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lunes, 26 de marzo de 2012

SANTORAL 26 DE MARZO





SAN LUDGERIO, 
Obispo y Confesor

Perseverad en la oración, velando en ella
con acciones de gracias.
(Colosenses, 4,2).

   San Ludgerio puso de manifiesto, desde su infancia, una fervorosa asiduidad en la oración y en la lectura de las Sagradas Escrituras. Un día su no. driza le preguntó el nombre de su soberano: Es Dios -le respondió- mi Soberano. Encargado de predicar la fe a los sajones, convirtió a un gran número de infieles, fundó monasterios y edificó muchas iglesias. Enterado Carlomagno de su virtud lo propuso para ocupar la sede de Munster. Envióle, pues, tres emisarios para llamarle a su lado; no fue el santo al palacio sino después de haber concluido de recitar su oficio, que había comenzado, diciendo que hablaba aun Príncipe más grande que el emperador .

MEDITACIÓN 
ACERCA DE LA ORACIÓN

   I. En este mundo siempre se ha de orar, porque siempre tenemos necesidad del socorro divino para ser consolados en nuestras aflicciones y para ser asistidos en nuestras necesidades temporales y espirituales frente a nuestros enemigos visibles e invisibles. Dices tú que no puedes rezar continuamente: reza lo más a menudo que puedas, al comenzar tus, principales acciones y, sobre todo, en las tentaciones que contra ti suscite el enemigo de la salvación.

   II. Reza con respeto y modestia que edifiquen al prójimo. Dios reclama de ti, mientras rezas, la atención del espíritu y la modestia del cuerpo. Ese recogimiento y esa modestia mucho te ayudarán para la modestia interior. ¿Te atreverías a hablar aun personaje importante en la forma con que a menudo lo haces con Dios? ¡Con qué precipitación recitas tus oraciones vocales! Piensa, al comenzarlas, en la majestad de Dios ante quien tiemblan los querubines, y le hablarás con más respeto, humildad y modestia. La oraci6n misma puede convertirse en pecado. (San Agustín).

   III. La atención debe acompañar siempre a tus oraciones. Dios es espíritu, y quiere que lo adores en espíritu. Tu boca habla a Dios y tu corazón está lejos de Él, está ocupado en las riquezas, absorto en el amor de las creaturas. Es el corazón lo que Dios te pide, y no la punta de tus labios. ¿Cómo quieres que te escuche, si tú no te escuchas a ti mismo? (San Cipriano).

El amor a la oración
Pedid a Dios que os acreciente
el espíritu de devoción.

ORACIÓN

   Haced, oh Dios omnipotente, que la solemnidad del bienaventurado Ludgerio, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.

domingo, 25 de marzo de 2012

SERMÓN PARA EL DÍA DE LA ANUNCIACIÓN



ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Y

ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS




Al sexto mes fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres. Ella se turbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El Ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. María respondió al Ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El Ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Era la hora de la oración; María, arrodillada, enviaba al Cielo el cántico y los perfumes de su hermosa alma… De pronto, del fondo luminoso de una nube, aparece una figura… Es un Ángel, el mensajero de las grandes noticias, el mismo que apareció a Daniel…

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…

Turbación de la Virgen…; palabras tranquilizadoras del Ángel: No temas, María; has hallado gracia delante de Dios; mira que has de concebir y dar a luz un Hijo. Lo llamarás Jesús. Este será grande, y su nombre el Hijo del Altísimo. El señor Dios lo pondrá en el trono de David su padre; y reinará en Jacob eternamente, pues su reino es sin fin.

María calla…

En este preciso momento el porvenir de la humanidad pende de sus labios… La Encarnación queda en suspenso…

Para que el plan divino se realice, es necesario el asentimiento de una mujer…

Nada de fuerza aquí por parte de Dios… Sólo propone…

Ciertos instantes de la vida, cortísimos momentos, pero decisivos, pueden abarcar un mundo de pensamientos…

María contempla con vasta mirada todo lo que le han manifestado los vaticinios y las luces divinas sobre el Mesías, su excelencia, sus grandezas, su muerte redentora…

Y este Mesías será su Hijo; y ella ha de vivir sus gozos y sus dolores; y no lo ha de recibir de Dios ese Hijo tan querido, más que para ofrecerlo ensangrentado a los hombres…

Alzando su rostro, dice: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra…

Y en el mismo instante se realizó el gran misterio de la Encarnación.

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Celebramos hoy el momento más sublime que vieron los siglos, el día en que la Justicia y la Paz se abrazaron, reconciliándose cielos y tierra.

Día de gloria fue para la Santísima Trinidad aquel dichoso 25 de marzo.

El Padre Eterno que hasta el presente miraba con horror a la humanidad, afeada por el pecado, depone hoy su ira, irradiando complacencia, pues se celebran las bodas de su Hijo con la humanidad.

De la tierra, que apenas exhalaba otra cosa que vapores pestilentes de pecado, recibe hoy un tributo de adoración capaz de apaciguar su cólera y aplacar su justicia; el tributo de valor infinito del Hombre-Dios.

El Hijo, al ofrecerse en el primer instante de su Encarnación al Padre como Víctima de propiciación, ve cumplidas sus ansias de estar con los hijos de los hombres y sus deseos de aplacar la Justicia divina y restaurar el desorden introducido en el mundo por el pecado.

El Espíritu Santo, al producir y derramarse hoy sobre la Sacratísima Humanidad de Cristo, da realidad plena a la fuerza expansiva de la Bondad divina, a la fuerza comunicativa que le impulsa a repartir sus dones entre las criaturas.

Las Tres divinas Personas intervinieron en el acto de la Encarnación. El Padre, enviando a su Hijo al mundo; el Hijo, tomando la naturaleza humana; el Espíritu Santo, prestando fecundidad al seno de una Virgen sin mancilla.

Del resplandor eterno que irradió este milagro, se llenaron los cielos de gloria, y los Ángeles entonaron a la beatísima Trinidad cantos nunca oídos, pequeño vislumbre del gozo que ese día inundó las alturas.

No permanezcamos callados mientras cantan las jerarquías angélicas. Desatemos nuestra lengua y alabemos al Padre por habernos dado a su Hijo; bendigamos al Hijo porque se dignó hacerse hermano nuestro, tomando nuestra naturaleza; glorifiquemos, en fin, al Espíritu Santo, como autor de este milagro excelso.

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Pero, especialmente, bendigamos y glorifiquemos al Hijo de Dios, al Verbo Encarnado, a Nuestro Señor Jesucristo…

A esa palabra breve y sencilla: Yo soy la esclava del Señor, respondió esta otra majestuosa, inmensa: El Verbo se hizo carne; y por el efecto de una palabra tan breve y sencilla, se realizo en un instante el prodigio majestuoso, inmenso.

