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lunes, 24 de diciembre de 2012

NAVIDAD: MISA DE LA AURORA


MISA DE LA AURORA



Es hora de ofrecer el segundo sacrificio, la Misa de la Aurora.
La Santa Iglesia ha glorificado por la primera Misa el Nacimiento temporal del Verbo, según la carne.
En este momento, honrará un segundo Nacimiento del mismo Hijo de Dios, nacido de la gracia y misericordia, en los corazones de los fieles cristianos.
He aquí, en este mismo momento, invitados por los Santos Ángeles los pastores vienen a toda prisa a Belén; se agolpan en el establo, demasiado estrecho para contener la multitud.
Dóciles a la advertencia del Cielo, llegaron a conocer al Salvador, nacido para ellos. Y encontraron todas las cosas tal como los Ángeles se las habían anunciado.
¿Quién podrá describir la alegría de sus corazones, la simplicidad de su fe, la profundidad de su esperanza?
No se sorprenden de encontrar oculto por tal pobreza al que su nacimiento conmueve a los mismos Ángeles. Sus corazones han comprendido todo; adoran y aman a este Niño. Ya son cristianos.
¿Qué pasa en el corazón de estos hombres? Jesucristo nació en él; allí vive ahora por fe, la esperanza y la caridad.
Por lo tanto, llamemos a nuestro turno al divino Niño a nuestra alma; hagámosle lugar y que nada cierre la entrada de nuestros corazones.
Es para nosotros también que hablan los Ángeles, es para nosotros que anuncian la Buena Noticia; el beneficio no debe detenerse en los únicos habitantes de las campañas de Bethlehem.
Con el fin de honrar el misterio de la silenciosa venida del Salvador en las almas, el sacerdote va a presentar por segunda vez el Cordero sin mancha al Padre celestial que le envió.
Que nuestros ojos estén fijos sobre el Altar, como los pastores en el pesebre; busquemos como ellos al Niño recién nacido envuelto en pañales.
Al entrar en el establo, no conocían aún a Aquél que iban a ver; pero sus corazones estaban dispuestos.
De repente lo perciben, y sus ojos se detienen en este Sol divino. Jesús, desde el fondo del pesebre, les envía una mirada de amor; ellos se iluminan y encienden, y el día se abre en sus corazones.
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Hemos llegado a esta aurora bendita; ha aparecido el divino Oriente que esperábamos. Y no debe ocultarse más en nuestras vidas, porque hemos de temer por sobre todas las cosas la noche del pecado, de la cual nos libera.
Somos hijos de la luz e hijos del día; debemos desconocer el sueño de la muerte; hemos de velar siempre, recordando que los pastores velaban cuando el Ángel habló con ellos y el cielo se abrió para ellos.
Todos los textos de la Misa de la Aurora nos hablan del esplendor del Sol de Justicia. Degustemos esas citas como cautivos, durante mucho tiempo encerrados en una prisión oscura, a quienes una suave luz llega para devolverles la vista.
Resplandece en el pesebre el Dios de la luz. Sus rayos divinos embellecen todavía más los rasgos augustos de la Virgen Madre, que lo contempla con tanto amor; el venerable rostro de San José también recibe un nuevo resplandor.
Pero estos rayos no se detienen en las estrechas paredes de la gruta; si ellos dejan en la oscuridad merecida a la ingrata Belén, se expanden por todo el mundo y encienden en millones de corazones un amor inefable por esta Luz, que arranca a los hombres de los errores y de sus pasiones, para elevarlos hacia el Cielo.
El Introito celebra el amanecer del Sol divino. El brillo de su aurora anuncia ya el esplendor de su mediodía; comparte su fuerza y su belleza; está armado para su victoria; y su nombre es el Príncipe de la paz.
La oración de la Iglesia en esta Misa de la Aurora es para implorar la efusión de los rayos del Sol de justicia sobre las almas, a fin de que ellas sean fecundas en obras de luz, y que las antiguas tinieblas no aparezcan nunca más.
El Sol asomó para nosotros, es un Dios Salvador en toda su misericordia. Estábamos lejos de Dios, en las sombras de la muerte; ha sido necesario que los rayos divinos descendiesen hasta el fondo del abismo donde el pecado nos había precipitado.
Hemos sido regenerados, justificados, somos herederos de la vida eterna. ¿Que nos separa ahora del amor de este Niño? ¿Haremos inútiles las maravillas de un amor tan generoso; nos tornaremos nuevamente esclavos de las tinieblas de la muerte?
Mantengamos más bien la esperanza de vida eterna, a la cual nos han iniciado misterios tan altos.
Imitemos la solicitud y avidez de los pastores para ir a buscar al recién nacido.
Apenas han escuchado la palabra del Ángel, dejan todo sin demora y van al establo. Llegados a la presencia del Niño, sus corazones ya preparados reconocen al Hijo de Dios; y Jesús, por su gracia, nace en ellos.
Se regocijan y sienten que están unidos a Él; y su conducta dará testimonio del cambio que ha tenido lugar en sus vidas.
¡Sí!, mantengamos la esperanza de vida eterna, a la cual nos han iniciado misterios tan altos.
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Hemos considerado en la Primera Misa la Fe de María Santísima. Contemplemos ahora su esperanza.
Como fruto de la vida de Fe, brota espontáneamente en el corazón la esperanza.
Si aquélla nos lleva a conocer bien el valor de las cosas de la tierra y del Cielo, ésta nos lleva y arrastra a despreciar las primeras y a desear y confiar en la posesión de las segundas.
Dulcísima virtud la de la esperanza. Virtud completamente necesaria para la vida espiritual. Sin Fe no es posible agradar a Dios; tampoco sin la esperanza.
Es la desconfianza en Él lo que más le desagrada. La esperanza y confianza en Dios, establece en nosotros relaciones necesarias y obligatorias para con Él; debemos creer que Dios es remunerador, esto es, que dará según su justicia a cada uno lo que merece, y, por eso, con la esperanza, esperamos y confiamos en que Dios nos salvará…, que nos dará gracia suficiente para ello y, en fin, nos concederá cuanto le pidamos, si así conviene.
