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lunes, 19 de septiembre de 2011

AMOR Y FELICDAD


Pablo Eugenio Charbonneau


Noviazgo

y


Felicidad



(Continuación. Ver lectura anterior: aqui)

3. Dos actitudes que hay que evitar

Subrayaremos ante todo dos actitudes generales que se deben evitar porque comprometen precisamente la seriedad del noviazgo.
La primera podría caracterizarse así: es preciso que el noviazgo no sea un compás de espera. Es decir, una época durante la cual se pierde el tiempo. Para muchas parejas los meses del noviazgo son, al parecer, así. Se contentan con ver pasar las semanas y los meses en una pasividad completa o poco menos. Ninguna preocupación seria; se van haciendo ahorros y se sueña… Ni el menor esfuerzo para lograr un mejor conocimiento del otro; se admiran, se alaban, se imaginan cosas… Ni por un momento se dedican a un trabajo de adaptación reciproca; esperan… el matrimonio, imaginando que ese trabajo se efectuará después. Y así transcurren, en medio de la esterilidad, esas horas en que hubieran debido dedicarse a fortalecer el amor por medio de un trabajo serio. En vez de aprovechar el noviazgo para anticipar e iniciar ya la adaptación de los caracteres, de los temperamentos, de las personalidades, se han divertido en acumular abundante ajuar, como si ésta fuera la única cosa importante. Durante este tiempo los novios tendrían que preparar su matrimonio, como el sembrador prepara en primavera la cosecha del otoño; pero en lugar de sacar el máximo provecho de él lo han perdido inútilmente.
Esta actitud es frecuente, sobre todo, en aquellos novios que no pueden verse a menudo, por una u otra razón. Están esperando siempre. Pero hay otra actitud, igualmente condenable, que es peculiar de los que se ven con demasiada frecuencia, cuyas conversaciones habituales revelan la más completa insulsez. Rechazan, por temor o por debilidad, cuando no por costumbre, todos los temas de conversación serios que deberían ser los de esta época; prefieren quedarse al nivel de las niñerías y jugar a deleitarse afectadamente, en vez de analizar la situación desde su ángulo real. Y en esta atmósfera se colman de caricias, que dan prueba quizá más de una sensibilidad enardecida que de un amor serio.
En uno y otro caso, los novios se preparan un despertar peligroso, porque sólo se han forjado ilusiones; ahora bien, quien cultiva así las ilusiones recogerá con seguridad una abundante cosecha de desilusiones. Quien entra en el matrimonio come en una vida soñada no tarda en sentirse infeliz y defraudado. A la novia se la trata, con la esposa se vive. Ésta resulta una mujer completamente distinta, se ha dicho alguna vez. Y se podría igualmente afirmar la recíproca: se trata a un novio, se vive con un marido, que es un hombre totalmente distinto. Los que se complacen en un noviazgo durante el cual las efusiones sentimentales y las niñerías poseen mayor preponderancia que la reflexión, se precipitan, con la cabeza baja, en el fracaso.

4. La única actitud aceptable

No hay más que una manera. de evitar el fracaso y de preparar el triunfo duradero del amor: consiste en vivir un activa, durante el cual los novios pondrán todo en acción para aprender a descubrirse mutuamente, más aún, a conocerse más profundamente, a amarse ya con un amor más sereno y más verdadero. Se consagrarán auténticamente a reflexionar, a discutir las orientaciones esenciales de su vida, a destruir la máscara que, inconscientemente, lleva cada cual sin saberlo. Intentarán, cada uno con toda su inteligencia, captar la verdadera fisonomía psicológica del otro, a fin de que, cuando llegue el día, no se casen con un ser soñado sino con un ser real, superando así por anticipado las desilusiones.

