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sábado, 1 de octubre de 2011

CANTO SACRO - ORATIO JEREMIÆ PROPHETÆ

ORATIO JEREMIÆ PROPHETÆ
(del rito Mozárabe)


***
PROFETA JEREMÍAS
Incipit oratio Jeremiæ prophetæ.

Recordare, Domine, quid acciderit nobis,
intuere et respice obprobrium nostrum.
Hereditas nostra versa est ad alienos:
domus nostræ ad extraneos.

Pupilli facti sumus absque patre,
matres nostræ quasi viduæ,
aquam nostram pecunia bibimus,
ligna nostra precio comparavimus.

Cervicibus nostris minabamur,
lassis non dabatur requies.
Ægypto dedimus manum et Assyriis,
ut saturaremur pane.

Patres nostri peccaverunt, et non sunt:
et nos iniquitates eorum portavimus.
Servi dominati sunt nostri:
non fuit qui redimeret de manu eorum.

In animabus nostris adferebamus panem nobis
a facie gladii in deserto
pellis nostra quasi clibanus exusta est
a facie tempestatum famis
mulieres in Sion humiliaverunt
et virgines in civitatibus Juda

JERVSALEM, JERVSALEM
CONVERTERE AD DOMINVM DEVM TVVM


Traducción:

Comienza la oración del profeta Jeremías.

Yavéh, acuérdate de lo que nos ha pasado, mira y ve nuestra humillación.
Nuestra herencia pasó a extranjeros, nuestras casas a extraños.
Somos huérfanos, sin padre; nuestras madres, viudas.
A precio de plata bebemos nuestra agua, nuestra leña nos llega por dinero.
Con el yugo al cuello andamos acosados; estamos agotados, no nos dan respiro.
Tendimos a Egipto nuestra mano, y a Asur, para calmar el hambre.
Nuestros padres, que pecaron, ya no existen, y nosotros cargamos con sus culpas.
Esclavos nos dominan y no hay quien nos libre de su poder.
Con riesgo de la vida trajimos nuestro pan, enfrentando los peligros del desierto.
Nuestra piel abrasa como un horno, por el ardor del hambre.
Violaron a las mujeres en Sión; a las jóvenes en las ciudades de Judá.

Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor tu Dios.

P. CERIANI: SERMÓN EN LA FIESTA DEL SANTÍSIMO ROSARIO

 
FIESTA DEL SANTÍSIMO ROSARIO
***


Entre las devociones de la Virgen Santísima, la más celebrada es la del Rosario o Salterio, llamado así porque consta de ciento cincuenta Avemarías, que corresponden al Salterio, compuesto de los ciento cincuenta Salmos de David.
Esta devoción de recitar el Salterio de María, las ciento cincuenta Avemarías, es tan antigua como la Iglesia; porque empezó con Ella.

Advocación eminentemente popular, arraigada en nuestras antiguas y santas costumbres que no se concibe una familia de veras cristiana donde no se rece diariamente el Santo Rosario.

El Salterio de la Virgen, así llama el Papa León XIII al Rosario; y dice que otros Romanos Pontífices también le dieron este nombre.

¿El motivo o razón? Todos los días, los sacerdotes y religiosos han de rezar gran parte del Salterio, completándolo semanalmente. Con esta oración cumplen con la obligación sacerdotal de orar por los fieles; es la oración oficial de la Iglesia, quien ora por su intermedio. Por lo mismo, es una oración de eficacia extraordinaria.

Apliquemos todo esto al Santo Rosario, y veremos cómo, en la debida proporción, lo es para el pueblo cristiano. Es su oración, que podemos llamar oficial…, a punto que parece que, en cierto modo, el Santo Rosario deja de ser en el pueblo cristiano una devoción privada y particular para adquirir, al menos, la dignidad de oración pública y oficial.

Por eso es también tan grande su eficacia. Precisamente, y son palabras del Sumo Pontífice León XIII, porque las plegarias públicas son mucho más excelentes que las privadas…, y tienen una fuerza impetratoria mucho mayor…
Por eso no es fácil encontrar una oración que en esta eficacia aventaje al Santo Rosario.

Añádase a esto que, así como el Salterio de los sacerdotes es una oración excelentísima por ser inspirado por Dios, así también el Santo Rosario, porque no sólo en cuanto a su estructura fue inspirado por la Santísima Virgen María, sino que además está compuesto de las mejores oraciones que pueden darse; el Padrenuestro, el Ave Maria, y el Gloria Patri.

