Este es un sitio para católicos tradicionales, con contenidos de teología, meditaciones, santoral y algunas noticias de actualidad.

domingo, 18 de diciembre de 2011

SERMÓN PARA LA DOMÍNICA CUARTA DE ADVIENTO

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO



Visto en: Radio Cristiandad
La Iglesia abre hoy una serie de siete días que preceden la Vigilia de Navidad; siete días célebres en la Liturgia de Adviento, que llevan el nombre de Ferias Mayores.

El Oficio de Adviento adquiere mayor solemnidad, y las Antífonas de los salmos son propias y tienen una relación directa con el gran Advenimiento.

Cada día, en el Oficio de las Vísperas, se canta una Antífona solemne, que es un grito hacia el Mesías, y en el que se le da cada día un título de los muchos que le atribuye la Sagrada Escritura.

El número de esas Antífonas, comúnmente llamadas Oh del Adviento, porque todas comienzan con esta exclamación, es de siete en la Iglesia Romana, una para cada una de las siete Ferias Mayores, y todas se dirigen a Jesucristo.





El momento elegido para hacer escuchar este sublime llamamiento a la caridad del Hijo de Dios, es la hora de Vísperas, porque fue cuando caía la noche del mundo, vergente mundi vespere, que el Mesías ha llegado.

Se las canta para el Magnificat, para destacar que el Salvador que esperamos nos llegará a través de María, como nos advino la primera vez.

Por último, estas antífonas admirables, que contienen toda la médula de la Liturgia de Adviento, están decoradas por una melodía llena de gravedad, y las distintas iglesias locales han optado por acompañar su canto por una pompa particular, cuyas manifestaciones expresivas siempre varían de un lugar a otro.

&&&

En cada una de estas Antífonas se llama al Mesías con un nombre distinto: Sabiduría, Adonai, Raíz de Jesé, Llave de David, Oriente, Rey de los Gentiles, Emmanuel.

Las letras iniciales de estas Antífonas, en latín y en orden inverso, forman dos palabras latinas: ERO CRAS, lo cual significa: Estaré mañana.

Estaré mañana: es como la respuesta divina a la súplica de la Iglesia en cada una de estas Antífonas, y durante todo el tiempo del Adviento: Veni, ¡Ven! ¡Ven a enseñarnos, ven a rescatarnos, ven a salvarnos!…

Que estas Antífonas, que expresan el deseo ardiente de recibir el día de Navidad al Niño Jesús, nos preparen también para su Parusía y nos hagan desear su Segunda Venida… ¡Ven, Señor, Jesús!…



&&&

Detengámonos a meditar la cuarta Antífona O, la del día 20 de diciembre:

O Clavis David et Sceptrum Domus Israel; qui aperis et nemo claudit; claudis et nemo aperit: veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris et umbra mortis.

¡Oh Llave de David y Cetro de la Casa de Israel! Tú que abres sin que nadie pueda cerrar y que cierras sin que nadie pueda abrir: ven, y saca de su prisión a los cautivos que yacen en las tinieblas y sombras de muerte.

Nos serviremos para nuestra meditación de un hermoso texto de Monseñor Luis María Martínez, Arzobispo de México.

Las primeras palabras de esta Antífona, tomadas de la Sagrada Escritura, expresan el poder de gobernar, la potestad regia que corresponde como a nadie a Jesucristo Señor Nuestro.

Entregar la llave significa, en el lenguaje de la Sagrada Escritura, dar poder. El mismo Jesucristo empleó este símbolo cuando dijo a San Pedro: Et tibi dabo claves regni cælorum, es decir, A ti te daré las llaves del reino de los cielos.

Con más claridad y no sólo en el lenguaje de la Escritura, sino en todas partes, el cetro es el símbolo universal de la autoridad soberana, del poder real.

De manera que en esta Antífona, la Iglesia invoca a Jesucristo como al que posee en la verdadera Casa de Jacob, en la Santa Iglesia, en el Reino de Dios, la plenitud de la potestad real.



&&&

Pero es muy de advertir que este poder de regir y gobernar que tiene Jesucristo no es como el que suele tenerse en el mundo. En el mundo este poder mira únicamente a lo exterior; no es algo íntimo, profundo, que penetre hasta las almas.

No así el poder que corresponde a Jesucristo, que es íntimo profundo, que nos rige dándonos la vida y la felicidad; su dulcísimo yugo no sirve únicamente para establecer el orden exterior en la Iglesia, sino para llevar a las profundidades de nuestras almas el orden y la paz, la verdad y el amor.

De tal suerte que Nuestro Señor, gobernando nuestras almas, les da la vida; rigiéndolas, les quita no sólo los obstáculos exteriores, sino también los interiores; ejerciendo sobre ellas su poder soberano, penetra hasta las últimas profundidades para purificarlas y transformarlas.

&&&

Y no solamente tiene el poder de Jesucristo este carácter propio suyo de ser íntimo y profundo, sino que también es un poder no relativo sino absoluto; su acción en las almas tiene el sello de lo definitivo.

Los sacerdotes tienen la llave de las almas y abren y cierran; pero cuando abren, puede venir otro y cerrar; cuando cierran, puede venir otro y abrir; de suerte que su acción en las almas está muy lejos de ser definitiva.

¡Cuántas veces abren a un alma el reino de Dios, la introducen en la morada de la gracia, de la luz, y del amor; pero viene el demonio con sus tentaciones, el mundo con sus atractivos, las pasiones con sus rebeldías, y cierran!

No así el poder de Jesucristo, que no sólo llega hasta el fondo de las almas, sino que también es definitivo: lo que Él abre, nadie puede cerrarlo; lo que Él cierra, nadie puede abrirlo; porque en sus manos está la vida y la muerte, la felicidad y la desgracia; porque su palabra es eficacísima y omnipotente, porque su poder es absoluto y divino.


&&&

Pero pudiera haber quien presentara esta objeción: cuántas veces Jesús me ha abierto las puertas de la vida y de la felicidad, y yo, haciendo mal uso de ese terrible privilegio de la libertad, he vuelto a cerrar lo que Jesús abrió. Entonces ¿cómo puede ser definitiva su acción?

Sin duda es verdad que tenemos el triste privilegio de echar a perder las obras de Dios y de torcer sus designios divinos; pero también debemos tener en cuenta que no podemos sino de una manera muy relativa resistir a los designios de Dios, a su Voluntad. La Sagrada Escritura nos enseña que nadie puede resistir a la Voluntad divina. Los obstáculos que le opone nuestra voluntad no son definitivos.

Jesús nos abre la puerta, nosotros la cerramos, pero la cerramos de una manera provisional y lo único que tiene que hacer es retardar un poco su acción; en lugar de seguir el camino recto y rápido que se había propuesto, hace una curva, esas curvas maravillosas que Dios sabe hacer y que son más admirables que si obrara de otra manera.

Para comprobarlo, veamos lo que nos enseña la Sagrada Escritura.

En el principio de los tiempos, Dios abrió al linaje humano la puerta de la felicidad, la puerta de la justicia original; era una figura de la otra, de la celestial y eterna, donde habíamos de ser felices con la misma felicidad de Dios. Vino el demonio y cerró esa puerta, haciendo que nuestros primeros Padres pecaran y contaminaran con su pecado a toda la naturaleza humana.

Pero esta puerta de la felicidad que Dios había abierto, ¿de verdad pudo cerrarla el demonio? De ninguna manera; lo único que consiguió fue que el camino de la felicidad no fuera aquel sendero recto, fácil, sencillo y delicioso que Dios había primitivamente escogido.

