EL ESPÍRITU DE LA HISPANIDAD
Durante el mes de Octubre de 1992, en los festejos por el V Centenario llevados adelante por la FSSPX, un sacerdote realizó esta ponencia, que nos ha enviado, para compartir con nuestros queridos amigos lectores de este blog. Esperamos que su lectura nos reconforte y edifique y nos facilite el camino, no para una reconstrucción de esa Hispanidad ya perdida, sino para incentivarnos en los ruegos por el Advenimiento de Aquel que hará “nuevas todas las cosas”.
EL ESPIRITU DEL Vº CENTENARIO
Se me ha pedido que hable sobre el Espíritu del Vº Centenario.
Tema rico en pensamientos, ideales y consecuencias. Cuestión que ciertamente supera mis conocimientos. Por este motivo intentaré resumir la médula del pensamiento del Cardenal Isidro Gomá y de los dos grandes hispanistas Ramiro de Maeztu y Vicente Sierra.
Para no recargar la exposición omitiré la referencia a las citas.
Para entrar de lleno en tema: ¿con qué espíritu debemos festejar el Vº Centenario de la Fe Católica en América?
La respuesta es sencilla, pero profunda y comprometedora: con el mismo espíritu con que se llevó a cabo el Descubrimiento y la Evangelización.
Todos entendemos lo que quiere indicarse cuando se habla del espíritu de una asociación, de un grupo, de un partido político, etc.
Es el principio formal, animador y motor que hace que la asociación, el grupo o el partido sean lo que son y no otra cosa. El espíritu de una obra o empresa es aquello que la anima, la inspira y la dirige.
Por lo tanto, si logramos discernir el principio formal, inspirador, animador y motor del descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo, tendremos también aquellos principios que deben regir, no sólo nuestros festejos, sino también nuestra conducta.
Para ello, nada mejor que considerar, a la luz de la Providencia, la magna obra de España y la ruptura moderna con los ideales que la guiaron.
Considerar la historia de América a la luz de la Fe: su acercamiento o alejamiento de la verdadera religión.
SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA
Para el catolicismo no existe la historia puramente humana. El hombre ha sido elevado al orden sobrenatural, y éste es su fin. Pues bien, los anales de la humanidad deben ofrecer su rastro.
En efecto, si el hombre no puede ser conocido en su totalidad sin la ayuda de la verdad revelada, ¿podrá ser explicada la sociedad humana en su historia, si no se pide auxilio a esa misma antorcha divina? ¿Tendría acaso la humanidad otro fin distinto al del hombre individual?
La historia es el gran teatro en el cual la importancia del elemento sobrenatural se declara a plena luz, ya sea por la docilidad de los pueblos a la fe, ya sea que se perviertan por el mal uso de la libertad, dando la espalda a la religión.
La historia, si quiere ser verdadera, tiene que ser católica; y todo sistema histórico que hace abstracción del orden sobrenatural en el planteamiento y la apreciación de los hechos, es un sistema falso, que no explica nada.
La Encarnación del Verbo es para la historia católica el punto culminante de la humanidad, y por ello la divide en dos grandes secciones: antes de Jesucristo, después de Jesucristo.
- Antes de Jesucristo, muchos siglos de espera, la depravación, las tinieblas, la idolatría…
- Después de Jesucristo, una duración de la que ningún hombre posee el secreto, porque ningún hombre conoce la hora de la concepción del último elegido.
Con estos datos ciertos, con esta certeza divina, la historia ya no tiene misterios para el católico.
Pero no sólo se aplica en buscar y señalar en la historia el aspecto que relaciona cada uno de los acontecimientos con el principio sobrenatural, sino que, con mayor razón, destaca los hechos que Dios produce fuera de la conducta ordinaria, y que tienen por meta certificar y hacer más palpable todavía el carácter maravilloso de las relaciones que ha fundado entre El mismo y la humanidad.
Entre éstos, uno llama la atención y reclama toda la elocuencia del católico: la conservación de la Iglesia a través del tiempo.
La existencia de la Iglesia hasta el fin de los tiempos, termina por dar al católico la razón de ser de la humanidad.
Entonces, él concluye, con evidencia palmaria, que la vocación de la humanidad es una vocación sobrenatural; que las naciones sobre la tierra, no solamente pertenecen a Dios, sino que también son el dominio particular del Verbo Encarnado y de su Esposa Inmaculada, la Santa Iglesia Católica Romana.