La esperanza, por tanto, es un verdadero acto de adoración, por el que reconocemos el supremo dominio de Dios sobre todas las cosas; su Providencia, que todo lo rige fuerte y amorosamente; su Bondad y Misericordia, que no desea más que nuestro bien.
Prácticamente viene a confundirse con aquella vida de Fe que se confía y abandona ciegamente en las manos de Dios.
Admiremos especialmente esta esperanza tan confiada, tan firme, tan segura y cierta, en la Santísima Virgen.
Recordemos nuevamente la Expectación del Nacimiento de Jesús, sobre todo después de su milagrosa Concepción en su purísimo seno. La vida de María no era más que una dulcísima esperanza, llena de grandes anhelos y de deseos vivísimos por ver ya nacido al Mesías prometido.
En Ella se resumió, acrecentada hasta el sumo, toda la esperanza que llenó la vida de los Patriarcas y Santos del Antiguo Testamento.
Seguía, paso a paso, el desarrollo de todas las profecías, y veía cómo, según ellas, se acercaba ya el cumplimiento de las mismas; que estaba ya en la plenitud de los tiempos…, y como su fe no dudaba ni un instante de la palabra de Dios, vivía con la dulce y consoladora esperanza de ver y contemplar al Salvador.
Una vez nacido, la esperanza de Nuestra Señora aumentó más y más.
En efecto, son muchas las cosas que producen, aumentan y conservan la confianza de uno en otro; por ejemplo, la certeza de la bondad y de la constancia de aquel en quien uno confía, la familiaridad y experiencia de su amor, su largueza en los beneficios y el sabor gustado de su dulzura.
En todas estas cosas abundó sobremanera la Virgen Madre. Estuvo abismada siempre en la contemplación de Dios y de sus perfecciones, y vivió en la más estrecha intimidad con Él: con el Hijo unigénito, que nació de Ella; con el Padre, como comparental suyo, y con el Espíritu Santo, como permanente y suavísimo huésped de su alma.
Conforme a esto, experimentó con suma frecuencia y de modo eminentísimo la caridad y amor que Dios le tenía, como a quien Él se había unido con tan íntima y grande dignación, que llegó hasta el punto de hacerse su Hijo.
Así conoció los beneficios que de Él había recibido con divina munificencia, y gustó que el Señor es dulce, y que es infinita la grandeza y la abundancia de su dulzura.
Y así de todas estas cosas sacó y tuvo en Dios la esperanza más perfecta y plenísima.
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También es María Santísima el objeto de nuestra esperanza y no sólo porque de Ella también hemos de gozar en el Cielo, contemplando su belleza encantadora, la hermosura de su virtud, la blancura de su pureza, sino, además, porque de Ella ha de venirnos la gracia que necesitamos, a Ella, debemos pedir diariamente, frecuentemente, la gracia de la perseverancia final.
Si sabemos acudir a la Santísima Virgen en los momentos de mayor oscuridad, de vacilación y cansancio, Ella nos alentará y nos conseguirá la gracia de perseverar.
Contemplemos a María viviendo siempre con la vista en el Cielo, no vivía más que de Jesús y para Jesús.
Pidámosle nos dé un poco de esta vida, que experimentemos algo de ella en este día de Navidad, para que así estimemos como despreciable todo lo de la tierra y no vivamos más que suspirando por la vida verdadera que nos ofrece el Niño Dios.
Habiendo tenido la Bienaventurada Madre Virgen la virtud de la esperanza de un modo excelentísimo, y además porque es también nuestra esperanza, como piadosa auxiliadora en el negocio de la salvación, se pueden aplicar muy bien a la Bienaventurada Virgen aquellas palabras del Eclesiástico: Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza.
Así, San Agustín la llama única esperanza, de los pecadores; y San Germán de Constantinopla, esperanza de nuestra salvación.
Por lo cual, en la Antífona Salve Regina invocamos a María de todo corazón: Dios te salve, esperanza nuestra.
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El motivo y la garantía principal de nuestra esperanza es el mismo Dios con su bondad, su gran misericordia, su omnipotencia y su fidelidad para cumplir todo lo que nos ha prometido.
Toda la obra de la Encarnación fue hecha, al decir de San Pablo, para demostrar su misericordia, pero aún más lo demostró la obra de la Redención y la perpetuidad de la misma en la Eucaristía.
En verdad, que cuando se ven las promesas que hizo Dios en el Antiguo Testamento a los Patriarcas, a su pueblo escogido, y la exactitud con que se sujetó a ellas hasta en sus más mínimos detalles, se anima y consuela uno viendo la certeza de lo que nos ha prometido: la gracia, el Cielo, la posesión y el gozo de la visión beatífica, pues se convence el alma de que todo esto no son meras palabras, sino una dulce y grandiosa realidad.
Y aún quiso Dios hacernos más sensible este fundamento de nuestra esperanza; y para eso colocó toda esperanza en su Madre y en nuestra Madre ¡Qué motivo para confiar y nunca desesperar al ver que Dios y nosotros tenemos una misma Madre!
Si nuestra esperanza en Dios se ha de fundar en su misericordia, en su bondad y en su fidelidad, ¿no vemos claramente que en María ha depositado todos estos títulos, para animarnos mejor a acudir a Él por medio de Ella?
Mirando a María, no caben las desconfianzas, no tienen razón de ser las desesperaciones, no se explica el más mínimo desaliento.
No lo olvidemos, pues, en los sufrimientos, humillaciones, tentaciones, luchas y vicisitudes de la vida, siempre una mirada a María nos alentará, nos dará el consuelo que necesitamos, nos animará a trabajar y a practicar las virtudes cuesten lo que costaren.
Acudamos especialmente a Ella en estos días de Navidad; y ya que le pedimos que después de este destierro nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre purísimo, pidámosle también que nos lo haga ver espiritualmente durante estos santos días.