Pasaron los siglos y Dios hizo una curva admirable, sapientísima, amorosa: Cristo murió por nosotros, y la puerta que Dios había abierto al principio, volvió a abrirse y quedó definitivamente abierta. El demonio no pudo cerrarla, sino de una manera provisional; no pudo frustrar los designios de Dios, sino sólo retardarlos.

En cambio, Jesús no solamente los realizó, sino que los realizó de una manera más admirable de como habían sido primitivamente concebidos, como la Iglesia lo celebra en la oración del Ofertorio de la Misa: Deus, qui humanæ substantiæ dignitatem mirabiliter condidisti et mirabilius reformasti… Oh Dios, que formaste admirablemente la dignidad de la naturaleza humana y de una manera más admirable la reformaste…

¿No es verdad que la curva de la Redención es incomparablemente más bella, más profunda, más elevada que la línea recta de la justicia original?

Nuestro Señor, el día de Pentecostés abrió la puerta de la Iglesia, que es la verdadera casa de Jacob. Por millares recibieron las almas la gracia del Bautismo y por el ministerio de los Apóstoles la Iglesia empezó a extenderse por toda la tierra.

Pero el demonio despertó el odio contra Jesucristo y su obra en los corazones de Nerón, de Calígula, de Diocleciano, y vino la persecución.

Cualquiera podía haber pensado que la puerta que había abierto Jesucristo con la institución de la Iglesia, la había cerrado el demonio, poniendo un dique al parecer inexpugnable con la sangre, los tormentos y la muerte de tantos cristianos.

Pero no fue así. No pudo establecerse la Iglesia siguiendo un camino recto, seguro y rápido; vino entonces la curva, una curva de heroísmo y de gloria, y tres siglos más tarde, sobre las ruinas de sus enemigos quedó establecida definitivamente la Iglesia.

Los designios de Dios se realizaron a pesar de los esfuerzos del demonio. Lejos de lograr que la puerta que Cristo había abierto se cerrara, lo único que consiguió fue hacerla más grande, más amplia, más gloriosa. Así acontece siempre.



&&&

Lo mismo pasa en cada una de las almas. ¡Si nosotros pudiéramos comprender nuestra propia historia! La historia de cualquier alma es maravillosa…

¡Si nos diéramos cuenta cómo ha obrado en nuestra alma ese Rey poderosísimo que tiene en sus manos la llave de David y el cetro de la casa de Jacob!

¡Cuántas veces Nuestro Señor nos abre las puertas de la vida, y el demonio, o nosotros mismos instigados por el demonio, la cerramos! Pero lo que Dios abre, nadie lo puede cerrar; lo que haremos a lo sumo es retardar un poco los planes de Dios, hacer que sus designios recorran, en lugar de la línea recta, la curva gloriosa; que al fin y al cabo lo que Él nos ha abierto, abierto quedará para nosotros.

Cuando Jesús ama a un alma, cuando pone en ella sus ojos y su Corazón, no hay nadie ni nada, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los infiernos, que sea capaz de arrebatársela. Cada vez que alguien intenta cerrar la puerta del amor para el alma escogida por Dios, no hace otra cosa que excitar al Altísimo para que lleve a cabo una obra más admirable y gloriosa. Pudiera recorrerse la historia de los Santos y en ella se encontrarían comprobaciones admirables de esta verdad.

Pero no es necesario ir tan lejos para encontrarlas; entremos a fondo en nuestro propio corazón, recorramos atentamente nuestra propia historia, y nosotros mismos seremos testigos de esta verdad. Desde que Nuestro Señor nos abrió las puertas de su Corazón, desde que nos hizo la revelación de su amor y nos arrebató a las vanidades del mundo, ¿no es verdad que todos los intentos de Satanás y todas nuestras resistencias e ingratitudes no han sido suficientes para cerrar la puerta que Jesús abrió?

Tiene Jesús medios maravillosos para rehacer su obra. ¡Cuántas veces hemos pensado, en ciertos momentos de impotencia y de dolor, de fracaso y de miseria, que todo estaba definitivamente perdido! ¡Cuántas veces hemos recordado con amargura los días felices en que amábamos a Jesús y pensamos que ésas gracias no volverían jamás! Creemos entonces que la puerta de la felicidad que Jesús había abierto, se ha cerrado y no se volverá a abrir….

Felizmente nos engañamos: lo que Él abre nadie lo puede cerrar; lo que Él cierra nadie lo puede abrir.

¡Esperemos!… ¡Esperemos!… Esa amargura que siente nuestra alma, esa impotencia que oprime nuestro corazón, no es más que la curva, la curva maravillosa de la sabiduría y del amor de Dios que va a realizar sus designios a pesar de todos los obstáculos, resistencias y miserias.

¿No es esto verdaderamente consolador?

¡Ah! ¡Si comprendiéramos lo que significan aquellas palabras de las Escrituras: Los dones de Dios son sin arrepentimiento! Cuando Él ha puesto sus ojos y su Corazón en un alma, no hay criatura alguna ni del cielo, ni de la tierra, ni de los infiernos que pueda arrebatársela.

&&&

Por eso la Santa Iglesia, comprendiendo con profunda mirada ese poder de Jesucristo tan íntimo, tan profundo, y sobre todo, tan definitivo, clama hacia Él y quiere que con Ella clamemos también nosotros, repitiéndole la palabra propia del Advenimiento, la palabra de la esperanza y del deseo: ¡Ven! ¡Ven!

En el Cielo, nuestra palabra será la de la posesión, la de la felicidad; de nuestros labios y de nuestro corazón brotará el Cántico nuevo de que habla la Escritura. Pero en el destierro, de ordinario sólo podemos entonar el Cántico de la esperanza y del deseo: ¡Ven! ¡Ven!

Esta es la palabra del destierro. No nos cansemos de repetirla. Si yacemos en las tinieblas y en las sombras de la muerte, clamemos hacia Él, diciéndole: ¡Ven! Y vendrá con su gracia a purificarnos y a levantarnos.

Si yacemos en la tristeza y en el desaliento, sigamos clamando: ¡Ven! ¡Ven! Y vendrá con su presencia a disipar nuestras tristezas y con su auxilio a fortalecer nuestras debilidades.

Que no deje de surgir del fondo del corazón el constante grito de la esperanza y del deseo, y cada venida de Jesús nos purificará, y nos dará la vida, y nos hará felices, encendiendo en nuestro corazón el amor.

&&&

Pero el amor en la tierra tiene el extraño privilegio de producir un vacío, cuanto más colma nuestro corazón; de producir en nuestra alma sed, cuanto más nos refrigera, porque cada grado de amor que recibe nuestra alma es un nuevo anhelo de Jesús, es un vacío qué ahonda en ella, es un nuevo grado de esperanza y de deseo que brota del fondo de nuestras entrañas.

Por eso, cuanto más amamos, más repetimos la palabra del destierro: ¡Ven! Y aun cuando llegáramos a la cumbre de la perfección, desde esa cumbre seguiríamos clamando, y con más vehemencia, la misma palabra, el mismo divino ritornelo.

¿No es esta misma palabra lo que forma, por decirlo así, el tema de la sinfonía divina de este mundo, mientras que llega la consumación de los tiempos?

El Apóstol San Juan, al terminar el Apocalipsis, nos dice en dos palabras, nos pinta con dos rasgos magistrales, en qué consiste la historia del mundo desde que vino Jesús, hace veinte siglos, hasta que vuelva a juzgar a los vivos y a los muertos al fin de los tiempos: El Espíritu y la esposa dicen VEN, y todo el que oiga, diga VEN. ¡Ven, Señor Jesús!

