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domingo, 6 de noviembre de 2011

LA HUMILDAD, REINA DE VIRTUDES

FORMACIÓN EN LA HUMILDAD
Y MEDIANTE ELLA EN LAS DEMÁS VIRTUDES

  

POR EL CANÓNIGO BEAUDENOM
AUTOR DE LA
“PRACTICA PROGRESIVA DE LA CONFESÓN Y DE LA DIRECCIÓN”
Cuarta Edición
EUGENIO SUBIRANA, S. A. Editorial Pontificia -1933




¡La humildad! Toda la tradición  cristiana le dirige loores a porfía, todas las almas piadosas  la desean entrañablemente; Jesús la elevó a la altura de la Redención asociándola al sufrimiento,  ¿y  no la mantiene aún como aureola en torno de su Eucaristía? Donde no está ella, no hay virtud. Dios no viene sino a ocupar el espacio que ella le hace.

Pero tantas alabanzas ¿traen consigo la luz? Estas admiraciones ¿producen en nosotros plena convicción? ¡Cuánta vaguedad en los pensamientos y en las conciencias, que insuficiencia por todas partes! Pero, si la misma  naturaleza de la humildad es tan poco  conocida, lo es menos aún su esfera de influencia.

Las meditaciones largamente pensadas de este libro se ordenan a los espíritus serios que anhelan comprender y a las almas piadosas que quieren adelantar.

Las grandes cosas siempre se rescatan en lo profundo: los metales ricos  yacen en las entrañas de la tierra; prodigiosas fuerzas parecen dormir en la materia no turbada y apacible; maravillosos mecanismos tienen su juego en los movimientos del mundo sideral, y se columbran en el seno del ser viviente secretos tan profundos que nada puede explicarlos. Mirad, y mirad bien; en el fondo de la humildad reina una especie de infinito; estamos en pleno sobrenatural.

La virtud, tomada en conjunto es una vida; cada virtud particular es uno de sus órganos. Todas tienen sus bellezas, sin duda, pero también se atavían con la belleza de sus hermanas por la unidad de vida y por la ley de comunicación. Algunas, sin embargo, la participan de una manera  más inmediata, más amplia, más continua, más indispensable;  la vida, la misma vida, se mueve en cada parte del conjunto, pero no se extiende o no brilla en todas en la misma proporción. Vamos a estudiar  la porción que el corresponde a la humildad; tal vez descubramos en ella una humildad que nos era desconocida.

Para avanzar con paso seguro, conviene proceder con aplomo y método; antes de tocar las cimas, habremos de atravesar ciertas regiones ingratas y escalar pendientes escabrosas y difíciles. Para que sea menos penoso el camino, lo recorreremos con ayuda de medios variados; estudio que abre perspectivas generales; observaciones más ceñidas que aclaran un punto nebuloso; reflexiones piadosas que ponen  de relieve los resultados de un descubrimiento; y sobre todo, meditaciones profundas que sumergen el alma en la atmosfera de la verdad bajo el sol esplendoroso de la gracia divina.

Que ninguna persona de buena voluntad se amilane ante verdades tan altas, juzgándose incapaz de llegar a ellas; que ponga su confianza en los auxilios del cielo. La ciencia humana no se entrega sino a sus cultivadores, pero la ciencia de Dios se prodiga a los pequeños y humildes: éstos no siempre tienen necesidad de razonamientos prolijos. Por tanto, si alguna parte de este libro queda obscura para ellos, no se apesadumbren  ni desconfíen: la claridad les espera tal vez en un recodo del sendero, bajo una formula más sencilla, pero destilando verdad. A veces un pormenor sin importancia será para tal espíritu una completa revelación.



