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domingo, 13 de noviembre de 2011

LA HUMILDAD, REINA DE VIRTUDES

FORMACIÓN EN LA HUMILDAD
Y MEDIANTE ELLA EN LAS DEMÁS VIRTUDES

POR EL CANÓNIGO BEAUDENOM

AUTOR DE LA
“PRACTICA PROGRESIVA DE LA CONFESÓN Y DE LA DIRECCIÓN”


Cuarta Edición

EUGENIO SUBIRANA, S. A. Editorial Pontificia -1933






III. IMPORTANCIA DE LA CONVICCIÓN EN LA HUMILDAD

1ro. No es fácil determinar, ni siquiera en teoría, que sea el orgullo y qué la dignidad personal. El interés por el buen nombre y el deber de conservar la autoridad debida o de defender las propias ideas, cuando son justas, autoriza gran número de actos, que espíritus  mal instruidos tomarían fácilmente por orgullo. Y, al revés,  ¡Cuánto orgullo puede encubrirse bajo estos delicados pretextos!

2do. Pero si lo estudiamos en la práctica, el discernimiento se hace más difícil todavía. En efecto, nada hay tan seductor como este vicio; se disimula y se disfraza, crece y se insinúa de manera lenta y recatada; ha logrado ya infiltrase, y lo hemos sentido apenas, y cuando lo entrevemos procuramos excusarlo.

3ro. El orgullo inspira poco  horror. Su fealdad y malicia nos llaman la atención menos que la malicia y fealdad de otros vicios. Sus peligros nos parecen menos de temer, porque, entre los cristianos, el orgullo rara vez llegará, de suyo, a pecado mortal, y porque, además, pocos de nosotros llevan esta falta a sus extremos. Y sin embargo, es tal  su perniciosa influencia que los Santos le apellidan padre de todos los demás.

Es, por consiguiente, necesario establecer en  nosotros una convicción  ilustrada y que nos impresione, para concebir un horror que nos haga huir de él. Una convicción de éste género no es todavía la virtud, pero si la contiene, como las fuerzas físicas están condensadadas en sus elementos y prontas a entrar en acción. Tampoco se adquiere por consideraciones vagas, exageradas o débiles. Probemos de llegar al fondo de las cosas a través de las frases convencionales que entorpecen el camino.

Con todo, no confiemos demasiado en la penetración de nuestra vista ni en la seguridad de nuestro análisis; Dios solo es el Doctor de la humildad: “Y las revela a los pequeños, revelasti ea parvulis.

IV. IMPORTANCIA DE LA INCLINACIÓN DE LA HUMILDAD.-

El orgullo, que es difícil de conocer, es aún más difícil de dominar, pues esta arraigado en lo  más profundo de nuestra naturaleza. Su vitalidad es extraordinaria; cuando se le creía muerto, se le ve echar nuevos brotes. Se sustenta con poco, pero con nada se harta. Ahora, pues, para dominarlo, hay que establecer en nosotros el hábito de la humildad; es necesario que esta inclinación nos acompañe toda nuestra vida para combatir sin descanso la  inclinación opuesta, que nunca muere.

¿Cómo adquirir y desarrollar esta tendencia tan contraria a la naturaleza? Por el ejercicio.

I° Obras, obras, ¡he aquí el gran secreto y la necesidad imperiosa! La idea, la convicción, constituyen la vanguardia y alumbran el camino; pero el ejercito que obtiene la victoria es el ejercito de los actos, y , señaladamente, de los actos generosos; él es el que se establece en la plaza y hace reinar allí la humildad.

¡Luego hay que combatir! Fuerza será inclinarse ante la voluntad ajena, con frecuencia menos razonable que  la propia. Se deberá tener dulzura con aquellos que nos desprecian. A cada humillación que se presente habremos de decir: ¡bienvenida seas! La naturaleza sentirá rebeldía; pero domeñada por una humildad resuelta empleará su vigor en vencerse y pondrá su felicidad en abarse  con Jesús. “Mihi ábsit gloriari nisi in cruce Iesu Christi.”

2° Y mientras esperamos las ocasiones que nos irá deparando la vida, podremos irnos disponiendo de ellas por medio de actos innumerables y exteriores, que están bajo nuestro imperio.

Los actos interiores (deseos, propósitos, súplicas, aceptaciones, etc) pueden ser múltiples y nada se opone a que sean intensos; podemos poner toda nuestra alma en tales esfuerzos, y este ejercicio es el que procuraremos hacer durante estas meditaciones.

3° Las demostraciones exteriores no deben despreciarse, pues dan a los sentimientos una consistencia especial ¿Por qué no emplearlas aún en la misma oración? La actitud humillada de un reo, de un postulante, de un mendigo, está muy en su lugar aquí. Besar alguna vez la tierra será también muy provechoso.

Gracias a todos estos medios frecuentemente empleados, la inclinación no será ya un simple asentimiento de la inteligencia a la verdad, una simple determinación de la voluntad a la justicia; será este asentimiento y esta determinación trocados en hábito, fijados en el seno de nuestras potencias desarrolladas y fortalecidas. Será una fuerza permanente que da la facilidad, el movimiento y hasta el gusto; porque es natural a toda fuerza el impulsar a la acción y encontrar cierto goce en libre ejercicio. Entremos, pues valerosamente en esta formación, no perdonemos esfuerzo alguno, y contemos con el auxilio de la gracia. Para llegar a ser humilde, hay que estar convencido y resuelto; hace falta reflexionar y orar.

Continuaremos el próximo domingo...

