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sábado, 17 de septiembre de 2011

EL PADRE PÍO NOS HABLA DE....


DIOS – CARIDAD – AMOR – GRACIA – PROVIDENCIA


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La clave de la perfección es el amor. Quien vive de amor, vive en Dios, pues Dios es amor, como dice el Apóstol.
No amar es como herir a Dios en la pupila de Su Ojo.
¿Hay algo más delicado que la pupila?
Carecer de caridad es como faltar contra la naturaleza.
El que carece de amor hiere a Dios en lo más delicado de su Ser.
El amor que no se basa en la verdad y la justicia, no es amor.
La Bondad Divina no sólo no rechaza a los arrepentidos, sino que busca incluso a los obstinados.
El Corazón de Nuestro Divino Maestro no conoce otra ley que la de la dulzura, de la humildad y del amor…
Confiad en la Divina Providencia. Estad seguros de que antes pasarán, creedme, el cielo y la tierra, que os falte la protección del Señor.
La caridad es la reina de las virtudes. Como las perlas de un collar están engarzadas por un hilo, así las demás virtudes por la caridad. Si se rompe el hilo, las perlas se dispersan; lo mismo le sucede a las virtudes, si falta la caridad.
La beneficencia, de cualquier parte que provenga, siempre es hija de la misma madre: de la Providencia.
¿Somos capaces de un solo deseo santo sin la gracia? No, ciertamente. Nos lo enseña la fe.
Si un alma no tuviera más que anhelos de amar a Dios, podría estar satisfecha, pues Dios está donde se le desea, donde se le anhela.
Sé que nadie puede amar dignamente a Dios, pero cuando alguien se esfuerza al máximo y confía en la Divina Misericordia, ¿por qué va a rechazarlo el Señor? ¿No nos ha mandado Él amar a Dios como mejor podamos? Si le habéis entregado y consagrado todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Tal vez por no poder amarlo más? ¡Jesús no pide cosas imposibles! Por otra parte, decidle al Buen Dios que supla Él lo que os falta y sin duda lo complaceréis. Decid a Jesús: ¿quieres que te amemos más intensamente? No podemos más. ¡Dadnos más amor y te amaremos! No dudéis, Jesús aceptará vuestra propuesta, tranquilizaos.
Andas excesivamente preocupado en la búsqueda del Sumo Bien: verdaderamente lo tienes dentro de ti y te tiene extendido en la desnuda Cruz, alentándote, para que puedas resistir el inaguantable martirio e, incluso, para que ames amargamente el amor.
Todas las desgracias son hijas de la culpa. El hombre traicionó a Dios… pero la misericordia de Dios es grande… un solo acto de amor a Dios tiene tanto valor ante Sus ojos, que de muy buena gana lo recompensaría con el don de la creación…
El amor no es más que una chispa de Dios en los hombres… la esencia misma de Dios personificada en el Espíritu Santo… Nosotros, pobres mortales, deberíamos entregarnos a Dios con toda la capacidad de nuestro amor… Nuestro amor, para ser digno de Dios, tendría que ser infinito, pero sólo Dios es infinito…
No obstante, tenemos que amar con todas nuestras energías; así, un día, el Señor podrá decirnos: Tuve sed y me diste de beber; hambre y me diste de comer, sufría y tú me consolaste…
Dios puede rechazar absolutamente todo de una criatura concebida en pecado y marcada con la huella imborrable de la herencia de Adán, pero nunca rechazará el deseo sincero de amarlo.
La humildad y la caridad son compañeras inseparables. La una glorifica, la otra santifica.
La humildad y la caridad son las piedras maestras, todas las demás virtudes dependen de ellas: la una es la más alta, la otra la más baja. La duración de un edificio depende de sus cimientos y de su tejado. Si practicamos la humildad y la caridad, no se nos hará cuesta arriba el ejercicio de las demás virtudes. Estas son las madres de todas las virtudes. Estas siguen a aquellas como los pollitos a sus madres.
Repítele continuamente también tú al dulcísimo Jesús: quiero vivir muriendo para que de la muerte surja la vida que ya no muere, y la vida resucite a los muertos.