¿Quién es, pues, este Dios Encarnado? ¿Quién es?… Escuchemos: En el principio, es decir, antes de todo principio, desde toda la eternidad, era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios…

Oh Verbo, Vos no sois sólo la imagen esplendorosa que reverbera las excelencias de Dios, vuestro Padre; no sois sólo la expresión sublime por la que se manifiestan todas las perfecciones de su ser; sois su substancia misma; sois personalmente tan eterno, tan infinito, tan adorable como Él…

Oh Verbo, con vuestro Padre, por amor y sin menoscabar vuestra riqueza, producís un Ser tan grande como Vos, el Espíritu Santo…

Y este nacimiento que recibís del Padre, y esta producción que obráis con Él, se prosiguen a través de la eternidad, siempre antiguas y siempre nuevas, fuente indeficiente de delicias…

Pues bien, mientras que yo contemplo este espectáculo que se manifiesta en las alturas del Cielo, veo de pronto al Verbo descender de esa gloria y venir a encerrarse en un cuerpo y un alma semejante al alma y cuerpo nuestros…

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Día de exultación fue también para María este santo día.

El Verbo del Padre celebra sus bodas con la humanidad, y como tálamo nupcial se escoge el seno de la Doncella purísima de Nazaret.

¿Podría concebirse dicha más inefable, honra más augusta, honor más sublime?

Una pura criatura es elevada a la alteza de Madre de Dios. ¿Cabe dignidad más excelsa?

Con razón la llama el Ángel en su embajada Bendita entre todas las mujeres, ya que el título de Madre de Dios que le transmitía, la colocaba en un lugar no ya preeminente, sino único entre los mortales.

Felicitemos con efusión a la Madre de Dios, sin temer excedernos en sus loores…

Nuestra balbuciente lengua no puede formar notas que suenen armónicamente en los oídos de tan gran Reina.

Pero el Ángel supo dictarnos un saludo, que nosotros hemos aprendido, y ese saludo repetiremos ahora con todo el fervor de nuestro corazón, como nuestra gratulación a la Virgen Santísima en fecha tan señalada: Dios Te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita Tú eres entre todas la mujeres…

Oh María, Madre mía, aun no os aprecio en todo vuestro valor; no he medido todavía todo el alcance de vuestra intervención y papel; no he comprendido aún la importancia de este consentimiento necesario, solicitado por el Señor del Universo…

¡Cuánta honra la vuestra! ¡Cuán grande, vuestro poder! ¡Cuán dichoso me siento al conoceros tan grande, tan próxima a Dios, sobre un orden superior!…

Desde ahora os aprecio más y os amaré mucho más…

Sí, debemos admirar a María, y fomentar este sentimiento cuando recemos el Santo Rosario.

Hemos de recordar este misterio al recitar el Ave María y, sobre todo, al rezar el Ángelus.

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Finalmente, día también de gozo para la humanidad. El 25 de marzo es la fecha en que se reconcilió el mundo con Dios; desde este día el Padre ha de mirar con ojos de agrado a la naturaleza que cuenta entre sus hijos al Objeto de sus complacencias.

Hoy, el Hijo recibió del Padre la nueva orden de obrar nuestra salvación.

Hoy, saliendo de lo más alto del Cielo, se lanzó como gigante para correr su camino, y se encerró en el huerto del vientre virginal.

Hoy, descendió del Cielo la luz verdadera, para alejar y disipar nuestras tinieblas…

Hoy, fueron oídos y tuvieron su cumplimiento los clamores y deseos de los Patriarcas y Profetas…

Este día es el principio y el fundamento de nuestras solemnidades y el comienzo de todo nuestro bien.

Hoy, en fin, comienza la plenitud de los tiempos.

Dice San Buenaventura: “Ya ves cuan admirable es la obra de este día, y cuan festivo es este acontecimiento; todo él es deleitable, todo gozoso, todo deseable y digno de ser recibido con toda devoción, de ser celebrado con todo júbilo, con regocijo y saltos de alegría… Medita, pues, estos misterios, deléitate en ellos, y serás embriagada de placer”.

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Oh Dios, qué quisiste que tu Verbo tomase carne en el seno de la Santísima Virgen María, después de anunciárselo el Ángel; concede a nuestras humildes súplicas, que, pues la creemos verdadera Madre de Dios, seamos ayudados ante Ti con su intercesión.

P. CERIANI

SANTORAL 25 DE MARZO





LA ANUNCIACIÓN
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
y ENCARNACIÓN DEL VERBO



y habiendo entrado el Ángel a donde estaba María, le dijo:
Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo,
bendita tú eres entre todas las mujeres.
(Lucas, 1, 28).


   Considera al Arcángel Gabriel entrando a donde estaba María, para anunciarle que la Santísima Trinidad la ha elegido para ser Madre de Dios. Su humildad y su pudor alármanse ante esta noticia; pero es tranquilizada asegurándosele que será madre sin dejar de ser virgen. "Hágase en mí según tu palabra", exclama; y, al instante, con la sangre purísima de la Virgen Inmaculada, el Espíritu Santo forma el cuerpo adorable de Jesús.

MEDITACIÓN
SOBRE LA ANUNCIACIÓN

   I. Hoy, María es hecha Madre de Dios; su humildad y su pureza le han valido este inefable honor . ¡Qué alegría me da, oh divina María, veros elevada a tan alto rango de gloria! Mas, puesto que sois Madre de Jesucristo, también lo sois de los cristianos. ¡Ah, cuán consolador es este pensamiento! Sois todopoderosa para socorrerme, porque sois la Madre de Dios; poseéis un corazón henchido de amor por mí, porque sois mi Madre. También yo, si quiero, mediante la fe y la caridad puedo poseer a Jesús en mi corazón. Si sólo María ha engendrado a Cristo según la carne, todos los cristianos pueden engendrarle en sus corazones por la fe (San Ambrosio).

   II. Desde hoy, Jesús es nuestro hermano; el amor que nos tiene lo hace semejante a nosotros, a fin de hacernos semejantes a Él. Viene a la tierra para que vayamos al cielo. ¡Os adoro, Verbo encarnado en el seno virginal de María! ¡Quien me diera el poder de haceros una merced tan preciosa como Vos me hicisteis! Oh Hermano amabilísimo, os ofrezco todas mis acciones, todo mi ser.

   III. María es nuestra Madre, Jesús nuestro Hermano: ¿somos dignos hijos de María, dignos hermanos de Jesucristo? María es totalmente pura, humilde y obediente: ¿posees tu esas virtudes? Jesús en todo busca la gloria de su Padre y la salvación de las almas: ¿estás animado tú del mismo celo? ¿No tendría motivo Jesús para quejarse, y decir a su Madre: Los hijos de mi Madre han combatido contra mí? (Cantar de los Cantares).

La devoción a la Santísima Virgen 
Orad por las asociaciones marianas.

