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jueves, 17 de noviembre de 2011

LOS PADRES DE LA IGLESIA Y LA TELEVISION


Los Padres de la Iglesia y la Televisión



por el R.P. Abad Dom Fernando Rivas, O.S.B.

Indudablemente los Padres de la Iglesia no conocieron la televisión, sin embargo, como instrumento portador de imágenes que llegan al ojo del hombre y se introducen en su corazón, la televisión queda comprendida dentro de las reflexiones que estos profundos psicólogos nos dejaron acerca de la conducta humana. Por otra parte, de haber conocido la televisión seguramente se hubiesen ocupado del tema, pues lo hicieron con otros equivalentes de su época, como fueron el teatro y los espectáculos a que estaban acostumbrados los pueblos paganos de la época. Vamos a tratar de señalar algunas de esas reflexiones que se desprenden de sus escritos y que son de gran utilidad y actualidad. 

1. La "visión" como acto totalizante.
La primera observación es que todo lo que corresponde al mundo de la "visión" ocupa el primer rango dentro del conjunto de las experiencias sensibles que puede tener el hombre. Y por ello mismo la visión lleva a una experiencia que es totalizante, en cuanto que absorbe tras de sí todas las demás facultades del hombre, que quedan subyugadas y atraídas por lo que el ojo está viendo. Y en este sentido para los Padres de la Iglesia no sería ninguna novedad o sorpresa que alguien sufriera la imposibilidad de despegarse del televisor cuando éste ha sido encendido. Simplemente le dirían que reflexione, antes de encenderlo, si está en condiciones de hacerlo, es decir, si tiene algo en concreto de interés a que dirigirse, porque de lo contrario quedará atrapado por lo que aparezca, aunque no sea de su interés. Y, por otra parte, le aconsejarían que, como con todas las cosas que satisfacen los sentidos, es más fácil cortar una sensación cuando recién está comenzando que cuando ya ha crecido y atrapado la atención de sus potencias. La plena libertad la tiene antes de haber recibido los primeros estímulos e imágenes. Pero cuando ya ha pasado media hora recibiendo imágenes esa libertad está totalmente reducida y condicionada por la atracción ya desencadenada de los sentidos. 

Según los Padres de la Iglesia el hombre fue creado en un estado de 'contemplación', es decir, de "visión" de Dios y del mundo de lo divino. Después de la caída del hombre esa visión continuó, pero se encontró con que estaba dirigida a otras realidades, inferiores, pero que ocupan el lugar de aquello que se ha perdido. Y esta importancia del mundo de la visión queda confirmada con la obra redentora de Cristo ya que tiene por fin devolver al hombre al mundo de la contemplación de Dios, que se ha hecho visible en Jesús de Nazaret. De este modo todo lo que en el hombre puede ingresar por los ojos tiene de por sí la característica de atrapar en su totalidad, con todos sus sentidos y con toda su atención. El hombre fue hecho para la contemplación y todo lo que ocupe ese lugar tendrá, entonces, la característica de llenar la facultad más alta del hombre. 

2. La "visión" del cuerpo y la "visión" del alma.
Lo dicho arriba corresponde, según los Padres de la Iglesia, a la visión como facultad integral del hombre. Pero, para ellos, el hombre fue creado en la unidad de su ser, donde las experiencias sensibles se corresponden con las espirituales. Y por eso la visión, que hoy se refiere exclusivamente a la capacidad de los ojos corporales, en los Padres de la Iglesia se refiere también a la visión que tienen los ojos del alma, y que ha sido dañada casi enceguecida, según el vocabulario de los evangelios, hasta el punto de no creer siquiera en la existencia de un ojo del alma. Toda la filosofía griega siempre revalidó esa visión del alma, aunque en un plano intelectivo. La inteligencia "lee" dentro (intus-legere) de las cosas. Y hasta el día de hoy, los filósofos consideran que el hombre es, ante todo, un "espectador" de las cosas. 

Sin embargo la filosofía, tratando de la visión del intelecto, no hizo referencia a su integración con la visión que tiene el cuerpo, como si fueran dos fenómenos distintos. 