Por lo tanto, ¡basta de misterios en la sucesión de los siglos!, ¡basta de vicisitudes inexplicables!
Todo lo que sucede en la tierra, todo acontecimiento se dirige al fin: completar el número de los elegidos, el honor de la Iglesia, la gloria de Jesucristo, la alabanza de la Santísima Trinidad.
Miremos a la humanidad bajo el punto de vista de sus relaciones con Jesucristo y su Iglesia; no la separemos nunca de Ellos en nuestros juicios ni en nuestros relatos. Y cuando nuestra mirada se detenga sobre el planisferio, recordemos que tenemos ante los ojos al Imperio del Verbo Encarnado y de su Iglesia.
A la luz de estos claros principios, entresacados principalmente del libro de Dom Guéranger “El sentido cristiano de la Historia”, debemos juzgar el hecho colosal del descubrimiento y evangelización de América por España, el acontecimiento providencial de la Fe Católica en América.
LA MISIÓN PROVIDENCIAL DE ESPAÑA
En la noche del 1 al 2 de enero del año 40, la Santísima Virgen María, viviendo aún en carne mortal, se apareció a Santiago Apóstol a orillas del Ebro para consolarlo y animarlo ante las dificultades de su apostolado y el escaso fruto de su predicación.
Esa noche, al mismo tiempo en que Santiago Apóstol se entregaba a una profunda contemplación de los divinos misterios, oraba María Santísima en su oratorio del monte Sión, en Jerusalén; y presentándosele su glorioso Hijo, le comunicó su voluntad de que fuese a visitar a su discípulo.
Unos ángeles la colocaron en un brillante Trono de luz y la trajeron a Cesaraugusta (Zaragoza), cantando alabanzas a Dios y a su Reina; otros tallaron una imagen suya de una madera incorruptible y labraron una columna de mármol jaspe, que le sirvió de base.
Nuestra Señora le dijo que “era voluntad de su Hijo edificase un oratorio en aquel sitio y lo dedicase en gloria de Dios y en su honor, erigiendo por título su imagen sobre la columna. Que éstas permanecerían hasta el fin del mundo; que aquel templo sería su casa y heredad; que nunca faltarían cristianos en Cesaraugusta que le tributasen el debido culto; y que prometía su especialísima protección a cuantos la venerasen en él”.
El 2 de enero de 1492 culmina la épica lucha de la Reconquista contra los musulmanes, con la toma de Granada por los Reyes católicos.
¿Cómo no ver una bendición particular de María Santísima y una especial providencia de Dios que quisieron que tal gesta se concretase justamente en el día conmemorativo de la aparición de la Virgen del Pilar?
Nueve meses más tarde, la católica España, que incubó en su seno durante ocho siglos la Cristiandad, dio a luz para la Iglesia las tierras americanas cuando la proa de las carabelas de Cristóbal Colón besaron la tierra virgen de este continente, reservado por Dios para ser redimido y ser instrumento de redención en momentos de apostasía y de traición.
En efecto, “la excelencia de la magna gesta -dice el Papa León XIII- aparece ilustrada de una manera maravillosa por las circunstancias del tiempo en que se realizó. Colón, a la verdad -continúa el Pontífice-, descubrió América poco antes de que la Iglesia fuese agitada por una violenta tempestad. En cuanto, pues, es lícito al hombre apreciar, por los acontecimientos de la Historia, las vías de la divina providencia, parece -concluye León XIII- que verdaderamente vio la luz aquella gloria de Liguria, por singular designio de Dios, para reparar los males infligidos por Europa al nombre católico”.
Quinientos años han corrido desde el día en que América, obedeciendo a la voluntad de Dios, salió al encuentro de la Cruz de la Redención y de la Bandera de Castilla, repitiendo aquellas palabras que pronunciaron los mundos en el firmamento: “Ecce adsum”.
Tamaña gloria, concedida por Dios a la noble España, fue digna recompensa de un pueblo que durante ochocientos años había luchado contra el poder otomano por conservar intacto el depósito de la fe cristiana.
