LÉON
BLOY
Léon Bloy (Notre-Dame-de-Sanilhac,
(Dordoña), 11 de julio de 1846 - Bourg-la-Reine, 3 de noviembre de 1917)
Escritor católico francés de novela y ensayo. Sus obras reflejan una
profundización de la devoción a la Iglesia Católica y la mayoría en general un
gran deseo de lo Absoluto.
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Hace mucho
sabemos que los jóvenes sólidamente educados podían leer o contemplar obras
bellas, aunque hubiese en ellas detalles que hiciesen tiritar a ciertos
tonsurados. Eran sanos y fuertes, y las almas sólo asimilaban lo bello. Una
sangre generosa y un estómago robusto eliminan fácilmente los venenos. Los
anémicos, los deprimidos, los muertos de hambre y de miseria son, por el
contrario, las primeras víctimas de toda plaga. El contagio se apodera de ellos
como los gusanos del cadáver. Tal es la lamentable situación de los católicos
actuales. Privados del alimento vigoroso de las grandes obras, los lectores y
las lectoras de «novelas honestas»
van a la lujuria como los cerdos al fango. A fuerza de precauciones torpes o
imbéciles, las imaginaciones sentimentales perecen como aguijoneadas por el
solo pecado de la carne.
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Puntos
esenciales. Primero, todo lo que sucede es adorable. Segundo, acuerdo perfecto
de la libertad divina y de la libertad humana. Desde toda la eternidad, Dios
sabe que tal individuo tal día realizará libremente un acto necesario. Tercero,
en fin, todo lo que no es estrictamente, exclusivamente, rematadamente
católico, debe ser echado a la basura.
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Yo tengo alma de
santo; mi propietario, que es un espantable burgués; mi panadero, mi carnicero,
mi tendero, que son acaso horribles canallas, todos tienen alma de santos,
puesto que todos son llamados, tanto como tú y yo, tanto como San Francisco o
San Pablo, a la vida eterna y comprados por el mismo precio, «magno pretio empti estis». No hay hombre
que no sea santo virtualmente, y el pecado o los pecados, aun los más negros,
no son más que el accidente que en nada cambia la sustancia.
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Regla absoluta:
un acto de amor nunca puede ser ridículo.
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Los ángeles de
Navidad no anunciaron la felicidad en la tierra, sino la «paz» a los hombres de buena voluntad: «Pax in terra. Felicitas in coelestibus». Todo lo que nos está
permitido desear a aquellos a quienes amamos es la paz en este mundo, aunque
sea entre sufrimientos, y esta paz no es posible sino por el amor.
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Todo rico que no
se considere como intendente y guardador del pobre, es el más infame de los
ladrones y el más cobarde de los fratricidas. Tal es el espíritu del
cristianismo y la letra misma del Evangelio. Los ricos están hechos para
distribuir su riqueza a los indigentes, y el mayor servicio que se puede hacer
a sus miserables almas es determinarlos a cumplir su deber de intendentes del
Dios de bondad.
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Nuestros
católicos modernos, cuya mediocridad perfecta es acaso el signo más pavoroso,
piensan casi todos en medios humanos. No se oye hablar sino de ligas, de
congresos, de elecciones, &c. A mis ojos, todo esto es vano y profundamente
estúpido. La verdad, bien cierta para mí, es la inutilidad absoluta de esta
charlatanería y la impotencia, en lo sucesivo irremediable, de la sociedad
cristiana condenada sin remisión. Entre tanto, todo es inútil, excepto la
aceptación del martirio.
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La pobreza es
relativa: privación de lo superfluo. La miseria es lo absoluto: Privación de lo
necesario. La pobreza es crucificada, la miseria es la misma cruz. Jesús
llevando la cruz es la pobreza llevando la miseria. Jesús en la cruz es la
pobreza sangrando sobre la miseria.
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Dios puede sacar
el bien del mal sin nuestro consentimiento. El diablo puede sacar el mal del
bien, no sin nuestro consentimiento.
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Yo estoy
profundamente convencido de que el liberalismo religioso o político es lo más
funesto al principio de obediencia, es decir, al principio mismo de la Fe. Pío
IX dijo un día que los católicos liberales eran más peligrosos que los mismos
comunistas. La afirmación es terrible, pero la creo justa.
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Los criados han
ocupado el lugar de los señores: este es el resumen de la Historia
contemporánea.
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Me reprochan
algunas veces no trabajar, no producir. ¡Ah, qué fácil es juzgar a los demás
cuando se tiene la barriga llena, cuando no se sufre ni en su cuerpo ni en su
alma y no se está cada día devorado por una angustia mortal.
¡Estupenda aportación! Sobre todo, tratándose de algo tan necesario hoy en día. Muchas gracias.
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