MODELOS DE ROPAS INFANTILES

Del blog amigo: a grande guerra


"Sea de todos conocida vuestra sencillez"
(Filip 4-5)






P. GARRIGOU-LAGRANGE: LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS – EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA – 4º PARTE

LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS

R. P. Réginald Garrigou-Lagrange, O. P.

Visto en: Radio Cristiandad

EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA DIVINA

CAPÍTULO IV

LA GRACIA DEL MOMENTO ACTUAL

Y LA FIDELIDAD EN LAS COSAS PEQUEÑAS



Hemos expuesto en el capítulo anterior cómo, el deber del momento actual es la señal de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros, hic et nunc, y que encierra luz práctica muy santificadora, que es justamente la del Evangelio aplicado a las diversas circunstancias de nuestra vida; puede dársele en verdad el nombre de lección práctica de Dios.

Si a ejemplo de los Santos supiéramos apreciar como es justo los momentos de nuestra existencia, echaríamos de ver que en cada uno de ellos se encierra, no sólo un deber que cumplir, mas también una gracia que nos ayuda a ser fieles al deber.

***

La riqueza espiritual del momento actual

A medida que se nos ofrecen nuevas circunstancias acompañadas de nuevas obligaciones, se nos brindan también nuevas gracias actuales para sacar de dichas circunstancias el mayor provecho posible. Sobre la serie de hechos externos de nuestra vida corre paralelamente la serie de las gracias actuales prometidas, como el aire llega en ondas a nuestros pulmones para que podamos respirar.

La serie de estas gracias actuales, provechosamente recibidas por cada uno de nosotros, constituye la historia particular de nuestra alma, tal como en Dios está escrita en el Libro de la Vida, tal como la veremos algún día.

Así es como Nuestro Señor continúa viviendo en el Cuerpo Místico; sobre todo en los Santos continúa una vida que nunca acabará, vida que lleva consigo gracias siempre renovadas y nuevas operaciones.

Yo rogaré al Padre, dice Jesucristo a los suyos, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros eternamente; a saber: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni le conoce; pero vosotros le conoceréis, porque morará con vosotros… Él os lo enseñará todo y os recordará cuantas cosas os tengo dichas.” (loann. 14,16 s., 26).

El Espíritu Santo va enseñando, pues, de continuo, todas las cosas a quienes quieren oírlas, y escribe la ley de Dios en las almas, ya inmediatamente, ya por medio de la predicación del Evangelio, dando al mismo tiempo la gracia para cumplirla.

San Pablo escribe a los fieles de Corinto: “¿Necesitamos por ventura, como algunos, cartas de recomendación para vosotros o de vosotros? Vosotros mismos sois nuestra carta… Sí, vosotros sois carta de Jesucristo, escrita por nuestro ministerio, y no con tinta, sino por el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, que son vuestros corazones.” (II Cor. 3, 23).

Así se escribe en las almas la historia interior de la vida de la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Está anunciada de manera simbólica, en el Apocalipsis, mas no podrá leerse con claridad hasta, el día del juicio.

Permítasenos citar a este propósito tres notabilísimas, páginas del P. Caussade:

¡Oh, qué historia tan hermosa! ¡Qué maravilloso libro escribe en estos momentos el Espíritu Santo! ¡Está en prensa, almas santas! No pasa día que no componga los caracteres, que no entinte el molde, que no imprima alguna página. Pero vivimos en la noche de la fe; el papel es todavía más negro que la tinta…; y la lengua es del otro mundo… Sólo en el cielo podréis leer este evangelio (viviente)…. Si las veinticuatro letras se prestan a innúmeras combinaciones, de suerte que ellas son bastantes para componer infinito número de volúmenes, todos diferentes y todos admirables en su género, ¿quién podrá declarar lo que Dios hace en el universo?… ¡Enséñame, Espíritu Santo, a leer en este libro de vida! Quiero ser vuestro discípulo y creer como un niño ingenuo lo que no llego a ver”.

¡Qué de grandes verdades hay escondidas aún a los ojos de los cristianos que se creen más avisados!… Tratando Dios de unirnos a Él, tanto se sirve de las criaturas peores como de las mejores, lo mismo de los sucesos enojosos que de los agradables; nuestra unión con El es tanto más meritoria, cuanto más repugnantes son de suyo los medios que usamos para conservarla”.

El momento actual está siempre lleno de infinitos tesoros y contiene mucho más de lo que alcanza vuestra capacidad. Su medida es la fe: en ella encontraréis cuanto queráis. También el amor es su medida: cuanto más ame vuestro corazón, tanto más apetecerá, y cuanto más apetezca, tanto más hallará. La voluntad de Dios se manifiesta cada momento como un piélago inmenso que vuestro corazón no puede agotar. Tanto más recibe de ella el corazón, cuanto más ensancha sus senos por la fe, la esperanza y el amor; el resto de la creación no le puede llenar, porque la capacidad que tiene es superior a todo cuanto no sea Dios. Las montañas que causan espanto a nuestros ojos son átomos en el corazón. La voluntad divina es un abismo cuya boca es el momento actual: sumergíos en él, y siempre lo hallaréis infinitamente más profundo y extenso que vuestros deseos. No aduléis a nadie, no adoréis fantasmas; nada pueden ellos daros, ni de cosa alguna desposeeros. Sólo la voluntad divina será la plenitud que ningún vacío deje en vosotros; adoradla, id derecho a ella…, dejad los ídolos… Cuando el momento actual causa terror, asedia por hambre, despoja y abruma los sentidos, entonces alimenta, enriquece y hace revivir nuestra fe, la cual se ríe de las pérdidas, como el gobernador de una plaza inexpugnable se ríe de los ataques infructuosos”.

Y concluye el mismo autor: “Cuando Dios ha revelado a un alma su voluntad y le ha manifestado que está dispuesto a entregársele todo entero, con sólo que ella, por su parte se entregue a él, siente el alma en toda ocasión una poderosa ayuda; entonces gusta por experiencia propia la felicidad de la visita de Dios, y tanto más goza, cuanto mejor comprende prácticamente que en todo momento debe abandonarse en manos de la voluntad adorabilísima de Dios”.