Dispuso el cielo que aquellas mismas manos que habían sostenido los derechos de la Cruz en el viejo mundo, fuesen marcando con ella sus descubrimientos y conquistas en un nuevo continente; la misma sangre que había derramado el pecho generoso del noble español en aquella lucha gigantesca de la Edad Media, debía multiplicarse con sus propios gérmenes de vida en la descendencia americana.
Dejemos a los hermanos de Portugal sus gestas, cuyas legítimas glorias nos relatarán los amigos que me acompañan. A España le corresponde la mayor y mejor, porque Colón fue Adelantado de los mares, a quien siguió la pléyade de navegantes y misioneros.
Hasta su mismo nombre es providencial y encierra un extraordinario simbolismo, profetizando su misión: Christophorus Colombo = Paloma portadora de Cristo.
Y esta gloria de Colón es la gloria de España, porque España y Colón están como consustanciados en el momento inicial del hallazgo de las Américas.
En efecto, Colón, desahuciado en Génova y Portugal, visita a los Reyes Católicos, y la Reina Isabel, que encarnaba todas las virtudes de la raza hispana, oye a Colón, cree en sus ensueños, fleta sus carabelas y envía sus hombres a la inmortal empresa.
Colón sin España es genio sin alas; sólo España tuvo la gracia de incubar y dar vida al pensamiento del gran navegante.
Nos lo asegura el Papa León XIII cuando dice: “Isabel había entendido a Colón mejor que nadie. Consta que la religión cristiana fue el motivo que abiertamente fue propuesto a esta piadosísima mujer, de espíritu varonil y recio corazón. Ella había asegurado que Colón se lanzaría un día animosamente al vasto mar «para realizar por la gloria de Dios una grandísima proeza»”.
EL DON INESTIMABLE DE LA FE
El único capacitado para apreciar la magnitud de la empresa española en América es aquel que tiene en su inteligencia bien ordenados los criterios y rectamente jararquizados los valores.
En otras palabras, es aquel que confiesa, junto con la Iglesia, que nada hay superior a la fe y al bautismo, y que ambos dones divinos valen más que todo lo creado, incluso la propia vida.
Es aquel que no duda en admitir la infinita superioridad de la faena española sobre otras colonizaciones, protestantes o liberales.
El solo hecho de que España facilitara la predicación de la verdadera fe y la administración del bautismo a millones de almas, eleva la epopeya hispana por encima de cualquier colonización que haya descuidado la difusión del Evangelio, por benéfica que haya podido ser en otros aspectos.
Supongamos, por un imposible histórico, que la empresa española no hubiera aportado ningún beneficio cultural o humano a los pueblos evangelizados, sino tan sólo el don de la verdadera fe.
Imaginemos, al mismo tiempo, una colonización acatólica que hubiera conseguido incorporar a sus pueblos conquistados a la cultura del espíritu humano y al progreso técnico, pero que los hubiese dejado sumidos en sus falsos ritos y abyectas costumbres, o los hubiese convertido a su falsa religión.
¿Cuál de las dos obras prevalece?
La sentencia evangélica responde lapidariamente:
“No os preocupéis diciendo: «¿Qué tendremos para comer? ¿Qué tendremos para vestirnos?» Porque todas estas cosas las codician los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe bien que tenéis necesidad de todo eso. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mt. 6:31-33).
Por supuesto que en nuestro caso la realidad es aún más halagüeña: la civilización cristiana aportada por España, no sólo aventaja a las otras por la fe católica, única verdadera, sino que supo, además, llevar a las tierras evangelizadas una rica cultura y una esplendorosa civilización.
La tenacidad con que la América española, desde Méjico, la mártir, hasta el Cabo de Hornos, sostiene la vieja fe contra la tiranía, las sectas e incluso el modernismo, por encima del huracán del laicismo racionalista, ¿qué otra cosa es más que argumento invicto de que la forma sustancial de la obra de España en América fue la fe católica?
Si la arrancamos de España y de América, nos quedamos sin la llave de nuestra historia, acá y allá, y nos falta el secreto del descubrimiento del Nuevo Mundo, que España, misionera antes que conquistadora, arrancó de los ignotos mares.
Y faltará el secreto de la raza, de la hispanidad, que, o es palabra vacía, o es la síntesis de todos los valores espirituales que, con el catolicismo, forman el patrimonio de los pueblos hispanoamericanos.