Todos los siglos que forman la historia de la Iglesia, no son más que el grito de deseo y de esperanza de la Esposa desterrada que suspira por la unión plena y eterna que habrá de consumarse después de la resurrección de la carne.

El Espíritu de Dios clama en el corazón de la Iglesia, en nuestros propios corazones, con gemidos inenarrables: ¡Ven! Y la Esposa, la Iglesia, dice también con dulzura infinita: ¡Ven!; y todo el que oye, es decir, todos los hombres que escuchan la voz del Espíritu, deben repetir también con toda la sinceridad de su corazón: ¡Ven, ven, Señor Jesús!

&&&

La Iglesia, al considerar la plenitud del poder de Jesucristo y lo estable y definitivo de su acción, clama hacia Él; pero no se limita a decirle, como en las Antífonas anteriores, que venga de una manera general, sino que se complace en exponerle nuestras necesidades, usando siempre el lenguaje de la Escritura: Ven y saca al cautivo de la cárcel donde gime; ven y libra al que yace en las tinieblas y sombras de la muerte.

En estas dos figuras se contienen todas nuestras necesidades; siempre estamos cautivos; siempre yacemos en la oscuridad.

Sin duda que por la gracia santificante, ya salimos de la cárcel lóbrega del pecado mortal, misteriosamente unida a la cárcel eterna del infierno. Sin duda también que, desde que nos ha iluminado la gracia, hemos salido de las tinieblas y de las sombras de la muerte, porque nos alumbra ya la luz de la vida.

Pero aunque salimos de aquella cárcel y aunque nos alumbré aquella luz, ¿no es verdad que no hemos alcanzado aún la plenitud de la libertad que Jesucristo nos trajo?

Es, por consiguiente, preciso que Jesús venga y nos conceda la libertad perfecta y nos ilumine plenamente su luz para que desaparezcan los últimos vestigios de tinieblas que aún nos rodean.

Los afectos desordenados de nuestro corazón y las deficiencias de nuestra voluntad, ¿no son una cárcel que nos retiene cautivos? Los obstáculos que encontramos en nosotros mismos para entregarnos totalmente a Nuestro Señor, para amarlo de una manera definitiva y plena, ¿no son vínculos y cadenas que nos retienen cautivos, que nos impiden volar hacia donde se encuentra nuestra dicha plena y verdadera? Los yerros, las dudas, las desviaciones de nuestra razón y de nuestra conciencia, ¿no son tinieblas y sombras que oscurecen nuestro camino hacia Dios?

Mientras no lleguemos a las cumbres de la perfección, somos cautivos, llevamos en nuestro espíritu sombras y tinieblas, y por eso debemos clamar a Jesús, diciéndole: Ven y liberta al cautivo que yace en las tinieblas y en las sombras de la muerte.



&&&

Y cuando todas las cárceles se nos hayan abierto y hayamos salido libres de ellas, cuando todas las sombras se hayan disipado en nuestro espíritu, todavía nos quedará la cárcel del destierro, todavía suspiraremos por la suprema libertad del Cielo…

Todos, pues, justos y pecadores, imperfectos y santos, todos debemos clamar a Jesús y decirle con toda el alma, con el ardor y la vehemencia con que lo dice la Iglesia: ¡Oh llave de David y cetro de la casa de Jacob, ven y liberta al cautivo que yace en las tinieblas y en las sombras de la muerte!

Y nosotros le diremos con un lenguaje más llano, más íntimo y familiar:

¡Oh Jesús, ábrenos para siempre las puertas de tu Corazón! Porque si logramos entrar en ese Corazón divino, dejaremos muy lejos las tinieblas del pecado y del mundo; porque si entramos en esa Arca de paz, todas las cadenas caerán hechas pedazos. ¡Oh Jesús, Tú que abres y nadie puede cerrar, ábrenos para siempre las puertas de tu Corazón y ahí encontraré la luz y el amor, la felicidad y la vida!…

P. Ceriani

EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

18 de diciembre




EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
o
NUESTRA SEÑORA DE LA O 


   Esperar al Señor que ha de venir es el tema principal del santo tiempo de Adviento que precede a la gran fiesta de Navidad. La liturgia de este período está llena de deseos de la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectación, que empezaron en el momento mismo de la caída de nuestros primeros padres. En aquella ocasión Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo desde entonces pendiente de esta promesa y adquiere este tema tal importancia que la concreción religiosa del pueblo de Israel se reduce en uno de sus puntos principales a esta espera del Señor. Esperaban los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos, todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este ambiente de expectación toma la Iglesia las expresiones anhelantes, vivas y adecuadas para la preparación del misterio de la "nueva Natividad" del salvador Jesús.

   En el punto culminante de esta expectación se halla la Santísima Virgen María. Todas aquellas esperanzas culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su seno el verdadero Hijo de Dios.

   Sobre Ella se ciernen los vaticinios antiguos, en concreto los de Isaías; Ella es la que, como nadie, prepara los caminos del Señor.

   Invócala sin cesar la Iglesia en el devotísimo tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo.

   Con una profunda y delicada visión de estas verdades y del ambiente del susodicho período litúrgico, los padres del décimo concilio de Toledo (656) instituyeron la fiesta que se llamó muy pronto de la Expectación del Parto, y que debía celebrarse ocho días antes de la solemnidad natalicia de nuestro Redentor, o sea el 18 de diciembre.

   La razón de su institución la dan los padres del concilio: no todos los años se puede celebrar con el esplendor conveniente la Anunciación de la Santísima Virgen, al coincidir con el tiempo de Cuaresma o la solemnidad pascual, en cuyos días no siempre tienen cabida las fiestas de santos ni es conveniente celebrar un misterio que dice relación con el comienzo de nuestra salvación. Por esto, speciali constitutione sancitur, ut ante octavum diem, quo natus est Dominus, Genitricis quoque eius dies habeatur celeberrimus, et praeclarus "Se establece por especial decreto que el día octavo antes de la Natividad del Señor se tenga dicho día como celebérrimo y preclaro en honor de su santísima Madre".

   En este decreto se alude a la celebración de tal fiesta en "muchas otras Iglesias lejanas" y se ordena que se retenga esta costumbre; aunque, para conformarse con la Iglesia romana, se celebrará también la fiesta del 25 de marzo. De hecho, fue en España una de las fiestas más solemnes, y consta que de Toledo pasó a muchas otras iglesias, tanto de la Península como de fuera de ella. Fue llamada también "día de Santa María", y, como hoy, de Nuestra Señora de la O, por empezar en la víspera de esta fiesta las grandes antífonas de la O en las Vísperas.

   Además de los padres que estuvieron presentes en el décimo concilio de Toledo, en especial del entonces obispo de aquella sede, San Eugenio III, intervino en su expansión—y también a él se debe el título concreto de Expectación del Parto—aquel otro gran prelado de la misma sede San Ildefonso, que tanto se distinguió por su amor a la Señora.

   La fiesta de hoy tenía en los antiguos breviarios y misales su rezo y misa propios. Los textos del oficio, de rito doble mayor, tienen, además de su sabor mariano, el carácter peculiar del tiempo de Adviento, a base de las profecías de Isaías y de otros textos apropiados como los himnos. Nuestro Misal conserva todavía para la presente fecha una misa, toda a base de textos del Adviento. Es un resumen del ardiente suspiro de María, del pueblo de Israel, de la Iglesia y del alma por el Mesías que ha de venir. Sus textos—casi coinciden con la misa del miércoles de las témporas de Adviento, y todavía más con la misa votiva de la Virgen, propia de este período—son de Isaías (introito, epístola y comunión ) y del evangelio de la Anunciación. Las oraciones son las propias de la Virgen en el tiempo de Adviento.