Dios es como un mar que lleva sobre sí a los que a Él se entregan confiados y hacen cuanto está de su parte por seguir las divinas inspiraciones, como el navío obedece a los vientos favorables que lo empujan. Esto viene a indicar Jesucristo cuando dice en el Evangelio de San Juan: “El viento sopla donde quiere, y tú oyes su sonido; mas no sabes de dónde viene o a dónde va; eso mismo sucede a quien nace del Espíritu.” (Ioann.3, 8).

¡Qué hermoso es todo esto! Mientras pasa el momento actual, acordémonos de que no sólo existe nuestro cuerpo, nuestra sensibilidad dolorosa o gratamente impresionada, mas también nuestra alma inmortal, la gracia actual que recibimos, Cristo que influye en nosotros, la Santísima Trinidad que en nosotros mora. Entonces vislumbraremos la riqueza infinita del momento actual y su relación con el momento perdurable de la eternidad, donde algún día hemos de entrar. No nos demos por satisfechos con ver el momento presente en la línea horizontal del tiempo, entre un pasado que fue y un futuro temporal incierto; contemplemos el minuto presente en la línea vertical que lo relaciona con el instante único de la eternidad inmutable.

Cualquier cosa que ocurra, nos hemos de decir: en este mismo instante existe Dios y quiere atraerme hacia sí.

San Alfonso en uno de los trances más difíciles de su vida, viendo a punto de perderse la obra de la amada Congregación que fundara, oyó estas palabras de labios de un seglar amigo suyo: “Dios existe, Padre Alfonso.” Ello bastó para que recobrara el ánimo y aquella hora dolorosa se convirtiera en una de las más fecundas de su vida.

Prestemos, pues, atención a la gracia actual que se nos concede por momentos para cumplir el deber actual. Así veremos cada vez mejor lo que debe ser la fidelidad en las cosas pequeñas y en las grandes.

***

La fidelidad en las cosas pequeñas

Dice Jesús por San Lucas (16, 10) que “quien es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho; y quien es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho”. Y en la parábola de los talentos o de las minas dice a dos siervos: “Muy bien, siervo bueno y fiel; pues has sido fiel en pocas cosas, yo te confiaré muchas más; ven a participar del gozo de tu señor.” (Matth. 25, 21-23; Luc. 19, 17).

Tocante a las cosas pequeñas, estas palabras encierran una lección de suma importancia, que olvidan a menudo aun ciertas almas de suyo elevadas, las cuales comienzan a errar el camino cuando su altivez degenera en orgullo. Nunca se insistirá bastante en este particular a propósito de la fidelidad a la gracia del momento actual.

Se ha observado repetidas veces que para no pocos que se han entregado sinceramente a Dios y se esfuerzan con generosidad y aun heroísmo por demostrarle su amor, como se vio en la pasada guerra, llega un momento crítico, en que se ven precisados a abandonar su modo de juzgar y obrar demasiado personal, aunque noble y elevado, para entrar por el camino de la verdadera humildad, de la “pequeña humildad”, que se ignora a sí misma y no ve más que a Dios.

Y entonces pueden ocurrir dos casos: o bien el alma ve por sí misma la senda que debe tomar y la sigue, o bien no la ve, y se extravía en la ascensión, iniciando el descenso sin darse cuenta de ello.

Ver este camino de la verdadera humildad es descubrir de la mañana a la noche en nuestra vida ordinaria mil ocasiones de realizar por amor de Dios actos en apariencia muy pequeños, pero cuya incesante repetición, a más de sernos sumamente provechosa, nos conduce a esa delicadeza para con Dios y con el prójimo que, de ser constante y sincera, es la señal de la caridad perfecta.

Los actos que entonces se exigen al alma son tan sencillos, que pasan inadvertidos, y el amor propio no encuentra dónde hacer presa. Sólo Dios los ve. Parécele al alma que con ellos nada ofrece a su Señor; son empero, en frase de Santo Tomás (IIa-IIæ), como las gotas de agua que a la larga horadan la piedra. Por ahí se verifica poco a poco la asimilación de las gracias recibidas, las cuales penetran en el alma y sus facultades, elevándolas sobrenaturalmente; con lo que todo se concierta y puntualiza en la forma debida.

Sin la fidelidad en las cosas pequeñas, practicada con espíritu de fe, de amor, de humildad, de paciencia y de dulzura, no puede haber penetración de la vida activa, es decir de la vida ordinaria, por la contemplativa.

Redúcese ésta a la cima de la inteligencia, donde es más especulativa que contemplativa, sin mezclarse en nuestra, existencia, en nuestro modo de vivir; resulta casi estéril, debiendo ser cada vez más fecunda.

Esto es de suma trascendencia. San Francisco de Sales habla de ello repetidas veces:

Introducción a la Vida Devota, 3ª parte, cap. 1: “No suelen ofrecerse con frecuencia ocasiones de practicar la fortaleza, la magnanimidad y la magnificencia; pero la dulzura, la templanza, la urbanidad y la humildad son tales, que todas nuestras acciones deben tener como una tintura de ellas. Más excelentes son sin duda otras virtudes, pero es más necesario el uso de éstas; así como el de la sal es más general y continuo que el del azúcar, a pesar de ser el azúcar más excelente que la sal. Por tanto, de estas virtudes generales es necesario tener gran provisión y muy a mano, pues se han de estar usando de continuo…

Entre los ejercicios de las virtudes debemos preferir el que sea más conforme a nuestra obligación, y no el más acomodado a nuestro gusto…. Cada uno debe dedicarse con particular esmero a las que sean propias de su estado y vocación.