5. La fortaleza, primera virtud

Con esta perspectiva, nos parece exacto afirmar que la virtud principal de los novios es la virtud de fortaleza, que debe transmitir todo su vigor a ese período de incubación del amor conyugal que es el noviazgo.
En efecto, la fortaleza da a cada cual la energía necesaria para luchar con las dificultades que surgen en la vida y comunica valor para afrontar los riesgos con audacia, disipando las ilusiones falaces, para ligarse a la dura realidad y superar todos los obstáculos con perseverancia.
Conseguir la virtud de fortaleza será la primera preocupación de los novios, pues gracias a ella no caerán en debilidades peligrosas. En efecto, la fortaleza les permitirá superar las apariencias y penetrar en el mundo de la realidad que, aun siendo poco poético o sentimental, no deja de ser el único verdadero. Sabrán mantenerse en él, a despecho de todos, aunque haya que chocar contra ellos un poco bruscamente. No querer vivir en una contemplación beatífica y superficial, es aquí un imperativo urgente. Hay que evitar por encima de todo revestir el amor de quimeras; no hay que dorar al novio o a la novia como a un ídolo porque cuando se esté cerca de él ese dorado se quedará entre los dedos, descubriendo la gran pobreza que encubría.
Los novios deben prepararse de un modo activo y serio para la vida, aprendiendo a mirar al porvenir para entrever en él la realidad; un hogar sencillo, edificado sobre la abnegación y el sacrificio, un hombre con cualidades y defectos que le hagan unas veces amable y otras detestable; una mujer que reúne los encantos y las imperfecciones que harán de ello una fuente de dicha y a veces una fuente de pesadillas. Este es, en efecto, el horizonte conyugal: no un cielo azul, impermeable a toda nube, sino un firmamento en donde estrellas y manchas de sombra alternan como las sonrisas y las lágrimas en la cara de un niño.
Nunca repetiremos bastante hasta qué punto es necesario hacer un verdadero esfuerzo para alcanzar ese grado de lucidez activa que hace pasar el amor del plano precario del sentimentalismo ferviente, al plano, mucho más humano y serio, de la voluntad eficaz. En una página excelente, A. Kriekemans escribía, a este respecto, unas líneas que deben brindarse a la meditación de todos los novios: «Sin la luz del juicio, el amor sería ciego, se mantendría caprichoso y vagabundo. Gracias a la voluntad, abandona el país de los sueños, deja de ser ineficaz y se convierte en una empresa. Sobre todo en la obra que representa el matrimonio, el papel de la voluntad nos parece indispensable. La persona, desde el instante en que ama, se encuentra ante una tarea. Desea contribuir al bienestar del otro, conseguir lo mejor para él. El amor propone, pues, un objetivo que hay que alcanzar. La imaginación o el sentimiento no bastan. Mantener el amor en la ociosidad y en la pasividad equivale a traicionarlo. Quien lo abandone at azar no captará nunca su sustancia profunda y le destinará a un final rápido y seguro» [1].
Suscribir este juicio que parece indiscutible, es afirmar que los novios deben cultivar esa fortaleza que permitirá a su inteligencia y a su voluntad tomar a su cargo el amor para conducirle a su plena expansión. Desde este momento, el noviazgo constituirá realmente ese aprendizaje serio en que debe consistir, significará una garantía de la felicidad conyugal. Querer ser feliz e imaginarse ser feliz son dos cosas muy diferentes: el que se lo imagina va soñando sin hacer esfuerzo alguno; el que lo quiere ser, se consagra con energía y constancia a lograr la realización de su voluntad. Los novios, para no perder su amor en los dédalos de la fútil imaginación, tienen el deber de fijarse un propósito intenso y eficaz de felicidad. En él en­contrarán la fuerza para desenmascarar las falsas riquezas, las falsas promesas y las falsas esperanzas. Entrarán entonces en la vida conyugal con un arsenal psicológico que les preservará de hundirse, en breve plazo, en la pesadumbre. Se construirán un porvenir sólido porque habrán sabido hacer buen uso del presente; y su amor de es­posos se mantendrá estable porque el noviazgo lo habrá preparado.
Por lo demás, sobre esta sola fortaleza se basará la prudencia que se menciona tan a menudo delante de los novios. «Sed prudentes —se les aconseja—; no os comprometáis a la ligera. Pensadlo bien…». En verdad hay que ser prudente, y de ello se da uno cuenta muy pronto. Pero no es fácil ser prudente. Es mucho más cómodo alimentar ilusiones y falsas seguridades. No es siempre par desprecio de la prudencia por lo que se compromete uno a la Ligera o se hunde a ciegas en la aventura conyugal. Es debido a que con frecuencia no se ha tenido el valor de hacer pasar el amor por la criba de una prudencia que parecía peligrosamente aguzada. Se ha preferido caminar con los ojos cerrados porque se necesita mucha fuerza de voluntad para mantenerlos abiertos cuando la cruda luz de la realidad inunda implacablemente el objeto hacia el cual se dirige nuestra mirada. Los novios deben, ante todo, examinarse uno a otro con la mayor lealtad. Aceptar verse tal como son, sin desdibujar su imagen, mostrar su verdadera faz sin adornarla con apariencias de relumbrón, revelar el uno al otro su yo más profundo a fin de que cada uno pueda leer el porvenir de su vida: esto es lo que implica, en primer término, un noviazgo serio.
Este afán de honradez recíproca y de lucidez es la piedra angular de esa época de la vida. Es el presupuesto esencial, debe pasar incluso antes por la prudencia, cuya práctica indispensable garantiza.