   Precisamente en la víspera de este día dan comienzo las antífonas mayores de la O, llamadas así, por empezar todas ellas con antífonas mayores del Magnificat: O Sapientia, O Adonai, O Emmanuel..., veni!

ROMUALDO Mª DÍAZ CARBONELL, O. S. B.

SANTORAL 18 DE DICIEMBRE


18 de diciembre



SAN GACIANO,
Obispo



Si el grano de trigo, después de echado en la tierra,
no muere, queda infecundo, pero si muere,
produce mucho fruto.
(Juan, 12, 24).

   Según San Gregorio de Tours, San Gaciano fue enviado por el Papa Fabiano, desde Roma a Turena, para sembrar allí la palabra de Dios. Su vida angelical y sus milagros lo ayudaron a ello poderosamente; a la sola señal de la cruz, los demonios y las enfermedades le obedecían. No dejó Satanás de suscitar persecuciones contra él; entonces, congregaba el santo a su pequeño rebaño en subterráneos y celebraba en ellos los divinos misterios. Murió en el curso del siglo III después de un largo apostolado.

MEDITACIÓN
NUESTRA ALMA
ES SEMEJANTE A UN CAMPO

   I. Hay que abrir las entrañas de la tierra para hacer entrar en ella el buen grano que la debe hacer fecunda. ¿Quieres tú producir frutos dignos del paraíso? Es preciso sufrir. El camino del cielo está totalmente erizado de espinas, las rosas se encontrarán en el paraíso. Valor, alma mía, no retrocedas ante ningún sacrificio. Los herederos del Crucificado no deben temer ni a los tormentos ni a la muerte. (San Cipriano).

   II. La tierra oculta en su seno la semilla que se le ha confiado; en ella muere, pero para resucitar muy pronto. Almas santas, ocultad los talentos y las gracias que Dios os ha concedido, de otro modo el demonio, esta ave de rapiña, pronto los habrá arrebatado. La vanidad os privará del fruto de vuestras buenas obras. Dios mío, estoy contento de ser desconocido de los hombres, siempre que Vos me guardéis un lugar en la gloria.

   III. Las espinas y la cizaña crecen a menudo entre el buen grano, en medio de las flores. Así, los buenos están mezclados con los malos en este mundo, hasta el día del juicio en el que Dios separará a éstos de entre aquellos. Sufre sus defectos, puesto que Dios los soporta, pero no los imites. ¿Serás tú reservado en el granero del Padre celestial, o bien serás arrojado al fuego con la cizaña ? En tus manos está elegir ahora. Haz buenas obras, ellas serán la semilla de una gloria eterna. Nuestras obras no se desvanecen como pudiera creerse, sino que las obras temporales son como semilla de eternidad. (San Bernardo).

 La paciencia 
Orad por los que os persiguen.

ORACIÓN

   Dios omnipotente, que esta augusta solemnidad de San Gaciano, vuestro confesor pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.

sábado, 17 de diciembre de 2011

SANTORAL 17 DE DICIEMBRE


17 de diciembre


SAN LÁZARO,
Obispo



Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús:
Señor, aquél a quien amas está enfermo.
(Juan, II, 3).

   San Lázaro, de Betania, hermano de Marta y de María, tuvo la dicha de ser resucitado por Jesucristo, que mucho lo amaba. Lleno de gratitud para con su benefactor, predicó su divinidad con tanto celo, que los judíos -dice la leyenda- lo desterraron junto con sus dos hermanas. Puesto en una embarcaci6n sin remos ni timón, habría abordado en Marsella y llegado a ser el primer obispo de esta ciudad.


MEDITACIÓN SOBRE
LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

   I. El ruego de las hermanas de Lázaro es admirable. Se dirigen a Jesucristo y le dicen: Señor, aquél a quien amas está enfermo. ¿Quieres tú ser ayudado en tus necesidades? Preséntalas ante Jesucristo, él te ama y quiere ayudarte. No te desanimes, persevera en la oración; cuando todo parezca desesperado, hay que esperar todo de Dios. ¿No es verdad, acaso, que tú ordinariamente no te diriges a Dios sino después de haber reconocido la inutilidad de todo socorro humano? Es preciso invocar, en primer lugar, el Nombre de Dios Y, después de esto, buscar los medios convenientes para llevar a cabo tus propósitos.

   II. Jesús fue finalmente; derramó lágrimas en la tumba de Lázaro, agradeció a su Padre celestial y, después, llamó a su amigo en alta voz. Aprende de Jesús a agradecer a Dios las gracias que te concede, si quieres obtener otras nuevas. Alégrate, alma mía: tanto te ama Jesús cuanto amó a Lázaro. Señor, aquél a quien amáis está enfermo: basta que Vos conozcáis su mal, porque Vos no abandonáis a los que os aman. (San Agustín).

   III. Lázaro obedeció de inmediato a la voz de Jesús y salió de su tumba. Ya hace mucho tiempo, Señor, que me invitáis a salir del pecado en que estoy amortajado; pero estoy sordo a vuestras santas inspiraciones: ¡ya es tiempo de obedeceros! ¡Oh Vida que me dais la vida, Vos por quien vivo yo y sin el cual me muero!, ¿dónde os encontraré, a fin de morir a mí mismo y de vivir de Vos? (San Agustín).

La confianza en Dios
Orad por los enfermos.

ORACIÓN

   Dios, que por vuestro Hijo unigénito, sacasteis de la tumba a Lázaro muerto desde hacía cuatro días, hacednos surgir de la tumba de nuestros pecados, a fin de que merezcamos ser admitidos en la sociedad de vuestros elegidos. Por J. C. N. S. Amén.

viernes, 16 de diciembre de 2011

CARTAS DEL HERMANO RAFAEL


Hermano Rafael - Dios y mi alma



16 de diciembre de 1937 - jueves

Ave María.

Después de una larga temporada (casi un año) pasada en casa de mis padres, reponiéndome de un achaque de mi enfermedad, vuelvo de nuevo a la Trapa para seguir cumpliendo mi vocación, que es solamente amar a Dios, en el sacrificio y en la renuncia, sin otra regla que la obediencia ciega a su divina voluntad.

Creo hoy cumplirla, obedeciendo sin votos y en calidad de oblato, a los superiores de la abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas.

Dios no me pide más que amor humilde y espíritu de sacrificio.

Ayer, al dejar mi casa y mis padres y hermanos, fue uno de los días de mi vida que más sufrí.

Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas es seguro que no hubiera podido venir a la enfermería de la Trapa, a pasar penalidades, hambre en el cuerpo, debido a mi enfermedad y soledad en el corazón, pues encuentro a los hombres muy lejos. Sólo Dios..., sólo Dios..., sólo Dios. Ése es mi tema..., ése es mi único pensamiento.

Sufro mucho..., María, Madre mía, ayúdame.

