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jueves, 9 de febrero de 2012

SANTORAL 9 DE FEBRERO




9 de febrero




SANTA APOLONIA,
Virgen y Mártir
† martirizada hacia el año 249 en Alejandría, Egipto

Patrona de dentistas. Protectora contra los dolores de muelas y enfermedades dentales.



Cuando entregare mi cuerpo a las llamas,
si la caridad me falta, no me sirve de nada.
(1 Corintios 13, 3)

Santa Apolonia de Alejandría era ya de avanzada edad cuando los paganos se apoderaron de ella y, después de haberla maltratado de mil maneras, le quebraron todos los dientes a fuerza de golpes. Enseguida la amenazaron con arrojarla en un gran fuego que habían encendido fuera de la ciudad; pero la Santa, impelida por la inspiración del Espíritu Santo y para mostrar que su sacrificio era voluntario, arrojose por sí misma en medio del fuego, dando su alma a Dios, el año 249.

MEDITACIÓN
SOBRE LAS ENFERMEDADES

I. Si padeces alguna enfermedad, recuerda que Dios te la envía para ejercitar tu paciencia; convierte en mérito el sufrir con resignación lo que no puedes evitar, hagas lo que hagas. Tus murmuraciones, tus impaciencias, no harán sino irritar tu mal y volverte desagradable a los demás y a ti mismo. ¿Cómo te conduces en tus enfermedades?

II. Sufre por amor a Jesucristo los dolores que te envía; son los dones y presentes que hace a sus amigos. Ofrécele todo lo que sufres; dile: “Señor, aumenta mi dolor, pero aumenta mi paciencia”. Piensa en lo que han sufrido los santos por Jesús; piensa en lo que Jesús ha sufrido por ti; pon tus ojos en su cruz, muy liviana te parecerá la tuya, y dirás: ¿Qué son estos sufrimientos en comparación de los de mi Dios?

III. Piensa en los suplicios del infierno que has merecido por tus faltas; este pensamiento te hará encontrar agradables tus dolores y te impedirá recaer en tus pecados. ¡Dios mío, soportaré tormentos mucho más crueles, si me prolongáis la vida para darme tiempo de hacer penitencia! Si no puedo soportar sin gemir un dolor tan breve, acompañado de todo el alivio posible, ¿cómo podría aguantar las penas del infierno? Los dolores sin fin de la otra vida pueden ser redimidos en ésta (San Euquerio).

La devoción a los Santos.
Orad por los enfermos.

ORACIÓN

Oh Dios, que entre los maravillosos efectos de vuestro poder habéis hecho obtener la victoria del martirio al sexo más débil, haced, os suplicamos, que celebrando el nacimiento al cielo de vuestra virgen y mártir Santa Apolonia, nos aprovechemos de sus ejemplos para marchar por el camino que conduce a Vos. Por J. C. N. S.

miércoles, 8 de febrero de 2012

SANTORAL 8 DE FEBRERO




8 de febrero


SAN JUAN DE MATA,
Confesor
n. 23 de junio de 1160 en Provenza, Francia;
† 12 de diciembre de 1223 en Roma, Italia



El mayor entre vosotros
ha de ser vuestro servidor.
(San Mateo 23, 11)

Este santo es el fundador de la orden de la Santísima Trinidad, destinada, al igual que la que más tarde fundó San Pedro Nolasco, al rescate de los cristianos cautivos de los moros. Tan baja opinión tenía de sí mismo y un respeto tan grande por el sacerdocio, que no consintió en ser ordenado sino por obediencia a los insistentes requerimientos del arzobispo de París. En el mismo día de su primera misa Dios le inspiró la generosa resolución de trabajar para la salvación de los cristianos que gemían en la esclavitud.

MEDITACIÓN
SOBRE LOS TRES MOTIVOS
QUE DEBEN MOVERNOS
A HUMILDAD

I. La verdadera humildad está basada sobre el conocimiento de sí mismo. ¿Qué eras antes de que Dios te creara? ¿Dónde estabas? ¿Qué hacías? Eras nada; Dios, por su bondad, hizo que fueses. Sin embargo, te glorías de ello; te crees necesario para la gloria de Dios y para la salvación de las almas, te crees indispensable para la familia o para la sociedad de que formas parte. Sin ti muy bien se las arreglaron Dios y los hombres antes de tu nacimiento; igualmente sucederá después de tu muerte.

II. ¿Y qué eres al presente? Tu cuerpo no es sino corrupción; tu alma, ignorancia y malicia. Tu vida es una llama que el menor soplo apaga. Cuida cuanto quieras tu salud, es preciso que, por fin, tu vida acabe, y que tus grandes proyectos se disipen en humo. ¡Oh hombre! si conocieses tu nada, conocerías la grandeza de tu Dios y serías humilde en su presencia. Para conocer a Dios, aprende a conocerte a ti mismo (San Cipriano).

III. ¿Qué serás durante toda la eternidad? ¿Quién lo sabe? Ignoras si serás víctima del infierno o heredero del paraíso. Puedes tener vanidad cuando te dices a ti mismo: Yo no sé adónde iré después de mi muerte; mi cuerpo descenderá a la tumba, pero, mi alma, ¿a dónde irá? Humíllate delante de los hombres. Ése que ahora te parece despreciable y malo, acaso un día esté más elevado que tú en el cielo. ¡Señor Jesús, haced que os conozca y que me conozca a mí mismo! (San Agustín).

El amor a las humillaciones.
Orad por los que os persiguen.

ORACIÓN

Oh Dios, que milagrosamente habéis instituido, por medio de San Juan de Mata, la orden de la Santísima Trinidad, para el rescate de los cautivos del poder de los sarracenos, haced, benignamente, que ayudados por sus méritos
y por vuestra gracia, seamos librados de la cautividad del cuerpo y del alma. Por J. C. N. S.

martes, 7 de febrero de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS


INVASIÓN SARRACENA
Año 993 San Cugat del Vallés España


El hecho más antiguo que del Santísimo Sacramento se registra en España es el de  San Cugat del Vallés, en Cataluña, pueblo situado en campiña feraz a unos diez kilómetros de la ciudad de Barcelona.

Fue San Cugat, monasterio de historia gloriosa entre los insignes benedictinos, famoso en toda la Cristiandad; durante la Edad Media a él acudían peregrinos de las naciones más lejanas; los más preclaros Reyes francos, en su fundación, lo protegieron y colmaron de privilegios, los Condes de Cataluña, y después Reyes de Aragón lo tomaron  bajo su égida poderosa.

A su sombra florecieron varones tan insignes como el Abad Otón, el que acompañó al conde Borell a Córdoba; como Raimundo de Moncada, Bernando Estruch, Gayola, Azara y Montero. En su recinto se meció la  primera imprenta catalana; bajo sus bóvedas se celebrarón Cortés en tiempos de Don Martín y Don Alfonso en Magnanimo, y se acogieron insignes artistas que allí dejaron marcada, para siempre, la señal  luminosa de su paso.

Levantado sobre las ruinas del castillo Octaviano, recuerdo de la dominación romana, regada la tierra de sus cimientos con la sangre preciosa de los mártires de Cristo, San Cucufate, Santas Juliana y Semproniana, San Medín y San Severo, cuyas cenizas guardó por largos siglos, cual augusto relicario; es por otra parte tal  monasterio uno de los monumentos arquitectónicos más esplendidos de que se puede gloriar Cataluña.
Pero lo que hizo  más célebre a San Cugat del Vallés fue un prodigio eucarístico del que hablan varios historiadores.

