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jueves, 13 de octubre de 2011

PUBLICACIONES "EL CATÓLICO"


San Salvador, 18 de Junio de 1882


LOS JUDÍOS


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Uno de los más espléndidos y brillantes testimonios que confirman la divina institución del cristianismo, y la verdad incomparable de la religión católica, es la suerte del pueblo judío, hoy disperso por todo el mundo, sin patria, sin sacerdocio, sin templo y sin hogar. Esta condición desastrosa del pueblo de Dios, es un milagro vivo y patente á las miradas de todos, y una prueba incontrastable y auténtica del exacto cumplimiento de antiguas y solemnes profecías.

El profeta Oseas había dicho: “Los hijos de Israel pasarán muchos días sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin altar, sin efód y sin térafin”. No puede señalarse mejor, y en términos más claros y precisos, la suerte despreciable de los judíos, dispersos en todos los puntos de la tierra, y víctimas lastimosas del ultraje universal de las naciones.

Santo Rey David
Sin príncipe ni rey. –Mil veces han intentado los judíos constituirse en república libre é independiente, uniéndose con fervoroso entusiasmo al primer aventurero, que ha lisonjeado su patriótica ambición; pero también otras tantas sus esfuerzos han sido inútiles y vanos, y sin cambiar en lo más mínimo su suerte, se han hecho víctimas de una esclavitud más depresiva y humillante. Ha quedado siempre como antes, y después de repetidas y sangrientas tentativas, la raza proscrita, errante y reprobada, que lleva sobre su rostro el sello de la maldición divina y de su pasada grandeza. Ellos dijeron con valioso desdén y satánico desprecio ante el gobernador Pilatos: “No tenemos otro rey sino el César”; y es en efecto el César, esto es, el poder político, quien, así en los tiempos de Roma como en la larga serie de los siglos, los ha abandonado siempre á los furores populares, excitados por las preocupaciones, ó levantados por los crímenes.

Sin sacrificio y sin altar. –Un solo lugar había en el mundo, donde podía ofrecerse á Dios el sacrificio de olor de suavidad, y este lugar era el templo de Jerusalén; pero el templo ya no existe! Los públicos regocijos de la fiesta de los Tabernáculos, los ritos misteriosos de la Pascua, las augustas pompas de la Pentecostés, ¡han cesado ya! ¿Quién podría inmolar las víctimas de Israel, y presentar sus sacrificios al Señor? Este ministerio correspondía á los sacerdotes, y los sacerdotes de Israel ¡han desaparecido! Los sacerdotes de Israel debían ser tomados de la tribu de Leví, ¡y la tribu de Leví se ha confundido entre otras! El rabino ha sucedido al Pontífice; pero el rabino es un simple doctor, un mero intérprete de la ley y de los profetas, de los ritos y de las ceremonias, sin unción santa, sin carácter sagrado, sin misión divina.


Sin efód. –El efód es la insignia de la autoridad sacerdotal, y el sacerdocio judaico ha quedado para siempre sepultado entre los escombros del templo y entre las ruinas del altar, ó sofocado del templo y entre las ruinas del altar, ó sofocado por las nubes de humo de los sacrificios reprobados. Hasta los tiempos de Teodosio el joven, los judíos, aunque dispersos, conservan todavía alguna sombra de su antiguo pontificado en lo que ellos llamaban su patriarca; pero aquel emperador mandó suprimir la dignidad del Patriarcado, y desde entonces ha desaparecido por completo hasta la sombra efímera de su sagrada jerarquía.


Sin térafin. –El térafin era la insignia del don de profecías unido al ejercicio del sumo sacerdocio. El Arca Santa, de donde salían los divinos oráculos, fue consumida por el incendio del templo: el Sancta Sanctorum, de donde aquellos se pronunciaban, desapareció también entre sus llamas. ¡Dios quedó mudo para su pueblo! Y este pueblo, antes tan favorecido del cielo, quedó sin un pastor que le dirija, sin un Señor que le ilumine, ¡sin una mano bienhechora que le levante el velo que cubre á sus carnales ojos las profecías y misterios! (Nota de Blog: aquí existe un error por parte de quien hizo la publicación en ese entonces, es respecto al Arca Santa: Jeremías escondió el Arca, el Tabernáculo y el Altar de los inciensos; no se incendió)

¡Cosa verdaderamente extraña! Los judíos son los reyes de la tierra por las enormes riquezas que acumulan, por la grande extensión de su comercio que abraza el mundo entero, por el inmenso poderío que ejercen con la prensa periódica, y por la soberana influencia que tienen en todas las naciones; y sin embargo, ¡son el objeto de un odio execrable y de un desprecio universal!

El mismo Mr. Renan, uno de los mayores enemigos personales de Jesucristo, y uno también de los que, con más empeño, han procurado nulificar el cumplimiento de las divinas profecías, se ha hecho el eco de ese grito general, con que se propaga un espectáculo tan deplorable como extraño. “Insociable, dice, extranjero en todas partes, sin patria, sin otro interés que el de un verdadero azote para el país adonde la suerte le ha arrojado.”

