Este es un sitio para católicos tradicionales, con contenidos de teología, meditaciones, santoral y algunas noticias de actualidad.

domingo, 18 de septiembre de 2011

UN PLATO CRIOLLO


Carbonada en zapallo






Ingredientes

- Un zapallo chico, de un kilo, más o menos.
- 30 gramos de manteca.
- Dos cucharadas de azucar
- Media taza de leche
- Aceite de maíz (también puede ser de girasol, evitar el aceite mezcla o de soja)
- 100 gramos de carne de pulpa (aguja, cuadril, etc.)
- Una cebolla chica
- Medio morrón rojo
- Un tomate chico
- Los granos de un choclo (los granos de choclo congelados también sirven)
- Cincuenta gramos de arroz
- Media taza de vino blanco
- Media taza de caldo de carne
- Comino
- Laurel
- Ají molido
- Sal y pimienta

Preparación

- Lavar y secar el zapallo.
- Cortar la parte superior del zapallo y guardar la “tapa” que resulta del corte.
- Limpiar el interior del zapallo, sacando las semillas y las fibras que contiene.
- Untar el interior del zapallo con la manteca y después agregar el azucar y la leche.
- Ponerle la tapa al zapallo y llevarlo a un horno moderado durante veinte minutos.

- En una sartén, calentar el aceite y dorar la carne cortada en cubos.
- Retirar la carne y en la misma sartén cocinar la cebolla y el morrón cortados finitos hasta que la cebolla esté transparente.
- Agregar el arroz y cocinar unos minutos hasta que se torne translúcido.
- Agregar la carne, el tomate cortado en cubitos y los granos de choclo.
- Cocinar dos o tres minutos y agregar el vino blanco.
- Dejar que se evapore el alcohol del vino.
- Añadir el caldo de carne.
- Condimentar con sal, pimienta, comino, ají molido, dos cucharaditas de azúcar y una hoja de laurel.
- Cocinar veinte minutos a fuego bajo.

Para terminar hay que rellenar el zapallo con la preparación y llevarlo al horno a temperatura media durante diez minutos. La carbonada se sirve en el mismo zapallo.


RECORDANDO... EL "MILAGRO DEL ARROZ"

 Por intercesión de San Juan Macías

ASÍ FUE EN ESPAÑA DE 1949, EL "MILAGRO DEL ARROZ", UN RARO CASO DE MULTIPLICACIÓN DE MATERIA

La cocinera echó las tres únicas tazas que tenía para alimentar a ciento cincuenta personas. Musito una oración, y sucedió lo inexplicable.






El 25 de enero de 1949 se presentó una situación muy delicada en la Casa de Nazaret del Instituto San José de  Olivenza (Badajoz). Allí se alojaban medio centenar de niños en régimen de semipensionado, que recibían alimentación y educación. Y también se servía comida a los más pobres, en un comedor social vinculado a la parroquia y donde llevaban alimentos algunas familias bienhechoras, que lo hacían por turno.

Pero aquel día Leandra Rebollo, la cocinera, estaba muy inquieta porque la familia a la que le tocaba ese domingo no había aparecido.Así que cogió 750 gramos de arroz del almacén de los niños para dárselo a los pobres y resolver momentáneamente, hasta donde se pudiera, el problema. Musitando angustiada un "¡Hay, beato...! ¡Y los pobres, sin comida!", echó el arroz en la cazuela y salió a hacer otras cosas.

San Juan Macías

El beato no era otro que el hoy santo San Juan Macías (1585-1645), o Masías, como se le conocía en el convento de Lima (Perú), donde fue portero toda su vida.Allí había llegado tras abandonar su localidad natal pacense, Ribera del Fresno. Fue el mismo San Juan Evangelista quien se le apareció cuando trabajaba como pastor, para llamarle a cuidar otros rebaños.Tras ir a América con un comerciante y hacerse allí dominico, hizo los votos en el convento de Santa María Magdalena. Fue amigo íntimo de San Martín de Porres y, como él, lo daba todo a los pobres. A pesar de que no murió en su tierra, siempre se conservó hacia él una gran devoción en Extremadura, y Pablo VI le canonizó en 1975.


