LAS SOMBRAS DE LA INQUISICIÓN
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En
circunstancias en que cualquiera otro pueblo podía haber tomado represalias
terribles –después de la traición sufrida y de los siete siglos de dominación
extranjera-, el rey Fernando el Católico optó sólo por la expulsión de los
judíos que no quisiera seguir la religión católica. Los que se quedaron en
España fueron la mayoría; los otros les llamaban despectivamente “marranos”
pero bien pronto los rabinos advirtieron que quienes estaban logrando mayores
avances en la lucha del judaísmo internacional eran “los hermanos más sutiles”
que como falsos conversos actuaban bajo nacionalidades y creencias ajenas.
Rey Fernando el Católico |
La
numerosa colonia israelita que se quedó en España, y que pese a los trece o
veintitrés siglos que llevaba la residencia no se había fusionado con la
población española, siguió en su mayor parte la táctica “sutil” y no se
convirtió realmente al catolicismo, aunque lo aparentó con habilidad y
mansedumbre. Desde el primer momento estos hebreos trataron de minar a la
Corona y de recuperar sus posiciones perdidas. Y precisamente como reacción a
estas actividades secretas –no al culto israelita que siempre había gozado de
libertad- creció y se vigorizó el Tribunal de la Inquisición. No era
intolerancia religiosa, era rivalidad política. Era la lucha de un pueblo
contra un grupo que ya lo había traicionado y que luego pretendía burlar la
expulsión y minar al nuevo régimen. Ahí no había antisemitismo ni racismo, sino
conflicto de traicionados y traidores. (1)
La
Iglesia, con el antipapa judío Anacleto II, y el Estado Español con la traición
de su colonia israelita que se alió al invasor musulmán, habían palpado la
terrible efectividad de ese movimiento político secreto y reaccionaron en
consecuencia. No era antisemitismo, sino defensa frente a un anticristianismo
que se transmitía de generación en generación y que no aspiraba sólo a afirmar
su credo sino a mirar y destruir el ajeno.
Primero
fue el asalto de ese movimiento político oculto y luego vino la respuesta con
el Tribunal de la Inquisición, que indudablemente era un duro tribunal, pero no
más duro que todos los de su época en Europa, pues incluso ofrecía el perdón a
quien se retractaba y prometía enmienda. Y como guardián de una nación que
había sido burlada por los que parecían ser ya sus hijos, tenía más
justificación legal que otros muchos; que los tribunales de Inglaterra, por
ejemplo, en donde Enrique VIII hacía perseguir a cristianos sólo porque no
aceptaban su interpretación personal de la Biblia; la ley que expidió con ese
motivo, llamada más tarde la Ley Sanguinaria, segó tantas o más vidas en una
década que todas las que cortaba el tribunal español en un siglo.
Sin
embargo, las palabras “inquisición” e “inquisitorial” han sido cargadas con
significados de infamia y barbarie y lanzadas a la faz de España y de su
dominio en América. La Inquisición fue sin duda un tremendo tribunal, pero no
era sólo eso, y no hay vereda más engañosa hacia el error que la acreditada con
fragmentos de verdad. Ningún Estado recién rescatado al invasor, después de una
traición interna, se hubiera defendido con menor rigor. No se trataba de una
cuestión religiosa, sino de la supervivencia nacional.
Si
sobre la Inquisición se ha hecho tanto ruido a través de los siglos y sobre
otros tribunales de aquella época se habla tan poco –como el de los británicos-
ello se debe a que la Inquisición ejecutaba judíos, en tanto que los otros
mataban cristianos. Porque la organización política israelita mantiene siempre
vivos todos los temas que interesan a sus fines y con persistente constancia
maneja su publicidad de la historia. Desacredita verdades, acredita infundios y
al que se opone a sus designios le sigue los pasos hasta después de muerto para
infamar su memoria. Al correr de los años esta sutil constancia desacredita
nombres y falsifica héroes.
Isabel Tudor de Inglaterra |
Esto
explica que Enrique VIII e Isabel de Inglaterra, que en ejecutar gente
aventajaban a la Inquisición, no sean presentados como símbolos de infamia; y
que la Revolución Francesa, que también chapoteó en sangre de cristianos, sea
glorificada como una epopeya de humanismo.