El Salterio de la Virgen fue el primer Breviario y las primeras Horas Canónicas que la Iglesia usó.

Los Apóstoles lo rezaron por orden de la Virgen Santísima; y los fieles, que tuvieron el primitivo espíritu y las primicias de esta devoción, la adquirieron por orden de los Apóstoles, antes que San Ignacio, mártir, introdujese en Antioquía el Salterio de David, que recibió después toda la Iglesia Católica para cantar las alabanzas a Dios.

El Salterio mariano se derivó de los primeros fieles a los anacoretas de Egipto y Nitria; y de los desiertos le recibieron en las ciudades San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y otros Padres; y resfriándose después de algunos años el fervor de esta devoción, le avivó y encendió en Inglaterra el venerable San Beda; porque los ingleses confesaban haber recibido esta devoción de sus antepasados, como herencia de padres a hijos, debida a la enseñanza de este venerable Padre.

Pero, como las devociones no sólo se acreditan por la antigüedad de los años que tienen, si no también, y sobre todo, por la gloria que de ellas se sigue a Dios, y provecho que sacan los que las usan, no hay duda que merece con mucha razón Santo Domingo de Guzmán el título que le dan de inventor y primer predicador del Santo Rosario de Nuestra Señora.

En efecto, este esclarecidísimo Patriarca fue el primero que lo enseñó y predicó con el método y orden admirable de meditar los Misterios de nuestra fe repartidos en tres clases, gozosos, dolorosos y gloriosos.

Él lo aprendió de Nuestra Señora; y de él lo recibió la Iglesia como cosa venida del Cielo para provecho de todo el mundo, culto de la Madre de Dios y gloria del mismo Dios.

Porque en esta utilísima devoción se eslabonan y encadenan la oración mental y vocal, para que el alma y el cuerpo, el entendimiento y la lengua, la voluntad y los labios alaben a Dios y celebren a su Santísima Madre; y no haya parte en el hombre que no alabe al Criador y Redentor del hombre y a la Madre de su Creador y Redentor; y juntamente pida y merezca los favores de que necesita para su salvación, y obligue a quien se los ha de conceder y a la que se los ha de alcanzar con su intercesión.

Por eso, los hijos de Santo Domingo, celosísimos siempre de la salvación de las almas, imitando la caridad y devoción de su incomparable Padre, han extendido y dilatado esta devoción por todo el mundo; y el Señor la ha acreditado con innumerables milagros; y los Sumos Pontífices la han aprobado, confirmado y recomendado con muchos privilegios, gracias e indulgencias, que han concedido a los que rezan el Rosario o Corona de Nuestra Señora.

El Santo Rosario es la oración de todos, pero principalmente lo es de la familia cristiana.

En octubre del año 1941, en víspera de la fiesta litúrgica del Santísimo Rosario y ante una gran multitud de recién casados que habían acudido a Roma para recibir la bendición de Su Santidad, pronunció el Papa Pío XII la siguiente exhortación sobre la tradicional devoción del Rosario en las familias:

“Venidos a Roma, queridos recién casados, a pedir la bendición del Padre común de los fieles para vuestros nuevos hogares, Nos quisiéramos que llevarais al mismo tiempo una mayor devoción al Santo Rosario de la Virgen, al cual se consagra este mes de octubre.

Devoción a la cual la piedad romana está ligada por tantos recuerdos y que se armoniza tan bien con todas las circunstancias de la vida doméstica, con todas las necesidades y disposiciones de cada miembro de la familia.

En vuestras visitas a los Santuarios de esta Eterna Ciudad, cuando alguna de sus basílicas y de sus gloriosas tumbas os han conmovido en mayor grado, y no contentos con un rápido pasaje, os habéis entretenido allí en fervorosa plegaria por vuestras comunes intenciones, la oración que os ha venido espontáneamente a los labios ¿no ha sido con frecuencia la recitación de alguna parte de nuestro Rosario?

Rosario de los nuevos esposos, que vosotros el uno junto a la otra recitasteis en la aurora de vuestra nueva familia ante la vida que se abría para vosotros con sus alegres perspectivas, pero también con sus misterios y con sus responsabilidades.

¡Es tan dulce, en la alegría de estos primeros días de intimidad total, poner de esta manera esperanzas y propósitos del porvenir bajo la protección de la Virgen, toda pura y poderosa, de la Madre misericordiosa y amante, cuyas alegrías y dolores y glorias pasan por delante de los ojos de vuestra alma, a medida que se deslizan las decenas de Ave Marías, recordándoos los ejemplos de la más santa de las familias!