El milagro del arroz


Por eso Leandra acudió a él, en una petición desesperada (un "¡A ver qué haces!" que era casi también una queja), pues no podía esperar lo que sucedió. Cuando regresó a la cocina, se encontró en el fogón una cantidad de arroz mucho mayor de la que había echado.Tanto, que empezó a rebosar y tuvo que pedir ayuda para pasar el aliimento a otra tartera. Llamó al párroco, Luis Zambrano, y a la directora del Instituto, María Gragera Vargas, que se convirtieron en los primeros testigos del milagro. Pero no los únicos.El prodigio duró ininterrumpidamente durante cuatro horas y de aquellas tres tazas de arroz iniciales pudieron comer los cincuenta niños del centro y un centenar de pobres, ante la mirada atónita de los habitantes del pueblo, que acudieron el tropel a ver el hecho.Todo concluyó repentinamente cuando el párroco, habiendo comido todo el mundo ya, dijo: "¡Basta!".

Reconocimiento oficial

Este milagro fue reconocido oficialmente por el Vaticano, y es de los muy escasos de este tipo que registra la historia, desde que el mismo Jesucristo lo realizase por primera vez con la multiplicación de los panes y los peces que narran los Evangelios.La abundancia de testigos y de muestras recogidas (pues el párroco, al darse cuenta de la sobrenaturalidad de cuanto acaecía, estuvo presto a allegar pruebas, que sirvieron para verificar que el arroz "creado" en la olla era arroz absolutamente normal) dieron una gran celebridad a este milagro.Al cumplirse hace dos años el 60º aniversario del mismo, el obispo Santiago García Aracil inauguró un mural conmemorativo en el centro parroquial San Juan Macías, que servirá de recordatorio para generaciones futuras.


EL PADRE PÍO NOS HABLA DE....


LA CRUZ


***

Jesús llene vuestro corazón de su divino amor. Os transforme en Él.
                Anímate también tú con este pensamiento: tus penas, espirituales y físicas, son pruebas que te envía el Señor.
                Las almas que aman a Jesús deben tratar de asemejarse a su eterno y divino modelo. Jesús llegó a sentirse solo. En su humanidad quiso experimentar la incomprensible pena de sentirse abandonado hasta de Su Padre Celestial.
                   A veces el Señor permite que experimente el peso de la Cruz.
                El peso te parece intolerable, pero lo sobrellevas, porque el Señor, por amor y misericordia, te ayuda con su fuerza.
                No te aplaste la Cruz. Si su peso te hace tambalear, su potencia te sostiene.
                Subamos al Calvario con la Cruz a cuestas. No dudemos. Nuestra ascensión terminará con la visión celeste del dulcísimo Salvador.
                Si Jesús se manifiesta, agradéceselo. Si se esconde, agradéceselo también. Son juegos del amor. ¡Que la Virgen, clemente y piadosa, continúe obteniéndoos, de la inefable bondad del Señor, fuerza para afrontar hasta el final las pruebas de amor que os sobrevengan!
                Mi deseo es que lleguéis a expirar en la Cruz con Jesús y con Él podáis dulcemente exclamar: “Consummatum est!” (Todo está cumplido).
                La vida es un calvario. Conviene subirlo alegremente.
                Las cruces son regalos del Esposo. Soy celoso. Mis sufrimientos son agradables. Sólo sufro cuando no sufro.
                ¡Ánimo! No esperéis llegar al Tabor para contemplar a Dios. Ya lo  veis y contempláis en el Sinaí.
                La Cruz es la bandera de los elegidos. No nos separemos de ella y cantaremos victoria en toda batalla.
                Apóyate, como la Virgen, en la Cruz de Cristo, y hallarás alivio.
                María sufrió atrozmente ante su Hijo Crucificado; sin embargo, no puedes decir que Ella se hallase abandonada. Más aún, jamás había amado tanto a su Hijo como entonces que ni siquiera podía llorar.
                En la vida, cada uno tiene su cruz. Tenemos que conseguir ser el buen ladrón, no el malo.
                Cuanto más dura sea la prueba que Dios envía a sus elegidos, tanto más abundantemente los conforta durante la opresión y los exalta después de la lucha.
                Los fuertes y los generosos no se quejan si no es por graves motivos, e incluso en ese caso, éstos no llegan a inquietar su interior.
                El Corazón buen oes siempre fuerte, sufre, no llora y se consuela sacrificándose por Dios y por el prójimo.
                Nos anime el pensar que después de subir al Calvario, ascenderemos todavía más arriba sin esfuerzo, hasta el monte santo de Dios.
                No temáis, Jesús es más poderoso que el infierno. Al solo recuerdo de su nombre, todos, en el Cielo y la tierra, caen de rodillas ante Jesús, consuelo de los buenos y terror de los impíos.
                El Señor, por Su Piedad, añade a otras pruebas la de los miedos y temores espirituales, hechos de desolación y tinieblas, pero dichas tinieblas son luz en el cielo de nuestras almas.
                De hecho, cuando la zarza arde, en su derredor se forma una aureola. El espíritu desconcertado, teme no ver, no comprende absolutamente nada.
                Es entonces cuando se presenta Dios y habla al alma que oye, entiende, ama y tiembla…
                “No esperéis llegar al Tabor para contemplar a Dios, ya lo habéis contemplado en el Sinaí”.
                El que comienza a mar ha de estar preparado para sufrir.
                Acaricia y besa dulcemente la mano de Dios que te castiga. Es siempre la mano de un Padre que te pega porque te quiere.
                Para consolar al afligido, no hay como recordarle el bien que todavía puede realizar.
                Cuando os sobrevenga alguna prueba, física o moral, el mejor remedio es pensar en Aquél que es nuestra vida. Jamás pensar en la prueba sin pensar contemporáneamente en el Otro.
                Es necesario que os familiaricéis con los sufrimientos que Jesús os envíe, debéis vivir siempre con ellos.
                Comportándoos de esta manera, cuando menos lo esperéis, Jesús, que sufre viéndoos largo tiempo afligidos, os reconfortará e infundirá nuevo valor en vuestro espíritu.
                La vida del cristiano no es más que una lucha continua contra sí mismo. No se consigue la felicidad sino por medio del dolor.
                Se hace día y el alma se recrea al sol.
                S e hace noche y vienen las tinieblas. Se pierde la memoria. El Señor, para lograr un obscurecimiento total, nos hace olvidar hasta las consolaciones recibidas. ¡Calma! Y convéncete de que estas tinieblas y tentaciones no son un castigo por tu iniquidad; no eres ni una impía ni una obstinada maliciosa, eres una entre las elegidas, probada como el oro al fuego. Esta es la verdad; si dijese otra cosa, mentiría. No hallo en tu alma pecado alguno que justifique tus temores, por tanto tus ansiedades e inquietudes son simplemente una cruz. ¿Qué son, hija mía, los anhelos que sientes incesantemente de Dios? El resultado del amor que atrae y empuja. ¿Huye el amor? Para amar y agudizar el amor. Bien sabes, hija mía, que María sufrió atrozmente ante su Hijo Crucificado, sin embargo, no puedes decir que se hallase abandonada. Más aún, ¡Jamás había amado tanto a su Hijo como entonces que ni siquiera podía llorar! Consuélate… defiéndete como mejor puedas y, si no lo logras, resígnate y no temas ante la noche que cae… mientras tanto haz lo que dice David: Elevad en la noche vuestras manos hacia el santuario y bendecid al Señor. Sí, bendigamos de todo corazón al Señor, bendigámoslo sin cesar y pidámosle que sea nuestro guía, nuestra nave, nuestro puerto.
                Las pruebas que os envía y os enviará el Señor son signos palpables del aprecio divino y joyas del alma. Pasará, hijas mías, el invierno y llegará una interminable primavera cuyas bellezas superarán en mucho las duras tempestades.

