REFLEXIONES
Todas las cosas que han sido escritas lo han
sido para nuestra instrucción. Pero ¿se saca hoy mucho fruto de tantas instrucciones saludables que
se contienen en las santas Escrituras? Nada hay más marcado en los Libros
santos que el vacío de los bienes criados, el falso brillo de los honores, el
veneno de los placeres engañosos, seguidos siempre de un cruel arrepentimiento,
siempre perniciosos al alma. Nada hay que esté más declarado en la Escritura
que las ventajas y el mérito de los sufrimientos y de las humillaciones; nada
está proscrito en términos más imponentes que la vida regalona. Dios no se ha
contentado con que todo esto se nos dijese por los Profetas y por los
Apóstoles; el mismo Hijo de Dios ha venido a darnos estas importantes
lecciones, y ha comenzado a instruirnos por sus ejemplos, erudiens nos. Y ¿es muy grande el número de los que se aprovechan
de sus instrucciones siguiendo sus máximas? Nunca ha habido tantos libros de
piedad; el ejemplo de tantos santos de la misma condición y de la misma edad
que nosotros es una bella lección; los castigos mismos con que Dios corrige
todos los días nuestra indocilidad por medio de tantos azotes, son, en los
designios de este Padre de misericordias, otros tantos avisos saludables con
que deben llamar nuestra atención: y ¿qué impresión hace todo esto en el día de
hoy sobre el entendimiento y sobre el corazón de la mayor parte de las gentes
del mundo? Y las personas religiosas, los discípulos de Jesucristo; esta
porción escogida y privilegiada del rebaño ¿es más dócil a su voz? ¿Sigue
siempre sus consejos? Los fieles ¿adoptan constantemente sus máximas? ¿Anima
hoy a todos los cristianos el espíritu del Evangelio? ¿No se deslizará nunca en
el claustro y hasta en el santuario el espíritu del mundo? En todo el curso del
año no hay tiempo más santo que el del Adviento; todo nos predica en él la
penitencia, la oración y el recogimiento. En todas partes se anuncia la palabra
de Dios; la Iglesia en todas partes solicita a todos sus hijos para que se
dispongan con todo género de ejercicios de piedad a la celebración de una
fiesta tan grande. Las almas inocentes, las almas santas, entran perfectamente
en estas piadosas disposiciones; pero las personas a quienes conduce el
espíritu del mundo, las gentes dadas a los placeres, las almas que envejecen en
la iniquidad, ¿se fatigan mucho, hacen grandes esfuerzos para reconciliarse con
Dios y para disponerse a celebrar dignamente su nacimiento? ¡Ah! Que el Apóstol
tenía razón para decirnos que es tiempo de salir de nuestro sueño profundo y
despertarnos; mas si no nos aprovechamos de este santo tiempo, ¿a cuando
esperamos? Es muy triste el no despertarse hasta la muerte.
MEDITACIÓN
De la vida blanda.
PUNTO PRIMERO. –Considera que la vida blanda es una vida
floja, afeminada, perezosa, sensual, voluptuosa, esto es lo que se llama
comúnmente una vida placentera; y ¿puede semejante vida llamarse cristiana? Es
una vida dependiente de los sentidos, que tiene las pasiones por guía, el
propio humor por regla; vida a la que el amor propio mantiene, y que a su vez
mantiene ella al amor propio, cuyo ejercicios es la ociosidad, cuyos días son
todos vacíos: juzgad, pues, cuál debe ser su término y su suerte. El alma
relajada por su pereza y por su incuria en el servicio de Dios, enflaquecida
por un número infinito de infidelidades y de recaídas, no tiene más que una fe
lánguida y medio extinguida, y ya no hay nada que la mueva más que el placer.