P.CERIANI

SANTORAL 24 DE DICIEMBRE



24 de diciembre


SAN DELFÍN,
Obispo y Mártir



Preparad el camino del Señor ,
enderezad sus sendas.
(Lucas, 3, 4).

   San Delfín, obispo de Burdeos, combatió el error de los priscilianistas con celo ardiente y extraordinaria ciencia, particularmente en el sínodo de Zaragoza, que condenó a estos herejes, en el año 380, y en el de Burdeos, en el año 385. Mantuvo correspondencia con San Ambrosio y sobre todo con San Paulino de Nola, a quien tuvo el honor de conducir a la fe y de bautizar. Murió en el año 404.

MEDITACIÓN
SOBRE
LAS VÍSPERAS DE NAVIDAD

   I. María busca en Belén una casa donde guarecerse; llama a todas las puertas y nadie la recibe. ¿Cuánto tiempo hace ya que Jesús está a las puertas de tu corazón? Llama con golpes insistentes, y tú te haces el sordo. Es preciso que me purifique hoy de mis pecados mediante una santa confesión. ¿Qué es, en efecto, lo que aleja a Jesús y lo indispone contra mí, sino mi orgullo, mi cobardía, mi apego a los bienes de la tierra y a las comodidades de la vida? Quiero, pues, arrojar de mi alma a estos enemigos de mi amable Salvador

   II. Hay cristianos que reciben a Jesús, pero para tratarlo tal como deseaba hacerlo Herodes. Mañana Jesucristo descenderá hasta ti, ¡ten cuidado de recibir a este Huésped benévolo de manera digna de Él! ¿No lo alojarás en un corazón manchado por el pecado? ¿No lo echarás de allí recayendo muy pronto en las mismas faltas? Reflexiona con cuidado:  Aquellos que entregan a Jesús a miembros manchados por el pecado no son menos culpables que los que lo entregaron en las manos criminales de los judíos. (San Agustín).

   III. Vete a contemplar a Jesús en la Misa de medianoche; asiste a ella con devoción, humildad y fe semejantes a las de los pastores: verás en el altar al mismo Dios que ellos vieron en el pesebre. Piensa en los sentimientos de respeto, de amor y humildad que María y José tuvieron para con este adorable Niño; adóralo, humíllate ante Él, recíbelo con amor y ofrécele el presente de tu corazón.

La devoción a Jesucristo
Orad por los conciudadanos.

ORACIÓN

   Haced, oh Dios omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Delfín, Vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de Piedad y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.

domingo, 23 de diciembre de 2012

SANTORAL 23 DE DICIEMBRE



23 de diciembre


 SAN SÉRVULO,
Confesor



Alegraos en vuestra esperanza, sed sufridos
en la tribulación y perseverantes en la oración.
(Romanos, 12, 12).

   San Sérvulo, como el Lázaro de la parábola de Cristo, era un hombre pobre y cubierto de llagas que yacía frente a la puerta de la casa de un rico. En efecto, nuestro santo estuvo paralítico desde niño, de suerte que no podía ponerse en pie, sentarse, llevarse la mano a la boca, ni cambiar de postura. Su madre y su hermano solían llevarle en brazos al atrio de la iglesia de San Clemente de Roma. Sérvulo vivía de las limosnas que le daban las gentes. Si le sobraba algo, lo repartía entre otros menesterosos. A pesar de su miseria, consiguió ahorrar lo suficiente para comprar algunos libros de la Sagrada Escritura. Como él no sabía leer, hacía que otros se los leyesen, y escuchaba con tanta atención, que llegó a aprenderlos de memoria. Pasaba gran parte de su tiempo cantando salmos de alabanza y agradecimiento a Dios, a pesar de lo mucho que sufría. Al cabo de varios años, sintiendo que se acercaba su fin, pidió a los pobres y peregrinos, a quienes tantas veces había socorrido, que entonasen himnos y salmos junto a su lecho de muerte. El cantó con ellos. Pero, súbita mente, se interrumpió y gritó: "¿Oís la hermosa música celestial ?" Murió al acabar de pronunciar esas palabras, y su alma fue transportada por los ángeles al paraíso. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San Clemente, ante la cual solía estar siempre. Su fiesta se celebra cada año, en esa iglesia de la Colina Coeli.