“En el sagrario de su célebre Iglesia se conserva incorrupta una santa Hostia de forma orbicular y una pulgada de diámetro, en cuyo centro se lee XPS; es, sin duda, de pan ázimo.

“La tradición así refiere su origen: En el año 993, invadiendo estas tierras los sarracenos y habiendo destruido todo el poder del Conde de Barcelona y muerto el mismo día en la llanura conocida con el nombre de “Matabóus”, el abad Otón, huyendo precipitadamente del furor de los enemigos del nombre cristiano, escondió esta santa Forma envuelta en unos corporales, los cuales, cuando pasada la furia de la invasión sarracena, volvió Otón para recoger el sagrado depósito, hallándolos ensangrentados.

“Estos lienzos se conservan separadamente en un relicario y se ven rastros de sangre: un letrerito puesto allí, dice: Hoc linteámina sunt sancta corporália vétera, et in medio est Corpus Domini involútum in capsa lignea. Quiere decir: Estos lienzos son unos santos corporales antiguos, y en ellos esta envuelto el cuerpo del Señor que se guarda en esta caja de madera.

* El día 6 de abril del año 1409, visitó formalmente la santa Hostia el Abad Don Barenguer de Rejadell y la rompió en dos partes iguales, como hoy se ve, hallando incorruptas las especies sacramentales”.

Continuó este prodigio hasta mediados del siglo XIX, en que  por presentar tan preciosa y antiquísima reliquia señales de corrupción, retiróse del Sagrario donde estaba reservada y se colocó en el archivo.

(D. Cayetano Barraguer. Las casas de Religiosos en Cataluña, t. 1°, cap 1°, art. 12, pág 108.- Libro de visitas, Archivo de la Corona de Aragón.- Visitas de los Reales…1830).


SANTORAL 7 DE FEBRERO




7 de Febrero 


San Romualdo, Abad y Fundador

por el R.P. Bernardino LLorca, S.J.



San Romualdo, como fundador de la Orden contemplativa de los Camaldulenses, es uno de los mejores representantes de la tendencia reformadora de fines del siglo X y del siglo XI, como reacción contra el deplorable estado de relajación en que se hallaba la Iglesia católica y gran parte de la vida monástica del tiempo. El movimiento renovador más conocido y más eficaz para toda la Iglesia en este tiempo fue el cluniacense, iniciado a principios del siglo x en el monasterio de Cluny. Pero en Italia tuvo manifestaciones características de un ascetismo más intenso, que tendía a una vida mixta, en que se unía la más absoluta soledad y contemplación con la obediencia y vida de comunidad cenobítica. El resultado fueron las nuevas Ordenes de Valleumbrosa y de los Camaldulenses y los núcleos organizados por San Nilo y San Pedro Damiano.

San Romualdo, de la familia de los Onesti, duques de Ravena, nació probablemente en torno al año 950 y murió en 1027. Es cierto que su biógrafo San Pedro Diamiano atestigua que murió a la edad de ciento veinte años; pero ya los bolandistas corrigieron este testimonio, que, como resultado de modernos estudios, no puede mantenerse. Educado conforme a las máximas del mundo, su vida fue durante algunos años bastante libre y descuidada, dejándose llevar de los placeres y siendo víctima de sus pasiones. Sin embargo, según parece, aun en este tiempo, experimentaba fuertes inquietudes, a las que seguían aspiraciones y propósitos de alta perfección. Así se refiere que, yendo cierto día de caza, mientras perseguía una pieza, se paró en medio del bosque y exclamó: "¡Felices aquellos antiguos eremitas que elegían por morada lugares solitarios como éste! ¡Con qué tranquilidad podían servir a Dios, apartados por completo del mundo!"

lunes, 6 de febrero de 2012

AMOR Y FELICIDAD



Pablo Eugenio Charbonneau

Noviazgo
y
Felicidad






VII
Cómo tratarse durante las relaciones


Capítulo anterior, ver aquí

4. El medio social

¿Quiere todo esto decir que se aislarán los novios del resto del mundo? Evidentemente no. Pues así como el medio familiar tiene su importancia, de igual modo el medio social tiene la suya. Cada cual evoluciona en un ambiente dado, al que le impulsan sus tendencias naturales, sus lazos de amistad o las exigencias de su trabajo. Aunque quisiera, no podría el individuo sustraerse del todo a ese marco. Se puede reducir su influencia, pero no eliminarlo. Por eso importa que cada uno de los novios sepa calar ese medio en que habrá forzosamente de entrar. «Los hombres no son islas», ha escrito Thomas Merton. Nadie es una isla, es decir que el que se casa no ingresa en un universo cerrado. Por el contrario, se encuentra ante un universo nuevo en el cual toda clase de figuras ocuparán su lugar; ese mundo en el cual evoluciona el otro. O tiene que aceptar ese universo e integrarse en él, o tiene que rechazarlo. En el primer caso, tiene derecho a saber a qué se compromete; en el segundo caso, el otro tiene derecho a que le prevengan de la recusación.

En esto también hay que evitar el replegarse sobre sí. La pareja debe aprovechar sus salidas para entrar en comunicación con ese pequeño mundo constituido por los amigos. Está en el deber de penetrar en ese mundo, no imaginando que podrá apartarse de él más adelante, sino pensando, por el contrario, que los amigos de hoy serán los amigos de mañana. Que, por una parte, se les juzgue, pues, con esta perspectiva; y por otra parte, que el novio y la novia hagan su elección del otro teniendo en cuenta la necesidad en que se encontrarán más adelante de vivir en el medio de ese otro. El hombre que al día siguiente de su casamiento, no pueda llevar consigo a su mujer a su círculo de amigos, o la mujer que no pueda invitar a sus amigas a su hogar, se hallarían en una situación de las más complicadas. Y esta complicación es la que se trata de prevenir en la época del noviazgo no apartándose del medio futuro.

Permítaseme subrayar aquí que, sobre todo para la mujer, existe el peligro de imaginarse que por la sola fuerza de su amor o por su sola habilidad, podrá, más tarde, separar al hombre de ese medio Sería una grave ilusión. Puede suceder así, ciertamente, pero representa la excepción, la rarísima excepción. En la mayoría de los casos el joven esposo sigue tratando a sus amigos de antes. No debe, pues, la novia confiar demasiado en sí misma y creer que podrá eliminar a aquellos a quienes se niega a aceptar, Esta eliminación debe hacerse antes, y de mutuo acuerdo, o si no es de creer que no se hará nunca. Se ha dicho de la mujer que ella alimenta la ilusión de triunfar allí donde todos habían fracasado antes de ella [1]. Si hay en ello algún elemento de verdad, es aquí donde puede aplicarse.

Es difícil arrancarse al medio en donde se ha vivido y, quiérase o no, se conservan siempre amistades cultivadas en el tiempo de la juventud. No hay, pues, que pensar que una vez casados puedan los novios apartarse de golpe de todas aquellas personas que les rodeaban. En modo alguno. Al regreso del viaje de novios, las invitaciones, de una parte y de otra, se encargarán de reanudar bajo un ángulo nuevo, las relaciones de otro tiempo. Cada uno de los cónyuges heredará un nuevo círculo de amistades: el del otro. Si el joven esposo se muestra reacio a las amigas de su esposa, o si la muchacha no puede soportar los amigos de su marido, ¡cuántos conflictos surgirán! Por eso hay que poner cuidado en conocer esos futuros amigos antes de casarse.

