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martes, 6 de diciembre de 2011

LA BELLEZA COMO TESTIMONIO DE LA EXISTENCIA DE DIOS...



Ver capitulo anterior, aquí

E.-  DESCRIPCIÓN SUBJETIVA DE LA BELLEZA

            Íntimamente ligado a la metafísica de la belleza se encuentra para el hombre el problema estético estrictamente tal o la psicología de lo bello: ¿con qué facultad y en qué condiciones subjetivas el hombre llega a posesionarse y a gozar de la belleza?

            «Se dice bello lo que visto deleita». La presencia de una cosa bella produce en el hombre un peculiar placer = es el efecto inmediato y propio de la Belleza.

            La escuela tradicional realista considera a este placer como perteneciente al apetito natural de la inteligencia.

            En efecto, la aprehensión de lo bello no puede consistir más que en un acto intelectual porque la inteligencia es la potencia activa que puede aprehender la forma substancial, causa determinante del ser de una cosa y en cuyo esplendor manifestativo estriba la Belleza.

            En la inteligencia hay una apetencia por su objeto. Como cualquier otra potencia, ella debe todo su ser al objeto que la especifica; toda ella está conmensurada por aquello con respecto de lo cual es pura aptitud adquisitiva.

            La visión de la forma por su esplendor causa un peculiar placer a la inteligencia; ella queda prendada ante la presencia de lo que siempre apetece. Hay entonces una posesión sabrosa por contemplación; y en ésto precisamente consiste el placer de lo bello: el resplandor de la esencia engendra gozo en la inteligencia.


            Recordemos lo que ya hemos citado de Santo Tomás: «Propio de la belleza es que en su vista o conocimiento se aquiete el apetito (...) La belleza añade a lo bueno cierto orden a la potencia cognoscitiva (...) Se llama bello aquello cuya misma aprehensión nos complace» (I-II, q. 27, a. 1,ad 3).


            Por la Belleza, la aprehensión que tenemos de un objeto, independientemente de aquello que nos enseña, es tan perfecta que, en cuanto aprehensión, no nos deja nada más a desear.

            Esto no significa que no tengamos nada más que aprender de la consideración de este objeto, sino que esta bella aprehensión nos satisface por ella misma y no deseamos nada más por el momento.

            Notemos que la verdadera Belleza está indisociablemente unida al conocimiento de la verdad; por lo tanto, no basta que una cosa guste para que sea bella. El mal puede gustar; es el drama de la humanidad después del pecado original.


            Por otra parte, el placer de lo bello no puede pertenecer, primo et per se, a la sensibilidad; y esto por cuatro razones:

a) Todo lo percibido principalmente por la sensibilidad es percibido por lo animales, los cuales no pueden percibir la belleza.

b) Cuando los artistas pretendieron crear belleza para los sentidos y el sensualismo, el arte aceleradamente la perdió y se fue emplazando en diversas fealdades y miserias.

            Es notorio cómo la sinfonía se empobrece de manera repentina con Schubert, y lo mismo la música en general con el grosero materialismo de Wagner. Igualmente la poesía se desorganiza con la inspiración y la técnica sensorial de Víctor Hugo. La caída más notable es en las artes plásticas; en cuanto el Renacimiento les da una especificación sensual, se rompe la corriente del gran arte.

c) La Belleza consiste en la presencia del principio que otorga el ser fundamental a una cosa, el cual es inteligible, no sensible.

d) El orden resuelto en armonía es propiedad que no falta nunca al esplendor de la forma, y todo orden es percibido por la inteligencia y no por los sentidos.


            El inconveniente con que se tropieza en la aprehensión de lo bello es que se produce en lo concreto, lo cual, para el hombre, es lo sensible. Por esta razón, con mucha frecuencia se salta de lo bello a lo codiciable.

            Cuando se trata de la Verdad, el entendimiento encuentra el objeto que le es propio en las cosas sensibles, mas se aleja (abstrae) de esta para captar la esencia y sus propiedades en ella misma.

            Cuando se trata de la Belleza, el entendimiento no se aparta de las cosas sensibles, pues la quiere gustar en cuanto existente, real; como presencia, visión.

            De esta manera se aproximan y se dan en un mismo campo material, dos objetos muy distintos: el del entendimiento y el de los sentidos y apetitos sensibles.

            Con facilidad la atención deja el vuelo que tiene en la luz de la belleza, para detenerse en el brillo efímero de los accidentes sensibles (aspecto, sabor, contacto), manifestativo de lo que las cosas y la carne tienen de codiciable para el apetito animal.

            Dicho traspaso se llama sensualismo: apreciación equívoca y entremezclada de ambos valores. La Belleza no es una cualidad de la carne, sino un trascendental intangible, el cual se alcanza y posee por la contemplación.

            El Romanticismo, exaltando de manera incondicionada cuanta pasión existe, aleja al arte de la Verdad. El Romanticismo engendra la ilusión, esto es, atribuir Belleza a los objetos de las pasiones.

            La Belleza a que tiende el arte produce una delectación, pero es la alta delectación del espíritu, que es precisamente todo lo contrario de lo que se llama el placer. Si el arte tratase de gustar traicionaría y se haría mentiroso.

            Asimismo, el arte tiene por efecto producir emoción; pero si apunta a la emoción, al fenómeno afectivo, a remover las pasiones, el arte se adultera, y tenemos ahí otro elemento de mentira que penetra en él.


            Finalmente, el placer de lo bello tampoco pertenece a la voluntad, porque el bien, objeto único de la voluntad, se distingue de la Belleza. Es manifiesto que podemos admirar como bellas cosas que, bajo la razón de bien, la voluntad rechaza como hostiles o nocivas a nuestra naturaleza, como una serpiente de coral.

            Sin embargo, la Belleza no es una especie de verdad, sino una especie de bien: la percepción de la belleza se vincula al conocimiento, pero para añadírsele; tal percepción no es tanto una especie de conocimiento, cuanto una especie de delectación. Lo bello es esencialmente deleitable; por lo cual, por su misma naturaleza y en tanto que bello, mueve el deseo y produce amor, mientras que la verdad como tal no hace otra cosa que iluminar.

            Por lo tanto, es preciso hacer notar que para lo bello hay dos maneras de relacionarse con el apetito: ya sea como subsumido bajo la razón propia de bien (amamos y deseamos una cosa porque es bella); ya sea a título de bien especial que deleita la facultad apetitiva en la facultad de conocer y porque satisface su deseo natural (decimos que una cosa es bella porque su vista nos agrada). Desde el primer punto de vista, lo bello coincide sólo materialmente con el bien; desde el segundo, al contrario, pertenece a su noción misma ser el bien especial en cuestión: es esencial a lo bello procurar ese bien especial que es la deleitación en el conocer.

            De suerte que la Belleza, al par que enfrenta directamente a la facultad de conocer, interesa indirectamente, por su esencia misma, la facultad apetitiva.




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