   San Gregorio Magno concluye un sermón sobre San Sérvulo, diciendo que la conducta de ese pobre mendigo enfermo es una acusación contra aquellos que, gozando de salud y fortuna, no hacen ninguna obra buena ni soportan con paciencia la menor cruz. El santo habla de Sérvulo en un tono que revela que era muy conocido de él y de sus oyentes, y cuenta que uno de sus monjes, que asistió a la muerte del mendigo, solía referir que su cadáver despedía una suave fragancia. San Sérvulo fue un verdadero siervo de Dios, olvidado de sí mismo y solícito de la gloria del Señor, de suerte que consideraba como un premio el poder sufrir por Él. Con su constancia y fidelidad venció al mundo y superó las enfermedades corporales.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA
DE SAN SÉRVULO

   I. San Sérvulo soportó, con heroica paciencia, una extrema pobreza y una cruel enfermedad. Jamás se le oyó una queja; en medio de sus sufrimientos, pedía sufrir más todavía. ¿Qué respondes tú a este  ilustre mendigo? Compara tus aflicciones con las suyas, tu paciencia con su paciencia, y cesa de quejarte de tu pobreza y del menosprecio de que se te hace objeto. ¡Avergüénzate! Jesucristo ha sido pobre, ha sido humilde. (San Pedro Crisólogo).

   II .Este santo sobreabundaba de alegría en la tribulación: el gozo de su corazón resplandecía en su rostro y se reflejaba en sus palabras. No cesaba de rezar a Dios y de celebrar sus alabanzas. Todas las aflicciones, por grandes, por penosas que fueren, te serán agradables si pides a Dios que te dé la fuerza necesaria para soportarlas, y si piensas en las promesas que hace Jesús en el Evangelio, a los que se resignan. ¿De dónde proviene que tan a menudo te veas agobiado de violenta pena, sino de que no piensas en Dios que puede consolarte, ni en el paraíso que espera a los que sufren con amor?

   III. La muerte de San Sérvulo es aun más dichosa que su vida: nada teme y espera todo; al morir sólo deja dolores y miserias, para tomar posesión del remo de los cielos. Pobres que estáis afligidos, consolaos: la muerte vendrá a trocar vuestros dolores en alegría. ¡En cuanto a vosotros, los felices de este mundo, la muerte vendrá a cambiar vuestros gozos en dolores! Ancianos, ella está a vuestra puerta; jóvenes, ella os tiende asechanzas por doquier. (Guerrico).

La paciencia
Rezad por los enfermos. 

ORACIÓN

   Oh Dios, que todos los años nos dais nuevo motivo de gozo con la solemnidad del bienaventurado Sérvulo, vuestro confesor, haced, en vuestra bondad, que honrando la nueva vida que ha recibido en el cielo, imitemos la que vivió en la tierra. Por J. C. N. S. Amén.

sábado, 22 de diciembre de 2012

SANTORAL 22 DE DICIEMBRE



22 de diciembre


SAN ZENÓN,
Mártir

¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano,
y no ves la viga que tienes en el tuyo?
(Lucas, 6, 41).

   San Zenón, que era un simple soldado, reprendió intrépidamente al emperador Diocleciano porque sacrificaba en honor de la diosa Ceres; declaróle que había que sacrificar al Dios de los cristianos con corazón contrito y humillado y no a los ídolos que son tan insensibles y vanos como el mármol o el bronce de sus estatuas. El tirano lo hizo prender y mandó que se le rompiesen los maxilares, que se le arrancasen los dientes a pedradas y que se le diese muerte.

MEDITACIÓN
SOBRE LA CORRECCIÓN FRATERNA

   I. Debemos estar llenos de gozo cuando se nos advierte de nuestros defectos porque, para corregirlos, primero hay que conocerlos. Enceguecidos por el amor propio, estimamos en nosotros lo que vituperamos en los demás. Sea tu amigo o tu enemigo quien te advierte tus defectos, siempre debes aprovecharte de ello; no te excuses, no acuses a quienes censuran tu conducta. ¿Cómo recibes tú las advertencias que se te hacen? ¿Cómo corriges los defectos que se te hace notar?

II. Cuando se te señala alguna falta, examínate; si lo que se te dice es verdad, corrígete. Si un enemigo o un hombre malo vitupera en ti algo laudable, alégrate: señal es de que comienzas a agradar al Señor. Porque desagradas a los malos. Es mejor ser vituperado sin causa que ser alabado sin motivo. Jesús, Salvador mío, no quiero agradaros sino sólo a Vos. Que los hombres hablen de mí como quieran, me importa poco: no son mis jueces.