Además, por regla general, se obtendrá de este modo una preciada indicación, porque el proverbio ha quedado con frecuencia comprobado: «Dime con quién andas y te diré quién eres». Es posible juzgar a alguien por sus amigos. Que pueda haber en ello una probabilidad de error, es indiscutible; pero en la mayoría de los casos es realmente revelador. Por eso, lo que podría llamarse el «test» de las amistades debe efectuarse en el período de las relaciones. Ahí se encontrará el reflejo de las ideas que sustenta el futuro cónyuge, así como el de sus preocupaciones. La ventaja que hay en conocer y observar ese medio es que se entrega sin reservas ni rodeos. Los amigos se muestran habitualmente tal como son y si, quizá por inconsciencia, el novio o la novia disimulasen, los amigos los revelarán a plena luz. A este respecto, valen, pues, su peso en oro, porque permitirán saber cuál es la mentalidad general del joven y de la muchacha.

He aquí por qué no hay que separar al futuro cónyuge de su medio social. De igual modo que el medio familiar le revelaba, así el medio social le revelará también. Además, así como al casarse se adopta la familia del cónyuge, se adopta igualmente su circula de amistades. En ambos casos, es preciso saber lo que es, desde antes del matrimonio. Lo mismo que no había que olvidar la familia, tampoco hay que olvidar el medio social.

Las relaciones deben, pues, conducir la pareja a descubrir el medio de vida en el cual uno y otro evolucionan, a fin de adaptarse a él. Ya se trate del medio familiar o del medio social, la regla es la misma: el mayor peligro está en aislarse. Se esforzarán, por tanto, en tratarse en las mismas circunstancias en que tendrán que vivir en un futuro próximo, para familiarizarse con todo lo que ese modo de vida implica. En otros términos, hay que entrar a formar parte del círculo que rodea el otro cónyuge.

5. Defender la intimidad

De todo cuanto llevamos dicho hasta aquí, no debe inferirse que la pareja tenga que llevar un ritmo de frecuentación que le entregue por entero a las exigencias siempre invasoras de una vida social demasiado intensa. Ni tampoco, que deba enajenar su intimidad con los futuros padres políticos ligándose a ellos en un clima de dependencia de excesiva amplitud. Los novios deben reservar lo mejor de su tiempo para ellos mismos. Por eso sería un error craso el preocuparse de todo menos de salvaguardar la intimidad.

Porque el matrimonio no es sólo un contrato que liga externamente, es decir según los elementos aparentes, sino porque es un compromiso que liga al nivel de los corazones, o mejor aún al nivel del alma, no se debe contraer sin haber aprendido a conocer el alma del otro, todo ese mundo secreto que se agita detrás de la máscara y que no se revela más que poco a poco, gota a gota, parcela a parcela. Quien no profundice hasta ahí y no logre trazar la fisonomía interior de su cónyuge, no tiene derecho a unir su existencia a la del otro, porque no sabe lo que hace. En efecto, al contraer matrimonio, se pronuncia un «sí», que posee claramente el sentido de siempre. Ahora bien, no durará la unión por la carne sino por el alma. Es preciso, por tanto, que el conocimiento del otro llegue hasta su mundo interior, hasta el alma del futuro cónyuge. Como no se consiga esta percepción del alma del novio o de la novia, el otro lo ignorará todo de la persona con quien se liga, sin embargo, para la vida entera. ¿Cómo no ver el flagrante ilogismo de tal situación?

Descubrir verdaderamente el mundo interior del otro, es, como dijimos al principio de este trabajo, el auténtico objetivo de las relaciones. Ahora bien, la intimidad de los novios es el único camino que permite ese descubrimiento. Encontrarse, día tras día, a solas, y entregarse el uno al otro a lo largo de conversaciones que revelen poco a poco una parte de la riqueza del otro, y que descubran gradualmente, sin que se note apenas, su ser más profundo. Esta detención periódica, este corte con el exterior, esta concentración sobre el alma del otro, poseen la mayor importancia; en esto se reconoce el carácter serio de unas relaciones.

Con toda evidencia, no bastará parlotear juntos a la manera de esos novios a los que no se les ocurre decir más que trivialidades. No se trata de una charla insulsa sino de un intercambio. Descubrir mutuamente su alma, discutir sus respectivos conceptos sobre la mujer, el hombre, el amor, el matrimonio, los hijos, la vida y… Dios. Porque a lo largo del camino que pronto van a emprender conjuntamente, son esos conceptos los que entrarán en juego y serán fermento de discordia o elementos de unión. No se construye un hogar sobre la gracia de una sonrisa, sobre el atractivo de un rostro, sobre la ternura de un instante. Se construye el hogar sobre todo lo que es la esencia misma del yo: los pensamientos, los deseos, los sueños, las decepciones, las penas, las esperanzas, las alegrías, las tristezas. El amor implica la puesta en común de todo eso; por ello las relaciones enderezadas a consolidar el amor y a preparar la unión indefectible, deben desarrollarse en ese plan, y exhibir ante el otro ese fonda secreto de sí mismo, cada uno de cuyos elementos favorecerá o perjudicará la futura unión.

Para que este clima sea posible, es preciso que la pareja sepa no dilapidarse, malgastando su tiempo en naderías. Que se diviertan, bien está. Que no hagan más que divertirse, aquí estaría el mal. Que los novios realicen, pues, un sensato reparto de su tiempo y que se impongan la obligación de proteger su intimidad, de velar par ella que es su riqueza más preciada ahora y siempre.

6. Ser sincero con el otro

Se esforzarán además en disciplinarse recíprocamente según las exigencias psicológicas que hacen posible y viva la intimidad. Entre ellas, la primera es la sinceridad. Querer franquearse con el otro. Esto puede ser mucho más difícil de lo que se cree o de lo que parece. Porque cada uno de nosotros quiere guardar ocultos los secretos de su corazón. Accede gustoso a hablar de esto o de aquello, siempre que no se trate más que de cosas secundarias y externas. Pera descubrir el propio yo para dejar ver lo que se agita en el interior del mismo, es algo que cuesta. Inconscientemente nos negamos a abrirnos. Se encubre esta negativa tras numerosos pretextos, se encuentran mil y una razones de guardar para sí mismo el curso de sus pensamientos; en realidad lo que uno quiere es sustraerse al juicio ajeno. Hay, a este respecto, un reflejo defensiva que cada cual experimenta a la manera de la tortuga que esconde la cabeza dentro de su concha no bien se siente amenazada.

Los novios no deben «esconder la cabeza». Por el contrario, deben franquearse mutuamente, lo más posible, dentro de, claro está, los límites de una sana decencia. No se debe incurrir en el exceso contrario y llegar a un exhibicionismo tan inútil como fuera de lugar, que les llevaría a detallar todas sus sandeces pasadas. Se trata de revelar al otro el pensamiento propio; de definir ante él esas grandes orientaciones por las cuales un ser se diferencia de cualquier otro, y conforme a las cuales efectúa su elección en la vida. Todas las almas se parecen, en cierto modo, pero todas son también diferentes. Estos elementos diferenciales son los que hay que poner al descubierto a fin de que los novios puedan orientarse con respecta a su futuro cónyuge.

