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viernes, 7 de octubre de 2011

LA PERFIDIA JUDAICA EN LA HISTORIA CRISTIANA III


LAS SOMBRAS DE LA INQUISICIÓN


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En circunstancias en que cualquiera otro pueblo podía haber tomado represalias terribles –después de la traición sufrida y de los siete siglos de dominación extranjera-, el rey Fernando el Católico optó sólo por la expulsión de los judíos que no quisiera seguir la religión católica. Los que se quedaron en España fueron la mayoría; los otros les llamaban despectivamente “marranos” pero bien pronto los rabinos advirtieron que quienes estaban logrando mayores avances en la lucha del judaísmo internacional eran “los hermanos más sutiles” que como falsos conversos actuaban bajo nacionalidades y creencias ajenas.
Rey Fernando el Católico
La numerosa colonia israelita que se quedó en España, y que pese a los trece o veintitrés siglos que llevaba la residencia no se había fusionado con la población española, siguió en su mayor parte la táctica “sutil” y no se convirtió realmente al catolicismo, aunque lo aparentó con habilidad y mansedumbre. Desde el primer momento estos hebreos trataron de minar a la Corona y de recuperar sus posiciones perdidas. Y precisamente como reacción a estas actividades secretas –no al culto israelita que siempre había gozado de libertad- creció y se vigorizó el Tribunal de la Inquisición. No era intolerancia religiosa, era rivalidad política. Era la lucha de un pueblo contra un grupo que ya lo había traicionado y que luego pretendía burlar la expulsión y minar al nuevo régimen. Ahí no había antisemitismo ni racismo, sino conflicto de traicionados y traidores. (1)
La Iglesia, con el antipapa judío Anacleto II, y el Estado Español con la traición de su colonia israelita que se alió al invasor musulmán, habían palpado la terrible efectividad de ese movimiento político secreto y reaccionaron en consecuencia. No era antisemitismo, sino defensa frente a un anticristianismo que se transmitía de generación en generación y que no aspiraba sólo a afirmar su credo sino a mirar y destruir el ajeno.
Primero fue el asalto de ese movimiento político oculto y luego vino la respuesta con el Tribunal de la Inquisición, que indudablemente era un duro tribunal, pero no más duro que todos los de su época en Europa, pues incluso ofrecía el perdón a quien se retractaba y prometía enmienda. Y como guardián de una nación que había sido burlada por los que parecían ser ya sus hijos, tenía más justificación legal que otros muchos; que los tribunales de Inglaterra, por ejemplo, en donde Enrique VIII hacía perseguir a cristianos sólo porque no aceptaban su interpretación personal de la Biblia; la ley que expidió con ese motivo, llamada más tarde la Ley Sanguinaria, segó tantas o más vidas en una década que todas las que cortaba el tribunal español en un siglo.
Sin embargo, las palabras “inquisición” e “inquisitorial” han sido cargadas con significados de infamia y barbarie y lanzadas a la faz de España y de su dominio en América. La Inquisición fue sin duda un tremendo tribunal, pero no era sólo eso, y no hay vereda más engañosa hacia el error que la acreditada con fragmentos de verdad. Ningún Estado recién rescatado al invasor, después de una traición interna, se hubiera defendido con menor rigor. No se trataba de una cuestión religiosa, sino de la supervivencia nacional.
