RESURRECCIÓN DE UN DIFUNTO
Siglo VI, Sarlat, Francia
San Sacerdote, abad de Sarlat, en Perigord, estaba en oración con sus Religiosos cuando vino un mensajero que el anunció la muerte de su padre.
El piadoso Abad fue sin pérdida de tiempo al encuentro de su madre, para templar la tristeza que embargaba su corazón; pero mientras más se esforzaba en consolarla, ella le dijo con gran sentimiento: “¡Hijo mío!, tu padre no ha podido recibir la Prenda de la vida eterna, el Sagrado Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo”.
Al oír estas palabras fue mayor el desconsuelo del Santo, e inspirado por Dios, se arrodilla junto al cuerpo inanimado de su padre, y persevera largo tiempo en oración. Se levanta, animado de una fe viva, toma la mano fría del difunto y le llama dos veces por su nombre.
A la voz ahuecada y temblorosa del contristado hijo, el padre se levanta como si despertara de un profundo sueño, y dirigiendo lentamente la mirada a su alrededor hasta fijarla en su hijo: “ Hoy mismo ha sido mi alma separada del cuerpo sin estar fortificada con la recepción del Pan de vida; pero gracias a los ruegos y a los méritos de mi hijo, Dios ha permitido que resucitara para obtener esta dicha”.
Al estupor que naturalmente había ocasionado un tan gran milagro, se sucedieron en todos los presentes las emociones del más extraordinario contento y alegría.
San Sacerdote se apresura a administrar a su padre la Santa eucaristía, y en el momento que la recibe, el rostro del venerable anciano se reanima y manifiesta estar inundado su espíritu de gozo y dicha celestial. El hijo se arrodilla para recibir de su padre la última bendición. El padre extiende la mano hacia el hijo amado, le manifiesta su reconocimiento por medio de algunas palabras llenas de ternura y amor, y entrega luego plácidamente su alma a Dios.
(Bolandistas. 5 de mayo.)