PASCUA DE RESURRECCIÓN
El Domingo de Pascua, los que fueron al sepulcro de Cristo, encontraron un monumento funerario extraordinario: un Ángel resplandeciente que les dijo: No tengáis miedo. A Jesús buscáis, el Nazareno crucificado; resucitó, no está aquí. Ved el lugar donde lo habían puesto.
En el sepulcro de Cristo no encontramos ni cruces ni leyendas…; solo se oye de labios del Ángel: Resucitó.
Es un sepulcro sin par, un sepulcro único… Y por ser único, por ser sin igual, recibió la alabanza inaudita del profeta: Su sepulcro será glorioso.
Es la gloria que cupo a Nuestro Señor Jesucristo, y que por medio de Él se irradia sobre nosotros.
Examinemos bien este sepulcro. No hay en él podredumbre, no hay en él corrupción. Mirémoslo sin temor, no veremos nada que nos espante.
La resurrección de Jesucristo es gloriosa; y esta gloria brinda al Redentor una compensación crecidísima y eterna por todos los sufrimientos, todas las amarguras, todas las tristezas.
Ojalá comprendiésemos esta recompensa crecida, esta compensación eterna; ojalá comprendiésemos su dulzura y dicha.
¡Cristo resucitó! Después de una noche oscura, tempestuosa, horripilante, cruel, salió brillante de su sepulcro. Su cuerpo martirizado fue glorificado, lo inundó una hermosura celestial. Sus ojos irradian dicha. Su cuerpo no sufrirá ya ni recibirá herida alguna…, sus ojos no se llenarán de lágrimas, sus labios no se quejarán…
Así se levanta del sepulcro… ¡Su sepulcro es glorioso!
¡Fue tan prodigioso el día de Pascua!
También nosotros nos regocijamos de tanta alegría; aunque no podamos concebir del todo la alegría de Nuestro Señor Jesucristo. Nunca ha tenido el hombre motivo más poderoso para alegrarse que el que tuvo Jesús; porque la alegría y la gloria de Cristo son tan grandes, que hasta su sepulcro llegó a ser glorioso…
La resurrección es gloria de Nuestro Señor Jesucristo; porque la resurrección es su brillante victoria sobre todos los enemigos.
Todos se habían conjurado contra Cristo. ¡Y a su cabeza el jefe de los contrarios, el mismo diablo y todo el averno, todo ese mar de maldades, ese odio sofocado, que quisiera aniquilarlo todo: a Dios, a Cristo, al hombre, al mundo, a sí mismo!
Pero Cristo resucitó, y todos sus enemigos fueron como paja en medio del huracán.
Hicieron con Él cuanto pudieron y Él lo sufrió todo; por fin le dieron muerte. Ahora —pensaron— le hemos quebrantado; mas Cristo venció a la misma muerte…. Su sepulcro es glorioso.
Aunque le hubiesen encerrado en el seno de la tierra, Cristo habría roto la cerradura; porque la tierra, el lugar de descanso de los muertos, no podía retener al Señor de la vida, al triunfador de la muerte.
***
La Domínica de Pascua es la fiesta de dos artículos de fe; de aquel que dice: Al tercer día Cristo resucitó de entre los muertos; y del otro que reza de esta manera: Creo en la resurrección de la carne.
Es imposible separar estos dos artículos; así como es cierto que Cristo ha resucitado, tan cierto es que también nosotros resucitaremos.
Tal vez nos espante el pensarlo; porque no sabemos qué tal será nuestra resurrección…
Y, sin embargo, así será…; recordemos que Jesucristo dijo a los judíos admirados: Y no tenéis que admiraros de esto; pues vendrá tiempo en que todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hicieron buenas obras a resucitar para la vida eterna; pero los que las hicieron malas resucitarán para ser condenados.
No son pensamientos sombríos… No solamente no son sombríos, sino que son gloriosos; porque glorioso es el sepulcro de Cristo…
¿Y qué resurrección esperamos nosotros? ¿No esperamos una resurrección gloriosa?
Consideremos, pues, ¡oh cristianos!: aquí está el camino de la Cruz, aquí nos hemos regenerado, aquí fuimos injertados en el Cuerpo glorioso de Cristo; Él es la cabeza del cuerpo, y nosotros somos sus miembros; y, mientras sigamos siéndolo, también participaremos de la gloriosa resurrección de la Cabeza.
No es posible que la Cabeza sea glorificada y los miembros se pudran. Mientras cumplamos las promesas hechas en el Santo Bautismo, mientras contradigamos al diablo y a todos sus esfuerzos y a todas sus pompas, triunfaremos con Cristo; y sabemos muy bien que Cristo triunfó mediante su gloriosa resurrección.
Allí está el confesonario; lo que haya de corrupción y podredumbre en nuestra alma, en nuestros deseos, en nuestro cuerpo, en nuestras palabras… llevémoslo allí y curémoslo…
En la resurrección gloriosa no pueden ser ulcerosos ni el alma ni el cuerpo, porque la resurrección gloriosa significa incorrupción.
Solamente el alma incorrupta, sana, hará resucitar gloriosamente a su cuerpo; el alma podrida, ulcerosa, es decir pecadora, también lo hará resucitar, mas para su propia ignominia…
De modo que la resurrección de Jesucristo nos habla de una resurrección gloriosa; ¡gloriosa!…, perdurable, refulgente.
¡Qué transformación! Así nos transformaremos también nosotros en la gloriosa resurrección, si la alcanzamos por los méritos de Jesucristo.
Este cuerpo pesado, enfermizo se transformará en cuerpo inmortal, impasible, que no estará ya atado a la tierra, que no irá cavándola con sudores, sino que glorificado se levantará al Cielo, a la patria de la felicidad.
No tendrá ya enemigos, ni males, ni enfermedades. No le aquejará la amargura ni la tristeza, sus ojos no se arrasarán de lágrimas; será resplandeciente, la gloria y la hermosura de Dios se reflejarán en él.
No tendrá deseos feos, sensuales, no gozará en comer y beber, sino que se llenará de lo más dulce, de lo que más dicha comunica: Dios.
Y en ese cuerpo resplandeciente, incorrupto, glorificado, habitará el alma que Dios saturará de dicha por toda la eternidad.
¡Oh, Pascua feliz de nuestra resurrección!
¿Estás cerca o todavía lejos?
Pero que llegará un día nos lo asegura Jesucristo, el cual transformará nuestro vil cuerpo, y lo hará conforme al suyo glorioso, con la misma virtud eficaz con que puede también sujetar a su imperio todas las cosas.
P. Ceriani
Visto en: RADIO CRISTIANDAD
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