Si sobre la Inquisición se ha hecho tanto ruido a través de los siglos y sobre otros tribunales de aquella época se habla tan poco –como el de los británicos- ello se debe a que la Inquisición ejecutaba judíos, en tanto que los otros mataban cristianos. Porque la organización política israelita mantiene siempre vivos todos los temas que interesan a sus fines y con persistente constancia maneja su publicidad de la historia. Desacredita verdades, acredita infundios y al que se opone a sus designios le sigue los pasos hasta después de muerto para infamar su memoria. Al correr de los años esta sutil constancia desacredita nombres y falsifica héroes.
Isabel Tudor de Inglaterra
Esto explica que Enrique VIII e Isabel de Inglaterra, que en ejecutar gente aventajaban a la Inquisición, no sean presentados como símbolos de infamia; y que la Revolución Francesa, que también chapoteó en sangre de cristianos, sea glorificada como una epopeya de humanismo.
Es indiscutible que tanto los judíos que emigraron como los que se quedaron en España siguieron buscando tesoneramente la revancha. Según dice el padre Julio Meinvielle, muchos de los judíos son enemigos teológicos, por lo cual su enemistad tiene que ser inevitable y terrible.
“¡Y pensar que este pueblo proscrito, que sin asimilarse vive mezclado en medio de todos los pueblos, a través de las vicisitudes más diversas, siempre y en todas partes intacto, incorruptible, inconfundible, conspirando contra todos, es el linaje más grande de la tierra! El linaje más grande, porque este linaje tiene una historia indestructible de 6,000 años…” (2)
A principios del siglo XVI tanto los judíos emigrados de España como los que se quedaron en ella dieron impulso al protestantismo y al calvinismo, como venganza contra el catolicismo. En esta tarea estaba trabajando ocultamente el canónigo de Salamanca, Agustín de Cazalla, nacido de padres judaizantes, y cuando la Inquisición lo sorprendió, lo quemó vivo en la Plaza Mayor de Valladolid (21 de mayo de 1559). La madre del canónigo, Leonor de Vibero, y las hermanas de él. Constanza y Beatriz, también hacían labor subrepticia contra la Iglesia y fueron igualmente ejecutadas.
Agustín de Callaza
El 8 de octubre del mismo año fue quemada Catalina de Reinoso, judía, monja del convento de Belén, en Valladolid, que secretamente actuaba contra la Iglesia. Por esos mismos días se descubrió que hasta el capellán de Carlos V. Constantino Ponce de la Fuente, seguía siendo israelita y se fingía converso para minar las instituciones católicas. Poco antes de ser ejecutado se suicidó en la cárcel. Sus huesos fueron quemados en acto de fe el 22 de diciembre de 1560.
Estas hábiles infiltraciones cundieron incluso a la Compañía de Jesús, “malcontentos”, que perturbaban las buenas relaciones entre el rey y los jesuitas. Roma realizó una investigación muy minuciosa y en 1592, bajo el Papa Clemente VIII, se aclaró que existía un verdadero complot dirigido por jesuitas judíos, quienes fueron inmediatamente expulsados. La Compañía de Jesús acordó entonces excluir a los aspirantes de ascendencia hebrea, salvo autorización expresa del Papa. Uno de los expulsados fue Jerónimo Zahorowsky, quien luego se vengó escribiendo “Mónita Secreta Societatis Jesús” (1614), donde atribuía al General de la Compañía instrucciones para lograr “el dominio del mundo”.