Rosario de los niños. Rosario de los pequeños, los cuales, teniendo entre sus deditos todavía inexpertos las cuentas del Rosario, repiten lentamente, con aplicación y esfuerzo, pero ya con tanto amor, el Padre Nuestro y las Avemarías que la madre les ha pacientemente enseñado. Se equivocan a veces, dudan y se confunden; pero ¡hay un candor tan confiado en la mirada que dirigen a la imagen de María, de aquella que saben ya reconocer como su gran Madre del cielo! Después, será el Rosario de la Primera Comunión, que tiene un lugar aparte entre los recuerdos de aquel gran día; hermoso, pero que no debe ser un vano objeto de lujo, sino un instrumento que ayude a rezar y que lleve el pensamiento a la Virgen Santísima.

Rosario de la joven. Ya mayor, alegre y serena, pero al mismo tiempo seria y pensativa acerca de su porvenir, que confía a María, Virgen Inmaculada, prudente y benigna, los deseos de entrega y don de sí misma a los cuales siente abrirse su corazón; que ruega por aquel que todavía le es desconocido, pero conocido de Dios, que la Providencia le destina y que ella lo quiere cristiano ferviente y generoso.

Este Rosario, que tanto le gusta recitar el domingo juntamente con sus compañeras, deberá durante la semana rezarlo otra vez entre los cuidados de la casa y al lado de su madre o en las horas del trabajo en la oficina, o en el campo, cuando tenga un momento libre para ir a la humilde iglesia próxima.

Rosario del joven. Aprendiz, estudiante, agricultor, que se prepara trabajando valerosamente para ganar un día el pan para sí y para los suyos. Rosario que conserva preciosamente consigo, como una protección de aquella pureza que desea llevar intacta al altar el día de sus nupcias; Rosario que reza sin respeto humano en momentos libres para el recogimiento y la oración; que le acompaña bajo el uniforme militar, en medio de las fatigas y peligros de la guerra; que apretarán sus manos la última vez el día en que acaso la Patria le pida el supremo sacrificio y que sus compañeros de armas encontrarán conmovidos entre sus dedos fríos y ensangrentados.

Rosario de la madre de familia, de la obrera, de la campesina; sencillo, sólido, usado ya desde mucho tiempo, que acaso no puede coger en la mano sino a la noche cuando, bien cansada de su trabajo, encontrará todavía en su fe y en su amor fuerza para rezarlo, luchando con el sueño, por todos los seres queridos, por aquellos especialmente que ella sabe están más expuestos a peligros del alma y del cuerpo, que teme sean tentados o afligidos, que ve con tanta tristeza alejarse de Dios. Rosario de la mujer de mundo, acaso rica, pero con frecuencia cargada de preocupaciones y de angustias todavía más pesadas.

Rosario del padre de familia, del hombre trabajador y enérgico, que nunca olvida de llevar consigo su Rosario juntamente con la pluma estilográfica y el cuadernito de los negocios; a veces gran profesor, renombrado ingeniero, célebre clínico, abogado elocuente, artista genial, agrónomo experto, no se avergüenza de rezarlo con devota sencillez en aquellos momentos arrancados a la tiranía del trabajo profesional para templar su alma de cristiano en la paz de una iglesia a los pies del Tabernáculo.

Rosario de los ancianos. Anciana abuela que hace correr incansablemente las cuentas entre sus dedos ya gastados, en el fondo de la iglesia, mientras puede arrastrarse hasta allí con sus piernas ya casi rígidas, y durante las horas de forzada inmovilidad en su silla al lado del fuego.

Anciana tía, que ha consagrado todas sus fuerzas al bien de la familia y ahora, aproximándose al término de una vida empleada en buenas obras, alterna con inagotada abnegación los pequeños servicios que todavía puede prestar con sus numerosas decenas de Ave Marías, que repite sin cansarse con su Rosario.

Rosario del moribundo, apretado en la hora extrema, como un último apoyo entre sus manos temblorosas, mientras en torno de él, los seres queridos lo rezan en voz baja; Rosario que quedará sobre su pecho juntamente con el Crucifijo y demostrará su confianza en la divina misericordia y en la intercesión de la Virgen, de que estaba lleno aquel corazón que ha cesado de palpitar.

Rosario, en fin, de la familia entera, rezado en común, entre todos, pequeños y grandes, que reúne por la noche a los pies de la Virgen a los que el trabajo del día había separado; que los reúne con los ausentes y con los desaparecidos, cuyo recuerdo se aviva en una oración fervorosa; que consagra de esta manera el lazo que los une a todos, bajo la protección materna de la Virgen Inmaculada, reina del Santísimo Rosario.