Para los Padres, en cambio, la visión de los sentidos está ordenada a la visión del alma. Y, como todas las cosas dañadas por el pecado de Adán, para restaurar la visión del corazón es necesario un trabajo ascético que normalmente implica un "ayuno" de los sentidos: ayuno del estómago, ayuno de los ojos, ayuno de todos aquellos placeres que se imponen al hombre. Los autores del siglo de oro español hablan de un modo más cercano al vocabulario que estamos tratando: los sentidos deben pasar por una "noche", una oscuridad, donde no haya luz ni imágenes, para que se restauren los sentidos del alma, y entonces el hombre pueda "ver" más allá de las imágenes sensibles, la figura de Cristo presente en sus hermanos y la de Dios presente en todas las criaturas. Mientras no se dé ese trabajo ascético, los sentidos impondrán al alma lo puramente sensible y sólo verá en las cosas que contempla instrumentos para seguir satisfaciendo sus apetitos sensibles: en sus semejantes sólo verá sus cuerpos, y en las demás criaturas sólo contemplará una belleza efímera, que no dice nada más allá de lo que las apariencias presentan. 

San Agustín enseñaba cerca del año 400:

Cuando el alma se embellece y ordena a sí misma, haciéndose armoniosa y bella, ya puede contemplar a Dios, como la misma fuente de donde mana todo lo verdadero y como Padre de la misma verdad. ¡Oh gran Dios, cómo serán aquellos ojos! ¡Cuán sanos, bellos, fuertes, constantes; seremos bienaventurados!... Nada más diré sino que se nos promete la contemplación de la Belleza, por cuya imitación las cosas son bellas, por cuya comparación todas las demás cosas son deformes...[1]

La visión del alma tiene como característica la búsqueda de lo bello y sólo en él se sacia. No se trata de multiplicar esa experiencia en cantidad, sino en profundidad.

La visión del ojo del cuerpo, en cambio, es atraída por lo impactante, por el movimiento y el color. Sin embargo, nunca se sacia y por eso mismo se multiplica en cantidad. La publicidad televisiva sabe aprovechar estos recursos y trata de condensar en pocos segundos un conjunto de elementos -imagen, mensaje, invitación a la compra- que, si bien el hombre es capaz de soportar, sin embargo no es el modo más conveniente a la visión natural del hombre.

Para la educación de esa visión integral del hombre son más provechosos los medios naturales de contemplación, es decir, la naturaleza, la belleza de un paisaje, la inmensidad de la noche. Esa contemplación, como veremos más adelante, es la única que respeta al hombre y no lo enajena de sí. Le permite conservar su identidad, dejando que su respuesta sea libre y no forzada o semi-forzada como cuando se recurre a los mensajes subliminales.

Un ejemplo de esta visión integral es la que nos trasmite el salmo VIII al decir:

Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!... Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.... Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser el humano, para darle poder? (Sal 8,2-4)
La visión integral del hombre se caracteriza por ser contemplación de las cosas, por transparentar a Dios, y por integrar al hombre en ella, haciéndole tomar conciencia de su lugar y de su propio ser. La contemplación de la naturaleza es sanadora y reconstituyente de las facultades del hombre. La televisión y su publicidad busca acumular y condensar medios y mensajes que, tal como se ha hecho la experiencia hace poco tiempo, puede llegar incluso a enfermar y dañar las potencias del hombre.

3. La visión del ojo y el corazón.
Dentro del lenguaje bíblico que siguen los Padres de la Iglesia, los ojos son un reflejo del corazón. Hay una línea de conexión entre ellos que hace que lo que los ojos ven vaya directo al corazón del hombre y lo que el corazón siente dirija y oriente la mirada de los ojos. Para estos Padres tampoco sería una sorpresa ver a alguien llorando ante el espectáculo trágico de los protagonistas de una telenovela, o bien sentir una emoción profunda cuando sus ojos contemplan un paisaje jamás visto en un televisor color.

Y, en ese mismo sentido, el niño que durante la programación de Semana Santa ha visto una película de contenido religioso, como el "Moisés" o bien una "Vida de Cristo", va a estar impregnado en su sensibilidad de un clima religioso que nunca hubiese podido lograr el mejor predicador de niños.