   III. No examines las faltas de tu prójimo con ojo curioso y espíritu maligno. No lo acuses, a no ser que tu Posición haga que ése sea tu deber; y si los demás censuran su conducta ante ti, excúsalo en la medida en que puedas. Examina tus defectos y no pensarás en criticar los de tu prójimo. Aquél que se examina no busca lo que es censurable en otro, sino lo que en él mismo es digno de lágrimas. (San Bernardo).

La caridad
Orad Por vuestros superiores. 

ORACIÓN

   Haced, os lo suplicamos, oh Dios omnipotente, que la intercesión del bienaventurado Zenón, vuestro mártir, cuyo nacimiento al cielo celebramos. libre nuestro cuerpo de toda adversidad y purifique nuestras almas de todo mal pensamiento. Por J. C. N. S. Amén.

viernes, 21 de diciembre de 2012

SANTORAL 21 DE DICIEMBRE



21 de diciembre


SANTO TOMÁS,
Apóstol



Tú has creído porque me has visto, Tomás:
bienaventurados aquellos que sin haber
visto han creído.
(Juan, 20, 28).

   Santo Tomás, oscuro galileo, siguió a Jesús desde el primer año de su ministerio público; pero huyó en el momento de su Pasión. No quiso creer que Jesús hubiese resucitado antes de verlo con sus propios ojos. Así uno de los hombres que debían anunciar al Salvador al universo defeccionó primero y, en seguida, fue difícil de convencer: fue preciso que el Salvador le hiciese meter la mano en sus adorables llagas. Se dice que después se trasladó a la India a predicar el Evangelio y recibió allí la corona del martirio en edad muy avanzada.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA DE SANTO TOMÁS

   I. Primero Santo Tomás fue incrédulo: no quiso prestar fe a la resurrección a no ser viendo con sus propios ojos al Salvador. "Bienaventurados, le dijo Jesucristo, aquellos que sin haber visto han creído". ¿Soy yo uno de éstos? ¡Ah! si creyese firmemente que Jesús ha muerto por mí, que existe un infierno y un cielo, ¿acaso no viviría más santamente? ¡Desventurados aquellos que esperan los castigos de Dios para creer! (San Eusebio).

   II. La fe de este santo Apóstol se despertó una vez que Jesús le hubo hablado y que tocó sus sagradas llagas. También tú en estas fuentes del Salvador debes, alma mía, refugiarte para reanimar tu fe, fortificar tu esperanza y aumentar tu caridad. ¿Estoy yo enteramente convencido de que Jesús ha sufrido por mí en todo su cuerpo? Si lo creo, ¿cómo puedo amar los placeres, sabiendo que Jesús no amó sino los sufrimientos?

   III. Santo Tomás probó su fe mediante sus buenas obras. Llevó el Evangelio a los países más lejanos, y selló con su propia sangre la verdad de su enseñanza. En vano tus palabras dan fe de que crees en Jesucristo, si tus acciones desmienten a tu lenguaje. ¿Estás pronto a morir por confirmar tu fe? Tú, que pierdes el cielo y la gracia de Dios antes que privarte de un ligero placer, ¿eres cristiano? Si ni siquiera puedo en ti reconocer a un hombre razonable, ¿cómo habría de darte el nombre de cristiano? (San Juan Crisóstomo).

La fe
 Orad por la India.

ORACIÓN

   Señor, concedednos la gracia de celebrar con gozo la fiesta de vuestro apóstol Santo Tomás, a fin de que su protección nos ayude e imitemos su fe con una piedad digna de ella. Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 20 de diciembre de 2012

SANTORAL 20 DE DICIEMBRE




SANTO DOMINGO DE SILOS,
Abad



Tribulación y angustias
 aguardan a todo hombre que obra mal.
(Romanos, 2, 9).

   Santo Domingo de Silos aprendió a servir a Dios cuidando las ovejas de su padre. Para santificarse mejor, tomó el hábito de San Benito en el monasterio de San Millán de la Cogolla. Elegido prior, resistió valientemente a Garcias, rey de Navarra, que quería apoderarse de las posesiones de la Iglesia. Este acto de valor hizo que lo confinasen en Castilla, donde llegó a ser abad de Silos. Reformó este monasterio e hizo de él uno de los más famosos de España. Murió en 1073, y un grupo de niños vio que su alma volaba al cielo.

MEDITACIÓN
SOBRE LAS TRES PENAS
DEL PECADO

   I. El pecado es castigo del pecador, como la virtud es recompensa del justo. El pecador lleva siempre consigo su verdugo; el remordimiento siempre tortura a su alma y le arrebata el bien supremo del hombre, que es la paz de la conciencia. Sin esta paz no hay placer, con ella, no hay tristeza. Los pecadores no pueden escapar del castigo, aun aquí en la tierra; aunque no haya llegado el día de la justicia, el castigo comienza allí donde comienza el crimen. (San Cipriano).

   II. La segunda pena del pecado es que deshonra al pecador a los ojos de todos los hombres virtuosos; por escapar de la vergüenza y del deshonor, el que obra mal aborrece la luz y busca las tinieblas. El pecador, además, es despreciado, por los malos mismos y por los cómplices de sus crímenes: ¡de tal modo el amor a la virtud y el aborrecimiento al vicio están hondamente enraizados en el corazón humano!