& I.-    Humildad, virtud singular




I.  EL ORGULLO  NO ES MÁS QUE UNA DESVIACIÓN  DE DOS TENDENCIAS LEGÍTIMAS.


Sentimiento de superioridad, anhelo de preeminencia,  ¿es el orgullo un recuerdo de nuestra grandeza original? Su mal consistiría entonces en estar  fuera de su sitio. Rey destronado por culpa suya y orgulloso todavía entre sus harapos, “dios caído que siente  la nostalgia del cielo”, tal  nos aparecería el hombre en su tendencia al orgullo. O, tal vez, la soberbia, desorden y vicio, lejos de ser el recuerdo de una corona perdida,  ¿es el estigma de una rebelión fracasada? “Eriits sicut dii”. Entonces la tentación habría pasado a la corriente de la sangre para conturbarla. Este doble origen explicaría lo que presenta el orgullo de grandeza y de miseria al mismo tiempo.

De hecho, no sería desacertado mirar este defecto como una desviación  de sentimientos útiles depositados por Dios en la naturaleza humana. Tales sentimientos se reducen, en último análisis, a estos dos: estima de sí mismo y deseo de la estimación de los demás. La propia estima  es base de la dignidad personal; el deseo de ser estimado es uno de los fundamentos de la sociabilidad.

Estas inclinaciones son tan profundas y espontáneas que aparecen amasadas con los instintos, y se asemejan al de conservación, pues tiene una función del mismo género: el instinto de la vida liga al hombre a una existencia ordinariamente miserable; el de la propia estima leliga a su personalidad, a pesar de su poco valor; el deseo de ser estimado  le liga al bien  público, no obstante la fragilidad de las ventajas que él proporciona.
Estas dos tendencias últimas están sujetas a desviaciones tan fáciles y naturales que se ve en ellas el sello de la caída original; por esto los moralistas las llaman frecuentemente vicio, sin distinción.

II.- LA HUMANIDAD ES LA VIRTUD ENCARGADA DE OPONERSE  A ESTAS DESVIACIONES.-


“Ella es la que afirma el espíritu y le impide elevarse de un modo contrario a la razón”[1](levantarse sobre, superbia); ella reconoce y conserva el orden en la estimación propia y en el deseo de la estimación ajena.

Es, por consiguiente, verdad y justicia. Es verdad, y por este título traza la regla de dirección. Es justicia y, en su virtud, inclina a obrar conforme a esta regla[2].

Como verdad, reside en la inteligencia; como justicia, reside en la voluntad. Pero estas dos facultades actúan la una sobre la otra, en forma que todo incremento de luz aumenta la fuerza de la inclinación y todo desarrollo a aprehender mejor los motivos y las reglas de la humildad.

Esta exposición se dirige, pues, a una y a otra de dichas facultades para ponerlas   en el estado  más favorable; pero el estado más favorable de la inteligencia es el convencimiento, y el estado más favorable de la voluntad es la propensión.

Dos clases de luz producen  el convencimiento: la luz de la razón y la de la revelación. Dos fuerzas producen la propensión: la de la voluntad y la de la gracia actual. Es prudente ayudarse de todos los medios a la vez. Los del orden sobrenatural son los más eficaces, como los más elevados.

Contentarnos con los datos de la razón para determinar la estima que merecemos, sería establecer una virtud incompleta e insuficiente. Pretender conseguir la inclinación a la humildad por nuestras solas fuerzas, sería  comenzar por una proposición herética y acabar por una  decepción. Los gentiles no conocieron la humildad más que la modestia, y lo que de ella conocieron lo practicaron con bastante imperfección. La noción verdadera de esta virtud  brota de nuestros dogmas fundamentales, y su práctica completa depende de la gracia: es, por tanto, eminentemente sobrenatural; el racionalista no puede tener ni admitir  la humildad entendida de esta manera.

Esto no obstante, a las facultades naturales corresponde una parte no pequeña en la adquisición de esta virtud.

 Y para comprender bien el alcance de esta observación, convendría recordar aquí algunas nociones genéricas sobre las virtudes naturales y las sobrenaturales.