Padre Pío. ¡RUEGA POR NOSOTROS!

SANTORAL 18 DE SEPTIEMBRE




18 de septiembre


SAN JOSÉ DE CUPERTINO,
Confesor

Armémonos, revistiendo por coraza la fe y la caridad,
y por casco la esperanza de la salvaci6n.
(I Tesalonicences, 5, 8).

   Temprano declaró San José la guerra a la carne y al mundo. Mucho antes de su entrada en religión, llevaba un tosco cilicio y maceraba su cuerpo con diversas austeridades. Admitido como doméstico entre los Conventuales, fue después, a causa de sus eminentes virtudes, recibido entre los religiosos de coro. Ordenado sacerdote en 1628, se retiró a una incómoda celda, se despojó de todo lo que le había sido acordado por la regla y, arrojándose al pie del crucifijo: Señor, exclamó, heme aquí despojado de todas las cosas creadas, sé tú mi único tesoro; considero todo otro bien como un peligro, como la pérdida de mi alma. Para recompensar su generosidad, el Señor lo favoreció con numerosos éxtasis, y le concedió el don de milagros y profecía. Murió el 18 de septiembre de 1663.
MEDITACIÓN SOBRE
LAS ARMAS DEL CRISTIANO

   I. Hay circunstancias en las que el cristiano no triunfa sino mediante la huida. La castidad es uno de estos combates. ¿Quieres obtener en ellos una victoria. segura? Huye de las ocasiones, porque tienes a tu cuerpo contra ti; es un enemigo doméstico que está en inteligencia con el demonio, y que te traicionará. No tengas vergüenza de huir, si deseas obtener la corona de la castidad. (San Agustin)

   II. No resistas a quienes te abruman de injurias y de burlas sangrientas, a quienes te desprecian, te calumnian o te maltratan de cualquier manera que fuere: cállate, no trates de confundirlos, no les devuelvas mal por mal. ¡Oh! ¡qué difícil es contenerse en tales ocasiones; mas, cuán agradable a Jesucristo es la victoria que obtienes sobre ti mismo! El divino Maestro nada respondió a las calumnias y a las burlas de los judíos; imítalo.