Por tanto, hay que hacer un esfuerzo para entregarse. Desatar esos lazos del individualismo. «Traducirse» al otro, nos atreveríamos a decir aquí, porque el lenguaje del alma es peculiar de cada cual; nadie tiene acceso a ese misterio, como no sea introducido en él. Por todo cuanto hemos dicho podemos ver hasta qué punto el amor está basado en la comunidad de pensamiento. Ahora bien, ésta no existirá sino en la medida en que los novios muestren una voluntad, decidida y eficaz, de realizarla. Desde la época de las relaciones, hay que aplicarse a ello con energía, porque si la unión interior no se inicia ya en ese período, no será nunca posible después. Por lo menos así lo revela la experiencia, que nos muestra a tantas parejas separadas por el muro impenetrable del individualismo.

Habrá que añadir a la sinceridad un gran afán de lealtad. Porque no se debe intentar presentar una imagen favorable de sí, cuando ésta no corresponde a la realidad. A este respecto ¿no es también una tendencia espontánea de nuestra naturaleza la de mostrarnos tan sólo bajo el aspecto más halagador? Con los extraños, no hay nada anormal en ello. Nadie está obligado a ser totalmente sincero con el primer venido. Pero cuando se trata del futuro cónyuge, éste tiene derecho a saber a qué ser va a ligar su existencia. No vivirá el día de mañana con una persona idealizada; se encontrará con un ser que oscilará, como toda criatura humana, entre perfecciones e imperfecciones, cualidades y defectos, virtudes y vicias. Por lo cual, es preciso guardarse de disimular. No podría haber mayor mezquindad, ni mayor estupidez, que la de no mostrar más que el lado favorable de uno mismo. Evidentemente, el futuro esposo o la futura esposa podrían quedar decepcionados, lo cual es como decir que sería de temer una crisis conyugal tanto más profunda cuanto más se hubiera disimulado.

Nunca se insistirá bastante sobre esta lealtad que deben mostrar los novios, recíprocamente. Todas sus relaciones deben estar impregnadas de ella, a fin de que su amor pueda conseguir así la solidez que necesitará para subsistir a lo largo de los años. La franqueza de alma con la más total lealtad será, pues, el medio por excelencia de evitar, el uno y el otro, las ilusiones pueriles. Con esta actitud, el amor encontrará realmente su fuerza y sólo con ella impedirá que se destruya, en breve plazo, contra los primeros obstáculos que surjan. Unas relaciones que no estuvieran animadas por este espíritu no serían más que una diversión tonta. Los novios que no quieran hacer de payasos y reducir su matrimonio a una triste bufonada, deberán, pues, seguir esta regla con todo rigor, a lo largo de esos meses durante los cuales se preparan para casarse.
Pero para practicar esa fórmula, tendrán que tener una gran humildad. Esta ocupa un lugar en el amor, como en todas partes, por lo demás; por haberla olvidado, muchos han acabado por no amarse ya. Porque no puede haber amor duradero sin sinceridad, como acabamos de observar. Ahora bien, toda sinceridad es radicalmente imposible sin humildad.

El peligro, en la vida conyugal, está siempre en alzarse el uno contra el otro, encerrándose cada cual dentro de sí. En la mayoría de los casos, semejante actitud proviene de un orgullo demasiado vivo que no se ha aprendido a dominar durante las relaciones. Cuando los primeros lazos del amor han ligado a un joven y una muchacha con la suficiente fuerza para que piensen en entregarse por entero y de un modo definitivo el uno al otro, deben aceptar manifestarse según la más estricta verdad, sin intentar hacer creer —aunque sea sin malicia— que son personas superiores. Tener la humildad de reconocerse tal como es uno, ni más ni menos, y presentarse al otro sin falsa riqueza, sin falso esplendor, sin ese brillo de bondad con el que cada cual procura adornarse sin saberlo. Es ésta una condición necesaria para la futura armonía de la pareja y para la verdad del amor. Sin esto, se corre el riesgo de sustituirse por un personaje inexistente; y cuando llegue la hora decisiva de la vida en común, que suprime todas las apariencias reduciendo cada cual a su verdadera estatura, se verá que el otro descubre poco a poco el error. Y desde ese memento, el amor no puede ya vivir, ni la unión subsistir.

Las relaciones deben desarrollarse ante todo en la verdad, y la verdad no será posible sin humildad, una humildad nacida del amor mismo y basada en el respeto mutuo con que deben tratarse los novios. Porque es necesario un inmenso respeto al otro para confesarle que uno no es más… que lo que es… y que él habrá de acomodarse a esta pobreza durante toda su existencia. Tiene uno entonces todas las probabilidades de que esta pobreza misma tome el aspecto de una gran riqueza, iluminada como estará por el amor, la verdad, la humildad. De este modo se habrá colocado la piedra angular de un matrimonio que tendrá todas las garantías posibles de duración, al haber sido preparado por unas relaciones verdaderamente serias.

7. Abrirse al otro

Digamos finalmente, para terminar estas reflexiones, que si es necesario ser sincero con el otro, es decir mostrarse a él bajo su verdadero aspecto, hay también que abrirse al otro, es decir aprovechar la época de las relaciones para corregir sus preocupaciones egoístas y convertirlas en una constante solicitud hacia el otro.

Porque el amor es incompatible con el egoísmo, y porque las relaciones deben preparar el amor definitivo, nada más lógico que exigir de los novios que aprendan a salir del círculo cerrado de sus intereses personales. Los esposos que no se esfuercen en vivir el uno para el otro, que no consigan olvidarse de sí mismos para enriquecer al cónyuge, estarán muy cerca de la desgracia. Se encontrarán suspendidos al borde del abismo del irremediable fracaso matrimonial. Desde el momento en que se reconoce esta verdad, no queda más que predicar la urgente necesidad que se impone a los novios de luchar contra la tendencia innata al egoísmo que si florece significará la muerte del amor.

Desarrollar la preocupación por el otro de un modo concreto. En esta, cada uno debe educarse a sí mismo. Cada uno debe esforzarse, por ejemplo, en asociarse a las preocupaciones del otro, en compartir sus gustos, en hacer suyos sus ocios. También sobre esto, hay que repetir que sería ilusorio pensar que todo ello «se hará después del matrimonio» y que siempre habrá tiempo de sacrificarse así a la voluntad arbitraria del otro. Desde el noviazgo hay que aprender a franquearse con el otro, a renunciar a todo por él, a cultivar ese indispensable reflejo por el cual quien ama de verdad, quiere ante todo hacer la felicidad del amado. 
Hasta en las cosas pequeñas.

Esta generosidad debe desarrollarse mucho antes del matrimonio a fin de que los primeros meses de éste no se perturben con penosas disputas. En suma, a la humildad de que antes hablábamos, hay que añadir una caridad soberana que va a iniciar, desde el período de las relaciones, el desposeimiento que implica todo amor.