He venido por varios motivos:
1º Por creer cumplir en el monasterio, mejor mi vocación de amar a Dios en la Cruz y en el sacrificio.
2º Por estar España en guerra, y ayudar a combatir a mis hermanos.
3º Para aprovechar el tiempo que Dios me da de vida, y darme prisa a aprender a amar su Cruz.
A lo que solamente aspiro en el monasterio es:
1º A unificarme absolutamente y enteramente con la voluntad de Jesús.
2º A no vivir más que para amar y padecer.
3º A ser el último, menos para obedecer.
Que la Santísima Virgen María, tome en sus divinas manos mis resoluciones y las ponga a los pies de Jesús, es lo único que hoy desea este pobre oblato.
16-12-1937




21 de diciembre de 1937 - martes

De una cosa me tengo que convencer: Todo lo que hago es por Dios. Las alegrías El me las manda; las lágrimas, Él me las pone; el alimento por Él lo tomo, y cuando duermo por Él lo hago.

Mi regla es su voluntad, y su deseo es mi ley; vivo porque a Él le place, moriré cuando quiera. Nada deseo fuera de Dios.

Que mi vida sea un "fiat" constante.

Que la Santísima Virgen María me ayude y me guíe en este breve camino de la vida sobre el mundo.





26 de diciembre de 1937 - domingo

En la vida de comunidad, mientras no aprenda a dominar todo mi «sistema nervioso", no sabré jamás lo que es aprender a mortificarme.

Pobre hermano Rafael... luchar hasta morir; he ahí su destino. Ansias de cielo por un lado, y corazón humano por otro. Total... sufrimiento y cruz.

Pobre hermano Rafael, de corazón demasiado sensible a las cosas de las criaturas... Sufres al no ver amor y caridad entre los hombres... Sufres al no ver más que egoísmo. ¿Qué esperas de lo que es miseria y barro? Pon tu ilusión en Dios y deja a la criatura..., en ella no hallarás lo que buscas.

Pero, ¿y si Dios se oculta?... Qué frío hace entonces en la Trapa. La Trapa sin Dios..., no es más que una reunión de hombres.

Son los días de Navidad y en ellos no tengo más que una enorme soledad... Una pena muy honda... Nadie en quien reposar, enfermo y débil... Ah, Señor, y muy poca fe! Dios mío, Dios mío, eres muy bueno... Tu misericordia perdonará mis olvidos..., pero es tanto, Señor, lo que sufro, que mi flaqueza sola no lo podrá resistir.

Nada veo más que mi miseria y mi alma mundana con poca fe y sin amor.

Llegaré, Señor, hasta donde Tú quieras, pero dame fuerzas, y el socorro a su debido tiempo..., mira, Señor, lo que soy.

El día de Nochebuena le entregué al Señor Jesús Niño, lo último que quedaba de mi voluntad. Le entregué hasta mis más pequeños deseos... ¿Qué me queda?... Nada. Ni aun deseos de morir. Ya no soy más que una cosa en posesión de Dios. Mas Señor, ¡qué pobre cosa posees!

Pobre hermano Rafael..., viniste a la Trapa a sufrir..., ¿de qué te quejas?... No me quejo, Señor, pero sufro sin virtud.

Unas lagrimillas en mi soledad el día de Nochebuena... Tú, Señor, que todo lo sabes y todo lo ves..., también todo lo perdonas.

Llena, Señor, mi corazón… Llénalo de eso que no me pueden dar los hombres.

Mi alma sueña con amores, con cariños puros y sinceros. Soy un hombre hecho para amar, pero no a las criaturas, sino a Ti, mi Dios, y a ellas en Ti... Sólo a Ti quiero amar, sólo Tú no defraudas. Sólo en Ti se verá la ilusión cumplida.

Dejé mi hogar... Destrocé pedazo a pedazo mi corazón... Vacié mi alma de deseos del mundo... Me abracé a tu Cruz: ¿Qué esperas, Señor? Si lo que deseas es mi soledad, mis sufrimientos y mi desolación..., tómalo todo, Señor, nada te pido.

26-12-1937



29 de diciembre de 1937 - miércoles

Una hora de oración sin un pensamiento de Dios. Apenas me di cuenta, el tiempo pasó. Sonaron las cinco en el reloj y ya llevaba una hora de rodillas… ¿Y la oración? No sé…, no la hice. Estuve pensando en mí mismo, en mis sufrimientos personales, en los recuerdos del mundo. ¿Y Jesús? Y ¿María? Nada… Sólo tengo egoísmo, poca fe y mucha soberbia… ¡Tan importante me creo! ¡Tanto me considero!

¡Pobrecillo!, polvillo insignificante a los ojos de Dios. Ya que no sepas sacar fruto de la oración, aprende a humillarte delante de Él, y así luego lo harás mejor delante de los hombres.

Señor, tened piedad de mi... Sufro, sí..., pero quisiera que mi sufrimiento no fuera tan egoísta. Quisiera, Señor, sufrir por tus dolores de la Cruz, por los olvidos de los hombres, por los pecados propios y ajenos..., por todo, mi Dios, menos por mí... ¿Qué importo yo en la creación?; Qué so delante de Ti?... ¿Qué representa mi vida oculta en la infinita eternidad?... Si me olvidara de mí mismo, mejor sería Señor.

No tengo nada más que un refinado amor propio, y vuelvo a repetir, mucho egoísmo.

Procuraré con la ayuda de María enmendarme. Haré el propósito de que cada vez que un recuerdo del mundo venga a turbarme, acudir a Ti, Virgen María, y rezarte una Salve por todos los que en el mundo te ofenden.

En lugar de meditar mis sufrimientos..., meditar en el agradecimiento, a amar a Dios en mis propias miserias.

Perseveraré en la oración, aunque pierda el tiempo.

29-12-1937




31 de diciembre de 1937 - viernes

Me voy dando cuenta de que la virtud más práctica para tener paz en la vida de comunidad es la humildad.

La humildad delante de Dios, nos ayuda a la confianza, pues humildad es conocimiento de sí mismo, y ¿quién que se conozca a si mismo, puede esperar algo de si?... Loco sería si no lo esperase todo de Dios.

La humildad llena de paz nuestro trato con los hombres. Con ella no hay discusión, no hay envidia, no hay ofensa posible... ¿Quién puede ofender a la misma nada?

Le pido encarecidamente a María, me enseñe en lo que Ella fue maestra..., humilde ante Dios y ante los hombres.

«Hágase"
31-12-1937






1 de enero de 1938 - sábado

Día 1º de enero de 1938.

En la oración de esta mañana he hecho un voto. He hecho el voto de amar siempre a Jesús.

Me he dado cuenta de mi vocación. No soy religioso..., no soy seglar..., no soy nada... Bendito Dios, no soy nada más que un alma enamorada de Cristo. Él no quiere más que mi amor, y lo quiere desprendido de todo y de todos.

Virgen María, ayúdame a cumplir mi voto.

Amar a Jesús, en todo, por todo y siempre... Sólo amor. Amor humilde, generoso, desprendido, mortificado, en silencio… Que mi vida no sea más que un acto de amor.

Bien veo que la voluntad de Dios, es que no haga los votos religiosos, ni seguir la Regla de san Benito. ¿He de querer yo lo que no quiere Dios?

Jesús me manda una enfermedad incurable; es su voluntad que humille mi soberbia ante las miserias de mi carne. Dios me envía la enfermedad. ¿No he de amar todo lo que Jesús me envíe?

Beso con inmenso cariño la mano bendita de Dios que da la salud cuando quiere, y la quita cuando le place.

Decía Job, que pues recibimos con alegría los bienes de Dios, ¿por qué no hemos de recibir así los males? ¿Mas acaso todo eso me impide amarle?... No..., con locura debo hacerlo.

Vida de amor, he aquí mi Regla..., mi voto... He aquí la única razón de vivir.

