la soltera
menosprecia la virginidad. Sin la virgen no hay matrimonio, y por tanto tampoco
maternidad protegida. La virgen que cierra la
generación para asegurar el valor de la persona, por otra parte también
asegura a la generación, la asegura precisamente por el aprecio del valor de la persona. De la misma
manera que el matrimonio y la virginidad
están anclados en el mysterium caritatis,
también lo están en la persona. El matrimonio en lo más íntimo está fundado en
su valor. Así el valor supremo de la persona no redunda sólo para la persona
sino también para la generación. Significa otra vez tan solo el velo en el cual
queda envuelto todo acontecimiento femenino cuando estas circunstancias son,
por así decirlo, desconocidas para los demás. Pero por cierto, sin este velo
carecerían de su supremo atestado y por tanto de su fuerza más profunda: ¡es de
los manantiales ocultos de donde fluyen los efectos decisivos! Con esto nos
encontramos frente a la idea de la virgen como fuerza.
Ya
vimos como el hombre conoce la importancia de la virginidad para sí mismo como
elevación para el máximo rendimiento. Todo ahorro de fuerza en un punto
significa la posibilidad de su intervención reforzada en otro. O sea, que la
virginidad, en esta interpretación, no
es exclusión sino conmutación de la capacidad. Esto quiere decir con referencia
a la mujer que su capacidad de amor, que no encuentra posibilidad de expansión
en una familia propia, se transfiere en la familia de la colectividad. Es,
pues, el mismo proceso de entrega que la biología nos muestra en la madre
natural, cuando la mujer virgen que no puede hacer fecundas sus dotes en la
generación ejerce estas dotes en una obra objetiva. Aquí la idea de virginidad
roza la maternidad espiritual. De ella se hablará en otro lugar, aquí tratamos
de la mujer en el tiempo; perola madre, también la madre espiritual, no está
ligada al tiempo, sino que es una figura intemporal. En este lugar no se trata
de la mujer maternal en sentido metafórico, sino de la obra espiritual objetiva
de la mujer.
Virginidad
significa, pues, en amplia medida, capacidad y libertad para la acción. Así se
ve claro que la literatura dramática, o sea la construida puramente sobre la acción, prefiera tan decididamente
la figura virginal de la mujer esposa y madre. La misma ley vale tanto para la
figura literaria como para la producción literaria. No sólo una Antígona o una
Ifigenia, sino también una Roswitha von Candersheim y una Annette
Droste-Hülshoff son esencialmente vírgenes. Así, pues, adquiere una profunda
justificación el que la fuerza de la mujer libre de la generación se sienta
impulsada a colaborar en la vida histórico- popular de su pueblo; adquiere una
más profunda justificación por cuanto el carácter de ésta colaboración determinado
por la experiencia es de que siempre “entra en acción” cuando es necesario. La
colaboración histórico-cultural de la mujer repite igualmente en el campo de la
obra subjetiva lo que ocurre en el de la generación. Cuando falla la línea
masculina, la hija representa la línea hereditaria. “La mujer entra en acción”
significa, pues, que la mujer señala, pues, que existe alguna irregularidad en
el hombre o un vacio en sus filas. Una verdad que encontró su inolvidable
confirmación en el frente de retaguardia femenino durante la guerra mundial. O
sea que la aparición independiente de la mujer en el terreno cultural es
siempre un signo. Aquí otra vez por unos instantes aparece el rostro de la
Mujer Eterna sobre la mujer en el tiempo. La mujer “entra en acción” quiere
decir que su actividad en sentido estricto no es actividad de por sí, sino
entrega; es sólo una forma del femenino fiat
mihi. Con esto se ha dicho que la actividad de la mujer se repliega otra
vez cuando ya no existe una situación que la requiera. En esta condición se
encuentra el extraordinario mérito objetivo femenino, la mayoría de las veces
desagradecido, o sea, un título de gloria profundamente velado. El significado
de la mujer para la vida histórico- cultural no puede depender en el fondo de su
colaboración objetiva; es mucho más profundo.
De la misma
manera que la virgen, como tal, está al borde de los misterios de todo lo aparentemente desperdiciado e
irrealizado, así también siendo capaz de obrar se encuentra al borde de los
mismos misterios. Otra vez vemos
relacionado con el motivo del velo el que la actuación femenina en la inmensa
mayoría no llega a ocupar el primer lugar, sino todo lo más, el segundo, o sea
que muy pocas veces agota la plena profundidad y fuerza del alma femenina y la
convierte en factor cultural femenino independiente; en la mayoría de los
casos se acomoda a la pretensión
masculina y ya por esta simple acomodación queda postergada frente a la obra
original masculina. De todas maneras también se relaciona con el mismo motivo del velo el que allí en donde la
actuación de la mujer alcanza realmente una originalidad y elevación supremas,
surja con más fuerza que en el hombre la impresión de una vocación carismática.