Así aparece, pues, la orientación general que debe darse a las relaciones. Tal orientación tiene en cuenta la naturaleza misma de aquéllas, que no podrían concebirse más que con la perspectiva del matrimonio al que están normalmente ajustadas. Como no se desarrollen en este sentido, las relaciones asiduas son injustificables y peligrosas: corren el riesgo de llevar a situaciones equívocas y a amores descarriados.
Pero para quien las comprende y las vive en el sentido que acabamos de exponer, se presentan como el período muy feliz en que el amor se consolida, se esboza la armonía futura y se prepara la felicidad del mañana. Para unos novios no puede haber escuela más provechosa que ésa que refleja ya desde tan cerca lo que será su vida en común.

Surgirán sin duda dificultades. Es muy natural. No se aprende de golpe a convivir con otra persona. Es preciso para ello un largo aprendizaje que no terminará hasta pasados varios años de vida conyugal. Pero ya unas relaciones bien llevadas y sanamente orientadas consolidan una pareja y la preparan admirablemente para la unidad en la cual habrá de vivir en lo sucesivo, durante su vida entera. La importancia que tiene el aprovechar inteligentemente esa época es tal, que no se podría nunca exagerar. Unas relaciones serias, llevadas con toda conciencia y con el verdadero sentido del futuro, son un preludio de la felicidad. Cuántos sinsabores evitarán, cuántos fracasos impedirán. Ciertamente, no harán desaparecer todas las dificultades inherentes a la vida conyugal pero las reducirán mucho, tanto en número como en intensidad. Y sobre todo, pondrán en acción lo que podría llamarse el mecanismo de la armonía que consiste en ese juego recíproco por el cual la psicología propia de cada uno se transforma poco a poco para adaptarse al otro. En realidad, el secreto de la felicidad en la vida conyugal depende de ese mecanismo. Cuanto antes funcione, antes se logrará la felicidad. En cambio, cuanto más se retrase, más obstáculos se acumularán, más simas se abrirán y más comprometido estará el amor. Saber tratarse bien, es amarse mucho, y es edificar el mañana en el amor de hoy.


[1] «Nuestras amigas, en efecto, tienen de común con Bonaparte que creen siempre triunfar allí donde todo el mundo ha fracasado», Albert Camus, La chute, Gallimard, París 1956, p. 70.

SANTORAL 6 DE FEBRERO


  • Santa Dorotea, Mártir
  • San Tito, Obispo
  • San Vaast o Vedast,  Obispo y Confesor
  • San Amando, Obispo y Confesor 
  • San Guarino, Cardenal Obispo de Palestrina
  • Santa Hildegunda, Viuda
  • Beato Raimundo de Fitero, Abad
  • Beato Ángelo de Furcio

6 de febrero


SANTA DOROTEA,  Mártir

¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? 
¿Acaso la tribulación, o la angustia, o el hambre, o la desnudez,
 o el peligro, o la persecución, o el cuchillo? (Rom. 8,35).


Santa Dorotea es representada con rosas en la mano. Estas flores son prendas preciosas del amor de Jesús, su divino Esposo. En el momento en que iba a ser muerta, un pagano, llamado Teófilo, le declaró que creería en el Dios de los cristianos, si le mostraba flores y frutos del huerto de su Esposo. Dorotea levantó los ojos al cielo y un ángel le trajo una canastilla con tres rosas y tres manzanas. Este milagro convirtió a Teófilo, que, con Dorotea, recibió la corona del martirio, hacia el año 303.

MEDITACIÓN
SOBRE LA CASTIDAD
REPRESENTADA POR LA ROSA

I. Considera las rosas que trae el ángel a Doro tea; descubrirás en ellas tres cualidades que debe poseer una virgen para conservar la pureza. El color de la rosa es el pudor, y el pudor es el compañero de la virtud. ¿Quieres ser casto? Ten pudor; él guarda las murallas de tu corazón. Huye de los lugares donde se ven o se oyen cosas capaces de herir la pureza y de avergonzar a la virtud.

II. Tiene la rosa sus espinas, que punzan a to dos los que se le aproximan, nobles o ricos, rústicos o pobres. ¡Qué gran lección para una virgen! Siempre debe conservar una circunspección y una severidad que aparten de ella a las personas de vida desordenada; nunca debe complacerse en palabras, ni en actos, por mínimamente deshonestos que sean. Además, las espinas son emblema de la mortificación, y la mortificación es la salvaguardia de la pureza del cuerpo y del alma. Sin ella, imposible conservarse puro.

III. La rosa se eleva hacia el cielo, como para decir que só1o tiene belleza y amor para Dios, y que de Él espera el rocío y la luz necesarios para su conservación. Almas castas, pedid a Dios la pureza, no os fiéis de vosotras mismas; si Dios no os la concede, inútiles son vuestros cuidados y austeridades. Aprended de esta flor, vírgenes consagradas a Dios, que no debéis tener belleza sino para agradar a Dios, ni amor sino para Él. Que las vírgenes no busquen otra cosa que agradar a Dios, porque de Él solo esperan la recompensa de su virginidad. (San Cipriano)

La confianza en Dios 
Orad por vuestros amigos.

ORACIÓN

Que la bienaventurada Dorotea, virgen y mártir, implore por nosotros, oh Señor, vuestra misericordia, ella que siempre os fue agradable por la hermosura de su castidad y por su valentía en confesar vuestro Santo Nombre.  Por J. C. N. S. Amén.

domingo, 5 de febrero de 2012

SERMÓN PARA EL DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA



DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA





Al penetrar hoy en el templo, percibe el feligrés un nuevo ambiente espiritual.

Las circunstancias litúrgicas han variado: el morado ha suplantado al color blanco y al verde de los ornamentos.

Nota asimismo el simple fiel la ausencia de un elemento con el cual estaba familiarizado: el versículo del Alleluja.

¿Qué es lo que ocurre? Conviene que lo conozcamos, pues debemos cultivar los sentimientos de la Iglesia en su Santa Liturgia.

El Misal da a esta semana el nombre de Septuagésima, la semana de los setenta días antes de Pascua. Es ésta, pues, la fecha tope que señala el comienzo del Ciclo Pascual.

La Iglesia quiere evitar el choque de sentimientos que produciría el paso brusco del Ciclo de Navidad a los días cuaresmales, y establece un período de transición, las tres semanas de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima, que forman como el vestíbulo del santuario cuaresmal, la Antecuaresma.

Es tiempo litúrgico de seriedad espiritual. Se lo compara a los años de la cautividad babilónica.

La Liturgia nos considera en estas semanas como en medio del destierro; por eso desaparece de los oficios divinos el Alleluja, que es canto de la Patria, según leemos en el Apocalipsis:

Oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa que decía: ¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios; porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos.

Y por segunda vez dijeron: ¡Aleluya! La humareda de la Ramera se eleva por los siglos de los siglos.

Entonces los veinticuatro Ancianos y los cuatro Vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo: ¡Amén! ¡Aleluya!

Y salió una voz del trono, que decía: Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes.

Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: ¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado, y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura; el lino son las buenas acciones de los santos. Luego me dice: Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

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Retiramos, pues, el canto angélico del Alleluja porque, separados por la culpa de Adán de la compañía de los Ángeles, yacemos junto a las márgenes de los ríos de la Babilonia de este mundo terrestre, y lloramos recordando a Sión. Y así como los hijos de Israel, durante la septuagésima de los setenta años de destierro, suspendieron sus arpas en los llorosos sauces, del mismo modo nosotros, en el tiempo de la tristeza y penitencia, debemos olvidar en la amargura del corazón el canto del Alleluja.