Michelet ha tratado al pueblo judío todavía con mayor dureza. “El judío, dice, es un hombre inmundo, que no puede tocar una mercancía ó una mujer sin quemar; es el hombre de ultraje, sobre el cual todos tienen derecho de escupir.

“Marcha, marcha, dice otro célebre escritor apostrofando al pueblo judío; marcha, alma errante, judío errante, siempre inquieto, siempre agitado, siempre abofeteado, siempre inmutable en medio de tus cambios. ¡Toda nación te es extraña; toda nación te conoce, y tú las conoces á todas! Pero tu corazón de piedra no se une á ningún hombre, y ninguno tampoco se une á ti. ¿Te faltará una señal parecida á la que marcó á Caín? Tú eres un pueblo maldito… ¡sí, maldito de Dios!”

No puede darse una profecía mejor cumplida, que las que se refieren á la maldición de los judíos, y á su dispersión por todos los países del globo, sin que jamás puedan llegar á formar un solo cuerpo de nación, á pesar de sus frustradas tentativas, y de otras muchas que harán en la sucesión de los tiempos venideros. Entran, como parte de esas divinas maldiciones, la total ceguera de su corazón, la cortedad de sus vistas, el desarrollo de su ambición desmesurada, la terquedad de su carácter y de sus acciones; y todo con el objeto de hacer brillar y resplandecer más el exacto cumplimiento de los sagrados vaticinios.

Jeremías, contemplando en profética visión las dolorosas angustias y los crueles tormentos del pueblo querido de Dios, en medio de las grandes calamidades de su funesta reprobación, no podía menos que exclamar con acento tierno y dolorido: “¿Por qué lloráis, al veros hechos pedazos por los golpes? Vuestro dolor es incurable; es por la multitud de vuestros pecados que yo os he tratado de esta suerte, dice el Señor.”

En efecto, se advierte una tendencia extraordinaria en todos los judíos á querer venir de todas partes del mundo á vivir y morir en Jerusalén. Muchos de los que tienen comodidad y proporciones, disponen en su testamento al morir, ó mandan y encargan a sus parientes y herederos, que á costa de cualquier gasto y sacrificio hagan trasladar sus restos á la Palestina para sepultarlos junto á las tumbas de sus antepasados. ¿No podrá también considerarse esta universal aspiración del pueblo deicida, como una consecuencia de la verdad encerrada en las apostólicas tradiciones, sobre que el fin de los tiempos, los judíos llegarán á reconocer al divino Mesías, y abrazar su santa religión?

Todos los viernes del año, menos aquel que hace parte de la fiesta de los tabernáculos, los más devotos judíos residentes en Jerusalén, se reúnen hacia las tres y media ó cuatro de la tarde, junto al muro occidental de la Mezquita de Omar, para llorar por sus pecados, y rogar á Dios que se digne poner fin á los inmensos males que por todas partes y en todos sentidos les agobian, desde hace mas de 19 siglos. Nada más triste y conmovedor, que su fúnebre canto dialogado:


El rabino. –“A causa del templo que ha sido destruido, á causa de los muros que han sido abatidos, á casusa de nuestros grandes hombres que han perecido.”

El pueblo. –“Estamos sentados solitariamente, y lloramos.”

El rabino. –“Os suplicamos, Señor, que tengáis piedad de nosotros.”

El pueblo. –“Amen.”

La opinión sobre la futura conversión de los judíos se apoya en este pasaje de Isaías: “De Sion vendrá Aquél que destruya y destierre la impiedad del pueblo de Jacob.”

Parece todavía haber hablado con más claridad Ezequiel, cuando dijo: “Yo os retiraré de todos los pueblos… Os llevaré á la tierra que he dado á vuestros padres… Seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios. Cuando os haya purificado de todas vuestras iniquidades, y haya repoblado vuestras ciudades y restablecido los lugares arruinados… todo lo que quede de los pueblos que os rodeen, reconocerá que yo soy el Señor.”

El Apóstol San Pablo, en su carta á los romanos, parece indicar, que al fin de los tiempos, los judíos volverán al Mesías, largos siglos desconocido por ellos, y que entonces doblarán la rodilla ante Él y le implorarán perdón.

¡VIVA CRISTO REY!
Entonces, la antigua y la nueva alianza, reconciliadas en una sola, se abrazarán, como dos hermanas unidas con un solo lazo de amor, en el pecho adorable del divino Salvador de los hombres.

Entre tanto, el pueblo hebreo, depositario de las antiguas tradiciones y de los divinos oráculos, derramado hoy y confundido en el seno de los pueblos cristianos, da por todas partes un auténtico testimonio de la verdad de la religión católica, y mostrando que se halla confirmada nuestra fe en sus libros sagrados de la ley y los profetas, aliente nuestro espíritu para poder exclamar con entusiasmo:  

¡Qué hermosos son tus tabernáculos, ó Jacob, y tus tiendas, ó Israel!

Fuente: Archivo histórico de la Arquidiócesis de San Salvador.

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