Es
indiscutible que tanto los judíos que emigraron como los que se quedaron en
España siguieron buscando tesoneramente la revancha. Según dice el padre Julio
Meinvielle, muchos de los judíos son enemigos teológicos, por lo cual su
enemistad tiene que ser inevitable y terrible.
“¡Y pensar que este pueblo
proscrito, que sin asimilarse vive mezclado en medio de todos los pueblos, a
través de las vicisitudes más diversas, siempre y en todas partes intacto,
incorruptible, inconfundible, conspirando contra todos, es el linaje más grande
de la tierra! El linaje más grande, porque este linaje tiene una historia
indestructible de 6,000 años…” (2)
A
principios del siglo XVI tanto los judíos emigrados de España como los que se
quedaron en ella dieron impulso al protestantismo y al calvinismo, como
venganza contra el catolicismo. En esta tarea estaba trabajando ocultamente el
canónigo de Salamanca, Agustín de Cazalla, nacido de padres judaizantes, y
cuando la Inquisición lo sorprendió, lo quemó vivo en la Plaza Mayor de
Valladolid (21 de mayo de 1559). La madre del canónigo, Leonor de Vibero, y las
hermanas de él. Constanza y Beatriz, también hacían labor subrepticia contra la
Iglesia y fueron igualmente ejecutadas.
Agustín de Callaza |
El
8 de octubre del mismo año fue quemada Catalina de Reinoso, judía, monja del
convento de Belén, en Valladolid, que secretamente actuaba contra la Iglesia.
Por esos mismos días se descubrió que hasta el capellán de Carlos V.
Constantino Ponce de la Fuente, seguía siendo israelita y se fingía converso
para minar las instituciones católicas. Poco antes de ser ejecutado se suicidó
en la cárcel. Sus huesos fueron quemados en acto de fe el 22 de diciembre de
1560.
Estas
hábiles infiltraciones cundieron incluso a la Compañía de Jesús,
“malcontentos”, que perturbaban las buenas relaciones entre el rey y los
jesuitas. Roma realizó una investigación muy minuciosa y en 1592, bajo el Papa
Clemente VIII, se aclaró que existía un verdadero complot dirigido por jesuitas
judíos, quienes fueron inmediatamente expulsados. La Compañía de Jesús acordó
entonces excluir a los aspirantes de ascendencia hebrea, salvo autorización
expresa del Papa. Uno de los expulsados fue Jerónimo Zahorowsky, quien luego se
vengó escribiendo “Mónita Secreta
Societatis Jesús” (1614), donde atribuía al General de la Compañía
instrucciones para lograr “el dominio del mundo”.
S.S. Clemente VIII |
Bajo
los reyes españoles Carlos V y Felipe II, el judaísmo se esforzó inútilmente
por derrocar al catolicismo valiéndose del protestantismo. En este esfuerzo
ponía en juego las infiltraciones más sutiles. Por ejemplo, el humilde fray
Bartolomé de Carranza, que había sido confesor de la Reina María, se ganó la
confianza de Felipe II y fue comisionado para librar de herejías las
universidades y bibliotecas, pero luego la Inquisición descubrió que trabajaba
en contra de la Iglesia y del gobierno español. Se aclaró que era descendiente
de judíos falsamente conversos al catolicismo.
Otro
infiltrado famoso fue fray Vicente de Rocamora, que parecía un santo y que
llegó a ser confesor de María, la hermana del rey Felipe, pero cuando vio que
estaba en peligro de ser descubierto se fue a Ámsterdam, se quitó la careta y
se unió a la comunidad judía con el nombre de Isaac Rocamora. Y el propio Rey
Felipe tuvo un secretario muy competente, Antonio Pérez, que luego fue
descubierto por la Inquisición como espía enemigo de España; era falso converso
y estuvo a punto de ser ejecutado, pero logró fugarse mediante el auxilio que
le prestó otro hebreo, Diego de Bracamonte (nieto de Mosén Rubí de Bracamonte),
que organizó motines en Zaragoza, Aragón y Ávila para rescatar a Antonio Pérez.