   III. El tercer castigo del pecador proviene de Dios: Él castiga al pecado en este mundo mediante las enfermedades, la pobreza, la peste, la guerra. Todo lo que sufres es castigo o del primer pecado de Adán o de algún pecado que tú has cometido. Pero, ¡cuánto más espantosos aun son los suplicios de la otra vida! Aquí ni siquiera puedes concebirlo, no sea que tal vez los experimentes algún día. ¡Verás cuán amargo es haber abandonado al Señor tu Dios! (Jeremías)

La huida del pecado
Orad por los que están en pecado.

ORACIÓN

   Señor, que la intercesi6n del bienaventurado Domingo, abad, nos haga agradables a vuestros ojos, a fin de que obtengamos por sus oraciones lo que no podemos esperar de nuestros méritos.  Por J. C. N. S. Amén.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

SANTORAL 19 DE DICIEMBRE




  19 de diciembre


SAN NEMESIÓN,
Mártir



Estoy persuadido de que los sufrimientos de la vida
presente no son de comparar con aquella gloria venidera,
que se ha de manifestar en nosotros.
(Romanos, 8, 18).

   San Nemesión o Nemesio, detenido como culpable de robo, probó su inocencia y ya estaba por ser puesto en libertad, pero fue inmediatamente acusado de nuevo como cristiano durante la persecución de Decio y confesó generosamente esta fe, de la que se le acusaba como de un crimen. Fue condenado a ser quemado con unos malhechores. Estimó una dicha terminar su vida como su divino Maestro en medio de facinerosos.

MEDITACIÓN
SOBRE LOS SUFRIMIENTOS

 
   I. ¡Todos hemos ofendido a Dios y no queremos sufrir algo para apaciguar su cólera! Nuestros pecados nos han merecido el infierno, y cuando Dios, para evitarnos tormentos eternos, nos envía cortas y ligeras pruebas, nos derramamos en quejas y gemidos. ¿Qué condenado habría que no aceptase con placer el favor que con ello nos dispensa? Sufre, pues, con este pensamiento: Lo que yo sufro es poca cosa comparada con el infierno que he merecido.

   II. Los sufrimientos de esta vida son poca cosa en comparación con los consuelos que Dios nos envía, cuando sufrimos animosamente por amor suyo. Estos consuelos son tan grandes, que embotan el aguijón del dolor; si los santos lloran en la soledad, lo hacen de gozo; si se quejan en el patíbulo, a menudo es porque la abundancia de los consuelos les impide gustar la hiel y la amargura del dolor.

   III. ¡Cuán insignificantes son nuestros sufrimientos si los comparamos con la gloria que se nos promete en recompensa! Por un momento de dolor, una eternidad de dicha! Además, el dolor nunca es universal, siempre va templado con algún consuelo; el gozo, por el contrario, será universal y sin mezcla de dolor alguno. Cuán leves parecerán nuestros dolores si pensamos en estas tres verdades. Los sufrimientos de esta vida nada son comparados con las faltas que hemos cometido, nada en comparación con los consuelos que se nos prodigan y de la gloria que se nos promete. (San Bernardo).

La paciencia
Orad por los afligidos.

ORACIÓN

   Haced, os lo suplicamos, oh Dios omnipotente, que la intercesión del bienaventurado Nemesión, vuestro mártir, cuyo nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.

martes, 18 de diciembre de 2012

ANTÍFONAS DE LA O





Las antífonas de la "O" son siete, y la Iglesia las canta con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre, una por día, cada una de las cuales comienza con una invocación a Jesús, quien en este caso nunca es llamado por su nombre.
Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores».

Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII en la epoca del papa Gregorio Magno (alrededor del año 600), y se puede decir que son un magnífico compendio de la Cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del A.T. como de la Iglesia del N.T.

Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven»

Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

Al comienzo de cada antífona, en ese orden diario, Jesús es invocado como Sabiduría, Señor, Raíz, Llave, Sol, Rey, Emmanuel. En latín: Sapientia, Adonai, Radix, Clavis, Oriens, Rex, Emmanuel:
Sapientia = Sabiduría, Palabra
Adonai = Señor Poderoso
Radix = Raíz, renuevo de Jesé (padre de David)
Clavis = Llave de David, que abre y cierra
Oriens = Oriente, sol, luz
Rex = Rey de paz
Emmanuel = Dios-con-nosotros.

Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «Ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.
La última antífona, que completa el acróstico, se canta el 23 de diciembre y al día siguiente, con las primeras vísperas, comienza la fiesta de Navidad.

Se cantan -con la hermosa melodía gregoriana o en alguna de las versiones en las lenguas modernas- antes y después del Magnificat en las Vísperas de estos siete días, del 17 al 23 de diciembre, y también, un tanto resumidas, como versículo del aleluya antes del evangelio de la Misa.

Las tres últimas antífonas incluyen algunas expresiones que se explican únicamente a la luz del Nuevo Testamento:

La antífona "O Oriens" del 21 de diciembre incluye una clara referencia al "Benedictus", el cántico de Zacarías inserto en el capítulo 1 del Evangelio de san Lucas: "Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombras de muerte".

La antífona "O Rex" del 22 de diciembre incluye un pasaje del himno a Jesús del capítulo 2 de la epístola de san Pablo a los Efesios: "El que de dos (es decir, judíos y paganos) ha hecho una sola cosa".

