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domingo, 26 de abril de 2015

SERMÓN DE LA IIIª DOMÍNICA DE PASCUA

TERCER DOMINGO DE PASCUA




En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver, porque voy al Padre”.
Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: “¿Qué es eso que nos dice:Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver y me voy al Padre?” Y decían: “¿Qué es ese poco? No sabemos lo que quiere decir.”
Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: “¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver? En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar.”
Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver, porque voy al Padre
Consideremos cómo educa Jesús al hombre espiritual. El Maestro, al despedirse, quiere preparar en todos los sentidos a sus discípulos, para que no flaqueen en el tiempo de las grandes pruebas.
Yo os dejo —dice—; ya no me veréis con vuestros ojos corporales; vuelvo a mi Padre. Os sentiréis como en el vacío, en medio de la oscuridad, os desalentaréis; mas en esta oscuridad brillará una nueva luz; esta vaciedad se llenará de nuevo contenido; esta separación os traerá nuevos vínculos…; vendrá el Espíritu Santo. Él abrirá los ojos de vuestra alma, y en Él gozaréis de mi presencia.
Peldaño por peldaño, hace Jesús subir al hombre natural, el hombre de los sentidos; al hombre ético… Quiere envolverlo, no solamente en los rayos de sol de la resurrección, sino también en luz del espíritu… Va despertando las energías espirituales, las energías de la gracia que deben brotar en el alma que está en comunicación con Dios.
Ser cristiano significa reconocer con profunda convicción las fuerzas divinas que penetran en el alma, y vivirlas en la fe, en la confianza, en el reposo, en los esfuerzos continuos, para lograr algo mejor, para alcanzar lo divino.
Hemos de caminar, pues, con este espíritu; convencidos de que no debemos animarnos o desalentarnos únicamente según nuestras impresiones; antes bien, hemos de plantearnos siempre esta pregunta: ¿qué piensa Dios y qué quiere Dios de mí en estas circunstancias?… Y luego obrar en consecuencia.
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En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
El hombre espiritual, el hombre religioso, el hombre que está más allá, no sólo de lo meramente estético, sino también de lo ético, tiene su tristeza peculiar, que el mundo no comparte…, ni comprende…
El mundo nada sabe de los deseos y pensamientos de Cristo, el mundo es superficial e inconsciente…
Mas esa tristeza cristiana es una excelsitud espiritual, mientras que el regocijo desenfrenado del mundo es frivolidad.
Nos contrista al ver nuestro mísero estado de pecadores, nuestra imperfección, nuestra mezquindad…, el advertir cuán lejos estamos de la bondad verdadera, interior, noble…, al experimentar cuán tosca y ruda es nuestra “materia”, con la cual difícilmente puede lograr el artista hermosura y alegría.
Pero cuanto más lo sentimos, con cuanta más intensidad y humildad lo reconocemos, tanto más se agita el alma en nosotros, empieza a refinarse nuestro sentido, vamos asemejándonos a Dios, nos ennoblecemos; de modo que nuestra tristeza se transforma en gozo…
La llave para llegar a la fuente pura de esta alegría está en manos no del mundo materialista, sino del alma.
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Un poco más adelante, dijo Jesús a sus discípulos en este mismo discurso de despedida:
Os he dicho estas cosas para que halléis paz en Mí. En el mundo tendréis tribulaciones, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo.
Palabra de riquísimo contenido: ¡tribulación!
Significa toda la sangre que ha brotado en las huellas del Señor. La sangre empieza a verterse en la lapidación de San Esteban; continúa en las luchas que el cristianismo sostiene contra el mundo romano; reaparece en todos los que sufren, y que en el sufrimiento reconocen la corona de espinas que ensangrentó la frente de Cristo.
Todo cruje y se resquebraja…; sufren a mares las almas y se transforman los mundos… Jesús lo ve todo… Historia grandiosa y sublime, que nos inspira sentimientos de respeto y admiración; historia que se teje en medio de la debilidad y brinda prodigios de heroísmo.
Los extraños no comprenden cómo podemos nosotros sufrir con tanta paciencia y alegría, y con desprecio de la misma muerte; cómo podemos apreciar tanto este estado de sufrimiento.
No puede comprenderlo quien no sube hasta la fuente y no saca de ella motivos para la paciencia y el sacrificio.
Cristo sufre por mí, sufre por mis pecados, sufre de amor: procuraré yo seguirle por este camino.
Yo he vencido al mundo… Lo he vencido en Mí mismo y lo venceré en mis fieles.
No lo habría vencido de veras —dice San Agustín— si no lo venciera de continuo en nosotros.
Él es la causa de nuestra fuerza y de nuestra victoria. Este Yo decidido, fuerte, firme, este Yotan elocuente, es lo que explica en sus causas las acciones y hechos del cristianismo.
El que se separe de este Yo, sentirá cómo la fe y la fuerza se transforman para él en grave problema; no podrá comprender el cristianismo; no verá más que contradicción entre la historia y la fe humilde.
El que mira la fe tan sólo como un acto de la razón, no podrá comprender estas cosas; el factor intelectivo no explica la fuerza. La fuerza de la religión es la creencia firme de que Jesús es el Hijo de Dios, que nos ha redimido y nos dota de fuerzas divinas.
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Por eso dijo Jesús a sus discípulos:
También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar.
Consideremos la aplicación de estas palabras en los discípulos de Emaús:
