DIOS – CARIDAD – AMOR – GRACIA – PROVIDENCIA
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La clave de la
perfección es el amor. Quien vive de amor, vive en Dios, pues Dios es amor,
como dice el Apóstol.
No amar es como
herir a Dios en la pupila de Su Ojo.
¿Hay algo más
delicado que la pupila?
Carecer de
caridad es como faltar contra la naturaleza.
El que carece
de amor hiere a Dios en lo más delicado de su Ser.
El amor que no
se basa en la verdad y la justicia, no es amor.
La Bondad
Divina no sólo no rechaza a los arrepentidos, sino que busca incluso a los
obstinados.
El Corazón de
Nuestro Divino Maestro no conoce otra ley que la de la dulzura, de la humildad
y del amor…
Confiad en la
Divina Providencia. Estad seguros de que antes pasarán, creedme, el cielo y la
tierra, que os falte la protección del Señor.
La caridad es
la reina de las virtudes. Como las perlas de un collar están engarzadas por un
hilo, así las demás virtudes por la caridad. Si se rompe el hilo, las perlas se
dispersan; lo mismo le sucede a las virtudes, si falta la caridad.
La
beneficencia, de cualquier parte que provenga, siempre es hija de la misma
madre: de la Providencia.
¿Somos capaces
de un solo deseo santo sin la gracia? No, ciertamente. Nos lo enseña la fe.
Si un alma no
tuviera más que anhelos de amar a Dios, podría estar satisfecha, pues Dios está
donde se le desea, donde se le anhela.
Sé que nadie
puede amar dignamente a Dios, pero cuando alguien se esfuerza al máximo y
confía en la Divina Misericordia, ¿por qué va a rechazarlo el Señor? ¿No nos ha
mandado Él amar a Dios como mejor podamos? Si le habéis entregado y consagrado
todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Tal vez por no poder amarlo más? ¡Jesús no pide
cosas imposibles! Por otra parte, decidle al Buen Dios que supla Él lo que os
falta y sin duda lo complaceréis. Decid a Jesús: ¿quieres que te amemos más
intensamente? No podemos más. ¡Dadnos más amor y te amaremos! No dudéis, Jesús
aceptará vuestra propuesta, tranquilizaos.
Andas
excesivamente preocupado en la búsqueda del Sumo Bien: verdaderamente lo tienes
dentro de ti y te tiene extendido en la desnuda Cruz, alentándote, para que
puedas resistir el inaguantable martirio e, incluso, para que ames amargamente
el amor.
Todas las
desgracias son hijas de la culpa. El hombre traicionó a Dios… pero la
misericordia de Dios es grande… un solo acto de amor a Dios tiene tanto valor
ante Sus ojos, que de muy buena gana lo recompensaría con el don de la creación…
El amor no es
más que una chispa de Dios en los hombres… la esencia misma de Dios personificada
en el Espíritu Santo… Nosotros, pobres mortales, deberíamos entregarnos a Dios
con toda la capacidad de nuestro amor… Nuestro amor, para ser digno de Dios,
tendría que ser infinito, pero sólo Dios es infinito…
No obstante,
tenemos que amar con todas nuestras energías; así, un día, el Señor podrá
decirnos: Tuve sed y me diste de beber; hambre y me diste de comer, sufría y tú
me consolaste…
Dios puede
rechazar absolutamente todo de una criatura concebida en pecado y marcada con
la huella imborrable de la herencia de Adán, pero nunca rechazará el deseo
sincero de amarlo.
La humildad y
la caridad son compañeras inseparables. La una glorifica, la otra santifica.
La humildad y
la caridad son las piedras maestras, todas las demás virtudes dependen de
ellas: la una es la más alta, la otra la más baja. La duración de un edificio
depende de sus cimientos y de su tejado. Si practicamos la humildad y la
caridad, no se nos hará cuesta arriba el ejercicio de las demás virtudes. Estas
son las madres de todas las virtudes. Estas siguen a aquellas como los pollitos
a sus madres.
Repítele
continuamente también tú al dulcísimo Jesús: quiero vivir muriendo para que de
la muerte surja la vida que ya no muere, y la vida resucite a los muertos.
Si Dios te
reserva los sufrimientos de Su Hijo y quiere hacerte experimentar tu debilidad,
humíllate ante Él y no te desanimes. Dirígete a Él, incluso cuando caigas por
debilidad, con plegarias de resignación y de esperanza. Agradécele los
beneficios con que te enriquece.
