Sábado Santo
Los hombres se pasan la vida pensando en lo que harán cuando se vayan a morir y en cómo dejar claras sus últimas voluntades… Y para ello, hacen su testamento aún en plena salud, por temor a que los dolores mortales les impidan manifestar sus intenciones. Pero Nuestro Señor sabía que ÉI conservaba su vida y la entregaría cuando quisiera y dejó su testamento para la hora de la muerte.
EI Salvador no quiso dejarnos su testamento hasta la Cruz, un poco antes de morir y allí, antes que nada, lo selló. Su sello no es otro sino ÉI mismo, como había hecho decir a Salomón, hablando por medio de él a un alma devota: “Ponme como un sello sobre tu corazón”.
ÉI aplicó su sello sagrado cuando instituyó el Santísimo y adorabilísimo Sacramento del Altar.
Después hizo su testamento, manifestando sus últimas voluntades sobre la cruz, un poco antes de morir, haciendo a cada hombre coheredero suyo.
Su testamento son las divinas palabras que pronunció sobre la cruz. Me voy a fijar en dos: dice el buen ladrón:”Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”; a lo que Jesús responde: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Palabra de gran consuelo, porque lo que ha hecho su Bondad por el buen ladrón, lo hará por todos sus otros hijos de la Cruz, que son los cristianos.
Dichosos hijos de la Cruz, pues tenéis la seguridad de que os vais a arrepentir; tenéis la seguridad de que será vuestro Redentor y de que os va a dar la gloria.
Mirando a su Madre de pie, junto a la Cruz, con el discípulo amado, le dijo: “Mujer, he ahí a tu hijo” y puso en su corazón… ¿qué clase de amor? el amor materno.
Y María acepto por suyos a todos los hijos de la Cruz y se convirtió en Madre nuestra.
Sermón de San Francisco de Sales. Viernes Santo de 1620.
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