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sábado, 1 de octubre de 2011

P. CERIANI: SERMÓN EN LA FIESTA DEL SANTÍSIMO ROSARIO

 
FIESTA DEL SANTÍSIMO ROSARIO
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Entre las devociones de la Virgen Santísima, la más celebrada es la del Rosario o Salterio, llamado así porque consta de ciento cincuenta Avemarías, que corresponden al Salterio, compuesto de los ciento cincuenta Salmos de David.
Esta devoción de recitar el Salterio de María, las ciento cincuenta Avemarías, es tan antigua como la Iglesia; porque empezó con Ella.

Advocación eminentemente popular, arraigada en nuestras antiguas y santas costumbres que no se concibe una familia de veras cristiana donde no se rece diariamente el Santo Rosario.

El Salterio de la Virgen, así llama el Papa León XIII al Rosario; y dice que otros Romanos Pontífices también le dieron este nombre.

¿El motivo o razón? Todos los días, los sacerdotes y religiosos han de rezar gran parte del Salterio, completándolo semanalmente. Con esta oración cumplen con la obligación sacerdotal de orar por los fieles; es la oración oficial de la Iglesia, quien ora por su intermedio. Por lo mismo, es una oración de eficacia extraordinaria.

Apliquemos todo esto al Santo Rosario, y veremos cómo, en la debida proporción, lo es para el pueblo cristiano. Es su oración, que podemos llamar oficial…, a punto que parece que, en cierto modo, el Santo Rosario deja de ser en el pueblo cristiano una devoción privada y particular para adquirir, al menos, la dignidad de oración pública y oficial.

Por eso es también tan grande su eficacia. Precisamente, y son palabras del Sumo Pontífice León XIII, porque las plegarias públicas son mucho más excelentes que las privadas…, y tienen una fuerza impetratoria mucho mayor…
Por eso no es fácil encontrar una oración que en esta eficacia aventaje al Santo Rosario.

Añádase a esto que, así como el Salterio de los sacerdotes es una oración excelentísima por ser inspirado por Dios, así también el Santo Rosario, porque no sólo en cuanto a su estructura fue inspirado por la Santísima Virgen María, sino que además está compuesto de las mejores oraciones que pueden darse; el Padrenuestro, el Ave Maria, y el Gloria Patri.

El Salterio de la Virgen fue el primer Breviario y las primeras Horas Canónicas que la Iglesia usó.

Los Apóstoles lo rezaron por orden de la Virgen Santísima; y los fieles, que tuvieron el primitivo espíritu y las primicias de esta devoción, la adquirieron por orden de los Apóstoles, antes que San Ignacio, mártir, introdujese en Antioquía el Salterio de David, que recibió después toda la Iglesia Católica para cantar las alabanzas a Dios.

El Salterio mariano se derivó de los primeros fieles a los anacoretas de Egipto y Nitria; y de los desiertos le recibieron en las ciudades San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y otros Padres; y resfriándose después de algunos años el fervor de esta devoción, le avivó y encendió en Inglaterra el venerable San Beda; porque los ingleses confesaban haber recibido esta devoción de sus antepasados, como herencia de padres a hijos, debida a la enseñanza de este venerable Padre.

Pero, como las devociones no sólo se acreditan por la antigüedad de los años que tienen, si no también, y sobre todo, por la gloria que de ellas se sigue a Dios, y provecho que sacan los que las usan, no hay duda que merece con mucha razón Santo Domingo de Guzmán el título que le dan de inventor y primer predicador del Santo Rosario de Nuestra Señora.

En efecto, este esclarecidísimo Patriarca fue el primero que lo enseñó y predicó con el método y orden admirable de meditar los Misterios de nuestra fe repartidos en tres clases, gozosos, dolorosos y gloriosos.

Él lo aprendió de Nuestra Señora; y de él lo recibió la Iglesia como cosa venida del Cielo para provecho de todo el mundo, culto de la Madre de Dios y gloria del mismo Dios.

Porque en esta utilísima devoción se eslabonan y encadenan la oración mental y vocal, para que el alma y el cuerpo, el entendimiento y la lengua, la voluntad y los labios alaben a Dios y celebren a su Santísima Madre; y no haya parte en el hombre que no alabe al Criador y Redentor del hombre y a la Madre de su Creador y Redentor; y juntamente pida y merezca los favores de que necesita para su salvación, y obligue a quien se los ha de conceder y a la que se los ha de alcanzar con su intercesión.