Entre las virtudes que no pertenecen a nuestras particulares obligaciones, se han de preferir siempre las más excelentes, y no las más visibles. Ordinariamente los cometas parecen mayores que las estrellas y abultan más a nuestra vista; sin embargo no son comparables con las estrellas ni en grandeza ni en calidad… Del mismo modo el común de las gentes prefiere de ordinario la limosna material a la espiritual… y las mortificaciones corporales, a la dulzura, bondad, modestia y otras mortificaciones del corazón: con todo, son éstas mucho más excelentes.”

Introducción a la Vida Devota, 3ª parte, cap. 2: “Sí, Filotea, sí; porque Dios no recompensa a sus siervos en proporción de la dignidad de los oficios que ejercen, sino en proporción del amor y humildad con que los ejercen.”

Y el Doctor Angélico, por su parte, viene a decir lo mismo cuando enseña, como ya dijimos, que no hay en concreto actos deliberados que sean, hic et nunc, indiferentes en su aspecto moral (IIa-IIæ, q. 18, a. 9).

Todos los actos deliberados de un ser racional deben ser racionales, deben tener un fin honesto; y todos los actos de un cristiano deben estar ordenados, por lo menos virtualmente, a Dios. Con lo cual queda de manifiesto la importancia de los múltiples actos que a diario realizamos; son quizá muy pequeños en sí mismos; pero son grandes por la relación que dicen a Dios y porque proceden y van acompañados del espíritu de fe, de amor, de humildad y de generosidad.

El momento crítico de que hemos hablado señala un recodo difícil en la vida espiritual de muchas almas que han adelantado bastante y corren el riesgo de desandar el camino.

Llegada el alma a ese punto de la vida espiritual, si habiéndose mostrado generosa, y hasta heroica, pero con un modo demasiado personal de juzgar y de obrar, no se da cuenta de que ha menester cambiar, continuará caminando en virtud de la velocidad adquirida, y su oración y su acción no serán lo que debían ser.

Hay en ello un peligro real. Porque puede ser que esta alma, detenido su desarrollo como el del enano, se quede raquítica para siempre; o bien que tome una dirección falsa.

En lugar de la humildad verdadera, desarróllase en ella una especie de orgullo refinado, casi inconsciente, por desgracia, que al principio apenas se deja ver en los pormenores de la vida ordinaria y permanece oculto a la vista de los directores que no conviven con sus dirigidos. Este orgullo toma rápidamente la forma de cierta desenvoltura irónica, para luego convertirse en amargura que lo esteriliza todo infiltrándose por la vida cotidiana en las relaciones con el prójimo. Esta amargura puede convertirse en rencor y desprecio del prójimo, a quien se debe amar por amor a Dios.

Llegada a tal estado un alma, difícil es llevarla a hacer piadosas reflexiones para que vuelva al punto en que erró el sendero. Es necesario encomendar estas almas a la Virgen Santísima; a veces sólo ella puede atraerlas al verdadero camino.

Si estas almas se dejan conquistar de nuevo por la gracia y siguen en verdad la senda de la humildad, pueden continuar la subida por el camino de la perfección desde el punto adonde habían llegado, sin tener que comenzar de nuevo su recorrido. La razón de ello es que aun después de un pecado grave el alma que se arrepiente de una manera proporcionada a la falta cometida, recobra la gracia que perdió en el grado que tenía antes de la caída. (Cf. Santo Tomás, III, q. 89, a. 5, ad 3).

Para remediar el mal de que hablamos, preciso es que las almas vivan con la atención puesta en la gracia del momento actual y con espíritu de fidelidad en las cosas pequeñas.

No son las ideas ni las palabras tumultuosas lo que nos ha de mover a obrar, dice el citado P. Caussade; pues solas no sirven sino para envanecernos… Nos hemos de guiar por los sufrimientos y los trabajos que Dios nos envía.

Mas sucede que dejamos esta sustancia divina para alimentar nuestra alma con las maravillas históricas de la obra de Dios, en vez de acrecentarlas con nuestra fidelidad. Las maravillas de esta obra, que satisfacen la curiosidad nuestra en las lecturas que hacemos, sólo sirven con frecuencia para hacernos perder el gusto de las cosas pequeñas en apariencia, por medio de las cuales el amor divino trata de producir efectos maravillosos en nosotros. ¡Qué insensatos! Admiramos, bendecimos esta acción divina en los escritos que nos refieren su historia; y cuando Dios quiere continuarla, imprimiéndola en nuestros corazones, tenemos el papel en continua agitación e impedimos la acción divina por la curiosidad nuestra de ver lo que hace en nosotros y en los demás… Quiero encerrarme en el único negocio del momento presente, para amaros, Dios mío, cumplir mis obligaciones y dejar que obréis en mí.”

Lo dice el conocido adagio: “Age quod agis

Si con todas veras tratamos de ser fieles al Señor en las cosas pequeñas todos los momentos del día, ciertamente nos dará fuerzas para serle fieles también en las circunstancias difíciles y penosas, si permite que pasemos por ellas.

Así se cumplirán las palabras del Evangelio:

“Bástale a cada día su propio afán” (Matth. 6, 34).

“Quien es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho” (Luc. 16, 10).

SANTORAL 13 DE NOVIEMBRE




SAN ESTANISLAO DE KOSTKA, 
Confesor

Dios, por el cual habéis sido llamados a la compañía
de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, es fiel.
(1 Corintios, 1, 9).