El carácter carismático de una vocación o de una acción no significa únicamente
el carácter extraordinario, sino sobre todo el religioso. Por eso no es casual
si la real genialidad femenina aparece siempre sólo en la esfera religiosa. La
grandeza de una Hidelgarda de Bingen, una Juana de Órleans, una Catalina de
Siena es imposible paragonarla con la de ninguna mujer en el mundo profano.
Así, se comprende que precisamente la Iglesia, aunque hace al hombre portador
exclusivo de la jerarquía, reconoce el carisma femenino.
Otra
vez nos viene de lo religioso la dilucidación del problema. Al igual que se
comprende el sentido de la virgen considerando el concepto de sponsa Christi, igualmente comprendemos
la obra genial femenina por el carisma. Sólo Dios puede levantar el velo bajo
el cual Él mismo oculto a la mujer; pero esta revelación es sólo un velamiento
más profundo. Lo carismático no significa la fuerza de la elaboración de la
propia obra, sino la extinción de la persona para ser instrumento del Altísimo.
Si antes se trataba del valor de la persona desprendido de cada obra, en la
vocación carismática se trata de la obra desprendida de la persona; el mismo
carisma se convierte en velo. Al hecho de “ la mujer entra en acción”
corresponde en un grado más elevado el hecho de “la mujer está destinada” y
sólo lo está en casos extremos, incluso diría desesperados. La más elevada
vocación de la mujer es siempre un último recurso. Se comprende la asombrosa
importancia de Santa Catalina de Siena o de Sata Juana cuando se sabe quién
había fracasado antes en la empresa.
De
la misma manera que el valor supremo de la persona sólo puede ser producido por
la existencia fútil en cuanto a la actuación, así el carácter autentico de la
vocación es producido por lo en apariencia incompetente. Sólo en esto se
manifiesta con toda la pureza el carácter del enviado. Desde aquí queda
deslucidado por qué las más grandes figuras de la Historia universal parecieron
insignificantes o ineptas a sus contemporáneos al principio de su carrera y por
qué su importancia se vió más tarde contra todo
lo que se esperaba. Lo valioso en el hombre está siempre en peligro, de
manera que finalmente presenta sólo el valor de algún esfuerzo y no el valor de
la persona; así lo elegido en primera línea está siempre el peligro de exponer,
no la vocación, sino el grado de aptitud, es decir, de no realizar la misión,
sino de prevalecer ellos mismos. Pero en toda gran realización hay un factor
positivo que no sólo atañe a las
posibilidades del realizador, sino incluso a sus intenciones; con otras
palabras: la voluntad divina y del acto creador es la autentica característica
de toda gran obra humana y de todo gran acto humano.
Para
comprobar esto a veces tiene que ser invocado
lo incompetente, debe hacerse visible el invisible de los
acontecimientos. Este es el significado simbólico de la mujer carismática. El
fundamento esencial de su elección frente al hombre reside en el hecho de su
mayor facilidad para extinguir su personalidad, convirtiéndose en simple
instrumento y receptáculo. Ser portadora del carisma significa se ancilla Domini.
Así
la obra asombrosa de la mujer, la
carismática, permanece también en los límites
de lo femenino, en la línea de la simple colaboración, o sea, en la
línea de María. Precisamente con esto
eleva el esfuerzo menor de sus
hermanas insignificantes. Sobre
ella cae un rayo del misterio de la
Mujer Eterna, y a través de ella el mismo rayo cae sobre aquéllas. Otra vez aparece la idea de la
representación. El coloquio fraternal entre la sponsa Christi y la mujer
que ha quedado incompleta en el mundo
continúa. Partiendo del carácter de la simple colaboración, también de
la mujer carismática se deslucida el misterio de por qué el esfuerzo femenino
fuera del carisma siempre permanece en segundo o tercer lugar. El motivo no
consiste en una menos capacidad, sino en la esencia y misión de lo femenino. Lo
que se dijo antes del valor de la
persona se dice también aquí. En una agudización suprema del pensamiento
precisamente la obra modesta testimonia el de la mujer o como puntal visible
sino invisible de la vida histórica. La virgen representa el supremo valor del
éxito, reconocimiento, logro, no ya de toda capacidad, sino también de toda
obra; representa así mismo la más elevada realidad de lo desconocido,
aparentemente ineficaz y oculto en Dios. Pero con ello, como las solitarias
tumbas de una guerra perdida, responde al sentido supremo de la Historia: sobre
el mundo visible ella responde al mundo invisible.
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