Su objeto es el mismo: el bien; y cada virtud tiene el mismo objeto especial: el mismo género de bien. Así la humildad, sea natural o sobrenatural, regula o mantiene el orden con relación a la estima personal y al deseo de alabanzas.

Estas virtudes residen en las mismas facultades, que son, para unas y otras, las facultades naturales. Las virtudes naturales las  penetran, las sobrenaturales las “perfeccionan”.

Pero difieren unas de otras por el modo de producirse y de obrar.

Las virtudes sobrenaturales son puestas en nosotros por una especie de creación que la teología llama infusión; así, virtud sobrenatural es sinónimo de virtud infusa. Dios las infunde o derrama en el alma del niño que se bautiza y las infunde todas a la vez. El aumento de una lleva consigo el incremento de todas, y juntas se pierden por el pecado mortal, a excepción de la fe y de la esperanza. Todas reviven igualmente por efecto de la justificación.

Las virtudes naturales, al contrario, no se forman sino lentamente, por actos repetidos, y no se pierden instantáneamente, sino, poco a poco, de  manera que un pecado mortal no las destruye.

El nombre de hábito, como es obvio, no puede aplicarse más que a estas últimas. La inclinación, la fuerza, la habilidad, se van allí acumulando paulatinamente, como en un miembro que se ejercita en el trabajo.

En las virtudes sobrenaturales, el incremento viene de fuera y no del desarrollo; y entre ellas, a un grado de aumento no corresponde necesariamente un acrecentamiento de fuerza e inclinación.

Los teólogos caracterizan esta diferencia por dos expresiones ya consagradas. Las virtudes infusas, nos dicen, dan el simpliciter posse, la simple potencia, esto es la aptitud. El hábito da el faciliter posse, la verdadera facilidad. Las gracias actuales las dan asimismo, pero de un modo transitorio.

Una comparación nos hará ver estas distinciones. Tal tejido puede ser fino o grosero, compacto  o flojo; pasado por un baño especial, se convierte en púrpura. El baño no ha cambiado su naturaleza: el tejido  sigue siendo basto  o fino, apretado  o claro; pero  ha sido elevado a más alta categoría. Su valor y sus usos no son ya los mismos. Que un reactivo químico le arrebate de nuevo su color, y lo tendréis convertido de nuevo en un tejido vulgar.

Las virtudes sobrenaturales hacen pasar nuestra alama de su orden humano al orden sobrenatural; transforman nuestras facultades y les comunican, con una belleza especial, la aptitud, pero sólo la aptitud para producir actos sobrenaturales. El ejercicio tendrá lugar merced a las gracias actuales y a las disposiciones de la voluntad y los hábitos.

Por aquí se verá como, en los adultos, generalmente, la virtud se caracteriza por el esfuerzo. Las virtudes sobrenaturales no se dan para dejar inactivas o para substituir las fuerzas naturales, sino para elevarlas, completarlas y sostenerlas. Las elevan al orden sobrenatural por su presencia; las completan y sostienen por las gracias actuales  que atraen.

Estas gracias actuales nos ofrecen auxilios que exceden toda evaluación: Dios los centuplica en el alma que sabe corresponder, y a la oración le permite prodigarlos sin merecimientos y sin medida. Bajo su influencia omnipotente, los actos virtuosos se multiplican y se realizan con intensidad; las facultades naturales que los producen se forman, se desarrollan y finalmente, adquieren la inclinación, la facilidad y  la habilidad para actos semejantes, pues se han cumplido las condiciones de los hábitos.

Continuará el próximo domingo.....


[1] Santo Tomás, 2ª. 2ae, quaest. 161, art I.
[2] Esta palabra “justicia”, tomada aquí en sentido  amplio, designa una disposición virtuosa que asegura a cada ser el lugar que le  corresponde, mientras que la justicia en sentido estricto mira a los derechos positivos de los hombres entre sí.

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