Empieza el año 1938. ¿Qué me prepara Dios en él? No lo sé... ¿Quizás no me importe?... Menos ofenderle me da lo mismo todo... Soy de Dios, que haga conmigo lo que quiera. Yo hoy le ofrezco un nuevo año, en el que no quiero que reine más que una vida de sacrificio, de abnegación, de desprendimiento, y guiada solamente por el amor a Jesús..., por un amor muy grande y muy puro.

Quisiera mi Señor, amarte como nadie. Quisiera pasar esta vida, tocando el suelo solamente con los pies. Sin detenerme a mirar tanta miseria, sin detenerme en ninguna criatura. Con el corazón abrasado en amor divino y mantenido de esperanza.

Quisiera Señor, mirar solamente al cielo, donde Tú me esperas, donde está María, donde están los santos y los ángeles, bendiciéndote por una eternidad, y pasaron por el mundo solamente amando tu ley y observando tus divinos preceptos.

¡Ah!, Señor, cuánto quisiera amarte. ¡Ayúdame, Madre mía!.

He de amar la soledad, pues Dios en ella me pone.

He de obedecer a ciegas, pues Dios es el que me ordena.

He de mortificar continuamente mis sentidos.

He de tener paciencia en la vida de comunidad.

He de ejercitarme en la humildad.

He de hacer todo por Dios y por María.


SANTORAL 16 DE DICIEMBRE


16 de diciembre 



SAN EUSEBIO,
Obispo y Mártir



La voluntad de Dios es que seáis santos. 
(1 Tesalonicenses, 4, 3).

   San Eusebio, obispo de Verceil, fue exilado en Palestina por haber sostenido, en el Concilio de Milán, la fe de Nicea contra los obispos arrianos protegidos por el emperador Constancio. Las cartas que escribió a su pueblo desde el fondo de su confinamiento nos revelan la inaudita crueldad de los arrianos para con él y la admirable firmeza de su fe. Después de la muerte de Constancio, no quiso aprovecharse del permiso concedido a los obispos exilados para volver a sus diócesis, sino después de haber asistido al Concilio de Alejandría, y recorrido las provincias de Oriente inficionadas de arrianismo para hacer volver a los extraviados. Murió en Verceil hacia el año 370.

MEDITACIÓN
SOBRE LA IMITACIÓN
DE LOS SANTOS

   I. Nunca entrarás en el cielo, si no imitas a los santos, y no los imitarás si la lectura de su vida no te enseña lo que hicieron. Consagra todos los días algunos instantes a esta lectura; y, si puedes, reúne a tus servidores para hacer esta lectura en común. ¡Tanto tiempo se pierde en conversar con los hombres, y no se encuentra ni siquiera un momento libre para platicar con los santos!

   II. Esfuérzate en imitar, en la medida en que lo puedas, las virtudes que notes en la vida de los santos. Considera, sobre todo, que ellos han estado unidos a Dios mediante la oración, que han sido austeros para consigo y caritativos para con el prójimo. Ningún santo encontrarás que no haya tenido estas tres cualidades. ¿Las posees tú ? Sin ellas no hay que esperar el paraíso. No basta, para ir al cielo, profesar la religión cristiana en cuyo seno vivieron ellos; es preciso también conformar nuestras costumbres a la santidad de nuestra fe ya los buenos ejemplos que nos dieron. De nada nos servirá que nuestra religión sea buena, si nuestra vida es mala. (Salviano).

   III. Elige como patrono a un santo que se haya encontrado en posición parecida a la tuya, y regula tu conducta con sus ejemplos. Imita también las virtudes del santo cuyo nombre tienes, y del que hayas elegido cada mes como protector especial tuyo. En todas tus necesidades temporales y espirituales, recurre a los santos. Examina tu vida: ¿a qué santos imitas? ¿Acaso no sigues un camino totalmente opuesto al que ellos recorrieron? ¡Ten cuidado! Aprende de uno la humildad, de otro la paciencia: que uno te enseñe el silencio, otro la dulzura. (San Jerónimo).

La imitación de los santos
Orad por las órdenes religiosas.

ORACIÓN

   Oh Dios, que cada año nos proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad del bienaventurado Eusebio, vuestro mártir pontífice, haced que honrando su nacimiento al cielo, experimentemos los efectos de su protección.  Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 15 de diciembre de 2011

DE LA DIALECTICA A LA FELICIDAD- San Agustín bajo la lupa.


Por Antonio Socci

Estaba harto de enseñar en Cartago porque los estudiantes eran verdaderos gamberros, San Agustín, joven profesor de retórica, no soportaba su” impudencia alocada” ni sus “vejaciones” (habían sido capaces de entrar en el aula gritando mientras él daba clases). Así que en el año 383 decide irse a la capital, Roma. Los amigos les habían hablado de “mayores ganancias y consideración”. Y además, San Agustín tenía  ganas de cambar de aires: “Por lo que oía decir, los estudiantes de Roma estudiaban con tranquilidad y había mayor disciplina”. En los primeros meses San Agustín se dedica con entusiasmo a las lecciones. Cómo eran los estudiantes de Roma lo descubrirá sólo al terminar el año. “A menudo los jóvenes, para  no pagar los honorarios al docente, se ponen de acuerdo y cambian de profesor, desatendiendo el compromiso contraído”. San Agustín está enojado y disgustado. En Roma sigue frecuentando a los  maniqueos, una secta en buenas relaciones con el  poder. Una especie de masonería de aquel tiempo (idéntica es la filosofía gnóstica) a la que San Agustín se dirige para pedir un “enchufe”.

EL ENCUENTRO

En el año 384 había quedado vacante en Milán la cátedra de Retórica, por mediación de los maniqueos, el prefecto Símaco da este puesto a San Agustín: el hombre político pagano les hace un favor a los maniqueos, y aprovecha la ocasión para desairar al obispo de Milán, el gran y enérgico San Ambrosio, con el cual- a pesar de ser su primo- se enfrenta violentamente. Símaco y los maniqueos esperan resquebrajar el prestigio de San Ambrosio llevando a Milán a un joven anticlerical, con ideas heréticas, y además amancebado (no estaba casado con la mujer que le acompaña) y con un hijo ilegítimo. En realidad, San Agustín está lleno de dudas, de  preguntas sobre sí mismo y sobre su vida; su cara  no es precisamente el espejo de la felicidad. Llega a Milán a finales del verano del 384, y –como autoridad del aparato escolástico- se presenta ante Ambrosio (pocos  años  mayor que él), quien le recibe quizás con cierta frialdad, aunque dentro de lo correcto, en resumen: un encuentro formal.

San Ambrosio había sido bautizado sólo diez años antes y deprisa. Cuando la comunidad cristiana lo aclamó como obispo era un joven funcionario imperial, aún catecúmeno. Pero su carisma ya había conquistado  a la cristiandad. A pesar del empacho de los dos, san Agustín se queda enseguida admirado en aquel encuentro. Al principio lo u ele atrae es el encanto de su manera de hablar: “La dulzura de su decir me daba placer”. San Agustín, que es docente de Retórica, empieza a ir a Misa sólo para oírle hablar. No le interesa lo que die, pues considera  al cristianismo una doctrina basta, sino el carisma y la elocuencia de San Ambrosio. Poco a poco algo hace brecha en su ánimo: “Tomé, pues la decisión de seguir siendo catecúmeno en la Iglesia Católica, que mis padres me habían recomendado”. Una decisión sorprendente.