Por este motivo, el Papa León XIII, sin miedo a los masones, judíos, indigenistas, protestantes y ecumenicistas, pudo decir con claridad y energía :
“Hay otra causa singular por la que Nos es grato recordar este hecho inmortal. Colón, sin duda alguna, nos pertenece. Si buscamos un poco la razón principal que movió a Colón a abordar el tenebroso mar y la intención que le determinó a realizar esta obra, entenderemos fácilmente y no podremos dudar que ésta fue, en primer lugar, la gloria de la fe católica. Por lo cual, no es poco lo que el género humano debe a la Iglesia por este nuevo título (…) Hubo una razón que superó grandemente en Colón a todas las razones humanas. Esta fue la religión de sus mayores, pues sin ninguna duda ella le hizo concebir tal empresa y ponerla por obra, y le dio fuerza y alivio en las más ásperas dificultades. En efecto, es indiscutible que lo que primeramente le indujo a realizar esta gesta fue la propagación del Evangelio por nuevas tierras y nuevos mares”.
CATOLICISMO E HISPANIDAD
América es obra de España; esta obra es esencialmente de catolicismo. Luego hay relación de igualdad entre hispanidad y catolicismo.
El Catolicismo, confesado y abrazado a todas sus esencias doctrinales, y aplicado al hecho de la vida en todas sus consecuencias de orden moral y práctico, es la razón capital de la intervención de España en América y, por lo mismo, la razón de la historia hispanoamericana, y no lo podemos repudiar, si queremos hacer hispanidad verdadera.
La historia de nuestra vieja hispanidad es esencialmente católica, y ni hoy ni nunca podrá hacerse hispanidad verdadera de espaldas al catolicismo. Nuestra historia no se concibe sin él.
Con ese bagaje espiritual España abordó en las costas de América para darle su fe y hacerle vivir al unísono de su sobrenaturalismo cristiano. Así quedaron definitivamente unidos, España y América, en lo más sustancial de la vida, que es la religión.
RUPTURA MODERNA CON EL ESPÍRITU CATÓLICO
Toda persona sensata debe reconocer cuán triste espectáculo nos presenta la América emancipada a lo largo de su historia y particularmente en nuestros días.
Una democracia desenfrenada (basada en los principios de la Revolución Francesa) y las maquinaciones de las sectas enemigas de la civilización cristiana destruyeron y destruyen todo orden en el continente.
De allí se siguieron y siguen las luchas fratricidas, que desangran a naciones hermanas; las ideas masónicas y judaicas, que reinan soberanas en la política, la economía, el derecho, la enseñanza, la prensa, el arte… e incluso en el deporte y la milicia.
No sólo el orden sobrenatural es atacado, sino que incluso es socavado el mismo orden natural.
¿Cuál es la causa de este lamentable estado de cosas?
¿Haber roto con España?
¡No!, no está allí la causa.
La fuente de las desgracias de Hispanoamérica es haber roto -al menos en la esfera pública- con su tradición católica; haber roto con los ideales de los conquistadores y misioneros; en una palabra, haber roto con los principios de la Hispanidad.
América, a raíz de su emancipación, y a consecuencia de la dialéctica revolucionaria y liberal, echó en olvido la tradición católica en que había sido educada, rompiendo así con la Hispanidad.
Pero, desgraciadamente, también España, paradojalmente, se desligó de la Hispanidad, viviendo al margen de sus genuinas tradiciones católicas.
ÚNICA SOLUCIÓN POSIBLE
Por lo tanto, el único remedio, la única solución posible para los países americanos y la Madre Patria es el regreso a las tradiciones católicas e hispánicas.
Dicho de otro modo, la única forma posible de patriotismo virtuoso, animado por la virtud de piedad, es el Hispanismo.
Hispanoamérica, España y sus hijas americanas, si quieren volver a vivir los días gloriosos de esos siglos pasados, únicos en la historia de cualquier pueblo, han de reincorporar a su vida nacional el catolicismo auténtico, que forma parte de la esencia de su nacionalidad.
Las naciones que integran la Hispanidad poseen un tesoro común, que es la base y fundamento de su unidad espiritual y la razón indeleble de su hermandad: el tesoro de Santiago y María Santísima del Pilar, el radical y combatido catolicismo hispánico, celosamente guardado en la Edades Antigua y Media, y transmitido en la Edad Moderna a la gran familia de naciones hispánicas del Nuevo Mundo.