La antífona "O Emmanuel" del 23 de diciembre se concluye al final con la invocación "Dominus Deus noster": una invocación exclusivamente cristiana, porque solamente los seguidores de Jesús reconocen en el Emmanuel a su Señor y Dios.

Aquí entonces, inmediatamente a continuación, los textos íntegros de las siete antífonas, en latín y traducidas, resaltando las iniciales que forman el acróstico "Ero cras" y, entre paréntesis, las principales referencias al Antiguo y al Nuevo Testamento:

I – 17 de diciembre
SAPIENTIA, quae ex ore Altissimi prodiisti,
attingens a fine usque ad finem fortiter suaviterque disponens omnia:
veni ad docendum nos viam prudentiae.

Oh Sabiduría que sales de la boca del Altísimo (Eclesiástico 24, 3),
te extiendes hasta los confines del mundo y dispones todo con suavidad y firmeza (Sabiduría 8, 1):
ven a enseñarnos el camino de la prudencia (Proverbios 9, 6).


II – 18 de diciembre
ADONAI, dux domus Israel,
qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et in Sina legem dedisti:
veni ad redimendum nos in brachio extenso.

Oh Señor (Éxodo 6, 2 Vulgata), guía de la casa de Israel,
que apareciste ante Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3, 2) y en el Monte Sinaí le diste la Ley (Éxodo 20):
ven a liberarnos con brazo poderoso (Éxodo 15, 12-13).

III – 19 de diciembre
RADIX Iesse, qui stas in signum populorum,
super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur:
veni ad liberandum nos, iam noli tardare.

Oh Raíz de Jesé, que te elevas como bandera de los pueblos (Isaías 11, 10),
callan ante ti los reyes de la tierra (Isaías 52, 15) y las naciones te invocan:
ven a liberarnos, no tardes (Habacuc 2, 3).


IV – 20 de diciembre 
CLAVIS David et sceptrum domus Israel, 
qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: 
veni et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis. 

Oh Llave de David (Isaías 22, 22), cetro de la casa de Israel (Génesis 49, 10), 
que abres y nadie puede cerrar; que cierras y nadie puede abrir: 
ven, libera de la cárcel al hombre prisionero, que yace en tinieblas y en sombras de muerte (Salmo 107, 10.14). 


V – 21 de diciembre 
ORIENS, splendor lucis aeternae et sol iustitiae: 
veni et illumina sedentem in tenebris et umbra mortis. 

Oh Sol que naces de lo alto (Zacarías 3, 8; Jeremías 23, 5), esplendor de la luz eterna (Sabiduría 7, 26) y sol de justicia (Malaquías 3, 20): 
ven e ilumina a quien yace en tinieblas y en sombras de muerte (Isaías 9, 1; Evangelio según san Lucas 1, 79). 


VI – 22 de diciembre 
REX gentium et desideratus earum, 
lapis angularis qui facis utraque unum: 
veni et salva hominem quem de limo formasti. 

Oh Rey de los gentiles (Jeremías 10, 7), esperado por todas las naciones (Ageo 2, 7), piedra angular (Isaías 28, 16) que reúnes en uno a judíos y paganos (Epístola a los Efesios 2, 14): 
ven y salva al hombre que has creado usando el polvo de la tierra (Génesis 2, 7). 


VII – 23 de diciembre 
EMMANUEL, rex et legifer noster, 
expectatio gentium et salvator earum: 
veni ad salvandum nos, Dominus Deus noster. 

Oh Emmanuel (Isaías 7, 14), nuestro rey y legislador (Isaías 33, 22), 
esperanza y salvación de los pueblos (Génesis 49, 10; Evangelio según san Juan 4, 42): 
ven a salvarnos, oh Señor Dios nuestro (Isaías 37, 20).












EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN o NUESTRA SEÑORA DE LA O


18 de diciembre




EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
o
NUESTRA SEÑORA DE LA O 


   Esperar al Señor que ha de venir es el tema principal del santo tiempo de Adviento que precede a la gran fiesta de Navidad. La liturgia de este período está llena de deseos de la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectación, que empezaron en el momento mismo de la caída de nuestros primeros padres. En aquella ocasión Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo desde entonces pendiente de esta promesa y adquiere este tema tal importancia que la concreción religiosa del pueblo de Israel se reduce en uno de sus puntos principales a esta espera del Señor. Esperaban los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos, todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este ambiente de expectación toma la Iglesia las expresiones anhelantes, vivas y adecuadas para la preparación del misterio de la "nueva Natividad" del salvador Jesús.

   En el punto culminante de esta expectación se halla la Santísima Virgen María. Todas aquellas esperanzas culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su seno el verdadero Hijo de Dios.

   Sobre Ella se ciernen los vaticinios antiguos, en concreto los de Isaías; Ella es la que, como nadie, prepara los caminos del Señor.

   Invócala sin cesar la Iglesia en el devotísimo tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo.

   Con una profunda y delicada visión de estas verdades y del ambiente del susodicho período litúrgico, los padres del décimo concilio de Toledo (656) instituyeron la fiesta que se llamó muy pronto de la Expectación del Parto, y que debía celebrarse ocho días antes de la solemnidad natalicia de nuestro Redentor, o sea el 18 de diciembre.