Si Dios te reserva los sufrimientos de Su Hijo y quiere hacerte experimentar tu debilidad, humíllate ante Él y no te desanimes. Dirígete a Él, incluso cuando caigas por debilidad, con plegarias de resignación y de esperanza. Agradécele los beneficios con que te enriquece.
Besa con afecto y frecuentemente a Jesús, así repararás el sacrílego beso de Judas, el apóstol traidor.
Tratad de progresar constantemente en la caridad. Ensanchad vuestro corazón confiadamente ante los carismas divinos que el Espíritu Santo quiera volcar en él…
Si queremos cosechar, no es tan necesario sembrar mucho como sembrar en tierra buena y, cuando esta semilla crezca y se planta, debemos tener cuidado para que no la sofoque la cizaña.
¿Es que no has amado desde hace tiempo al Señor? ¿Es que no lo amas todavía? ¿Es que no deseas amarlo eternamente?
No te asustes, pues.
                Aunque hayas cometido todos los pecados del mundo, Jesús te repite: se te perdonarán muchos pecados porque has amado mucho.
Sufres, es verdad, pero resignadamente, y no temas, pues Dios está contigo. Tú no lo ofendes, lo amas. Sufres, pero convéncete que también Jesús sufre contigo y por ti.
Jesús, cuando tú huías, no te abandonó. Menos aún te abandonará ahora que deseas amarlo.
La humildad y la pureza de vida son alas que nos elevan a Dios, casi nos divinizan.
Acuérdate: está más cerca de Dios el malhechor que se avergüenza de sus fechorías, que el hombre honesto que se avergüenza de hacer el bien.
Sé siempre prudente y ama.
La prudencia tiene ojos, el amor piernas.
El amor, al tener piernas, quisiera correr hacia Dios, pero la fuerza que lo empuja hacia Él es ciega, podría tropezar a menudo si no lo guiara la prudencia que tiene ojos.
Viendo la prudencia que el amor necesita ser guiado, ella le presta los ojos.
De esta manera el amor se contiene y, guiado por la prudencia, obra como debe y no a su antojo.
Es humildad suma no sólo reconocer nuestra abyección, sino amarla.
He preferido, dice el Profeta, ser abyecto en la casa de Dios antes que habitar en las mansiones de los pecadores.
La charlatanería nunca está limpia de pecado.
Hay que saber confiar: existe un temor de Dios y un temor de Judas.
El excesivo temor nos hace obrar sin amor. La excesiva confianza nos ciega ante el peligro que tenemos que superar.
Ni uno ni otra. Los dos juntos como hermanos.
Es necesario que sea así. Si caemos en la cuenta de que tememos excesivamente, recurramos a la confianza. Si confiamos también demasiado, recurramos al temor, pues el amor tiende hacia el objeto amado, pero cuando va hacia él, va ciego y necesita de la luz del temor.
Nadie es juez en causa propia.
¡La esperanza en Su inagotable misericordia nos sostenga en la conjura de pasiones y adversidades! Acerquémonos confiados al tribunal de la penitencia donde El, como Padre, nos espera siempre.
Consciente de nuestra insolvencia, no dudemos del perdón que solemnemente se nos otorga. Pongamos sobre nuestros pecados una lápida, como la ha puesto el Señor.
Las puertas del Paraíso están abiertas para todos. Acuérdate de María de Magdala.
La misericordia del Señor, hijo mío, supera infinitamente su malicia.
Falsa es la religión de quien dice amar a Dios y no controla su lengua.
Dios no realiza milagros donde no hay fe.
Despertemos, pues la dejadez lo destruye todo, realmente destruye todo.
Debemos, ciertamente, amar la soledad, pero amemos al prójimo.
Servimos a Dios solamente cuando lo servimos como quiere ser servido.
Nuestro anhelo: amar a Dios. Contento Él, todos felices.
¡El gozo del Divino Espíritu inunde vuestros corazones y el de todos aquellos que quieren ser fieles a Su Gracia!
Estad tranquilas, pues el amor habita en vuestros corazones. Si anheláis todavía más amor, hasta llegar a poseer el amor perfecto, esto significa que no podemos pararnos en el camino del amor y de la perfección. Bien sabéis que el amor perfecto lo tendréis poseyendo el Objeto de este amor; ¿a qué, entonces, tantas preocupaciones y desalientos inútiles? Llenas de confianza, suspirad confiadamente y no temáis.

Padre Pío. ¡RUEGA POR NOSOTROS!

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