Dos discípulos, habiendo oído lo que las mujeres habían dicho, partieron hacia un lugar llamado Emaús, hablando entre sí de las cosas que habían sucedido; y acercándose a ellos Nuestro Señor, caminaba con ellos sin que le conociesen.
¿Cuál fue la causa de salirse de Jerusalén estos dos discípulos? Alejarse del lugar que tenían por peligroso, y tomar algún alivio en aquel lugar de Emaús.
Debemos entender cómo la pasión del miedo y la tristeza suelen ser ocasión de salirse el alma de Jerusalén, que quiere decir visión de paz, por buscar algún alivio y algún regalo en medio de deudos carnales o de actividades mundanas, figuradas por Emaús, que quiere decir pueblo despreciado, o temeroso consejo, tomando en esto consejo muy errado, pues ponemos a riesgo el consuelo divino por buscar el terreno.
¿Cuáles fueron las causas por las que Jesucristo se dignó aparecérseles en este camino?
La primera fue la compasión tuvo de ellos, deseando como Buen Pastor recoger estas dos ovejas que iban descarriadas y volverlas al redil.
La segunda causa fue porque iban afligidos y desconsolados, y es muy propio de Cristo Nuestro Señor asistir a los tales para moderar su tristeza y darles algún alivio en ella.
Si viésemos al que está con nosotros en nuestros trabajos, aunque disfrazado y encubierto, sin duda nos alegraríamos en ellos, teniendo por gran dicha ser afligidos, a trueque de estar bien acompañados.
La tercera causa fue porque iban hablando cosas buenas, y gusta Cristo nuestro Señor de asistir con los que hablan cosas semejantes, terciando en medio de sus buenas pláticas.
¡Cuán acertado es hablar siempre de Dios en todo lugar, y entretenerse en semejantes pláticas con sus compañeros, especialmente en tiempo de trabajos!, pues acude Cristo para consolarnos.
Al contrario, ¡cuán malo es hablar de cosas malas y profanas!, porque Nuestro Señor no se juntará con los que las hablan, antes huirá de ellos.
Los ojos de estos discípulos estaban impedidos para no conocer a Cristo, por la mucha tristeza y aflicción interior que tenían.
Nuestro Señor quiso significar que muchas veces está con nosotros en las tentaciones y trabajos, ayudándonos a pelear y sufrirlos con paciencia; pero nosotros no le vemos ni reparamos en ello, antes pensamos que está ausente, porque no sentimos el favor de la sensible consolación.
Consideremos la suavidad con la cual Jesucristo sanó a estos discípulos. Les dijo: ¿Qué cosas son las que vais platicando y confiriendo entre vosotros, y por qué vais tristes?
Respondió uno de ellos, llamado Cleofás: ¿Tú solo, entre los peregrinos y moradores de Jerusalén, no has sabido las cosas que han pasado estos días?
Les respondió Jesús: ¿Qué cosas?
Ellos dijeron: De Jesús Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en la obra y en la palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y los sumos sacerdotes y príncipes nuestros le entregaron para que fuese condenado a muerte, y le crucificaron, y nosotros esperábamos que había de redimir a Israel.
Ponderemos la suavidad de Nuestro Señor en el trato con estos discípulos, para hacerles descubrir la llaga de su infidelidad y curársela de raíz, para lo cual les pregunta de lo que tratan, y se hace el que no lo sabe, porque gusta oírlo de su boca; y en especial, se recrea con oír contar las cosas que por nosotros ha padecido, no desdeñándose de ellas, con ser tan afrentosas.
Es propio del espíritu de Cristo con sus inspiraciones provocarnos a hablar para dos cosas: para publicar las grandezas de Dios, a gloria suya; y para descubrir nuestras miserias, para ser curados de ellas.
Estos discípulos descubrieron su flaqueza y la falta de fe que tenían, diciendo: Esperábamos que había de redimir a Israel. Como quien dice: Con ésta su muerte hemos perdido la esperanza.
Con lo cual se representa la flaqueza de los imperfectos, los cuales suelen perder presto la grande estima que tenían de Dios y de sus cosas por un suceso adverso, contrario a su imperfecta aprensión, por no conocer las razones que tiene Dios para salir con sus intentos, como estos discípulos, que no entendieron que la muerte de Cristo era medio para la redención de Israel que ellos esperaban.
Reprendió Cristo a los dos discípulos, y les dijo: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer las cosas que han dicho los profetas!, ¿por ventura no convino que Cristo padeciese todo esto y así entrase en su gloria? Y comenzando desde Moisés y los Profetas, les iba declarando todo lo que de Él estaba escrito.
La reprensión de Cristo nuestro Señor no procedía de indignación, sino de compasión y celo, para avivar su fe y sacarlos de la ignorancia en que estaban.
Los llamó necios e ignorantes, porque, con haberle oído tantas veces hablar de este misterio, no acababan de entenderle.
Los llamó tardos de corazón, porque, teniendo bastantes indicios y motivos para creer, todavía estaban dudosos.
Tengamos en cuenta aquella razón que les dio Nuestro Señor, tan profunda y admirable: ¿Por ventura no convenía que Cristo padeciese estas cosas, y así entrase en su gloria?
En lo cual les da a entender que su ignorancia y dureza de corazón consistía en no haber caído en la cuenta de esta verdad.
Si fue necesario que Cristo padeciese tantas y tan graves aflicciones para entrar en la gloria, que era suya, mucho más necesario será que nosotros padezcamos algunas cosas para entrar en la gloria, que no es nuestra.
Y si esto no nos persuade, necios somos, tardos y duros de corazón, y dignos de ser reprendidos.
Pero, si lo creemos con viva fe, debemos obrar lo que creemos, sufriendo los trabajos que nos sucedieren, pues está escrito que todos los que desean vivir santamente con Cristo han de padecer persecuciones por su amor.
En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo… También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar.
P.Ceriani

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