Por eso, los hijos de Santo Domingo, celosísimos siempre de la salvación de las almas, imitando la caridad y devoción de su incomparable Padre, han extendido y dilatado esta devoción por todo el mundo; y el Señor la ha acreditado con innumerables milagros; y los Sumos Pontífices la han aprobado, confirmado y recomendado con muchos privilegios, gracias e indulgencias, que han concedido a los que rezan el Rosario o Corona de Nuestra Señora.

El Santo Rosario es la oración de todos, pero principalmente lo es de la familia cristiana.

En octubre del año 1941, en víspera de la fiesta litúrgica del Santísimo Rosario y ante una gran multitud de recién casados que habían acudido a Roma para recibir la bendición de Su Santidad, pronunció el Papa Pío XII la siguiente exhortación sobre la tradicional devoción del Rosario en las familias:

“Venidos a Roma, queridos recién casados, a pedir la bendición del Padre común de los fieles para vuestros nuevos hogares, Nos quisiéramos que llevarais al mismo tiempo una mayor devoción al Santo Rosario de la Virgen, al cual se consagra este mes de octubre.

Devoción a la cual la piedad romana está ligada por tantos recuerdos y que se armoniza tan bien con todas las circunstancias de la vida doméstica, con todas las necesidades y disposiciones de cada miembro de la familia.

En vuestras visitas a los Santuarios de esta Eterna Ciudad, cuando alguna de sus basílicas y de sus gloriosas tumbas os han conmovido en mayor grado, y no contentos con un rápido pasaje, os habéis entretenido allí en fervorosa plegaria por vuestras comunes intenciones, la oración que os ha venido espontáneamente a los labios ¿no ha sido con frecuencia la recitación de alguna parte de nuestro Rosario?

Rosario de los nuevos esposos, que vosotros el uno junto a la otra recitasteis en la aurora de vuestra nueva familia ante la vida que se abría para vosotros con sus alegres perspectivas, pero también con sus misterios y con sus responsabilidades.

¡Es tan dulce, en la alegría de estos primeros días de intimidad total, poner de esta manera esperanzas y propósitos del porvenir bajo la protección de la Virgen, toda pura y poderosa, de la Madre misericordiosa y amante, cuyas alegrías y dolores y glorias pasan por delante de los ojos de vuestra alma, a medida que se deslizan las decenas de Ave Marías, recordándoos los ejemplos de la más santa de las familias!

Rosario de los niños. Rosario de los pequeños, los cuales, teniendo entre sus deditos todavía inexpertos las cuentas del Rosario, repiten lentamente, con aplicación y esfuerzo, pero ya con tanto amor, el Padre Nuestro y las Avemarías que la madre les ha pacientemente enseñado. Se equivocan a veces, dudan y se confunden; pero ¡hay un candor tan confiado en la mirada que dirigen a la imagen de María, de aquella que saben ya reconocer como su gran Madre del cielo! Después, será el Rosario de la Primera Comunión, que tiene un lugar aparte entre los recuerdos de aquel gran día; hermoso, pero que no debe ser un vano objeto de lujo, sino un instrumento que ayude a rezar y que lleve el pensamiento a la Virgen Santísima.

Rosario de la joven. Ya mayor, alegre y serena, pero al mismo tiempo seria y pensativa acerca de su porvenir, que confía a María, Virgen Inmaculada, prudente y benigna, los deseos de entrega y don de sí misma a los cuales siente abrirse su corazón; que ruega por aquel que todavía le es desconocido, pero conocido de Dios, que la Providencia le destina y que ella lo quiere cristiano ferviente y generoso.

Este Rosario, que tanto le gusta recitar el domingo juntamente con sus compañeras, deberá durante la semana rezarlo otra vez entre los cuidados de la casa y al lado de su madre o en las horas del trabajo en la oficina, o en el campo, cuando tenga un momento libre para ir a la humilde iglesia próxima.

