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martes, 31 de enero de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS


EL GLORIFICADOR GLORIFICADO
Año 940 Worms Alemania



Otón I, emperador de Alemania, había intimado a todos a todos los Principes del imperio que se reuniesen en la ciudad de Worms para una junta general, y Wenceslao, duque de Boehmia, que también había sido convocado, hallábase el día señalado en la ciudad, pero antes de ir a la corte quiso oir la Santa Misa.

Celebrábase ésta solemnemente, por lo que se alargó el tiempo de su estancia en la Iglesia. Los Príncipes ya estaban reunidos, y como sólo faltase Wenceslao, llevando pesadamente aquella tardanza, entraron en sospecha de que difería su llegada para ser recibido por  aquel noble Congreso con actos de reverencia y obsequio.

Para humillar, pues, la supuesta vanidad del Duque, determinaron que a su llegada ninguno se moviese de su sitio, ni se mostrase atento ni obsequioso con él, y como si esto no fuera bastante, persuadieron al Emperador a que se abtuviese también de toda demostración de cortesía y respeto.

Más el Señor, que se burlaba de sus necios consejos y quería remunerar y honrar en Wenceslao al insigne glorificador del Santísimo Sacramento, ordenó que las cosas fuesen por muy diverso camino. Porque viendo el Emperador entrar por la puerta del gran salón a Wenceslao acompañado de dos hermosisímos ángeles resplandecientes como el sol, que colocados uno a la derecha y otro a la izquierda le hacían la corte, llevado de una gran admiración, se levantó al punto, baja las gradas del trono y atravesando la sala va a recibirle. Hazle una profunda reverencia, lo toma cortésmente  por la mano y lo condice al trono para que ocupe el sitio de preferencia a su derecha.

Los Príncipes que presenciaron todo esto, levantándose de pie por respeto al Emperador que se había levantado, atónitos por tales demostraciones de honor inesperadas, mirábanse fijamente los unos a los otros sin saber a qué atribuir todo lo que veían, hasta que el Emperador, advirtiendo la sorpresa de aquellos nobles caballeros por  haberse  él excedido tanto en honrar al Bohemio contra la expectación de todos, dijo que se maravillaba sobre manera de que ellos no hubiesen visto aquellos prodigiosos resplandores que en su derredor esparcían los celestiales espíritus, que muestras de singular amor habían acompañado a Wenceslao.

Llenos de admiración al oír eso aquellos Príncipes, inclináronse humildemente ante Wenceslao y confesando la culpa de su temerario juicio, le pidieron perdón.

Otón concibió tanta benevolencia y veneración para con el santo Duque, que le obsequió con muy preciosos dones y le concedió el título de Rey de Bohemia, con facultad de esculpir  en su escudo la divisa imperial del Águila negra en campo blanco.

Así quiso Dios acá en la tierra remunerar la singular piedad de Wenceslao hacía el Divino Sacramento.

(P. Pedro Laurenti, S. J. Maraviglie del S. S Sacramento. Página 126.)

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