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miércoles, 21 de diciembre de 2011

PENSAMIENTOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ

NEGATIO
III


De la manera que  pararían los rasgos de un tizne a un rostro muy hermoso y acabado, de esa misma manera afean y ensucian los apetitos desordenados del alma que los tiene, la cual en si es una hermosísima acabada imagen de Dios.

El que tocare a la pez, dice el Espíritu Santo, ensuciarse ha de ella; entonces toca uno la pez, cuando en alguna criatura cumple el apetito de su voluntad.

Si hubiésemos de hablar de propósito de la fea y sucia figura que pueden poner los apetitos del alma, no hallaríamos cosa, por llena de telarañas y sabandijas que esté, ni fealdad a que la pudiésemos comparar.

Los apetitos son como los renuevos que nacen en derredor del árbol y le quitan virtud para que no lleve tanto fruto.

No hay mal humor que tan pesado ponga a un enfermo para caminar, ni tan lleno de hastío para comer, cuando el apetito de criaturas hace al alma pesada y triste para seguir la virtud.

Muchas almas  no tienen ganas de obrar virtudes, porque tienen apetitos no puros y fuera de Dios.

Como los hijuelos de la víbora, cuando van creciendo en el vientre, comen a la madre y la matan, quedándose ellos vivos a costa de  ella, así los apetitos no mortificados llegan a enflaquecer tanto, que matan al alma en Dios, y sólo lo que en ella vive son ellos, porque ella primero  no los mató.

El apetito y asimiento del alma tiene la propiedad que dicen que tiene la rémora con la nave, que con ser un pez  muy pequeño, si acierta a pegarse a la nave, la tiene tan quieta que no la deja caminar.

Al codicioso todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que esta asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se puede librar por poco tiempo de este lazo del pensamiento a que esta asido el corazón.

Es nuestra vana codicia de tal suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento, y es como la carcoma que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas  hace su oficio.

El principal cuidado que han de tener los maestros espirituales es mortificar a los discípulos  de cualquier apetito, haciéndolos quedar en vacío de lo que apetecían, por dejarlos libres de tanta miseria.

Así como es necesario a la tierra la labor para que lleve fruto, y sin ella no lleva sino malas yerbas, así es necesaria la mortificación de los apetitos para que haya pureza en el alma.

Eso que pretendes y lo que más deseas no lo hallarás por esa vía tuya, ni por la alta contemplación, sino en la mucha humildad y rendimiento de corazón.

No te canses, que no entrarás en el sabor y suavidad de espíritu sino te dieres a la mortificación de todo eso que  quieres.


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