   San Estanislao, gentilhombre polaco, fue invitado por la Santísima Virgen en persona a entrar en la Compañía de Jesús. Gravemente enfermo en Viena en casa de un perverso luterano, dos veces recibió la Santa Comunión de mano de los ángeles. De allí fue a encontrar a San Pedro Canisio y después, disfrazado de pobre peregrino, se fue a pie a Roma, junto a San Francisco de Borja. Fue modelo de santidad durante su noviciado. Tal era su amor para con Dios que era menester, para moderar su ardor, aplicarle paños húmedos sobre el pecho. Murió según su deseo el 15 de agosto, fiesta de la Asunción, el año 1568, a la edad de 18 años.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA
DE SAN ESTANISLAO

   I. Este joven conservó una pureza angélica en medio de la corrupción del mundo, gracias a su devoción a la Santísima Virgen, a su espíritu de mortificación y a la frecuencia en recibir los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Sin la piedad y la mortificación, no conservarás tú nunca la inocencia ni la gracia de Dios en el mundo. La mortificación nos despega de las creaturas; la piedad nos une al Creador.

   II. Durante su noviciado, trabajó por adquirir la santidad, con tanto ardor como si antes hubiese sido un gran pecador. Si, por la gracia de Jesucristo, te has desembarazado de los bienes del mundo, esfuérzate como valiente atleta de Jesucristo, en desapegarte de ti mismo. He aquí el medio de ser coronado durante toda la eternidad. El atleta no obtiene victoria por el solo hecho de desvestirse para la lucha: será coronado sólo después de haber combatido valerosamente. (San Paulino).

   III. El amor divino desató su hermosa alma de su casto cuerpo con muerte exenta de dolor, de temor y de tristeza. Nada le costaba dejar el mundo con sus riquezas y sus placeres: había abandonado todo esto por Jesucristo. Antes bien, ¡cuán dulce le era ir a recibir la recompensa que Jesús ha prometido a los que renuncian a todo para seguirlo! El camino que tomó abrazando la vida religiosa es, lo confieso, angosto y difícil, pero conduce a la felicidad. El camino del mundo es ancho y cómodo, pero conduce al precipicio. La vía es estrecha, pero conduce al cielo. (San Clemente de Alejandría).

La devoción 
Orad por los que se consagran
a la vida religiosa.

ORACIÓN

   Oh Dios, que entre otros milagros de vuestra sabiduría habéis dado, a una edad todavía tierna, una santidad consumada, haced os lo suplicamos que a ejemplo del bienaventurado Estanislao, ganando el tiempo perdido mediante un trabajo asiduo, marchemos rápidamente hacia el descanso eterno. Por J. C. N. S.  Amén.

PENSAMIENTOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ

CRUX




Si quieres llegar a poseer a Cristo, jamás lo busques sin Cruz.

Desear entrar en las riquzas y regalos de Dios es d etodos, más  desear entrar en los trabajos y dolores por el Hijo de Dios, es de pocos.

El aprovechar no se halla sino imitando a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida,  y la puerta por donde ha de entrar el que quisiera salvarse. De donde todo espíritu que quiere ir por dulzuras y faclidad, y huye de imitara Cristo, yo no lo tendria por bueno.

El primer cuidado que se halle en ti, procura sea un ansia ardiente y afecto de imitar a Cristo en todas tus obras, estudiando de haberte en cada una de ellas con el mismo modo que el Señor se hubiera.

Desea hacerte algo tan semejante en el padecer a este gran Dios nuestro humillado y crucificado, pues en esta vida sino es para imitarle no es buena.

Crucificado interior y exteriormente, vivirás en esta vida con hartura y satisfacción de tu alma, poseyéndola por la paciencia.

Ten fortaleza en el corazón contra todas las cosas que te movieren a todo loq ue no es Dios, y se amigo de las pasiones de Cristo.

Básteté Cristo crucificado, y con él pena y descansa, y sin Él ni penes ni descanses; y por esto aniquilarse en todas las cosas.

El que hace algún caso de sí, ni se niega, ni sigue a Cristo.

¿Qué sabe el que por Cristo no sabe padecer? Cuando se trata de trabajos, cuanto mayores y más graves son, tanto mejor es la suerte del que los padece.

El camino de padecer es más seguro y aún más provechoso que el gozar y el hacer. Lo uno, porque en el padecer se le añaden al alma fuerzas de Dios, y en el hacer y gozar ejercita el alma sus flaquezas e imperfecciones. Lo otro, porque en el padecer se van ejercitando y ganado las virtudes, y purificando el alma, y haciendo más sabia y  más cauta.

Más vale estar cargado junto al fuerte, que aliviado junto al flaco: cuando estás cargado estás junto a Dios, que es tu fortaleza, el cual está conlos atribulados; cuando estás aliviado estás junto a ti, que eres tu misma flaqueza: porque la virtud y fuerza del alma en los trabajos de paciencia crece y se confirma.

Alégrate ordinaramente en Dios, que es tu salud, y mira que es bueno padecer de cualquier manera que sea por Él que es verdaderamente bueno.

Sólo un apetito consiente y quiere Dios que haya en el alma donde está, que es de guardar la Ley de Dios perfectamente y llevar la Cruz de Cristo sobre sí. Y así, no se dice enla Escritura divina que mandase Dios poner en el Arca donde estaba el Maná, otra cosa sino el Libro de la Ley y la vara de Moisés, que significa la Cruz.

El alama que otra cosa  no pretendere sino guardar perfectamente la Ley del Señor y llevar la Cruz de Cristo, será arca verdadera que  tendrá en sí el verdadero Maná, que que es Dios.
El que anda penado por Dios, señal es de que se ha dado a Dios y que le ama.

Nunca por bueno ni malo dejes de quietar tu cortazón con entrañas de amor, para padecer en todas las cosas que se ofrecieren.

Déjate enseñar, déjate mandar, déjate sujetar y despreciar, y serás perfecto.

Es conocido muy poco Jesucristo de lso que se tienen por sus amigos, pues los vemos andar buscando en Él sus consolacones y no sus amarguras.

El que no busca la Cruz de Cristo, no busca la Glora de Cristo.