Debemos comprender que el alma litúrgica se despide con pena de este alegre canto.

Antiguamente, separábase de él como de un amigo querido, a quien, antes de emprender un largo viaje, abrazamos repetidas veces.

Algunas antiguas liturgias cantaban:

Aleluya, quédate hoy con nosotros.

Aleluya, ya partirás mañana.

Aleluya, en cuanto el sol se levante, emprenderás tu camino.

Aleluya. Aleluya.

La Santa Liturgia Romana, que no es excesiva en sus expansiones, celebra también de una manera digna su despedida. Después de las Primeras Vísperas de Septuagésima, canta:

Benedicamus Domino, alleluja, alleluja.

Deo gratias, alleluja, alleluja.

Desde este momento no percibimos ya el canto de la Patria, que no volverá a aparecer hasta el Sábado de Gloria.

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Estos son, pues, los sentimientos con que nos hemos de presentar desde el día de hoy en el templo.

Pero hay más. La Iglesia, siempre tan complaciente, nos da asimismo un programa de vida para este tiempo, que debemos santificar en consonancia con la finalidad que le es propia.

Podemos resumir dicho programa en cinco puntos.

1º) Ante todo, quiere la Iglesia que renovemos la conciencia de nuestra culpabilidad, de nuestra naturaleza pecadora. La historia de la caída de Adán y Eva en el Paraíso, lectura espiritual de esta semana en el Breviario, persigue dicha finalidad.

Pero ese conocimiento no debe sumirnos en la desesperación; por eso, en medio de la oscuridad del cuadro de la primera caída, se vislumbra ya una luz, la aurora de la Redención.

Contemplémonos en la persona de nuestros primeros padres; consideremos luego la multitud de culpas que han seguido a aquella primera y original, y revestidos de los sentimientos de confusión y esperanza que estas reflexiones despierten en nuestro ánimo, clamemos con toda la fuerza de nuestro espíritu: Cercáronme dolores de muerte; rodeáronme dolores de infierno. Mas en medio de esta tribulación invoqué al Señor, quien escuchó desde su santo templo mi voz (Introito de la Misa de hoy.)

2º) La Iglesia nos invita al trabajo en la viña del Señor. Nunca es tarde; ni mira Dios nuestra condición. Todos podemos servir a dueño tan benigno.

Escuchemos, pues, la voz amorosa de Dios, y apresurémonos a seguirle.

Tal vez nos reprenda la conciencia de su tibieza en el servicio de un Dios tan bueno.

Despertemos de nuestro letargo. Éste es tiempo de renovación espiritual.

3º) Se nos indica también nuestro trabajo. La vida del cristiano no debe transcurrir en la holganza.

Así lo enseña San Pablo en la Epístola de hoy. Trabajo, y trabajo esforzado se nos exige de continuo. Es una lucha violenta en la palestra espiritual, particularmente en el combate de las tentaciones.

El mundo, el demonio y la carne son enemigos malignos, a lo que hay que vencer.

Examinemos cómo nos va en esta lucha, y preparémonos resueltamente a ella.

4º) Con la lucha se nos presenta la recompensa.

Al trabajo corresponde un galardón: la corona inmarcesible del Cielo, el denario de la vida eterna.

Si los hijos del siglo ponen tanto esfuerzo en conseguir una corona que se marchita, ¿qué deberemos hacer nosotros para conseguir la corona eterna?

5º) La Iglesia fija un cartel de aviso al comienzo de este ciclo litúrgico: ¡Ay de ti, si tu vida no responde a la voluntad de Dios! Entonces te sucederá lo que a los israelitas en el desierto. También ellos tuvieron una especie de bautismo, y comieron un manjar celestial; y, no obstante, murieron en el desierto y no vieron el país prometido.

¡Severa reconvención! Si no quieres, alma cristiana, que valga para ti y te suceda lo que a los israelitas, abre los oídos espirituales a las enseñanzas que la Iglesia te da en el tiempo que hoy comienza, y trabaja por ponerlas en práctica, por convertirlas en realidad viviente en tu conducta.

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Hermanos: ¿No sabéis que aquéllos que corren en el estadio, todos corren, y uno solo alcanza el premio? Así, pues, corred vosotros de manera que lo ganéis.

Nadie ha logrado pintar con mayor brillantez de colorido la vida cristiana que el Apóstol San Pablo. Asimismo, en pocas páginas de sus escritos consiguió el Apóstol más energía y vigor de expresión que en la que reproduce la Epístola de este Domingo de Septuagésima.

Para comprender la profundidad que encierran sus palabras, debemos tener en cuenta las costumbres del tiempo en que el Apóstol escribía y el público a quien iba dirigida su Carta.

Nada hacía vibrar con más entusiasmo el alma de un griego de la época en que se contaban los años por Olimpíadas, como sus famosos juegos públicos y particularmente las carreras.

El vencedor recibía trato de divinidad. Ninguna suerte más- envidiable que la suya.

Por alcanzar esa corona sujetábanse los gimnastas a prolongados ejercicios, se privaban de todo aquello que podía disminuir sus fuerzas y agilidad, guardaban perfecta continencia.

A un público semejante, a los fieles de Corinto, dirígese San Pablo. ¡Qué magnífico efecto producirían sus palabras!

Esta es —les decía— la vida del cristiano: Una carrera atlética en la que nos disputamos la vida eterna. ¿Hay acaso vocación y ejercicio más envidiables? Los que luchan en la palestra déjanse admirar, engreídos por el nombre que su ejercicio les presta; llevad asimismo vosotros con honra y santo orgullo el nombre de cristianos. Los atletas terrenos se guardan bien de los placeres de la carne y de toda clase de excesos, que redundan un perjuicio de la agilidad y robustez de sus cuerpos; del propio modo, guardaos vosotros de los placeres, observad la continencia que exige la ley que profesáis. Los que corren en el estadio, se aplican con toda el alma a ganar la carrera, sabiendo que sólo hay un premio; no sueltan el látigo de la mano, azotando continuamente a sus caballos, para que no desmayen, ni decaigan de su primer empuje. Vosotros, en verdad, tenéis mejor suerte; en este certamen espiritual hay tantas coronas como vencedores; pero también es cierto que no todos los que corren en el estadio de la vida espiritual logran ser coronados.

Así, pues, corred vosotros de manera que alcancéis la victoria, no abandonando nunca el látigo de vuestras manos, castigando con él el cuerpo de pecado, y estimulándolo de este modo a que no afloje en el servicio del alma.

No basta que hayáis recibido el bautismo y que os alimentéis de la Comunión. Mirad que también nuestros padres en el desierto fueron en algún modo bautizados por el paso del Mar Rojo y en la nube que les protegía día y noche; asimismo todos se alimentaron con el maná, comida celestial, y bebieron el agua que brotaba de la piedra que figuraba a Cristo; y, no obstante, murieron sin lograr entrar en la tierra de promisión.

Advertidos por este castigo, obrad como corresponde a hijos de Dios, a perfectos cristianos; corred como valientes atletas. Sólo así lograréis ceñir la corona inmarcesible de la gloria.

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Apliquémonos la lección. La admiración por los campeones gimnásticos es una pasión dominante en nuestra época.

¡Cuánto no darían muchos de nuestros jóvenes por trocar su suerte con la de uno de esos deportistas!