ORACIÓN
   Oh Dios, que habéis querido que vuestro Verbo se encarnase en el seno de la bienaventurada Virgen María en el momento en el que al anunciarle el Ángel este misterio, Ella pronunció su fiat, conceded que nuestras plegarias, mientras honramos a la que firmemente creemos que verdaderamente es Madre de Dios, obtengan el auxilio de su intercesión junto a Vos. Por J. C. N. S. Amén



sábado, 24 de marzo de 2012

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE PASIÓN




DOMINGO DE PASIÓN


Visto en:  Radio Cristiandad

Decía Jesús a los judíos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios.
Los judíos respondieron, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano, y que estás endemoniado?
Jesús respondió: Yo no tengo demonio, mas honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado. Y yo no busco mi gloria, hay quien la busque y juzgue. En verdad, en verdad os digo, que el que guardare mi palabra no verá la muerte para siempre.
Los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes al demonio. Abraham murió y los profetas: y tú dices: el que guardare mi palabra, no gustará la muerte para siempre. ¿Por ventura eres tú mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y los profetas, que también murieron? ¿Quién te haces a ti mismo?
Jesús les respondió: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios, y no le conocéis, mas yo le conozco; y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros. Mas le conozco y guardo su palabra. Abraham, vuestro Padre, deseó con ansia ver mi día: le vio y se gozó.
Y los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?
Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy.
Tomaron entonces piedras para tirárselas; mas Jesús se escondió y salió del templo.

Ningún día del año recibe el cristiano impresión más profunda, al entrar en el templo, que el Domingo de Pasión.

El altar aparece cubierto con velos morados, la Cruz y las imágenes de los Santos esconden sus rostros a las miradas del público… La Iglesia viste de luto; se dispone a llorar la muerte del Amado…

El fiel conocedor de la Liturgia advierte aún algo más: nota que se suprime el Gloria Patri… Es que el luto es tan riguroso, que prohíbe cualquier muestra de regocijo.

La Santa Iglesia dedica las dos semanas que nos separan de Pascua a la conmemoración de los dolores del Redentor.

Ella no quiere que sus hijos lleguen al día de la inmolación del Cordero divino, sin haber preparado sus almas por la compasión por el sufrimiento que tuvo que soportar en su lugar.

El tono de las oraciones, la elección de las lecturas, el significado de todas las santas fórmulas nos advierten que la Pasión de Cristo constituye, a partir de hoy, el pensamiento único de la Iglesia.

Desde hace tiempo el alegre Aleluya fue desterrado de sus canciones, y se elimina desde ahora la exclamación del Gloria dedicada a la adorable Trinidad. A menos que se celebre la memoria de algún Santo, ya no se dice en la primera parte de la Misa, y pronto se suprimirá por completo.

Cuando llegue el Viernes Santo, se cubrirá de color negro, como los que lloran la muerte de un ser querido, pues su Esposo murió realmente ese día. Los pecados de los hombres y los rigores de la justicia divina han caído sobre Él, y entregó su alma a su Padre, en los horrores de la agonía.

En la expectativa de esta hora terrible, la Santa Iglesia manifiesta sus dolorosos presagios velando por anticipación la imagen de su divino Esposo. La Cruz deja de estar a la vista de los fieles. Las imágenes de los Santos ya no son visibles; es lógico que la imagen del siervo se esfume cuando la gloria del Señor se eclipsa…

Los intérpretes de la Sagrada Liturgia nos enseñan que esta costumbre austera de velar la Cruz en el momento de la Pasión expresa la humillación del Redentor, reducido a la clandestinidad para evitar ser apedreado por los judíos, como leemos en el Evangelio: mas Jesús se escondió y salió del templo…

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La Sagrada Liturgia está llena de misterios en estos días en que la Iglesia celebra acontecimientos tan maravillosos.

Tres temas eran de interés especial para la Iglesia durante la Cuaresma: la Pasión del Redentor; la preparación de los catecúmenos para el Bautismo que debe conferirse en la Vigilia de Pascua; la reconciliación de los penitentes públicos, a los cuales la Iglesia volvía a abrir su seno el Jueves de la Cena del Señor.

Cada día que pasaba, hacía más vivos estas tres preocupaciones de la Santa Iglesia. Pero, una vez que lloró por los pecados de sus hijos, ahora llora enlutada por la muerte de su Esposo celestial.

El título de este Domingo expresa ya que hemos entrado en un nuevo estadio en el período de preparación a la Pascua.

Este domingo se llama Domingo de Pasión, porque la Iglesia comienza a centrarse específicamente en los sufrimientos del Redentor.

También es llamado Judica me, por las primeras palabras del Introito de la Misa, palabras del Salmo que se suprime en las oraciones al pie del altar.

Finalmente, se le da el nombre de Domingo de la Nueva Luna o Novilunio, por caer siempre después de la Luna Nueva que servirá para determinar la Fiesta de Pascua, primer Domingo después de la Luna Llena posterior al 21 de marzo.

Tiempo de Pasión se llama, y comprende dos semanas.

La primera está dedicada a meditar la Pasión interna de Jesús, que tiene por verdugo principal la inquina de los judíos; por eso todas las Misas de esta semana, menos la del jueves, nos hablan del odio del judaísmo oficial contra el Redentor.

Al entrar en la segunda semana de Pasión, Semana Santa, la Liturgia expondrá a nuestra consideración el cuadro de la Pasión externa del Divino Maestro.

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Para abrir la serie de meditaciones de este Santo Tiempo, la Iglesia nos presenta en el Evangelio un cuadro de dolor, una imagen del divino Paciente.

Contemplemos atentamente. Veamos a Jesús insultado por la canalla judía como samaritano y endemoniado; considerémosle, además, hecho objeto de la ira popular, la cual estalla en un tumulto, que hubiera acabado con la vida del Salvador, de no haberle amparado su divinidad.

Leemos en el Evangelio que el Hijo de Dios estaba a punto de ser lapidado como blasfemo, pero su hora no había llegado todavía. Tuvo que huir y esconderse…

Es para tratar de expresarnos esta humillación sin precedentes del Hijo de Dios que la Iglesia ha cubierto la Cruz. ¡Un Dios que se oculta para evitar la ira de los hombres! ¡Qué cambio terrible!

Jesús se esconde… ¿Es debilidad… miedo a la muerte…? Pensarlo sería una blasfemia. Y pronto lo veremos salir al cruce de sus enemigos y enfrentarlos.

En este momento, evade la rabia de los judíos porque todo lo que se predijo de Él aún no se ha cumplido todavía.

Además, no será bajo los golpes de las piedras que debe expirar, sino sobre el Árbol de la maldición, que luego se convertirá en el Árbol de la Vida.

Humillémonos viendo al Creador del Cielo y de la tierra obligado a evadir la mirada de los hombres, para escapar de su furia.

Pensemos en aquel día triste del primer crimen, cuando Adán y Eva, culpables, se ocultaron también, porque se sentían desnudos…

Jesús vino para asegurar el perdón; y ahora se esconde, no porque esté desnudo, sino porque se ha hecho débil para darnos fortaleza.