SERMÓN PARA LA DOMÍNICA 22 POST PENTECOSTÉS


VIGESIMOSEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Visto en: Radio Cristiandad
Entonces los fariseos se fueron y consultaron entre sí, cómo le sorprenderían en lo que hablase. Y le envían sus discípulos, juntamente con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas el camino de Dios, en verdad, y no te cuidas de cosa alguna; porque no miras a la persona de los hombres: Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito dar tributo al César o no? Mas Jesús, conociendo la malicia de ellos, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Y Jesús les dijo: ¿De quién es esta figura e inscripción? Dícenle: Del César. Entonces les dijo:Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y cuando esto oyeron, se maravillaron, y dejándole, se retiraron.

Los fariseos y los herodianos propusieron a Nuestro Señor Jesucristo la delicada cuestión de las relaciones entre los deberes políticos y los deberes religiosos. Nuestro Señor, sabiendo que lo tentaban, contestó yendo más allá de las circunstancias históricas y meramente anecdóticas, y asentó un principio fundamental que rige todas las relaciones del ciudadano con el hombre religioso.

La cuestión es interesante y cobra un particular interés para nosotros, en las actuales circunstancias de la sociedad y de la Iglesia.

En efecto, hay muchos que se entregan totalmente a la actividad política y pretenden salvar los países con y por la política.

Estos creen dar al César lo que es del César… Pero, más allá de que no dan al Cesar lo que deben darle, no dan, especialmente, a Dios lo que es de Dios…

De éste modo se olvidan de salvarse a sí mismos por medio de la Religión y de dar a la Patria el único y verdadero remedio que es Nuestro Señor Jesucristo.

Otros, por el contrario, se desentienden completamente de la actividad política, justificando su actitud de diversas maneras o por diferentes razones más o menos entendibles.

Estos piensan dar a Dios lo que es de Dios… Pero se olvidan de dar al César lo que es del César… de dar a la Patria su bien, que es Dios. Y de este modo tampoco dan a Dios lo que es de Dios, ya que la Patria es, ante todo, de Dios.

Entre estos dos extremos existe toda una gama, dentro de la cual están aquellas con matices más intensos de las “cosas del César”, y las otras con tonos más elevados de las “cosas de Dios”.

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Evidentemente que la actividad política puede ser un deber religioso para un católico que tenga vocación política… que vea allí un llamado particular de Dios para procurar con todas sus fuerzas la instauración de un orden católico y de dar así a Dios la gloria que le es debida.

En este caso se estaría dando a Dios lo que es de Dios con y por la política. Por ejemplo, San Luis Rey de Francia, García Moreno, presidente mártir de Ecuador.

Pero, ¿cómo llevar a cabo esto en las actuales circunstancias que nos tocan vivir?

Por un lado, San Pío X:

* nos asegura que “no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó” y que “no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos”;
* nos advierte que “la civilización no está por inventarse ni la «ciudad nueva» por edificarse en la nubes”;
* nos recuerda que esa «civitas Dei» “ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad católica»”;
* nos traza el único verdadero camino del «Omnia instaurare in Christo»: “no se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad”.

Por otra parte, los “utopistas” y/o “rebeldes” y/o “impíos”, que gestaron, dieron a luz e hicieron crecer las ideas conciliares del Vaticano II proclaman solemnemente que:

* “Para ciertos creyentes, una vida conforme a la fe no sería posible más que por un retorno a este antiguo orden. Esta actitud no aporta una solución compatible con el mensaje cristiano y el genio de Europa” (Juan Pablo II);
* “En el debate sobre la libertad religiosa estaba presente en la catedral de San Pedro lo que llamamos el fin de la Edad media, más aún, de la era constantiniana” (Padre Joseph Ratzinger);
* “Los textos conciliares Gaudium et Spes, Dignitatis Humanæ y Nostra Aetate juegan el papel de un contra-Syllabus en la medida que representan una tentativa para la reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a ser después de 1789″ (Cardenal Joseph Ratzinger).


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Llegados a este punto, la pregunta surge espontáneamente: ¿qué tenemos que hacer? ¿qué podemos hacer?
Ante todo: No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos:
Uno, que se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del mundo.
El otro, que se puede llamar la Tradición, tendido a seguir el consejo del Apokalypsis:“conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean cosas humanas y perecederas”
(Padre Leonardo Castellani, Una religión y una moral de repuesto; en Cristo, ¿vuelve o no vuelve?).

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Para los “idealistas irreductibles —como los llama San Pío X—, que tienen doctrina social propia y principios filosóficos y religiosos propios para reorganizar la Sociedad con un plan nuevo”, la destrucción del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad es poco y nada.

Su sueño consiste en cambiar sus cimientos naturales y tradicionales y en prometer una ciudad futura edificada sobre otros principios” y nos proponen la construcción de la “Civilización del Amor”.

De este modo, Pablo VI en más de una ocasión (por ejemplo el 25 de diciembre de 1975 durante la Clausura del Año Santo, y en Las Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1975, página 482) indicó a la Civilización del amor “como fin al que deben tender todos los esfuerzos en el campo social y cultural, lo mismo que en el económico y el político”.

Por su parte, Juan Pablo II, en el Discurso a los jóvenes, en el estadio Esseneto, Agrigento, el 9 de mayo de 1993, expresó: “Estamos aquí para hacer realidad, inicial pero objetiva, este gran proyecto de la civilización del amor. Esta es la civilización de Jesús; esta es la civilización de la Iglesia; esta es la verdadera civilización cristiana”.

Para no ser menos, Benedicto XVI muchas veces abordó la temática:

¡Jóvenes constructores de la civilización del amor! Dios os llama hoy, jóvenes europeos y estadounidenses, a cooperar, junto con vuestros coetáneos de todo el mundo, para que la savia del Evangelio renueve la civilización de estos dos continentes y de toda la humanidad”. (1º de marzo de 2008, VI Jornada Europea de Universitarios con el Tema “Europa y América juntas para construir la civilización del amor”).