   La razón de su institución la dan los padres del concilio: no todos los años se puede celebrar con el esplendor conveniente la Anunciación de la Santísima Virgen, al coincidir con el tiempo de Cuaresma o la solemnidad pascual, en cuyos días no siempre tienen cabida las fiestas de santos ni es conveniente celebrar un misterio que dice relación con el comienzo de nuestra salvación. Por esto, speciali constitutione sancitur, ut ante octavum diem, quo natus est Dominus, Genitricis quoque eius dies habeatur celeberrimus, et praeclarus "Se establece por especial decreto que el día octavo antes de la Natividad del Señor se tenga dicho día como celebérrimo y preclaro en honor de su santísima Madre".

   En este decreto se alude a la celebración de tal fiesta en "muchas otras Iglesias lejanas" y se ordena que se retenga esta costumbre; aunque, para conformarse con la Iglesia romana, se celebrará también la fiesta del 25 de marzo. De hecho, fue en España una de las fiestas más solemnes, y consta que de Toledo pasó a muchas otras iglesias, tanto de la Península como de fuera de ella. Fue llamada también "día de Santa María", y, como hoy, de Nuestra Señora de la O, por empezar en la víspera de esta fiesta las grandes antífonas de la O en las Vísperas.

   Además de los padres que estuvieron presentes en el décimo concilio de Toledo, en especial del entonces obispo de aquella sede, San Eugenio III, intervino en su expansión—y también a él se debe el título concreto de Expectación del Parto—aquel otro gran prelado de la misma sede San Ildefonso, que tanto se distinguió por su amor a la Señora.

   La fiesta de hoy tenía en los antiguos breviarios y misales su rezo y misa propios. Los textos del oficio, de rito doble mayor, tienen, además de su sabor mariano, el carácter peculiar del tiempo de Adviento, a base de las profecías de Isaías y de otros textos apropiados como los himnos. Nuestro Misal conserva todavía para la presente fecha una misa, toda a base de textos del Adviento. Es un resumen del ardiente suspiro de María, del pueblo de Israel, de la Iglesia y del alma por el Mesías que ha de venir. Sus textos—casi coinciden con la misa del miércoles de las témporas de Adviento, y todavía más con la misa votiva de la Virgen, propia de este período—son de Isaías (introito, epístola y comunión ) y del evangelio de la Anunciación. Las oraciones son las propias de la Virgen en el tiempo de Adviento.

   Precisamente en la víspera de este día dan comienzo las antífonas mayores de la O, llamadas así, por empezar todas ellas con antífonas mayores del Magnificat: O Sapientia, O Adonai, O Emmanuel..., veni!

ROMUALDO Mª DÍAZ CARBONELL, O. S. B.

SANTORAL 18 DE DICIEMBRE



18 de diciembre



SAN GACIANO,
Obispo



Si el grano de trigo, después de echado en la tierra,
no muere, queda infecundo, pero si muere,
produce mucho fruto.
(Juan, 12, 24).

   Según San Gregorio de Tours, San Gaciano fue enviado por el Papa Fabiano, desde Roma a Turena, para sembrar allí la palabra de Dios. Su vida angelical y sus milagros lo ayudaron a ello poderosamente; a la sola señal de la cruz, los demonios y las enfermedades le obedecían. No dejó Satanás de suscitar persecuciones contra él; entonces, congregaba el santo a su pequeño rebaño en subterráneos y celebraba en ellos los divinos misterios. Murió en el curso del siglo III después de un largo apostolado.

MEDITACIÓN
NUESTRA ALMA
ES SEMEJANTE A UN CAMPO

   I. Hay que abrir las entrañas de la tierra para hacer entrar en ella el buen grano que la debe hacer fecunda. ¿Quieres tú producir frutos dignos del paraíso? Es preciso sufrir. El camino del cielo está totalmente erizado de espinas, las rosas se encontrarán en el paraíso. Valor, alma mía, no retrocedas ante ningún sacrificio. Los herederos del Crucificado no deben temer ni a los tormentos ni a la muerte. (San Cipriano).

   II. La tierra oculta en su seno la semilla que se le ha confiado; en ella muere, pero para resucitar muy pronto. Almas santas, ocultad los talentos y las gracias que Dios os ha concedido, de otro modo el demonio, esta ave de rapiña, pronto los habrá arrebatado. La vanidad os privará del fruto de vuestras buenas obras. Dios mío, estoy contento de ser desconocido de los hombres, siempre que Vos me guardéis un lugar en la gloria.

   III. Las espinas y la cizaña crecen a menudo entre el buen grano, en medio de las flores. Así, los buenos están mezclados con los malos en este mundo, hasta el día del juicio en el que Dios separará a éstos de entre aquellos. Sufre sus defectos, puesto que Dios los soporta, pero no los imites. ¿Serás tú reservado en el granero del Padre celestial, o bien serás arrojado al fuego con la cizaña ? En tus manos está elegir ahora. Haz buenas obras, ellas serán la semilla de una gloria eterna. Nuestras obras no se desvanecen como pudiera creerse, sino que las obras temporales son como semilla de eternidad. (San Bernardo).

 La paciencia 
Orad por los que os persiguen.

ORACIÓN

   Dios omnipotente, que esta augusta solemnidad de San Gaciano, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.