Nuestros primeros padres estaban tratando de escapar de la mirada de Dios…

Jesús se oculta a los ojos humanos, pero no siempre será así. El día llegará en que los pecadores, a los que parece hoy velarse, implorarán a las rocas y a las montañas, pidiendo que caigan sobre ellos y los escondan de la vista del Juez; pero su deseo será estéril, y ellos verán al Hijo del hombre sentado sobre las nubes del cielo, en majestad poderosa y soberana.

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La historia de la Pasión del Hijo de Dios nos dará más de una lección sobre los tristes secretos del corazón humano y sus bajas pasiones. No podía ser de otra manera, porque lo que sucede en Jerusalén, se renueva en el corazón del hombre pecador.

Este corazón es un Calvario en el que, según las palabras del Apóstol, Jesucristo es crucificado con renovada frecuencia. Incluso la ingratitud, incluso la ceguera, incluso la rabia…, con la diferencia de que el pecador, cuando es iluminado por la luz de la fe, sabe que lo crucifica nuevamente…

Enfervorizado nuestro espíritu con estas consideraciones, despertemos ante todo vivos sentimientos de tierna compasión hacia Jesús, nuestro Dios, que se dispone ya a cargar con la cruz de nuestros pecados.

Luego, admiremos la mansedumbre sin nombre del Señor. Parece insensible a los insultos.

Lo motejan de Samaritano, agravio el más injurioso que podía dirigirse a un judío, y ni siquiera se da por aludido.

Sólo vuelve por su honra frente a los que le decían endemoniado, porque este insulto iba directamente contra la obra mesiánica que el Padre le encomendara.

Bien pudo decir sin escrúpulo: Yo no busco mi gloria.

¡Cuán diferente es nuestra conducta de la del Salvador! Aprendamos a perdonar las injurias.

En tercer lugar, consideremos que las blasfemias que brotaron este día de los labios judíos, son muy contadas en comparación de las que el mundo arroja hoy al rostro de Cristo a todas horas.

¿Acaso no hemos contribuido con nuestros pecados a esa cruz de agravios, que vienen a estallar en el Corazón de Jesús? Por ellos quiso purgar ya el Señor entonces.

Doblemos, pues, las rodillas en desagravio de nuestras ofensas, y con verdaderas muestras de contrición, pronunciemos con humildad las palabras del publicano: Apiádate, Señor, de mí, que soy un pobre pecador.

Finalmente, dirijamos a nosotros la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera hecho yo de estar presente en aquella terrible escena? ¿No hubiese salido al momento en defensa del Señor? El corazón salta de puro contento y emoción al imaginarnos entre los que escucharon las palabras del Salvador, y le asegura mil veces que ciertamente hubiera salido por sus derechos.

Pues bien, eso que tanto anhelamos, nos es dado hacer aún ahora. Podemos reparar con nuestros sacrificios las ofensas dirigidas a nuestro Salvador.

Por medio de fervientes actos de amor podemos detener dichos insultos, evitando a Jesús tamaño dolor.

Siendo, pues, esto así, ¿dejarás a Jesús solo en medio de tanto enemigo? No espera seguramente tu amable Salvador tamaña inconsideración del que se llama su amigo. Acredita este título, y consuela al Divino paciente con un fervoroso coloquio y la práctica de las virtudes.

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Ambientémonos debidamente. Vivamos estos días de las serias y profundas realidades que la Liturgia nos ofrece.

No perdamos de vista a Jesús paciente. Tratemos de penetrar en el secreto de su Alma, de adivinar sus sufrimientos. Formemos el cortejo de sus íntimos.

Vayamos también nosotros y muramos con Él. Estas palabras del Apóstol Santo Tomás pueden y deben servirnos de lema para las dos semanas que comenzamos.

La Iglesia se ha cubierto con el velo de la viudez, ¿y tú te atreverás a reír con el mundo?

La Iglesia tiene el pensamiento puesto en el martirio de su Esposo, ¿y tú andarás distraído y ocupado en cosas vanas?

La Iglesia sube con Jesús la penosa cuesta del Calvario, ¿y tú mirarás con indiferencia esa escena de dolor, sin dignarte tomar la cruz con tu Señor?

Que no se diga de ti tal bajeza.

Agota más bien las posibilidades de santificación que te ofrece la Liturgia.

Examina cómo andan los ejercicios de piedad y penitencia con que comenzaste la Cuaresma.

No te canses de escuchar este consejo: el espíritu está pronto, mas la carne es tan flaca...

Si te hubieses entibiado, cuida de renovar tu primitivo fervor, conforme a la invitación que te dirige la Iglesia en los Maitines: Hoy, si oyereis la voz de Dios, no queráis endurecer vuestros corazones.

Esta buena Madre, a fin de animarnos más y más a llevar a buen término la ascensión del monte santo, nos recuerda además con toda solemnidad, que no quedan más que catorce días hasta la gran fiesta ida Pascua.

¡Qué contentos recibiremos ese día, si hemos sido fieles en acompañar a Jesús hasta la cumbre del Calvario!

Si así lo haces, te será concedido participar de la alegría de la Resurrección de Cristo, y podrás entonar de hecho y con derecho el Aleluya pascual.

Pues bien, si el fin te entusiasma, pon en práctica los medios que al mismo conducen; forma serios propósitos para estas dos semanas.

¡Adelante! ¡Emprende con nuevos bríos la ascensión al collado de la mirra!

Vayamos también nosotros con Jesús y muramos con Él, si es que con Él queremos resucitar…

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Pensamiento para la Comunión:

Este es el Cuerpo que por vosotros será entregado…

Con gran tino presenta hoy la Iglesia la Eucaristía como memorial de la Pasión. Cuantas veces recibas este Sacramento en estos días, recuerda, alma cristiana, que se renueva aquel acto augusto de la noche del Jueves Santo, y que la Hostia que se te ofrece, es un despojo divino del Sacrificio de la Cruz perpetuado en los altares.

¡Qué sentimientos tan tiernos despertará en ti esta consideración!

Atiéndenos y defiéndenos con perpetuos auxilios, oh Señor Santísimo, Padre Todopoderoso, Dios eterno; Tú que pusiste la salvación del género humano en el Árbol de la Cruz, para que de donde salió la muerte, de ahí renaciese la vida, y el que en un árbol venció, en un árbol fuese vencido, por Cristo nuestro Señor. Amén.


P. CERIANI

SANTORAL 24 DE MARZO




SAN PIGMENO, 
Mártir

Caminad, pues, mientras tenéis luz, para que las
tinieblas no os sorprendan, que quien anda en tinieblas,
no sabe adonde va.
(Juan, 12, 35).

