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miércoles, 28 de marzo de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS


REPIQUE DE CAMPANAS

Año 1010, Iborra España



A un cuarto de hora de Iborra, modesta villa situada en la provincia de Lérida, existía un tiempo  de San Ermengol y aun existe hoy, una ermita titula de Santa María, de la cual era párroco un sacerdote llamado Bernardo Oliver.

Cierto día del año 1010, hallándose este sacerdote celebrando Misa, al tiempo de consagrar el cáliz, le ocurrió una duda acerca de la verdad del augusto Sacramento; cuando a un hombre de fe le ocurren semejantes dudas, conociendo que a veces son efecto de la imaginación y otras tentación del maligno espíritu, el desprecio  o la fervorosa oración deben  bastarle para desecharlas.

Pero según parece, el desgraciado sacerdote en vez de obrar de este modo, hizo pres de la duda y se detuvo en ella voluntariamente. Entonces el Señor, haciendo uso de su gran  misericordia, al par de su infinito poder, quiso desvanecer con un prodigio aquella sospecha indigna, y poner de manifiesto en aquel momento lo que ocultan las especies sacramentales.

En efecto, suspendiendo por algunos instantes las leyes de la  naturaleza, hizo brotar del cáliz del Sacrificio una fuente de sangre hirviente, tan abundante y copiosa, que rebasando los bordes del vaso comenzó a derramarse, primero sobre los Corporales, luego por el altar, y finalmente por el suelo de la ermita, con extraordinario estupor del sacerdote, que  no sabía lo que pasaba, y de todo el numerosos auditorio, que quedó sumido en el mayor asombro.

Con la celeridad del rayo cundió la alarma  por todas partes, y unas pobres mujeres corriendo presurosas, empaparon la preciosa sangre en unas estopas, que fue lo primero que hallaron a  mano.

Entretanto un nuevo milagro corroboraba el primero. Las campanas de la ermita impulsadas por Dios habían comenzado a repicar solas y no hay para que decir cuál fue la admiración de todos. Horas después ya era conocido el milagro en todo el término, y la gente de las villas inmediatas acudían a contemplar la grandeza del portento.

Uno de los que acudieron fue San Ermengol, que a la sazón se hallaba en Guisona. El Santo al ver el prodigio, no pudo menos de conocer que “el dedo de Dios estaba allí”, y tomando parte de aquella preciosa sangre, marchó a Roma y la presentó a Su Santidad, que enternecido y deseando mostrar su agradecimiento por tan inapreciable regalo, dio en cambio al Santo varias reliquias importantes, entre otras, una espina de la corona del Salvador.

Todas ellas, en unión de los Corporales ensangrentados que aún se conservan y veneran en la citada villa de Iborra, son objeto de una festividad anual que sostiene viva la tradición del prodigio.

Además existe como prueba documental del mismo, un antiquísimo escrito, copia exacta de la Bula  que el Papa Sergio IV dó en el año segundo de su Pontificado, para autorizar el culto de la reliquia portentosa.
En el Real Monasterio de Sijena, provincia de Huesca, diócesis de Lérida, se conserva una parte de la estopa empapada con la sangre que brotó del cáliz de Iborra.

(D.Adolfo Clavarana, Lecturas populares, Colección 3°, pág 106.- D. Emilio Moreno Cebada, Pbro. Glorias Religiosas de España. Nuestra Señora de Iborra, en Solsona, tomo 2, página 459).



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