Disgustada de las prácticas más ordinarias de piedad, y casi de todos los
ejercicios de religión, apenas se presta a ellos sino por bien parecer. El yugo
del Señor le parece amargo, y su ley una carga insoportable; ella no gusta más
que de las máximas del mundo; las alegrías, las diversiones y las fiestas
mundanas despiertan toda su vivacidad, y no se pone en movimiento más que para
procurarse el placer: fuera de esto, ella se consume en una lastimosa inacción
y en un sueño letárgico. Representaos una persona que lleva una vida blanda;
esclava de los sentidos y de sus pasiones, se dispensa sin dificultad de casi
todas las leyes de la Iglesia. Está demasiado delicada para observar los ayunos
más sagrados. ¡Qué de pretextos para dispensarse de la abstinencia! Enferma
hasta mover a compasión cuando se la habla de penitencia, de mortificación, de
regularidad; robusta hasta sobrepujar al más vigoroso cuando se trata de un
festín mundano. La más corta lectura de un libro de piedad cansa sus ojos y los
fatiga; lo que no la incomoda, lo que la conviene, lo que la recrea es la
lectura de algunas historietas, algunas poesías chistosas, y todo lo que se
llama vanos entretenimientos, frivolidades, pérdida de tiempo. En este infeliz
estado nada la interesa más que su placer. Insensible a las verdades más terribles
y más espantosas de la Religión, vive fuertemente apoltronada en una especie de
letargo. A la ceguedad del entendimiento sigue de cerca la insensibilidad del
corazón. A la indolente ociosidad sucede una ignorancia crasa; en fin, llega a
desconocer sus deberes más esenciales a fuerza de descuidarlos. ¿Puede darse un
estado más infeliz ni más lamentable que el de una persona que lleva una vida
blanda? Y lo que hace todavía más funesto este estado es la extrema dificultad
que ofrece para la conversión. A los más malvados, a los pecadores más
endurecidos, a los más insignes libertinos, se les ve alguna vez rendirse a las
ejecutivas solicitudes de la gracia; ¿se ve acaso que se conviertan muchos de
los que llevan una vida blanda?
PUNTO SEGUNDO. –Considera que donde ciertamente reina la vida
blanda es en las casas de los grandes y de los dichosos del siglo, en la corte,
y entre las gentes acomodadas. Y ¿no se deja ver también alguna vez al través
de los vestidos groseros y modestos? ¿No penetra hasta en las comunidades más
santas? ¿No se familiariza con una aparente virtud de que se hace ostentación?
¿No se encuentra bajo un aire devoto y recogido? Como la sensualidad y el amor
propio saben deslizarse con destreza en todas partes, la vida blanda, que es su
obra y su primer fruto, se hace lugar en todas partes. ¡Cuántas gentes se ven
que bajo una máscara de piedad llevan una vida blanda, sensual, ociosa, y a las
que parece que su pretendida devoción les da derecho para vivir en la molicie y
en la ociosidad! Devotos de reputación, solo aprecian las alabanzas que se dan
a la mortificación y a la penitencia. Su afición no es más que a la vida dulce
y tranquila, y pretenden no haber nacido más que para el reposo. La palabra
sensualidad les escandaliza; pero son sensuales frecuentemente hasta la
demasía: el pretexto de una salud necesaria, en su concepto, para la gloria de
Dios, les asegura, y el artificio de su amor propio es tan ingenioso, que
muchas veces se lisonjean de que lo dan todo a Dios, cuando nada se niegan a sí
mismos. De aquí aquella continua atención sobre todo lo que puede acomodarles ó
desagradarles. De aquí aquella delicadeza extremada sobre todo lo que imaginan
que se les debe; aquella reserva estudiada para moderar el trabajo, midiéndolo
siempre por su amor propio; de aquí, en fin, aquella vida del todo sensual,
holgazana, inmortificada, y aun enfadosa, que tanto agravio hace a la verdadera
devoción, y que sirve de pretexto a los libertinos para decir que los devotos
son los más delicados, los más orgullosos, los más ociosos, los más molestos,
los menos tratables. Jamás fue cristiana la vida blanda. ¿Cómo, pues, se
atrevería nadie a llamar devotos a los que viven en la molicie y en una
sensualidad disfrazada? La ilusión es todavía mucho menos perdonable cuando la
molicie se encubre con la austeridad de la vida, y cuando penetra hasta en el
desierto. El estado religioso no pone al abrigo del contagio. El amor propio
nos acompaña hasta el claustro, y a pesar del rigor del instituto, sin embargo
de la santidad de la profesión, no obstante la severidad de las reglas, posee
el secreto de indemnizarse de la sujeción forzada y de la regularidad. Se sirve
de la delicadeza del temperamento, de la prerrogativa de los empleos, del
rango, del nombre, de la edad misma, para insinuar la molicie; y alguna vez, ya
por celo fingido, ya por destreza, en lugar de una vida laboriosa, mortificada
y penitente, forma una vida blanda y ociosa que una indulgencia forzada tolera,
pero que Dios condena y castigará seguramente. ¡Buen Dios, qué muerte tan
triste, qué fin tan duro espera a una vida blanda!