Este tesoro común y la suma de tradiciones históricas y caracteres por él determinados y con él compenetrados, constituyen el patrimonio de toda la Hispanidad.
Cada una de las naciones hispánicas debe defenderlo como propio; pero esto no impide que todas ellas se ayuden mutuamente en la defensa del patrimonio común.
La Hispanidad no puede crecer sino a la sombra de la Cruz.
Es la tesis que Ramiro de Maeztu desarrolla en su libro «Defensa de la Hispanidad»; es la doctrina del Cardenal Isidro Gomá en su «Apología de la Hispanidad»; es el ideal de todos los caballeros de la Hispanidad en la Reconquista de sus propias tierras, tradiciones e, incluso, de su propia fe.
Todos los valores espirituales de estas tierras son originariamente españoles; porque estos valores han sido sostenidos durante más de tres siglos por la acción política, administrativa y misionera de España.
Por ello, si los siglos pasados señalan a los pueblos sus caminos, faltaríamos a nuestra misión histórica si no hiciéramos Hispanidad.
Cierto que otras naciones europeas han aportado a América su caudal de sangre, de esfuerzo, de civilización. Pero todas ellas no han dejado más que un sedimento superficial.
Las capas profundas de la civilización secular de América las puso España con la erección de sus ciudades, con los obispados y misiones, con los cabildos y municipios, con las universidades, con las encomiendas y reducciones…
Sobre estos pilares se levantó la civilización hispanoamericana, que, o dejará de ser lo que es, o deberá seguir por los caminos de la hispanidad.
¿COMO HACER HISPANIDAD?
¿Cuáles son las orientaciones para fomentar el espíritu de hispanidad?
1. Ante todo el espíritu de continuidad histórica. Porque la historia es la luz que ilumina el porvenir de los pueblos, y si éstos rechazan sus lecciones, dejarán de influír en lo futuro, pues, como dice Menéndez y Pelayo, ni un solo pensamiento son capaces de producir los que han olvidado su historia.
2. Además, el espíritu de disciplina, sin el que no se concibe una sociedad bien organizada ni el progreso de un pueblo. La disciplina de reyes, hidalgos y misioneros supo imprimir el sello intelectual y moral de sus almas bien formadas.
3. Espíritu de perseverancia tenaz, sin el que sucumben y fracasan las empresas mejor concebidas y empezadas.
4. Aquello que es todo esto junto (historia, disciplina [de cuerpo y alma], perseverancia); aquello que es la razón capital de la intervención de España en América; aquello que es la razón de la historia hispanoamericana; aquello que no podemos repudiar si queremos hacer hispanidad verdadera. Esto es el catolicismo, confesado y abrazado a toda sus esencias doctrinales y aplicado al hecho de las vidas en todas sus consecuencias de orden moral y práctico.
Y esta es, americanos y españoles, la ruta que la Providencia nos señala en la historia: la unión espiritual en la única religión verdadera.
Y no hay otro camino.
Porque la religión lo mueve todo y lo religa todo; y un Credo que no sea el nuestro, todo otro credo, digo, no haría más que crear en lo más profundo de la raza hispanoamericana esta repulsión instintiva que disgrega las almas en lo que tienen de más vivo y que hace imposible toda obra de colaboración y concordia.
Los hechos están a la vista.
Defensa del pensamiento de Jesucristo contra todo ataque, venga en nombre de la razón o de otra religión.
Difusión del pensamiento de Jesucristo. La misma moral, la moral católica, que ha formado los pueblos más perfectos y más grandes de la historia.
Restauración de los derechos y prestigio de la Iglesia, porque Ella es el único baluarte en que hallarán refugio y defensa los verdaderos derechos del hombre y de la sociedad.
El matrimonio, la familia, la autoridad, la escuela, la propiedad, la misma libertad, no tienen hoy más garantía que la del catolicismo.
CONCLUSIÓN
Organícense para ello los católicos y vayan con denuedo a la reconquista de cuanto hemos perdido, recatolizándolo todo, desde el a b c de la escuela de párvulos hasta las instituciones o constituciones que gobiernan los pueblos.
Esto será hacer hispanidad, porque por esta acción resurgirá lo que España plantó en América.
Esto será hacer hispanidad, porque será poner sobre todas las cosas de América el verdadero Dios que aquí trajeron los españoles.
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