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miércoles, 16 de noviembre de 2011

MILAGROS EUCARÍSTICOS

Salvación de un Naufragio
Año 390, Italia



En los primeros siglos de la Iglesia se permitía a los fieles, cuando habían de emprender un peligroso viaje, llevar consigo la Sagrada Eucaristía.

En cierta ocasión, Sátiro, hermano del gran obispo Ambrosio, se embarco en Italia con rumbo a las solitarias playas de África. La nave se deslizaba sobre la superficie del mar, cuando de pronto cedió la brisa, siguiéndose una calma precursora de gran tempestad. El cielo limpio y diáfano fue empañándose más y más, y un continuo relampaguear indicaba fraguarse la tormenta amenazadora.

Fue tomando cuerpo y cerrándolos horizontes la nube plomiza de la tormenta que al pasar por el cenit rompió como si el fuego expansivo de un volcán se encerrase en sus entrañas.

El mismo mar, antes espejo transparente y fiel trasunto de la limpidez y serenidad del cielo, se mostraba turbio y embravecido ahora, barriendo en sus oleadas de hirviente espuma, la cubierta del barco, que amenazaba sepultar en los abismos.

En lucha tan gigantesca se deshace por momentos el bajel, y Sátiro al darse cuenta del inminente peligro no quiere morir privado del Sagrado Misterio, por lo cual se dirige presuroso a los cristianos compañeros suyos de viaje rogándoles le concedan el poder llevar consigo la Prenda Divina, objeto de su mayor consuelo: y aún cuando por ser catecúmeno no le era lícito ni siquiera ver la Sagrada Eucaristía, sin embargo debido a sus muchas instancias, logra al fin la gracia suspirada de llevarla encima del pecho envuelta en un blanco y finísimo lienzo.

Al verse en posesión del Tesoro de los Cielos se tiene Sátiro por feliz y dichoso, y mucho más al sentir en su alma una confianza ilimitada en la virtud del Sacramento, de suerte que en el mismo instante del naufragio se arroja decidido al mar, y sin ayuda de ninguno de los restos de la nave, a los que se asían fuertemente los demás  tripulantes, experimenta el manifiesto milagro de andar por encima de las aguas como si estuviera en tierra firme, y llega el primero a la hospitalaria playa de Cerdeña.

Persuadido Sátiro que el Santísimo Sacramento le había hecho tan milagrosamente salvado, creyó que mayores favores recibiría cuando lo albergase en su pecho, y determinó cuanto antes recibir el Santo Bautismo.

San Ambrosio refirió este prodigio en la oración fúnebre que pronunció en Milán con motivo de las solemnes exequias de su difunto hermano San Sátiro.

La Iglesia honra su memoria el día 17 de septiembre
(Rohbacher, Historia Universal de la Iglesia,lib, 36.)

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