   III. La fe, la esperanza y la caridad son las tres armas que San Pablo nos presenta para hacernos triunfar de nuestros enemigos. Considera con los ojos de la fe lo que ha sufrido Jesucristo, y tus sufrimientos te parecerán leves; eleva tus miradas al cielo, y la esperanza de obtener la corona sostendrá tu valor; ama a Dios, y sus mandamientos ya nada tendrán de penoso para ti. Donde hay amor, no hay pena, o si existe pena, hácese amable. (San Agustin) 

La huida de las ocasiones 
Orad
por los que son tentados.

ORACIÓN

    Oh Dios, que habéis querido que vuestro Unigénito Hijo, levantado de la tierra, atrajese todo hacia Él, haced, os lo suplicamos por los méritos del seráfico José, vuestro confesor, que elevados a su ejemplo por sobre todas las cosas terrenales, merezcamos llegar a ese mismo Jesucristo que vive y reina con Vos por los siglos de los siglos. Amén.

SERMÓN PARA LA DOMÍNICA DEL DOMINGO DECIMOCUARTO POST PENTECOSTÉS



DECIMOCUARTO DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Por lo tanto os digo: No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis, ni para vuestro cuerpo qué vestiréis. ¿No es más el alma que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni amontonan en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? ¿Y quién de vosotros discurriendo puede añadir un codo a su estatura?
¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan: os digo, pues, que ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. Pues si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los Gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura.
Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado: le basta al día su propia aflicción.
El Evangelio de este Domingo nos recomienda de una manera precisa y clara la confianza en la divina Providencia.
Contemplemos a Jesús, hablando a las muchedumbres en el Monte de las Bienaventuranzas.
Tenemos un Padre que vela por nosotros: Vuestro Padre sabe que habéis menester de todas estas cosas…
¡Gran dicha la de los cristianos! Sabemos que desde lo alto del Cielo lleva cuidado de nosotros un Dios omnisciente, de infinito poder y de suma bondad; que allá arriba hay un Padre amoroso, que vela por sus hijos.
Dios Padre, como supremo Gobernador del movimiento de los mundos, lleva cuenta de todos los sucesos de nuestra vida, prevé los peligros y dirige nuestros pasos.
Nada acontece que no haya obtenido antes su beneplácito, o al menos su consentimiento; y como nos ama como hijos, nada puede permitir que no vaya dirigido a nuestro mayor bien y provecho.
¡Ah! Si lo pensáramos y consideráramos seriamente, nada habría que nos pudiera conturbar. Ni las necesidades temporales, ni las tribulaciones de este valle de lágrimas, ni aun las angustiosas dudas con que el demonio pretende enredar el negocio de nuestra salvación.
¿Cómo osaríamos inquietarnos por nada teniendo a Dios por Padre? Sin embargo, los afanes temporales nos perturban, los pesares nos abaten, y las preocupaciones internas frecuentemente nos amilanan.
***
¡Cuán bien cuadra también a nosotros, por desgracia, aquella imprecación del Salvador: Hombres de poca fe!
Y la verdad es que, si miramos nuestro pasado, aparece tan claramente la Providencia dirigiendo nuestros pasos, que en ocasiones casi hemos visto sensiblemente el brazo que nos guiaba.
¿Por qué, pues, no somos consecuentes? ¿Cómo es que, a pesar de tan claras señales de la Providencia amorosa que nos gobierna, cuando de nuevo se oscurece nuestro cielo y no percibimos más luz que la de la antorcha de nuestra débil fe, volvemos a las antiguas dudas y perplejidades, olvidando que esa Providencia nos ha librado de peores peligros?
Acabemos ya con tanta fluctuación, busquemos la estabilidad del corazón, arrojando nuestros cuidados en las manos del Señor, que Él se interesará por nosotros: Sabe bien vuestro Padre que necesitáis de todas estas cosas…
***
No os acongojéis por la comida o por el vestido. Este postulado viene a ser una consecuencia lógica de la doctrina expuesta.
Pero el Señor tiene tanto interés en que quedemos compenetrados del pensamiento de la Providencia, que llega a multiplicar razones y argumentos:
No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis…
