EL TEMOR
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Lo que
proviene de Dios comienza con un temor saludable y acaba tranquilizando nuestro
espíritu.
Ignorar
si ante Dios sois dignas de amor o de odio es una pena, no un castigo, pues
nadie teme ser indigno cuando realmente desea serlo y ya lo es. Por otra parte,
tal incertidumbre nos viene de Dios para que no nos enorgullezcamos y seamos cautos
de cara a la eternidad. A vosotras, especialmente, os las envía el Señor para
que en el dolor encontréis la Cruz y los méritos consiguientes. Si confiaseis
en vosotros mismas y siempre en la predilección divina, no continuaríais
sufriendo. ¿Qué pena y qué mérito cabría ya en vuestras almas con tal
persuasión?
Incluso
lo dolores más crueles se volverían rosas. A vosotras os debe reconfortar la
autoridad del que os dirige: No os interese ver claro por vosotras mismas. No
es necesario. Basta que vea claro el que os dirige y cuida de vuestras almas.
Ateneos
a lo que Él os dice. No hay más que creer doblegando nuestro espíritu. También
los mártires creían sufriendo. El Credo más hermoso es el que florece en
vuestros labios en los momentos más negros, más sacrificados, más dolorosos.
El
amor y el temor tienen que ir juntos. Son inseparables. El temor sin amor
degenera en violencia. El amor sin temor, en presunción. El amor sin temor
corre como caballo desbocado. No sabe a dónde se dirige.
No
debemos confundir nuestra indignidad potencial, lo que seríamos y en lo que
podríamos caer sin asistirnos la gracia, con nuestra indignidad actual. Nuestra
indignidad potencial nos hace criaturas amables a los ojos de Dios. La actual,
desde el momento que es el reflejo de la iniquidad presente actualmente en el
alma, en la conciencia, nos hace reprobables. En las tinieblas que
frecuentemente os envuelven, las confundís y, conociendo lo que podríais ser,
teméis lo que, en vuestro caso, no pasa de ser una mera posibilidad.
SAN PADRE PÍO. ¡RUEGA POR NOSOTROS! |
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