“… Dichas iniciativas, junto a otras muchas formas de compromiso, son elementos esenciales para la construcción de la civilización del amor” (13 de mayo de 2010 en Fátima).

 “Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?” (Acogida de los jóvenes en la Plaza de Cibeles, Madrid, 18 de agosto de 2011).

Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta civilización” (Visita a la Fundación Instituto San José, sábado 20 de agosto de 2011).

Quien conozca las obras de Félicité Robert Lamennais, fundador del liberalismo católico, y de Jacques Maritain, creador de la animación cristiana de la civilización moderna, reconocerá en ellas las bases de esta Nueva Cristiandad, propuesta por el Concilio Vaticano II, cuyos mentores han sido Maurice Blondel, Henri de Lubac, Marie Dominique Chenu, Yves Congar, Urs Von Balthasar, de quienes son deudores tanto Pablo VI como Juan Pablo II y Benedicto XVI.

En el pensamiento mennaisiano-maritainiano hay que aceptar, so pena de “suicidio histórico”, la marcha hacia adelante de la humanidad; y como la civilización moderna camina en la línea de la Revolución, hay que aceptar el camino de la Revolución, que es el camino del Progreso.

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No faltan quienes, entre las alternativas o posibilidades de los últimos tiempos, esperan un reflorecimiento de la Cristiandad Medieval… y convocan a Cruzadas millonarias de Rosarios…

No podemos seguir la utopía de la construcción de la Civilización del Amor. Tampoco podemos ilusionarnos con un supuesto restablecimiento temporario de la Cristiandad Medieval… ¿Qué tenemos que hacer?
Una vez más, al Padre Leonardo Castellani nos proporciones la consigna:
La unión de las naciones en grandes grupos, primero, y después en un solo Imperio Mundial (sueño potente y gran movimiento del mundo de hoy) no puede hacerse sino por Cristo o contra Cristo. Lo que sólo puede hacer Dios (y que hará al final, según creemos, conforme está prometido), el mundo moderno intenta febrilmente construirlo sin Dios; apostatando de Cristo, abominando del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad y oprimiendo férreamente incluso la naturaleza humana, con la supresión pretendida de la familia y de las patrias. Mas nosotros, defenderemos hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos. Es decir, sabiendo que si somos vencidos en esta lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se acaba, entonces Cristo dijo verdad. Y entonces el acabamiento es prenda de resurrección. (Visión religiosa de la crisis actual; en Cristo, ¿vuelve o no vuelve?)
Tenemos que luchar por todas las cosas buenas que han quedado hasta el último reducto, prescindiendo de si esas cosas serán todas «integradas de nuevo en Cristo», como decía San Pío X, por nuestras propias fuerzas o por la fuerza incontrolable de la Segunda Venida de Cristo. «La Verdad es eterna, y ha de prevalecer, sea que yo la haga prevalecer o no». Por eso debemos oponernos a la ley del divorcio, debemos oponernos a la nueva esclavitud y a la guerra social, y debemos oponernos a la filosofía idealista, y eso sin saber si vamos a vencer o no. «Dios no nos dice que venzamos, Dios nos pide que no seamos vencidos». (La destrucción de la tradición; en San Agustín y nosotros)

Destaquemos en el texto citado que, según el Padre Castellani, el «Omnia instaurare in Christo» no necesariamente debe ser realizado por nuestras propias fuerzas y antes de la Parusía, sino que todas las cosas pueden ser integradas de nuevo en Cristo por la fuerza incontrolable de su Segunda Venida.
Aquí hay mucha tela para cortar y mucha materia de reflexión para los filósofos y los teólogos.

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Por mi parte, por ser más conforme a la Revelación y a la realidad de los acontecimientos, me remito a las enseñanzas de los Padres Castellani y Calmel.
Escribió Don Leonardo:
Mis amigos, mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo.
Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma (…)
Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí más arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que, para un verdadero cristiano, dentro de poco no haya nada que hacer en el orden de la cosa pública.
Ahora, la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte.
En una palabra, dar con la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo. En medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente (…)
Los primeros cristianos no soñaban con reformar el sistema judicial del Imperio Romano, sino con todas sus fuerzas en ser capaces de enfrentarse a las fieras; y en contemplar con horror en el emperador Nerón el monstruoso poder del diablo sobre el hombre (A modo de prólogo; en Decíamos Ayer)

El Padre Calmel, en su Theologie de l’Histoire, enseñó:

El efecto propio de la fe es darnos otra luz que la terrena, hacernos entrever misterios que no son de este mundo, introducirnos a una esperanza que sobrepasa al infinito toda instalación de la ciudad terrena.

Sé bien que la esperanza que procede de la fe fortalecerá la esperanza natural en la edificación, siempre imperfecta, de una ciudad justa; pero, para que ello sea así, no debemos hacer de ellas un todo, poner en ellas nuestra esperanza última, dejarnos llevar por sueños de un mesianismo terreno.

Mesianismo terreno es el mesianismo del diablo; el movimiento de reunión universal y de fraternización de los hombres en el bienestar perfecto.

Es un mesianismo que eludiría las consecuencias normales del primer pecado y que, en lugar de asumirlas delante de Dios para hacerlas redentoras, buscaría suprimirlas de esta vida.

La lucha entre el diablo y la ciudad santa durará hasta la Parusía.

El Apocalipsis no nos presenta una domesticación progresiva de la famosa Bestia. El diablo, a medida que el mundo se apresura hacia el fin, perfecciona sus métodos y organiza más sabiamente su horrible Contra-iglesia.