[1] A. Kriekemans, Préparation au mariage et à la famille, Casterman, París 1957, p. 103.

SANTORAL 19 DE SEPTIEMBRE





19 de septiembre

  NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE




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   El 19 de septiembre de 1846, en La Salette, en los Alpes franceses, la Sma. Virgen se le apareció a dos pastorcitos, Maximin Giraud, que contaba a la sazón 9 años, y Melania Calvat, de 14 años de edad. Los dos niños eran ignorantes y provenientes de familias muy pobres. A ellos fue que la Reina de los Cielos escogió para desbordar Su Corazón doloroso y «anunciar una gran noticia.» Ese sábado, temprano, los dos niños cruzan las pendientes del monte sus-les-Baisses, cada uno llevando sus cuatro vacas. Maximino, además, su cabra y su perro Loulou. El sol resplandece sobre los pastos. A mitad de la jornada, el Angelus suena allá abajo en el campanario de la iglesia de la aldea. Entonces los pastores conducen sus vacas a "la fuente de las bestias", una pequeña represa que forma el arroyuelo que baja por la quebrada del Seiza. Después las llevan hacia una pradera llamada "le chômoir", en las laderas del monte Gargas. Hace calor, las bestias se ponen a rumiar.
   Maximino y Melania suben un pequeño valle hasta la "fuente de los hombres". Junto a la fuente toman su frugal comida: pan con un trozo de queso de la región. Otros pequeños pastores que "guardan" más abajo se les unen y charlan entre ellos. Después de su partida, Maximino y Melania cruzan el arroyo y descienden unos pasos hasta dos bancos de piedras apiladas, cerca de la hondonada seca de una fuente agotada: "la pequeña fuente". Melania pone su pequeño talego en el suelo, y Maximino su blusa y merienda sobre una piedra.
   Contrariamente a su costumbre, los dos niños se tumban sobre la hierba... y se duermen. Se está bien bajo el sol de este fin de verano, no hay una nube en el cielo. Al rumor del arroyo se añade además la calma y el silencio de la montaña. pasa el tiempo...
   ¡Bruscamente, Melania se despierta y sacude a Maximino! "¡Mémin, Mémin, rápido, vamos a ver nuestras vacas... No sé dónde están!" Rápidamente suben la pendiente opuesta al Gargas. Al volverse, perciben todo el pastizal: sus vacas están allá, rumiando plácidamente. Los dos pastores se tranquilizan. Melania comienza a descender. A media pendiente, se queda inmóvil y asustada, deja caer su garrote: "¡Mémin, ven a ver, allá, una claridad!".
   Cerca de la pequeña fuente, sobre uno de los bancos de piedra... un globo de fuego: "Es como si el sol se hubiera caído allí". Pero el sol continúa brillando en un cielo sin nubes. Maximino acude gritando: "¿Dónde está? ¿Dónde está?" Melania señala con el dedo hacia el fondo del barranco donde ellos habían estado durmiendo. Maximino se acerca a ella, paralizada de miedo, y le dice: "¡Vamos, coge tu garrote! Yo tengo el mío y le daré un buen golpe si nos hace algo". La claridad se mueve, gira sobre sí misma. Les faltan palabras a los dos niños para indicar la impresión de vida que irradia este globo de fuego. En él una mujer aparece, sentada, la cara oculta entre sus manos, los codos apoyados sobre las rodillas, en una actitud de profunda tristeza.