Besa con
afecto y frecuentemente a Jesús, así repararás el sacrílego beso de Judas, el
apóstol traidor.
Tratad de
progresar constantemente en la caridad. Ensanchad vuestro corazón confiadamente
ante los carismas divinos que el Espíritu Santo quiera volcar en él…
Si queremos
cosechar, no es tan necesario sembrar mucho como sembrar en tierra buena y,
cuando esta semilla crezca y se planta, debemos tener cuidado para que no la
sofoque la cizaña.
¿Es que no has
amado desde hace tiempo al Señor? ¿Es que no lo amas todavía? ¿Es que no deseas
amarlo eternamente?
No te asustes,
pues.
Aunque hayas cometido todos los
pecados del mundo, Jesús te repite: se te perdonarán muchos pecados porque has
amado mucho.
Sufres, es
verdad, pero resignadamente, y no temas, pues Dios está contigo. Tú no lo
ofendes, lo amas. Sufres, pero convéncete que también Jesús sufre contigo y por
ti.
Jesús, cuando
tú huías, no te abandonó. Menos aún te abandonará ahora que deseas amarlo.
La humildad y
la pureza de vida son alas que nos elevan a Dios, casi nos divinizan.
Acuérdate:
está más cerca de Dios el malhechor que se avergüenza de sus fechorías, que el
hombre honesto que se avergüenza de hacer el bien.
Sé siempre
prudente y ama.
La prudencia
tiene ojos, el amor piernas.
El amor, al
tener piernas, quisiera correr hacia Dios, pero la fuerza que lo empuja hacia
Él es ciega, podría tropezar a menudo si no lo guiara la prudencia que tiene
ojos.
Viendo la
prudencia que el amor necesita ser guiado, ella le presta los ojos.
De esta manera
el amor se contiene y, guiado por la prudencia, obra como debe y no a su
antojo.
Es humildad
suma no sólo reconocer nuestra abyección, sino amarla.
He preferido,
dice el Profeta, ser abyecto en la casa de Dios antes que habitar en las
mansiones de los pecadores.
La
charlatanería nunca está limpia de pecado.
Hay que saber
confiar: existe un temor de Dios y un temor de Judas.
El excesivo
temor nos hace obrar sin amor. La excesiva confianza nos ciega ante el peligro
que tenemos que superar.
Ni uno ni
otra. Los dos juntos como hermanos.
Es necesario
que sea así. Si caemos en la cuenta de que tememos excesivamente, recurramos a
la confianza. Si confiamos también demasiado, recurramos al temor, pues el amor
tiende hacia el objeto amado, pero cuando va hacia él, va ciego y necesita de
la luz del temor.
Nadie es juez
en causa propia.
¡La esperanza
en Su inagotable misericordia nos sostenga en la conjura de pasiones y
adversidades! Acerquémonos confiados al tribunal de la penitencia donde El, como
Padre, nos espera siempre.
Consciente de
nuestra insolvencia, no dudemos del perdón que solemnemente se nos otorga.
Pongamos sobre nuestros pecados una lápida, como la ha puesto el Señor.
Las puertas
del Paraíso están abiertas para todos. Acuérdate de María de Magdala.
La
misericordia del Señor, hijo mío, supera infinitamente su malicia.
Falsa es la
religión de quien dice amar a Dios y no controla su lengua.
Dios no
realiza milagros donde no hay fe.
Despertemos,
pues la dejadez lo destruye todo, realmente destruye todo.
Debemos,
ciertamente, amar la soledad, pero amemos al prójimo.
Servimos a
Dios solamente cuando lo servimos como quiere ser servido.
Nuestro
anhelo: amar a Dios. Contento Él, todos felices.
¡El gozo del
Divino Espíritu inunde vuestros corazones y el de todos aquellos que quieren
ser fieles a Su Gracia!
Estad
tranquilas, pues el amor habita en vuestros corazones. Si anheláis todavía más
amor, hasta llegar a poseer el amor perfecto, esto significa que no podemos
pararnos en el camino del amor y de la perfección. Bien sabéis que el amor
perfecto lo tendréis poseyendo el Objeto de este amor; ¿a qué, entonces, tantas
preocupaciones y desalientos inútiles? Llenas de confianza, suspirad
confiadamente y no temáis.
Padre Pío. ¡RUEGA POR NOSOTROS! |
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