Aunque
los hebreos consideraban como concubinato el matrimonio entre hebreos y
cristianos, hicieron excepciones y lo propiciaron entre bellas jóvenes
israelitas (aparentemente cristianas) y españoles influyentes, a fin de ejercer
influencia política a través de ellos. Esto vino a descubrirse durante los
procesos abiertos a los conspiradores de Flandes contra Felipe II. Durante el
levantamiento ocurrido ahí en 1567 hubo saqueos de iglesias y destrucción de
imágenes. El historiador William Thomas Walsh hace notar que entonces se
perfiló ya el moderno patrón anticristiano: unos cuantos “intelectuales” ricos
denunciaban injusticias, mediante propaganda y otros medios arrastraban a
actuar a los pobres en nombre de la “libertad”, derribaban con ellos la
autoridad establecida y entonces guiaban las fuerzas desencadenadas y
anárquicas en contra de la Iglesia.
Dentro
y fuera de España continuaba la lucha tenaz del movimiento político hebreo. El
Talmud la mantenía en pie contra Cristo y los cristianos. Al primero le llamaba
“un quídam”, “tonto, prestidigitador, seductor, idólatra, que fue crucificado,
sepultado en el infierno”, que “como
seductor e idólatra no puede enseñar otra cosa que el error y la herejía”. Y
de los cristianos afirmaba que son “animales
impuros, indignos de llamarse hombres, bestias con forma humana, contaminantes
a manera de estiércol, bueyes, asnos, puercos”, que “son de origen diabólico; que sus almas proceden del diablo y que han de
volver al diablo después de la muerte”. (3)
Además
del Talmud, que nutría ese fanatismo anticristiano, el judaísmo político
utilizó en gran dosis la Kábala (mezcla de la mosaica, de doctrinas esotéricas
tomadas del budismo y de barnices teosóficos) para nutrir a la francmasonería,
que se convirtió en el brazo predilecto del movimiento hebreo. De la Kábala fue
deducido el término político de “izquierda”, con la acepción secreto de “aquellos que rechazan al Cristo”. Esto
se dedujo de que Cristo dijo que en el Juicio Final Dios pondría a su derecha a
quienes lo hubieran seguido y a su izquierda a los contrarios.
Dentro
de España el grupo político judío no podía levantar cabeza, pero en el exterior
se movía con mayor libertad. Muchos de los emigrantes hebreos formaron el trust
de las especias, que fue abiertamente una organización comercial y bancaria de
primer orden, y secretamente una organización de usureros y espías
internacionales. Diego Méndez, falso converso, fue el más notable de los
precursores de este gigantesco edificio financiero-político. Su esposa, Gracia,
era una ardiente enemiga de la Iglesia Católica, aunque se cuidaba de
demostrarlo y fue considerada como la Esther de su época. Diego formó en Lisboa
una Casa de Comercio y Banca que distribuía valiosas mercancías importadas de
la India. Varios parientes suyos establecieron una sucursal en Amberes, y luego
otra en Inglaterra, de la que se encargó el judío-español Jorge Añes (1525).
Los agentes comerciales se distribuyeron en diversas ciudades de Europa y de
Asia Menor, estaban al tanto de la producción y de las probables alzas y bajas
del comercio y obtenían así ventaja sobre los demás comerciantes. Pero a la vez
recababan información política y actuaban como espías a favor de toda lucha que
fuera contraria a los Estados católicos, en particular España. El agente
principal de esta cadena en Londres era el “marrano” Cristóbal Fernández.
Rey Felipe II |
William
Thomas Walsh escribe en su historia de “Felipe II” que las familias de judíos
españoles y portugueses falsamente conversos intervenían en el comercio
internacional entre los principales países y se encargaban de los movimientos
de metales preciosos, necesarios para establecer la balanza comercial, y detrás
de esas lucrativas actividades financieras constituían “la base del sistema de
espionaje inglés, uno de los más eficaces y perfectos que ha conocido el mundo.
Por medio de sus ‘intelligencers’, los judíos hacían todo cuanto podían por
alzar un imperio anticristiano, que aboliera la fuerza de la España católica”.
Entre
los judíos más famosos que formaban parte de ese trust-espionaje, figuraron
Jerónimo Pardo, en Lisboa; Bernardo Luis, en Madrid y en Amberes; Héctor Núñez,
en Londres, y el doctor Rodrigo López en Flandes. El jefe era Francisco Diego
Méndez, y su principal auxiliar en esta enorme empresa fue un sobrino José
Miques, o Méndez, que para adquirir influencia política facilitó diversos
préstamos a los hombres más influyentes de los Países Bajos, donde logró
presionar para que no se restaurara la Inquisición. José aumentó el poderío del
trust de las especias y acabó por despojarse de su apariencia de cristiano,
cambió su nombre por el de José Nasi (que significa “rey de los judíos”) y se
estableció en Turquía.