   La Bella Señora se levanta. Ellos no han dicho una sola palabra. Ella les habla en francés: "¡Acercaos, hijos míos, no tengáis miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia!" Entonces, descienden hacia ella. La miran, ella no cesa de llorar: "Parecía una madre a quien sus hijos habían pegado y se había refugiado en la montaña para llorar". la Bella Señora es de gran estatura y toda de luz. Está vestida como las mujeres de la región: vestido largo, un gran delantal a la cintura, pañuelo cruzado y anudado en la espalda, gorra de campesina. Rosas coronan su cabeza, bordean su pañuelo y adornan sus zapatos. En su frente una luz brilla como una diadema. Sobre sus hombros pesa una gran cadena. Una cadena más fina sostiene sobre su pecho un crucifijo deslumbrante, con un martillo a un lado y al otro unas tenazas.
   "Ha llorado durante todo el tiempo que nos ha hablado". Juntos, o separados, los dos niños repiten las mismas palabras con ligeras variantes que no afectan al sentido. Y esto, cualesquiera que sean sus interlocutores: peregrinos o simples curiosos, personalidades civiles o eclesiásticas, investigadores o periodistas. Que sean favorables, lleven buenas intenciones o no, he aquí lo que ellos nos han trasmitido:
   " Acercaos, hijos míos, no tengáis miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia".
   "La escuchamos, no pensamos en nada". 
   "Si mi pueblo no quiere someterse, me veo obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado que no puedo sostenerlo más". ¡Hace tanto tiempo que sufro por vosotros! Si quiero que mi Hijo no os abandone, estoy encargada de rogarte sin cesar por vosotros, y vosotros no hacéis caso. Por más que recéis, por más que hagáis, jamás podréis recompensar el dolor que he asumido por vosotros. Os he dado seis días para trabajar; me he reservado el séptimo, ¡y no se quiere conceder! Esto es lo que hace tan pesado el brazo de mi Hijo. Y también los que conducen los carros no saben jurar sin poner en medio el nombre de mi Hijo. Son las dos cosas que hacen tan pesado el brazo de mi Hijo. Si la cosecha se pierde, sólo es por vuestra culpa. Os lo hice ver el año pasado con las patatas, !y no hicisteis caso! Al contrario, cuando las encontrabais estropeadas, jurabais, metiendo en medio el nombre de mi Hijo. Van a seguir pudriéndose, y este año, por Navidad, no habrá más". La palabra "pommes de terre" (patatas) intriga a Melania. En el dialecto de la región se dice de otra forma ("là truffà"). La palabra "pommes" evoca para ella el fruto del manzano. Ella se vuelve a Maximino para pedirle una explicación. Pero la Señora se adelanta: "¿No comprendéis, hijos míos? Os lo voy a decir de otra manera". La Bella Señora repite en el dialecto de Corps desde "si la cosecha se pierde...", y ya prosigue todo su mensaje en este dialecto: "Si tenéis trigo, no debéis sembrarlo. Todo lo que sembréis, lo comerán los bichos, y lo que salga se quedará en polvo cuando se trille. Vendrá una gran hambre. Antes de que llegue el hambre, a los niños menores de siete años les dará un temblor y morirán en los brazos de las personas que los tengan. Los demás harán penitencia por el hambre. Las nueces saldrán vanas, las uvas se pudrirán".
   De repente, aunque la Bella Señora continúa hablando, sólo Maximino la oye, Melania la ve mover los labios, pero no oye nada. Unos instantes más tarde sucede lo contrario: Melania puede escucharla, mientras que Maximino no oye nada, y se entretiene haciendo girar su sombrero en una punta de su cayado mientras que con el otro extremo lanzaba pequeñas piedras. "¡Ninguna tocó los pies de la Bella Señora!", dirá algunos días más tarde. "Ella me contó algo diciéndome: No dirás esto ni esto. Después no entendí nada, y durante este tiempo, yo me entretenía".