S.S. Clemente VIII
Bajo los reyes españoles Carlos V y Felipe II, el judaísmo se esforzó inútilmente por derrocar al catolicismo valiéndose del protestantismo. En este esfuerzo ponía en juego las infiltraciones más sutiles. Por ejemplo, el humilde fray Bartolomé de Carranza, que había sido confesor de la Reina María, se ganó la confianza de Felipe II y fue comisionado para librar de herejías las universidades y bibliotecas, pero luego la Inquisición descubrió que trabajaba en contra de la Iglesia y del gobierno español. Se aclaró que era descendiente de judíos falsamente conversos al catolicismo.
Otro infiltrado famoso fue fray Vicente de Rocamora, que parecía un santo y que llegó a ser confesor de María, la hermana del rey Felipe, pero cuando vio que estaba en peligro de ser descubierto se fue a Ámsterdam, se quitó la careta y se unió a la comunidad judía con el nombre de Isaac Rocamora. Y el propio Rey Felipe tuvo un secretario muy competente, Antonio Pérez, que luego fue descubierto por la Inquisición como espía enemigo de España; era falso converso y estuvo a punto de ser ejecutado, pero logró fugarse mediante el auxilio que le prestó otro hebreo, Diego de Bracamonte (nieto de Mosén Rubí de Bracamonte), que organizó motines en Zaragoza, Aragón y Ávila para rescatar a Antonio Pérez.
Aunque los hebreos consideraban como concubinato el matrimonio entre hebreos y cristianos, hicieron excepciones y lo propiciaron entre bellas jóvenes israelitas (aparentemente cristianas) y españoles influyentes, a fin de ejercer influencia política a través de ellos. Esto vino a descubrirse durante los procesos abiertos a los conspiradores de Flandes contra Felipe II. Durante el levantamiento ocurrido ahí en 1567 hubo saqueos de iglesias y destrucción de imágenes. El historiador William Thomas Walsh hace notar que entonces se perfiló ya el moderno patrón anticristiano: unos cuantos “intelectuales” ricos denunciaban injusticias, mediante propaganda y otros medios arrastraban a actuar a los pobres en nombre de la “libertad”, derribaban con ellos la autoridad establecida y entonces guiaban las fuerzas desencadenadas y anárquicas en contra de la Iglesia.
Dentro y fuera de España continuaba la lucha tenaz del movimiento político hebreo. El Talmud la mantenía en pie contra Cristo y los cristianos. Al primero le llamaba “un quídam”, “tonto, prestidigitador, seductor, idólatra, que fue crucificado, sepultado en el infierno”, que “como seductor e idólatra no puede enseñar otra cosa que el error y la herejía”. Y de los cristianos afirmaba que son “animales impuros, indignos de llamarse hombres, bestias con forma humana, contaminantes a manera de estiércol, bueyes, asnos, puercos”, que “son de origen diabólico; que sus almas proceden del diablo y que han de volver al diablo después de la muerte”. (3)
Además del Talmud, que nutría ese fanatismo anticristiano, el judaísmo político utilizó en gran dosis la Kábala (mezcla de la mosaica, de doctrinas esotéricas tomadas del budismo y de barnices teosóficos) para nutrir a la francmasonería, que se convirtió en el brazo predilecto del movimiento hebreo. De la Kábala fue deducido el término político de “izquierda”, con la acepción secreto de “aquellos que rechazan al Cristo”. Esto se dedujo de que Cristo dijo que en el Juicio Final Dios pondría a su derecha a quienes lo hubieran seguido y a su izquierda a los contrarios.
Dentro de España el grupo político judío no podía levantar cabeza, pero en el exterior se movía con mayor libertad. Muchos de los emigrantes hebreos formaron el trust de las especias, que fue abiertamente una organización comercial y bancaria de primer orden, y secretamente una organización de usureros y espías internacionales. Diego Méndez, falso converso, fue el más notable de los precursores de este gigantesco edificio financiero-político. Su esposa, Gracia, era una ardiente enemiga de la Iglesia Católica, aunque se cuidaba de demostrarlo y fue considerada como la Esther de su época. Diego formó en Lisboa una Casa de Comercio y Banca que distribuía valiosas mercancías importadas de la India. Varios parientes suyos establecieron una sucursal en Amberes, y luego otra en Inglaterra, de la que se encargó el judío-español Jorge Añes (1525). Los agentes comerciales se distribuyeron en diversas ciudades de Europa y de Asia Menor, estaban al tanto de la producción y de las probables alzas y bajas del comercio y obtenían así ventaja sobre los demás comerciantes. Pero a la vez recababan información política y actuaban como espías a favor de toda lucha que fuera contraria a los Estados católicos, en particular España. El agente principal de esta cadena en Londres era el “marrano” Cristóbal Fernández.
Rey Felipe II
William Thomas Walsh escribe en su historia de “Felipe II” que las familias de judíos españoles y portugueses falsamente conversos intervenían en el comercio internacional entre los principales países y se encargaban de los movimientos de metales preciosos, necesarios para establecer la balanza comercial, y detrás de esas lucrativas actividades financieras constituían “la base del sistema de espionaje inglés, uno de los más eficaces y perfectos que ha conocido el mundo. Por medio de sus ‘intelligencers’, los judíos hacían todo cuanto podían por alzar un imperio anticristiano, que aboliera la fuerza de la España católica”.