   Este santo, que había enseñado la Religión verdadera a Juliano el Apóstata, fue desterrado por este emperador por dar sepultura a los mártires. Durante su estada en Persia, quedó ciego y, por orden del cielo, volvió a Roma. Habiéndolo encontrado Juliano le dijo: Agradezco a los dioses por la felicidad que me conceden de ver a Pigmeno. -Y yo, replicó1e el Santo, doy gracias al Dios del cielo por ahorrarme la vista de un emperador idólatra. Irritado el apóstata con esta respuesta, lo hizo arrojar al Tíber

MEDITACIÓN
SOBRE LAS TRES CLASES
DE CEGUERA

   I. Es preciso ser ciego en este mundo sometiendo la razón a la fe, creyendo lo que no se ve, y lo que no se puede comprender. De este modo debes creer en los misterios de la Santísima Trinidad, de la Eucaristía y tantos otros que nos propone Dios por medio de su Iglesia. ¿Puedo acaso sorprenderme si no comprendo misterios tan elevados, si ni siquiera comprendo lo que soy, lo que tengo ante mis ojos, lo que pasa en mi interior? Dios no sería Dios si pudiésemos comprenderlo. Yo creo porque Dios lo ha dicho. La palabra divina es, para mí, prueba suficiente. (Salviano).

   II. Debes ser ciego para no ver lo que sea capaz de conducirte al mal. Vigila tus ojos: ellos son los que introducen en tu alma la turbación, el fuego y el desorden. Jamás mires lo que no puedes desear ni poseer sin pecado. Los ojos son las puertas del corazón; por ellas penetran en él la mayoría de los vicios; y por ellas salen la devoción, la humildad y la pureza. Aparta mis ojos, Señor, a fin de que no vean la vanidad. (Salmo).

   III. No mires las faltas ajenas, si a ello no te obligan los deberes de tu estado; no tengas ojos sino para sus buenas cualidades y para las gracias que Dios les hizo. Si sigues este consejo no te tentará el orgullo comparándote con los demás, y no los menospreciarás viendo sus defectos. Piensa en ti, examínate a ti mismo: no se te pedirá cuenta de la vida de los demás, sino de la tuya.

La fe 
Orad por los ciegos.

ORACIÓN

   Dios omnipotente, haced, os lo suplicamos, que la intercesión del bienaventurado Pigmeno, vuestro mártir, cuyo feliz nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro Santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.

viernes, 23 de marzo de 2012

SANTORAL 23 DE MARZO





SAN VICTORIANO, 
Mártir

En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero
tened confianza: Yo he vencido al mundo.
(Juan, 16,33).

   Hunerico, rey de los vándalos, queriendo ganar para la causa arriana a Victoriano, procónsul de Cartago, le mandó decir que si consentía en abandonar el cristianismo, lo colmaría de honores. Victoriano respondió a los emisarios: "Id a decir al rey que yo pongo mi confianza en Jesucristo y que los suplicios no me espantan. Nunca consentiré en abandonar la Iglesia católica, en la que he sido formado, y aun cuando no hubiese sino la vida presente, no quiero pagar con ingratitud a Dios que me ha colmado de beneficios. Furioso Hunerico con esta respuesta, lo hizo morir en medio de los más crueles tormentos, corriendo el año 484.

MEDITACIÓN
EN QUIÉN DEBEMOS PONER
NUESTRA CONFIANZA

   I. No pongas tu confianza en los hombres, porque muy frecuentemente o no pueden o no quieren ayudar a los que penan. Tus amigos son inconstantes y no piensan sino en sus intereses; en el mejor de los casos no te pueden hacer bien sino en esta vida; no pueden darte el paraíso. A pesar de ello. ¿cuánto tiempo pierdes en procurarte amigos en la tierra? ten cuidado. Procúrate la amistad de Dios. Pon tu confianza en Él y no te quejes si el mundo te abandona, pues Dios está presente cuando el mundo está alejado. (San Pedro Crisólogo).

   II. No confíes en ti, piensa por lo contrario que eres el más débil de los hombres. Sin el auxilio de Dios, sólo puedes ofenderlo; ten cuidado Él te negará ese socorro si pones tu confianza en tus propias fuerzas. ¿No experimentaste ya bastante tu debilidad? Que conozca yo mi fragilidad, a fin de desconfiar de mí; mas, que también conozca tu bondad, oh Dios mío, a fin de no dejarme llevar de la desesperación.

   III. Ten confianza en Dios, Él quiere salvarte; nada te negará, puesto que te dio a Jesucristo, su Hijo unigénito. Ten confianza en Jesucristo, que tanto ha hecho y tanto ha sufrido por tu salvación; ¿crees que te abandona? Pídele, por los méritos de su Pasión, las gracias que necesitas. ¿Qué confianza tienes en Jesucristo? ¿Qué le pides? Muchos hombres piden a Dios tesoros y bienes de la tierra; en cuanto a ti, no pidas a Dios sino Dios mismo. (San Agustín).

La paciencia
Orad por los que os gobiernan.

ORACIÓN


   Dios omnipotente, haced, os lo suplicamos, que la intercesión del bienaventurado Victoriano vuestro mártir, cuyo nacimiento al cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro Santo Nombre. Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 22 de marzo de 2012

SANTORAL 22 DE MARZO



SANTA LEA
Virgen

Los que se rigen por 
el Espíritu de Dios, ésos
son hijos de Dios.
(Rom., 8, 14).

   San Jerónimo nos ha dejado un hermoso elogio de Santa Lea en una carta a Santa Marcela. Lea, que había tenido muchos esclavos, abandonó el mundo y se hizo sierva de todos. Dirigió un monasterio de vírgenes, a las cuales enseñó en la virtud por sus ejemplos, mejor todavía que por sus palabras.

MEDITACIÓN
SOBRE LOS HIJOS
ADOPTIVOS DE DIOS

   I. Jesucristo es el Hijo de Dios por naturaleza; todos los cristianos son sus hijos por adopción y gracia. Tienen a Dios por padre, a Jesucristo por hermano, al cielo por herencia. Alma mía, elevémonos a Dios, y despreciemos todo lo que no es Dios. He nacido para grandes cosas, puesto que soy hijo de Dios; no debo, pues, rebajarme hasta amar los bienes del mundo. Puedo poseer a Dios y reinar en el cielo: ¿no es bastante, acaso, para satisfacer mis ambiciones y colmar la totalidad de mis deseos? Hijos y herederos del Padre celestial, no os dejéis seducir por las riquezas de este mundo, ni por el brillo mentiroso de sus grandezas. En lo que a mi se refiere, he aprendido a pisotear la tierra y no a adorarla. (San Clemente de Alejandría).

   II. Para mantener dignamente este carácter de hijo de Dios, impreso en mi alma por el santo bautismo, es menester que todas mis acciones estén animadas del espíritu de Dios. Dios no trabaja sino por su gloria; mis acciones no deben tener otra finalidad que la gloria de mi Padre celestial. Descaezco, si tengo en vista un fin menos elevado. Examinemos nuestras acciones: ¿por quién trabajamos? Si es por los hombres, perdemos nuestro tiempo. El mundo, de ordinario, es demasiado ingrato para que nos recompense dignamente de nuestros afanes, ¿acaso es agradecido?, y aunque lo fuere no puede hacerlo. (Santo Tomás Moro).