El mundo de la visión se dirige directamente al corazón del televidente y sólo después lo deja en condiciones de elaborar lo que primeramente ha sentido.

Pero en esta doble direccionalidad ojos-corazón corazón-ojos los Padres, como profundos observadores del interior del hombre no veían en los objetos contemplados, o bien en los instrumentos que acercan el mundo a los ojos del hombre, como la televisión, ninguna maldad ni deshonestidad intrínseca. La maldad o impureza está primero en el corazón del hombre, y ese corazón impuro hace impúdica la mirada de los ojos, que salen a la búsqueda de lo que satisface su impureza.

Pero no por eso eran ingenuos para relegar el trabajo al puro interior del corazón, y por eso San Agustín escribía en su Regla para monjes que, ante cualquier síntoma de excitación por lo que ve, el monje baje su mirada y la mantenga fija en tierra, para que su corazón no se vea golpeado donde ya posee una herida. 

Bajar los ojos, no mirar, era una recomendación muy común de los Padres de la Iglesia, por lo que también hoy dirían, que ante ciertas programaciones lo mejor sería apagar el televisor. Este consejo no es otra cosa que lo que el mismo Cristo había dicho en el Sermón de la Montaña:

Habéis oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, Sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehenna. (Mt 5,27-29). Esta afirmación tan tajante de Cristo se debe a que, un poco antes, acababa de decir: Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos "verán" a Dios (Mt 5,8). El corazón puro ve cosas puras, y por ello ve a Dios en todas las cosas. Pero la tarea de purificar el corazón, según Juan Casiano, puede llevar toda una vida y es la meta final que tiene todo cristiano y todo monje que ingresa en un monasterio.[2]

Todo esto se traduce en una recomendación muy sencilla que darían estos Padres de la Iglesia a los hombres que están a punto de encender su televisor: ¿Qué estás buscando satisfacer encendiendo el televisor? ¡Trata de ver qué es lo que está latente en lo oculto de tu corazón cuando vas camino a encenderlo! Porque las intenciones del corazón no son fruto de lo que ve, sino que anteceden y condicionan lo que se ve. Ellos sabían que, por un misterio que se esconde en el primer libro de la Biblia, el Génesis, el hombre nace con una herida en su corazón por la cual es capaz de salir a la búsqueda de lo impuro aún antes de haberlo encontrado.


4. El poder de las imágenes.
Es cosa sabida que los Padres de la Iglesia usufructuaron las enseñanzas que le brindó la filosofía de su época, tanto griega como latina. Según sus estudios antropológicos, el hombre conoce las cosas gracias a la experiencia de sus sentidos, y mediante la capacidad de abstracción de la inteligencia obtiene el contenido intelectual que encierran los datos brindados por los sentidos.

Pero entre los sentidos y la inteligencia hay una facultad que hace de intermediaria: la imaginación. La imaginación oficia de puente entre los datos de los sentidos y la inteligencia. Es el punto de conexión de dos realidades muy distintas: una, los sentidos, que el hombre comparte con los animales, y otra, la inteligencia, poseída incluso por Dios. Esa realidad corpóreo-espiritual es lo que constituye la maravilla del ser humano, partícipe de dos mundos: el sensible y el espiritual.

Ahora bien, la imagen es la que hace que los datos recibidos por los sentidos puedan llegar a la inteligencia y, también, que los pensamientos de la inteligencia puedan influir en su sensibilidad. Cuando la inteligencia se propone influir sobre los sentidos del cuerpo debe hacerlo a través de una imagen con la cual éstos se sientan afines y tengan un lenguaje común de percepción. Del mismo modo, cuando los sentidos quieren influenciar sobre la inteligencia deben hacerlo a través de una imagen, de la cual ella abstrae las realidades inteligibles.

