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miércoles, 25 de enero de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS

MILAGROSAS HUELLAS
Año 940, Praga, Bohemia




San Wenceslao, duque de Bohemia, tenía una singular devoción al augusto Sacramento de Altar. Ella le hacía reverenciar a los sacerdotes, anticipándose a ellos con señales de honor y diferencia, favorecía les cuanto podía y en el tiempo de la Misa se creía muy honrado en poderles servir de su propia mano todo lo necesario para el Santo Sacrificio.

El intenso amor que profesaba a Jesús Sacramentado, en donde más se manifestó fue en las frecuentes visitas que, ya de día, ya de noche, hacía en los templos para adorarle. Caso que el templo estuviese cerrado, se arrodillaba junto a la puerta y allí permanecía estático en oración, y si la distancia o escasez del tiempo  no se lo permitían acercarse a él, de lejos dirigía su vista hace el Tabernáculo, para ofrecer vasallaje a Dios, oculto en la Sagrada Eucaristía.

Un día nevaba copiosamente, y yendo el Santo con los pies desnudos para visitar al Santísimo Sacramento en las iglesias, el criado que le acompañaba se iba quejando del frío excesivo que sentía.  “Pon, le dijo Wenceslao, tus pies sobre las huellas de los míos.” El acompañante así lo hizo, y apenas dio algunos pasos, comenzó a sentir que del hielo pisado por el Santo rey, salía un suave calor, que maravillosamente confortaba.

Este prodigio hizo entender al criado cuánto agradaban al Señor las visitas que Wenceslao le hacía en el Santísimo Sacramento.

(Lorenzó Surio, Vida de San Wenceslao, a 28 de sepbre.)

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