   III. Si estás animado del espíritu de Dios, trabajarás con celo por su gloria, sin temer el menosprecio de los hombres, sin buscar su estima. Te bastará tener por testigo de tus acciones a Dios que debe recompensarte. En todo tiempo y lugar serás fiel al Señor, porque Él te ve siempre en cualquier parte que estés. Sea cual fuere el resultado de tus empresas, ello no te turbará; te será suficiente que Dios conozca tu buena intención. ¿Cuál es el espíritu que te anima? ¿El del mundo, es decir, el deseo de riquezas? ¿El del demonio, es decir, el orgullo? ¿El espíritu de la carne, es decir, el amor de placeres y de comodidades de la vida ? Todo esto es incompatible con el espíritu de Dios.

La obediencia a los superiores 
Orad por los parientes fallecidos.

ORACIÓN
   Escuchadnos, oh Dios que amáis nuestra salvación, y haced que regocijándonos con la fiesta de la bienaventurada Lea, seamos también instruidos por los sentimientos de una tierna devoci6n. Por J. C. N. S. Amén.

miércoles, 21 de marzo de 2012

SANTORAL 21 DE MARZO




SAN BENITO, 
Abad



Dichosos los siervos a los cuales 
el amo al venir encuentra velando.
(Lucas, 12, 37).

   San Benito abandonó el mundo a la edad de 14 años para retirarse al desierto. Esforzóse el demonio por encender en su corazón el fuego de las pasiones impuras. Para vencer, San Benito revolcábase entre espinas y zarzas. Su fama de santidad extendióse a lo lejos y le atrajo una multitud de discípulos. Hizo muchos milagros que lo han hecho célebre; mas el mayor de los prodigios fue el establecimiento de su orden, que ha dado un sinnúmero de santos a la Iglesia. Murió hacia la mitad del siglo VI.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA y LA MUERTE
DE SAN BENITO

   I. Desde que hubo comprendido la vanidad del mundo, retiróse San Benito a la soledad, y allí mortificó su cuerpo mediante continuas austeridades.¡Hace ya tanto tiempo que tú conoces los peligros del mundo, y lo amas todavía! ¡Sabes que es infiel, y en él te fías! ¡Estás persuadido de que no hay recompensa para sus adoradores, y ansiosamente buscas sus favores! Engañó ya a muchos otros con sus falsos bienes; mas, los que antes lo honraban lo desprecian ahora. ¿Por qué no lo dejas? Apenas si tiene el mundo lo que es preciso para engañar; carece de bienes, hasta de bienes frágiles. (San Euquerio).

   II. San Benito despreció al mundo, y el mundo le honra; los reyes, los príncipes, numerosos fieles acuden a verlo en la soledad, para encomendarse a sus oraciones o para imitar su género de vida. Tú amas al mundo y él te desprecia; lo desprecias y él te prodiga sus alabanzas. Pareciera que Dios, impaciente por recompensar a sus servidores, no puede esperar la vida futura para hacerlo. ¡Cuán apurada estáis, oh bondad divina, en glorificar a vuestros santos! (San Eusebio).

   III. San Benito, vencedor del mundo, lo abandona, y muere en una iglesia en medio de sus religiosos, advertidos por él de la hora de su muerte. ¿Te ha sido revelado cuándo y cómo morirás? Mantente siempre preparado. Los religiosos de este santo son sus hijos y su corona. Tus hijos y tu corona son tus obras: ellas te seguirán hasta el trono de Dios, para acusarte o defenderte.

El amor de la soledad 
Orad por la Orden
de San Benito.

ORACIÓN
   Haced, Os lo rogamos, Señor, que la intercesión de San Benito, abad, nos haga agradables a Vuestra Majestad, y que obtengamos por sus oraciones la que no podemos esperar de nuestros méritos. Por J. C. N. S. Amén.

martes, 20 de marzo de 2012

SANTORAL 20 DE MARZO





SAN CUTBERTO, 
Obispo y Confesor

Antorcha de tu cuerpo son tus ojos: 
si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. 
Mas si tienes malicioso tu ojo, 
todo tu cuerpo estará tenebroso. 
(Mateo, 6, 22-23).

   San Cutberto, después de haber sido pastor y soldado, entró en el monasterio de Melrose, donde se distinguió por sus austeridades. Llegó a ser prior y se consagró, en seguida, a convertir y a consolar espiritualmente a los campesinos de Normandía. No contento con enseñarles las verdades de la fe, alivió sus sufrimientos por medio de numerosos milagros. Después de haber sido prior también en Lindisfarne, fuese retirando a yermos cada vez más solitarios. El rey Egfrido fue personalmente a buscarlo a Farne para persuadirlo a que aceptara el episcopado. Murió en el año 687.

MEDITACIÓN
SOBRE LA PUREZA
DE INTENCIÓN

   I. Haz buenas obras como San Cutberto; mas, como él, hazlas con intención pura y santa. Si tu intención es pura, tu obra será luminosa; si es mala, sólo harás obra de tinieblas. ¿Qué fin te propones al realizar tus actos, aun los más santos? A menudo trabajas sin pensar para qué lo haces. Cuídate en tus intenciones; Dios no recompensará sino lo que se haya hecho por su amor.

   II. ¿No es acaso la vanidad, la que, muy a menudo, te impulsa a obrar? Practicas la virtud, das limosna, frecuentas la Iglesia; ¿no es acaso para adquirir fama de hombre de bien? Si fuere así, tendrás tu recompensa en este mundo: los hombres te alabarán; pero Dios te castigará. ¡Qué ceguera preferir una vana honra a la gloria eterna, alabanzas de hombres a la estima de Dios!

   III. Haz, pues, tus buenas acciones en secreto, y no delante de los hombres. Si es necesario que se manifiesten, purifica tu intención, renuncia a la vanidad que puede corromper las acciones más santas. Pon tu intención desde la mañana; renuévala al comienzo de tus principales actos. Todo lo que hago. Señor. quiero hacerlo para agradaros. Sólo Vos tenéis derecho a mi amor.

La pureza de intención
Orad por los que están
constituidos en dignidad.

ORACIÓN
   Concedednos, os lo rogamos, Dios omnipotente, que la solemnidad de San Cutberto, vuestro confesor y pontífice, aumente nuestra devoción y nos conduzca a la salvación. Por J. C. N. S. Amén.

lunes, 19 de marzo de 2012

19 DE MARZO: SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, EL ESPOSO DE MARÍA SANTÍSIMA



SAN JOSÉ



EL ESPOSO DE MARÍA

El panegírico de San José, tal y como lo hace el Evangelio, es de un laconismo desconcertante para los oídos del hombre actual, tan aficionado a los superlativos, tan amante de las alabanzas encomiásticas. Se limita a una sola palabra: era justo.

Sin embargo, al nombrarle así, el Evangelio no se queda corto, ya que la palabra expresa una plenitud de santidad.