NI ALIVIO NI RESPIRO

San agustín lee con Alipio
 las Epístolas de San Pablo
(B. Gozoli, Iglesia de San Agustin, San Gimignano)
San Agustín nos ha dejado en las Confesiones un diario exhaustivo y conmovedor de su conversión, sobre la cual, por tratarse del más santo de los Padres de la Iglesia, se ha escrito mucho, Adolf von Harnack, por ejemplo, junto con otros muchos, sostiene  que la conversión de San Agustín fue una evolución lenta y gradual, el resultado de su camino intelectual; como si el cristianismo fuera fruto de su propio ingenio o de una reflexión personal. San Agustín –siempre según Harnack – contó su conversión, por  motivos teológicos, como una ruptura imprevista. Es decir, falseó los hechos. En realidad San Agustín explicó claramente que de las reflexiones y de las capacidades personales no nace el cristianismo, sino sólo la desesperación: “Todo lo que veía era muerte…Era infeliz”- es la confesión de aquel joven  y brillante intelectual- “un profundo tedio de la vida y el miedo a la muerte…yo era para mí mismo un lugar desolado, en el que no podía quedarme pero  del que no me podía escapar”, “me servía como escudo mi testarudez”, pero, “no había alivio ni respiro en ningún lugar”. Este era el callejón sin salida al que había llegado. Lo contrario a una evolución intelectual. Por otra parte se ha querido  reducir la conversión de San Agustín a una pequeña anécdota, al que las Confesiones dedican pocas líneas: San Agustín, al escuchar a un niño cantar un estribillo que dice:”Toma y lee”, se acuerda de un episodio sucedido al monje egipcio Antonio. Así pues, abre el volumen de la Epístolas de San Pablo y lee un fragmento que parece dirigido a él (Rom 13,13). Pero este pequeño, aunque significativo, episodio está inserto en una narración mucho más dramática y humana. Sin embargo, si uno no tiene ante sus ojos la razón y la dinámica por las que un hombre de carne y hueso (no un maniático de problemáticas religiosas) pide hoy en día hacerse cristiano, difícilmente puede comprender las páginas en las que san Agustín narra la historia de su conversión. E inevitablemente reducirá el acontecimiento real de la conversión o a una evolución intelectual (racionalismo), o a una imprevista y solitaria iluminación interior (protestantismo).

Según San Agustín, lo que le hace entrever una salida a su desesperación es, sobre todo, la irrupción en su vida  de un encuentro. Todo empieza en aquel septiembre del 384 cuando se encuentra en Milán con San Ambrosio: “Tu me llevabas sin que yo supiera a él (San Ambrosio), para que él me condujera consciente de ello a Ti”. Personas reales, de carne y hueso, encuentros que son el rostro histórico de la Misericordia de Dios, invocada incesantemente por su madre Mónica.

En De vera religione recuerda que todo sucedió “gradualmente y por orden”, por medio de las “formas carnales que a todos nos atraen…es decir, mediante la vista, el oído y los otros sentidos corporales” Al principio, en efecto, vive la fascinación de un encuentro humanamente sugestivo, que no borra milagrosamente los limites, fatigas y dificultades que lleva consigo la comprensión verdadera y la adhesión.


LA CLARIDAD DE LA VERDAD NO ES AÚN FELICIDAD

A finales del 384, San Agustín decide volver a la Santa Iglesia como catecúmeno. Asiste a todos los encuentros de la comunidad, le encanta escuchar las palabras  de San Ambrosio. Sigue siendo un intelectual destacado. El 1 de enero de 385, por ejemplo, lee la alocución oficial por la inauguración del consulado de Bautone. Pero ya no es la carrera lo que absorbe sus pensamientos. Su corazón está en otra parte: “Frecuentaba tu Iglesia apenas terminaba mis ocupaciones, cuyo peso me hacía gemir”. San Agustín trata durante meses de hablar con San Ambrosio, que parece que nunca tiene tiempo para él. Quisiera discutir todas sus tribulaciones interiores, sus dudas teológicas, pero “no podía interrogarlo sobre lo que quería y como lo quería. Una multitud  de gente atareada, ala que él socorría en sus angustias, se interponían entre sus oídos y yo, entre su boca y yo”.

Al llegar, en las confesiones, a este punto de su historia el tono de la narración es casi cómico. Está claro que San Ambrosio no tiene ganas de perder tiempo con las elucubración es de ese joven profesor, al que probablemente ya conoce a través de Mónica. Sabe que no son las divagaciones las que dan felicidad: “(la dialéctica) no tiene la capacidad de construir, pero sí de demoler”, había escrito en su tratado De fide. “No se complació Dios en salvar a su pueblo con la dialéctica, porque el reino de Dios está en la sencillez de la fe y no en la violencia de la discusión”. Y cuando san Ambrosio se lo encuentra por la calle, para salir de apuros, se las arregla pidiendo noticias de Mónica y alabando su fe. Además, san Ambrosio tiene que atender sus quehaceres. Debe atender las necesidades de la comunidad, y a tanta gente a la que hay que ayudar y socorrer. Asimismo, en los primeros meses del 385 los arrianos, que durante años habían tenido en sus manos la Iglesia de Milán, gobernada por el obispo hereje Ausencio, vuelven a la carga con el apoyo imperial. Primero el secuestro de una basílica, luego un decreto imperial a su favor. San Ambrosio defiende la fe católica con gran energía, expulsa a los herejes de sus iglesias, reúne a los obispos ortodoxos contra el poder imperial.

Bautismo de San Agustin


En la Iglesia de aquellos años es él la autoridad que todos respetan.

¿Pero cuáles eran los problemas de San Agustín? Varios estudiosos afirman que, en realidad, San Agustín se convierte al neoplatonismo en Milán, y que sólo gracias a esta evolución llegará, años  más tarde, al cristianismo. Falso. San Agustín sabe muy bien donde está la verdad: “Ya había hallado yo la margarita preciosa, que debía comprar con la venta de todo lo que tenía. Pero vacilaba”. El hecho es que la claridad todavía no había disipado la tristeza ni vencido las angustias: “Uno empieza a descubrir lo que ha de hacer y adonde ha de ir, pero si esto no consigue hacer lo que deseemos ni nos da felicidad, tampoco entonces  se actúa, ni se pone en práctica, ni se vive bien”, escribe en De gratia et libero arbitrio. No es suficiente la doctrina verdadera; sólo la realidad del acontecimiento presente que corresponde a la esperanza del corazón puede hacer al hombre feliz. También Jesús hizo lo mismo durante su vida, explica san Agustín en De utilitate credendi; no pretendió que uno “comprenderá”, antes que se adhiriera primero a una doctrina, sino que dejara que su soledad se llenara y su espera se colmara con la compañía del Hijo de Dios: “Jesucristo no quiso nada más, ni con más fuerza, que la fe en Él: los que le seguían aún no eran capaces de entender los secretos divinos. ¿Qué suscitan sus grandes y numerosos milagros, sino la fe?...No habría transformado el agua en vino si los hombres hubieran podido seguirlo por sus enseñanzas y no porque realizaba milagros” También hoy Jesucristo, explica san Agustín,”nos mueve de dos modos: en parte con los milagros, en parte con la multitud de fieles”. ¿Qué le sucedió, pues, a  San Agustín?


Continuara el próximo jueves..

SANTORAL 15 DE DICIEMBRE




SAN MESMÍN,
Abad

Acuérdate de dónde has caído;
haz penitencia y vuelve a tus primeras obras.
(Apocalipsis, 2, 5).