En Lourdes, como en Pompeya, la Virgen María ha querido demostrar con innumerables gracias cuán grata le es esta oración, a la cual Ella incitaba a su confidente, Santa Bernardita, acompañando a las Ave Marías de la niña con el lento discurrir de su hermoso Rosario, reluciente, como las rosas de oro que brillaban a sus pies.

Responded, queridos nuevos esposos, a estas invitaciones de vuestra Madre celestial, conservando a su Rosario un puesto de honor en las oraciones de vuestras nuevas familias.”

Supliquemos a la Santísima Virgen que nos conceda la gracia de esta devoción constante, fervorosa, filial y, por lo mismo, llena de amor a Nuestra Madre.

Que nunca nos canse el rezo del Santo Rosario, y así la Virgen Bendita nos otorgue que nuestras manos trémulas sostengan el Crucifijo de nuestro Rosario entrelazado, ya que estos serán, junto con el Escapulario, los objetos que mayor consuelo nos podrán dar en aquella hora, la hora de la verdad… en la que se verá lo que valen todas las cosas de la tierra ante un Crucifijo, un Rosario, un Escapulario…

P. Juan Carlos Ceriani

EL PADRE PÍO NOS HABLA DE....


LA ORACIÓN Y LA MEDITACIÓN



***

Las gracias y los gozos de la oración no son aguas de la tierra, sino del cielo. Todos nuestros esfuerzos no son suficientes para hacerlas caer, pero es igualmente necesario prepararnos con la mayor diligencia, serena y humildemente. Hay que tener el corazón constantemente abierto en espera del rocío celestial. No olvides este consejo en la oración, pues te acercará a Dios y te ayudará a mantenerte en su presencia.
                Cuando os distraigáis en la oración, no aumentéis la distracción entreteniéndoos en averiguar el porqué y el cómo. Haced como el caminante extraviado, que, apenas se da cuenta de haberse equivocado de camino, inmediatamente busca el justo. Así vosotros, continuad vuestra oración sin entretenernos en las distracciones.
                Cuando notéis que aumenta el peso de la Cruz, insistid en la oración, para que Dios os consuele. Comportándoos de esa manera no obráis en absoluto contra la voluntad de Dios, sino que acompañáis, para obtener alivio, a su mismo Hijo, que también oró a su Padre en el Huerto.
                Si Dios no os alivia, estad preparados para someteros a Su Voluntad divina, lo mismo que Cristo.
                El sagrado don de la oración está en la mano derecha del Salvador. A medida que te vacíes de ti mismo, del aprecio a tu cuerpo y a tu voluntad, y te vayas radicando con la santa humildad, el Señor irá llenando tu corazón con el don de la oración.
                Las plegarias de los Santos en el Cielo y de los justos en la tierra, son cual perfume de duración eterna.
                “La oración debe ser insistente, pues la insistencia denota fe”.
                Reza. Espera. No te impacientes. La intranquilidad no te favorece en absoluto. Dios es misericordioso. Escuchará tu plegaria.
                “Toda oración es preciosa, si se hace con recta intención y buena voluntad”.
                “Hay que progresar, jamás retroceder en la vida espiritual. Si no, nos acaece como a la nave que, en vez de adelantar, se para. El viento se encargará de hacerla retroceder”.
                La oración es nuestra mejor arma. Es la llave del corazón de Dios.
                Tienes que hablarle a Jesús, también con los labios, pero sobre todo con el corazón. Más aún, hay momentos en que solamente tienes que hablarle con el corazón.