Ni es exclusiva de la juventud dicha pasión… Todos somos hijos del tiempo y, por suerte o por desgracia, nos dejamos influir, poco o mucho, de sus gustos y aficiones, de sus apreciaciones corrientes.

Pues bien, tengamos entendido que si no pertenecemos nosotros al número de esos afortunados campeones, es porque no queremos…

También tú, cristiano, quienquiera que seas, puedes conquistarte los honores de campeón, puedes ceñir una corona, ganar una copa…

Y no una corona de laurel que se marchita, ni una copa de metal que pierde su brillo, sino una corona de inmortalidad, un cáliz vivo y de infinito valor, el ¡cáliz del Corazón de Jesús!

Las condiciones de la lucha te son conocidas: has de correr la carrera de la santidad sin declinar a la diestra ni a la siniestra. El caballo sobre que cabalga el jinete de tu alma, tienes que tenerlo a raya por la mortificación, y estimularlo por las penitencias. Posees refrigerios en la carrera: son los Sacramentos y la oración. Y al final de la misma te aguarda el galardón, si sabes vencerte a ti mismo.

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Resumamos los pensamientos que las palabras del Apóstol suscitan en el alma:

1º) Santo orgullo de nuestra dignidad de cristianos.

2º) La vida cristiana es, esencialmente, lucha. Pertenecemos a la Iglesia militante.

3º) Nos debemos disponer a ella mortificando las malas inclinaciones.

4º) Nos espera una corona inmortal, premio que no debemos malograr por nuestra cobardía.

La meta fijada es elevada y digna de las más valientes decisiones.

Decidámonos, pues, a obrar de una manera que la alcancemos; a vivir cual conviene a un cristiano.

Seamos resueltos y esforzados; siempre firmes en nuestros propósitos; que la ayuda del Todopoderoso no nos faltará.

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El Reino de los Cielos se parece a un padre de familias que salió muy de mañana a contratar trabajadores para su viña… Id también vosotros a mi viña…

Así dijo el padre de familias a los obreros que encontró sin trabajar a las horas adelantadas del día. Eso misino dijo también a cada uno de nosotros, al regalarnos el don inestimable de la fe.

La fe no es algo de que nos podamos enorgullecer delante de Dios. No por propia elección pertenecemos a Cristo, sino por su llamamiento.

Démosle gracias por razón de beneficio tan insigne, por haberse dignado fijar los ojos en nosotros, antes que en tantos otros de muchas mejores prendas naturales.

Alabemos la Bondad divina por haber labrado de puro barro tantos vasos de elección, aunque de nosotros haya hecho vasos mezquinos.

¿Qué tenemos que no lo hayamos recibido de Dios? Gracias, pues, le sean dadas por tamaña misericordia, sea grande o pequeño lo que se haya dignado obrar en nosotros.

Mostrémonos también contentos de la suerte de nuestra vida terrena, sea ésta afortunada o desgraciada. ¿Acaso no puede hacer Dios de lo suyo lo que le place?

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Los postreros serán los primeros. Así sentencia el Señor, y esa ha llegado a ser la ley fundamental de la economía divina.

Humíllate, alma devota, si quieres alcanzar los primeros puestos en el Reino de los Cielos, pues Dios exalta a los humildes.

Muchos son los llamados, mas pocos los elegidos. Procura formar parte del número de esos pocos. A ti se ha dirigido el llamamiento divino; no endurezcas tu corazón. Haz obras dignas de tu vocación. Asegura tu corona.

P. CERIANI


AMOR Y CASTIDAD


LA VIRTUD DE LA CASTIDAD (PARTE 2)







Capítulo anterior:I. Sexo y sentimientos: ¿es necesario aprender?


II. ¿Hay algo malo en el placer?




"Si las acciones humanas
pueden ser nobles, vergonzosas o indiferentes,
lo mismo ocurre con los placeres correspondientes.
Hay placeres que derivan de actividades nobles,
y otros de vergonzoso origen". Aristóteles 




- Una ansiosa búsqueda
- Placer y felicidad
- ¿Evitar el placer?
- El peaje de la renuncia


UNA ANSIOSA BUSQUEDA

«Buscaba el placer, y al final lo encontraba –cuenta C. S. Lewis en su autobiografía. 
»Pero enseguida descubrí que el placer (ése u otro cualquiera) no era lo que yo buscaba. Y pensé que me estaba equivocando, aunque no fue, desde luego, por cuestiones morales; en aquel momento, yo era lo más inmoral que puede ser un hombre en estos temas. 

»La frustración tampoco consistía en haber encontrado un placer rastrero en vez de uno elevado. 

»Era el poco valor de la conclusión lo que aguaba la fiesta. Los perros habían perdido el rastro. Había capturado una presa equivocada. Ofrecer una chuleta de cordero a un hombre que se está muriendo de sed es lo mismo que ofrecer placer sexual al que desea lo que estoy describiendo. 

»No es que me apartara de la experiencia erótica diciendo: ¡eso no! Mis sentimientos eran: bueno, ya veo, pero ¿no nos hemos desviado de nuestro objetivo?

»El verdadero deseo se marchaba como diciendo: ¿qué tiene que ver esto conmigo?».

Así describe C. S. Lewis sus errores y vacilaciones en el camino de la búsqueda de la felicidad. La ruta del placer había resultado infructuosa. Llevaba años rastreando tras una pista equivocada: «Al terminar de construir un templo para él, descubrí que el dios del placer se había ido».

"La seducción del placer,
mientras dura,
tiende a ocupar toda la pantalla
en nuestra mente.
En esos momentos,
lo promete todo,
parece que fuera
lo único que importa".

Sin embargo, a los pocos segundos de ceder a esa seducción se comprueba el engaño. Se comprueba que no saciaba como prometía, que nos ha vuelto a embaucar, que ofrecía mucho más de lo que luego nos ha dado. Seguíamos de cerca el rastro, pero lo hemos vuelto a perder.

Basta un pequeño repaso por la literatura clásica para constatar que esa ansiosa búsqueda del placer sexual no tiene demasiado de original. En la vida de pueblos muy antiguos se ve que habían agotado ya bastante sus posibilidades, que por otra parte tampoco dan mucho más de sí. La atracción del sexo es indiscutible, ciertamente, pero el repertorio se agota pronto, por mucho que cambie el decorado. 


PLACER Y FELICIDAD

Hay unas claras notas de distinción entre el placer de la felicidad: 
La felicidad tiene vocación de permanencia; el placer, no. El placer suele ser fugaz; la felicidad es duradera. 
El placer afecta a un pequeño sector de nuestra corporalidad, mientras que la felicidad afecta a toda la persona. 
El placer se agota en sí mismo y acaba creando una adicción que lleva a que las circunstancias estrechen más aún la propia libertad; la felicidad, no.
Los placeres, por sí solos, no garantizan felicidad alguna; necesitan de un hilo que los una, dándoles un sentido.

"Las satisfacciones
momentáneas e invertebradas
desorganizan la vida,
la fragmentan,
y acaban por atomizarla".

Quevedo insistía en la importancia de tratar al cuerpo “no como quien vive por él, que es necedad; ni como quien vive para él, que es delito; sino como quien no puede vivir sin él. Susténtale, vístele y mándale, que sería cosa fea que te mandase a ti quien nació para servirte.”