Rosario del joven. Aprendiz, estudiante, agricultor, que se prepara trabajando valerosamente para ganar un día el pan para sí y para los suyos. Rosario que conserva preciosamente consigo, como una protección de aquella pureza que desea llevar intacta al altar el día de sus nupcias; Rosario que reza sin respeto humano en momentos libres para el recogimiento y la oración; que le acompaña bajo el uniforme militar, en medio de las fatigas y peligros de la guerra; que apretarán sus manos la última vez el día en que acaso la Patria le pida el supremo sacrificio y que sus compañeros de armas encontrarán conmovidos entre sus dedos fríos y ensangrentados.

Rosario de la madre de familia, de la obrera, de la campesina; sencillo, sólido, usado ya desde mucho tiempo, que acaso no puede coger en la mano sino a la noche cuando, bien cansada de su trabajo, encontrará todavía en su fe y en su amor fuerza para rezarlo, luchando con el sueño, por todos los seres queridos, por aquellos especialmente que ella sabe están más expuestos a peligros del alma y del cuerpo, que teme sean tentados o afligidos, que ve con tanta tristeza alejarse de Dios. Rosario de la mujer de mundo, acaso rica, pero con frecuencia cargada de preocupaciones y de angustias todavía más pesadas.

Rosario del padre de familia, del hombre trabajador y enérgico, que nunca olvida de llevar consigo su Rosario juntamente con la pluma estilográfica y el cuadernito de los negocios; a veces gran profesor, renombrado ingeniero, célebre clínico, abogado elocuente, artista genial, agrónomo experto, no se avergüenza de rezarlo con devota sencillez en aquellos momentos arrancados a la tiranía del trabajo profesional para templar su alma de cristiano en la paz de una iglesia a los pies del Tabernáculo.

Rosario de los ancianos. Anciana abuela que hace correr incansablemente las cuentas entre sus dedos ya gastados, en el fondo de la iglesia, mientras puede arrastrarse hasta allí con sus piernas ya casi rígidas, y durante las horas de forzada inmovilidad en su silla al lado del fuego.

Anciana tía, que ha consagrado todas sus fuerzas al bien de la familia y ahora, aproximándose al término de una vida empleada en buenas obras, alterna con inagotada abnegación los pequeños servicios que todavía puede prestar con sus numerosas decenas de Ave Marías, que repite sin cansarse con su Rosario.

Rosario del moribundo, apretado en la hora extrema, como un último apoyo entre sus manos temblorosas, mientras en torno de él, los seres queridos lo rezan en voz baja; Rosario que quedará sobre su pecho juntamente con el Crucifijo y demostrará su confianza en la divina misericordia y en la intercesión de la Virgen, de que estaba lleno aquel corazón que ha cesado de palpitar.

Rosario, en fin, de la familia entera, rezado en común, entre todos, pequeños y grandes, que reúne por la noche a los pies de la Virgen a los que el trabajo del día había separado; que los reúne con los ausentes y con los desaparecidos, cuyo recuerdo se aviva en una oración fervorosa; que consagra de esta manera el lazo que los une a todos, bajo la protección materna de la Virgen Inmaculada, reina del Santísimo Rosario.

En Lourdes, como en Pompeya, la Virgen María ha querido demostrar con innumerables gracias cuán grata le es esta oración, a la cual Ella incitaba a su confidente, Santa Bernardita, acompañando a las Ave Marías de la niña con el lento discurrir de su hermoso Rosario, reluciente, como las rosas de oro que brillaban a sus pies.

Responded, queridos nuevos esposos, a estas invitaciones de vuestra Madre celestial, conservando a su Rosario un puesto de honor en las oraciones de vuestras nuevas familias.”

Supliquemos a la Santísima Virgen que nos conceda la gracia de esta devoción constante, fervorosa, filial y, por lo mismo, llena de amor a Nuestra Madre.

Que nunca nos canse el rezo del Santo Rosario, y así la Virgen Bendita nos otorgue que nuestras manos trémulas sostengan el Crucifijo de nuestro Rosario entrelazado, ya que estos serán, junto con el Escapulario, los objetos que mayor consuelo nos podrán dar en aquella hora, la hora de la verdad… en la que se verá lo que valen todas las cosas de la tierra ante un Crucifijo, un Rosario, un Escapulario…

P. Juan Carlos Ceriani

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