Numerosos
agentes de esa organización financiera, residentes en España, eran igualmente
judíos ocultos y creaban dificultades al rey Felipe II maniobrando
constantemente para escasear determinados productos y subir los precios.
Del
trust de las especias salieron los fondos para gran parte de la propaganda
protestante; se fundaron imprentas en los Países Bajos y se imprimieron
folletos en Francia, Italia y España, incluso muchos que atacaban al emperador
español. La colonia judía establecida en Flandes con licencia del gobierno
hispano, estuvo particularmente activa en esa campaña. El poder económico judío
trabajaba coordinadamente con el calvinismo, en el terreno religioso, y con el
liberalismo en el terreno político.
Esa
alianza de fuerzas anhelaba derribar el Imperio de la España católica. Un
intento en grande escala con este objeto fue realizado aprovechando el momento
en que un levantamiento de moros puso a Felipe II en apurada situación. Durante
esa crisis el médico judío Salomón Ben Natchan Ashkenazy (uno de los
principales jefes del movimiento judío internacional de aquella época) era
médico del sultán Salim el Tonto, jefe de los turcos, ejercía gran influencia
sobre él y lo persuadió de que podía vencer a España porque 70,000 moros,
decía, se rebelarían en la Península Ibérica y los bereberes cruzarían de nuevo
el Estrecho de Gibraltar, como en el siglo octavo, para dominar a los
españoles.
José
Nasi, el magnate del trust de las especias, ya radicado en Turquía y con
agentes suyos infiltrados en el régimen, también presionaba a los turcos para
que atacaran a España y acabó por lograrlo. (En Turquía se habían asilado
recientemente veintenas de miles de sefardíes y ya ejercían influencia
económica y política).
Batalla de Lepanto |
La
flota de Salim se lanzó entusiastamente a la conquista de España, pero fue
vencida en 1571 en el Estrecho de Lepanto por la flota española de don Juan de
Austria. El golpe desde el exterior había sido conjurado por estrecho margen…(4)
Refiriéndose
al movimiento encabezado por Salomón Ben Natchan y a otros de menores vuelos,
el historiador judío Graetz dice con un dejo de satisfacción: “Los Gabinetes
Cristianos no sospechaban que el curso de los acontecimientos, que los obligaba
a estar en una u otra posición, estaban dirigidos por mano judía”.
Sin
embargo, la acción represiva española frustró el asalto externo e interno
contra España, la cual se libró de que en su suelo estallaran las guerras religiosas
que conmovieron a Francia, Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, donde una
minoría bien organizada, y en parte secreta, desquiciaba y arrastraba a una
mayoría católica, pero falta de cohesión política. Fue Felipe II, con el
auxilio de la Inquisición, quien impidió que España cayera arrollada por su
antiguo enemigo, y con ello frenó también en el resto de Europa el avance del
movimiento político judío que pugnaba por extenderse a la sombra de la lucha
religiosa.
______________________________
(1) La sutileza con que
algunos políticos hebreos se fingían conversos para continuar la subversión
contra Estado e Iglesia, fue revelada por dos judíos sinceramente conversos,
Fray Alonso de Espina, en “Fortalicium
Fidei”, y Pedro de la Caballería, en “Celus
Christi”.
(2) “El Judío en el Misterio de la Historia”.
–Pbro. Julio Meinvielle.
(3) En 1631 el Sínodo
judío reunido en Polonia ordenó que estas enseñanzas acerca del cristianismo
fueran omitidas del Talmud para evitar represalias y que sólo se transmitieran
verbalmente por los rabinos. (“El Judío
en el Misterio de la Historia”, P. Julio Meinvielle).
(4) Allí fue herido
Cervantes, quien poco después escribió El Quijote. (Nota de Blog: cabe resaltar que Cervantes fue rescatado gracias a
la orden Mercedaria, en la que los miembros se ofrecían a sí mismos para ser
trocados por prisioneros de guerra cristianos).
Fuente: Salvador Borrego E. "América Peligra. 600
Años de Azarosa Historia de 1419 a 2010". 24a. Edición
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