Estas disquisiciones filosóficas quieren decir, en concreto; que las imágenes que alguien recibe de un televisor son mucho más poderosas para llegar e implicar al hombre entero, que lo que pueda hacer un libro o un bello sermón. Lo que se lee en un libro debe ser elaborado, pasar por la imaginación y afectar a los sentidos y sentimientos. En cambio el televisor ahorra un paso al ofrecer la imagen en forma directa y, gracias a ella, afecta directamente a la sensibilidad y ésta impone su mensaje a la inteligencia que pasa a ocuparse de las cosas que le transmiten los sentidos. Por eso, los Padres de la Iglesia verían como lo más natural que un televidente se identifique con el protagonista de una película y experimente los mismos sentimientos que el protagonista tiene para con todos los que participan en sus aventuras: odio a los que quieren hacerle el mal y simpatía para los que lo ayudan a salir de sus aprietos. Las imágenes con movimiento penetran directamente en su sensibilidad, en sus sentimientos.

Además, es sabido para la medicina que las imágenes se graban en la memoria con un colorido y vivacidad tales que las convierten en un tesoro, o un lastre, que el hombre que las ha percibido seguirá reviviendo en las circunstancias más dispares de su vida, trayendo constantemente el recuerdo de dichas imágenes, y así reviviendo los sentimientos que ellos contienen. Esto, que nos sucede a todos, es más fácil de constatar en los niños, en quienes vuelven a aparecer de golpe por asociación, las imágenes que vieron en la televisión, y son transportados a un mundo de recuerdos y sensaciones como si las estuviesen viviendo en ese mismo momento.

Pero hay un elemento un poco más sutil en el poder de las imágenes. Ellas están más cerca de la realidad de los actos que las ideas. Son un paso adelante en el desencadenamiento de los actos humanos. Esto querría decir, para los Padres de la Iglesia, que la persona que contempla en la pantalla televisiva un crimen con características verdaderamente violentas está mucho más cerca de la realidad que el que lee simplemente en un libro, o bien de quien escucha un cuento. Y este acercamiento a la realidad significa que, a la hora de encontrarse en una situaci6n violenta, está mucho más preparado para reaccionar violentamente que aquel que no tuvo el estímulo de la imagen. Y eso se debe a que, gracias a las imágenes, ya participó, en cierto modo, en un crimen o en un hecho de violencia y lo mismo en todas las otras materias que se refieren a los actos humanos.

La ciencia psicológica de hoy ha confirmado lo que estos sabios hombres primitivos ya señalaban como algo fundamental en el plano del obrar humano: aquello que ha pasado por la imaginación está mucho más cerca de ser realizado que lo que sólo quedó en una lectura. En el mismo lenguaje de los sueños, la aparición de una imagen significa que el hombre está en camino de conseguir realizar efectivamente lo que comenzó a insinuarse en un "insignificante" sueño.

Por eso también ellos decían que sólo somos capaces de soñar las cosas que de algún modo hemos consentido o realizado. Lo que no hemos dejado entrar en el corazón no puede tampoco entrar en el mundo de las imágenes, estando despiertos o dormidos.

Por esto, los Padres de la Iglesia se asombrarían de que, una sociedad determinada, esté luchando contra el crimen con diversos métodos de represión y capacitación de fuerzas policiales, sin tener en cuenta la continua incitación al crimen que ofrecen las imágenes televisivas o cinematográficas. Éstas, como ya vimos, tienen una enorme capacidad para mover hacia el crimen o la violencia, acostumbrando a la sensibilidad a emociones fuertes que preparan e introducen al espectador en la realidad del crimen por esa vivencia anticipada que es una película.

Indudablemente las reacciones ante las diversas imágenes dependen del grado de cultura y formación ética y religiosa de una persona pero también es bien sabido para los Padres de la Iglesia que el combate de la virtud es mucho más fácil cuando todavía se mantiene en el plano de las ideas remotas que cuando ya avanzó hacia el plano de las imágenes, que desencadenan la sensibilidad y hacen mucho más cercano el acto concreto o bien su aparición en los sueños.

5. El zapping y la curiosidad
San Bernardo de Claraval, llamado "Último Padre de la Iglesia", hizo especial hincapié en señalar una actitud que veía en los hombres de su tiempo y que a simple vista parece no revestir mucha trascendencia: la curiosidad. Ella es la que hace e incita continuamente a los ojos a buscar cosas nuevas. Es un cierto libertinaje por el que los ojos responden con su movimiento a las múltiples pasiones que están rondando el corazón del hombre y nos parece que dentro de esta descripción entra el hoy llamado "zapping" de cuya gravedad, al igual que en la época de San Bernardo (siglo XII), los hombres no tienen la menor conciencia.