   Así la Bella Señora habló en secreto a Maximino y luego a Melania. y de nuevo los dos juntos escuchan sus palabras: "Si se convierten, las piedras y las rocas se cambiarán en montones de trigo y las patatas se encontrarán sembradas por las tierras. ¿Hacéis bien vuestra oración, hijos míos?" 
   "No muy bien, Señora", responden los dos niños.
   ¡Ah! hijos míos, hay que hacerla bien, por la noche y por la mañana. Cuando no podáis más, rezad al menos un padrenuestro y un avemaría, pero cuando podáis, rezad más. Durante el verano no van a misa más que unas ancianas. Los demás trabajan el domingo, todo el verano. En invierno, cuando no saben qué hacer; no van a misa más que para burlarse de la religión. En Cuaresma van a la carnicería como perros. ¿No habéis visto trigo estropeado, hijos míos?".
   "No, Señora", responden.
   Entonces ella se dirige a Maximino: "Pero tú, mi pequeño, tienes que haberlo visto una vez, en Coin, con tu padre. El dueño del campo dijo a tu padre que fuera a ver su trigo estropeado. Y fuisteis allá, tomasteis dos o tres espigas de trigo en vuestras manos las frotasteis, y todo se quedó en polvo. Después, al regresar; como a media hora de Corps, tu padre te dio un pedazo de pan, diciéndote: "¡Toma, hijo mío, come todavía pan este año que no sé quién lo comerá al año que viene si el trigo sigue así!"
   Maximino responde: "Ah sí, es verdad, Señora, ahora me acuerdo, lo había olvidado".
   Y la Bella Señora concluye, no en el dialecto, sino en francés: "Bien, hijos míos, hacedlo saber a todo mi pueblo".
El 19 de septiembre de 1851, Mons. Filiberto de Bruillard, Obispo de Grenoble, publica finalmente su "carta pastoral". He aquí el párrafo esencial:
   "Juzgamos que la aparición de la Santísima Virgen a dos pastores, el 19 de septiembre de 1846, en una montaña de la cadena de los Alpes, situada en la parroquia de La Salette, del arciprestazgo de Corps, contiene en sí todas las características de la verdad, y que los fieles tienen fundamento para creerla indudable y cierta".
   La resonancia de esta carta pastoral es considerable. Numerosos obispos la hacen leer en las parroquias de sus diócesis. La prensa se hace eco en favor o en contra. Es traducida a numerosas lenguas y aparece notoriamente en el Osservatore Romano de 4 de junio de 1852. Cartas de felicitación afluyen al Obispo de Grenoble.
   La experiencia y el sentido pastoral de Filiberto de Bruillard no se detienen aquí. El 1 de mayo de 1852, publica una nueva carta pastoral anunciando la construcción de un santuario sobre la montaña de La Salette y la creación de un cuerpo de misioneros diocesanos que él denomina "los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette". Y añade: "La Santa Virgen se apareció en La Salette para el universo entero, ¿quién puede dudarlo?" El futuro iba a confirmar y sobrepasar estas expectativas, el relevo estaba asegurado, se puede decir que Maximino y Melania han cumplido su misión.
   El Santuario de Nuestra Señora de La Salette está situado en plena montaña, a 1800 mts. de altitud en los Alpes franceses. De la atención del Santuario y su hospedería es responsable la Asociación de Peregrinos de La Salette por encargo de la diócesis de Grenoble. Los Misioneros y las Hermanas de Nuestra Señora de La Salette aseguran la animación y el funcionamiento, ayudados por capellanes, sacerdotes religiosos o diocesanos, religiosas, laicos asociados y por empleados asalariados y voluntarios. 
   El 19 de septiembre de 1855, Mons. Ginoulhiac, nuevo Obispo de Grenoble, resumía así la situación: "La misión de los pastores ha terminado, comienza la de la Iglesia".