LA LUCHA - LA CULPA - LA CONFESIÓN
***
Sed
constantes, permaneced en la nave en que os ha embarcado y venga tempestades.
Jesús está con vosotros, no pereceréis.
El miedo es peor que el mal
mismo.
Hay que ser valientes para ser
grandes: es nuestro deber. La vida es una lucha que no podemos abandonar, pero
hay que vencer.
El alma es un campo de batalla,
donde Dios y Satanás no cesan de luchar. Es necesario abrir al Señor las
puertas de nuestra alma de par en par, entregársela totalmente, fortificarla
con toda clase de armamento, iluminarla con Su Luz para combatir las tinieblas
del error, revestirla de Jesús, con su verdad y justicia, con el escudo de la
fe, con la Palabra de Dios, sólo así triunfaremos sobre el enemigo. Para
revestirse de Jesús es necesario despojarse de sí mismos.
No nos tiene que asustar la
lucha con el enemigo. Cuanto más íntimamente unidos estamos a Dios, más se
amilana nuestro adversario. Ánimo, por tanto.
“Caminad con
sencillez por el sendero del Señor y no atormentéis vuestro espíritu.
Aprended a odiar vuestros
defectos, pero siempre con serenidad.
Y si el demonio todavía ronda
rabioso en derredor vuestro, alegraos, es muy buena señal.
Lo que horroriza es su paz, su
concordia con el alma humana.”
No hay culpa sino en lo que el
alma quiere, o bien, no habiéndolo querido, lo aprueba o no se esfuerza por
alejarlo de sí.
Acaba de una vez con estas
inútiles aprensiones. Acuérdate de que no es el sentimiento lo que constituye
la culpa, sino tu consentimiento. Sólo la voluntad libre es capaz de bien o de
mal. Cuando la voluntad gime bajo la opresión del tentador, pero no se doblega
a sus sugerencias, no sólo no hay culpa, sino que hay virtud.
Recuerda que Dios puede rechazar
todo lo que proviene de nuestro ser contaminado, pero no puede rechazar (sin
rechazarse a Sí mismo, lo que sería una monstruosidad) el deseo sincero de
quien quiere amarlo y abjura, por tanto, del mal.
Conclusión. Vive tranquilo. No
te dejes engañar por el enemigo.
No ofendemos a Dios más que
cuando, conociendo la maldad de una acción, la realizamos con deliberada y
plena voluntad.
Dudar es el peor insulto que
podemos hacer a la Divinidad.
Ni con
el pensamiento ni en la confesión hay que recordar las culpas ya manifestadas
en anteriores confesiones. Por nuestra contrición, Jesús las perdonó en el
Tribunal de la penitencia.
Allí, con nuestras miserias, nos
encontramos con Él como deudores ante su acreedor. Con misericordia infinita
rasgó, rompió letras firmadas con nuestro pecado, que no hubiéramos podido
pagar jamás sin el socorro de su clemencia divina. Volver a acusar aquellas
faltas, quererlas recordar, para obtener de nuevo el perdón, solamente por la
duda de si las habrá perdonado real y totalmente, ¿no es acaso por la duda de
si las habrá perdonado real y totalmente por Cristo, rompiendo todo documento
de nuestra deuda, contraída pecando…?
Al máximo, si esto os conforta,
recordad las ofensas hechas a la justicia, a la sabiduría, a la infinita
misericordia de Dios, pero sólo para llorarlas con arrepentimiento y amor.
…después, con fe sencilla, con
el mismo amor ardiente con que Él cerca y persigue nuestras almas, humillemos a
sus pies nuestra frente impura.
Es pecado la mentira, no la
verdad.
No debemos abstenernos, para
evitar escándalos farisaicos, de obrar el bien.
Somos buenos, cuando estamos con
los buenos, cuando estamos con los malos, malos. Esto es jugar al escondite. Es
comportarse como niños que, ante extraños, abusan de los dulces, seguros de
que, entonces, sus papás no se atreverán a reprochar su proceder.
Quien comete sacrilegio, firma
su propia condena. Sólo puede salvarse por gracia especialísima, obtenida por
almas muy unidas a Dios.
La mentira es hija del demonio.
El simple hecho de sufrir la
tentación de pensamientos impuros, no es pecado. Rechazándolos se practica la
virtud.
SAN PADRE PÍO. ¡RUEGA POR NOSOTROS! |
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