   San Mesmín entró en el monasterio de Micy, cerca de Orléans, del que fue más tarde el segundo Abad. Con el correr del tiempo había de dejarle su nombre: hoy se llama San Mesmín. En muchedumbre iba la gente tras él para formarse en la perfección cristiana. Los señalados milagros que Dios obró por su intermedio aumentaron aun más su reputación de santidad. Murió recomendando la caridad a sus religiosos, el 15 de diciembre del año 520.

MEDITACIÓN 
SOBRE TRES CLASES
DE CONVERSIONES

   I. Hay algunos que se dan a Dios desde su tierna juventud, y que parece hubieran bebido la piedad con la leche. Dichoso aquél que lleva el yugo del Señor desde su adolescencia, porque el hábito de practicar la virtud trócase para él en una segunda naturaleza. Da a Dios las primicias de tu vida, desde muy temprano hazle el sacrificio de ti mismo; tu cruz te parecerá más ligera a medida que tengas más edad.

   II. Existen otras personas que dan al mundo la flor de su vida y que, después de haber experimentado la vanidad de sus placeres, se disgustan de ellos y se dan a Dios. Si estás entre éstos, llora con la amargura de tu alma los años que sacrificaste al mundo; con fervor debes suplir el poco tiempo que te queda. Si todavía no has comenzado a servir a Dios apúrate a hacerlo: comienza desde hoy, porque Dios ha pro metido el perdón al arrepentido, pero no ha prometido  el mañana al pecador que aplaza su penitencia. (San Agustín).

   III. En fin, hay personas que, al comienzo de su conversión, son todo fuego para los ejercicios de pie- dad pero poco a poco su celo se enfría y terminan por volver a sus antiguos placeres. Si por desgracia fueras tú uno de éstos, compara, por favor, las dulzuras y la tranquilidad de que gozabas en aquel entonces, con la turbación y los remordimientos que te inquietan ahora. Piensa en los motivos que te habían excitado al servicio de Dios: las mismas causas producirán los mismos efectos.

La penitencia
Orad por la conversión de los herejes.

ORACIÓN

   Señor, que la intercesi6n del bienaventurado Mesmín, abad, nos haga agradables a vuestra Majestad, a fin de que obtengamos por sus oraciones lo que no podemos esperar de nuestros méritos. Por J. C. N. S. Amén.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

MILAGROS EUCARÍSTICOS

RISA INCRÉDULA
Año 596, Roma



Cierta matrona romana, señora principal, solía enviar al bienaventurado San Gregorio las hostias que ella misma hacía para el santo sacrificio de la Misa, mostrándose en ésta muy solícita y cuidadosa.

Al maligno espíritu, capital enemigo de todo lo bueno, que según expresión del Apóstol San Pedro anda alrededor de nosotros como león rugiente aguardando el momento de la presa, le pareció excelente ocasión para turbara a la señora primero con tentaciones de vanagloria, luego con impertinentes dudas acerca de la fe en el augusto Sacramento, y finalmente haciendo que sin dejar las prácticas piadosas cayera en manifiesta incredulidad.

 En efecto: aconteció un día estando arrodillada esta señora en el altar para recibir la Comunión de manos de San Gregorio, en el momento solemne en el que el Santo Pontífice iba a darle la Sagrada Hostia diciendo aquellas palabras que usa la Iglesia: Corpus Domini nostri JasuChristi custódiant animam tuam, ponerse a reír la referida señora como si hubiera perdido la fe y la devoción.

Al advertir el Santo retiró al punto la mano y puso sobre el ara del altar la Forma consagrada. Acabada la Misa preguntó el Pontífice delante de todo el pueblo a la señora la causa de su risa en aquella ocasión tan impropia. Sorprendida por tal pregunta, no se atrevía al principio a declarar el motivo, más después dijo: “Me río que digáis que ese pan que yo he amasado sea el Cuerpo de Cristo”.

Admirado de la respuesta San Gregorio no contesto palabra, pero se puso al instante con todo el pueblo a orar al señor para que alumbrara con su divina luz a aquella mujer incrédula.

Apenas acabaron en su fervorosa oración sucedió una maravilla, y fue que la Hostia sacrosanta se dejó ver en carne humana, y en esta forma, presente el pueblo allí congregado, la mostró también el Santo Pontífice a la señora, cuyo prodigio la redujo, al punto, a la fe de este misterio y confirmó en ella a todos los circunstantes.

En presencia de tan gran portento determinaron seguir orando, lo que se hizo con extraordinario fervor, hasta que se vio como aquella carne se reducía a la forma de hostia que antes tenía, y tomándola el Santo Pontífice en sus manos, la dio en comunión a la señora; glorificando todos al Supremo Hacedor que se dignó obrar tales maravillas para que un alma recuperase la fe en el augusto Sacramento.

San Gregorio murío en el año 604, y la Iglesia honra la memoria de un tan gran Pontífice el día 12 de mayo.

(Pablo y Juan, diáconos, Vida de San Gregorio Magno, lib. 2, cap 21.)






SANTORAL 14 DE DICIEMBRE



14 de diciembre


SAN NICASIO,
Obispo y Mártir 



Este pueblo me honra con sus labios,
pero su corazón está lejos de mí,
(Mateo, 15, 8).

   San Nicasio era arzobispo de Reims cuando esta ciudad fue pillada por los bárbaros, El santo se retiró a una iglesia con su hermana Eutropia, a fin de morir al pie de los altares como víctima de Jesucristo. Los soldados lo decapitaron en el momento en que pronunciaba estas palabras de David: Mi alma se adhirió al suelo, y cuando se le hubo separado la cabeza del tronco, terminó el versículo: Señor, vivifícame según tu palabra.

MEDITACIÓN
SOBRE LA ORACIÓN VOCAL

   I. Las oraciones vocales son muy agradables a Dios; Él mismo enseñó a sus apóstoles la oración dominical, y quiso que nosotros la recitáramos, La oración vocal es útil a los que comienzan a practicar la virtud, como a los que han avanzado ya en el camino de la perfección. ¿Qué oraciones vocales rezas tú? Ordena tus prácticas de devoción, y sé fiel y constante en lo que hayas determinado.

   II. Dios se quejaba por boca del profeta Isafás de que su pueblo lo honrase con los labios mientras su corazón estaba alejado de Él; ¿no podría quejarse de lo mismo respecto de ti? San Agustín lloraba de ternura oyendo cantar los salmos de David; y tú, ¿cómo asistes a los oficios divinos? Acuérdate que si quieres que Dios escuche tus plegarias, debes obedecer sus inspiraciones. ¿Con qué derecho nos quejamos de no ser escuchados por Dios, cuando nosotros no lo escuchamos a Él? (Salviano).

   III. Dios prefiere un Padrenuestro piadosamente recitado a largas oraciones rezadas a prisa y sin atención. Pesa cada una de las palabras de esta oración que Jesús mismo ha compuesto; haz lo mismo con todas aquéllas que recitas. ¡Qué honor me hacéis, Señor, permitiéndome que os hable en todo tiempo y en todo lugar! Pero,¡qué vergüenza para mí ver que lo hago con tan poco respeto! ¿Cómo estaría Dios contigo, si tú no estás contigo mismo? ¿Si tú no te oyes, cómo te oirá Dios?

El amor a la oración
Orad por el aumento de la devoción.

ORACIÓN

   Oh Dios, que todos los años nos proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad del bienaventurado Nicasio, vuestro pontífice mártir, haced que al mismo tiempo que celebramos su nacimiento al cielo, experimentemos los efectos de su protección. Por J. C. N. S. Amén.