San Jerónimo enseña que en algunos códices se ha añadido: Ni qué beberéis. Luego se refiere a aquello que la naturaleza concede a las fieras, a las bestias y también a los hombres; y siéndonos esto común, no podemos vivir libres de este cuidado. Pero se nos manda que no andemos solícitos acerca de lo que hemos de comer, porque con el sudor de nuestra frente debemos prepararnos el pan. El trabajo debe ejercitarse, mas se debe evitar el afán. Por lo tanto, se debe trabajar, pero debe evitarse la preocupación.
Así, pues, cuando el Señor dice: No queráis andar solícitos, no lo dice con el objeto de que no busquemos lo necesario con lo que podamos vivir honradamente, sino para que no nos fijemos en estas cosas, y que no sea por ellas que hagamos todo lo que se manda en la predicación del Evangelio.
***
Confirma, pues, el Señor nuestra esperanza, razonando así, de mayor a menor: ¿Acaso el alma no vale más que la comida, y el cuerpo más que el vestido?
Después que el divino Maestro ha confirmado nuestra esperanza razonando de mayor a menor, ahora vuelve a confirmarla razonando de menor a mayor, cuando dice: Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan…
Lo que dice el Señor respecto de las aves del cielo, se refiere a convencernos que ninguno debe creer que Dios no se cuida de procurar lo necesario a los que le sirven, siendo así que su Providencia se extiende hasta gobernar estas criaturas.
Respecto de los siervos de Dios que pueden ganarse el sustento con sus manos, si alguno les argumentase con las palabras del Evangelio que habla de las aves del cielo que ni siembran ni siegan, San Agustín dice que pueden responder: Si nosotros por alguna enfermedad u ocupación no podemos trabajar, el Señor nos alimentará, como alimenta a las aves del cielo que no trabajan. Cuando podemos trabajar, no podemos tentar a Dios, porque todo lo que podemos hacer, lo podemos por su auxilio, y todo el tiempo que aquí vivimos, por su largueza vivimos, pues nos ha dado el que podamos vivir, y Él nos alimenta del mismo modo que alimenta a las aves.
Sabemos que Dios ha hecho todos los animales para el hombre, y al hombre para Sí. Cuanto más vale la creación del hombre, tanto mayor es el cuidado que Dios tiene por él. Si, pues, las aves que no trabajan encuentran qué comer, ¿no lo encontrará el hombre, a quien Dios le ha concedido la ciencia de trabajar?
***
Y ¿quién de vosotros, a fuerza de discurrir, puede añadir un codo a su estatura?
Nuestro Señor enseña, no sólo con el ejemplo de las aves, sino también con la experiencia, que nos prueba que no es suficiente nuestro cuidado para que podamos subsistir y vivir, sino que es necesaria la acción de la divina Providencia, diciendo: ¿Quién de vosotros, discurriendo puede añadir un codo a su estatura?
En efecto, Dios es quien todos los días hace que nuestro cuerpo crezca, sin conocerlo nosotros. Si, pues, la Providencia de Dios obra todos los días, ¿cómo podrá decirse que cesará en las cosas indispensables?
***
Y ¿por qué andáis solícitos por el vestido? Considerad cómo crecen los lirios del campo: ellos no trabajan, ni hilan. Y sin embargo, Yo os digo, que ni Salomón, en el apogeo -de su gloria, llegó a vestirse como uno de éstos. Pues si el heno del campo, que hoy es y mañana es echado al horno, Dios así lo viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
San Juan Crisóstomo dice que, después que demostró a sus discípulos que no era conveniente andar solícitos con el alimento, Nuestro Señor pasó a otra cosa más sencilla. No es tan necesario el vestido como el alimento, y por ello dice: ¿Y por qué andáis acongojados por los vestidos? No usa aquí del ejemplo de las aves, para citar como ejemplo el pavo real o el cisne, de quienes se podrían tomar ejemplos parecidos, sino que usa del ejemplo de los lirios, queriendo demostrar con estas dos cosas la sobreabundancia de sus dones, a saber, con el derroche de hermosura y la vileza de los que participan de tanto decoro.
Si Dios cuida tanto de las flores de la tierra que mueren apenas nacen y son vistas, ¿despreciará a los hombres a los que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente? Y esto es lo que expresa cuando dice: ¿cuánto más cuidará de vosotros, hombres de poca fe?
Los llama hombres de poca fe, porque es muy limitada aquella fe que no está segura aun de las cosas más pequeñas.