Si el Evangelio nos pide organizar un mundo en el cual las instituciones sean justas, es ante todo para agradar a Dios, por caridad para con nuestros hermanos y con la esperanza de la eternidad, no es con la esperanza de una especie de Parusía terrena; quiero decir, con la esperanza de crear técnicas y de promover instituciones que serían una aproximación de los cielos nuevos y de la tierra nueva.

El Evangelio se opone a la secularización de la esperanza, como se opone a la identificación de la Iglesia y del César.

La glorificación del último día no vendrá a coronar un orden económico, técnico y social particularmente airoso. La glorificación del último día no es el perfeccionamiento de las cosas del César, sino el cumplimiento de las ocho bienaventuranzas.

Si no mantenemos firmemente la idea revelada de la distancia infinita entre las cosas de la tierra y las cosas del cielo, nuestra fe es delicuescente (inconsistente, sin vigor, decadente).

De este modo, cuando las cosas de la tierra se quiebren, decepcionen, traicionen, correremos el riesgo de caer en el desánimo; a menos que, a falta de luz y de esperanza celestiales, una especie de frenesí humano nos haga descuidar las decepciones y las traiciones, las lágrimas y la sangre de los hombres, y puede ser, incluso, que multiplique y galvanice nuestras fuerzas, porque estaremos obsesionados por la visión de no sé qué humanidad futura, transfigurada, ultrahumana.

El gobierno divino y su razón definitiva, no es menos desconocido que la Parusía.

Estoy persuadido de que el Señor nos pide, a la vista del mundo actual ganado por la apostasía, no dejarnos vencer por el espanto o la angustia.

¿Cómo no ceder a la tentación de huir o desesperar? No hay más que un solo remedio: redoblar la fe.
Encontraremos fuerza y consolación en la fe y en las palabras de la fe. Es en las palabras de Dios que hallaremos confortación.

En cuanto a las palabras solamente humanas, ellas más bien nos irritan, sobre todo cuando quieren persuadirnos de que nuestro siglo no es peor que otros. Esto es falso. Existe una novedad y un progreso en el mal. Las fuerzas del infierno no fueron nunca desencadenadas con un poderío tan extendido y tan feroz.

Si queréis decirnos palabras de confortamiento y de esperanza, recordadnos mejor que, a pesar de todo, este mundo organizado para hacer ausente a Dios no puede impedir que sean celebradas Misas ni que sea enseñada la doctrina de verdad por doctores fieles; mostradnos los signos ciertos de que las puertas del infierno no llegan a prevalecer y de que el Señor no cesa de venir, pero no intentéis hacernos ver rosa o gris lo que es negro como la tinta.

No podemos sostener, contra la evidencia de los hechos, que las dos Bestias no han aumentado su poder desde Celso o Marco Aurelio, desde Calvino o la gran Isabel.

Lo que es verdadero es que su fuerza, ciertamente acrecentada, en definitiva es como nada en comparación a la omnipotencia del Cordero, frente a las murallas de la Ciudad Santa.

Josef Pieper, en su libro El fin de los tiempos pone en evidencia, los dos grandes medios que serán empleados por el Anticristo y que llama, mundialización del poder político yconstitución de una súper-iglesia que neutralizará las diversas confesiones, mencionando, en una visión simplemente realista y objetiva, que estos dos mecanismos han comenzado a funcionar ante nuestros ojos.

Hasta aquí, el Padre Calmel.

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Todo esto no satisface ni a los idealistas de la Civilización del Amor ni a los utopistas de la Restauración de la Iglesia…

Respondo, con el Padre Castellani, que El filósofo, como el médico, no tiene remedio para todas las enfermedades… A veces, todo lo que puede dar como solución es oponerse a las falsas soluciones… Puede, con el pensamiento, poner obstáculos para retardar una catástrofe; pero en muchos casos no puede sino prever la catástrofe; y a veces debe callarse la boca, y lo van a castigar encima…(A modo de prólogo; en Decíamos Ayer).

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Un poco más adelante, el Padre parafrasea un texto de Roberto Hugo Benson, en su The Lord of the World, II parte, capítulo II, párrafo IV:

“Todo lo que hemos hecho no ha podido evitar una pacificación del mundo sobre una base que no es Cristo. La intención de Dios y de sus Vicarios ha venido enderezada desde hace siglos a reconciliar a los hombres por los principios cristianos; pero rechazada una vez más la Piedra Angular, que es Cristo, ha surgido una unidad sin semejante y enteramente nueva en Occidente. Esto es lo más peligroso y funesto, precisamente por el hecho mismo de contener tantos elementos incontestablemente buenos. La guerra, según se cree, queda extinguida por largo tiempo, reconociendo al fin los hombres que la unión es más ventajosa que la discordia. Los bienes materiales se aumentan y amontonan, en tanto que las virtudes vegetan lánguidamente, despreciadas por los gobernantes y negligidas, en consecuencia, por las masas. La filantropía ha reemplazado a la caridad, la hartura de goces y comodidades a la esperanza de los bienes invisibles; la hipótesis científica a la fe…”

Y comenta: Esto dijo Silvestre IV; o mejor dicho, esto dirá dentro de algunos años, si la hipótesis de la pacificación en el Anticristo se verifica. Hacia esa pacificación se han apresurado solícitamente a comprometer al país y su limpia tradición nuestros representantes del pueblo.

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Para concluir: En la presente edad no será la Iglesia, mediante un triunfo del espíritu del Evangelio, sino Satanás, mediante un triunfo del espíritu apostático, quien ha de llegar a la pacificación total (aunque perversa, aparente y breve) y a un Reino que abarcará todas las naciones; pues el Reino mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo. (A modo de prólogo; en Decíamos Ayer).
Cuando las cosas del César estén completamente ganadas por y para el Anticristo, en ese momento…, por supuesto…, pero ya desde ahora, lo importante es dar a Dios lo que es Dios…

P. Ceriani