Por su parte, Aristóteles aseguraba que para hacer el bien es preciso esforzarse por mantener a raya las pasiones inadecuadas o extemporáneas, pues las grandes victorias morales no se improvisan, sino que son el fruto de una multitud de pequeñas victorias obtenidas en el detalle de la vida cotidiana. 

"La felicidad se presenta ante nosotros
con leyes propias,
con esa terquedad serena con que presenta,
una vez y otra, la inquebrantable realidad".


¿EVITAR EL PLACER?

El placer y el dolor tienen un innegable protagonismo en la vida de cualquier hombre, condicionan siempre de alguna manera sus decisiones. 

—Pero ni el placer ni el dolor son malos ni buenos de por sí. 

En efecto. Lo malo es dejarse vencer por el placer o por el dolor. 

"Lo malo es obrar mal
por disfrutar de un placer
o por evitar un dolor".

Se puede sentir placer sin ser feliz, y también se puede ser feliz en medio del dolor. De ahí la necesidad –lo decía Platón– de haber sido educado desde joven para saber cuándo y cómo conviene sufrir o disfrutar, pues igual que hay acciones nobles y acciones indignas, podemos decir que hay placeres nobles y placeres indignos. La adecuación de la conducta a este criterio es objeto de la educación moral.


EL PEAJE DE LA RENUNCIA

Son muchas las cosas que el hombre desea, y para alcanzar cada una de ellas ha de renunciar a otras, aunque esa renuncia le duela. Aristóteles decía que no hay nada que pueda sernos agradable siempre.

Toda elección conlleva una exclusión. Por eso es importante acertar cuando se elige, sin demasiado miedo a la renuncia, pues detrás de lo atractivo no siempre está la felicidad. Tanto el placer como la felicidad llevan siempre consigo asociada la renuncia.

Tampoco está la solución en la supresión de todo deseo, porque sin deseos la vida del hombre dejaría de ser propiamente humana. El hombre se humaniza cuando aprende a soportar lo adverso, a abstenerse de lo que puede hacerse pero no debe hacerse. Este es el precio que debe pagar nuestra inexorable tendencia a la felicidad, si queremos alcanzar lo que de ella es posible en esta vida. 

"Lo sensato es
dejarse conducir por la razón
para no asustarse ante el dolor
ni dejarse atrapar por el placer".

Igual que guardar la salud exige un cierto esfuerzo pero gracias a él te sientes mucho mejor, la castidad fortalece el interior del hombre y le proporciona una honda satisfacción. Cuando no se cede al egoísmo sexual, se alcanza una mayor madurez en el amor, en el que la castidad sublima la intensidad de los sentimientos. Surge una luz transparente en los ojos y una alegría radiante en la cara, que otorgan un atractivo muy especial. 

— ¿Y no suele haber demasiadas prohibiciones en la ética sexual?

Hasta ahora apenas hemos hablado de prohibiciones, sino más bien de un modelo y un estilo de vida positivos.

Por otra parte, aunque la clave de la ética no son las prohibiciones, no puede olvidarse que toda ética supone mandatos y prohibiciones. Cada prohibición custodia y asegura unos determinados valores, que de esa forma se protegen y se hacen más accesibles. Esas prohibiciones, si son acertadas, ensanchan los espacios de libertad de valores importantes para el hombre.

La moral no puede verse como una simple y fría normativa que coarta, y mucho menos como un mero código de pecados y obligaciones.

"Las exigencias de la moral
vigorizan a la persona,
le aúpan a su desarrollo más pleno,
a su más auténtica libertad".

PROFECIAS DE SAN ANTONIO ABAD


SAN ANTONIO: Cuando la Iglesia y el mundo sean uno, entonces aquellos días estarán a la mano



Visto en:  Radio Cristiandad


Profecía de San Antonio Abad, “el protector de los animales”, sobre el futuro de la Iglesia
Aunque abundan los sitios web, blogs, foros, dedicados a este tipo de profecías, no hemos podido encontrar esta profecía de San Antonio Abad en español, referente al futuro de la Iglesia, la cual traducimos de una cita de Voz da Fátima, órgano informativo del Santuario de Fátima, de hecho el más antiguo, en su número de Enero-23-1968.

“Los hombres se rendirán al espíritu de la época. Dirán que si hubieran vivido en nuestros días, la Fe seria simple y fácil. Pero en su día, dirán que las cosas son complejas; que la Iglesia debe actualizarse y hacerse significativa ante los problemas de la época. Cuando la Iglesia y el mundo sean uno, entonces aquellos días estarán a la mano. Porque nuestro Divino Maestro puso una barrera entre Sus cosas y las cosas del mundo.”
San Antonio Abad
Disquisición CXIV

El santo protector de los animales nos habla a nosotros los animales, aunque no tan animales como para no darnos cuenta que lo predicho por él se parece mucho a lo que vivimos en estos tiempos.

Secretum Meum Mihi

SANTORAL 5 DE FEBRERO




  • Santa Ágata o Águeda, Mártir
  • San Felipe de Jesús y Compañeros, Mártires
  • San Avito, Obispo de Vienne
  • Santos Indracto y Dominica, Mártires
  • Santa Adelaida de Bellich, Virgen
  • Los Mártires del Japón

5 de febrero



Águeda o Ágata, Santa
Virgen y Mártir
Patrona de las enfermeras

Martirologio Romano: Memoria de santa Águeda, virgen y mártir, que en Catania, ciudad de Sicilia, siendo aún joven, en medio de la persecución mantuvo su cuerpo incontaminado y su fe íntegra en el martirio, dando testimonio en favor de Cristo Señor (c. 251).

Etimología: Águeda = Ágata = Aquella que es buena y virtuosa, es de origen griego.

Santa Águeda de Catania fue una virgen y mártir según la tradición cristiana. Su día se celebra el 5 de febrero.

Fue una joven siciliana de una familia distinguida y de singular belleza que vivió en el siglo III. El senador Quintianus intentó poseerla aprovechando las persecuciones que el emperador Decio realizó contra los cristianos. El Senador fue rechazado por la joven que ya se había comprometido con Jesucristo. Quintianus intentó con ayuda de una mala mujer, Afrodisia, convencer a la joven Águeda, pero esta no cedió.

El Senador en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un lupanar, donde milagrosamente conserva su virginidad. Aún más enfurecido, ordenó que torturaran a la joven y que le cortarán los senos. La respuesta de la luego Santa fue "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". Aunque en una visión vio a San Pedro y este curó sus heridas, siguió siendo torturada y fue arrojada sobre carbones al rojo vivo en la ciudad de Catania, Sicilia (Italia). Además se dice que lanzó un gran grito de alegría al expirar, dando gracias a Dios.

Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa en el 250 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad. Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres. En el País Vasco se le atribuye una faceta sanadora.

Es la Patrona de las enfermeras y fue meritoria de la palma del martirio con la que se suele representar.

Iconografía





Se la ha representado en el martirio, colgada cabeza abajo, con el verdugo armado de tenazas y retorciendo su seno. También sosteniendo ella misma la tenaza y un ángel con sus senos en una bandeja o ella misma portando la bandeja con sus pechos. La escena de la curación por San Pedro también se ha representado.

A menudo se la representa como protectora contra el fuego, con lo que lleva una antorcha o bastón en llamas, o una vela, intentado extinguir el incendio.