Veamos lo que dice:

El primer grado de soberbia es la curiosidad. Puedes detectarla a través de una serie de indicios. Si ves a un monje que gozaba ante ti de excelente reputación pero que ahora, en cualquier lugar donde se encuentra, en pie, andando o sentado, no hace más que mirar a todas partes, con la cabeza siempre alzada, aplicando los oídos a cualquier rumor, puedes colegir, por estos gestos del hombre exterior, que interiormente este hombre ha sufrido un cambio. El hombre perverso y malvado guiña el ojo, mueve los pies y señala con el dedo. Por este inhabitual movimiento del cuerpo puedes descubrir la incipiente enfermedad del alma. Y el alma que, por su dejadez, se va entorpeciendo para cuidar (incuria) de sí misma, se vuelve curiosa (curiosa) en los asuntos de los demás. Se desconoce a sí misma. [3]

San Bernardo está comentando el 12º grado de humildad de la Regla de san Benito referido precisamente a la actitud de los ojos del monje. Y por eso señala, como el primer grado de soberbia, el descuido de la actitud de los ojos.

Los ojos del hombre han sido hechos para que se mire a sí mismo y cuide de su alma. Eso significa "curiosidad": cuidar (curare). Se puede cuidar de sí mismo, o al contrario, vivir atento a las cosas de fuera, pasando con los ojos de una a otra, en un movimiento que nunca satisface, porque lo único que llena es la guarda de sí mismo. Por eso el curioso se desconoce, y cree conocer mucho de lo que está fuera de sí.

Si cuidas con suma atención de ti mismo, difícil será que pienses en cualquier otra cosa. ¡Curioso!, escucha a Salomón. Escucha, necio, al sabio: "Por encima de todo guarda tu corazón; y todos tus sentidos vigilarán para guardar aquello de donde brota la vida" (Prov 4,23). ¡Curioso!, ¿adónde vas cuando te alejas de ti?; ¿a quién te confías durante ese tiempo?; ¿cómo te atreves a levantar los ojos al cielo, tú que pecaste contra el cielo? Clava tus ojos en tierra para que te conozcas. La tierra te dará tu propia imagen; porque eres tierra y a la tierra has de volver. En efecto, los ojos del hombre fueron hechos para mirar, para captar imágenes. Pero la imagen más importante es la propia, la mirada vuelta sobre sí

Por eso el curioso se desconoce a sí mismo. Pero oigamos también las quejas de quienes refutan esta postura:

¿Es que no puedo levantar hacia donde quiera estos dos ojos que Dios ha dejado a mi libertad? El Apóstol responde: "Todo me está permitido, pero no todo me aprovecha" (1Cor 6, 12). No es pecado, pero es síntoma de pecado. Si tu alma se mantiene alerta, la curiosidad no encontrará momentos ociosos. Esto tampoco es pecado, pero te hace propenso a faltar. Es indicio del pecado que se ha cometido y causa del que se va a cometer. Estas palabras parecen suficientes para describir lo que hoy se señala como si fuese algo neutro, carente de causa y sin efectos, el "zapping".

El objeto de estas reflexiones ha sido presentar el pensamiento que los Padres de la Iglesia elaboraron hace muchos siglos acerca de la conducta humana, pero que no han perdido vigencia. Si alguien deduce, de estas consideraciones, que la televisión en sí misma es mala, habrá sacado una conclusión errónea que descarta el papel fundamental del corazón del hombre. La televisión es un instrumento creado por el hombre y es usada siguiendo intereses que brotan de los más profundo del corazón. Tratar de detenerse un momento y sondear cuáles son las motivaciones que llevan a encenderlo es el fin de estas reflexiones.



[1] AGUSTÍN DE HIPONA, De ordine 2, 19,51.
[2] JUAN CASIANO. Colaciones, I.
[3] SAN BERNARDO, Los grados de humildad y soberbia, 28-30.

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