La palabra justo, en el lenguaje bíblico, designa el compendio de todas las virtudes. El justo del Antiguo Testamento es el mismo que el Evangelio llama santo. Justicia y santidad expresan la misma realidad.

En la vida de San José se verificó al pie de la letra el programa de perfección contenido en esta noción. Fue justo en todas las acepciones del término.

Era justo, en primer lugar, respecto a Dios, cuidadoso de agradarle en todo y no desagradarle en nada. Su ocupación constante consistía en escrutar la Ley de Dios para conformar con ella su vida, pensamientos, deseos, palabras y actos.

San José era igualmente justo con los hombres. Vivía alejado de todo orgullo que, en los ambientes orientales, es causa de disputas o de pleitos incesantes. San José era justo con todos.

San José era del temple de esos justos que, como Simeón y la profetisa Ana, esperaban la redención de Israel y el cumplimiento de las antiguas promesas. Deseaban con toda su alma la venida y la manifestación del Mesías, y creían que “la plenitud de los tiempos”, de la que tan a menudo hablan las Escrituras, estaba cerca.

Para los que permanecían atentos a las realidades religiosas, existía como un presentimiento confuso de que un mundo nuevo estaba a punto de surgir, que se aproximaba una “edad de oro”.

En San José, esa espera era especialmente ardiente y hacia palpitar su corazón con inmensa alegría. Mientras otros se agitaban inútilmente con la misteriosa revelación y se entregaban a una efervescencia político-religiosa, Él pensaba que lo más urgente era rezar. Su corazón ferviente imploraba al Señor constantemente que sonase por fin la hora en que Dios había de enviar a Aquel que traería a la tierra la luz y la salvación.

No sospechaba, por supuesto, que sus deseos iban a verse colmados, que Dios había dirigido sobre Él, pobre carpintero de una humilde aldea galilea, sus miradas misericordiosas, y que todas las generaciones futuras le llamarían Bienaventurado.

No sabía que habría de ser el último Patriarca que cerraría el inmenso cortejo en ruta hacia el Mesías, y que, más privilegiado que sus antecesores, tendría la dicha de llevar en sus brazos a Aquel que tantos profetas y reyes habían deseado ver con sus ojos y oír con sus oídos. Aquel a quien su antepasado David había saludado y cantado tantas veces con el salterio.

Nunca pudo imaginar San José que iba a ser considerado indispensable para el misterio de la Encarnación y que contribuiría a realizar el gran designio divino de cambiar la angustia humana en transportes de alegría.

Por todo eso, Dios le había querido justo; sólo faltaba que él estuviera a la altura de su misión. Dice la teología que siempre que Dios confía una misión a un hombre, le da las gracias necesarias para que la realice. Dios había llenado a San José de justicia, de sabiduría y santidad, pues le había predestinado para ser Esposo de María, la Madre del Verbo Encarnado, y Padre Virginal de Jesús.

De hecho, en una humilde morada de Nazaret, Dios ya había designado a Aquella que había de traerle al mundo. Pertenecía, por supuesto, a la descendencia de David, de la cual había de nacer el Mesías, y deseaba, con más fuerza que cualquier otra mujer en Israel, ver realizadas las promesas de Dios y colaborar en ellas, pero como no se consideraba digna del favor divino, había ofrecido al Señor su virginidad en holocausto, con objeto de que llegara cuanto antes la hora anunciada de su intervención y para ponerse al servicio de la Madre del Mesías.

En aquella época, la virginidad, aunque estimada en el pueblo hebreo, era cosa excepcional. Además, cuando se trataba de una hija única, ésta debía, según la Ley, casarse con un pariente, a fin de que la herencia paterna no fuera a pasar a familias extrañas. Por eso, en su momento, los parientes de María se empeñaron en encontrar un marido para ella.

Cuando se lo propusieron, nada objetó, ya que a nadie había revelado el voto que había hecho, convencida de que no la habrían comprendido y menos aprobado. Confiaba exclusivamente en Dios para salir de aquella situación delicada y, en apariencia, contradictoria. Lo único que pedía al Cielo era que pusiese en su camino a un hombre capaz de comprender, estimar y respetar su promesa de virginidad, a fin de contraer con ella una unión cuyo fundamento fuese tan sólo un amor espiritual.

Invitada, pues, por el Sumo Sacerdote a contraer matrimonio con uno de sus parientes, María le manifestó su voto de perpetua virginidad. El Pontífice no quiso, en asunto de tanta importancia, por sí solo tomar decisión alguna; ya que si estaba escrito que deben cumplirse los votos hechos a Dios, parecíale, sin embargo, que no podía autorizar un uso desconocido en la nación judía.

Por lo tanto, convocó a los notables del pueblo y a los doctores de la ley, para resolver con ellos lo que debía hacerse. Todos estuvieron concordes en que debía consultarse al Señor. Por lo que, puestos en oración, el Sumo Sacerdote entró en el santuario, y he aquí que mientras oraban —dice San Jerónimo— se oyó desde lo recóndito del propiciatorio una voz que declaró ser voluntad del Altísimo que reunidos todos los descendientes de David aptos para el matrimonio, fuera dada María por esposa al joven en cuyas manos hubiera florecido la vara, según la profecía de Isaías: Y saldrá una vara del tronco de Jesé, y un renuevo florecerá de sus raíces.

Comunicada esta disposición divina a todos los jóvenes de las familias de David, y reunidos éstos en el Templo con una vara en la mano, mientras los sacerdotes elevaban a Dios fervientes plegarias, vieron con asombro los presentes florecer la vara que José llevaba, y al mismo tiempo bajar del Cielo sobre su cabeza una luz muy viva.

Con este prodigio se puso ante todos de manifiesto que San José era el Esposo destinado por el Señor a María Santísima, de igual manera que una vara florida había señalado a los hebreos en el desierto que Aarón estaba destinado para el sumo sacerdocio.

Pues bien, cuando María supo que José era la persona elegida, sus temores se disiparon. Seguramente le conocía, pues era pariente. Apreciaría su fe, la elevación de su alma y amaría a este hombre sencillo, de manos callosas, de mirada limpia y de gestos reposados y graves. Sabría que vivía apartado del mal, a la espera ardiente de la venida del Mesías.

José, por su parte, no habría permanecido insensible al misterioso encanto que emanaba de la persona de María. Habría detenido la mirada en su rostro lleno de pureza y se habría sentido profundamente conmovido, como ante la revelación de algo indeciblemente grande. Pensaría que así debían ser los Ángeles cuando se mostraban en sus apariciones.

María, en su primer encuentro, tuvo que darle a conocer su resolución de permanecer virgen, para evitar que su matrimonio quedara invalidado, y lo haría posando en él su mirada clara y dulce. Hablaría con la misma sinceridad que usaría más tarde con al Ángel de la Anunciación, ya que, convencida de que sus palabras hallarían una resonancia profunda en el alma de ese hombre justo, no tendría inconveniente en proponerle que la acompañara en su camino virginal.

