BAJO
EL PODER DE MARCO AURELIO
En
el año 163, en Roma
UN
FILÓSOFO
Y
SUS DISCÍPULOS
JUSTINO
Y SUS COMPAÑEROS
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SAN JUSTINO |
Justino se ha
ilustrado con una doble Apología del cristianismo. Sigue siendo uno de los
preciosos testigos de la fe y del culto católicos a mediados del siglo II. En
Roma padeció el martirio, en compañía del pequeño grupo de fieles que mantenían
relaciones con él.
Fuera del
exordio y de las últimas líneas, esas actas reproducen una escena judicial.
***
Era en el tiempo
de los defensores de la idolatría.
Se publicaba en
la ciudad y en campaña, disposiciones impías contra los piadosos cristianos; se
debía obligarlos a ofrecer libaciones a los vanos ídolos.
Los santos de
quienes hablamos fueron detenidos juntos y llevados a la presencia de Rústico,
prefecto de Roma. No bien estuvieron ante el tribunal, Rústico dijo a Justino:
«Someteos a los dioses y obedeced a los
emperadores».
JUSTINO.—No se
es acreedor a censura ni a condenación, por observar los mandamientos de
nuestro Salvador Jesucristo.
RÚSTICO.—¿Qué
ciencia estudiáis especialmente?
JUSTINO.—Me
esforcé en aprenderlas todas. He concluido deteniéndome en la verdadera ciencia
de los cristianos, aunque de ella no gusten los que están arrastrados por el
error.
RÚSTICO.—¿Os
agrada entonces esa ciencia, desdichado?
JUSTINO.—Sí, pues siguiendo a los cristianos, poseo
la verdadera doctrina.
RÚSTICO.—¿Qué
doctrina es esa?
JUSTINO.—Adoramos
al Dios de los cristianos. Creemos que Él es el Dios único, y que ha sido desde
el principio creador y ordenador de toda criatura visible e invisible. Creemos
en el Señor Jesucristo, hijo de Dios, anunciado por los profetas para salvar al
género humano, para ser el Mesías que rescata y el Maestro de las sublimes
lecciones. Mas no soy sino un hombre y mis palabras, lo sé, nada son en
comparación con su divinidad infinita. Para hablar de ella sería necesaria la
palabra sorprendente de los profetas que han predicho la venida del que he
llamado hijo de Dios. Y estoy seguro de que el hálito de arriba inspiraba a los
profetas, cuando ellos anunciaban el futuro advenimiento de Cristo entre los
hombres.
RÚSTICO.—¿Dónde
soléis reuniros?
JUSTINO.—Allí
donde cada uno prefiere y puede reunirse. ¿Creéis tal vez que nos reunimos
todos en el mismo lugar? No. Pues el Dios de los cristianos no está encerrado
en tal o cual lugar. Es invisible, llena el cielo y la tierra, sus fieles le
adoran y le glorifican en todas partes.
RÚSTICO.—Respondedme:
¿dónde se reúnen los cristianos? ¿En qué lugar juntáis a vuestros discípulos?
JUSTINO.—Vivo
junto al establecimiento de baños de Timoteo, no lejos de la casa de un tal
Martín. Allí moro desde el principio de mi segunda estada en Roma. No conozco
otro lugar de reunión, sino aquella casa. A todos cuantos han querido ir a
verme allí, les he participado la verdadera doctrina.
RÚSTICO.—En
resumidas cuentas, ¿sois cristiano?
JUSTINO.—Sí, soy
cristiano.
RÚSTICO (a
Caritón).—A vos os toca, Caritón, ¿sois también cristiano?
CARITÓN.—Soy
cristiano por la voluntad de Dios.
RÚSTICO (a
Charito).— Y vos, Charito, ¿qué respondéis?
CHARITO.—Soy
cristiana, por la gracia de Dios.
RÚSTICO (a
Evelpiste).—¿Y vos, Evelpiste?
Evelpiste,
esclavo del César, respondió: Yo también, soy cristiano. Libertado por Cristo,
comparto la misma esperanza por la gracia de Cristo.
RÚSTICO (a
Hierax).—¿Y vos también, sois cristiano?
HIERAX.—Sí, soy
cristiano. Honro y adoro al mismo Dios que todos ellos.
RÚSTICO.—¿Será
Justino quien os hizo cristianos a todos?
HIERAX.—Yo era
cristiano desde hacía mucho tiempo y lo seré siempre.
Entonces Peón se
levantó y dijo: Yo también, soy cristiano.
RÚSTICO.—¿Quién
os ha instruido?