Entre los judíos más famosos que formaban parte de ese trust-espionaje, figuraron Jerónimo Pardo, en Lisboa; Bernardo Luis, en Madrid y en Amberes; Héctor Núñez, en Londres, y el doctor Rodrigo López en Flandes. El jefe era Francisco Diego Méndez, y su principal auxiliar en esta enorme empresa fue un sobrino José Miques, o Méndez, que para adquirir influencia política facilitó diversos préstamos a los hombres más influyentes de los Países Bajos, donde logró presionar para que no se restaurara la Inquisición. José aumentó el poderío del trust de las especias y acabó por despojarse de su apariencia de cristiano, cambió su nombre por el de José Nasi (que significa “rey de los judíos”) y se estableció en Turquía.
Numerosos agentes de esa organización financiera, residentes en España, eran igualmente judíos ocultos y creaban dificultades al rey Felipe II maniobrando constantemente para escasear determinados productos y subir los precios.
Del trust de las especias salieron los fondos para gran parte de la propaganda protestante; se fundaron imprentas en los Países Bajos y se imprimieron folletos en Francia, Italia y España, incluso muchos que atacaban al emperador español. La colonia judía establecida en Flandes con licencia del gobierno hispano, estuvo particularmente activa en esa campaña. El poder económico judío trabajaba coordinadamente con el calvinismo, en el terreno religioso, y con el liberalismo en el terreno político.
Esa alianza de fuerzas anhelaba derribar el Imperio de la España católica. Un intento en grande escala con este objeto fue realizado aprovechando el momento en que un levantamiento de moros puso a Felipe II en apurada situación. Durante esa crisis el médico judío Salomón Ben Natchan Ashkenazy (uno de los principales jefes del movimiento judío internacional de aquella época) era médico del sultán Salim el Tonto, jefe de los turcos, ejercía gran influencia sobre él y lo persuadió de que podía vencer a España porque 70,000 moros, decía, se rebelarían en la Península Ibérica y los bereberes cruzarían de nuevo el Estrecho de Gibraltar, como en el siglo octavo, para dominar a los españoles.
José Nasi, el magnate del trust de las especias, ya radicado en Turquía y con agentes suyos infiltrados en el régimen, también presionaba a los turcos para que atacaran a España y acabó por lograrlo. (En Turquía se habían asilado recientemente veintenas de miles de sefardíes y ya ejercían influencia económica y política).
Batalla de Lepanto
La flota de Salim se lanzó entusiastamente a la conquista de España, pero fue vencida en 1571 en el Estrecho de Lepanto por la flota española de don Juan de Austria. El golpe desde el exterior había sido conjurado por estrecho margen…(4)
Refiriéndose al movimiento encabezado por Salomón Ben Natchan y a otros de menores vuelos, el historiador judío Graetz dice con un dejo de satisfacción: “Los Gabinetes Cristianos no sospechaban que el curso de los acontecimientos, que los obligaba a estar en una u otra posición, estaban dirigidos por mano judía”.
Sin embargo, la acción represiva española frustró el asalto externo e interno contra España, la cual se libró de que en su suelo estallaran las guerras religiosas que conmovieron a Francia, Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, donde una minoría bien organizada, y en parte secreta, desquiciaba y arrastraba a una mayoría católica, pero falta de cohesión política. Fue Felipe II, con el auxilio de la Inquisición, quien impidió que España cayera arrollada por su antiguo enemigo, y con ello frenó también en el resto de Europa el avance del movimiento político judío que pugnaba por extenderse a la sombra de la lucha religiosa.

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(1) La sutileza con que algunos políticos hebreos se fingían conversos para continuar la subversión contra Estado e Iglesia, fue revelada por dos judíos sinceramente conversos, Fray Alonso de Espina, en “Fortalicium Fidei”, y Pedro de la Caballería, en “Celus Christi”.
(2) “El Judío en el Misterio de la Historia”. –Pbro.  Julio Meinvielle.
(3) En 1631 el Sínodo judío reunido en Polonia ordenó que estas enseñanzas acerca del cristianismo fueran omitidas del Talmud para evitar represalias y que sólo se transmitieran verbalmente por los rabinos. (“El Judío en el Misterio de la Historia”, P. Julio Meinvielle).
(4) Allí fue herido Cervantes, quien poco después escribió El Quijote. (Nota de Blog: cabe resaltar que Cervantes fue rescatado gracias a la orden Mercedaria, en la que los miembros se ofrecían a sí mismos para ser trocados por prisioneros de guerra cristianos).

Fuente: Salvador Borrego E. "América Peligra. 600 Años de Azarosa Historia de 1419 a 2010". 24a. Edición

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