Ten paciencia y persevera en el santo ejercicio de la meditación. Conténtate de comenzarlo poco a poco hasta que tus piernas te consientan correr, mejor todavía, tus alas, volar. Date por satisfecho obedeciendo. Esto no es poco ni fácil para un alma consagrada a Dios.
                Conténtate, por ahora, de ser una abeja recién nacida.
                Pronto crecerás y serás abeja adulta y producirás miel. Cuando andes mal de tiempo, es mejor la meditación que la oración, pues es más fructuosa.
                Quien no medita, es como el que no se mira nunca al espejo. No le importa salir desaliñado, pues, aún sin saberlo, puede haberse ensuciado.
                El que medita, dirige sus pensamientos a Dios, espejo de su alma. Trata de conocer sus defectos. Hace lo posible por corregirlos. Frena sus impulsos. Ordena su conciencia.
                ¿Por qué os afligís si no llegáis a meditar tal y como quisierais?
                La meditación no es un medio para elevarse hacia Dios, sino un fin. Tiende a mar a Dios y al prójimo. Amad de Dios con toda vuestra alma y sin reservas.
                Amad al prójimo como a vosotros mismos y habréis conseguido el fin principal de la oración.
                Por favor os lo pido, no estropeéis la obra de Dios en vosotros. Cuando notéis que vuestra alma siente deseos irresistibles de contemplar a Dios o en Sí mismo, o en sus atributos, dadle libertad y no pretendáis ascender hasta Él con razonamientos y más razonamientos, primera parte de la meditación, antes bien procurad acceder afectivamente a Dios, segunda parte de la meditación, y, osaría decir, la definitiva.
                La primera parte os sirva para la segunda, pero cuando el buen Dios os sitúa ya en la segunda, no queráis retroceder, lo estropearías todo.
                “Es para conmoverse de agradecimiento ante el sublime misterio que atrae al Corazón de Jesús hacia su criatura. Se ha dignado encarnarse, vivir con nosotros nuestra mísera vida. Esforcémonos en considerar dignamente su tenaz entusiasmo y la dureza de su apostolado, en recordar lo horroroso de su Pasión, de su Martirio, en adorar su Sangre, realmente ofrecida, hasta la última gota, para redimir el género humano”.
                Aunque no logréis hacer una meditación perfecta, no desistáis por ello. Si las distracciones se multiplican, no os desaniméis. Ejercitaos en la paciencia, os enriquecéis lo mismo.
                Determinad cuánto durará la meditación y no capituléis antes de tiempo, incluso a costa de grandes sacrificios.
                En los libros se busca a Dios. En la meditación se le encuentra.

SAN PADRE PÍO. ¡RUEGA POR NOSOTROS!

SANTORAL 1 DE OCTUBRE








1 de octubre




SAN REMIGIO,(*)
Obispo y Confesor
Conforme a la santidad
del que os llamó, sed también
vosotros santos en todo vuestro proceder.
(1 Pedro, 1,15).


   San Remigio, el gran apóstol de Francia, fue ilustre por la ciencia, la elocuencia, la santidad y los milagros que jalonaron sus largos setenta años de episcopado. Elegido por Santa Clotilde para instruir religiosamente al rey Clodoveo, su esposo, que había decidido abrazar el cristianismo, tuvo el santo obispo el consuelo de bautizarlo, con dos de sus hermanas, tres mil guerreros y muchas mujeres y niños. Destruyó los ídolos e hizo edificar iglesias. Murió hacia el año 533, casi nonagenario.

 MEDITACIÓN SOBRE LA SANTIDAD
RESUMIDA EN TRES PALABRAS

   I. La santidad puede resumirse en tres palabras: abstenerse, sufrir, emprender. Abstente de las cosas ilícitas y peligrosas, y a menudo aun de las permitidas. Prívate de los placeres de esta vida, y gozarás de los del cielo. No hay gozo más dulce, aun en esta vida, que privarse de un placer por amor de Dios. Señor , ¿cómo podría entregarme al placer viéndoos clavado en una cruz? ¡Existe un infierno para los voluptuosos, y me abandono yo a las delicias!


   II.  Hemos de sufrir ataques de la concupiscencia, del mundo y del demonio. Hemos de sufrir insultos de nuestros enemigos y perfidias de quienes consideramos amigos. En fin, seas quien fueres, te desafío a que me cites tan siquiera un día de tu vida en que no hayas sufrido. Reflexiónalo bien. El mundo es incapaz de satisfacer nuestros deseos, y la inquietud incesante de nuestra alma, en el seno mismo de la abundancia, es una prueba de que só1o Dios puede colmarla. Considera el estado de vida que te plazca, no hay descanso ni en el más oscuro ni en el más brillante. (San Euquerio).


   III. Gran obra es nuestra santificación; es menester, para llevarla a cabo, trabajar seriamente por adquirir las virtudes cristianas. ¿Podrías acaso decir que posees alguna de ellas? No te desalientes sin embargo: para ser santo, basta quererlo. Examina qué te impide serlo, y verás que no son sino bagatelas, como aquéllas de que habla San Agustín: Estaba retenido por las frivolidades y las vanidades más miserables.


El deseo de la santidad
Orad por vuestros jefes.

ORACIÓN
   Haced, oh Dios omnipotente, que la piadosa solemnidad de San Remigio, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de devoción y el deseo de nuestra salvación. Por J. C. N. S. Amén.