Esperaba de Él, su futuro Esposo, algo más que un simple asentimiento: la promesa de que respetaría su voto sin que nadie le hiciera cambiar de parecer.

Debemos admitir también, con gran parte de la Tradición, que San José había hecho, a su vez, un voto de virginidad.

Cuando terminó el encuentro, sintiendo compenetradas sus almas con una armonía sin disonancias, uno y otro exultarían de gozo. El Corazón de María rebosaría de paz y seguridad. El alma de José se dilataría con un inmenso deseo de ternura protectora.

Uno y otro, pues, ofrecieron a Dios su virginidad como un don que sabían le sería agradable, aunque no podían sospechar las consecuencias. ¿Cómo iban a prever que renunciando a engendrar según la naturaleza se estaban preparando para recibir el más sublime de los dones?

No podían saber que su unión virginal era obra de Dios, algo preparado y ordenado por El con vistas a la venida al mundo del Mesías.

La virginidad de María era necesaria para operar la Encarnación del Verbo: Así como Dios produce a su Hijo en la eternidad por una generación virginal —dice Bossuet—, así también nacerá en el tiempo, engendrado por una Madre Virgen.

La virginidad de San José no era menos importante, ya que debía salvaguardar la de María.

He aquí, pues, dos almas vírgenes que se prometían fidelidad, una fidelidad que consistía sobre todo en proteger su mutua virginidad.

Obran al contrario, según todas las apariencias, de lo que era preciso hacer para contribuir personalmente a acelerar la hora del advenimiento del Mesías.

Han renunciado al honor de ver un día una cuna en su hogar, pero precisamente a causa del valor y del mérito de su renuncia, van a merecer que Dios en persona venga a poner un niño en medio de esta matrimonio virginal. Y ese Niño será su propio Hijo.

Sin saberlo, acaban de firmar un contrato y de pronunciar una promesa que les capacita para recibir la misión excepcionalmente grandiosa que Dios les va a encomendar.

San José y María Santísima eran realmente esposos, no se trataba de una simple ficción. Al contrario: nunca, en la tierra, se ha visto dos almas llamadas a vivir juntas unidas por un tan maravilloso amor.

Así como el amor de Dios es incorruptible —dicen—, así nuestro amor es invencible, puesto que se alimenta del de Dios.

Han hecho ambos votos de virginidad, pero eso les une más estrechamente. Precisamente porque su amor es virginal, y la carne no tiene en él parte alguna, se encuentra protegido frente a los caprichos, las inquietudes, las amarguras y las decepciones.

Las vírgenes tienen una ternura que no conocen los corazones marchitos. Desconocen lo que San Pablo llama “las aflicciones de la carne” en su Epístola a los Corintios (1., 7, 28). Santos de cuerpo y espíritu, se aman con un amor capaz de todas las riquezas, de todos los matices.

Así fue el matrimonio entre la Beatísima Virgen y el Castísimo José, el más puro, el más casto, el más santo y el más admirable que se pueda imaginar.

Puede afirmarse que no fue un hombre quien se casó con una mujer, sino un ángel que se desposó con otro; o mejor, como se expresa Gersón, fue la virginidad que se desposó con la virginidad.

Habiendo sido San José elegido por Dios para ser el protector y el casto esposo de la más pura de las vírgenes, ¿podremos dejar de creer que fuera adornado con todas las gracias y privilegios que debían hacerlo digno de un título tan glorioso? ¿Qué padre no elige para la hija que ama tiernamente, el esposo más virtuoso y perfecto que pueda hallar? Ahora bien; ¿hubo jamás hija alguna más amada por el Padre celestial que la Santísima Virgen, destinada desde toda la eternidad a ser Madre de su único Hijo?

Dios, cuyas obras llegan a su término fuerte y dulcemente, debía preparar para María un esposo que mereciera gozar de una unión tan íntima con la Madre de su Unigénito. El cielo, fecundo en milagros, había reunido en aquella augusta Virgen todas las gracias y todas las virtudes. Era María más bella que la luna, más resplandeciente que el sol, más formidable contra el príncipe de las tinieblas que una armada en orden de batalla.

Toda pura a los ojos del que es la pureza misma, María veía a sus pies a todas las criaturas del cielo y de la tierra, y sólo Dios, cuya fiel imagen era, la superaba en gracia y santidad.

Por eso, cuando Dios, al principio del mundo, creó de la nada, con su poder infinito, esa multitud de seres, cuya excelencia era a sus ojos digna de admiración, y coronó su obra maravillosa creando al primer hombre, no halló nada sobre la tierra que pudiera compararse a Adán. A tantas maravillas debió añadir un nuevo milagro, y dar a Adán un apoyo que fuera igual a él. Y creó la primera mujer, que quiso sacar del costado de Adán, para que, siendo de su misma naturaleza, pudiera servirle de compañera.

¿No es, pues, lógico pensar que, habiendo dado José a María para ayudarla y servirla, lo haya hecho a José semejante a Ella, enriqueciéndolo con todos sus dones y dotándolo con gracias especiales, a fin de que, siendo en cierto modo la fiel imagen de las perfecciones de una Esposa santa, fuese digno de serle dado por compañero?

Cuando Dios quiso dar una compañera al primer hombre, se la dio semejante en la naturaleza, en la gracia y en la perfección. Y cuando quiso dar un esposo a la Madre de su Hijo divino, lo escogió semejante a Ella en gracia y santidad.

Por lo tanto, cuando consideramos atentamente las sublimes prerrogativas y las admirables virtudes de José, vemos que ningún Santo tuvo como Él tanta parte en los privilegios de los méritos que enaltecieron a María por sobre todos los santos.

Cuando Dios eligió a José para ser el Casto Esposo de María y el Padre de su único Hijo, ya era sumamente grande y perfecto; pero ¡cuánto crecieron y se perfeccionaron tan eminentes cualidades en la compañía íntima y continua de esa Virgen incomparable, cuya profunda humildad y pureza, superiores a las de los Ángeles, obligaron, por así decirlo, al Hijo de Dios a bajar del Cielo para hacerse Hombre!…

Dios se había reservado a María, pero se complacía en dar a un hombre mortal, a José, un derecho matrimonial sobre esta criatura privilegiada, bendita entre todas las mujeres.

Ponía en sus manos a la que había creado con tanto amor, en la que había pensado desde toda la eternidad, a la que iba a hacer suya con tanto celo.

Ella le pertenecía ya, pero cuando Él había pronunciado el “sí” de los esponsales, no había dado más que un asentimiento a su unión con una mujer virgen.

Sin embargo, esa Virgen se convertiría en Madre del Mesías; y Dios mismo le pidió a San José aceptara tanto a la Madre como al Hijo.

Por eso, pronunció un nuevo “” que le asoció definitiva y plenamente a los imprevisibles destinos del Redentor y de la Corredentora del género humano…

P.CERIANI