No permitáis, Señor,
que todas estas reflexiones sean inútiles para mí. Yo sé que la vida de un
cristiano debe ser una vida humilde, penitente, laboriosa; estoy, pues,
resuelto a llevar una vida cristiana; concededme, Señor, la gracia de que
también lo sea mi muerte.
JACULATORIAS. –Enseñadme, Señor, el camino de vuestros
mandamientos, y yo me aplicaré siempre a seguirlos. (Ps. CXVIII).
Detesto, Dios mío,
con todo mi corazón la vida blanda y ociosa, y he resuelto trabajar toda mi
vida en mi salud, guardando todos vuestros mandamientos. (Ibid).
PROPÓSITOS
1) La vida blanda es tanto más temible,
cuanto que adormece la conciencia y la fe, y que a favor de este
adormecimiento, sin ruido ni tumulto, corrompe el corazón y el entendimiento.
Estad alerta contra un estado tan peligroso. Si tenéis la desgracia de hallaros
en él, salid sin dilación, y no escuchéis ni los pretextos especiosos de una
razón seducida por el amor propio, ni las quejas importunas del amor propio que
tan bien se acomoda con la vida blanda y que se nutre con la ociosidad. El
santo tiempo de Adviento es muy a propósito para la reforma; trabajad desde hoy
en ella. Arreglad vuestros ejercicios de piedad, después de una confesión en la
cual debéis sobre todo acusaros con una gran contrición de haber pasado y
perdido la mayor parte de vuestros días en una vida blanda, y de ninguna manera
cristiana. Es extraño que haya tan pocos que piensen en acusarse en sus
confesiones de una ociosidad y una molicie de vida que condena a tantos.
2) Comenzad por hacer todos los días a
la tarde una corta visita al santísimo Sacramento, y no dejéis día alguno de
oír misa. Rezad todos los días el Rosario: esta oración tan santa, tan familiar
a todos los Santos y a todas las personas verdaderamente cristianas, está casi
abolida en el día de hoy en el gran mundo: un hombre poco devoto, una mujer
mundana creerían, a lo que parece, envilecerse si rezasen el Rosario, no
obstante que haya pocas oraciones que estén más autorizadas en la Iglesia.
¡Cosa extraña! Se diría hoy que la mayor parte de las gentes del mundo
se avergüenzan de llevar esta señal del Catolicismo. No dejéis, pues, de hacer
diariamente alguna lectura edificante en cualquier libro de piedad, y emprender
con eficacia una vida cristiana. Uno de vuestros primeros deberes es el cuidado
de vuestros hijos, de vuestros domésticos, y de toda vuestra familia. De este
deber tan esencial se disgusta muy pronto el que vive con molicie. Condenad
vuestra negligencia sobre un punto tan importante, y que sea este uno de los
primeros frutos de vuestra reforma.
Fuente: R. P. Jean Croisset SJ, "Año Cristiano ó Ejercicios devotos para todos los Domingos, días de Cuaresma y Fiestas Móviles" TOMO I. Librería Religiosa, Barcelona 1863.
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